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dilluns, 30 de gener del 2012

La doncella del lago





No soy muy dado a confeccionar listas pero ello no significa que no dé un vistazo a las que se me ponen por delante: a primeros de este año, es decir, hace unos días, leí atentamente la lista que Roy presentó referiendo sus mejores películas del año pasado y me llamó la atención un título que desconocía, evidentemente de una obra italiana, y me propuse verla a la menor oportunidad.

La pieza en cuestión, una vez vista y buscadas más referencias, resulta que se basa en una novela de la escritora Karin Fossum titulada en el original noruego Se deg ikke tilbake! que, traducido al español, es ¡No mires atrás! (comprobada la traducción literal con google)

Se me ocurrió que, existiendo una novela muy conocida (que yo no supiera de su existencia no significa nada) y editada en libro de bolsillo en castellano, bien podría repetir la experiencia vivida hace casi cuatro años y disfrutar por partida doble de una misma trama, habiendo visto primero la versión fílmica y luego leyendo el original literario.

He de confesar mi decepción que, además, de alguna forma confirma mi sospecha que hay una poderosa mercadotecnia también en el mundo literario decidida a vender la "nueva novela" policíaca nórdica como fuente indispensable de placer para el lector más inteligente, más al día, más en primera línea, más conocedor de lo que hay que leer.

Karin Fossum al parecer escribió su novela No mires atrás en el año 1996, segunda por orden y primera en obtener gran éxito, traducida a muchos idiomas. Es una trama protagonizada por el policía Konrad Sejer que se desplaza de la ciudad a un villorrio en el que una niña ha desaparecido: la niña es hallada pero en su relato de lo que ha hecho durante unas horas, aparece el cadáver de una joven del vecindario.

En poco más de doscientas cuarenta páginas Fossum plantea una trama policial que se desarrolla en un ambiente idóneo para el retrato de personajes, una comunidad vital donde casi todos se conocen, donde lo que uno hace por la mañana es conocido por la noche en la otra punta del villorrio. Lástima que Fossum se centre más en la exposición de los hechos que en la psicología de los personajes, porque aunque la comisión de un asesinato al aire libre en extrañas circunstancias en una comunidad tan pequeña por sí mismo alberga el interés de la intriga, la falta del cuidado en la forma acaba por cansar.

El lenguaje utilizado por Fossum es vulgar en el peor de los sentidos: el vocabulario es paupérrimo para lo que uno espera de una escritora profesional y los lugares comunes se suceden causando un cierto tedio en la lectura: no hay asombro por la forma y lo que nos va contando tiene algún que otro hueco en la construcción lógica, como si la autora hubiese tenido una idea para iniciar una línea argumental en su historia y luego la hubiera abandonado súbitamente o, peor aún, la hubiera olvidado sin más y tampoco hay una disposición de la trama que enganche totalmente, a pesar que la autora, quizás pensando en sus futuros derechos cinematográficos, incluye una expecie de "flashbacks" que aparecen de forma ociosa y nada constructiva. Fossum apunta soledades y describe tragedias, relata modos de vida y experiencias vitales pero como no alcanza a describir con elegancia ni fuerza los personajes que las viven, padecen o disfrutan, acaban resultando símiles de sueltos en un periódico en el que podemos leer que una niña de quince años, que ya no era virgen, ha sido hallada asesinada y desnuda: circunstancia trágica pero falta de aliento personal. No hay cercanía. No hay detalle. Sólo intriga. N.B.


Las comparaciones son siempre odiosas, pero cuando uno no es un especialista, como es mi caso, cabe perdonar la llamada a la anterior para señalar que, evidentemente, la lectura de la novela de Cormack McCarthy es infinitamente más estimulante que la de Fossum y hay que remarcar que, en ambos casos, se trata de traducciones, porque lamentablemente soy incapaz de leer en noruego y en inglés tampoco entendería todo lo que McCarthy expone.



Volvamos a la que para mí es origen: hace casi cinco años se presentó en la cercana Italia la ópera prima de un nuevo director que en realidad acumulaba bastante experiencia: Andrea Molaioli ha sido monaguillo antes que fraile porque desde mil novecientos ochenta y nueve se ha bregado como ayudante de director y cuando le ha llegado la oportunidad de tomar las riendas y hacer frente a la responsabilidad de dirigir un rodaje, de poner su firma a una pieza colectiva tan compleja como es una película, no le ha temblado el pulso y ha conseguido entrar con buen pie, paso firme y derecho propio en un selecto grupo de cineastas que infunden confianza en el futuro.

Molaioli se apoya en un magnífico guión escrito por Sandro Petraglia que hace suya la trama ideada por Karin Fossum: la mastica, la deglute, la asimila y crea con el mismo esqueleto una historia menos nórdica y más alpina, situando la acción en los bellísimos parajes del lago de Fusine y, así como en Italia la novela de Fossum recibió un título distinto, Lo sguardo di uno sconosciuto, la película que se dispusieron a rodar recibió el título de La ragazza del lago que podría haber recibido una traducción al castellano como el encabezamiento, pero que, listos que son los distribuidores patrios, decidieron remitirse a la novela y dejaron el escueto y poco apropiado de No mires atrás en una nueva muestra de total desconocimiento de lo que tenían entre manos, como se evidencia en el enorme retraso en presentar en la pantalla una película que recibió un montón de premios como ya anticipamos el viernes pasado.

Resulta evidente que Molaioli aprovechó muy bien las horas de experiencia acumuladas y probablemente dedicó renovados esfuerzos en diseñar un guión técnico ajustado al guión literario, consciente que tenía entre manos una pequeña joya repleta de detalles enriquecedores de la trama que provenía del frío báltico: hay un cuidado extremo en la composición de los planos aprovechando una pantalla panorámica espléndida que retrata una acción calma sobre un paisaje bello iluminado con naturalidad y sin estridencias, con el propósito clarísimo de formular una tragedia en un lugar idílico: un pueblecito formado por casitas acogedoras, limpias y sencillas, confortables sin estridencias, puertas abiertas a una calle por la que todos los que transcurren se saludan por sus nombres: inicia Molaioli su película siguiendo a la niña Marta en su camino a casa mientras va saludando a todo el vecindario, consiguiendo de inmediato situar la acción y el lugar de manera precisa.

La desaparición de la niña provoca la llegada del Comisario Sanzio (Toni Servillo, enorme) que ya de inicio demuestra un talante muy especial y una intuición reservada a privilegiados al percibir que la aparición de la niña y el relato de su aventura encierra una parte que le obligará a pasar más de un día en el villorrio vecino del apacible lago donde aparecerá el cadáver de una joven y hermosa doncella de apenas dieciocho años.

El guión escrito por Petraglia reparte cuidados y detalles para todos los personajes que irán apareciendo en el curso de las investigaciones del Comisario: el disminuido psíquico Mario (Franco Ravera, robando las escenas en que aparece) es quien provoca todo el alboroto y mantiene una tensa relación con su anciano y paralítico padre (Omero Antonutti, genio y figura) una familia desestructurada por la minusvalía de ambos, una familia más, porque, de hecho, en la película de Molaioli todas las familias que veremos están de una forma u otra rotas, por causas propias o ajenas, pero rotas.

La propia doncella asesinada pertenecía a una familia que tampoco se siente muy unida y en su última actividad como cuidadora de un pequeño, el repentino fallecimiento de éste acabó por romper el matrimonio; la falta de alguno de los componentes de una familia alcanza incluso al Comisario que tiene a su esposa en un sanatorio mental y su hija se resiente de la ausencia materna: hay en todas las familias que vemos discusiones paterno filiales, unas más fuertes que otras, pero la falta de cohesión es generalizada. El Comisario la paga con sus subordinados adoptando una figura encastillada en viejas costumbres autoritarias, como hacerse llevar en coche permaneciendo en el asiento trasero y ordenar a otro que haga salir a la gente del lugar, una transmisión de acciones que implica una orden que proviene de una autoridad que así, queda reforzada estéticamente de un modo antiguo, casi castrense, no exento de una dureza ocasional, como cuando amenaza con pegar un tiro a un can si no se lo llevan.

Aspectos que chocan con los diálogos plácidos, socráticos, que el avezado policía sostiene con sus entrevistados para lograr averiguar quién pudo asesinar a esa bellísima doncella que todos declaran haber querido y apreciado. Mientras tanto, la cámara enfocada por Ramiro Civita se posa tranquilamente en los personajes que van contando su historia, tejiendo sus recuerdos que participan de la corta vida de Ana, la asesinada. Y Molaioli, seguro que el objetivo focal responde a sus deseos, refuerza el sentimiento que introduce suave pero firmemente en el espectador mediante rupturas sónicas superponiendo al sonido de las palabras y del viento la música muy cinematográfica compuesta para la ocasión por Teho Teardo que perfila una banda sonora que hay que escuchar viendo la película porque evidentemente se ha escrito como complemento de la misma,como debe de ser, y no para vender discos después, como no debe de ser y casi siempre es.

Hay una cierta soledad y sentimientos encontrados; desengaños, secretos guardados y horrores descubiertos, verdades a medias y confesiones dolorosas, obstáculos emocionales y mentiras dulces, esperanzadas:como la vida misma, que no es una película y la excede en imaginación: Molaioli se sirve de todos los que participan en su narración cinematográfica para hacer no un policial al uso, no una trama destinada a esclarecer una intriga ni un canto a nada que requiera resonancia mediática: nos cuenta una historia plena de cotidianeidad, vivencias que ocurren a diario, sueños rotos, ilusiones perdidas, esfuerzos por seguir adelante por encima de la contrariedad y una justicia extrema, realizada en silente y secreto sacrificio. Nada que ver con la novela de Fossum, que de verse meramente ilustrada hubiera dado lugar a una serie D (Del montón). La película de Molaioli, vista y meditada, da para una buena sobremesa, porque resulta sugerente, imaginativa y sobrecogedora.

Otra película netamente europea que recupera la mejor tradición del cine negro, aquel cine que bajo la apariencia del entorno criminal ofrecía -y sigue ofreciendo- disecciones sociales y morales apuntando no a problemas profundos pero sí a esas cuestiones que forman parte vital de lo cotidiano de gentes cercanas. Resulta difícil comprender cómo ha tardado tanto en llegar a nuestros cines un producto semejante y además sin mucho ruido, cuando, con toda seguridad, es de lo mejorcito que se ha proyectado en el último año. Recomendado verla en versión original, por supuesto, para gozar de un elenco magnífico.


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divendres, 27 de gener del 2012

Examen de Cinefilia (parte LII)
















Parafraseando el título de la que fue en su época popular película que pretendía ser una comedia alocada, ya que hoy es viernes y estamos a fin de mes, por mucho que sea el primero del año, esto debe ser un examen de cinefilia más, porque parece que el filón aún no se ha agotado y todavía existe alguna incansable neurona que se agita dentro de alguna cabeza inteligente ante la perspectiva de esclarecer un sencillo interrogante :



Y cuando digo sencillo, puedo asegurar y aseguro que realmente lo es: se trata, como en otras ocasiones, de averiguar el título de una película que -y eso ya es una pista- todavía no ha aparecido en este bloc de notas.

De hecho, y eso es otra pista, tan sólo uno, que yo recuerde, de sus intérpretes, ha aparecido por aquí, en un apartado muy concreto y numeroso.

Pero como ya supongo que las neuronas estarán hambrientas de mejores y más vistosas pistas a seguir, hoy, aprovechando los avances tecnológicos, nos sentaremos en el pupitre, tomaremos lápiz y papel, y apuntaremos lo que nos sugieran las imágenes contenidas en el siguiente

Carrusel de Diapositivas


Antes de que nadie se precipite y se disponga a renunciar, rindiéndose, léase la siguiente recomendación[+/-]



¿Seguro que necesitas más pistas? Haz click aquí



¿De verdad no has tenido suficiente con ver todas las fotografías? bueno, va: después no dirás que era fácil



Mirar con calma las diapos y recordar que no hay ninguna imagen que corresponda a ningún fotograma de la película.


¿Cómo que no es bastante?

¿Otra pista más?

Y yo que pensaba que era fácil... Dale, va...



El intérprete que ya ha aparecido por aquí, lo ha hecho en un vídeo de Moments musicals el verano pasado...







Como siempre, respuestas acertadas -o no- al correo electrónico, y las quejas, sugerencias, loanzas y maldiciones varias en el cajetín abajo dispuesto....


El colega Raúl ha mirado con ojos de experto las pistas ofrecidas, ha percibido la clave y ha dado con la solución, por lo que es justo merecedor del trofeo. ¡Enhorabuena!


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dilluns, 23 de gener del 2012

LA SEGUNDA DE SHERLOCK






El año pasado nos detuvimos a considerar una serie televisiva peculiar y extraña para lo que acostumbramos a ver cuando a uno se le ocurre sintonizar la tele, que, ciertamente, no es muy a menudo. Enchufarla para ver una película sin anuncios no cuenta.

Una serie producida con los auspicios de la británica BBC que siguiendo su tónica, recupera las historias creadas por Arthur Conan Doyle en la figura del muy emblemático Sherlock Holmes, en una coincidencia con la película de Guy Ritchie en la que aparece un personaje que se llama igual.

Y ahora que Ritchie presenta su segunda producción con el mismo personaje llamado Sherlock Holmes, van los de la muy británica BBC y sacan del armario la segunda temporada de las remozadísimas aventuras de Sherlock Holmes, de la mano de Mark Gatiss y Steven Moffat y, curiosidades de la vida, después de tantos meses provocando las iras de los ansiosos aficionados y seguidores holmesianos, reemprenden la emisión presentando tres episodios más, los dias 1, 8 y 15 de enero de este año 2012 y se acabó.

En esta segunda temporada los títulos son más evocadores de las tradicionales tramas escritas por Conan Doyle:

En A Scandal in Belgravia como es lógico aparece "la mujer": Irene Adler aparece bajo los rasgos -y curvas- de Lara Pulver en una presentación atrevida del personaje femenino por excelencia de la serie, quitándole, amén de la ropa, el punto de superioridad que la misteriosa dama mantiene en el imaginario al ser la única persona capaz de poder contar en su haber una victoria sobre Sherlock, nuevamente incorporado por Benedict Cumberbatch que lleva camino de convertirse en icono para las nuevas generaciones. Un final inesperado e ilógico, apenas unos segundos de error, no malbaratan un telefilme de hora y media que de nuevo nos engancha al universo de los habitantes de Baker Street 221B

Apenas una semana después, el ocho de enero, andando los amiguetes de Ritchie haciendo de las suyas en la pantalla grande, aparecen The Hounds of Baskerville y de nuevo esos malditos guionistas toman inspiración en la tradición, la alteran, la modernizan, y uno no puede menos que quedarse ojiplático por el talento desplegado guardando la esencia de una trama archiconocida presentándola con nuevos modos, nuevas sustancias y nuevos escenarios, recayendo buena parte de la presión en Watson, provisto de la dignidad de una actuación ajustadísima de Martin Freeman en una demostración de lo que significa ser co-protagonista.

Y catorce días después de la flamante inauguración, despedida y cierre: el 15 de enero se exhibe The Reichenbach Fall y ya todos los aficionados a las novelas de Sherlock nos acordamos que Conan Doyle se cargó al personaje justo en esas cataratas y el pánico entra en escena: y lo hace de la mano del extravagante y maléfico Moriarty que gracias a la pérfida composición de Andrew Scott nos tiene en vilo durante todo el episodio porque su sonrisa de chalado amable produce escalofríos que no cesan hasta llegar al final más temido, con un resultado que no desvelaré, como he procurado no desvelar nada de los argumentos presentados: baste con saber que el más exigente de los seguidores de Holmes, ése que duerme con el sombrerito de marras y la pipa en la mesilla de noche, ése, digo, habrá quedado satisfecho y seguramente demandará más y más, porque el conjunto no tan sólo no ha bajado el nivel de la primera temporada, sino que incluso diría que lo ha subido: la dirección artística sigue siendo notabilísima, incluyendo vestuarios y decorados diversos, los efectos especiales están cuando deben y por encima de todo los guiones resultan excepcionales, abundando en reflejos de la tradición conocida mediante su adaptación pletórica de lógica a este siglo que vivimos, reconvirtiendo vicios y virtudes, manteniendo las psicologías de los personajes, remarcadas éstas por detalles fácilmente reconocibles y recordables, lo que produce, cómo no, inmediata empatía en el espectador, que, acabada la serie, podrá quejarse con toda justicia de la avaricia de la BBC: queremos más: más episodios, por favor.





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divendres, 20 de gener del 2012

TC (23) Casino Royale (1967)




Todos sabemos que hay una película que pertenece a la saga de James Bond pero que en realidad no pertenece a la saga, a pesar que en la misma aparezca no uno sino hasta ¡siete! James Bond absolutamente distintos entre sí, una alocada aventura que consumió los nervios de seis directores distintos y once guionistas, con nombres de la talla de Huston, Wilder y un chiflado y menudo judío que sigue atendiendo por Woody.

Puede que haya todavía alguien que no haya visto esa película, pero casi seguro que no habrá nadie que jamás haya oído la sintonía compuesta por Burt Bacharach para los títulos de crédito.

Véanlos, si les place:












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dilluns, 16 de gener del 2012

De 1952 a 1990, algo más que un "The"






Nos hemos detenido en alguna ocasión en el pasado a contemplar el subtipo de películas que denominamos con la muy poco original y menos apropiada palabra de remake procedente del mundo anglosajón olvidando que disponemos de por lo menos dos, a saber, revisión y refrito, cuando no diferentes tiempos de conjugación del verbo rehacer. El uso intencionado de refrito conviene en muchos, demasiados productos que nutren las actuales pantallas, al contener un cierto afán de desprecio, del mal gusto que asimilamos los amantes de la buena gastronomía a los condimentos que pasan por una sartén excesivamente usada con el mismo aceite de oliva.

Dicho de otra forma: películas basadas en el guión de otra u otras anteriores con independencia de su bondad y que jamás la alcanzan.

En otros casos, diremos que se trata de una revisión, para entendernos, porque el resultado puede ser parejo e incluso más digno, cuando no mejor.

Me gustaría que nos detuviéramos hoy en un guión cinematográfico que ha sido llevado por dos veces al cine con una diferencia de treinta y ocho años, los que van de 1952 a 1990, y comprobáramos siquiera de forma breve y somera las distintas cualidades de ambas películas, que las tienen, porque vistas, ambas consiguen mantener su interés en este siglo.


Martin Goldsmith y Jack Leonard recibieron conjuntamente una nominación al oscar por haber escrito una buena historia en una convocatoria que me produce vértigos como resultado de su trabajo al escribir lo que sería, luego de intervenir el veterano Earl Felton, un guión cinematográfico que en manos de Richard Fleischer se convertiría en 1952 en película titulada The Narrow Margin

La trama, a estas alturas del siglo XXI, resultará más que conocida: un policía, Brown (Charles McGraw) debe acompañar y proteger en un viaje en tren de Chicago a Los Angeles a una mujer, Frankie (Marie Windsor) que se supone ha tenido relación con el hampa y va a testificar, atrayendo a desconocidos matones que ya han asesinado al compañero del policía cuando ambos recogían a la testigo en su escondrijo, siendo la situación tensa, pues la mujer no tan sólo no lo agradece sino que, además, acusa a Brown de vender información a los mafiosos que la buscan y persiguen para matarla.

Durante el viaje, Brown trabará amistad con Ann (Jacqueline White) una mujer que resulta misteriosa por su conducta.

Este planteamiento, que no puede resultar muy novedoso a grandes rasgos pues ha sido imitado hasta la saciedad, permite a guionistas y director construir una historia que se sigue con interés: Fleischer aprovecha los medios a su alcance y rodando en blanco y negro con bastante contraste refuerza la dureza de la trama que presenta: las nada veladas acusaciones de corrupción que Mary, harta de permanecer encerrada en su departamento, lanza sobre Brown y la forma con que éste las encaja, la sensación claustrofóbica derivada del reducido espacio y la constatada presencia de matones que les buscan sin tener muchos lugares donde esconderse, son aspectos remarcados por Fleischer a fin de incrementar el suspense relativo al desenlace mediante un acertadísimo uso de la cámara confiada en las buenas manos de George E. Diskant que sabe moverla siguiendo las instrucciones de Fleischer, avezado cineasta curtido en diversos géneros, que sabe resolver con eficacia y sin presumir los problemas que le puede plantear, por ejemplo, una lucha a puñetazo sucio en un minúsculo departamento ferroviario ofreciendo una demostración de vigor en la planificación que no precisa más que el sonido directo de los intérpretes.

Fleischer no acentúa con la cámara buscando ángulos complejos que puedan llegar a distraer la sensación de estrechez del cubículo largo y estrecho donde se desarrolla la historia, pero tampoco elude el uso de primeros planos para mostrar la intensidad del miedo a ser descubiertos, la violencia del gesto amenazador, y tampoco rehuye los planos detalle para realzar puntos de la trama que le interesan, al tiempo que sabe formular la distancia a través de los reflejos dando una salida imaginativa del reducido cubículo contando con la complicidad del espectador que así halla momento de escape del obscuro vagón que encierra tanto la ansiedad de llegar al término como el peligro de una súbita interrupción vital del camino liberador, en cuyo desarrollo Fleischer, que está rodando a mediados del siglo pasado, no lo olvidemos, a duras penas puede dejar de lado la evidencia que ése viaje de incógnito ha quedado al descubierto porque en la policía hay delatores, agentes vendidos a los malhechores y ése aspecto que incidiría elevando el nihilismo propio del cine negro apenas se entreve y queda como irresoluto, olvidado casi, al final del ajustado metraje de menos de hora y media, en el que la acción ha sido sobria y el desenlace un punto inesperado.

Casi cuarenta años más tarde, Peter Hyams decidió que ya era hora de revisar el pequeño clásico de serie B dirigido por Fleischer y ni corto ni perezoso agarró la historia y el guión originales y procedió a escribir él mismo un guión basado en el anterior, constituyendo pues un ejemplo clásico y definitorio de lo que es una revisitación (llámenle "remake" y condénense a placer) más que un refrito porque lo cierto es que, habiéndole quitado la preposición, su película, titulada Narrow Margin (1990) se diferencia en algo más de la original, adecuándose a su tiempo.

(Por cierto: el título, traducido al español, igual en ambos casos: Testigo accidental. Curioso.)

Recuerdo haber visto la versión de Hyams sin tener ni idea de la anterior y me pareció una película eficaz y entretenida, mejorable seguramente, pero con un ritmo adecuado a la trama incidiendo especialmente en la acción, convirtiéndose el ferrocarril en el que -de nuevo- transcurre la mayor parte de la trama en elemento móvil que coadyuva al interés de llegar al final del viaje iniciado, sin que Hyams se decida por exagerar la posible claustrofobia derivada del minúsculo espacio donde se desarrolla la trama, incluso aprovechando la más remota oportunidad para sacar personajes y cámara del recinto del tren, ni que sea unos metros en una parada inesperada, ni que sea ya, de forma moderna pero también vista, aprovechando el exterior del propio ferrocarril.

Hyams tiene de entrada la ventaja de una producción que cuenta con un protagonista estelar de primera fila, pues el ayudante del fiscal que va a por la testigo para llevársela a la sala de juicios, un tal Caufield, es representado por Gene Hackman que ofrece una vez más muestra de su excelencia interpretativa como empecinado y valiente protector de la perseguida Hunnicut (Anne Archer) que será objeto y punto de mira de una serie de asesinos que irán compareciendo en el tren, manteniéndose casi la misma estructura del guión original con ligeras variantes que hacen distintas ambas películas.

Pero además, Hyams le da a la cinta un tratamiento muy distinto: a pesar que en la época en que rueda Hyams la perspectiva de mostrar un policía corrupto que se vende a la mafia es absolutamente posible y nada tiene de novedad, prefiere obviar la cercanía psicológica a los personajes para incidir en el espectáculo visual, reforzando la acción con todos los medios a su alcance, que son muchos y variados, desde diferentes tipos de armamentos y vehículos (hay al inicio una persecución de helicóptero tras un coche) hasta diferentes tipos de asesinos, del más frío al más sádico, en un sinfín de situaciones parejas a las que suceden en la versión original pero desarrolladas con mucho más ruido y más medios materiales, obteniendo una fuerza visual distinta.

Es curioso que pasados casi cuarenta años se proceda a revisar una trama que en su momento levantó alguna ampolla por apuntar situaciones probablemente reales -las relaciones entre policías y malhechores siempre tienen aristas- pero muy incómodas a mediados del siglo pasado y pudiendo profundizar en dicho aspecto, se prefiera mencionarlo expresamente pero de forma muy somera, como de pasada, remarcando especialmente los aspectos digamos que cinéticos, buscando la acción física por encima de la conceptual, prefiriendo muy claramente hacer ruido con disparos simulados antes que con ideas concebidas hace ya tanto tiempo, acalladas por una censura hoy teóricamente inexistente.

Para quienes no conozcan ninguna de las dos, recomendaría su visión cronológica: para quienes -como a mí me sucedió- vieron la película de 1990, sin duda recomiendo vean la "original", pues garantizo que será una buena sorpresa, sin que ninguna de ambas dos sea imprescindible, creo que vale la pena verlas porque cumplen con su función.








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divendres, 13 de gener del 2012

MM 58 Bienvenido Míster Marshall



Con la estupenda voz de la entonces jovencísima y desconocida Lolita Sevilla entonando con garbo una melodía propia de la copla española, Berlanga rueda un pasacalle, mitad procesión rogativa mitad manifestación popular, exhibiendo sin pudor ilusiones, necesidades perentorias, deseos imposibles y anhelos materiales, caricaturizando finamente a una sociedad entera, gobernantes y gobernados, en su obra maestra del año 1953 Bienvenido Míster Marshall, en el que no tan sólo el estupendo guión elaborado por Berlanga, Bardem y el olvidado Mihura contiene vitriolo a espuertas: también las letras de las canciones de Ochaita y Valerio.

Un momento musical imperdible, las famosas Coplillas de las divisas, conocidas popularmente como Los Americanos:








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dilluns, 9 de gener del 2012

Un método peligroso



Enfrentarse a una historia que transcurre completamente en un círculo de especialistas pioneros, que además están creando un lenguaje para poder expresar unas ideas que son novedosas y que hasta el momento nadie ha enunciado, supone una dificultad añadida a cualquier cuentista con independencia de la forma que adopte su relato.

Si por añadidura esos especialistas lo son de una ciencia dotada de una terminología usualmente visualizada por el público llano y lego en la materia como ejemplo de ininteligibilidad al extremo de producir desconfianzas en los más suspicaces, ese escollo jamás deberá ser olvidado por el artista que pretende comunicar un mensaje o, como mínimo, una idea, viéndose en la obligación de sortear el obstáculo para facilitar el camino del ciudadano al que va dirigida la pieza artística.

Parto del desconocimiento previo de una novela de John Kerr en la que se inspiró el prolífico Christopher Hampton para escribir una pieza dramática que el mismo Hampton reconvirtió en guión cinematográfico para que David Cronenberg rodara una película muy alejada de lo que todos sus fans podían imaginar, porque A Dangerous Method (cuyo título recibe una correctísima traducción al español como Un método peligroso) es un drama psicológico basado en la palabra más que en la acción y nunca tan bien usado el adjetivo porque el trío protagonista de la trama dedicó en la vida real todos sus esfuerzos profesionales a estudiar la psique humana y a tratar las enfermedades que de la misma provienen.

La recreación de las intensas relaciones entre Carl Gustav Jung (Michael Fassbender), Sabina Spielrein (Keira Knightley) y Sigmund Freud (Viggo Mortensen) a lo largo de más de una década de principios del siglo pasado es el nudo de la trama alrededor del que gira un guión que en demasiadas ocasiones adolece de lenguaje excesivamente técnico provocando la inmediata exclusión del espectador del discurso que se iba siguiendo con atento esfuerzo porque la última cinta de Cronenberg requiere que el espectador esté atento y, además, escuche con mucha atención todo lo que los personajes van diciendo.

De hecho, los diálogos acaban por ser un lastre para el conjunto porque aparecen circunloquios y discusiones de contenido claramente filosófico que no acaban de ser escritos con la fuerza que las ideas requieren para ser entendidas: es obvio que discusiones filosóficas relativas a la mente humana no pueden despacharse en frases sueltas de diálogos: los grandes dramaturgos (Hampton demuestra no serlo) saben trazar psicologías interesantísimas a base de frases que van conformando un conjunto y el espectador sabe a ciencia cierta de qué pie cojea un personaje: en ocasiones, se precisa de toda una pieza para rellenar el mosaico de sensaciones que produce el cúmulo de palabras, pero en este caso hay una falta de definición que malogra el resultado y sin ser malo, queda en el ánimo del espectador que, encendidas las luces de la platea, permanece detrás de la pantalla todavía mucho por ver.

Hay quizás un exceso de líneas abiertas, de frentes en los que combatir el tedio que causa el vaivén de una parte a otra: hay apuntes clarísimos a una relación entre Freud y Jung que no acaba de cuajar y queda en mera anécdota cuando seguro que ahí hay material para una interesante película que, incluso sin entrar en innecesarios tecnicismos, explote debidamente la fecunda relación de ideas de ambos personajes ya históricos para la ciencia: esa relación de amistad casi paterno filial o de maestro a discípulo aventajado que toma su camino discordante es apuntada en diálogos pero queda en insinuada.

Aceptando que el interés de Cronenberg no reside en las vivencias de los pioneros del psicoanálisis, vemos que la relación entre Jung y Sabina, iniciada en el habitual marco entre médico y paciente, contiene elementos más que suficientes para llenar por sí sola otra película, porque de un lado están los padecimientos neuróticos de Sabina, sus respuestas cargadas de una sexualidad específica y por otro la fuerza arrolladora de su personalidad que acaba por engullir y maniatar al propio Jung que también es ejemplar dotado de una complejidad muy atractiva para alguien como Cronenberg, ciertamente inclinado a retratar caracteres que se salen de la normalidad.

Los tipos de ese trío protagonista hubieran requerido, a mi entender, una dedicación más cercana por parte de Cronenberg: una focalización eligiendo uno de los tres y descartando a los otros dos aun manteniéndolos como elementos necesarios e imprescindibles para la comprensión del tipo elegido. Creo que Cronenberg, que realiza una labor de dirección muy eficaz, falla al decantarse por un estilo clásico adoptando un punto de vista apropiado para un melodrama victoriano, admitiendo, supongo, la inalterabilidad de un guión que a todas luces pierde fuelle conforma avanza porque no acaba por decidirse a profundizar en la historia de ninguno de los tres personajes. Cronenberg hubiera debido seguir el ejemplo de otros que le precedieron y que aparte de considerar en poca cosa a los actores además creían que los guiones estaban para ser manipulados a su antojo. Y hubiera tenido que decidirse por uno de los tres: por uno, únicamente.

Además, Cronenberg debe lidiar con una dificultad inesperada: Keira, Viggo y Michael se dedican a robarse escenas los unos a los otros, aprovechando el más mínimo detalle para componer unas soberbias actuaciones: de Viggo Mortensen, después de verlo en Apaloosa, no me extraña nada que haya alcanzado la tranquila madurez que exhibe en cada plano: Michael Fassbender, que está trabajando en lo que sea, demuestra una versatilidad enorme y en poco más de un año ha dejado bien patente que, a poco que le den buenos papeles, va a convertirse en un imprescindible; y, para sorpresa mía, Keira Knightley ofrece un recital sorprendente, memorable tanto en el dominio del histrionismo más acentuado en el paroxismo, cuanto en la pasión turbadora de su mirada desacomplejada, casi comiéndose literalmente a Fassbender que aguanta por ser, muy cierto, un hueso duro de roer.

Esas fantásticas actuaciones, a la que hay que añadir a Vincent Cassel incorporando al interesantísimo personaje real de Otto Gross (otro que también daría para una película) son piedras lanzadas al aire que acaban por caer encima de la cabeza de Cronenberg que como director no acaba de saber organizarlo todo y las virtudes del conjunto se convierten en lastre: demasiados puntos de atención que distraen al espectador dificultando el mantenimiento del interés, porque ofrecer tanto material en poco más de hora y media representa forzosamente dejar en el tintero mucha información necesaria para poder digerirlo todo de forma placentera.

Hay muchos apuntes sugerentes pero casi todos residen en las palabras y no acaban de cuajar por falta de continuidad: la condición sadomasoquista de la relación falta de ética profesional entre Jung y Sabina la presenta Cronenberg con una palidez extraña para los que hayan visto sus anteriores películas; las diferencias de posicionamiento intelectual y social entre Freud y Jung y ciertas insinuaciones de contenido político quedan en detalles quizá desapercibidos y faltos de ulterior desarrollo.

Es muy distinto el uso de recursos cinematográficos basados en la fuerza visual al apoyo en la palabra casi que musitada para argüir conceptos que, por sí solos, darían para una escena entera que conformaría a ojos del espectador parte importante de la condición humana de un personaje, provocando empatía o desafección, pero nunca perplejidad o indiferencia o, como es el caso de esta pieza, la sensación que estos personajes han sido apenas vislumbrados, caricaturizados con cariño, pero meras sombras de lo que debieron ser y representar en su propia época y desde luego el final abrupto y el típico cartelito explicando cómo acabaron sus días los personajes principales acaba por dejar un regusto de excesiva conformidad blandengue en un retrato que se adivina, difuminado bellamente, falto de garra.

Siendo lo más interesante el apartado interpretativo -y habiéndola visto doblada- recomendaría que, de poder elegir, sin duda, en versión original.


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divendres, 6 de gener del 2012

ESD 34 THE GODFATHER



Habiendo asistido a su estreno en una matinal del tristemente extinto Cine Vergara en la que resulta ser única "novillada" de mi ordenada existencia, la memoria que guardo de la primera parte de El Padrino está unos centímetros por encima de la mayoría de películas que he visto y esa mitología particularísima construida a golpe de subjetivismo del que ya a estas alturas no tan sólo no me avergüenzo sino que, además, me enorgullezco, viene conformada por una sucesión de escenas a mi entender maravillosas en las que el genial Francis Ford Coppola desgrana su talento a raudales, munífico para los espectadores que se ven rociados por cine de verdad.

No le hacen falta muchas palabras a Coppola para dar a entender que, por fin, las negociaciones han quedado cerradas para siempre y ha llegado la hora de aceptar el trato:






p.d.: esta escena, que es la de la cabeza de caballo, puede que no llegue a verse en pocos días, pues parece que youtube tiene fijación en eliminarla rápidamente, quizás debido a la perfección de su rodaje y montaje y al brillante uso del sonido.





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dilluns, 2 de gener del 2012

Una de espías de verdad




De vez en cuando aparece alguna película que va contracorriente casi despreciando las más probadas fórmulas de la comercialidad y nos devuelve, a los más veteranos, la sensación que todavía se pueden hacer películas de acción en las que la física es una parte complementaria pero no la principal para mantener la atención del espectador, prefiriendo sostener la acción a base de meros actos de investigación que son ejecuciones de decisiones mentales producidas tras un ejercicio mental en el que se toman riesgos y se descartan probabilidades.

Como en la vida real, vaya, dotando de una normalidad aparente ciertas actividades que pertenecen a círculos restringidos y que se desarrollan intentando pasar absolutamente desapercibidas, sin ruido ni alharacas vanas.

Intriga perteneciente a la fecunda cosecha de John Le Carré, padre literario del hermético George Smiley, la investigación, averiguación de identidad y detención de un infiltrado agente doble en las más altas instancias del servicio de espionaje británico obtuvo a finales de los años setenta del siglo pasado gran éxito en la televisión, de lo que ya queda constancia en este bloc de notas en un momento en el que no me podía imaginar que llegaría a ver en pantalla grande la misma trama.

Así ha sido pues Tomas Alfredson, basándose en un guión escrito por Peter Straughan y Bridget O'Connor (a la que se dedica la película a causa de su fallecimiento antes del estreno) rodó una versión cinematográfica titulada como la novela Tinker, tailor, soldier, spy, traducido su titulo como era de esperar al castellano como El topo, en la que se la ingenia para reducir a poco más de dos horas una compleja trama que en la serie televisiva alcanza casi siete horas.

Las comparaciones son odiosas y además, cuando se trata de medios distintos, inútiles: la película recién estrenada en diciembre pasado no tiene ninguna posibilidad de competir en detalle con la mini serie televisiva ni con la novela, porque el lenguaje, sometido a la duración, forzosamente debe ser distinto.

La película de Alfredson mantiene el esqueleto de la trama ideada por Le Carré sin cambiar apenas nada de lo principal, ni siquiera los nombres de los personajes, lo que representa una gran ventaja para los espectadores que o bien han leído la novela o bien, como es mi caso, disfrutaron en su momento -y quizás también en más de una ocasión, posteriormente- de la serie televisiva: el conocimiento previo de la trama sin duda ayudará bastante al momento de apreciar en su justa medida la película: en este caso, no puedo meterme en la piel de quien se enfrente a la intriga partiendo de cero y me queda la sensación que el forzoso uso del flashback y la elipsis quizá aturulle un poco al espectador desprevenido y con toda seguridad no será del agrado del habitual de las películas de espías que se limitan a liarse a mamporros y dar saltos y piruetas propias de un circo digital.

Es evidente que la inspiración de Alfredson se halla fuera de la post modernidad que pretende convencernos que los estilos videocliperos y la trepidante cámara en mano son lo más de lo más, porque el sueco se decide por una forma de rodar absolutamente tranquila, dejando que el fastuoso elenco encabezado por Gary Oldman como George Smiley y Benedict Cumberbatch como su brazo ejecutor Peter Guillam desarrollen sus composiciones con el debido espacio, calma y tranquilidad para que todos podamos disfrutarlos.



(Por cierto, apuntar nota: a la que salga el dvd deberé espabilar para poder verla en v.o.s.e.)

Ese muy británico elenco en el que la mujer apenas tiene cabida -nos hurtan incluso la concurrencia de la conflictiva esposa de Smiley- es una baza considerable a tener en cuenta ya que las excelentes actuaciones sostienen no poco el metraje otorgando una pátina de verismo en una trama poco usual en estas épocas en las que el trabajo gris y concienzudo, lento y constante, parece no tener cabida: cuando las películas de espionaje son espectaculares pero carecen de intriga, ofrecer un retrato impregnado de realismo de las vicisitudes que ocurren en un ambiente más propio de una triste oficina, repleta de funcionarios tópicos que se distinguen por jugar con papeles que contienen información supuestamente valiosa para los intereses de una nación, siendo así que su defensa no se mantiene a base de ráfagas de tiros, es casi una osadía revolucionaria que nos devuelve a la juventud cuando en los muros se podían leer pintadas en las que se decía: la imaginación al poder.

Esta película no es pues aconsejable para quienes busquen escenas de violencia física, peleas coreografiadas y tiroteos, porque les decepcionará; tampoco es una película portadora de mensaje político subliminal y me atrevería a decir que a causa de la densidad de la trama y de su previo conocimiento a los guionistas les ha resultado imposible mantener los trazos psicológicos -leves, pero existentes- que definen a los personajes, quedando, eso sí, el interés de la intriga y la construcción de los consecutivos hechos que encadenados con mucha eficacia conforman una historia que engancha desde el primer al último minuto, manteniéndose la tensión gracias al buen pulso cinematográfico de Alfredson que se sirve de la música compuesta por Alberto Iglesias para puntuar alguna escena.

En definitiva, una película recomendable incluso para quienes ya conozcan la trama y sepan de antemano quién es el topo; es probable que después, les apetezca ver la serie y leer la novela de John Le Carré y soñar con que pronto, veremos en cine a La gente de Smiley...

Tráiler






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