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dilluns, 30 de novembre del 2009

Isabel, ¿No tienes novio?




Cuando uno se enfrenta a un clásico sin concesiones, de repente, al iniciar lo que pretende ser únicamente un comentario divulgador por si hubiera algún cinéfilo que no haya tenido en suerte la ocasión de disfrutar la obra objeto del mismo, siente el llamado pánico de la hoja en blanco.

¿Cómo puede un aficionado impeler a otros a visionar una película con más de cincuenta años de vida, sin repetir conceptos ya divulgados por mejores plumas?

Por suerte, las obras maestras lo son por su atemporalidad, su vigencia, su incontestable calidad al escudriñar el alma humana y ésta, mal que nos pese, tampoco ha cambiado tanto con el paso del tiempo.

Juan Antonio Bardem, nacido en 1922 en el seno de una familia de artistas, pronto sintió la llamada del cine como elemento integrador de múltiples artes y perfecto medio de comunicación de ideas; con su compañero de estudios y amigo Luis García Berlanga escribió una ácida comedia, Bienvenido Míster Marshall {2}, dirigida por el segundo en 1953.

Ambos amigos tenían ide
as parejas, pero así como Berlanga se inclinaba por la farsa crítica, aprovechando su innato olfato para el humor, como ya hemos visto aquí, Bardem prefería un tratamiento serio, casi trágico, de la realidad que observaba a su alrededor.

No deja de ser curioso que Bardem se inspirara en una pieza de Carlos Arniches , La Señorita de Trévelez, escrita y estrenada a principios del siglo pasado, dotada de un profundo sentimiento tragicómico, para escribir el guión de su quinta película, en un momento en el que un artista siente la máxima responsabilidad, ya que su cuarta película, Muerte de un ciclista , obtuvo enorme y merecido reconocimiento internacional.

Juan Antonio Bardem apenas podía ocultar sus simpatías por la ideología comunista en una época en la que en España la libertad de pensamiento era una utopía; ello, unido a sus innegables dotes como cineasta y sus éxitos como tal, ha comportado una serie de interpretaciones afines ideológicamente que, en opinión del que firma, reducen considerablemente la gra
ndeza de Bardem como Cineasta con mayúsculas. Porque sin poner en duda las intenciones de Bardem al realizar su película, lo cierto es que, pasada esa época tan lejana para muchos, su película permanece en pie, fresca y actual.

Me refiero a la que para mí es la obra cumbre de la filmografía de Bardem, película titulada Calle Mayor, cuyo rodaje se inició a primeros de 1956 en la ciudad de Palencia y se estrenó el 5 de diciembre del mismo año en el desaparecido cine Windsor de Barcelona, ciudad por aquel entonces menos timorata que la provinciana capital del estado, Madrid, porque, supongo, el provincianismo denunciado parecía más apaciguado por estos lares. Memeces, dirá alguno.

No tanto: abre la película una voz en off -recurso habitual en aquella época- que, propiciada por la omnipresente censura, dice:

"Una pequeña ciudad de provincias.
Una ciudad cualquiera...
en cualquier provincia...
de cualquier país.
La historia que está a punto de comenzar...
no tiene unas coordenadas geográficas precisas."

Y, mientras escuchamos esa retahíla de eufemismos que pretenden despistar, vemos la inequívoca configuración de la ciudad de Cuenca y sus únicas casas colgantes.

Una vez más, el cineasta burla de la censura.

Se inicia la trama mostrando una macabra broma: un féretro y sus pertrechos son entregados de madrugada en casa del filósofo Don Tomás (René Blancard, que comparece gracias a la co-producción francesa) quien, a los pocos días, recibe en la biblioteca del Círculo Local a Federico Rivas (Yves Massard).

Federico es el editor de una revista, Ideas, y se ha trasladado desde Madrid hasta esa ciudad provinciana intentando convencer a Don Tomás para que colabore como escritor; éste se niega aduciendo que ya ha publicado sus obras completas y que ya nada le queda por decir, asegurando amargamente que nadie está ya interesado en lo que pueda escribir. La conversación se ve interrumpida por el grupo de amigotes (ya no son unos jovenzuelos: son hombres adultos) que espera a Federico. Sabemos y entendemos que Don Tomás no ignora que esos tipos son los autores de la broma.

Se aburren, dice, en tono decepcionado; ellos van por ahí, en su ciudad, mientras yo hago la siesta en esta biblioteca: es el lugar más tranquilo.

Conviene no olvidar esa escena, porque resume brevemente la diatriba que Bardem lanza contra la sociedad de aquella época, una acusación que en lo fundamental sigue inalterable. El intelectual de la ciudad, Don Tomás, viéndose vejado por un grupo de gentes que, acabada su jornada laboral, dedican su tiempo libre a divertirse a costa del prójimo mientras la bien surtida biblioteca se halla desierta de lectores que puedan aprovechar los conocimientos a su alcance.

Federico se despide de Don Tomás, motivo de su viaje, y acompañado de Juan (José Suárez ) se une al grupo de "graciosos" formado por Luis (Luis Peña [Suárez y Peña coincidieron años más tarde en la interesante A tiro limpio {5}]), Pepe "el calvo" (Alfonso Godá), el "Doctor" (José Calvo) y Luciano (Manuel Alexandre {1} ). Son hombres adultos, algunos incluso casados, todos con profesiones muy respetables en la pequeña ciudad de provincias. Se reúnen cada día a tomar copas, jugar billar y acaban en ocasiones en el "barrio viejo", en el bar de Pepita, a tomar más copas, jugar a los naipes y, quizás, pasar el rato con alguna prostituta en el desván.

Federico se muestra sorprendido de la amistad de Juan con esos botarates: Juan abandonó su vida en Madrid para trabajar en el banco local y cifra su futuro en ascender de puesto, quizá casarse con una chica con dinero y mientras tanto para consolar su soledad de extraño en plaza se ha integrado en el grupo. Mientras pasean se encuentran con la esposa del jefe de Juan que viene de rezar la novena en la catedral acompañado de una joven, Isabel Castro.

Isabel es una chica de treinta y cinco años que vive con su madre. viuda de militar, y una chacha (Matilde Muñoz Sampedro, madre de Bardem, secundaria del cine español con largo recorrido, que coincidió con Alexandre, entre otras, en la película El señor de La Salle {4}, a cuyo preestreno en Barcelona quien suscribe asistió personalmente [pero eso ya es otra historia]).

Isabel representa un tipo de mujer frecuente en la posguerra española: con estudios elementales por bagaje, su preparación ha consistido en aprender lo necesario para ser una buena esposa y madre; pero ha pasado el tiempo y ha visto cómo sus compañeras de colegio han ido casándose y creando prole mientras ella permanece soltera. Una solterona, adjetivo deleznable que significaba el fracaso de una vida, un estigma social que apartaba cualquier pretendiente: sólo un extraño se atrevería a buscar su compañía, pues ya en la Calle Mayor, lugar de paseo ida y vuelta, todos la tienen catalogada como solterona y no propicia interés alguno.

El grupo de desalmados fija su atención en Isabel como objeto de una broma despiadada: uno de ellos deberá cortejarla, suscitar su amor, y dejarla plantada así se enamore. Le tocará a Juan llevar a cabo la cruel hazaña.

Bardem toma prestada la idea de Arniches pero elimina cualquier atisbo de farsa; no hay ninguna escena de humor en su excelente guión; los actos del grupo de energúmenos tampoco suscitan la risa, porque su conducta es chulesca: Luciano la emprende a patadas con la pianola, totalmente borracho, pero las risotadas de sus compañeros no se contagian al espectador; su conducta es infame, puro machismo añejo, desdeñando a sus esposas que están en casa aguardando que el hombre regrese ebrio y violento, gritando como lo hace por las solitarias y calladas callejuelas que atienden al alba. Eso sí: al día siguiente, a mediodía, todos pasearán muy recios y distinguidos por la Calle Mayor cargando los pastelillos típicos {7} de la ciudad, muy formales, hasta que, de nuevo al atardecer, den rienda suelta a sus más bajos instintos.

Isabel (interpretada por la actriz norteamericana Betsy Blair, que acababa de obtener gran reconocimiento por su trabajo en Marty {6}, contratada por Bardem al encontrarse ambos en el Festival de Cannes de 1955, realizando la que quizás sea su única gran actuación como protagonista -cayó en desgracia por sus ideas gracias a las listas negras de McCarthy en los U.S.A.- ofrece una interpretación magistral, contenida y llena de matices en la mirada) cuya ilusión es contraer matrimonio y ser madre, caerá en la red tendida por Juan y se comportará, a sus treinta y cinco años, como una colegiala adolescente enamorada, incapaz de sospechar la malévola trama que la tiene a ella por objeto.

Bardem trasciende la mera anécdota que representaría la escenificación de esa atroz burla: mediante un lenguaje cinematográfico sobresaliente consigue que el espectador, mirón al fin y al cabo, esté al corriente de los caracteres envueltos en la espiral de engaño: sabremos de las ilusiones de Isabel, de su cándido enamoramiento, de su ilusión porque ¡al fin! su vida cobrará sentido. Las luces altas que la retratan, la mirada amorosa a unas entradas de cine -la primera sesión acompañada de un hombre- y la forma con que juega con ellas, juntándolas; su incesante y excitada conversación con Juan chocarán con la adustez de él, retratado sombríamente en su recámara de la pensión donde vive; su angustia al saber que lo que hace está mal; su incapacidad de dar al traste con la martingala, sometido a sus crueles amigotes.

La época en que se rodó la película marca en parte su desarrollo: de entrada, apenas iniciado el rodaje en Palencia, una denuncia dio con los huesos de Bardem en los calabozos de la Brigada Social de la Policía Nacional en la Plaza del Sol madrileña; por suerte, Betsy Blair aseguró que no iba a rodar nada si Bardem no estaba en el plató y la presión del mundo artístico internacional obró milagros; libre Bardem, recogió los bártulos y siguió el rodaje de esa Calle Mayor en los soportales de Logroño y exteriores en Cuenca. Bardem retrata una España provinciana marcada, como dice al principio Don Tomás, por el paseo diario de los seminaristas (de tres en tres), las campanadas horarias de la catedral y el paseo por la Calle Mayor, esa calle que tantas ciudades españolas aun tienen y que entonces, cuando la tele ni existía, era la arteria por donde fluía la ciudad, sus habitantes paseando arriba y abajo, incesantes, saludos por doquier y encuentros educados, en ocasiones interesados: la vida pública conformada por la privada, la presunción galana, los dimes y diretes al orden del día y ocasionalmente las procesiones religiosas.

Bardem configura un fresco de la España de los cincuenta poniendo en solfa los defectos de la época con todo lujo de detalles, guiños al espectador de entonces y al de ahora que los llegó a conocer. Pero la grandeza de su película sobrepasa el tiempo al crear unos tipos que persisten: gentes con escasa ética que satisfacen su egoísmo buscando la diversión aun a costa de perjudicar a otros; hombres que desdeñan a la mujer colocándola en un sustrato inferior al propio; esposos que satisfacen su lujuria con prostitutas mientras la cena les espera en la mesa; contemplan a la mujer como ser sujeto a su deseo, sea éste lúbrico -usar y tirar- sea cruel: la burla de Isabel, sin importar sus sentimientos.

Resulta interesante que los sujetos de las bromas de esos ineptos sean el intelectual de la ciudad y la pobre solterona: ambos seres solitarios; el uno en su eremítica biblioteca, lugar de saber que nadie frecuenta y ella, acompañada únicamente por su sueño de realizarse como mujer casada y madre.

Frente a la engañada Isabel su verdugo Juan se nos muestra como inane cobarde que ni siquiera se atreverá a terminar con la situación: el intelectual Federico, reclamado por Juan en urgente telegrama para que le ayude a deshacer el entuerto, le espetará: no creo que vayas a suicidarte: eres demasiado cobarde.

Isabel desea el cambio: sus acostumbrados paseos en la estación para ver partir el tren hacia un destino lejano indican la insatisfacción de su vida, transcurriendo monótona sin futuro halagüeño, cercenada la posibilidad de trabajar por el qué dirán ¡eres una señorita, Isabel! sólo tiene una salida; y ahí aprovecharán los desalmados para burlarla.

Federico toma conocimiento de la burla y apremia a Juan a esclarecerla; confía el secreto a Don Tomás mientras le asegura que esa ciudad provinciana le parece reflejo de la sociedad española del momento: los bárbaros mal educados se divierten a costa de sus semejantes. En la capital, con tanta gente, esas acciones pasan desapercibidas: en la Calle mayor, todos lo sabrán, tarde o temprano. Choca que Federico, el intelectual, llegue a las manos al recriminar a los golfos, que se precian de su incultura, su actitud insultante y despreciativa para con Isabel.

Poco podía pensar Bardem hace ya más de cincuenta años que el maltrato infligido a las mujeres acabaría siendo noticia usual y que las generaciones posteriores fracasarían en su formación y seguirían reproduciendo una y otra vez esa conducta machista en la que la mujer es relegada a mero objeto de iras y burlas, perpetuando una inaceptable relación de poder en la que algunos tipejos sin escrúpulos disponen a su voluntad de las mujeres, vejándolas, dando muestra de su cobardía.

Mujeres de toda clase, como bien apuntó Bardem al presentar a Juan como deseo amoroso no tan sólo de la desafortunada Isabel si no también de la desgraciada Tonia (Dora Doll) que le espera en sus noches de juerga; un Juan que acabará huyendo ante su infame hazaña, incapaz de solventar ni reparar el daño causado a una Isabel que acabará mostrando una fortaleza impensada: ella permanecerá bajo la lluvia que llora por ella mientras los estúpidos sueltan una risotada que augura escaso arrepentimiento y voluntad de reincidir.

Calle Mayor concurrió al Festival de Venecia de 1956, en cuyo jurado se hallaba Luchino Visconti {3} y consiguió el Premio de la Crítica, no pudiendo recibir Betsy Blair premio alguno por su labor al ser presentada la película doblada al castellano; por cierto, merece destacar la excelente labor de la dobladora Elsa Fábregas.

Bardem realiza en poco más de hora y media una profunda radiografía de la España de la época y la excelencia de su trabajo cinematográfico, en un acertadísimo blanco y negro, persiste en la retina del espectador acabado su visionado; el mensaje que transmite, lejos de quedar obsoleto, permanece actual gracias tanto al buen trazo de los personajes que se halla en el fantástico guión como en unas costumbres que con ligeras variantes han continuado, en el mismo lugar pero en otra época, sucediéndose con demasiada frecuencia.

De visión imprescindible, para disfrutarla una vez más o para descubrirla, evidente muestra que el cine español alberga en su seno alguna que otra obra maestra realizada con pocos medios y mucha inteligencia.


Vídeo.




p.d.: Los números entre corchetes corresponden a las pistas del último examen de cinefilia.


p.d.2: Vivian escribió en su día un magnífico comentario, cuya lectura pospuse hasta acabar con el mío. Recomiendo su lectura, aquí.


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divendres, 27 de novembre del 2009

Examen de Cinefilia (parte XXV)




Si algo me recuerda el paso del tiempo no es desde luego ni las películas añejas que veo de vez en cuando, ni la edad que cumplen algunos amigos: es el aviso que debo preparar otro examen de cinefilia, porque ya volvemos a estar a fin de mes.

Deber que no es una obligación y que a pesar del tiempo que precisa, siempre ha sido reconfortante comprobar su buena acogida, lo cual dice mucho en favor de quienes voluntariamente acuden a la cita con ganas de esclarecer el interrogante que se propone.

A la vista de los halagüeños comentarios recibidos en la última convocatoria, repetiremos, si os place, la sistemática de la tortura err, digo, del test.

Así pues: ¿Estamos a punto? ¿Tenemos lápiz y papel a disposición?





Se trata de averiguar el título en español de una película, que, si no pasa nada, se comentará oportunamente pasado que sea el fin de semana, con lo cual hay tiempo de sobra para indagar las pistas que se van a ofrecer, cuya dificultad, me temo, no será ningún obstáculo invencible.

Pero aunque sean fáciles, pueden complementarse buscando por internet lo que haga falta...

Ahí van:

Pista 1 [+/-]
Participa en la película un actor secundario que, si no es el mejor, sí podríamos decir que es el más longevo y trabajador:


Pista 2 [+/-]
El responsable de todo, estuvo durante bastante tiempo esperando a:


Pista 3 [+/-]
La película en cuestión (y eso es una gran pista) estuvo a punto de conseguir el máximo galardón en un certamen cinematográfico internacional en cuyo jurado se hallaba un célebre director que se inició colaborando en la película:


Pista 4 [+/-]
El anteriormente citado secundario coincidió alguien emparentado con el director de la película en un rodaje cuya estrella principal fue:


Pista 5 [+/-]
Dos de los actores principales coincidieron años más tarde en una película dirigida por:


Pista 6 [+/-]
El personaje principal está representado por alguien que acababa de obtener unánime popularidad por su estrecha relación con un :


Pista 7 [+/-]
Todos quienes intervinieron en la película, pudieron saciar su apetito comiendo un manjar típico del lugar de rodaje; el famoso:


Creo que las pistas me han salido demasiado fáciles. No sé, no sé...

La solución, si nadie acierta, el lunes.


p.d.: Si alguien acierta el título, tenga a bien ocultarlo con asteriscos, tal que así: (********), (cuidando los posibles espacios y el número de letras o números, caso que los haya, para poder identificarlo por mi parte sin problema) para no estropear a los demás el enigma. Esto va dirigido especialmente a tí, si, a tí. Ya sabes porqué lo digo, y porqué no revelo tu identidad....


El amigo Raúl ha sabido buscar muy bien, y ha hallado la solución al enigma planteado, por lo que debe ser declarado ¡Vencedor! de este entretenimiento cinéfilo.
¡Enhorabuena!




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dimecres, 25 de novembre del 2009

Una pipa mal fumada




En ocasiones la diferencia entre una película notable, imperdible u obra maestra y una película que simplemente engrosa el capítulo cada vez más exiguo del grupo que podríamos denominar como aprobado, sea a su vez justito, medio o alto, consiste en un cúmulo de pequeños detalles de cualquier tipo que demuestran el amor y cuidado que el director ha volcado en su obra buscando la perfección del círculo.

Luego la opinión de cada espectador se detendrá o no de forma consciente en los aspectos que más le interesen, desechando o no los otros.

Así, para algunos cinéfilos el apartado interpretativo carece de interés, mientras otros apenas terminada la exhibición olvidarán rápidamente la música que forma la banda sonora y ambos grupos serán vistos como extraños por aquellos que se extasían ante una bella fotografía.

Evidentemente, el cinéfago apetece la perfección en el todo y aunque ésa sea una rara avis, la búsqueda no cesa, y casi todos estamos de acuerdo en que una pieza redonda carece de aristas, de fallos siquie
ra poco perceptibles, que resistan un visionado exhaustivo y pertinaz, porque una cosa son las preferencias y otra la consideración del conjunto.

Cuando una película falla en algún apartado en opinión del cinéfilo, éste suele decir que "cojea".

Este preámbulo escrito sin pensar mucho puede resultar aburrido y provocativo, pero nace del sentimiento del que suscribe sin pararse a meditar si tiene o no razón: no es más que una opinión propia, en cualquier caso, discutible como todas y expresada sin ánimo catedralicio.

A lo que vamos: el Coronel Hans Landa (magníficamente interpretado por el hasta ahora desconocido actor austríaco Christoph Waltz) es un nazi fruto de la muy cinéfaga mente de Quentin Tarantino que arranca su última película con una radiante escena protagonizada a partes iguales por tan peculiar nazi (aunque no tan original como pretende Tarantino, como luego argumentaré) y un campesino francés que atiende por el nombre de LaPadite (Denis Menochet en una interpretación breve pero s
oberbia, injustamente olvidada), dueño de un caserón que de forma optimista presentan como granja.

Tarantino inicia su película con unas imágenes y planos que recuerdan algunos clásicos del western, sello de identidad del guionista y director que bebe constantemente en fuentes ajenas con muy buen gusto, eso sí: cinematografía muy eficaz aunque poco original, puntualmente muy por encima de sus coetáneos, a decir verdad, que parecen no haber visto jamás una buena película a la que imitar. Nada que objetar por mi parte a que la inspiración de una buena obra ayude a la creación de otra más moderna en el tiempo que no en ejecución gramatical.

Cuando la vi en "mi cine" hace unas pocas semanas, de repente algo no me acabó de cuadrar, dejándome perplejo: la representación que Waltz hace del nazi Landa es casi perfecta en la conversación que mantiene con su huésped LaPadite (¿he dicho ya que me parece soberbio Menochet, quien con muy pocas y brevísimas frases compone su personaje?). Es un juego del gato y el ratón, un juego opresivo y peligroso, donde el felino Landa runrunea amablemente mientras extiende sus afiladas garras relamiéndose de antemano
por la presa que va a conseguir.

En un momento,
LaPadite enciende y fuma su modesta pipa, una pipa de hombre con pocos recursos, seguramente provisto de tabaco de escasa calidad. Landa a su vez saca del bolsillo una magnífica pipa calabash que demuestra su distinción y clase: una pipa cara, provista de cazoleta de espuma de mar, como no podría ser de otra forma.

Una pipa que indica claramente que su dueño sabe lo que se debe hacer con ella y no precisa instrucciones p
ara encenderla adecuadamente; una pipa que anuncia una larga conversación en la que Landa irá imponiéndose cada vez más a LaPadite....

Pero no: la pipa se apaga ella sola de inmediato y la conversación finiquita levantándose Landa de su asiento y volviendo a
dejar la pipa en su bolsillo, acción que me dejó sorprendido, pues ni siquiera la vacía del tabaco que se va a estropear, amargando la pipa y obstruyéndola.

Eso nunca lo haría un fumador de pipa. Y menos de una calabash con cazoleta de espuma de mar.

La escena con que Tarantino inicia pues Malditos Bastardos (Inglorious Basterds, 2009 ) será, a pesar de ese nimio detalle, recordada indudablemente por los cinéfilos durante un tiempo.

A buen seguro que este detalle pormenorizado habrá pasado por alto a más de uno y a mí, me llamó la atención de inmediato.

Carecería de importancia si fuera el único pero me ha interesado resaltarlo porque me parece el inicio de una sucesión de olvidos a cargo de Tarantino, consiguiendo un conjunto que perjudica al resultado final. Tengo para mí que Tarantino nos ha presentado un producto que tiene algo que ver con su idea primigenia, pero que no se corresponde con el guión que, según cuentan, le ha llevado varios años acabar satisfactoriamente.

Quienes hayan visto la película pueden comprobar en este avance del guión que lo que Tarantino escribió no aparece íntegramente transcrito en pantalla: sólo un 98%, pero, desde luego, no aparece pipa apagada alguna.

Así que esa pipa mal fumada y peor guardada solo puedo entenderla desde un alejamiento momentáneo del espíritu de Tarantino, que descuida el detalle, porque aun siendo reiterativo afirmaré una vez más que todo lo que vemos en pantalla está ahí por decisión del que manda, que es el director. El máximo responsable.

Tarantino divide la trama en cinco capítulos claramente anunciados con cartelones sobre impresos. Los tres primeros son eficaces, bien rodados, expresivos, con un montaje preciso y dominio del "tempo". Ocupan poco más de sesenta minutos en total. El cuarto y el quinto resultan inacabables hasta alcanzar entre ambos noventa minutos y producen cansancio por el exceso.

Si habláramos de una pieza de teatro, diríamos que los tres primeros capítulos sirven para presentar los personajes; el cuarto, para formular el nudo y el quinto para el desenlace.

Aun admitiendo que la forma cinematográfica de presentación de los personajes es muy eficaz, Tarantino comete un error de principiante: como dicen los anglosajones, mete todos los huevos en un cesto.

Porque vierte toda su sabiduría de guionista en la creación del Coronel Hans Landa, creando un protagonista que no lo es en una película que eufemísticamente denominaríamos "coral", redundando en deprecio de los otros personajes, principalmente el mejor pagado, ese teniente Aldo Raine interpretado por Brad Pitt a base de subir la barbilla y esnifar rapé.

Ese Coronel Landa es el atípico nazi de formas elegantes que hemos podido ver en otras películas; sin ir más lejos, parece primo hermano del Comandante Erich von Keller que vimos aquí hace dos meses; su educación amanerada oculta un sadismo latente y letal pero así como en su modelo había un contrincante de mucho valor, Landa carece de enemigo a su altura, siendo el teniente Aldo un chapucero con increíble suerte; tan increíble, que pierde veracidad y acaba como una macabra representación de lo que no puede ser: una extensión de los héroes belicosos que en grandes clásicos de las guerras apenas pueden cumplir una misión provistos de un reducido número de especialistas; carece de realismo pretender que ocho tíos sin logística aparente puedan medrar y matar impunemente soldados enemigos hasta causar leyenda; hay una falta de lógica en esa pretensión de Tarantino. Una falta que no cuadra, porque el director de películas como Pulp Fiction y Jackie Brown no suele dejar cabos sueltos de tanta envergadura. Mejor dicho: no solía.

Háganme y háganse un favor: miren este enlace detenidamente.

Observarán, si descienden lo suficiente, que, por ejemplo, la gran actriz Maggie Cheung y Cloris Leachman aparecen en el elenco de intérpretes, pero seguro que no las recuerdan: sus escenas han sido eliminadas.

¿Tarantino soltando por la borda el reclamo que para el público asiático representa Maggie Cheung? Algo no cuadra, insisto.

Da la impresión que Tarantino ha presentado la película sin haberla acabado del todo. El montaje de la última hora y media es farragoso y tal parece que las tijeras se hubieran perdido en algún rincón recóndito, causando una lentitud -que no morosidad- que perjudica el resultado final.

Es cierto que Tarantino es un hombre de ideas brillantes, sean o no totalmente originales: tiene detalles que satisfacen al cinéfilo, claves que causarán un guiño cómplice en quienes las advierten, y son muchísimos, no todos de la misma calidad: el malo fuma (mal) en pipa y también cigarrillos (¿alemanes? ¡puaj![claro que, comparados con los gauloises..]) mientras que el ¿bueno?, Aldo, no fuma: pero esnifa rapé. Debe ser una broma tabacalera usoamericana.

Es un detalle que el detonante final sea, precisamente, material cinematográfico de solera: el cine como solución al problema.

Pero nos pasamos toda la película esperando que, en algún momento, se nos explique de donde caramba viene ese collar de ahorcado que luce Aldo: espera en vano. Quizás hallemos respuesta en el guión o en el dvd "extended" que seguramente se publicará algún día.

Si además tomáramos en serio la trama que se nos presenta, hay diferentes cuestiones que podríamos debatir; pero me parece que caer en disquisiciones filosófico-políticas frente a un guión de Tarantino es rizar el rizo y buscarle los tres pies al gato abriendo una vía que en ningún momento ha sido considerada por el autor del guión como de interés preferente.

Quedan en la retina y en la memoria escenas brillantes como la del inicio y la del interrogatorio de cenicienta (guapísima y eficaz Diane Kruger) pero el trágico fin de los amantes de Teruel (tonta ella, tonto él) deja a los también excelentes Mèlanie Laurent y Daniel Brühl con la sensación de irrealidad e ilógica aplastante del tercio final de un metraje a todas luces excesivo, pese a regalos como las actuaciones de Martin Wuttke y Sylvester Groth, breves, paródicas y acertadas al tenor general de una película que merece no una versión extendida si no un buen recorte para alcanzar ese sitio que en su guiño final apunta Tarantino.

Para terminar, una pregunta para los entendidos: la versión plurilingüe con subtítulos, es decir, la original, ¿es la que se exhibió en todos los cines de U.S.A.? ¿U omitieron y doblaron la idea primigenia?

Como sea, quien no la haya visto, puede pasar por caja tranquilamente, porque los trozos buenos bien valen la pena. Y no teman por el "gore tarantiniano" porque, curiosamente, es meramente circunstancial y esporádico.


p.d.: respecto a las bondades de la traducción del título (y al titulo mismo), en este blog ya se ha dicho todo.




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dilluns, 23 de novembre del 2009

MM 31 Dick Tracy







La ubicua Madonna, que lleva años intentando hacerse un hueco en la pantalla grande sin conseguirlo, tuvo la gran suerte y fortuna de estrenar una canción compuesta por el gran Stephen Sondheim para la película Dick Tracy .

La canción, titulada Sonner or Later (I Always Get My Man), obtuvo el Oscar a la mejor canción de la temporada de 1990 y Madonna pudo, además, repetir una particularísima versión en la gala celebrada a tal efecto.

Veanla, si gustan.


La estupenda cantante y actriz con mala suerte Bernadette Peters, en el Royal Festival Hall de Londres, poco después, ofrece una adecuada réplica:

Vean a la Peters ajustando cuentas.


Y una propinita más: en 1993, en el Carnegie Hall, pudo verse otra versión de la celebérrima canción interpretada por Karen Ziemba y Bill Irwin

Veanla también, si gustan, y comparen.


¿Cual les ha gustado más?




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divendres, 20 de novembre del 2009

2012




El año 2012, tan próximo, tan cercano, ha desatado una serie de teorías a cual más catastrofista, como puede leerse a poco que se quiera uno informar de lo que al parecer se nos viene encima.

El alemán Roland Emmerich parece querer especializarse en producciones repletas de efectos especiales para contar historias que en su mayoría pertenecen al subgénero de "cine amenaza para la humanidad" y parece ser que comercialmente no le ha ido muy mal, ya que los espabilados productores de Hollywood le siguen dando pan y vino.

Con la inestimable compañía de Harald Kloser, que lo mismo compone una música vacua que se pone a escribir un guión esperpéntico, el amigo Roland decidió un buen día que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina y que era imprescindible advertirnos de lo que iba a pasar.

A tal fin, ambos han perpetrado una historia que en mi opinión permanecerá como el bodrio más caro y también más rentable de este año que vamos acabando poco a poco, según nos relata Pau Brunet. Claro que aun falta para Navidad y la cosa puede cambiar.

El producto, que se ha titulado de forma muy simplista como 2012, es de una calidad cinematográfica tan paupérrima que ni siquiera ha conseguido inspirarme un texto formulado en clave humorística: sus 158 minutos de metraje, de los que sobran casi tod
os, me dejaron tan anonadado el sábado de la semana pasada que hasta hace un ratito no he podido sobreponerme de la impresión y además los esfuerzos para escribir algo digno de mis lectores, ya que me veo incapaz de construir una farsa, me han dejado agotado.

Podría detenerme en las irrisorias e increíbles actuaciones del elenco encabezado por un cada vez más desnortado John Cusack al que hace compañía por momentos un histérico Woody Harrelson, pero prefiero mostrarme misericordioso y comprensivo con ellos, pobres, que tienen que "trabajar" en lo que sea para poder dar de comer a la familia, desechando su participación en productos dignos.

Claro que si van a porcentaje de taquilla, el atracón que se van a dar será de aúpa, porque 2012, "la película", está arrollando las taquillas de todos los países, según parece, lo que me reconforta en grado sumo, pues ya andaba preocupado por la salud mental de los españoles.

He de aclarar que mi presencia en "mi cine" obedeció al impulso de cinéfago impenitente por una parte; además, pensé que así tendría tema para comentar en este bloc de notas. Casi que el gasto resultó baldío, pues a punto estuve de dar una cabezadita a los diez minutos de iniciada la proyección y si me abstuve fue porqué imaginé que me pondría a roncar plácidamente porque una ligera alergia me obstruye estos días una fosa nasal.

No puse pies en polvorosa por dos poderosas razones que se entenderán claramente: no suelo hacerlo nunca, y además hubiera tenido que despertar al orondo señor sentado a mi vera, espatarrado como estaba, una siesta de dos horas que se marcó el tío.

En fin: a lo que vamos: Emmerich en esta ocasión se olvidó de construir cualquier personaje con gancho que pudiera suscitar interés; ni pizca; eso sí, para seguir la inveterada y preocupante costumbre del más moderno cine hollywoodiense, entre los caracteres contamos no con un niño, si no ¡con cuatro! a cual más tópico: dos buenos y dos gilipollas, hijos éstos de un ruso multimillonario con una amante que está de buen ver, apenas entrevista, eso sí, que la cinta es familiar.

Los nenes buenos son los hijos de Jackson Curtis (John Cusack: ¿notan la coincidencia en las iniciales? Es que Emmerich es un tipo listo y da mensajes subliminales, como luego veremos) que, mira por donde, está divorciado de la mamá, Kate (la cada vez más desaprovechada Amanda Peet) que tiene un medio lío oficial con Gordon (Thomas McCarthy), cirujano plástico que, mira por donde, es el que "construyó" a la amante del ruso.

¿Lo han entendido? ¿En serio? Porque si no, lo repito, que ya se sabe que estas tramas tan complicadas requieren calma y buenos alimentos.



Aviso: vienen spoilers a tutiplén.



¡No me digan que se imaginan que uno de los hijos de Jackson le llama precisamente Jackson en vez de papá!

Si ya han visto la película, podrían decirlo, y así me ahorro letras...

¿También se imaginan quien palma, al final de la pinícula? Si es que así no se puede sorprender a nadie...

Un montón de lugares comunes de escasa entidad y nula innovación son los pertrechos manejados por la parejita Emmerich & Kloser, más previsibles que la quiniela del mes pasado.

Pero lo que mola un montón son los efectos especiales: maquetas de yeso representando diversos monumentos emblemáticos de nuestro planeta van cayendo a causa de los temblores del globo terráqueo que ebulliciona porque los fotones provenientes de una excepcional tormenta solar se conducen como "un microondas" (sic) y calientan el núcleo terrestre.

Emmerich & Kloser no deben haber visto en vida un microondas y lo han confundido con un láser, ya que los fotones no perjudican a ninguno de los terrestres, fíjate.

Un terremoto gigantesco asola el globo terráqueo produciendo erupciones que lanzan al aire miles de bolas de fuego, pero no se preocupen, porque Jackson Curtis, además de escritor de dudoso éxito, resulta ser un excelente piloto de rallies y es capaz de sortear todos los obstáculos, incluso saltando con una limusina enormes socavones: un hacha, el tío, una destreza increíble, sólo comparable con la maestría del cirujano plástico que se beneficia a la esposa y ocupa su lugar paterno en el corazoncito del nene (aquel que llama a su padre por el nombre pila, ¿recuerdan?) quien, con seis clases de piloto en una Cessna, es capaz de pilotar un bimotor haciendo toda clase de maniobras inverosímiles hasta escapar de la lluvia de rocas refulgentes que asolan el aeropuerto de Los Angeles, cuya pista sólo se hundirá en grandioso precipicio así haya despegado el improvisado émulo de Chuck Yeager.

Que lo sepan: los primeros indicios que la cosa pinta mal se conocen en 2009, pero los gobiernos del mundo mundial, en conciliábulo, se lo callan y toman medidas. En tres segundos Emmerich & Kloser saltan de 2009 a 2012 cuando el mundo se va al garete. Al carajo.

¿Por un terremoto? ¡Nooooooo! Si es que hay que explicarlo todo: los movimientos de los continentes producen un tsunami, una elevación ingente de la masa de agua del globo, que va inundando todos los rincones del planeta.

Los gobernantes, avisados como estaban, se han cuidado de fabricar............ ¡tachán!

¡Unas arcas de Noé!

Unas arcas modernas, claro, que albergarán a las clases gobernantes y aquellos multimillonarios (como el ruso) que han pagado un millón de dólares por butaca.

O sea: que sólo van a salvarse los ricos capitalistas y unos cuantos "imprescindibles miembros de las clases dirigentes" para poder reconstruir la vida en el planeta.

Este planteamiento me dejó francamente patidifuso: en mi vida había visto una concepción tan clasista en una película destinada al gran público y me quedé sobrecogido cuando algunos jovenzuelos con tarifa plana en sus neuronas aplaudían a rabiar cuando en las inanes acciones se salvaban los buenos y palmaban los antipáticos.

El mensaje subliminal ofrecido por esos dos pseudo guionistas es deleznable y vomitivo: entre inacabables escenas tremendistas realizadas con efectos especiales que resultan ilógicos, increíbles y cansinos, meten con calzador la repugnante idea que es normal y lógico que los gobernantes se cuiden de salvarse a sí y los suyos dejando al ciudadano medio en la estacada, abocado a una muerte segura.

Desde mi punto de vista, la extraña complacencia con que el producto ha sido acogido y ensalzado en un boca-oreja particularmente insólito, el producto final resulta controvertido ya que deja a la altura del betún a quienes teóricamente se preocupan por el bien común de los que les han confiado tal responsabilidad, actuando fraudulentamente y sin compasión, una conducta elitista que desprecia a los que se hallan fuera del reducido círculo del poder.

Me encantaría leer las opiniones de sociólogos y politólogos que hayan podido superar con salud el trance de ver este engendro, porque francamente, me quedo con la duda respecto a la verdadera intención de Emmerich & Kloser.

De lo que no tengo ninguna duda es que la maquinaria mercadotécnica se ha perfeccionado muy por encima de las virtudes que uno busca en una sala de cine, consiguiendo que un bodrio de enormes dimensiones obtenga recaudaciones multimillonarias en un anunciado multi estreno.

Si pueden ahorrársela, harán bien.

Tráiler




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dimecres, 18 de novembre del 2009

MJQ






Ha querido la casualidad que haya encontrado un par de entradas usadas hace ya veinte años: dos butacas correspondientes al Palau de la Música de Barcelona, del día 5 de noviembre de 1989, concierto inaugural del Festival de Jazz de Barcelona, en una época en la que todavía los festivales de Jazz eran de Jazz.

John Lewis al piano, Milt Jackson al vibráfono, Percy Heat al contrabajo y Connie Kay a la batería eran los componentes del archifamoso Modern Jazz Quartet.

Todavía se me eriza el vello de la emoción que causaron al respetable que abarrotaba el Palau, cuando, adelantándose John Lewis, dijo en un pausado inglés:

"Hemos estado ensayando esta tarde y nos ha parecido que esta sala tiene una acústica fabulosa. Así que, si no les importa, vamos a dejar los micrófonos a un lado y tocaremos sin aparatos eléctricos ni altavoces."

Un aullido de aprobación apenas ensordecido por miles de aplausos frenéticos precedió al concierto, inolvidable.

Un grupo dedicado al Jazz en cuerpo y alma, capaces aun, a su avanzada edad y después de muchos años, de maravillarnos con su especialísima forma de tocar, de improvisar, de mostrarse genuinamente auténticos.

La insaciable parca se los fue llevando de uno en uno, y ahora tan sólo nos queda el recuerdo de una sesión memorable y unos cuantos vinilos. Y, por suerte, también algún que otro vídeo.

He hallado algunos de aquella época en los que se puede todavía disfrutar de algunas de la composiciones que pude escuchar en vivo y en directo, sin más intermediario que el aire y la emoción del momento.

Ahí van:


Golden Striker


Rocki'n in Rythm


Bags Groove


It don't mean a thing


A Day in Dubrovnik

PARTE 1


PARTE 2


Espero que los hayáis disfrutado.




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dilluns, 16 de novembre del 2009

Un hombre y su perro




Estoy aquí sentado con los dedos golpeando el teclado, un sábado 14 de noviembre de 2009.

El rápido contacto de mis huellas dactilares con las diferentes letras me retiene al hoy, pero mi memoria se ha trasladado a una fría mañana de hace ya treinta y cinco años: apenas clarea el día cuando, después de haberme preparado el bocadillo para luego y tomando mi acostumbrado tazón de café con leche a modo de desayuno, oyendo distraídamente la radio, la inconfundible voz de Don Pollo, si acaso más emocionada que de costumbre, va y me suelta de sopetón:

Ayer, 13 de noviembre de 1974, falleció Vittorio De Sica.

Mala forma de empezar un día gris que amenazaba lluvia.

Durante la hora que conduje mi Seat Seiscientos D hasta llegar a la facultad rememoré las varias películas del Maestro que había podido disfrutar en la televisión (sí: antes, en la tele, aunque sólo en blanco y negro, ofrecían cine de calidad) y, llegado a mi destino, confieso ahora, al cabo de tantos años, que hice una gamberrada: grabé con la llave en la madera del banco:

13/11/1974 Ha muerto un genio: Vittorio De Sica.

Nunca más he grabado nada en parte alguna. Supongo que aquella bancada habrá desaparecido hace años y mi inscripción se quedó convertida en cenizas o serrín, pero el sentimiento de pérdida de aquel día permanece en mi ánimo cuando repaso alguna muestra del virtuoso renacentista que para mí sigue siendo De Sica, enorme cineasta tanto en su vertiente de actor como en la de Director.

En la Italia de la posguerra fructificó el ingenio de forma notabilísima y una muestra la hallamos, todavía, en una serie de películas ya clásicas que conforman la corriente cinematográfica denominada como neorrealismo.

Uno de los ideólogos de aquel movimiento artístico fue Cesare Zavattini, quien junto con De Sica construyó buena parte de la mejor historia del cine italiano del pasado Siglo XX. No hay más que comprobar las fichas de ambos para quedarse uno extasiado ante la cantidad ingente de buenas películas en las que ambos aparecen, Zavattini como guionista y De Sica como actor y Director a lo largo de casi diez lustros.

Dedicar un simple comentario a la filmografía de De Sica sería empequeñecer su figura y, habiendo como hay suficiente información al alcance de un click, prefiero detenerme en una obra que en su estreno pasó sin pena ni gloria, cuando no desapercibida: una película que hace muy poco he visto por primera vez; no recuerdo su pase en televisión y no me extraña nada su poca difusión, porque no es una obra amable salvo en su propia identidad de pieza artística única.

En 1948 el binomio De Sica - Zavattini alumbraron una pieza que permanece como señera del movimiento neorrealista, Ladri di biciclette, con una carga emocional muy fuerte, dando muestra de lo que eran capaces de hacer con una buena historia y pocos elementos.

Pero fue cuatro años más tarde, en 1952, cuando en opinión de quien suscribe, el dueto de guionista y Director alcanza la cima de su arte y me alegra constatar que, para De Sica, que la dedicó a su padre Umberto De Sica, la película que al fin se tituló como Umberto D. era una de sus preferidas: a la sorpresa inicial por el rechazo que generó en su estreno, Vittorio añadió la satisfacción de verla reconocida con posterioridad.

La trama básica no puede ser más sencilla: un hombre, un tal Umberto Domenico Ferrari es un funcionario jubilado con una paupérrima pensión que no le alcanza para sobrevivir; está solo en el mundo, sin otra compañía que su perro Flaik; ni hermanos, ni hijos: nadie que le acompañe en su mísera vejez.

De Sica pretende y consigue presentar una historia con un realismo angustioso; como ya hizo en su precedente, se vale de un intérprete principal que no es un actor profesional: Carlo Battisti, nacido en 1882, contaba ya setenta años de edad; era un jubilado por suerte con mejor fortuna que su personaje cinematográfico: lingüista de profesión, tenía un cierto renombre en su ambiente y trabó conocimiento con De Sica de forma casual, en una conferencia: pero nunca había dedicado ni un minuto de su vida a actuar.

Uno no puede menos que acordarse de frases tópicas imputadas a célebres Directores de Cine de las que se desprende el poco aprecio a los actores profesionales; es curioso que De Sica, gran actor a su vez, recurriera con premeditación a un inexperto total para cargar sobre sus hombros la totalidad de las escenas con las que construye una película inolvidable.

Una película muy dura, difícil de digerir. Desasosegante en grado sumo.

Umberto tiene que conseguir como sea 15.000 liras para impedir que su casera, a la que conoce desde niña, le ponga de patitas en la calle. La habitación donde vive es pequeña y desastrada; un día, cuando vuelve de una manifestación de jubilados que reclaman un aumento en sus pensiones, se encuentra con que en su cama está retozando una pareja de desconocidos. La criada de la pensión, María (María Pía Casilio, un descubrimiento de De Sica, otra novata con gran fuerza en pantalla), le indica que la casera cobra 1.000 liras por hora a la pareja que ocupa su cuarto. Además, María, otra víctima de la pobreza, declara estar encinta de tres meses de un soldado, sin saber de cual; se cierne sobre ella el despido, así que la casera sepa lo del embarazo.

Umberto y María mantienen una relación paterno-filial de bajo perfil, cada uno preocupado por su futuro, nada halagüeño.

De Sica refuerza la soledad en la desgracia de Umberto al mostrarnos los variados intentos de éste buscando ayuda en diferentes personajes que le atienden amablemente pero que prácticamente se dan a la fuga así que ven venir, tras circunloquios civilizados, la solicitud de auxilio. Apenas 2.000 liras de préstamo, unos libros malvendidos, un reloj depreciado por la necesidad del vendedor y la avaricia del comprador: buenas palabras, palmadas en el hombro y pies para que os quiero.

De Sica retrata una sociedad romana que deviene en universal. El abandono por la administración del cuidado de aquellos que ya no sirven para trabajar. La falta de solidaridad de todos aquellos que dan la espalda al desafortunado Umberto. Un paisaje humano desolador sin atisbo de esperanza, detallado con frialdad por una cámara que, alejándose de caligrafías sensibleras, muestra desnuda el alma de todos aquellos que se posan ante su objetivo.

No hay en esta película momentos que podamos catalogar como sensibleros; no hay búsqueda de la emoción ni ataque al lacrimal como en su antecesora El Ladrón de Bicicletas, pero De Sica consigue agarrotarnos profundamente en un acto desafiante de pesimismo realista, poniendo sobre la mesa unas cartas que nadie sabe como jugar.

Apoyándose en el excelente trabajo de cámara de Aldo Graziati, De Sica se detiene en detalles nimios del escenario, coadyuvantes del fresco que presenta: un lienzo social abatido por la necesidad, donde la desgracia de uno cae en el olvido de quienes aun no han llegado a su situación. La soledad y desesperanza del protagonista levantó no poco revuelo en la Italia de mediados del siglo pasado; no hay un final acomodaticio que resuelva el dilema sufrido por aquellos que se ven abocados a la pobreza después de años de trabajo.

Umberto, en su dignidad, se verá incapaz de solicitar limosna como muchos otros pedigüeños que asaltan a voces a los viandantes más favorecidos por la vida:



(Esta escena el amable lector habitual de este bloc de notas la debería imputar a la mini sección ESD. Prueba de la maestría cinematográfica del gran Vittorio)

Umberto no puede pedir: su amor propio, su orgullo de una vida dedicada a trabajar le impide comprender en todo su alcance como ha venido en desgracia él, Umberto, funcionario jubilado, que, declara, jamás ha dejado impagada una deuda, y ahora se ve, desesperado, falto del sueldo imprescindible para vivir con dignidad, pasando toda clase de penurias para subsistir.

Hay una escena que por sí sola es un mosaico de sentimientos: cuando después de una estancia en el hospital vuelve a la pensión, María le cuenta que el perro, Flaik, escapó. Umberto, desesperado, se gasta parte del poco dinero que tiene en un taxi, apresurando al chófer para llegar de inmediato a las dependencias municipales de recogida de perros; le informan que a los tres días, si nadie los reclama, les dan gas letal. El sufrimiento de Umberto por la suerte de Flaik es enorme, pues ignora cuando escapó ni cuando lo pudieron enlazar los perreros.

Un hombre viejo le antecede en la cola ante el funcionario: el hombre ha reconocido a su perro y el funcionario le informa que debe pagar 450 liras. Si no paga, matan al perro.

De Sica, con un primer plano del rostro de ese anciano desconocido borda una elegía en la pantalla.

Resulta impresionante comprobar cómo De Sica obtiene de tantos intervinientes anónimos la representación ficticia de sus personajes: dotado evidentemente de un ojo clínico para configurar un reparto con gentes que nunca han actuado, sería interesantísimo conocer cómo se las compuso para dar instrucciones a Carlo Battisti, que consigue soportar en su representación de Umberto la carga emocional de semejante película.



En menos de hora y media, De Sica remueve conciencias y clama por una situación injusta propiciada por la desidia del Estado que abandona a sus mayores. Lo que tradicionalmente había sido considerado un honor más que un deber, el cuidar de los ancianos, convertido en una carga que nadie quiere. Una historia punzante, dramática como pocas, sin un segundo de transición ni descanso. Un alegato social impresionante que, a poco que uno lea las noticias , comprueba que pertenece, todavía, a nuestro tiempo.

No hay más que darse una vuelta por las calles de las grandes ciudades y saber que el aumento de longevidad actual ha producido el incremento de hermanos gemelos de ese Umberto que tan sólo tiene como compañero fiel a su perrito Flaik, al que dará de comer las escasas sobras de su plato de judías de un comedor de beneficencia. Gentes que ven como sus pensiones se incrementan anualmente por debajo del precio real de la vida, gentes que, no disponiendo de vivienda propia, tampoco se hallan en situación de abonar alquileres muy por encima de sus ingresos.

La falta de disponibilidad de vivienda social era un problema en la Italia de la posguerra y, a lo que parece, la sociedad en la que vivimos aun tiene pendiente de solventar el problema, de modo que esta película del gran Vittorio De Sica no tan sólo no ha envejecido nada, si no que, lamentablemente, su alarido de protesta por una justicia social sigue vigente.

Por eso, el cinéfilo consecuente hará bien en no esperar verla en la televisión: hacía mucho tiempo que no veía una película tan dura, tan políticamente incorrecta. Si la estrenaran mañana, volvería a ser un fracaso de taquilla, porque uno no puede salir contento después de verla: hay verdades que duelen, y Umberto D. es una de ellas.

Imprescindible, naturalmente. Y en versión original.


p.d.: Jean-Paul Belmondo protagoniza un refrito que se estrenó a primeros de este año en Francia, curiosamente con el título inicialmente previsto por De Sica. Y parece ser que hay otro refrito en proyecto. Espero sinceramente, que los productores de ambos refritos paren en la ruina, por temerarios y por perder el tiempo intentando emular lo inimitable.





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divendres, 13 de novembre del 2009

TC (1) My Best Friend's Wedding




Hay una parte de toda película que los cinéfagos (especie humana que suele aparecer por este sitio) suele tener en consideración de una forma harto inconsciente: los títulos de crédito.

A todos nos gustan o no, dependiendo de múltiples factores, pero casi siempre nos interesan en conjunto, como parte del todo, aunque luego no hablemos de ellos para nada.

Ya va siendo hora, me ha parecido, que, de vez en cuando, demos un vistazo a algunas de esas pequeñas introducciones que predisponen el ánimo del espectador ávido de nuevas y placenteras sensaciones que nacerán de la maravilla de la pantalla.

Cierto que en ocasiones los títulos son inanes y en otras, llegan a superar lo que vendrá después.

Como sea, no viene mal, de vez en cuando, refrescar la memoria.

Con este empeño nace una nueva mini-sección de este bloc de notas.

No estarán todas las que son, pero confío que sí sean todas las que pueda ir insertando con el permiso de youtube, que ya me ha dado la primera en la frente, pues la que tenía preparada para el estreno ha desaparecido del mapa. En fin...

Ahí va el estreno:


Ani Difranco canta la conocida canción Wishin' And Hopin' de Burt Bacharach y Hal David en los títulos de crédito dirigidos por Wenden K. Baldwin quien contó con la coreografía de Toni Basil para introducirnos en la famosa comedia romántica My Best Friend's Wedding
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dimecres, 11 de novembre del 2009

YA VIENE SEMLOH KCOLREHS



Estamos ya en el mes de noviembre y quien más quien menos, por estos pagos, se ha comido unos boniatos y unas castañas.

Resulta curioso que esos ¿manjares? unidos a la costumbre, tengan también una connotación despectiva, el primero quizás por su apariencia malformada, nunca regular, y la segunda, según define la Real Academia , puede servir incluso para calificar algún que otro producto cinematográfico.

Hay quien se inclina por dar la vuelta al calcetín sin pensárselo mucho.

Por ejemplo, éste de la foto de al lado.

Este ha decidido que ya era hora de abandonar su costumbre de realizar películas "elitistas" y entrar de lleno en terrenos "más populares", como si su carrera cinematográfica albergara en su seno un cúmulo ingente de películas concienzudas, serias, más propias de las antaño denominadas "Salas de Arte y Ensayo", eufemismo que algún dia habrá que tratar con calma y un poco de humor.

El humor es algo que puede ser revolucionario, brillante, exótico, inteligente y mordaz.

Pero también puede ser zafio, vulgar, estúpido y deleznable.

Ando, como quien dice, con la mosca detrás de la oreja, casi que cabeza abajo.



Aunque quizá deba ponerme a practicar un poco de yoga para relajarme, tal que así:




Y todo, para poder extasiarme ante un producto que aparecerá tarde o temprano en "mi cine", seguramente en uno de esos hiper multitudinarios estrenos multimediáticos de un billón de salas al unísono, una fiebre devoradora de cerebros planos que, como el tipo de la foto del inicio, descubrirán a uno de los más grandes y queridos personajes de ficción gracias a su presentación en la pantalla blanca. Claro que el tipo ése no tiene pudor alguno en afirmar, seriamente, que él hizo el descubrimiento gracias a cintas de cassete, cuentos para niños.

Para niños que, pudiendo, preferían escuchar a leer. Algo que jamás podré entender.

Esto es una muestra de lo que, bien preparado con una sesión previa de relajación, puede que vea a primeros del año próximo:

Vídeo promocional


Y esto es lo que dice el orgulloso menda, autor del experimento

Espero poder verlo y aguantarlo.

Incluso puede que me guste. Aunque no estoy muy seguro.

Hagamos una encuesta:¿Me va a gustar? ¿O no? ¿Y porqué?

¿Resultará ser un boniato, una castaña, o un panellet?

Continuará.....






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dilluns, 9 de novembre del 2009

Amor por encima del sexo





Vaya por delante que, como cinéfilo impenitente, en demasiadas ocasiones soslayo la oportunidad de disfrutar de películas genuinamente españolas, quizás escaldado por algunos productos de baja estofa y escasa consideración que he padecido.

Como uno no es ni mucho menos perfecto, con el tiempo adquirí una desconfianza que me aleja de la pantalla ocasionalmente y que, seguramente, me priva de películas interesantes.

Huyendo de las generalizaciones, nunca me atrevería sin embargo a descalificar como un todo deleznable la cinematografía patria, porque he tenido la suerte y el placer de asistir a estrenos que, con el tiempo, resultan episodios añorables.

Precisamente el otro día, repasando Una Jornada Particular, en la que Mastroianni interpreta perfectamente a un personaje homosexual, me vino a la mente otra película en la que otro gran actor, con anterioridad, realizó una gran actuación.

Corría el año 1971 cuando Jaime de Armiñán y José Luis Borau, guionistas y directores de cine ambos y a pesar de ello grandes amigos, tuvieron una idea para una película: una historia, una trama que, de inmediato, perfilada que fue, les llevó a la convicción que sería muy difícil pudiera obtener los permisos de la censura todavía existente en los últimos años del franquismo, aquellos iniciales setenta que veían a los españolitos de toda condición agarrar el coche y cruzar la frontera con Francia para poder ver allí, en muchísimos cines, películas que en España estaban prohibidas, la mayoría por causas de contenido sexual explícito. Pueblos fronterizos de mala muerte disponían de cantidades desproporcionadas de salas de cine que se abarrotaban los fines de semana de españoles que iban al cine y luego a jugarse los cuartos en casinos de juegos también prohibidos. Las tetas, los culos y el black-jack, una mixtura de la que algunos hacían gala haber degustado.

Así las cosas, conseguir que la censura admitiera un guión en el que se hablara de un cambio de sexo, era una misión imposible a priori. Pero esos dos, Arminán y Borau, se las sabían todas, bregados c
omo estaban ya: no eran unos novatos y supieron revestir de seriedad y austeridad un guión que, como tantos otros que han pasado a la historia del Cine Español con mayúsculas, oculta cargas de profundidad.

Jaime de Armiñán se ocupó de la dirección de la película y José Luis Borau de ayudarle en la tarea. Uno se pregunta si se lo hicieron a suertes, a cara o cruz, a los chinos, o fue una decisión consensuada. Da igual.

Mi Querida Señorita, estrenada en 1972, consiguió más de dos millones de espectadores. Según cuenta el propio Armiñán, ambos guionistas escribieron el personaje principal pensando desde el primer momento en el actor José Luis López Vázquez, tristemente fallecido hace pocos días. Al principio, López Vázquez se mostró entusiasmado con el proyecto, pero conforme se avanzaba en la pre producción, incluso pasada la censura del guión, le entró el canguelo en el cuerpo, por lo que anunció a ambos colegas que no se veía capaz de interpretar el personaje que para él habían escrito.

La respuesta de ambos fue unánime: sin ti, José Luis, no hay película. Y abandonaron el proyecto. Dos meses estuvo López Vázquez llamando por teléfono a Borau y éste nunca atendió sus llam
adas. Hasta que López Vázquez, consciente de la oportunidad, se presentó en las oficinas y dijo: lo haré. Fue una suerte. Para él, y para todos.

Los temores del actor eran comprensibles porque a pesar de ser conocido por sus muchísimas intervenciones en farsas y comedietas alocadas -y algún producto serio- era la primera ocasión en que se iba a tratar de forma seria una cuestión que, no por incierta, apenas tenía eco en aquella sociedad apretujada entre pañolones salva escotes y un machismo convertido en demasiados casos en una norma de comportamiento social. Una cosa era travestirse de mujer en plan de coña, como broma, y otra muy diferente interpretar a una mujer. Y una mujer muy especial, además.

Adela Castro Molina (José Luis López Vázquez) es una cuarentona célibe de una ciudad provinciana que vive sola; tiene un capitalito, cuatro fanegas y un Seat 600 que maneja a trompicones y una asistenta, Isabelita (Julieta Serrano) que se desvive por su señorita sirviéndola con atención y cariño.

Adela es una mujer poco agraciada, chapada a la antigua; forma parte de "la sociedad" de su ciudad y abomina de las nuevas modas como la minifalda; su educación trasnochada le hace ver peligros en todas partes. Un viejo amigo, Santiago (Antonio Ferrandis
), regresa a la ciudad como nuevo director del banco donde Adela tiene depositados sus dineros y, de sopetón, Santiago le propone matrimonio.

Pero Adela tiene un secreto; un secreto que ni ella misma sabe. Adela pide consejo al párroco (Enrique Ávila), sacerdote mucho más moderno que ella misma, confesándole que nunca ha mantenido relaciones sexuales y que, además, debe afeitarse cada día, desde los diecisiete años. El cura le recomienda que vaya a ver a un médico en Zaragoza. El doctor (José Luis Borau, en un cameo) le hará saber que ella, Adela, no es una mujer cualquiera. De hecho, es un hombre.

Esos dos amiguetes cineastas, Armiñán y Borau, presentan con mucho valor una historia que, en aquella época, entraba de lleno en el reino de los tabúes. En una sociedad sexualmente reprimida como era la España de las postrimerías franquistas donde todavía había quien tildaba de putas a las mujeres que osaban mostrarse en biquini en las muchas playas del país -en ocasiones usando el eufemismo de "gilda" (claramente en referencia a la película donde Rita Hayworth levantaba pasiones)- hablar de la posibilidad que en un cuerpo de mujer anidara un hombre era una quimera, una cosa rara que sólo podía suceder en sociedades extranjeras, más depravadas que la nuestra, como si las colas en las fronteras los fines de semana para ir al cine no existieran.

Esos dos resabiados cineastas, escaldados, ni siquiera se atrevieron a plantear una historia al revés, la de un hombre anidando una mujer, porque de plano se hubiera rechazado el guión con peligro, además, de verse ante el nefando TOP

Pero de forma muy inteligente Armiñán y Borau introducen en la trama la expresión de una idea atrevida que cuando la vi en su estreno ya me impactó y ahora, pasados tantos años, me sigue pareciendo de una habilidad extremadamente notable.

El contrapunto de Adela es Isabelita. Porque Adela, reconvertida en Juan, huye, sin papeles que acrediten su cambio de sexo, y se refugia en el esperado anonimato de la gran ciudad, Madrid. Y allí se encuentra con Isabelita por casualidad. La chica sigue igual, pero ella (Adela) ya no es ella: ella, ahora, es él (Juan). Y Juan "sigue" enamorado de Isabelita. Los sentimientos de Adela, que eran su sufrimiento, encontrados con su férrea educación reprimida y represora, fluyen de forma ahora natural para Juan. Pero, ¿y los de Isabelita?

Armiñán filma con sencillez toda la trama, usando primeros planos muy expresivos que permiten comprobar las excelencias de la interpretación de José Luis López Vázquez (auxiliado en la primera parte del metraje por la colaboración de la gran actriz de doblaje Irene Guerrero dobladora de, entre otras, Bette Davis, Marlene Dietrich, Tallulah Bankhead y Judith Anderson) que sabe enfatizar con muy pocos gestos los estados anímicos de su complejo personaje, en una actuación impresionante, muy alejada de sus histrionismos cómicos en tantas comedias y farsas.

Claro que Armiñán contó con la colaboración de dos grandes artistas como Luis Cuadrado y Teo Escamilla moviendo la cámara con eficacia y manteniéndola en planos medios la mayoría del metraje, logrando una cercanía con el personaje que permita al espectador empatizar rápidamente con ella/él siguiendo todos los obstáculos y desventuras que le harán sufrir. Un sufrimiento interior, derivado de la locura de identidad que supone cambiar de sexo cumplidos los cuarenta; un pánico a la respuesta de la sociedad que provoca su alocada huida sin documentación, convirtiéndose de señorita de la buena sociedad en individuo marginal bordeando la pobreza; un nuevo individuo que renace, como el ave fénix, de sus cenizas. Pero con una atadura a su pasado: Isabelita.

Isabelita, su pasado, su pasión, su futuro.

Si complejo es el personaje de Adela/Juan, no menos complejo es el de Isabelita, ya que alberga en su corazón un sentimiento nuevo, revolucionario: un amor que se situará por encima de la condición sexual de su objeto: ella ama a Adela y después ama a Juan sin solución de continuidad: no le importa el sexo de su ser amado. Su punto de vista es mucho más atrevido, por inusual, que el de Adela/Juan, porque ella permanece enamorada de la misma persona; para ella, la condición sexual de su ser amado carece de importancia; lo que acaba siendo un amor heterosexual empezó siendo un amor lésbico, pero a ella no le afecta: es la máxima expresión de amor puro que se hubiera visto jamás en un cine que no por nada se adjetivó como carpetovetónico y tan sólo la sutileza de la presentación permitió que la censura ni se diera cuenta, como apunta Armiñán en el dvd de la película, de lo que estaban contando, porque evidentemente en aquellos años un amor lésbico no podía presentarse en pantalla.

Julieta Serrano realiza una actuación memorable y tuvo la mala suerte que enfrente tenía un gran actor con un personaje bombón, pero es de justicia señalar que, sin la medida interpretación de Julieta, la película no sería igual: el alegre cariño e ilusión que desprende cuando está con su ser amado es la base del éxito de la película y no hay duda que Armiñán y Borau así debieron pensarlo, al otorgarle a ella la última frase, reveladora de la fuerza de su personalidad, casi un atrevimiento suicida en aquellos tiempos pasados en los que la inteligencia de los guionistas españoles jugaba al gato y al ratón con la censura y hacía guiños memorables a los espectadores que disfrutaban de un cine que les respetaba.

Armiñán cuida mucho los detalles del maquillaje de su protagonista y vale la pena estar al tanto de ello en una revisión afortunada para percibir el mimo con que se filmó la película; es una lástima que en la post producción el resultado visual perdiera el tono original, porque el revelado del negativo a positivo permanece con esos tonos tan lamentables de muchas películas españolas de la época, cuando los colores refulgían en otras cinematografías; supongo que sería cuestión de presupuesto; ello no empece a que el ritmo mantenido sea apreciable y la atención del espectador permanezca pendiente sin respiro ya que no hay lagunas ni lapsos en la historia que se nos cuenta de forma brillante, consiguiendo interesar de principio a fin, demostrando Armiñán que en menos de hora y media se puede contar una historia densa y compleja, amén de mostrar perfectamente unos personajes con psicologías nada habituales de forma creíble incluso para la época en que se presentó el resultado final en los cines.

La película tuvo un éxito inmediato, siendo nominada a los Oscar como mejor película extranjera, perdiendo, injustamente en mi opinión, frente a otra que también podríamos considerar "nuestra", por su director, pero cosechó diversos galardones, como puede verse aquí

En definitiva, una película que retrata con fidelidad una época pasada pero que, me temo, podría estrenarse hoy mismo sin haber perdido mucha actualidad; en mi opinión ha envejecido muy bien, convirtiéndose ya en un clásico del cine español, totalmente imperdible para el cinéfilo, bien para descubrirla, bien para revisar con añoranza un producto de cine bien hecho.

Y una oportunidad de comprobar que en España también han existido grandes actores: José Luis López Vázquez da un verdadero recital de contención gestual y una clase magistral de expresión corporal ajustada a su ambivalente personaje, al extremo que, según contó luego él mismo, cuando George Cukor (excelente director de actores, como ya he repetido varias veces) vio con retraso esta película, aprovechó una estancia en Madrid para visitarle en su camerino del teatro para pedirle disculpas por haberle ofrecido un papel secundario en Viajes con mi tía y le propuso irse a Hollywood; López Vázquez declinó la oferta, por su desconocimiento del inglés; nunca sabremos si su decisión fue o no acertada, pero ello permitió que siguiera cerca nuestro, y este comentarista tuvo la fortuna de verle y disfrutar de su arte en Cena para Dos, de Santiago Moncada, con Irene Gutiérrez Caba, en el Teatro Goya de Barcelona.

Curiosamente, 1972 fue un año que marcó la carrera de López Vázquez, pues en su opinión, sus dos mejores interpretaciones, las más queridas, fueron la de esta película y la del hombre encerrado en La Cabina, que ya comenté en los inicios de este bloc de notas.




Videomuestra







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