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divendres, 30 de març del 2012

Examen de Cinefilia (parte LIV)




Casi se me olvida y se quedan libres como gorgonas ¿o eran jilgueros? este fin de semana que coincide con inicio de mes y con las esperadas vacaciones para aquellos que dicen andar muy estresados con los desafíos que comporta llenar las huecas cabezas juveniles de conocimientos que les sirvan de algo en el futuro.

Porque resulta que empecé una tarea -que ahora mismo no puedo explicar- y me fui enfrascando y el tiempo se hizo corto y esquivo y hete aquí que para cumplir con mi autoimpuesta programación, debo espabilar y construir un pequeño acertijo para que esas neuronas cinéfilas se muevan en un sentido poco habitual.

Así que, llegada la ocasión, aquí tienen su...




que, de nuevo, consiste en averiguar el título de una película.

Había pensado que para este acertijo aplicaría una nueva idea un pelín rebuscada porque me parece que el nivel de dificultad debería incrementarse unos puntitos, pero luego me apiado de ustedes por el agradecimiento que les confeso por pasarse por aquí, de modo que he decidido ofrecer una pista.

Una pista gráfica, que ha quedado sensiblemente alterada a causa de unos experimentos que incluso podrían denominarse fallos míos, que no son pistas adicionales y que quizás despisten, de lo que me alegraría, digo, que lo siento y eso....

Pues nada, sin más prolegómenos, ahí tienen la pista gráfica que a buen seguro les permitirá escribirme para enviarme sus respuestas correctas -o no- a mi correo y el cajetín de comentarios, con lo remozadito que lo tengo ahora, aprovechen para explayarse a gusto...

Y para que no digan que me dedico a presentar imágenes pequeñas, ahí tienen un tamaño


que seguro aclarará alguna duda, caso de haberla.

Esta vez no dirán que ha sido difícil.... je,je,je....

Recuperando sus fuerzas investigadoras por primera vez en este curso, Abril en Paris le ha dado un vistazo certero a las imágenes que componen la pista y ha sabido nombrar el ambivalente título.
Por lo tanto, hoy se lleva el premio de la vencedora.
¡Enhorabuena, Milady!


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dilluns, 26 de març del 2012

Galo-Blufffff



El ejercicio de sentarse a escribir conlleva, ya lo sabemos, el pánico de la hoja en blanco que no deja de ser un eufemismo relativo a las dudas que uno suele tener referidas, por lo menos, a la mejor forma de introducir la idea que se pretende transmitir.

Cuando uno, como quien suscribe, se dedica -por gusto, evidentemente- a proponer un campo de juego en el que conversar sobre una película, se siente en la obligación de manifestar públicamente sus consideraciones y cuando uno sabe que sus apreciaciones van a ir contra corriente y aún así decide no callarse y permanecer en humilde y pacífico silencio, lo mejor que uno puede hacer es vestirse de la forma más apropiada

antes de empezar a provocar, lo que no se hace por gusto, aunque por gusto se disiente, ni que sea de millones, ¡voto a bríos!

Si un día me preguntaran, en una de esas latosas encuestas, sin duda colocaría a los vecinos del norte de los Pirineos como naturales maestros en el arte de la mercadotecnia, no en vano han sido capaces de convencer a todo el mundo de la belleza de esa torre Eiffel que, según leí un día, era el sitio preferido de un célebre escritor (no recuerdo: ¿Simenon, quizás?) para estar, porque, decía, era el único de todo Paris desde el que no se podía ver la maldita torre.

Si sabrán venderse que hasta han conseguido dar gato por liebre y encima han cobrado regalías y parece que van a seguir durante un tiempo, gracias a un hijo de inmigrantes nacido en el mismísimo Paris que tanto gusta a Woody Allen: Monsieur Michel Hazanavicius, a partir de ahora Michel a secas, es un megacrack de la industria cinematográfica gala desde que hace veinte años empezó en esto del cine y además es un personaje muy económico, ya que se cuida de escribir el guión, pulir los diálogos, dirigir la película y montarla a su gusto y además debe ser muy simpático porque los hermanitos Weinstein, otros magos de la mercadotecnia, están locos de contento con él.

¿Y qué es lo que habrá hecho el amigo Michel? Pues ha escrito un guión penoso, trillado hasta la saciedad, lleno de lugares comunes y visto mil veces y ha positivado el copión en blanco y negro (rutilante, eso sí: faltaría más, con lo fácil que resulta hoy en día) y ha vendido la idea que estaba homenajeando al cine en sus principios, pero no el que hubiera sido propio de un parisino, narrando las vivencias de Georges Méliès sino presentando una especie de insípido refrito de la obra maestra de Stanley Donen Singing in the Rain que, con un minuto menos de metraje, 99, después de sesenta años sique superando fácilmente la pobre impresión que en quien suscribe dejó el pasado sábado The Artist que es de lo que estamos hablando, como ya todos habrán colegido.

Supongo que a estas alturas del curso ya todo el mundo habrá visto la película que ha llegado a "mi cine" con tanto retraso porque esos galos, mucha boquilla y mucha propaganda, pero muy pocas copias distribuidas, lo que me hace pensar que los primeros sorprendidos por el éxito de la empresa deben ser ellos mismos. Acabo de leer que esta semana pasada y gracias a la campaña que les han apañado los Weinstein en los USA (no creo necesario abundar en ella) por fin han llegado al décimo puesto de taquillaje.

Me aburrió. El que se lo pasó en grande fue el señor que estaba a mi izquierda, porque pegó unas cabezadas y unos ronquidos efusivos al extremo que le despertaban a él mismo y a mí me mantuvieron en vela por temor a caer en el mismo estado.

No he querido precipitarme y dar rienda suelta a mi profunda decepción y he estado meditando -a ratos- con la intención de entender y he llegado a la conclusión que no hay nada que entender: a lo sumo, que el amiguete Michel, comprobando que su película era aburrida, un día, harto de escuchar esos diálogos tan sosos, se puso a mirar la película sin sonido.

Hagan la prueba: agarren ahora mismo (no, ahora no: primero acaben de leer, no se vayan todavía: háganlo al finalizar la lectura) cualquier película que tengan a mano, y quiten el sonido. Y pongan de fondo, aquel ¿disco de música clásica? que les regalaron un día: sí, ese tan malo.

¿Ven el parecido? ¿No?

Tienen razón.

Quiten, también, el color a su televisor, y acentúen el contraste y el brillo. ¿A que ahora sí?

Porque Monsieur Hazanavicius nos da gato por liebre: su película no es una película muda: es una película enmudecida, que no es lo mismo. No hay en The Artist ninguno de los elementos que cualquier aficionado puede hallar en las películas de la época silente, cuando los pioneros, los maestros como Eisenstein, Griffith o Chaplin, por citar tres ultra conocidos, se batían el cobre consigo mismos para hallar, crear e inventar recursos con los que ir construyendo lo que luego hemos denominado caligrafía cinematográfica, que es una forma de explicar una historia, de representar unas ideas, por medio del uso de la imagen en movimiento, lo que también conocemos como CINE.

No hay en The Artist ni un sólo plano a recordar. Ni uno. Para ser una película visual por excelencia como muchos han pretendido contar, no deja recuerdo visual alguno.

Ciertamente la fotografía en blanco y negro apunta al principio del cine pero tanto como la propia fotografía estática en blanco y negro que, más allá de los círculos de aficionados, comercialmente se usa para dar un marchamo de "calidad vintage" que, francamente, resulta risible, porque queda en la mera apariencia.

Porque lo que importa en el cine, principalmente, es el guión: tanto da si hay o no diálogos, pero lo que no puede faltar es una historia atractiva o por lo menos novedosa. El guión de The Artist es penoso, lamentable, paupérrimo y seguro que Chaplin jamás, por mucho que sus biznietos hayan cobrado por alabarlo, seguro, digo y afirmo, lo hubiera filmado el genial Charles y menos con una caligrafía cinematográfica tan simple.

Enfrentarse a la época de la transición entre cine silente y cine sonoro despreciando la posibilidad de un argumento que ofreciera por lo menos detalles históricos interesantes, vivencias y anécdotas, para presentar una trama absurda de un famoso que sin intentar permanecer arriba cae del carro de la fortuna resulta risible sino fuera porque es penoso: existiendo la historia de John Gilbert que no pudo soportar la transición por culpa de su voz, ese George Valentin que es una mezcla embriagada intentando ser émulo de varias figuras a un tiempo, resulta patético sobre todo por lo previsibles que son sus actos: cualquier cinéfilo sabe que las películas son material altamente inflamable (hasta Tarantino lo sabe) y la escena en la que busca afanosamente la caja y se detiene antes de abrirla no contiene tampoco ninguna sorpresa, porque hace rato uno supone que dentro habrá un revolver...

No diré que la perspectiva de rodar en este siglo XXI una película muda sea una idea descabellada, pero poco le falta, porque para ello se necesita un buen guión literario, un buen guión técnico, un director que sepa lo que hacer con ambos guiones, y unos actores que sepan sudar la camiseta expresando sentimientos únicamente con su cuerpo y, principalmente, con la mirada.

Esos elementos, ay, no están en la nómina de quienes participaron en The Artist. Los intérpretes, salvo John Goodman y James Cromwell que se lucen como secundarios, se muestran incapaces de soportar hora y media haciendo gestos: uno tiene la sensación -ya referida- que la pareja protagonista actúa pronunciando de veras unos diálogos que deben ser inanes y faltos de fuerza y los acompañan de unos gestos propios de intérpretes que no saben actuar delante de la cámara sin algún que otro exceso, pero, y esto es importante, sin alcanzar la fuerza expresiva del gesto requerido por el cine silente.

A esa consideración se puede oponer en buena lógica que la trama se entiende perfectamente aún sin escuchar palabra alguna y con la ayuda de pocos letreros en pantalla: ¡pues claro! ¡si es que es una trama sencillísima, mil veces vista! ¡nos la sabemos de memoria!

Hay además un punto en el que mostrarse irreconciliable: la banda sonora de Ludovic Bource es somnolienta, aburrida, pesada, falta de inspiración y execrable. Hubiera preferido un silencio absoluto.

Me parece de todo punto inaceptable la pretensión que The Artist es un homenaje al cine mudo y me aterra y produce a un tiempo pánico y náuseas la posibilidad que devenga en moda y cada tanto nos tengamos que tragar por las buenas cosa semejante, cuando lo que se debería es ofrecer la oportunidad de ver en sala de cine películas de los grandes cineastas del principio del siglo pasado, para que todo el público huérfano de esos tesoros pueda apreciarlos y aprenda a distinguir lo genuino de las malas copias.

En definitiva: mala. Mala de remate, de esas que, dentro de apenas cinco años, bajará paulatinamente el escalafón estrellado pasando de las inmerecidas alabanzas que ahora ha recibido hasta la inevitable consideración de bluffffff porque es un globo lleno de aire constipado y quedará en nada. Tiempo al tiempo.


¿Quieren hacer la prueba? Quiten sonido, color y hagan click aquí






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divendres, 23 de març del 2012

ESD 35 Marathon Man



Ya me ha ocurrido en otras ocasiones: busco y encuentro alguna escena cuyo recuerdo sigue en mi memoria para insertarla en esta mini sección e inevitablemente me entran ganas de ponerme a hablar (escribir) inspirándome en la película que alberga en su seno esas imágenes encadenadas de forma tan especial que permanecen a través del tiempo, ancladas, fijas desde que las ví en la pantalla grande.

En 1976 John Schlesinger se ocupó de dirigir el rodaje de una película basada en un guión de William Goldman pergeñado por el autor sobre una novela propia.


La película, titulada Marathon Man nos cuenta las andanzas, aventuras y desventuras de un joven que se ve mezclado en un galimatías de espionaje y contrabando de diamantes del que formaba parte su hermano mayor, apareciendo como enemigo un criminal de guerra nazi que no se anda con chiquitas, provisto de una pulserita muy particular con la que puede zanjar cualquier discusión en un instante y sin pestañear.

Schlesinger debe pechar con un guión detallista que presenta una trama complicada provista de unos diálogos que no son su mejor baza. El británico director acude a su chistera de mago y mantiene la tensión con la cámara dando muestra de su sabiduría a la hora de rodar escenas que en otras manos podrían quedar rutinarias.

Empieza la película con cierto humor negro mediante una persecución automovilística que me resulta inolvidable: yo la titularía "Competición de idiotas" y es un buen ejemplo, a pesar de algunas frases sueltas, de Escena Sin Diálogos, porque lo visual es bastante para entenderla, aunque haya un matiz que se escapa, relativo a los personajes: el del mercedes es de origen alemán y el otro, el del bigote, es judío, como todos los del barrio, por otra parte.

Pocos minutos de metraje después, la acción se traslada a París y allí el hermano mayor del protagonista, aquel que decíamos que era una especie de espía o algo así, está despertándose en su habitación del hotel cuando en la calle se oye tumulto de gente y se asoma al balcón y entonces se produce una memorable y muy realista "Lucha" en la que de nuevo Schlesinger da rienda suelta a su forma de escribir con la cámara, acentuando el dramatismo y peligrosidad de la escena gracias al inesperado espectador, todo ello, esta vez sí, sin diálogo alguno; hay un fallo garrafal en la escena, como habrán observado, concerniente tanto a guionista como a director, pero la lucha sigue siendo modélica lejos de coreografías increíbles.

Hay en la trama de la película demasiados giros rocambolescos al punto que resulta difícil recordar la trama sin miedo a dejarse ningún detalle que resulte esclarecedor y cuando uno está viendo la película se angustia un poco creyendo que no va a poder seguir la intriga, pero por suerte la acción nos lleva de un lugar a otro con seguridad: no obstante, Schlesinger todavía tiene guardado un as en la manga y con inusual sencillez ornamental y una planificación escueta y precisa, consigue levantar gritos de pánico mediante una secuencia en la que el diálogo podría ser adjetivado como de besugos, si no fuera porque maldita la gracia que tiene "La preguntita" que le hacen al pobre chico...

Una interesante película que para mí tiene dos puntos de atención: el buen oficio de Schlesinger que sabe mover la cámara para remarcar en la narración cinematográfica los acentos y puntos de atención, y una nueva demostración del genial Larry que no hay papeles desechables para quien sabe lo que hacer con ellos, ni que sea producir el canguelo de la sala entera con una mirada.






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dilluns, 19 de març del 2012

Lillian




La antigua pintura al oleo, al correr del tiempo, en ocasiones pasa a ser transparente. Cuando esto sucede, es posible, en algunos cuadros, ver los trazos originales: aparecerá un árbol a través del vestido de una mujer, un niño abre paso a un perro, un barco grande ya no se ve en un mar abierto. A esto se le llama "pentimento" porque el pintor se "arrepintió", cambio de idea. Quizás seria correcto decir que la primitiva concepción, reemplazada por una preferencia posterior, es una manera de ver y luego ver una vez más.
Quizás por ello, quiero ver lo que vi en ella una vez, lo que es para mi ahora.

Lillian Hellman - Pentimento (1973)






El cine de ficción es deudor de la literatura como origen de una buena idea que luego será plasmada por un guionista que no deja de ser un literato especializado en tener en cuenta la traslación de sus palabras a la pantalla grande, es decir, sujeta su obra a la imagen.

Esa inaprensible deuda la abona el cine de cuando en cuando ofreciendo películas que cuentan retazos de la vida de gentes dedicadas al noble oficio de escribir, ocasionalmente alcanzado la categoría de arte.

A finales de la década de los setenta el interesante director Fred Zinnemann del que ya hemos visto dos películas anteriormente,se aprestaba a dirigir una película asentada sobre un estupendo guión de Alvin Sargent que a su vez tomaba su inspiración de un capítulo de la segunda autobiografía escrita por Lillian Hellman con el título de Pentimento; en dicho capítulo, Hellman se dedica a recordar su relación con una íntima amiga, cuyo nombre da el título a la película Julia (1977) protagonizada por Jane Fonda como Lillian Hellman, Vanessa Redgrave como su amiga Julia y Jason Robards como su mentor, amigo y amante Dashiell Hammett.

Incluso en aquel año de 1977 cuando todavía los llamados blockbusters eran franca minoría la película de Zinnemann resultó muy peculiar para el espectador por la complejidad que alberga en su relato de una relación amistosa, íntima, desarrollada durante años entre dos mujeres que se conocen desde la infancia y que van desarrollando sus distintos caracteres con vidas distintas pero siempre unidas por el afecto personal.

Julia es una niña atrevida y será una mujer decidida mientras Lillian, más sensible e insegura, la sigue en sus aventuras, tanto en la infancia como en la madurez, abarcando un período entre los años treinta y cuarenta del siglo pasado, tan importante para gentes como ellas dos, preocupadas por las transformaciones sociales y políticas que acabarían promoviendo guerras en el viejo continente: Julia acabará por verse perseguida a causa de su decidida actividad en pro de los prisioneros por el régimen nazi y Lillian tomará la decisión de ayudar a su amiga en una aventura propia de una novela de espías.

Pero esa intriga no es más que la fachada tras la cual discurre con fluidez la argumentación que interesa a Zinnemann: aunque la película se titule Julia, como el fragmento capitular de la autobiografía, la cámara no abandona ni por un instante al personaje de Lillian, no en vano es quien nos cuenta la trama, iniciándose como hemos visto, en un largo flashback, una memoria plácida y serena de una mujer que está en una barca amarrada al muelle pescando en un tranquilo atardecer.

Zinnemann, gato viejo en su penúltimo zarpazo, demuestra su sabiduría y sin exhibicionismo desde el primer minuto llena la pantalla de imágenes en las que a menudo el detalle aparece reforzando la gramática visual tranquila con la que nos conduce en todo momento: tomemos como ejemplo las tres barcas que veremos: en la primera, que abre y cierra la película, la cuentista, la narradora, está pescando amarrada; en otro momento, anterior, misma barca pero con Hammett remando mar adentro, lentamente; en otra escena, las dos amigas navegan en un balandro impulsado por fuerte viento y ambas se sientan en babor en una acción enérgica y cinética, significativa como las anteriores; por lo que hace al tempo narrativo, ni siquiera en los instantes en que la tensión aflora propiciada por la subtrama de espionaje el pulso del gran Douglas Slocombe se altera permaneciendo tranquilo al servicio de la idea de Zinnemann que nos está contando con pincelada fina el proceso de maduración de Lillian Hellman precisamente cuando está escribiendo la que sería su primera pieza teatral, The Children's Hour de cuyas traslaciones al cine ya dimos cuenta hace casi tres años y lo hace mientras convive con Hammett en las privilegiadas orillas de Nueva Inglaterra, de donde partirá hacia Europa a la búsqueda de su amiga Julia.

Zinnemann nos muestra con detenimiento el proceso creativo sin detenerse en la escritura ni en lo que inspira la letra: pero nos muestra el debate interior de la autora con lo que hace, con su conducta, sueños y memoria y su trato con Hammett que se ha situado en un auto complaciente abandono literario en el que la pluma no tiene lugar: la perspectiva adoptada por Zinnemann con la complicidad tácita de la propia autora permite intuir que la relación entre ambas amigas admite aspectos sexuales que coincidirían con la temática de la pieza dramática que ronda en la mente de la escritora, pero luego han aparecido dudas razonables que se inclinan por suponer que el personaje de Julia, aun apareciendo en la autobiografía de Hellman, pudiera ser una invención más de la autora, en un ejercicio absolutamente literario y libre de presentar un sentimiento propio aunando recuerdos de una infancia feliz y acomodada en buena parte (en mi opinión) gracias a su afortunada madre, Julia, una formación privilegiada y una toma de conciencia social que le permite darse cuenta de los problemas ajenos optando por intervenir personalmente.

Son dos pues las relaciones personales que conforman el universo de Lillian: por una parte, su mentor y amante Dashiell se muestra sincero en extremo y nada complaciente con su querida pupila, apretándole las clavijas al máximo para incitarla a extraer de sí misma lo mejor al tiempo que la impulsa a cambiar de aires tanto para que se conozca mejor como, permanece la sospecha, quedarse un tiempo tranquilo y solo; por otra parte, su relación con Julia la revivimos con ella en diversos flashbacks referidos a aventuras infantiles y asistimos a la toma de conciencia social de Lillian de la mano de su amiga Julia; cuando ésta le pide que cuide de su hijita de un año y le manifiesta que su nombre es Lillian, en su honor, sabemos que el aprecio de Lillian por su amiga es plenamente correspondido pero no deja de ser una confirmación de lo advertido porque ya Zinnemann, con su cámara, ha sabido mostrarnos la intensa relación que existe entre ambas mujeres.

El ritmo de la narración es adecuado a la trama siendo ésta un galimatías temporal nutrido a base de elipsis, saltos en el tiempo y flashbacks y en ningún momento uno tiene la sensación de perderse y toda la historia de Lillian relacionada con Julia permanece en primer plano diáfana, inteligible y cautivadora, gracias a la estupenda planificación de Zinnemann y en buena parte también por las excelentes interpretaciones del terceto que encabeza el reparto dando lección de dominio gestual y vocalización ajustada en cada momento.

A tener en cuenta asimismo la cuidada producción artística comprensiva de los decorados, vestuario y maquillajes, sin poder olvidar las estupendas composiciones de Georges Delerue que refuerzan sin estridencias los diferentes pasajes emocionales de la pieza.

En definitiva, una película que revisada después de tanto tiempo conserva incólumes sus virtudes, con lo cual adjetivarla de imperdible es una consecuencia ineludible, con la advertencia que se trata de una película para espectadores adultos, gentes sensibles al contenido cultural en ocasiones capaces de conciliar su disfrute cinéfilo con la ingesta de una bolsa de palomitas y un buen wisky, porque la pieza es, por encima de todo, una buena película a disfrutar, naturalmente, en versión original subtitulada.



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divendres, 16 de març del 2012

Luisa Sobral





Fue un flechazo instantáneo, súbito, inesperado, como debe ser, sin previo aviso.

Andaba yo el pasado día 26 de febrero paseando con mi amigo Llamp y escuchando como hago siempre los fines de semana a Pepa Fernández al frente del programa de RNE No es un día cualquiera cuando Pepa anunció la entrevista a una joven cantautora portuguesa, simpatiquísima y agradable, hablando un castellano casi perfecto, cuando le piden que cante una de sus canciones y la joven agarra la guitarra y empieza a cantar Not There Yet

Y me quedo prendado, enamorado de esa voz tan delicada que parece va a quebrarse pero no, provista de un dulce fraseo y una tesitura inusual, y ya no puedo olvidar su nombre:

Luisa Sobral se llama la niña, pues apenas tiene veintitrés años, veintitrés prometedoras primaveras que de momento han eclosionado en un estupendo disco compacto que me acabo de comprar (carísimo, por cierto, 16,99€ en oferta de fnac: sí, hace más de un año que no me compraba un disco...) para satisfacer el impulso irresistible generado por el descubrimiento.

Comprendo que mi entusiasmo puede parecer fuera de lugar porque no gustará a todos y parecerá que estoy jugando de forma inconsciente en la vigente promoción del disco, The Cherry on my Cake, pero, lo mismo que ocurre cuando veo de estreno una película y me gusta, (que no suele ocurrir, vale...) acabado de escuchar el disco y disfrutado, me parece lo más normal comentarlo aquí, dónde sino.

Y para ayudar, dejemos otro enlace, de la canción Xico, un curioso vídeo clip con aires de viuda negra...

Luisa Sobral, compositora y letrista, autora por tanto aunque bien ayudada con la producción y orquestaciones (casi todas las canciones grabadas en U.S.A. en diferentes estudios incluso separando la voz de la música) se ocupa también de elegir el formato de los vídeos y tiene o buenos amigos colaboradores o buen gusto, o ambas cosas a la vez: Clementine

Sus formas musicales diría que son eclécticas, bebiendo de muchas fuentes, lo que naturalmente, pasado por su propio cedazo, le otorga un sonido para mí ya muy identificativo, como podemos escuchar también en Mr. & Mrs. Brown :




Espero que os haya gustado.




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dilluns, 12 de març del 2012

Descafeinado George



El cine político es un género al que tomé afición mucho antes de poder ejercer el derecho de voto que consideramos unas de las bases del sistema democrático y en mi opinión los españoles seguimos estando muy lejos de poder criticar plácidamente cualquier intento que nos llegue de fuera, porque ni nuestro sistema electoral es como debería ser ni nuestros cineastas se han preocupado de ponerlo en solfa más allá de pago de favores recibidos o por recibir delatando partidismos que alejan la objetividad precisa en estas cuestiones de interés general.

Una de las virtudes del cine estadounidense es que con una cierta periodicidad y una libertad más o menos controlada se ocupa de mostrar los entresijos de su sistema político y no hacen ascos a la oportunidad de cebarse críticamente en los que se dedican enteramente a la conquista del poder público.

Esas críticas pueden ser más o menos aceradas y presentarse en clave de comedia sarcástica, de thriller, de drama, de western, etcétera, en definitiva de cualquier género tópico en el que el argumento pivote en torno a un eje de contenido político, pero es más evidente cuando el relato se centra única y exclusivamente en el entorno electoral y lo que siempre sorprende es que, siendo el bipartidismo la tónica dominante en su sistema, los dardos raramente inciden sobre la ideología del partido y se dirigen hacia el individuo denunciando un prototipo censurable casi siempre por excesivo apego al poder y uso de medios indicativos de una cierta corrupción que no va forzosamente unida a la ambición económica.

De tal modo y manera un reconocido adalid del partido demócrata, George Clooney , no siente reparo alguno en adaptar a la pantalla grande una obra de teatro escrita por Beau Willimon, titulada Farragut North en la que la trama gira alrededor de las elecciones primarias del partido demócrata, esas lides políticas totalmente desconocidas por nosotros más allá de lo que vemos en el cine, fijando la atención Clooney juntamente con el autor de la pieza escénica y la colaboración de su viejo amigo Grant Heslov en los tejes manejes de la campaña del ficticio gobernador del estado de Pennsylvania adscrito a las filas del partido demócrata, que se bate el cobre con el senador por Arkansas del mismo partido, a fin de dilucidar cual de los dos seguirá adelante en la carrera por ser nominado candidato a las próximas presidenciales, y un tanto pomposamente Clooney titula la película que va a dirigir con un clásico The Ides of March, afortunadamente traducido por fin en España como Los Idus de Marzo, clarísima alusión a la conspiración política como resultado de una falta de lealtad que conduce a una traición.

Si el título de una obra puede ostentar la importancia declarativa de la intención del autor o autores y si el cartel o poster de una película puede o debe ofrecer información al futuro espectador, diríamos que el de esta película es claramente dicótomo pues el remate a la conocida frase cesariana nos lleva a la erótica del poder con la advertencia que su goce puede corromper, insertando en la inconsciencia avisos culturales que luego, por desgracia, quedan en agua de borrajas.

El espectáculo de las formas democráticas, el conglomerado de gentes en diversas ocupaciones al servicio del candidato, las presentaciones a pecho descubierto (más o menos, pero mil veces más que por estos lares) entes audiencias de diferentes condiciones y las actividades frenéticas para obtener los fondos necesarios para mantener el tinglado son únicamente el marco en el que Clooney desarrolla una trama que pronto se revela como bastante insustancial, descafeinada por decirlo gráficamente, porque aun reconociendo que Clooney demuestra oficio dirigiendo con unas maneras muy clásicas, nada estridentes ni novedosas, el avance de los acontecimientos no exige implicación alguna del espectador que no puede, a estas alturas del siglo que vivimos, ni sorprenderse ni escandalizarse por lo que ve en pantalla en un caso clarísimo de ficción que está muy, pero que muy por debajo de lo que hemos visto en los noticieros de la televisión en los últimos cuarenta años y ninguna conmoción notable ha ocurrido.

De modo que el esforzado trabajo de un selecto grupo de amiguetes del director, que se avienen a realizar muy buenas aportaciones como secundarios, sirve para construir una película correcta pero que sabe a poco pues apuntar a estas alturas que en la política las alianzas tienen la ética conveniente a cada ocasión y que la erótica del poder toma cuerpo y carne maciza no es excusa para rodar una película y no hay nada más: al conjunto le falta garra y fuerza y la intervención del pusilánime Gosling con su método inexpresivo tampoco es que ayude a mantener el interés.

Cierto que con muy buena voluntad en una visión calmada se pueden hallar líneas argumentales apenas esbozadas, como la relación entre la prensa y política, pero nos encontraríamos en la tesitura de tener que explicar cuestiones que no aparecen en el guión, interpretaciones que pertenecerían más a la mente febril del espectador a la búsqueda de asideros para considerar este nuevo producto de Clooney como algo interesante, cuando no pasa más allá de lo que podría haber quedado en un telefilme de sábado sestero, un docu-drama bien intencionado con mensaje político delicado, nada abrupto ni rompedor.

Lo de Mónica fue más interesante, divertido y real.

Eso sí: puestos, preferiría candidatos como Clooney, tan apuestos y tan dispuestos a sentarse en un escenario respondiendo preguntas pueblo tras pueblo recabando votos.

En definitiva: para pasar el rato y para comprobar que, aún siendo leve la crítica, sigue siendo superior a lo imaginable de otros lugares.


Tráiler








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divendres, 9 de març del 2012

MM 62 ANATOMY OF A MURDER



El gran Otto se lució a fondo con una película en la que no me voy a detener porque ya hay quien lo ha hecho últimamente pero sí me gustaría que, aprovechando la circunstancia, pudiéramos detenernos a considerar en cuántas ocasiones hemos podido ver en pantalla a un verdadero genio ocupado precisamente en aquello en lo que descolló, en la materia en la que nadie en su sano juicio discutiría la genialidad.

Preminger nos ofrece una de esas contadísimas ocasiones en las que la genialidad no depende únicamente del director ni del fotógrafo ni del encargado del montaje, porque dimana directamente de la presencia en pantalla de un verdadero genio, al que podemos ver en acción aquí

Por si hubiera alguna duda: el genio es el compositor que toca el piano sin fumar...






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dilluns, 5 de març del 2012

Cáspita, Pau, la cagaste



Uno es de buena fe. Uno es que intenta ser optimista y siguiendo los consejos que uno lee en esto de la internet, procura mirar los acontecimientos de forma positiva, mostrando confianza.

Así que uno, lector infantil de tebeos patrios añejos, de cuando los tebeos sólo tenían color en la portada, se arma de valor y al grito de ¡Santiago y cierra España! se lanza en picado al visionado de una película que se estrenó no hace ni medio año y ya nadie habla de ella.

Una película que representaba a priori la consecución de un anhelo compartido por miles de antiguos lectores de tebeos, como uno, que viendo la invasión foránea de tipos en calzoncillos largos, caras pintarrajeadas, máscaras que ocultan identidades secretas y poderes provenientes de una casualidad circunstancial, uno, digo, deseaba ver en su pantalla preferida las aventuras del héroe valeroso presto a jugarse el tipo con sus propias manos sin ayuda de poderes extraños y con la cara por delante, pasando miedo pero dominándolo con el valor, que es esa sustancia de la que están hechos los héroes de verdad.

Héroes como el que se inventó hace ya muchos años Víctor Mora propiciando los reseñables dibujos de Ambrós que ilustraron como nadie las aventuras del Capitán Trueno y sus adláteres Goliath y Crispín y su bella dama Sigrid, Reina de una imaginaria Thule, nación del norte del norte, más allá del norte, muy pero que muy lejos del carpetovetónico suelo que pisábamos los niños embobados con tales aventuras, reclamo semanal seguro aunque a veces la traición aparecía en forma de El Jabato.

Para quien no haya leído en su niñez los episodios del celebérrimo caballero soldado y sus amigos y haya trabado conocimiento con el personaje después de emocionarse con los aventureros tecnificados de allende los mares, la sensación debe de ser distinta. Por fuerza.

Ha habido muchas ganas contenidas, muchas esperanzas y deseos callados aguardando que al fin la industria española del cine decidiera llevar a la gran pantalla al Capitán Trueno para que pudiera compartir fama y popularidad con otros héroes de ficción. Por lo que uno ha ido leyendo en los últimos años, la gestación ha sido dificultosa a pesar de la buena voluntad del propietario de la marca, el octogenario Víctor Mora, seguramente tan deseoso como todos los seguidores de contemplar una película basada en el héroe en mallas de acero.


Al final ha sido Pau Vergara el que asegura haber escrito un guión basado en la primera aventura del valiente caballero y además se encargó de producirla junto a Antonio Mansilla y ambos acabaron por acordar que se encargaría de dirigir el rodaje Antonio Hernández y la película la titularon El Capitán Trueno y el Santo Grial que, ciertamente, es plenamente indicativo.

Una película que ha costado diez millones de euros, miles arriba miles abajo, a base de subvenciones y patrocinios diversos, con más de la mitad de las escenas al aire libre y sin ninguna estrella en su cartel. Ese sí es un misterio. Porque el resultado deja mucho por desear.

Lo mejor, sin duda, el trabajo realizado por Javier Salmones que sabe fotografiar todo sin estridencias mientras sitúa el foco donde debe y no pierde detalle tampoco en las varias luchas a cuerpo que se producen.

También el vestuario y la caracterización de los personajes parece acertada y, contra la opinión de diversas personas, creo que las coreografías de las luchas están muy conseguidas porque prima en ellas no el espectáculo circense y los movimientos maravillosos sino la rotundidad del golpe y efectividad del tajo dejándose de florituras innecesarias: uno mata porque debe matar y no por amor al arte.

Precisamente llama la atención que en las luchas hay muertes, lo mismo que ocurría en los tebeos originales, a pesar de hallarse dirigidos especialmente al público infantil. Ahora y desde hace un tiempo, en algunas películas hay mucha traca y muchos heridos pero pocos muertos.

Y se acabó lo bueno. Porque todo lo demás únicamente consigue aburrir y desesperar al adicto al tebeo que se come las uñas propias y las de quien esté más cerca preso de una angustia inabarcable, incontenible, ingente, aliada a unas ganas enormes de convertirse uno en Goliath y emprenderla a garrotazos partiendo un montón de crismas.

¿Cómo ha podido creerse Pau Vergara que su guión tenía alguna posibilidad de resultar divertido, entrañable, creíble, ameno, bien sea todo junto, bien sea solamente uno de tales adjetivos justamente aplicable a su obra?

¿De verdad has pensado, Pau, que por escribir lamentables diálogos en los que introduces exclamaciones como ¡cáspita! los adictos al Capitán Trueno íbamos a sentirnos felices?

¿Es que no te das cuenta, que hace cincuenta años, a Víctor Mora le hubieran metido en la cárcel no por ser del Psuc sino por escribir exclamaciones como ¡coño! en un tebeo infantil, y que por eso usaba lo de ¡cáspita!?

No eres muy espabilado, Pau, aunque si eres listo para los negocios, seguro. Pero como guionista, mejor déjalo, ¿eh? y así nos ahorramos un montón de dinero de los contribuyentes.

Claro que Antonio Hernández tampoco queda muy bien parado, habida cuenta que, leído el nefasto guión, no tomó las debidas precauciones: si resulta que hay incongruencias y tienes presupuesto -otra cosa es que luego los dineros no aparezcan al momento- para rodar, pues haces unos planos y luego los borras y lo atas todo con un poco de lógica, ¿no? porque, digo yo, por ejemplo, que llegar a las playas levantinas desembarcando así, sin muelle ni nada, y al plano siguiente ya todos montados en caballos y jamelgos, pues queda un poco raro, ¿no?

Casi tan raro como la bella Sigrid que debe ser una rubia nórdica y se le ve el teñido de tercera clase, con la raya en medio de la cocorota bien oscura, aunque unas secuencias después ya se lo han aclarado. No importa, desde luego, que su acento sea gutural y suene a extranjero, porque en definitiva, el personaje no es del país. Lo malo es que, cuando abre la boca, no expresa sentimiento alguno, ni por las tonterías que formas los diálogos, ni por la forma en que las dice.

Lo mismo le ocurre al Capitán Trueno que tiene un físico muy adecuado al personaje y se mueve con soltura en las escenas de acción, pero cae a las profundidades en cuanto se ocupa de los tristes diálogos -tristes por lo malos que son- que el caspitoso Pau escribió para adornar con frases aburridas los sinsentidos que conforman una trama somnolienta, en buena parte por culpa del director que además, como con recochineo, se alarga hasta casi las dos horas en su exceso pirotécnico que nada a ver tiene con el espíritu bravo y aventurero del héroe.

Del resto del elenco se puede decir lo mismo, con el agravante de comprobar cómo el disponer de una buena voz, bien educada y conocedora de los insondables y al parecer indescifrables -para muchísimos (demasiados) intérpretes jóvenes (y no tan jóvenes) - secretos de la dicción y vocalización, no es suficiente impedimento para desbocarse en una sucesión de excesos, sea por acumulación gestual, sea por enquistarse en parecer de cartón piedra: los extremos no son buenos; nunca. Ahí hay otro fallo del director, que hubiera debido dirigir a los intérpretes y uno tiene la sensación que los dejó a su suerte, abandonados.

En definitiva, una muestra más de la enorme carencia del cine español que se muestra incapaz de ofrecer a un público cada vez menos incondicional siquiera un producto digno de un género en el que nuestra cultura no tiene nada que envidiar a nadie, porque no hay más que agarrar un libro de historia para hallar aventuras interesantísimas sin necesidad de aportar necedades pseudo artúricas sin venir a cuento, resultando por otro lado que en el apartado técnico los problemas revisten una entidad infinitamente menor que la falta de gancho de quienes dan el tipo en pantalla.






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divendres, 2 de març del 2012

Grandes obras breves







En apenas quince días hemos visto repartirse premios y aplausos, parabienes y lisonjas, y hemos podido comprobar que las sonrisas obedecen a la falta de sentido del ridículo y a la felicidad del momento y a la oculta satisfacción de planes preconcebidos que alcanzan su meta casi de forma desapercibida.

El colofón ha sido la entrada en vigor de una norma creada para intermediarios, para simples y estúpidos comerciales que se aprovechan del trabajo de otros medrando y obteniendo pingües beneficios sin el sudor de su frente más allá de esforzarse sonriendo sobre una alfombra roja prestando la jeta a los focos comprados, utillería mediática que responde a los designios de gentes cuya fecha de caducidad está cercana porque se aferran a costumbres arcaicas que antes de una década habrán desaparecido.

Mientras tanto el cinéfilo empedernido se revuelve comprobando que en los galardones falta el brillante designio del desierto para hacer justicia de vez en cuando, aunque cuando se llega a los últimos lugares, a ese final de la lista, cuando apenas quedan ya espectadores despiertos en una gala gazmoña y pesada, aparecen las menciones a los cortometrajes y aparecen cinco piezas, de las cuales tres mantienen la gentileza y demuestran falta de avaricia y cicatería y, al momento de escribir esto, se pueden disfrutar plenamente a través del portal de vídeos más conocido.

Del Canadá, destino soñado, llegan dos finalistas, dos nominadas:

Canadá presume de tener dos lenguas y sin utilizar ninguna de las dos este cortometraje nos muestra sin palabras el día de asueto a través de un niño protagonista, con trazos sencillos y dinámicos. Vean y disfruten Dimanche/Sunday

Otra producción canadiense se inspira en el deseo humano de partir fijando la vista al modo tradicional en el oeste, ése lugar donde se pone el sol al cabo del día, más allá día tras otro, hasta asentarse donde uno espera hallar eso que busca... o no...

La titulan y doblan en francés como Une vie sauvage y en inglés, naturalmente, como Wild Life

Escojan el idioma que les plazca, pero presten atención a la extrema calidad de todos los sonidos.

Y por último, el cortometraje estadounidense que se llevó el premio, un excelente ejemplar de gran obra breve, un canto al amor a los libros contado con muchísima sensibilidad y sin ninguna palabra, mediante el lenguaje universal del cine: The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore que tuve la suerte de conocer antes de obtener su galardón en casa del amigo Alfredo hace muy poco.

Si aprovechan para ver estas tres imperdibles piezas breves, seguro que tienen buen fin de semana.





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