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dissabte, 1 de setembre del 2007

En Memoria de Emma

Sentemos una premisa irrebatible: en una película, todo lo que el espectador ve en la pantalla, todo lo que se oye, está ahí porque el director así lo ha querido.

Este inicio, que parece una perogrullada (Pero Grullo, a las manos cerradas, las llama puños), sobrepasa la categoría de anécdota y deviene en imposible aprehensión cuando uno contempla alguna película sin lógica interna, con frases ininteligibles por lo mal escritas, escenas que no vienen a cuento, intérpretes con gestos mecánicos que les alejan de la deseable naturalidad del personaje, y un largo etcétera que, para sufrimiento del cinéfilo, se repite con excesiva asiduidad, provocando un hartazgo y una desidia generalizada, incomprension del arte, dicen algunos, que parece ser la causa primigenia de las muchas butacas vacías que se pueden ver en los cines.

Así pues, cuando una película nos hace gozar, cuando nos clava en la butaca, cuando la hemos visto mil veces, en el cine, en la tele, en el video, en el dvd, y seguimos disfrutándola, descubriendo nuevos matices, detalles no percibidos antes, debemos responsabilizar de nuestro viaje al séptimo cielo al director, que ha querido que veamos y oigamos una historia contada a su manera, hacernos partícipes de su pensar.

No es, pues, por casualidad, que una película alcanza la categoría de mítica.

Tampoco es ninguna casualidad que el director español Luis García Berlanga se compinchara felizmente con el guionista Rafael Azcona para conseguir, mediado el siglo pasado, cotas cinematográficas que ultrapasaron las murallas naturales y políticas de la época, obteniendo reconocimiento allá donde fueron disfrutadas; primero hicieron un muy buen ensayo (me van a llevar a la horca) con la película Plácido en 1961 y luego remataron la faena con la que quizás sea la mejor película española de todos los tiempos:


El Verdugo , del año 1963.

Parece ser que Berlanga leyó un día en -digamos que en El Caso- la anécdota -macabra, naturalmente- del desfallecimiento y ataque de nervios que sufrió un verdugo momentos antes de ajusticiar a la última mujer pasada por el garrote vil, una tal Pilar Prades.

El cerebro de Berlanga empezó a echar humo y decidió acompañarse de su amigo Azcona para construir una película afortunada, de esas que resisten los embates del tiempo, donde por más que uno busque, no halla grieta donde meter la cuña del aburrimiento.

La historia, escuetamente, nos presenta..... ¡qué caramba! no hay forma humana de sintetizar en cuatro líneas todo lo que Berlanga nos pone delante, sin dejarse detalles importantes.

Estamos en la España de 1963: un joven y pobre hombre, José Luis Rodríguez, interpretado por un Nino Manfredi en estado de gracia, trabaja como enterrador, siendo su mayor afán emigrar a Alemania para allí acabar de formarse como el buen mecánico que quiere ser en la vida; debe acudir a una prisión a retirar el cadáver de un reo a la pena capital que ha sido ajusticiado por Amadeo, interpretado por José Isbert , en su habitual estado de gracia, y, acabando por conocer a la hija de Amadeo, la joven Carmen, interpretada por Emma Penella , también en estado de gracia, acabando por enamorarse ambos jóvenes el uno del otro, de entrada, porque por su profesión de enterrador, y por su condición de hija del verdugo, son mal vistos por la sociedad en que viven.


En la desesperación de los jóvenes, ansiosos de vida, rechazados por su conexión con la muerte, Berlanga nos introduce la contradicción social que hace tratar como apestado al verdugo que simplemente es un ejecutor de las leyes socialmente aceptadas y como personaje no grato al que trabaja en proceder a un digno entierro (trabajo seguro, dice Amadeo, no te van a faltar nunca clientes) y, aunque les precisan y requieren, cumplido su oficio, les apartan con desidia.

José Luis ve su futuro en emigrar a Alemania, pero, enamorado de Carmen, que se veía solterona a causa de su padre el verdugo, acaba en la cama con ella, justamente irrumpiendo Amadeo de improviso, con una escena rocambolesca en la que Carmen comunica a su padre que su enamorado está en la casa, siendo éste descubierto por Amadeo, quien le reprocha: "sin camisa ¡y descalzo!, no me lo esperaba de tí" para, acto seguido, ciertamente coaccionado, José Luis solicitar a Amadeo la mano de su hija, momento en el que Berlanga, el puñetero Berlanga, hace que se le caigan los pantalones, quedando, figurada que no literalmente, "con el culo al aire".

Tiempo después, vemos a Carmen comunicar a José Luis que está embarazada. La pareja, escasa de medios, se casa en una iglesia muy adornada, con muchas velas encendidas, porque segundos antes ha habido una boda de postín; mientras celebran su matrimonio, diversos operarios van quitando las flores, las guirnaldas, y apagando las velas, una a una, hasta que el enlace de los pobres se celebra con una sola vela.

En una magnífica escena, Berlanga nos ha relatado, elípticamente, la paupérrima condición de la pareja y la desigualdad social, así como la tacañería y menosprecio hacia los pobres, incluso proviniendo de pobres como ellos mismos.

Una vez casados, vemos a Amadeo irrumpir eufórico:"¡tenemos piso!¡tenemos piso!" porque, como funcionario que es, le han concedido un piso de protección oficial.

Pero ha habido un error -que cosa más rara- burocrático, y el piso se lo han otorgado a dos familias al mismo tiempo.

Y, como que Amadeo está pronto a jubilarse, perderá la preferencia y con ella, la posibilidad de obtener una vivienda digna. ¿Les suena, el problema?

La solución pasa por conseguir que José Luis suceda a su suegro en el cargo de verdugo. José Luis clama ser incapaz de matar a una mosca, mucho menos a un ser humano. ¿Y el piso? ¿Donde vamos a vivir cuando nazca el niño? Vamos, que no hay para tanto... siempre hay indultos...

José Luis, coaccionado de nuevo, situado por su familia entre la miseria y la falta de vivienda y la posibilidad de obtener plaza de funcionario como verdugo, puesto a elegir entre el hambre propio y de los suyos y un sueldo fijo, acaba aceptando los trámites para obtener la esquiva plaza de verdugo, al parecer con bastantes solicitudes (Si yo quería ir a Alemania, a hacerme un buen mecánico...).

Berlanga nos ha ido mostrando la realidad de la España de los sesenta, con una burocracia inánime, presta a dificultar los trámites, póliza que falta (tenga) y también los penales (tenga) y la cartilla militar (tenga) y el manifiesto...(tenga), un problema de vivienda para el ciudadano de a pié, un reparto de viviendas subvencionadas nada aleatorio, una dificultad de llegar a final de mes, unos ricos muy ricos, lo cual, en su momento, le valió no pocas críticas del régimen franquista, que pretendía negar los problemas puestos de manifiesto de forma tan eficaz, al retratar la vida común de la época.

Y ha puesto al protagonista en un brete: romper con sus propias convicciones de no matar para conseguir sobrevivir en un mundo hostil. O todo o nada.

José Luis está feliz, leyendo cada día la página de sucesos, poniendo paz en todos los altercados que ve, cobrando su paga como verdugo a final de mes, disponiendo, afortunado, del deseado pluriempleo, como verdugo y como enterrador.

Hasta que recibe un telegrama. Debe ir a ejercer a Mallorca. Quiere huir, quiere dimitir, ¡Quiere Irse A Alemania!
¿Y el dinero? ¿Qué dinero? ¡El dinero de tu paga todos estos meses!¡Tendrás que devolverlo o irás a la cárcel!
"Nada, tonterías; si al final habrá indulto" "Podríamos ir todos a Mallorca: así hacemos el viaje de novios" "¡Vaya suerte! A mí nunca me mandaron a Mallorca ¡Y con los gastos pagados!"

José Luis se resiste, se debate, pero, nuevamente coaccionado, embarcan todos con destino a Mallorca.

El reo está enfermo y José Luis debe permanecer en Mallorca, donde vemos cómo el sardónico Berlanga nos muestra la imagen de las turistas alemanas fotografiándose ante la bahía de Palma con un sombrero mejicano y unas castañuelas, gritando ¡España, olé!

El turismo internacional y la España profunda; el tópico y la necesidad que obliga contra natura; la fantasía y la realidad.

Berlanga, de nuevo, en una escena inolvidable, surrealista, pone de manifiesto que los sueños de paz y belleza se rompen, inesperadamente para el pobre hombre, apenas feliz unos instantes, ante la belleza de la naturaleza:



El pobre José Luis se ve arrastrado a cumplir con su cometido, mientras vemos como un personaje hace traer, para el reo, una botella de champán francés ("que la pongan en hielo"), su último deseo.

José Luis, ante la inminente ejecución, se niega, va del abatimiento al paroxismo, sintiéndose tan condenado como el propio reo, reafirmándose tal condición por Berlanga con el gesto de ponerle una corbata, negra, para que vaya presentable, con toda la apariencia de una soga de horca.

Berlanga, recordando la idea primigenia, nos regala con una escena a cámara fija, con un encuadre perfecto (la fotografía es admirable trabajo de Tonino Delli Colli ) donde vemos los traspiés vacilantes del ejecutor que sigue al reo, con el detalle de los zapatos y sombrero de un blanco destellante, inmaculado, cuya visión ha inspirado las iniciales líneas de este comentario, escena que, de forma inteligente, resume el mensaje de la película.

Acaba la obra con una frase lapidaria:
"No lo haré más, ¿entiende? no lo haré más."
"Eso dije yo la primera vez", responde Amadeo, mientras vemos a unos jóvenes ricos llegar en un descapotable y, entre risas, subir a bordo de un yate, bailando en cubierta el "Twist del Verdugo"...

Este comentario puede parecer largo; pero se han quedado en el tintero tantos detalles, tantas frases aceradas, tantas ironías, tantas escenas esclarecedoras de un conjunto en definitiva mordaz, con un humor macabro, con una disección de la sociedad española, sus anhelos, sus fobias, su envidia, que no queda más remedio al cinéfilo que acudir raudo a ver, o volver a ver, esa magnífica película, repleta de guiños, con una dirección sobresaliente, unos diálogos immarcesibles, unos intérpretes principales con una naturalidad asombrosa, un conjunto de intérpretes secundarios de verdadero lujo, una fotografía en blanco y negro que le aproxima al neorrealismo, un todo tan especial que merecería libros enteros para entrar en su detalle, siendo preferible, con mucho, su visión, más que imperdible, obligada, ante lo que es, sin duda, una obra maestra del cine intemporal, ya que nada de lo que se nos cuenta ha perdido un ápice de actualidad, salvando la pena de muerte, no aplicable en España, pero que todavía subsiste en el mundo, no siendo más que el eje donde la compleja historia social gira y gira.

Sirva este simple comentario como homenaje a Emma Penella, recién fallecida, actriz de dilatada carrera, que en El Verdugo brilló de forma especial.


4 comentaris :

  1. Si fuera des esas personas a las que les gustara esas listas de los diez mejores (que no lo soy y menos en el cine) y alguien me obligara a elegirlas, no tengo dudas, esta la primera por todas las razones que pudiera imaginar.

    Como ves soy una chica aplicada y hago los deberes.

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  2. No te puedes imaginar, Alma, lo feliz que me hace tu comentario, porque en su día escribí con muchísimo cariño la reseña -ya que para mí el Verdugo es una verdadera Obra Maestra y no tan sólo del cine español- y hasta hace un momento me apenaba que nadie se hubiera detenido a leerla.

    Muchísimas gracias, pues, por tu aplicación.

    Me alegra, además, que coincidamos en su aprecio.

    Una abraçada.

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  3. Ups, he llegado a esta pagina por casualidad, pero despues de leer criticas americanas minusvalorando claramente esta pelicula y realizando analisis superficiales, debo reconocer que tu resenya da gusto. A veces me pregunto si somos nosotros quienes sobrevaloramos porque son las nuestras; pero solo necesito comenzar a verlas (me pasa tambien con Placido) para darme seguridad a mi misma: nunca he visto ninguna peli mejor que esta.

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  4. Bienvenida, Lola:

    Esos críticos a los que te refieres, por lo que he comprobado en otras ocasiones, son tan comerciales como los que siempre barren para casa y desprecian lo que no da beneficio. En el bloguerío "amateur" hay más posibilidad de hallar opiniones imparciales, sin que ello signifique nada respecto a su calidad, que el lector ya observa por su cuenta y decide según su gusto.

    Esta película en cuestión, El Verdugo, ocupa en mi opinión un lugar de privilegio no tan sólo en el cine español y como ya dejé escrito el año pasado por estas fechas, también Plácido es una enorme película.

    Ambas crecen en el recuerdo, vistas, y no creo que reciban una sobrevaloración porque, realmente, son magníficas y en cada repasito que se les dá uno halla nuevos motivos de regocijo.

    Celebro, pues, que te haya gustado la reseña y que la casualidad te haya traído hasta aquí.

    Vuelve cuando quieras.

    Saludos.

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