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dilluns, 30 de maig del 2011

Jacy, de Anarene, Texas




Algunas películas vienen a ser como una olla a presión: las estás viendo tranquilamente y parece que no pasa nada: su tempo cinematográfico es moroso y los diálogos se suceden sin que haya grandes debates entre los personajes y cuando aparece el rótulo de cierre te quedas como absorto, pensativo y con la sensación que has perdido el tiempo.

Te levantas, das cuatro pasos y sientes que algo va a explotar en tu cerebro porque hay una serie de ideas que han calado hondo y pugnan por salir y un silbido estridente alivia la presión que a fuego lento, casi imperceptible, ha estado calentando tu ánimo.

Luego te das cuenta que la película, sin aspavientos, calladamente, ha conseguido su objetivo. Y gozas de ella embriagado por su ausencia y la fuerza de tu memoria.





Jacy Farrow es una belleza a punto de abandonar la adolescencia que vive con sus padres en el pueblo de Anarene, muy cerca de Wichita Falls, en Texas; su madre, Lois Farrow, sigue siendo muy guapa a sus cuarenta años, aunque su marido apenas le hace caso y ella se entretiene con Abilene, el hombre de confianza de Mr. Farrow.

Jacy está medio enamorada de Duane Jackson que es el mejor amigo de Sonny Crawford y ambos son un desastre jugando al fútbol americano y todos en el pueblo de Anarene les miran con reproches porque saben pasar la pelota pero no saben placar al contrario.

Placar: detener al contrario usando la fuerza.

No son chicos violentos: no saben placar ni les importa un ardite.

Sonny mantiene con Sam "El León" una relación especial, como si Sam fuera su tutor, ya que su padre no interviene en su vida.

O eso se supone, porque nos falta información. De hecho apenas si sabemos nada de nadie: sólo retazos, momentos de vida, instantes que pasan, recuerdos tibios.

Más que un rompecabezas un caleidoscopio social que nos aseguran vive en los páramos secos, ventosos y polvorientos de Anarene, Texas, a mediados del siglo pasado, durante el curso escolar de 1951-1952.

Peter Bogdanovich, cinéfilo hasta el tuétano, un buen día vio en un quiosco un libro que le llamó de inmediato la atención por su título: The Last Picture Show. En la contraportada se explicaba que su autor, Larry McMurtry, pretendía explicar el tránsito de la adolescencia a la edad adulta de un grupo de jóvenes texanos, datos autobiográficos que nada tienen que ver con el cine, por lo que Bogdanovich desestimó siquiera leer el libro.

Por una serie de casualidades acabó decidiéndose no tan solo a leerlo si no que, además, se puso en contacto con el autor y entre ambos escribieron el guión de una película que por supuesto se tituló The Last Picture Show (1971) estrenada en España con el título de La última película.

Bogdanovich era casi un novato en las lides de dirigir pero tenía buenos amigos que le aconsejaban bien y un talento natural para entender la mejor forma de plantear una película.

Siendo joven y talentoso y sin una fama que perder Bogdanovich adoptó no pocos riesgos: decidió rodar la película en blanco y negro aunque, eso sí, en formato ancho, 1,85:1 y se proveyó de un plantel de desconocidos con el apoyo de algún veterano ilustre y de solvencia contrastada.

Imagino que a McMurtry se lo debían llevar los demonios cuando veía como Bogdanovich iba creando el guión definitivo, porque con el clarísimo objetivo de ofrecer datos importantes se abandona la inserción de explicaciones que puedan alargar la narración.

Ello exige del espectador una predisposición a contemplar el todo sin entrar en detalles que Bogdanovich precisamente no ofrece porque evidentemente no le interesan: busca la trascendencia obviando lo mínimo dirigiéndose con fuerza a confeccionar un prototipo que perdure.

Así, sabemos que Sonny no es huérfano -al menos de padre- porque en una escena, mediada la película, se encuentra con su progenitor en la celebración popular de las navidades: se tratan como simples conocidos, apenas corteses.

Lo que si sabemos de Sonny es que está estudiando en algún colegio, que se gradúa, y que, como casi todos sus compañeros, no tiene futuro: que es un buen tipo, pero es pobre y tiene que trabajar en lo que sea para sobrevivir. ni siquiera sabemos donde vive ni con quien. Parece muy solo.

De Jacy sabemos que vive con sus padres en una linda casa. Jacy cifra su futuro en conseguir un buen marido. Su madre, Lois, no acaba de creerse que Jacy siga siendo virgen viendo lo hermosa y apetecible que es su niña. Le recomienda que se busque un buen marido. Ambas parecen estar muy solas.

Sonny de forma consciente o no busca en Sam "El León" el sustituto de la huidiza figura paterna. Sam, que enviudó hace tiempo y mantuvo un romance con una joven casada hace años, también se siente solo.


Bogdanovich construye con pulso firme un fresco constituido por diferentes escenas que tienen como elementos básicos el sexo, la soledad y la búsqueda de una salida de la rutina que apresa los personajes en el cuadro compuesto por páramos desiertos, vientos racheados y un futuro incierto.

Rueda en un blanco y negro expresivo con la colaboración de Robert Surtees y el uso de grandes angulares que recogen la inmensidad de los espacios acrecentando la sensación de soledad en los exteriores e incrementando la profundidad de foco en los planos medios y cortos.

En ese ambiente áspero, rudo y seco Bogdanovich escribe cuidadosamente con su cámara la historia de unas gentes al borde del fracaso: los jóvenes se inician sexualmente con sus mayores: la bella Jacy se entrega al amante de su madre que, al saberlo, ni siquiera se escandaliza porque ve en su hija la repetición de sus propios errores: hay un hálito de fatalidad indolente en casa de las Farrow admitiendo una predeterminación increíble, asumiendo el fracaso de la dependencia expresado en un matrimonio de conveniencia.

Y Sonny se dejará seducir por Ruth Popper, la esposa de su entrenador de baloncesto: Ruth, también, es una mujer malcasada que se siente sola.

A pesar del mimo con que Bogdanovich filma sus personajes su escritura es acerada y disecciona sin piedad ese grupo de adolescentes y adultos que conviven en medio de ninguna parte: resulta un paisaje humano desolador que impregna de profunda tristeza la narración porque a la falta de futuro real de los jóvenes en el lugar donde viven, pueblo decrépito en declive, se añade la falta de ejemplo motivador en los adultos inmersos en una red de apariencias y adulterios conocidos; la soledad del individuo rodeado de gente aunque no de multitud; la falta de fuerza y convicción para cambiar; la huída del joven Duane al ejército que le llevará a una contienda; la convicción de la bella Jacy que únicamente entregando su belleza conseguirá salir del poblacho con un buen marido significa la rendición del futuro confiado al esfuerzo ajeno desestimando el propio, conclusión tan desoladora como la entrega de la juventud de Sonny a la soledad marital de Ruth.

Bogdanovich además de escribir muy bien con su cámara dirige a sus intérpretes con convicción y sabe aprovechar las miradas nuevas de los inexpertos tanto como sugerir a los expertos las sensaciones que les permiten realizar unos trabajos sensacionales.

Una película pues que no tan solo ha soportado el paso del tiempo perfectamente sino que, además, ha mejorado ostensiblemente, pues su propuesta arriesgada en la forma no ha perdido valor y su contenido, tomado el foco en un microcosmos tan lejano, permanece inalterado en el fondo: imperdible para el cinéfilo que no la haya degustado y para quien la vio hace tiempo, ocasión perfecta para refrescarla y paladearla como si de una buena copa de vino añejo se tratara: con calma y fruición.



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divendres, 27 de maig del 2011

Examen de Cinefilia (Parte XLIV)



No ha sido ni mucho menos fácil, en un día como hoy, 27 de mayo, hallar una excusa para presentar a los amables lectores un nuevo acertijo con el que puedan pasar un ratito mesándose los cabellos y maldiciendo en arameo el momento en que se les ocurrió dar un vistazo a este bloc de notas.

Pero como estamos a fin de mes (por mucho que alguno que yo me sé proteste con vehemencia) hete aquí que, con gran dolor y esfuerzo, paso a proponer un sencillito enigma.





Se trata de averiguar la identidad de una persona que, en realidad, considero demasiado famosa para ser objeto de un malvado entretenido pasatiempo destinado a motivar la neurona cinéfila.

Una persona cuya trayectoria en el mundo del cine es tan notoria que me ha causado enormes dificultades para proponer pistas que no fueran demasiado evidentes.

Así y volviendo a costumbres añejas, dejaremos que cada cual se puntúe de acuerdo con los siguientes grupos:

Para cinéfilos fuera de órbita[+/-]

¿Qué? ¿Nada? Esas son difíciles, sí. Veamos otras:

Para cinéfilos notables.[+/-]

¿Nada todavía?

Ayayay, que vamos mal, vamos mal.[+/-]

(Espero que no haya sido un verdadero rompecabezas....)






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dilluns, 23 de maig del 2011

Cuídate de los Idus de Mayo




Seguro que a pocos de los amables lectores de este bloc de notas les resultarán familiares los nombres de Fletcher Knebel y Charles W. Bailey; aunque les asegure que hace años escribieron al alimón un libro que permaneció durante casi un año en los primeros lugares de las ventas, incluso señalando que fue durante los años 1962 y 1963 la comidilla de los Estados Unidos de Norteamérica, el cinéfilo se encogerá de hombros: pero si añado que esa novela fue la base de un guión escrito por Rod Serling a buen seguro que alguna ceja se levantará atenta.

Si además especifico que el guión escrito por el amigo Rod quedó a disposición de un director como John Frankenheimer y que éste contó como principales intérpretes a dos tipos independientes como Kirk Douglas y Burt Lancaster está claro que no vamos a sentarnos a revisar una película comercial y efectivamente se pueden decir muchas cosas de Seven Days in May (1964) (Siete días de mayo) pero no que jamás haya sido meramente comercial a pesar del tirón popular del conjunto de gentes que colaboraron para llevarla adelante.

Porque junto a los citados veremos a Fredric March, Edmond O'Brien, Ava Gardner y Martin Balsam componiendo un sólido grupo de secundarios de lujo que mantiene la cohesión y dinamiza con sus intervenciones una trama de calado político en la que la violencia soterrada de las situaciones se contextualiza verbalmente en diálogos muy descriptivos.

Esta es una pieza cuyo lugar en la estantería nos viene prefijado de antemano cuando, como es el caso de este escribidor, ya poseemos un ejemplar de Advise & Consent porque, rodada dos años antes, mantiene alguna que otra semejanza aparte de la básica de centrarse en el mundo político de la década de los sesenta del siglo pasado.

Porque el hecho que emulando la novela original Frankenheimer sitúe la acción en un futuro ¡1970! y Serling se esfuerce en otorgar al conjunto un aire de distopía tan querido en aquella época (y la década siguiente) no impide ni mucho menos que el espectador de la época y el actual que lo mire y piense con calma advierta ciertas circunstancias reales que coadyuvaron no poco al éxito de la novela primero y de la película en ella basada después.

La trama es bastante simple vista desde el presente siglo: la intención del Presidente Lyman de firmar un tratado de desarme con la U.R.S.S. despierta no pocos recelos en los sectores más aguerridos de la sociedad estadounidense que contemplan la figura del Jefe del Estado Mayor, General Scott, como líder salvador de la patria. Lo malo es que éste llega a creérselo y trama un golpe de estado.

Frankenheimer decide con buen criterio rodar la película en blanco y negro confiando el trabajo a Ellsworth Fredericks que iluminará con naturalidad, como si de un documental se tratara la pléyade de intérpretes mientras se mueven en los decorados ideados por Edward Boyle que recrea unas instalaciones del Pentágono inventadas y futuribles y copia de forma identificable las estancias de la Casa Blanca, domicilio del Presidente.

Y ello fue así porque el Pentágono se puso de espaldas a la filmación mientras que el Presidente Kennedy favorecía el rodaje: claro que los autores de la novela aseguraron siempre haberse inspirado para recrear al golpista General Scott en algún que otro militar crítico con la labor de Kennedy, quien no llegó a ver el estreno de la película.

Frankenheimer como ya antes hizo Preminger oculta deliberadamente la formación política a la que pertenece el Presidente: no importa para nada la filiación porque la motivación reside en la defensa a ultranza del sistema democrático y el respeto a la legislación vigente dada.

La trama ideada por Serling, ya veterano en esas lides, se presenta sólida, robusta y eficaz, aunque peca en mi opinión de exceso propagandístico hasta la reiteración, bien que en su momento debió de representar una inmejorable forma de comunicar un mensaje político de calado para el público que permanecía todavía atónito por el reciente asesinato de Kennedy.

La preparación del golpe de estado resulta bastante evidente para el espectador que en todo momento sabe más de la trama golpista que cualquiera de los personajes que se dedicarán afanosamente a investigar las maliciosas actividades de un grupo de militares y civiles que desprecian las urnas y sus resultados y Frankenheimer se vale de un truco ya conocido cual es la aparición de relojes murales que indican el paso del tiempo para imprimir premura en el tempo interno del metraje.

Sin embargo, algo no acaba de funcionar: la tijera de Ferris Webster no trabaja lo que debe y el metraje se les va de las manos alcanzando casi las dos horas y los diálogos escritos por Rod acaban por dar un aire panfletario que perjudica gravemente la película: lo que en la actualidad sería resuelto con un montón de escenas de acción, tiros, cohetes, bombas y mil rayos, se resuelve por Frankenheimer apoyándose únicamente en el texto de Serling descuidando en exceso la buena gramática cinematográfica que había aprendido en sus televisivos años mozos y se resiente el ritmo general pese a que son diversas las elipsis insertadas intentando aligerar la narración.

Queda esta película no obstante como un claro ejemplo de cine político no rompedor y comprometido con el pacifismo, en un juego moderado en el que asoma la crítica de algunos nombres como es el caso del Senador McCarthy y el General Lemay pero renuncia manifiestamente a criticar los poderes fácticos y económicos que se enriquecían y siguen enriqueciéndose con la industria armamentística, centrándose en los políticos mendaces y los militares insurrectos y poco respetuosos con las leyes civiles y aunque ciertamente no diría que sea una película imperdible, sí recomendaría a quien no la haya visto que le diera un vistazo, ni que sea por constatar que hace más de cuarenta años en Hollywood sabían rodar películas políticas con mensaje pacifista claro y sin usar efectos especiales.


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divendres, 20 de maig del 2011

ESD 31 SUSPICION




Cuando iniciamos esta mini sección dedicada a las escenas sin apenas diálogos, residente su fuerza pura en el aspecto visual, ya quedó patente que, por fuerza, el maestro Don Alfred Hitchcock iba a aparecer -con toda justicia- en más de una ocasión.

Lo que nadie pudo pensar jamás es que la pérfida ironía de Don Alfred alcanzara a estremecer a miles de honrados ganaderos que una buena tarde de asueto sintieron cómo el suelo de la sala de cine se les iba de los pies al contemplar esta simple, expresiva y endiabladamente bien rodada escena:





(A mí me pone una Voll, por favor...)




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dilluns, 16 de maig del 2011

Buscando a Jack



Hay en la sociedad británica de la época victoriana, finales del siglo XIX, un cúmulo de circunstancias reales e inventadas que suscitan el interés y activan las neuronas apenas se mencionan a pesar de la acumulación de tópicos archiconocidos o quizás por ello mismo, no en vano pisar terreno conocido siempre es grato.

Sobre todo si uno va de la mano de un guía que sigue sobre el trillado terreno un camino nuevo que ofrece perspectivas inadvertidas aunque la verosimilitud sea una cualidad abandonada para abrir paso a la emoción.

Esto debió pensar Bob Clark cuando leyó el guión escrito por John Hopkins en colaboración con Elwyn Jones y John Lloyd que representa una vuelta de tuerca más a la imaginativa pseudo investigación llevada a cabo por el escritor Stephen Knight.



He dejado adrede sin enlace al bueno de Knight porque debe su fama principalmente a un libro publicado en 1976 que presenta una trama que sería utilizada en diversas piezas posteriores y en primer lugar en la película que Bob Clark dirigió en 1978 Murder by Decree (Asesinato por Decreto) en la que se formula una fantasía obtenida combinando dos famosísimos personajes que vivieron en el Londres que permanece en nuestra memoria: Jack el Destripador y Sherlock Holmes y Watson.

La lógica interna del cinéfilo adicto a Holmes se relame de placer simplemente con el apunte de la intriga y creo que no debo extenderme porque cabe la posibilidad que alguien no haya visto todavía esta película y nada peor que chafar un misterio bien presentado.

Uno no puede olvidar la estupenda versión wilderiana que se presentó en sociedad en 1970 creando no poco debate en los círculos holmesianos y siempre tuve la sensación que esta película en buena parte fue una respuesta a las imaginativas veleidades del maestro, buscando una vuelta a la normalidad catedralicia de los caracteres creados por Arthur Conan Doyle, aprovechando el enorme tirón de popularidad que de forma indisoluble permanecía alrededor de la novela de Knight.

Porque viviendo en el entorno victoriano recreado por Knight hallamos a Sherlock holmes y a John Watson investigando en la forma habitual una serie de horripilantes crímenes con unas mutilaciones y escenas que exceden las prescripciones de Conan Doyle pero manteniendo la psicología tradicional de los caracteres de ambos detectives.

En buena parte esos dos mitológicos personajes hallan su representación óptima en un grado que en pocas películas se ha visto y ello se debe tanto a la efectividad del guión (acción y diálogos) como a la sorprendente idoneidad de dos intérpretes que en conjunto podrían considerarse como modelos de la ortodoxia:

El canadiense Christopher Plummer ofrece una versión canónica de Sherlock Holmes aunando tradición cinematográfica y literaria y mostrando gracias a sus contrastadas facultades una imagen de Holmes mucho más humana y cercana del tópico habitual que limita la rica personalidad de Sherlock a la precisa maquinaria deductiva que le otorga crédito y fama mundial.

El británico James Mason es quien a la más mínima ocasión se lleva el gato al agua robando limpiamente protagonismo en su superlativa composición del Dr. Watson, para este comentarista sin duda el mejor que ha visto en pantalla, y he visto bastantes: a pesar de su avanzada edad (70 años contra 50 de Plummer) Mason consigue dotar a Watson de una seriedad que en otras ocasiones cinematográficas apenas queda en estereotipo de mero comparsa de Holmes, cuando todos sabemos que sus conocimientos médicos y su valor son estimados por su amigo más allá de su falta de capacidad deductiva.

Bob Clark, ejerciendo de director pero también de productor, supo dotarse a sí mismo de un elenco fastuoso que puede observarse aquí en el que sin duda bastantes nombres resultarán conocidos: contar con intérpretes de primera fila para ocuparse de papeles secundarios fue una moda extendida en ciertas producciones en la década de los setenta y lo cierto es que ayuda no poco a que la ingeniosísima trama se desarrolle como un engranaje de precisión hasta llegar a un final que, en el momento de su estreno, causó sorpresa para quienes no habíamos tenido la oportunidad de leer (si no has visto la película no hagas click en el enlace que sigue) Jack the Ripper: The Final Solution.

Ahora, pasado tanto tiempo de su estreno, buena parte de la trama ha sido aprovechada por diferentes autores y puede que suene a "déja vu" pero conviene recordar que el estreno se lleva a cabo apenas tres años después de publicarse el libro.

De todas formas y aun conociendo el desenlace una revisión de esta película rodada de forma sólida y muy convincente en las más turbias callejuelas de un Londres prototípico lleno de niebla, carruajes ominosos, personajes embozados y prostitutas descuartizadas sigue siendo motivo de placer cinéfilo porque aparte de la gran representación de Plummer y Mason la trama se sigue con interés desde el primer minuto al último: Clark sabe mantener el ritmo de la acción de forma pausada pero imparable: basado en un guión muy bien escrito, el misterio es desarrollado por Clark ofreciendo los datos necesarios para que el espectador vaya percibiendo los vericuetos de la solución, huyendo de la trampa fácil y la especulación circense sin rechazar momentos de acción física en unos lugares recreados como es usual en una producción británica con casi tanto mimo como en el apartado del vestuario, aunque ciertamente algún añadido piloso está un pelín exagerado, o eso me pareció.

Hay quien asegura que estos Holmes y Watson son los mejores: para mí esa es una motivación añadida que me impele a darle un repasito, máxime cuando, por fin, uno puede disfrutar de la versión original subtitulada de una aventura que, seguramente, hubiera complacido y atemorizado a Sir Arthur Conan Doyle.

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divendres, 13 de maig del 2011

MM 48 Ball of Fire




Nadie tenía que explicarle al gran Howard Hawks nada de nada y menos en 1941 cuando ya llevaba filmadas una serie de películas que muchos quisieran tener en su historial.

Contar además con la experiencia, veteranía y solvencia contrastada de dos verdaderas estrellas como Gary Cooper y Barbara Stanwyck y un guión resultado de afiladas mentes al que algún día habrá que darle un repasito con calma, no obsta a que, ya que por los estudios deambulaba bajo suculento contrato el omnipresente baterista Gene Krupa con su potente orquesta, se aprovechara la ocasión tratando de definir, sobre la chusca composición de sabio distraído de Cooper, la esencia del boogie:



Una verdadera lástima que la suave, profunda y sensual voz de la Stanwick no acabara de convencer al pusilánime Samuel Goldwyn y dispusiera su doblaje: pero ya es cosa de otro momento.... ¿O no?



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dilluns, 9 de maig del 2011

Brilliant Brain Company (2) (Luther)



Cuando hace unos días decidí escribir cuatro líneas referidas a unas piezas que había visto en el ámbito televisivo no supe refrenar la palabrería y sin apenas darme cuenta dediqué todo el prudencial espacio de un comentario a una sola de las series que pretendía mencionar.

Así que hoy termino lo empezado en la suposición que la brevedad hará más legible el conjunto.

De nuevo hay que referirse a la británica BBC como responsable última del producto: parece ser que solicitaron del escritor Neil Cross el guión de una serie de corte policíaco y según el propio autor manifiesta, la inspiración le vino por su afición a Sherlock y muy especialmente a la añeja serie americana Colombo. Esas afirmaciones de Cross suenan un poco a propaganda aunque lo cierto es que Neil Cross realiza para la BBC un trabajo que sin miedo a parecer exagerado no dudo en adjetivar como extraordinario.

Siguiendo la costumbre británica la BBC organiza la producción de tan sólo seis capítulos y probablemente Cross, trabajando con esa premisa, orquesta un conjunto admirable en el que lentamente harán su aparición constantes de las mejores tramas policíacas y del thriller psicológico.

El argumento gira alrededor de un detective de homicidios dotado de facultades cognoscitivas sobresalientes, ojos observadores y mente ágil que unido a un carácter independiente y decidido a salirse con la suya al precio que sea conforma un personaje complejo, nada lineal ni maniqueo, escasamente legalista que tiene un físico imponente y atiende al nombre de LUTHER.



Dando muestras de su inteligencia y de respeto por la inteligencia del telespectador Neil Cross crea un microcosmos alrededor de su protagonista que provoca el incremento del interés no tan solo en las tramas independientes de cada episodio sino mucho más allá, las relaciones entre todos los personajes que viven en la pantalla: de hecho, vistos los seis episodios, las tramas policiales parecen simplemente el marco donde desarrollar unas vivencias que intrigan bastante más que el proceso investigador que, como se ha referido, consiste no en descifrar quién sino en demostrar el porqué, el cómo, el cuando y el quién aunque esa identificación desde el primer momento es conocida por el espectador y casi también por los investigadores.

Lo interesante son las relaciones de Luther con su entorno y muy especialmente las mujeres, oscilando desde la amistad y obediencia a su jefa directa Rose, el amor a su ex-esposa Zoe y la especialísima que mantiene con la asesina psicópata Alice, seguramente la que mejor le entiende de las tres: y Luther lo sabe; y nosotros, estupefactos, también.

Cross no tan solo recupera la importantísima figura de la mujer fatal sino que, además, la reviste de una grandeza pocas veces vista en los últimos años: no siendo ninguna novedad que la brillantez del héroe descansa sus pies en la fortaleza del villano, no hay duda que la creación de Alice Morgan (Ruth Wilson) eleva a Luther (Idris Elba) a una altura que por sí mismo no alcanzaría:cuando ambos personajes están en pantalla el interés crece exponencialmente al destilarse entre ambos una corriente eléctrica de alto voltaje portadora de tensión criminal y sensual: hay tanto peligro de agresión lesiva como de roce sexual y aunque escuchados fríamente los diálogos puedan resultar inverosímiles por imaginativos, funcionan: más como un volcán en erupción que como una bomba de relojería, pero funcionan: vaya si funcionan.



Si por un lado Luther y Alice muestran su enorme complejidad y desarrollan una relación de temor y odio, el resto de los personajes de la serie no están descuidados en absoluto y tampoco pueden considerarse lineales ni sencillos en modo alguno: Cross dibuja cada carácter con su peculiaridad y poco a poco, sin prisa pero sin pausa, consigue que vayamos percibiendo el modo de ser de cada cual incluyendo alguna que otra sorpresa. No entraré de detalles por no desvelar nada pero nos hallamos ante uno de esos trabajos de guión muy minucioso y elaborado teniendo siempre presente un todo final.

La BBC confió la producción de la serie a Katie Swinden y hay que resaltar su trabajo de conjunción de todos los elementos.

Rodada en formato televisivo de 16:9 (pantalla ancha 1:1.78), los seis episodios son dirigidos por tres directores distintos, dos a dos, que aprovechan muy bien los medios técnicos a su alcance: ya era hora que se pudiera ver en pantalla el aprovechamiento del espacio como forma dinámica de expresión: situar a los personajes en un lado de la pantalla acrecienta una expresión de soledad, por ejemplo, o un incremento de la tensión entre diferentes.

Uno tiene la sensación que la productora, Katie, entregó a cada director un bloc de dibujo, grande, apaisado, y les indicó que hicieran el guión técnico al modo de Hitchcock: un storyboard nutrido de planos diferentes moviendo la cámara, creando vacíos y espacios interesantes y usando desde el plano general de un Londres post-moderno, gris y frío hasta el primerísimo primer plano de una Alice con una sonrisa cautivadora y aterradora a los ojos de Luther.

Ya era hora que se viera variedad en la caligrafía cinematográfica y se olvidaran los efectos especiales. Por fin la composición de los planos, el uso de la luz y el montaje tienen un sentido especial, una intención. Ya basta de medianías, de corrección y de formatos cuadrados o apenas rectangulares. La cámara importa y cuenta.

Los intérpretes, una vez más, están fantásticos: Idris Elba tiene una presencia arrolladora y una voz educada y dúctil que le permiten incorporar la complejidad de ése John Luther policía vocacional que ocasionalmente tira por la calle de en medio y se debate entre sentir o no remordimiento y Ruth Wilson resulta desconcertante en grado extremo provocando miedo y admiración, hablando con su mirada y su sonrisa más que con sus palabras, robando cada escena en la que aparece, pendiente el espectador de sus más leves gestos.

El resto del elenco no desmerece en absoluto y conforma un conjunto sólido y eficaz que ayuda a que las tramas policiales se sigan con interés episodio tras episodio mientras las diferentes subtramas de índole más personal van tomando cuerpo y permiten que la psicología de cada uno aflore en su momento.

Sin grandes medios económicos pero con mucho talento aplicado en cada departamento la BBC consiguió el año pasado presentar una serie de corte policial en la que los enigmas dan paso a la densidad de los caracteres que viven realmente en pantalla: son capaces de suscitar empatía o repulsión y jamás indiferencia, con lo que el éxito estaba garantizado. Algo que a priori parece sencillo de producir pero que vemos en contadísimas ocasiones porque para que fructifique esa semilla hace falta el abono llamado talento.

Seis episodios de aproximadamente una hora de duración cada uno, seis horas de placer para el cinéfilo que guste de tramas complejas, héroes atormentados y mujeres fatales de una pieza. Del primero al último, un crescendo imperdible.


Vídeo ejemplo





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divendres, 6 de maig del 2011

TC (16) Moonraker



Creo que todos estaremos de acuerdo si digo que la saga del archiconocido espía británico James Bond también famoso por su clasificación "007 con permiso para matar" tiene en cada una de sus películas unos títulos de crédito bastante cuidados que podrían alimentar una mini-sección.

Escenas inverosímiles en una época avanzadas en todos los niveles de efectos especiales y atrevidos actos de especialistas que mejoraban lo conocido, se unían a temas musicales interpretados por voces famosas.

Tan gran variedad, como es lógico, abunda en la diversidad, con el resultado que unos títulos de crédito gustarán y otros no tanto.

Veamos lo que los sorprendidos espectadores de 1979 vieron en pantalla al iniciarse la proyección de Moonraker:







Quien suscribe nunca antes había visto una caída libre como esa...

La película, luego, resultó ser de las más flojitas de la época "Moore", pero ya es otra historia....





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dilluns, 2 de maig del 2011

Brilliant Brain Company (1) (Sherlock)




Han sido no pocas las ocasiones en que me he manifestado abúlico cuando menos respecto a la televisión y en otras tantas habré recibido consejos de dirigir la mirada a ciertas series televisivas en las que mis corresponsales aseguraban hallar fecunda y placentera labor de los guionistas formulando tramas del mayor interés.

Siguiendo pues los buenos consejos hace un tiempo decidí que quizás dedicar algunas horas de asueto a visionar alguna que otra serie moderna aliviaría el hastío que producen algunas sesiones cinéfilas y dado que mi experiencia previa con la británica BBC casi siempre ha sido enriquecedora acudí a sus fuentes para averiguar qué se estaba cociendo en la que para mí es la número uno en cuanto a producir televisión se refiere.

Buscando documentación después de haber padecido la estúpida versión que Guy Ritchie hizo del mitológico Sherlock Holmes, llegué a saber que la BBC había producido una nueva serie del personaje y me dije: peor no podrá ser y puede que me quite el mal sabor.

Los británicos, con su flema y todo, tienen una ventaja: ayer mismo escuchaba en la radio que en estas fechas en los teatros londinenses se están representando, a un tiempo, seis versiones distintas de Hamlet.

Pero en todas, el texto es el mismo.

Ritchie además de tontorrón iletrado se coloca a sí mismo en fuera de juego.

Luego llegan Mark Gatiss y Steven Moffat y reinventan el personaje demostrando que con un poco más de cerebro sí es posible presentar una nueva versión distinta e interesante a la par que muy respetuosa con el original y la BBC presenta en 2010 Sherlock



Estos dos guionistas exprimen los personajes ideados por Arthur Conan Doyle y basándose muy libremente en las aventuras de Sherlock Holmes que algunos hemos leído (tu no, Ritchie, tu no) consiguen trasladar el espíritu del mito al siglo XXI y lo hacen con un talento fuera de toda duda; la naturalidad de la trasposición de todos los elementos archiconocidos no chirría en ningún momento porque la lógica impera y planea sobre todas las acciones de las tramas presentadas.

La ventaja de Moffat y Gatiss es que además de inteligentes han trabajado a fondo y se han documentado: iba a escribir minuciosamente, pero quizás todo es mucho más simple: quizás es que han leído bastante de lo escrito acerca de Holmes y han visto algunas buenas películas.

Así, detalles como la incertidumbre relativa a los intereses sexuales de Holmes sirven para algún chiste rápido sin importancia en un mundo en el que la cuestión carece de relevancia aunque el propio Holmes ataja las dudas de su nuevo amigo Watson asegurando que se siente casado con su trabajo en una declaración que apunta al fanatismo por lo que no dudará en llamar "el juego", lo que sería su motivación vital. Que, chuscamente, procede a paliar de forma muy políticamente correcta (la ironía británica no pierde ocasión de aparecer) mediante varios parches de nicotina cuando la abulia por la falta de acción se presenta.

La decisión de los guionistas de modernizar los personajes es un acierto total porque les hace mucho más cercanos al espectador de este tiempo haya leído o no las aventuras de Sherlock Holmes con anterioridad y al llevar a cabo esa actualización sin miedo Moffat y Gatiss aplican los beneficios de la ciencia moderna rigurosamente como era de esperar: nadie en su sano juicio creería a un Holmes de este siglo que no estuviera al tanto de todos los avances tecnológicos y evidentemente si el Holmes de toda la vida pasaba horas y horas estudiando, por ejemplo, las cenizas de los cigarros para identificar su origen, nadie puede sorprenderse si el nuevo Holmes es un manipulador experto del microscopio electrónico y además domina perfectamente un ordenador o un teléfono móvil con acceso a internet del que extraerá datos precisos y útiles a sus fines.

Este nuevo Holmes se mueve en el mundo actual con presteza pero sigue siendo su capacidad de observación y de deducción la que le convierte en un asesor extraordinario para la policía del Londres moderno: de hecho, nada más ha cambiado: los asesinos siguen existiendo y los robos inexplicables también.

Los personajes ya conocidos tienen nuevas caras acordes con los tiempos pero, y ahí está la grandeza de los guionistas, su psicología apenas ha cambiado: Sherlock Holmes (Benedict Cumberbatch) es un treintañero de conocimientos enciclopédicos que se pirra por deshacer un problema lógico pero es capaz de actuar físicamente con fuerza si es preciso; su nuevo compañero de piso, el Dr. John Watson (Martin Freeman) es otro treintañero veterano retirado de una guerra que en acertada definición de Mycroft Holmes (Mark Gatiss además de escribir el guión se reserva interpretar al hermano listo de Holmes) siente adicción a la acción y padece por su falta en la sociedad civil e incluso aparecen los personajes del Inspector Lestrade y la Sra. Hudson, la casera de ambos protagonistas.

Todos ellos coinciden absolutamente con los creados por Conan Doyle y son verosímiles: uno podría encontrarse gentes así en este tiempo y por ello su credibilidad, su autenticidad, están fuera de toda duda. Y como consecuencia la empatía con el espectador fluye sin obstáculo.

El elenco realiza como ya es costumbre en la BBC un trabajo magnífico: uno, que ha visto la serie en versión original, no puede menos que preguntarse de dónde caramba sacarán esos británicos esos actores jóvenes con esas voces y esa forma de declamar tan estupenda.

Del teatro, claro: era una pregunta retórica; allí, primero hacen teatro, luego televisión, y después puede que se hagan populares y famosos. (No, por nada)

La forma de presentar las tramas es acorde a los tiempos y los modos cinematográficos de la serie se valen de los adelantos informáticos con presteza y austeridad: insertos sobreimpresos nos informan de lo que ve Holmes rehuyendo la fácil trampa de la ocultación de datos y no por ello se resiente el interés de la historia. La BBC ha tenido el enorme valor de presentar la serie en tan sólo tres episodios de hora y media cada uno, es decir, tres largometrajes.

Ello es un punto a favor de la BBC que, asombrosamente, consigue mantener el interés de cada uno de los tres episodios de principio a fin.

En lo que falla estrepitosamente la BBC es en presentar únicamente tres episodios, porque a uno le queda un hambre de más inaguantable.

Claro que mantener ese nivel de calidad no debe ser fácil ni siquiera para la BBC. Parece ser que pasado este verano se emitirán algunos episodios más.

En definitiva, una serie que resulta imprescindible para el cinéfilo deseoso de pasar un rato agradable con una trama moderna bien interpretada, bien filmada y muy bien escrita; para el aficionado a Sherlock Holmes, una oportunidad inédita de comprobar que el mito sigue vigente y actualizado; y para todos, una demostración que el talento aplicado a los clásicos no tiene nada que temer.






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