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divendres, 29 de juny del 2012

Examen de Cinefilia (parte LVII)



Hace años -en mi pueblo, al menos- esta calurosa noche se destinaba a repetir las alegrías de la verbena con la excusa que mañana -hoy para quien pueda leer de inmediato- se celebra la festividad de San Pedro y si por San Juan tiramos petardos y encendemos hogueras, porqué nos íbamos a privar de un bis de unas horas tan maravillosas.

Pero el tiempo pasa, como han dicho todos los poetas habidos y por haber, y hete aquí que a este bloguero no se le ocurre otra cosa, para pasar el rato, que organizar un nuevo examen de cinefilia aprovechando que es viernes y fin de mes.

Y para que todo parezca un retorno al pasado, hoy no vamos a tratar de descubrir una película: hoy vamos a rendir homenaje, a través de ciertas pistas, a una persona que ya se lo iba mereciendo pues la categoría de sus contribuciones al mundo cinéfilo así lo acreditan.

¿Estamos preparados o todavía andamos libando refrescos?







Se trata de averiguar la identidad de una personalidad de la industria del cine. De su ocupación preferente nada diremos, más que nada porque sería muy aburrido por fácil.

Las pistas vienen formadas por vídeos, teóricamente reconocibles al instante, y pueden tomar las notas que quieran e incluso consultar lo que se les ocurra.

Como me fío de los examinandos, procederemos como en otras ocasiones a clasificar las pistas según su grado de dificultad, tal que así:

Sobresaliente



Antes de empezar: cuidadín con engancharse y ponerse a ver películas enteras, porque lo que va a verse puede resultar una tentación irresistible para el fin de semana.

1944


1951


1954




Notable



¿Qué? ¿Cómo lo llevamos?

Ya dije que hay que tomar las pistas con calma, que no hay tiempo para ver todo, que agosto todavía no ha llegado....

Los números.... son años, claro....

1944


1953


1955


1969





Aprobado:



La verdad es que este aprobado tiene más de suspenso que de otra cosa, porque ya se debería haber averiguado esa identidad oculta: por si acaso hay alguien con dudas, aumentemos los datos e incrementemos la pasion cinéfila viendo unos cuantos vídeos más, en los que puede comprobarse la perfección del trabajo del personaje oculto:

1956


1961


1963


1960


1954


1961






Alguna pista biográfica para los cateados


Que conste que estás cate, ¿eh?



Nuestro personaje se inició en 1928 en Broadway, asistiendo -y aprendiendo de ella- a una mujer extraordinaria, Aline Bernstein.

Por su trabajo en Broadway recibió premios y nominaciones, pero fue en el cine donde triunfó absolutamente, creando escuela.

En su honor y póstumo, se creó un certamen que lleva su nombre.

A la vista de sus trabajos, uno diría que la excelencia era su meta cotidiana.




Como siempre, sugerencias amables, quejas a desestimar, ruegos petitorios de auxilio prolongado, palabras malsonantes, amenazas y advertencias pérfidas, pueden colocarse sin temor a ser borrados en el cajetín provisto más abajo: si hubiera -o hubiese- alguna idea gracias a esa neurona cinéfila, tengan a bien remitirla en privado a mi correo antes de proclamarla públicamente, no sea que se equivoquen y se les choteen...... que nunca se sabe quién lee estas cosas...






postdata


Esta es una de esas entradillas con las que, hasta hace un año, aguardaba vítores por los vídeos y bronca cariñosa de ANRO. Va por tí, dondequiera que estés.





He de confesar que cuando hay un acertante me llevo una alegría, sobre todo si se trata de un acertijo un pelín rebuscado.
El amigo David ha tenido el ojo y la astucia suficientes para dar con la identidad oculta y por ello se ha hecho acreedor de distinción.
¡Enhorabuena!



Después de todo el embrollo y habida cuenta que esto no es una competición y no hay ganadores por no haber perdedores, me parece de justicia -por el tristrás- que se reconozca y mencione en la propia entrada que también Abril llegó a la misma conclusión averiguando la personalidad oculta. ¡Enhorabuena!







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dilluns, 25 de juny del 2012

MM 66 ATRACO A LAS TRES (1962)






No hay que ser un lince para descubrir una triste paradoja en la actualidad que revisten ciertos pasajes de la película en la que hoy podemos detenernos por unos instantes: a Don Felipe, que a sus cincuenta y seis lleva ya cuarenta años trabajando en la casa y ha llegado a ocupar el cargo de Director de la Oficina, un mal día el Señor Director General del Banco de los Previsores del Mañana le comunica que se ha extralimitado otorgando préstamos a gentes que pretenden montar su pequeño taller o tienda, tomando riesgos crediticios inadmisibles, y lo manda para casa, eso sí, con dos años de sueldo al cincuenta por ciento, para que descanse.

Nada que ver con la actualidad, en la que hay más de un director jubilado anticipadamente con un buen apaño; pero claro, cuando se rodaba la película, todavía se estaba preparando la ley de la seguridad social: era otros tiempos, pero ya en las entidades crediticias la cosa daba para largar a base de bien.

Si hablaré de años, que entonces, en España, ésta era una escena moderna provista incluso de cierto morbo provocativo:




La chica que se muestra en unas casi indecentes mallas no era española, lo que añadía picardía, y al cabo de pocos años se casó y abandonó el cine por los pinceles, llegando a obtener cierto éxito.

La última exposición que he obtenido noticia, data de 2010, y ya empieza a ser mayorcita, porque ha pasado tiempo, desde aquel precipitado rodaje realizado con pocos medios: los propios de la época, siendo una verdadera suerte que tanto Don Felipe, como sus subordinados directos Martínez, Castrillo, Enriqueta, Benítez y muy especialmente Galindo, estuvieran representados e interpretados a una altura que ya quisiera yo disfrutar en cualquier película española de este siglo, ni que fuera uno sólo de ellos, vaya pandilla de redomados comediantes, capaces de darle una vuelta de tuerca más a una historia ya celebrada en otros lares, otorgando una dignidad inesperada a un producto rápido, aquí te pillo, aquí te atraco, una secuela inventada, por no decir casi un plagio a la castiza, pero metiendo verdades como puños que siguen siendo ciertas, mal rayo les parta a algunos, que parece mentira que se les ocurriera hacer un refrito en 2003 y con la que está cayendo que la pifiaran tanto.

Claro que no siendo los mimbres iguales, a qué va usted a pedir un cesto semejante: de los chinos, a un euro, y pare de contar.

Si es que ya no se hacen películas así, ni siquiera en España, y no será porque no haya ocasiones para llevar, burla burlando, a la picota a todos esos desalmados.

No hace falta que diga el título de la película, ¿verdad?




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divendres, 22 de juny del 2012

Secundarios de Lujo (27)






Gloria Hallward nació en la soleada California en el seno de un matrimonio formado por un arquitecto descendiente del rey Eduardo III y una profesora de arte dramático cuyos genes desarrolaron en la jovencita aspiraciones artísticas que la llevaron a la más fría y lejana Nueva York, llegando a trabajar en los escenarios de Broadway donde, mira por donde, Louis B. Meyer se fijó en ella y la fichó para que volviera a su estado natal, a California, más concretamente a Hollywood, aunque pronto se la traspasó, dando muestra de craso error, a la RKO.

Allí, la jovencita, con apenas veinte años cumplidos, empezó a participar en alguna película tomando el nombre artístico de Gloria Grahame y con apenas veintitrés añitos ya empezó a llamar la atención poderosamente a la más mínima ocasión que el gran Frank Capra le daba en su archiconocida It's a Wonderful Life (1946) en la que Gloria se apropia limpiamente de sus escenas, anunciando la que iba a ser prodigiosa carrera como actriz de reparto.

Al año siguiente, 1947, intervino en la película Crossfire que recientemente comentamos: de nuevo, su presencia reviste importancia en la trama y su impronta permanece en la retina del espectador, fijando el personaje de forma indeleble: mujer sexy, sola, independiente, quizás no tanto.

A pesar de disponer de una buena voz y siguiendo la costumbre habitual en el star system, su voz fue doblada en diversas ocasiones en escenas en las que canta, como en la película Song of the Thin Man (1947) en la que ya se muestra como deseable por más de un varón, quedando la bella como causa u origen de rencillas por obtener sus sonrisas.

Nuevamente doblada en su voz, queda patente en esta escena que una canción, en manos de la bella Gloria, era un medio para expresar una sensualidad arrebatadora, aunque sea a costa de despertar los celos de una esposa: los coqueteos llevan a una mujer a la cama de un hospital en Woman's Secret. Maureen O'Hara no está para bromas con respecto a Melvyn Douglas en esa película de 1949 de Nicholas Ray (a la sazón esposo de Gloria Grahame)

En 1950, de nuevo bajo la dirección de Nicholas Ray, se encuentra con Humphrey Bogart en In a Lonely Place, en un ambiente enrarecido por el divorcio entre la actriz y el director. Ella interpreta a la vecina de Bogart, sospechoso de un asesinato; entre ellos crece una historia de amor que se complica con la investigación y el carácter de él.

De nuevo podemos verla interpretando una canción, en este caso del gran Cole Porter: la canción Ace in the hole, en la película Naked Alibi su voz la dobla Jo Ann Greer pero su magnética pesencia se come la escena.

En The Great Show on Earth, (1952) de Cecil B. DeMille, su belleza está a punto de desaparecer y se libra gracias a Charlton Heston; es de ver que Gloria se mueve con soltura entre elefantes, muestra de su profesionalidad, en una caracterización muy propia, la de una mujer que acostumbra a sacar de quicio a sus enamorados.

En 1952, con apenas veintinueve años, Gloria Grahame se halló a las órdenes de Vincente Minnelli que, casi sin proponérselo, consiguió con The Bad and the Beautiful una obra maestra que encanta a los cinéfilos, una historia del mundo del cine que resulta apasionante y por cuya intervención en ella Gloria Grahame consiguió el premio Oscar a la mejor actriz secundaria

Al año siguiente regresa al cine negro, su lugar de residencia por excelencia, interviniendo en The Big Heat, Fritz Lang, 1953, con Glenn Ford y Lee Marvin, y nos depara una de esas escenas que han devenido en inolvidables, cuando ella, después de haber estado con el policía, regresa a la guarida del gángster proclive a maltratar a las mujeres y claro, luego ya nada será igual...

Resulta evidente que Gloria Grahame como actriz, aparte de sus muchos problemas personales, tuvo que ser profesional a carta cabal, porque al año siguiente comparece de nuevo a las órdenes de Fritz Lang en Human Desire (1954) la deseada traslación a la pantalla de la densa novela de Emile Zola, un dramático relato de tres voluntades preñadas de romanticismo exacerbado, deseo y violencia, otro hito que no sería lo mismo sin la perturbadora presencia de Gloria Grahame, capaz de enloquecer a sus amantes.

Repasar someramente las trayectorias de artistas como Gloria Grahame tiene una doble vertiente: por un lado, uno se asombra de la cantidad de buenas películas en las que ha intervenido y, por otro, resulta una tentación descubrir que todavía hay alguna pequeña joya a descubrir, por ejemplo, como la cinta dirigida por Stanley Kramer en 1955, Not as a Stranger, en la que las artes seductoras de Gloria Grahame resultan insoportables por el muy duro Robert Mitchum que no tiene más remedio que sucumbir...

El mismo año 1955, demostrando su versatilidad y amplitud de registros, interpreta con bastante sentido del humor a un personaje de la célebre comedia musical Oklahoma, exitosa comedia debida a los celebérrimos Rodgers & Hammerstein, todo un cambio de registro para Gloria Grahame.

Sus demonios personales y la llegada de los temidos cuarenta afectaron sus relaciones con la industria del cine: prosiguió una carrera televisiva y teatral volviendo a los escenarios en algunas estimables ocasiones, y falleció, víctima de un cáncer, con cincuenta y siete años de edad, en 1981. Nos queda, para recordarla, un ramillete de películas impresionantes, en las que su presencia nunca queda desapercibida.



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dilluns, 18 de juny del 2012

B de Bebop




B de Bebop, P de Pájaro

P de Parker, B de Bird.


Juegos de palabras que se me han ocurrido hace un momento cuando intentaba recordar el sistema de archivo de vinilos y discos compactos, dudando entre el uso del apellido o quizás del sobrenombre, mucho más que un mero apodo, con el que señalar y ubicar las piezas musicales correspondientes a Charlie Parker porque me ha parecido que sería el único fondo sonoro posible y ahora mismo estoy escuchando una versión de All The Things You Are grabada en 1953 en una sesión que tuvo lugar en Toronto, compareciendo Dizzy Gillespie, Bud Powell, Max Roach y Charles Mingus para formar un quinteto irrepetible que los canadienses disfrutaron en directo hace casi sesenta años, una música característica de una época.

Más que una música una forma de entender, sentir e interpretar las mágicas notas que representan sonidos, el bebop es en el caso de Charlie Parker algo que surge impetuoso del interior como una necesidad perentoria, una cascada de sonidos inabarcables, que no se pueden explicar: se tienen que sentir o quizás, representarlo en pantalla, recrearlo en una película.

Eso debió meditar Clint Eastwood cuya afición por la música de jazz era por todos conocida en las postrimerías de los años ochenta del siglo pasado: nada mejor que rodar una película para reflejar y explicar lo que el saxo alto de Charlie Parker produce en los atentos escuchantes de sus grabaciones, porque el artista falleció ¡ay! en 1955, a la temprana edad de 34 años, un chaval con un manantial de ideas que se truncaron súbitamente.

BIRD tituló Eastwood su película, usando el sobrenombre con que Parker era conocido, de hecho una contracción de Yardbird, apelativo cariñoso que le dispensaba Dizzy Gillespie desde que le conoció. A pesar que consta como guionista Joel Oliansky uno tiene la sensación que Eastwood, con la excusa de la película, se entretuvo en ricas conversaciones con varios de los personajes que veremos en pantalla, todos del entorno de Parker, testimonios de una época y unos hechos que permiten considerar los rasgos biográficos de la pieza.

¿Significa eso que nos encontramos ante un biopic? Conocida es mi aversión por el subgénero porque alberga en su seno verdaderos bodrios y diría que en esta ocasión, ha sido ahora, al escribir estas líneas, cuando he caído en la cuenta que alguien podría usar la odiada clasificación: más de veinte años han pasado desde que la disfruté en su estreno y la habré repasado un par de veces más y nunca había pensado en BIRD como un biopic al uso, seguramente porque no lo es.

Tampoco es, desde luego, una película para todos los públicos: es una película dirigida a los amantes del jazz, capaces de escuchar con agrado durante más de dos horas y media un festival de melodías apuntadas con el estilo característico del protagonista y sus compadres: o sea, si usted, amable persona lectora, no es capaz de escuchar entero un disco de Charlie Parker, quizá esta película no es para usted. Si hasta ahora no había oído a nadie mencionar a Bird, el experimento puede ser muy interesante.

Porque Eastwood con BIRD filma una de sus películas más personales, más íntimas: compartir su pasión por el jazz puede ser un descenso a los infiernos comerciales en la consciencia que el público a llamar es limitado aunque tiene la ventaja que el anzuelo es irresistible porque el aficionado hará cola imperturbable para sentarse ante la pantalla como lo haría ante un escenario rodeado de humo en un antro oscuro situado en un semisótano de cualquier callejuela de Nueva York.

Pero Eastwood, que en 1988 ya había dado muestra del mucho cine que había aprendido fijándose en todo mientras esperaba en los rodajes de otros, sabe que un remedo de documental no es lo que el aficionado al cine espera de él por mucho que también desee ver recreado al gran Charlie Parker, así que con la ayuda de quienes convivieron con el artista en sus últimos años conforma una especie de retrato del artista con apuntes biográficos que presenta en flashbacks tan inconexos como lo son en la realidad esos recuerdos de la juventud e infancia que asaltan el cerebro de cualquiera de improviso, retazos de una vida, elementos vitales que ayudan a entender, comprender y conocerse.

Hubiera resultado relativamente fácil y acomodaticio presentar la historia de Charlie Parker desde su Kansas natal hasta su eclosión en la gran ciudad, su infancia, su aprendizaje, incluso su introducción al mundo de la droga, pero Eastwood con buen criterio lo pasa por alto con dos escenas elípticas iniciales y entramos al trapo directamente en el entorno familiar de Charlie Parker con su compañera Chan y sus hijos, sabiendo que una niña ha fallecido recientemente.

Eastwood rompe a conciencia las reglas cronológicas y formales del relato usando una caligrafía cinematográfica apropiadísima al tempo musical que constituye la banda sonora de una vida, la de Bird, un tipo que agarra una melodía y se dedica a desbrozarla por partes minúsculas para luego alargarlas con acordes inverosímiles y escalas diatónicas nunca antes escuchadas y ese sentido musical impregna la narración visual fecundándola y otorgándole sentido al conjunto: la sabiduría de Eastwood como director se hace evidente en BIRD porque rehuye sistemáticamente caer en la consideración moral del personaje, limitándose a contar visualmente lo que sus fuentes le han relatado, recuerdos de un tiempo pasado, quizás no del todo reales, impresiones que conforman un sentir y la labor de Eastwood es magnífica como intermediario con su arte dedicado íntegramente a recrear el personaje desestimando la posibilidad de aprovecharlo para otras cuestiones.

Porque todo lo que vemos sucede entre 1950 y 1955, una época caracterizada entre otras cuestiones por las luchas raciales y por la moralina imperante en el cine, por ejemplo, y vemos que Charlie Parker es un negro imponente y se enamora de una menuda Chan, judía y blanca, y se van a vivir juntos y además a Charlie le tiene ojeriza un detective de anti vicio que le busca las cosquillas para que delate a los camellos que le surten de heroína, su otra vida. Sólo con esto Eastwood ya hubiera podido hacer una versión de la gran película de Preminger casualmente de 1955, pero no hubiera sido lo que buscaba, no hubiese podido redondear el retrato del artista dubitativo, del hombre agonizante dominado por sus adicciones, preso de una pulsión creativa imponente y lastrado por unas necesidades crematísticas que le obligan a renunciar, acomodándose, volviendo a la droga como apaño para soportar la insatisfacción: es recurrente el sentido de la responsabilidad por cubrir las necesidades materiales que lleva a Bird y a su banda a tocar en una boda judía tanto como a circular por carreteras embarradas y actuar en cobertizos sureños haciendo creer a nadie que su amigo Red -por pelirrojo- Rodney es un negro albino especialista en el blues.

Sin orden ni concierto filma Eastwood como dando tumbos al unísono del personaje de Bird sin que haya ni presentación ni nudo ni desenlace porque éste ya era sobradamente conocido y no hace falta seguir el orden formal para representar a un artista que de formal no tuvo nada, así que la adecuación es perfecta, máxime cuando cuenta Eastwood con el trabajo excepcional de Forest Whitaker en su primer papel protagonista para la gran pantalla: el ojo clínico de Eastwood, que como actor siempre me ha parecido muy limitado, reconoce las posibilidades del joven actor y le ofrece un protagónico que es un caramelo envenenado, y el tío va y se lo come despacito, saboreándolo, dándole vueltas, ofreciendo una enorme cantidad de matices expresivos que enriquecen personalmente a ese Bird que todos los amantes del jazz tenemos en mente al escuchar sus proezas musicales, en definitiva un hombre que Whitaker sabe mostrar en pantalla con una fuerza inesperada, cargando sobre sus anchos hombros el peso de la película que, como hemos relatado, es de muy generoso metraje y seguro que llevó bastantes días de rodaje: siempre tengo la sensación que los dedos de Whitaker se mueven más ágiles sobre el saxo en el último tercio de la película, como más desenvueltos.

El buen trabajo de Whitaker tiene oportuna réplica femenina en la excelente interpretación de Diane Venora que compone una Chan sensata, con los pies en el suelo, pero declarada admiradora de su compañero al que protege, comprende y perdona, rendida defensora del enorme talento que alberga él, una situación difícil que precisa un carácter muy especial, una valentía social inexpugnable, capaz de aguantar lo que le echen porque sobre las malas miradas encima tiene que pechar con los problemas de su amado que no puede él sólo con sus demonios personales.

Producida por el propio Eastwood a través de su compañía Malpaso, es evidente en la ambientación, los escenarios, el vestuario y la fotografía el cuidadoso cariño con que Eastwood enfrentó el rodaje, gastando una cantidad de dinero que tuvo que esperar a las recaudaciones europeas para recuperarse: no hay más que dar un vistazo a los premios recibidos para comprobar que el redondeo se salvó a este lado del Atlántico, donde tuvo gran resonancia, en buena parte gracias a la afición por el jazz, sin dudarlo un instante.

En definitiva, una película que no puede faltar en la estantería de cualquier cinéfilo amante del jazz, porque representa la conciliación perfecta de dos artes distintas, en el caso que nos ocupa, la visual al servicio de la musical, configurándose como una pieza atípica que podría encajar con cierta dificultad en diversos géneros, prefiriendo este comentarista obviamente significarla como proyecto personalísimo del director, en cualquier caso imperdible monumento al bebop que, naturalmente, hay que disfrutar en versión original y con los altavoces bien dispuestos...



Lover Man





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divendres, 15 de juny del 2012

TC (27) Watchmen




Hace ya tres años (como pasa el tiempo, parece que fuera ayer) que Zack Snyder presentó su versión de una de esas historietas gráficas que pertenece al acervo popular del pasado siglo, una pieza que tengo desde entonces (me la autorregalé por mi onomástica) pendiente de mirar, porque leer, lo que se dice leer, sólo leo libros y otras cosas más aburridas..

En fin, centrémonos: ése Zack había conseguido clamor populista por una epopeya proveniente asimismo de otro tebeo poco antes y ya que con los tipos duros en paños menores tuvo su ruido, qué menos que dedicar esfuerzos, tiempo y mucho dinero a héroes más modernos, pero sin pasarse mucho.

Así que se basó en Watchmen para demostrar que siente pavor a las tijeras y también que es capaz de montar un buen pase de diapositivas con una celebérrima canción de un tipo que nunca me ha gustado del todo pero que tiene algún que otro acierto, como acierto resulta ser la introducción que, si nos damos prisa (porque esto dura en youtube menos que nada..) podemos ver gracias a este Vídeo

En mi recuerdo, los primeros minutos son lo mejor de la película, que se me hizo larga hasta cansarme.

Lo peor es que el arriesgado Zack está post produciendo la última de Superman: veremos qué pasa...


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dilluns, 11 de juny del 2012

Diferentes



Leroy acaba de regresar a su país: vuelve de la guerra que le ha llevado hasta las islas Filipinas donde ha dejado algún que otro amigo y está esperando licenciarse para regresar con su familia, allá en Tennessee, y mientras tanto pasa en la gran capital unos días de descanso y reincorporación a la vida civil.

Van de copas con los compañeros de armas, todavía usando sus uniformes, buscando el ligue fácil, dando tumbos sin sentido de un lado a otro en la noche urbana, tan distinta del ambiente donde creció. Leroy es un buen tipo, callado, casi avergonzado de su acento sureño porque alguno se mofa de él, tan poca cosa, apenas un soldadito que ansía dejar de serlo.

Una noche, tres de sus compañeros le dejan solo y se largan con un civil que parece disponer de bebidas en su apartamento: Mitchell, Floyd y Monty le dejan plantado, se lo quitan de encima, y luego Floyd, ya en la madrugada, le llama angustiado porque parece que ha habido un problema y Mitchell ha desaparecido y le busca la policía.

Y al cabo de dos días, un temeroso Leroy se encuentra frente al detective Finlay que le dice:

Hace 100 años, en Irlanda, se perdió la cosecha de patatas.

Muchos irlandeses emigraron aquí.
Hablaban de un modo distinto, como usted.

Su religión era diferente. Eran católicos.
Se instalaron en distintos lugares.
Uno de ellos, un granjero, se quedó en Filadelfia.

Trabajó y ahorró para comprar tierra.
Se consideraba un americano más.
Pero un día algo cambió.
Se había desatado el odio contra los católicos irlandeses.
Y se había extendido como una plaga.
Ya no era un americano más.
¡Era un puerco irlandés! ¡Un amigo de los curas! ¡Un espía de Roma!

¡Un extranjero que robaba puestos de trabajo!

No comprendía nada.
No sabía qué hacer.
No hizo gran cosa.
No podía.
Pero un día, un grupo de hombres atacó a su párroco.
Fue a ayudarle. Le escondió en un almacén.

Ese día, al volver del trabajo, quiso tomar una cerveza.
Cuando salió del bar, le siguieron dos hombres armados con botellas.
No pretendían matarle. Sólo iban a vapulearle un poco.
Sólo les guiaba el odio.

20 minutos más tarde, mi abuelo había muerto.

Eso es historia, Leroy.

No la enseñan en el colegio, pero es historia americana.

Thomas Finlay murió en 1848 porque era irlandés y católico.

Ocurrió muchas veces.
Resulta difícil de creer, pero es verdad.

La noche pasada, Samuels murió porque era judío.

¿ Ve alguna diferencia?

El odio siempre es igual, nunca tiene sentido.

Un día mata irlandés, al siguiente protestantes,
otro cuáqueros.

No es fácil detenerlo.

Puede acabar matando a quien lleva corbata,
o a la gente de Tennessee.


Richard Brooks fue un intelectual que por fortuna decidió que el cine era un medio idóneo para expresar sus ideas y así lo hemos comprobado ya en este bloc de notas: antes de que se le permitiera ocuparse de labores específicamente cinematográficas, ya empleaba con cierto éxito su tiempo como escritor y en una de sus novelas se basó John Paxton para escribir en 1947 el guión que le reportó más fama y reconocimiento, al servicio de la RKO que lo mismo rodaba una comedia -como vimos el viernes pasado- que encargaba a Edward Dmytryk la dirección de una película que se tituló Crossfire y recibió en castellano el título de Encrucijada de odios.

Una producción económica -la RKO nunca fue lugar de grandes dispendios- para un metraje de menos de hora y media en blanco y negro con escenarios muy funcionales, minimalistas se podría decir buscando el halago pomposo y falso cuando permanece la sensación que ni a Dmytryk ni al productor Adrian Scott les importaba nada más que la idea que pretendían transmitir bajo la apariencia de una trama policial en la que algunos aspectos resultaban de actualidad como la vuelta de la soldadesca tras la contienda y las dificultades de reincorporación a la vida civil: matar deja huella.

Eso lo deja muy claro Keeley que viene a ser el militar con más graduación e influencia que cuida de Leroy y sus compadres, especialmente vigilando a Mitchell porque en una actitud celestinesca ha propiciado que la esposa de aquel se traslade en avión de la lejana California hasta la gran ciudad, para que al fin el reencuentro se produzca tras cuatro años de separación forzosa y Mitchell vuelva a ser lo que era antes.

Keeley lo dice sin ambages: he matado; a más de uno. Se lo dice a Finlay cuando éste, en sus pesquisas, empieza a interrogar militares. Soldados que regresan de una guerra iniciada por el régimen nazi.

Dmytryk hace de la necesidad virtud y consigue una concentración espectacular: mide al máximo el ritmo narrativo y mantiene la tensión de la incógnita y cuando ya el espectador ha llegado a la conclusión coincidente con Finlay sobre la identidad del asesino, sigue enganchando hasta el abrupto final la atención del espectador y vertiendo en sus oídos prestos las palabras que sostienen la idea que ser diferentes no debe conducir a la enemistad, y que sólo los ignorantes sienten temor a quien les es diferente, precisamente porque su propia ignorancia les impide asimilarlos.

El discurso de Richard Brooks, John Paxton y Edward Dmytryk se mantiene incólume y necesario en la actualidad pasados sesenta y cinco años: está claro que el racismo no se ha jubilado todavía y sigue presente y por ello es una buena oportunidad volver a esta pequeña joya y mientras comprobamos que no ha envejecido nada, aprovechamos para disfrutar del estupendo trabajo de los tres Robert:

Mitchum aporta su imagen fría y calmada al incorporar a ese militar al que todos acuden: la policía buscándolo como interlocutor válido con la autoridad necesaria, y los soldados -que ya no lo son, pues están licenciados- que han dependido de sus órdenes en el combate, para saber a qué atenerse respecto al problema suscitado.

Young compone con su prestancia habitual un policía atípico por lo tranquilo: un detective que pregunta sin imponerse, dando circunloquios socráticos y reteniendo en la memoria frases y miradas, moviéndose pausadamente sin dejar de acercarse al interrogado, obteniendo la respuesta como quien dice a plazos, uniéndolo todo como un rompezabezas hasta que le encaja el mosaico.

Ryan se muestra camaleónico desde su primera aparición: su estatura física se impone de inmediato y mientras Dmytryk mantiene la cámara fija, inmóvil a una altura, parece el propio personaje el que se sitúa en contra picado recibiendo de inmediato la importancia que tiene en la trama pero es cuando se sienta y la cámara le mira hacia abajo que sus ojos parecen sacar chispas y se adivina una vena rabiosa en su frente pálida mientras se muerde los labios para no soltar las palabras que surgen de su interior y luego se torna de repente afable y deseoso de ayudar en lo que sea.

Esos tres Robert son sin duda la piedra sobre la que Dmytryk descansa los pilares de su joyita, con la inestimable ayuda de secundarios entre los que brilla como siempre la intensa Gloria Grahame como acompañante de pago y no puedo menos que llamar la atención sobre la brillantez de los diálogos que nos ofrece en una breve intervención otro secundario, Paul Kelly que con apenas cuatro frases crea expectación y desequilibrio sin que el ritmo decaiga a pesar de destinar unos preciados minutos a lapidar de forma inmisericorde las relaciones maritales en un número circense de la palabra bien escrita y el concepto rico, como una propina que director y guionista nos ofrecen por haber dedicado escasa hora y media de nuestras vidas a escuchar su propuesta, tan vigente todavía, un recordatorio al parecer eterno y necesario.

Absolutamente imperdible y recomendado verla en v.o.s.e. por supuesto, aunque el mayor placer se obtiene con la lección de interpretación corporal del grandísimo Robert Ryan.


Tráiler




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divendres, 8 de juny del 2012

MM 65 THE BISHOP'S WIFE



Finalizada la Segunda Guerra Mundial los estudios cinematográficos se volcaron en toda clase de productos y géneros y el de la comedia amable con toques optimistas en relación a la condición humana fue uno de los más transitados y la RKO no perdió la oportunidad de hacerse con los derechos de una novelita publicada años antes, en 1928, en la que se explicaban los quehaceres de un angel de la guarda que debía ocuparse de ayudar a un obispo episcopaliano que tiene serios problemas más allá de lo que le preocupa, que es construir una catedral.

La dirección se encomendó a Henry Koster tras unas dudas y el reparto se completó un poco a trancas y barrancas con la participación final de Cary Grant (como angel de la guarda), David Niven (como el obispo) y Loretta Young (como la esposa del obispo)

La trama se desliza a toques románticos al descubrir el angel Dudley (por el que suspirarían todas las espectadoras de la época) el atractivo de Julia, la esposa del obispo, decidiendo que, a la vista del estado emocional de la mujer, algo fallaba en la relación marital, y había campo para "trabajar" considerando que el obispo Henry estaba demasiado absorbido por esa catedral, dejando a un lado esposa y demás obligaciones del cargo.

La película tiene algún detalle sorprendente, cual es el semi abandono en que se cría la hija de ese matrimonio clerical, cuidada por la fámula (Elsa Lanchester), y se tiene la sensación de una evidente falta de química entre Julia y Dudley, tanta como entre Henry y Julia.

Puede que fuera porque David Niven había enviudado trágicamente hacía poco y porque hubo un cambiazo de papeles con Cary Grant a última hora, y puede también que porque Loretta Young siempre actuaba por impulsos y Cary Grant era metódico y perfeccionista hasta decir basta: él mismo ordenó cortar una escena porque advirtió que los cristales de la habitación no estaban siquiera empañados, cuando se suponía que fuera estaba nevando....

El perfeccionismo de Cary le llevó a practicar los movimientos propios de quien sabe tocar el arpa, para hacer frente a esta escena, en la que Dudley acude a casa de la mecenas Sra. Hamilton (Gladys Cooper) y descubre que a ésta, hace años, un amante oculto le dedicó una composición: Lost April






Quiere saber ¿más datos?


En la película, es decisiva la contribución de Harry Redmond Jr. y John P. Fulton que son los responsables de los efectos especiales y trucos visuales que complementan el buen trabajo de Cary Grant.



El arpa que hemos visto la construyó Gail Laughton, que además fue quien le dió lecciones de arpista a Cary.



Y por si fuera poco, en algunos momentos son las manos del propio Gay Laughton las que tocan el arpa, en directo.


Sabiéndolo, es más fácil notar la inserción...










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dilluns, 4 de juny del 2012

¿De buen rollo?



Esta es una de esas ocasiones en que me gano el adjetivo de tiquismiquis como mejor solución para no ofender mientras alguna voz puede levantarse expresando solidaridad y algún inesperado lector tiene la sensación que ando buscando la greña a cualquier precio o, lo que es peor, situarme en un nivel de esnobismo que detesto francamente.

Esos galos lo han conseguido de nuevo: me temo, alma lectora, que como ocurrió con el último producto oscarizado, nos hallamos ante una muy bien construída maniobra de mercadotecnia, ciencia en la que nuestros vecinos del norte son especialmente maestros.

He visto la película Intouchables dirigida mano a mano por Olivier Nakache y Eric Toledano que son, también, los guionistas, en un nuevo alarde de juanpalomismo, tomando la idea prestada, al parecer, de un documental que vieron en la tele.

La trama pretende explicarnos la relación entre un inválido -Philippe- (François Cluzet) y su cuidador -Driss- (Omar Sy) y desde el inicio nos dice que está inspirada en una historia real.

Verídica. Como la vida misma.

De entrada, el título nos trae un dilema pues a nadie escapa la referencia cultural aparejada al término intocables como casta específica señalada socialmente entre el peor desamparo, y uno no sabe a qué atenerse, siendo dos los personajes que ocupan la pantalla y la traducción del título al castellano tampoco ayuda en nada pues se han limitado a traducirlo pero ¡ay! singularizándolo al quitarle la letra ese, no se sabe si de nuevo en muestra de originalidad o de idiotez supina y burricie acumulada de tantas traiciones.

Uno sabía que la trama conducía los acontecimientos en un tono de comedia pero no suponía que iban a ser los derroteros de ese camino cinematográfico tan almibarados y faltos de una mirada crítica, añorando la ironía que en otras manos hubiese tenido semejante historia, casi tanto como entender errónea la decisión de desdramatizar una relación que seguramente, en la vida real, no fue así, como nos la han contado.

El conjunto deja la sensación de una burla cruel, del uso mercantilista de unas vidas que, seguro, no han sido jamás como vemos en pantalla. Hay en el guión y en el tratamiento cinematográfico una trivialización insultante respecto a la realidad de los prototipos porque en ningún momento se detiene la cámara en señalar el dolor y la angustia que forzosamente, en algún instante, debe sentir una persona que se ve imposibilitada de mover por sí misma nada más allá de su cabeza; el hecho que Philippe sea inmensamente rico no le permite mover el dedo meñique por sí mismo y ante esa situación la fuerza de voluntad para seguir adelante puede expresarse de muchas formas y ninguna de ellas aparece en la película que lo dulcifica todo hasta lo increíble quitando fuerza dramática a la trama.

No ayuda tampoco la presentación tergiversada de la figura de ese asistente con nula experiencia que ve oscurecida su piel al trasladar su origen del Argel afrancesado de sus ascendientes al más novedoso Senegal, evitando la aparición del moro prefiriendo al negro, ambos propios de la banlieu pese a que apenas hay referencia a ello, presentando a ese Driss tan guapetón y sonriente como un alma sensible con espíritu protector y un puntillo canalla que se va reformando por sí solo, como imbuído por una gracia espiritual que debe residir en la enorme mansión de Philippe y que no aparece por ningún lado, porque ni siquiera se nos ofrece la posibilidad de presenciar alguna conversación interesante en la que el espíritu culto de Philippe pueda resultar munífico y aleccionador para el menos afortunado Driss que no ha recibido formación alguna.

Lo que nos ofrecen esos dos galos que firman y filman a cuatro manos es una colección de gags más o menos afortunados buscando la sonrisa cómplice de un espectador que en definitiva va al cine a pasar el rato y no quiere salir de la sala impresionado por la dureza de una vida de dos personas relacionadas por necesidades elementales en primer término y me estoy refiriendo a cuestiones físicas que no hace falta señalar so pena de resultar escatológico y poco chistoso; entiendo que no es preciso abusar pero caer en lo contrario tampoco me parece buena idea: el olvido de la realidad nunca es interesante y disfrazarla con una conducta en exceso amable buscando una solidaridad cómplice en el espectador hurtándole aspectos importantes me hace cuestionar la idoneidad de la propuesta que se mantiene al filo de la hipocresía social en una ostentación de clases aberrante fundamentada en tópicos propios de una barra de bar, gracias de un segundo, baratijas argumentales que se olvidan tan pronto se acaban de presentar, como el infumable chiste de señalar que Driss, cuando aparece bien vestido, por ser negro, se parece a Obama. Como si por ser negro y lucir bien vestido deba de parecerse a otro. Eso sí resulta increíble: tanto como insultante.

El guión de esos dos vendedores de humo me ha resultado infumable y cuando más lo pienso menos me gusta: les recomendaría un vistazo a la realidad de esas relaciones que existen entre necesitados y asistentes para comprender que, en todo caso, la alegría que existe se basa en la que proporciona el servicio y tiene más de espiritual que de cachondeo materialista. La formulación de las tramas es una lacra que los amantes del cine padecemos como podemos, y en ocasiones por lo menos la escritura con que se nos presentan las inanes tramas nos entretiene y emociona: en este caso, el estilo cinematográfico de esos dos nada tiene de especial: una comedia sin ironía y sin puntuación; un ritmo funcional sin novedades ni experimentos, un montaje correcto y una iluminación plana en la mayoría de las ocasiones: todo confiere una apariencia de correcto telefilme rodado con medios apropiados a su traslado a la gran pantalla, pero poca cosa más.

La banda sonora y la historia que lleva es absolutamente lamentable y no lo digo por las piezas no originales, pero ciertamente su uso es panfletario: como pinchadiscos, tampoco tienen futuro, esos dos.

Y por lo que hace a las interpretaciones tampoco me han impresionado como cabía esperar vistos los premios y nominaciones que les están cayendo, en mi opinión fruto de una campaña mercadotécnica muy bien orquestada: el día que pongan el mismo empeño en hacer buen cine, me voy a caer de la silla de la impresión.

En definitiva: una ocasión perdida para tratar con eficacia y delicadeza una temática que seguro puede ofrecer mucho más interés que este conjunto de escenas que pretenden ser de buen rollo.


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divendres, 1 de juny del 2012

Y los sueños, sueños son... ¿o no?




Hace ya prácticamente cuatro años que nos detuvimos unos minutos a contemplar y comentar uno de los primeros cortometrajes dirigidos por el madrileño Iván Sainz-Pardo en su estancia en Alemania que fue bastante fructífera, de modo que ya iba siendo hora, después de tanto tiempo, de volver la vista hacia otro de sus trabajos, una extraña historia que se centra en la complejidad de la mente humana.

El mundo onírico siempre resulta inquietante y estimulante porque desde tiempos inmemoriales la interpretación de los sueños ha sido frontera de la razón y espacio en el que la libertad individual se muestra indómita: los sueños, sueños son, aunque no lo parezca, y en el mundo de los sueños el soñador es el rey.

En el cortometraje de Sainz-Pardo, la reina es la niña soñadora, la que con su mente crea El laberinto de Simone.

Véanlo, y si acaso, luego lo comentamos....




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