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dimecres, 16 de gener del 2008

Dos hombres y un destino


Lo peor de las guerras es que, quienes las sufren, son personajes anónimos; muchos, civiles, entendidos como tales quienes no actúan en la contienda pero la padecen; y muchos, soldados que pueden o no ser profesionales de la milicia, pero que se ven impelidos a actuar directamente en el combate.

Normalmente, quienes deciden las guerras, permanecen en sus casas, a salvo.

En el cine abundan las películas bélicas, muchas de ellas enalteciendo conceptos como patria y orgullo, valentía y honor, lealtad y amistad, buscando un maridaje interesado, no siempre natural.

También hay películas bélicas que oponen conceptos como humanismo y amistad, camaradería y necesidad, contra intereses patrios que ocultan deseos inconfesables.

Son películas de guerra y antibélicas, oxímoron cinematográfico por excelencia.

Estamos en una bellísima playa de un islote perdido en medio del inmenso océano pacífico. Un hombre, oriental, japonés por el uniforme militar que apenas le viste, escruta con sus prismáticos el horizonte marino que le separa de su hogar.

Deambula distraído, cuando observa en unas lianas que penden sobre la cristalina agua un extraño objeto: se acerca, y comprueba que son restos de una balsa neumática, destrozada, que proviene de un avión estadounidense.

El japonés, Kuroda (Toshirô Mifune), descubre, mediante un ardid, a un Piloto (Lee Marvin) que, sediento, intenta apropiarse del rústico recipiente, hecho con hojas de palma, donde hay recogida agua dulce.

Kuroda se interpone en su camino, impidiendo satisfacer la sed que le agobia. En unas imágenes que representan sus pensamientos, ambos, armados con un cuchillo y un palo, se ven a sí mismos derrotados y matados por el otro.

Se tienen miedo.

El uno del otro.

De esta forma inicia el siempre discutido director británico John Boorman una película extraña, atípica, de visión obligada para cualquiera que sienta en sus venas la droga perenne de la cinefilia: Infierno en el Pacífico (Hell in the Pacific, 1968), basada en una historia de Reuben Bercovitch guionizada por Alexander Jacobs y Eric Bercovici, con la afortunadísima intervención de Conrad Hall como autor de la excelente fotografía que plasma los paradisíacos paisajes y del compositor Lalo Schifrin, autor de unas composiciones musicales acertadas y oportunas.

Los dos únicos personajes (admirablemente compuestos por sus reseñados intérpretes -que soportan perfectamente el peso de la película-) se hallan, pues, de inicio, en una situación terrorífica: apenas hay alimentos ni agua; vemos al desesperado Piloto recorrer el islote en busca de agua para beber, hallando sólo charcos de agua salada. El nipón guarda celosamente el agua, sin poder dormir apenas, acechante su enemigo, dispuesto a todo...

Por suerte, una torrencial lluvia les permitirá saciar su sed física; pero no paliará su temor al contrincante. Se persiguen en la jungla, en medio del aguacero, hasta que el Piloto, exhausto, cae, desfallecido: Kuroda puede acabar con él; puede matarle fácilmente; pero le hace prisionero.

En un descuido, el Piloto consigue huir y, con la ventaja de la sorpresa, hace recluso a Kuroda, al que veja constantemente, pero no le mata.

Boorman, con arriesgado criterio (recordemos la fecha, 1968), permite que cada intérprete se exprese en su lengua propia: es decir, en japonés y en inglés, al objeto de poner de manifiesto la dificultad de entenderse de ambos hombres.

Ambos son prisioneros; el uno del otro, de forma alterna; pero ambos, de la guerra en la que se han visto inmersos; de la isla paradisíaca, lugar remoto, infinitamente alejada de sus correspondientes hogares, de los suyos; cárcel dorada de la que, al fin, comprendiéndose en su necesidad, acuerdan abandonar, construyendo una rudimentaria embarcación.

Los personajes son representados de forma eminentemente física por esos dos grandísimos actores, ya que los diálogos carecen de interés: son sus acciones las que emocionan, las que nos muestran sus miedos, sus anhelos. Ese aspecto físico viene apoyado por el escenario, el bello islote, su playa, su jungla. Paulatinamente, la necesidad impuesta por la realidad imbuye en los dos hombres la conciencia que sólo unidos podrán abandonar esa prisión natural. Por encima de su primigenia condición de enemigos pertenecientes a ejércitos al servicio de poderosos enfrentados, los hombres entienden que deben apoyarse mutuamente para sobrevivir, para alcanzar su destino en libertad, rompiendo la honorífica norma de hacer prisionero al otro.

Boorman consigue mantener la atención durante el metraje, algo más de hora y media, gracias a la concurrencia de todos los elementos relacionados y a una aplicación acertada de sus filias cinematográficas.

La huida de ambos hombres acaba en una isla mayor, donde hallan construcciones medio destruidas y toda una suerte de bebida y alimentos, así como desperdicios de toda clase, abandonados por las fuerzas de uno u otro bando: ambos gritan pidiendo que no se les dispare, pensando tanto en uno mismo como en el compañero de fatigas.

Pero no hay nadie: siguen solos. El hallazgo de una revista "Life" despertará de nuevo el sentimiento de patria en los dos hombres. Pero no llegará a aflorar, porque....

El final consecuente con el discurso antibélico de Boorman, no me acaba de gustar: queda como cojo, como improvisado; es un final pesimista; rompe con todo el metraje visto, dejándonos sin esperanza. Evidentemente, no siempre cabe esperar un final feliz; pero la simpatía concitada por los dos hombres, hubiera preferido un mejor destino para ambos.




9 comentaris :

  1. La cuestión, compa Josep, es que la peli pinta la mar de interesante (pese a que su punto de partida argumental puede parecer un tanto forzado), y ese duelo interpretativo que apuntas como su baza principal debe ser un auténtico boccato di cardinale. Así que lo de siempre: a la lista, a la lista...

    Un fuerte abrazo.

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  2. Vale la pena, amigo Manuel, verla, sólo por ése "tour de force" entre ambos actores; aunque ciertamente es una película "rara", es de obligado cumplimiento cinéfilo el conocerla.

    Un abrazo.

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  3. Es una película que habré visto varias veces en pases televisivos y siempre me ha gustado. La relación me recuerda, en momentos, a los encuentros y desencuentros de Tuco y el Rubio en El bueno, el feo y el malo.

    Y la verdad que sí, ambos están inmensos en sus papeles

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  4. Me gusta mucho el primer Boorman, me impresiona sobre todo su talento para generar atmósferas. Interesa, gracias por la recomendación, Josep. Abrazo.

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  5. Reconozco, Hatt, que me has desconcertado con esa comparación. Voy a tener que revisar ese western, pues me falla la memoria.

    Saludos.

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  6. Si te interesa Boorman, faraway, seguro que te gustará: profusión de planos y buen uso de la naturaleza.

    Un abrazo.

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  7. Igual es una apreciación subjetiva exagerada, pero ciertos encuentros y desencuentros, más exagerados en Leone, incluso cierta comicidad sí que creo que comparten.

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  8. He visto la pelicula, y coincido plenamente en tu apreciación de toda ella, y muy especialmente del final... sobre todo despues de ver el final alternativo que viene como extra en la edición DVD (no lo cuento por quienes no hayan visto la pelicula, pero para quien no lo conozca, puede leerlo en la ficha de imdb.com). El final elegido y el alternativo son ambos antibelicistas, y sin embargo en el segundo, digamos que no intervienen "factores externos", sino que la resolución del conflicto nace de los propios protagonistas.

    En todo caso, magnifica pelicula, un conflicto etico y humano mucho mas profundo de lo que pudiera suponerse, una verdadera joya... por desoladora que sea (que lo es).

    Un saludo,

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  9. Bienvenido, Athanasius: Creo que el final comentado es el más acertado al tono de la película además del escogido por Boorman, evidentemente.

    El otro, fruto del intervencionismo de la productora-exhibidora en USA, que ya sabemos suelen meter mano en los finales, me parece un tanto exculpatorio para los verdaderos responsables de la contienda.

    Vuelve cuando quieras.

    Saludos.

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