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divendres, 30 de novembre del 2012

Examen de Cinefilia (Parte LXII)



Hoy sí que están de suerte los examinandos, porque he tenido muy poco tiempo para preparar como corresponde este acertijo y con toda seguridad me saldrá demasiado fácil y espero que, al menos, no resulte aburrido.

Si no es así, pido disculpas desde ahora mismito y prometo enmendarme un día de estos, que tampoco hay que estresarse, que esto es un juego.

O sea, que estamos a fin de mes (hoy sí que sí, sin duda) y ya va tocando menear esa neurona cinéfila que cada día está más aburrida.

Se trata, como en otras ocasiones, de averiguar el título de una película.

¿De acuerdo?




Vamos allá: hoy más que fácil es facilísima, de verdad.

Las pistas, van a ser fotografías y un poco de memoria.

¿Preparados?¿Vale?


Pistas para obtener un Sobresaliente

¿Demasiado fácil? ¿No?

Bueno: ahí van más pistas:

Con ese acierto, apúntese un Notable

Seguro que nadie llega aquí, pero ése será, en cualquier caso, el grupo del cinéilo Admisible


Las respuestas es preferible que se remitan directamente a mi buzón y las quejas y burlas pueden ir directamente al cajón de los lamentos que está ahí abajo.



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dilluns, 26 de novembre del 2012

Elementary





Sherlock Holmes pasa por ser uno de los personajes de ficción que más veces ha visto trasladadas sus aventuras, reales o apócrifas, a la pantalla, incluyendo la pequeña, mediana o grande, pero doméstica en cualquier caso, es decir, la televisión, pues raro es el país que no haya tenido alguna adaptación.

En este bloc de notas ya nos ocupamos hace un tiempo de la traslación del personaje a nuestros días en una excelente serie de la BBC que ha presentado dos temporadas y ya está calentando motores con la tercera que a buen seguro no defraudará a los seguidores holmesianos que se cuentan por millones, unos más conocedores que otros, pero todos igualmente atentos a las novedades.

La falta de iniciativas originales que asola la industria cinematográfica estadounidense parece haberse instalado también en la televisión, propiciada en algunos casos por la simple adaptación de originales en otras lenguas que no son entendidas por los estadounidenses y en otras ocasiones por la idea de aprovecharse del tirón de una serie excelente -como la citada de la BBC- para procurarse pingües beneficios presentando cosa semejante, que no igual.

Así, la CBS tuvo la genial idea de producir una serie protagonizada por Sherlock Holmes, modernizando el personaje, presentándolo como un hombre de nuestro tiempo. La apropiación de la idea causó disgusto en la BBC británica, como puede imaginar cualquiera, pero los estadounidenses, muy chulos ellos, no tan sólo siguieron con el proyecto adelante sino que, además, tuvieron la desfachatez de irse a Londres a buscar a su Sherlock.

Y como que iban con el piñón fijo para copiar la serie protagonizada por Benedict Cumberbatch, cabe suponer que lo primero que hicieron, nada más aposentados en Londres, fue preguntar por el actor: y entonces les dijeron que podían verlo en el teatro, representando una obra moderna, una adaptación de la novela de Mary Shelley, Frankenstein, adaptada y dirigida por Danny Boyle:Cumberbatch representaba un día al doctor Victor Frankenstein y al día siguiente a la Criatura, alternando sucesivamente los papeles con otro actor, Jonny Lee Miller. La obra permaneció durante tres meses en el National Theatre de Londres, obteniendo gran éxito, y los estadounidenses de la CBS volvieron a los USA con el contrato firmado por Jonny Lee Miller comprometido a representar Sherlock Holmes para los americanos.

No sé si ocurrió exactamente así, pero no creo en las casualidades ni en las coincidencias cuando hay mucho dinero en juego. Los británicos, a todo esto, claramente cabreados por el doble robo, de idea y de actor. En fin...

La CBS en un alarde de idocia creyó que bastaba con copiar la idea y que luego podía olvidarse de Conan Doyle e incluso de toda la pléyade de escritores que con mejor o peor fortuna han seguido con las aventuras del personaje; la virtud de Steven Moffat y Mark Gatiss, que adaptan al siglo XXI lo que escribió Conan Doyle, se halla ausente del ánimo de Robert Doherty que es quien aparece como "creador" de una serie que se ha titulado Elementary y que tiene del ambiente holmesiano tanto como cualquier otra serie detectivesca al uso de las cientos que pueden verse en la historia de la televisión: nada.

Para distinguirse como innovador, el amigo Doherty se saca de la manga un cambio de sexo y convierte en doctora a Watson, representada por Lucy Liu: de una tacada complacen a las espectadoras y además a las minorías étnicas.

Este Sherlock sigue siendo británico, eso sí: está en Nueva York para alejarse de Londres, donde ha tenido problemas con las drogas y ha pasado seis meses rehabilitándose en USA. Una excusa tan mala como la que sustenta su relación con el capitán de la policía metropolitana al que conoció en Londres a raíz de las pesquisas que con motivo del 11-S condujeron al policía a tierras británicas.

Un desatino inicial que ya no abandona la serie, falta de lógica y de seriedad, en una repetición de los modos insultantes para una tradición cultural que demanda un poco de respeto: hay una fuerte sensación de desconocimiento del personaje semejante a la que se produce viendo los sinsentidos de Ritchie.

Las tramas revisten la complejidad propia de cualquier episodio típico de una policial o detectivesca al uso y para ese camino no hace ninguna falta vestirse de Sherlock: con seguridad rehacer los episodios cambiando los nombres y algún pequeño detalle permitiría presentar la serie sin dar esa sensación de producto mal acabado, precisamente porque el personaje de Sherlock -y también Watson- por mucho que Doherty lo intenta no aparece por parte alguna, salvo el muy efectivo acento británico del protagonista.

El Sherlock de Doherty parece un niño rico malcriado, un yonquie afortunado porque papá le protege, pero se halla ausente del personaje esa pulsión tan holmesiana de ocupar sus neuronas con enigmas difíciles de resolver y la personalidad del carácter, en este caso, se halla difuminada y desleída en una adaptación simplista y débil, como endeble resulta la forzada reconversión del personaje de Watson, que podría conllevar una soterrada lucha intersexual y que acaba en una falta de química y compenetración que quizás se arregle en futuros episodios pero que desde el inicio se muestra mal diseñada.

Si a ello le unimos que la producción se adivina como muy económica, sin grandes medios, el resultado deja bastante que desear.

Por mucho que la CBS haya conseguido su emisión después de la final de fútbol americano, momento de la máxima audiencia en los USA, esta serie no hace más que alimentar el ansia de ver la tercera temporada de la producción de la BBC.

Vídeo








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divendres, 23 de novembre del 2012

TC (31) Batman Returns



El más despeinado de los directores, Tim Burton, fue el encargado de dirigir en 1989 el primer largometraje con cierto sentido del espectáculo cinematográfico basado en el personaje de Batman y evidentemente le tomó cierto cariño y ganas porque tres años después se encargó tanto de la producción como de la dirección, lo que le permitió dar a Batman Returns (ese héroe complejo acostumbra a ir y volver) unos modos tétricos que sobrepasan lo visto hasta el momento, sobre todo en lo que hace a los adversarios o, por decirlo llanamente, a los malos de la película.

Las filias y fobias de Burton se desatan y si nos fijamos con tranquilidad en su inicio podemos atisbar no pocos "homenajes cinéfilos" acompañados por la ya conocida sintonía compuesta por el amigo Danny Elfman, que junto con Michael Keaton y Burton forman el triplete de repetidores.

Veamos esos momentos introductorios escogidos por Burton:




¿Que os parecen?

¿Os recuerdan alguna escena en particular?





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dilluns, 19 de novembre del 2012

Melody al Palau







El llamado Palau de la Música Catalana es un edificio construido en los inicios del siglo pasado en la ciudad de Barcelona atendiendo el proyecto y la dirección del arquitecto Lluis Doménech y es una de las construcciones del Modernismo Catalán que mejor reúne belleza y funcionalidad, porque su destino, ser templo civil de la música, se ve reforzado por la singular apariencia que merece una visita, ni que sea virtual en su página web

La sala de conciertos es una bombonera con un aforo de poco más de dos mil personas, que fueron las que se reunieron el pasado viernes día dieciséis de noviembre de dos mil doce para escuchar a una jovencita procedente del otro lado del Atlántico, una tal Melody Gardot que me tiene el corazón musical robado desde que en este bloc de notas el amigo David me la descubrió, en marzo de este año.

Nacida cuando ya este bloguero atesoraba unos cuantos vinilos de jazz, Melody Gardot sufrió un accidente a los 19 años que la tuvo postrada en cama durante un año entero y dedicó muchas horas a la música por recomendación de un médico y ya desde su estancia hospitalaria publicó un disco sencillo con composiciones propias y a partir de ahí su fama fue creciendo exponencialmente de boca a oreja porque los amantes del jazz han caído rendidos ante la fuerza musical de esa joven que todavía no ha cumplido los 28 años y ha revolucionado la afición.

Apenas supe que iba a comparecer en el Festival de Jazz de Barcelona compré las entradas porque sentía que asistir a un concierto en directo, en el Palau, era una ocasión que no podía perderme.

Acompañada de su grupo habitual, Mitchell Long a la guitarra, Stephan Braun al violoncelo, Irwin Hall al clarinete, saxo y flauta, Charnett Moffett al bajo y Pete Kopela y Charles Staab a la percusión y batería respectivamente, Melody empezó casi a oscuras con su voz sin acompañamiento apoderándose desde el primer minuto de la atención del público con la balada No more my Lord que, precisamente, no está en su último disco, titulado The Absence y que teóricamente es la excusa para una gira promocional que está llevando a la joven estadounidense por medio mundo, para suerte nuestra.

La excusa de promocionar el disco nos ha permitido disfrutar como se debe de esa artista poco convencional que siente la música y tiene una facilidad enorme para transmitir su pasión. Desde el primer vídeo en que la ví acompañada de otros músicos me pareció que Melody Gardot estaba tocada por una gracia especial que le confiere una capacidad de liderazgo inesperada en una chica de su edad.

Uno ha visto y disfrutado conciertos en directo de genios como Miles Davis, B.B. King o Stephane Grapelli y ha percibido la fuerza que arrastra a los componentes de una formación musical contagiándose al público. Pero nunca hasta ahora había sentido esa capacidad en una persona tan joven.

El espectáculo que lleva Melody Gardot está muy cuidado en todos los aspectos, empezando por el escenario y la iluminación; imagino que dada la enorme capacidad simbiótica de la artista, hallarse en el escenario del Palau debió darle un plus. Ella se dirigió al público en un inglés que apenas pude seguir por mi escaso conocimiento y por la enorme velocidad con que habla, pero entendí perfectamente que esperaba sentir el intercambio de energía personal entre artista y público.

Vaya si hubo sinergias: en el Palau he visto conciertos adocenados y también explosiones catárticas y la del viernes va a ser inolvidable. Melody nos ofreció una genuina sesión de jazz, entendida la música en su concepto más libre, lejos de ataduras formales y de canciones ya conocidas de antemano salvo un par de clásicos.

Su último disco -muy recomendable- ya indica que ha absorbido aires de otras culturas, lo que dice mucho de su hambre musical. Pudimos escuchar sonidos ibéricos con Lisboa y dar el salto oceánico para sentir la brisa iberoamericana con Mira inspirada en ritmos brasileros.

Melody Gardot ha sabido escoger muy bien a sus acompañantes, un grupo de músicos a los que exprime a conciencia y que seguramente junto a ella se atreven a ofrecer aspectos de su arte sin cortapisas, conformando una sesión musical de espectro amplio e interesante; como un guiño a la Europa que la está ensalzando, ella y su grupo nos deleitaron con Les Etoiles

El concierto discurría por caminos y vericuetos insospechados y uno tenía la conciencia clara que la artista lo tenía todo muy medido pero aun así nada más alejado del artificio, quizás porque se siente la pulsión musical ya que Melody sabe contagiar al público moviéndolo a su antojo, haciéndole aplaudir acompasado, bailar e incluso cantar, logrando una comunión entre escenario y localidades, una empatía total y absoluta, un delirio feliz con Iemanja en una versión que nos tuvo en vilo casi 18 minutos, porque Melody Gardot improvisa, sugiere, ordena y manda con su espectacular voz y su dominio total del ritmo y los acompañantes no tienen más que seguirla y el público, entregado, palmotea, baila y canta: en el Palau, esa bombonera modernista, Melody abrió y cerró el joyero tantas veces cuantas quiso y pudimos apreciar las virtudes del directo sin trampa ni cartón, la música a flor de piel, sudando cada nota.

Fantástico.

Un concierto de dos horas justas incluyendo unos bises previstos porque ya se sabe que nadie se larga por las buenas y el público está dispuesto a aplaudir hasta que le den una propina y claro, entonces recibimos una versión de Over the Rainbow que aunque reciba el soporte del sorprendente violoncelo de Stephen Braun nunca es igual a otra, porque, amigos, Melody Gardot es una artista de jazz y las versiones sólo son iguales en el disco: si no tuviera esa voz y esa cultura musical tan amplia y profunda, uno podría pensar que dar un bis basándose también en una mezcla en la que se reconocen notas de Summertime de Gershwin y de Fever de Peggy Lee acabará pareciendo un paseo por los famosos cerros de Úbeda, pero la verdad es que la capacidad de amalgama de la Gardot es sobresaliente y nada chirría y todo produce asombro.

Francamente: lo único que no me gustó fue el turbante.



Teniendo en cuenta que Melody Gardot ya había actuado en Barcelona antes y no me había enterado, por no conocerla, no me queda otra que reiterar mi gratitud a David. Va por tí.




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divendres, 16 de novembre del 2012

TC (30) & MM 73 BORSALINO







Creo que hay una muy remota posibilidad que las visitas habituales de este bloc de notas no hayan tenido la ocasión de ver los títulos de crédito de una película que se estrenó en España en 1970 y tampoco los minutos que les siguen.

En cualquier caso, puede resultar interesante darles un vistazo mientras se escucha la sintonía que compuso el notable Claude Bolling que entiende a la perfección la época y la temática.

Los títulos de crédito no son nada del otro mundo aunque nos introducen en el submundo del hampa marsellesa con mucha economía y nos ubican en una época pretérita:




Para el cinéfilo esta película de Jacques Deray puede resultar interesante por diversos motivos:

El veterano percibirá rápidamente que el entusiasmo de la fecha de su estreno se ha enfriado notablemente, a buen seguro porque la pareja protagonista, Delon y Belbel, hace tiempo que han sido apartados de las carteleras y ya casi nadie se acuerda de ellos, ¡maldita sea!, y resulta más confortable recordar la sólida belleza de Catherine Rouvel, inmarcesible.

La juventud descubrirá que, antes del inolvidable ejercicio melancólico llevado a cabo por una dupla estadounidense que ya vimos aquí, los franceses, como en otras ocasiones, fueron los primeros en proponer una historia de simpáticos delincuentes, y, además, sin complejo alguno acudieron a beber a las fuentes del genuino ragtime.

Lo malo es que Deray no supo quitarse de encima la mala influencia de un actor metido a productor y de otro deseoso de compartir plano al cien por cien, cuestión ésa que siempre acaba perjudicando el producto final.

Véase una de las primeras escenas, demostrativa del excesivo peso actoral que acaba lastrando el conjunto al maniatar excesivamente las buenas maneras del que teóricamente debería haber mandado:



Hubo una secuela, cuatro años más tarde, que resultó, como en muchas otras ocasiones, innecesaria.






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dilluns, 12 de novembre del 2012

René tenía razón





La humanidad siempre ha tenido muy en cuenta el factor tiempo, esa medida que nos coarta y constriñe con un principio y un final; llegar al término a muchos les resulta pavoroso y es un sueño recurrente y ambicioso considerar posible el dominio del tiempo, domeñarlo hasta el punto en que uno pueda moverse, trasladarse, a través de él.

El viaje a través del tiempo es un tema tratado en diversas ocasiones por diferentes autores, la mayoría de ellos adscritos al género de la ciencia ficción con mejor o peor suerte.

En el cine como es natural también existen películas que versan sobre las alteraciones temporales que afectan diferentes personajes cuyas historias componen tramas en ocasiones provistas de originalidad sin rechazar la lógica que debe presidir un relato de ciencia ficción a riesgo de convertirse, en su ausencia, en un galimatías insufrible.

Imagino que gracias a sus buenos contactos Rian Johnson consiguió convencer a propios y extraños que el guión que había escrito se podía convertir en una película de culto siempre y cuando él mismo se ocupara de dirigirla y naturalmente el proyecto nació con la complicidad del actor Joseph Gordon.Levitt, no en vano ambos habían obtenido al parecer cierto éxito con una cinta -para mí desconocida- allá por el 2005, hace apenas siete años.

La película iba a contar con la presencia taquillera de Bruce Willis -cabe que suponer un héroe para los dos ya citados- y de la solvente Emily Blunt que despierta pasiones encontradas por doquier.

El título, Looper, se refiere al bucle: al bucle temporal que ya tratamos aquí hace un año, ese bucle en el que hay que introducirse con cuidado porque puede uno salir escaldado.

El guión de Johnson demuestra claramente que el juan palomo de turno o no ha leído o no ha querido tener en cuenta las disquisiciones filosóficas que teniendo el tiempo como sustancia manifestó el científico ruso Dr. Igor Nóvikov que moviéndose en un terreno especulativo no deja de lado la lógica, como lo hicieron antes otros autores y como también hemos visto en el cine y la televisión en varias ocasiones.

Johnson se pone la filosofía y la lógica por montera y procede a construir una película de malvados y malvados en la que los malvados del año 2044 se ocupan de matar con una regadora o trabuco a los malvados que los malvados del año 2074 les envían a través del tiempo con una mochila llena de lingotes de plata. Porque resulta que en 2074 los malvados no pueden matar a nadie, porque está prohibido: no nos adentramos mucho ni nos preguntamos si está permitido en cambio mandar tipos al pasado para que reciban matarile seguro porque entonces la película pierde toda la gracia.

O sea, que es una película para no pensar. Pues vale.

Y entonces resulta que desde el futuro llegó hace tiempo un tipo que es el que ha fichado a los malos de 2044, que se drogan con colirio y que sin tener puntería ni nada, como en 2044 la cosa está tan chunga que nadie se fija, van y matan a los tipos que se les aparecen de repente, ¡tachán! encima de un plástico preparado en medio del páramo (o sea, que no es para que se manche de sangre el suelo), lo envuelven y lo tiran a un horno y lo hacen desaparecer, pero primero recogen la plata que el tipo llevaba adosada como una mochila, y esa plata se la gastan comprando jeringuillas llenas de colirio, y vuelta a empezar.

¿Qué? ¿Se divierten? Pues eso es lo que hay. ¿Quieren más? Vamos a ello.

Resulta que sin venir a cuento alguien, el malo que manda en el futuro, seguramente, ha decidido cerrar círculos y no ha tenido otra idea genial que enviar al pasado a los mismos asesinos para que se maten a sí mismos, y para que se consuelen los lingotes son de oro en vez de plata.
O sea, que se pegan un tiro a sí mismos pero con treinta años más. Total, como van con una caperuza, se enteran después del trabucazo. Una fea jugarreta, porque habiendo muchos asesinos a sueldo, "loopers", ya son ganas mandar al mismo para que se autoliquide con treinta años de diferencia.

Más que de locos, de tontos, y ahí ya empieza a flojear la cosa.

Pero Johnson no se queda ahí: resulta que uno de los tipos se escapa. Que te lo piensas bien y te preguntas: ¿Y los otros, no saben lo que va a pasar?¿Que no se acuerdan de cómo hicieron su fortuna, liquidando pájaros encapuchados a bocajarro? Pues nada: sólo uno, que con un protagonista dual ya está bien.

Supongo que los derroteros de la película de Johnson son contemplados de forma diferente por cada espectador: reconozco que para mí la lógica interna de las historietas es fundamental porque si no me cuadran no me creo nada y la incredulidad me aparta de la pantalla de inmediato y en este caso la cantidad de contradicciones es tal que me quedé a mitad del generoso metraje -prácticamente dos horas- con ganas que se acabara ya el cúmulo de despropósitos.

Hay una serie de secuencias de acción bien narradas, con ritmo y brío, pero hay una serie de baches que remiten nuevamente al aspecto filosófico de la trama y pensar perjudica la atención que se pueda dispensar a la película que se inspira claramente en Terminator pretendiendo una vuelta de tuerca más que no resiste un análisis serio y pausado provisto de rigor y disciplina, eso que cada vez es más denostado incluso en los ambientes teóricamente intelectuales y culturales donde la ineptitud, la falta de conocimiento previo, la incultura en suma, se convierten en una pirueta circense que los charlatanes de nuevo cuño presentan como verdades incontestables.

Hay determinados aspectos en la trama que podrían ofrecer en manos de guionistas de verdad excusas para confeccionar tramas inteligentes, pero quedan en meros remedos, casi guiños, en manos de Johnson, que ni siquiera puede conseguir que la degenerada técnica de Bruce Willis, que un día supo ser comediante, se contagie al resto del elenco; y me refiero a Emily Blunt, claramente desaprovechada, porque al también productor ejecutivo Joseph Gordon-Levitt (que no pudo ver de estreno Die Hard) por mucho que admire a Willis y ponga la pasta, alguien debería decirle que, como actor, mejor que se fije en cualquier otro a tomar como modelo, porque está consiguiendo ser casi tan inexpresivo como su héroe. Quizás, claro, ahora caigo, porque son dos caras de la misma moneda.

He leído algún comentario por ahí intentando convencerme que el final hay que interpretarlo de forma distinta a como yo lo hago, y he podido leer críticas que aseguran que esta película acabará siendo una obra maestra y segurísimo, una obra de culto para cinéfilos. Y a mí que me parece que nadie se ha molestado en reflexionar siquiera cinco minutos para comprender la paradoja del abuelo que escribió hace setenta años René Barjavel.

Creo sinceramente que René tenía razón y que esta película es una pérdida de tiempo.

Tráiler












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divendres, 9 de novembre del 2012

TC (29) & MM 72 Shaft (1971)






Esta va a ser una entradilla guadianesca porque si es cierto que llevo meses buscando un vídeo que se deje insertar en el bloc también lo es que no confío en absoluto que vaya a perdurar más allá de unas semanas, vista la política ¿comercial? de algunos papanatas de la industria del cine.

A lo que vamos: los más veteranos reconocerán de inmediato esos minutos iniciales de la película estrenada con mucho éxito en 1971, dirigida por Gordon Parks, un producto que ha envejecido bastante mal, a decir verdad, aunque se mantiene por encima de la lamentable copia perpetrada en el 2000 con muchos medios y pocas ideas originales.

Si digo que la película se tituló Las Noches Rojas de Harlem los viejos rockeros se creerán que estamos en un acertijo, porque todos nos acordamos de la película precisamente por la canción que lleva como título el nombre de su protagonista, coincidente con el título original: Shaft.

Y seguramente todos recordamos que Isaac Hayes, que falleció hace cuatro años, en agosto de 2008, al que homenajeamos aquí fue quien compuso la célebre sintonía por la que le dieron el Oscar.

Estuvimos meses oyendo la pieza en las emisoras de radio.

Así que mientras podamos veamos, si les parece, estos Títulos de crédito iniciales  que sirvieron en la época, para situarnos en lo que era entonces el famoso y muy cinematográfico barrio de Harlem.







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dimarts, 6 de novembre del 2012

Caído del cielo






Siempre me ha parecido curioso y estrafalario basar la promoción de algún evento en la protohistoria, en el pasado pluscuamperfecto que en buena lógica nada tiene a ver con la actualidad porque resulta diáfano que lo único perceptible tras el paso de los años, que es la experiencia, no se da en elementos jóvenes: si acaso las ganas de innovar, de modernizar, de remozar, de romper con ése pasado que los charlatanes de la postmoderna mercadotecnia se empeñan en utilizar como pasaportes a un éxito seguro, abanderados como se presentan en unas ínfulas a todas luces inapropiadas.

Siempre que he podido he asistido a una proyección de la última aventura de James Bond, ese agente del gobierno de su majestad la reina británica que, mira por donde, de momento es más longeva; curioso; todos sabemos -o deberíamos saber- que James Bond es el hijo literario predilecto de Ian Fleming -que seguramente jamás imaginó el éxito popular de su saga- y hemos recibido en las últimas semanas decenas o centenas de reclamos publicitarios en los que de alguna forma se glosa el cincuenta aniversario de la aparición como fenómeno cinematográfico del super agente, del espía con licencia para matar, como acredita su escueto -y famosísimo- número: 007

Siempre he pensado que la saga de Bond es en sí misma un subgénero: las diferentes películas se parecen bastante -por no decir mucho- entre ellas y se acerca muchísimo al efecto placebo que la repetición de algunos actos procura a la mente relajada que huye de las preguntas como de la peste: en la misma forma en que la reiteración produce en la infancia el sentimiento de conocer y entrega una apariencia de tranquilidad, las películas de Bond, que se pueden resumir en tres tópicos, suelen afrontarse con la esperanza de recibir una ración de lo mismo: con modos nuevos, rostros cambiantes, pero lo mismo al fin: y sobre todo, sin complicaciones: los experimentos, con gaseosa, por favor.

Porque se empieza aficionándose uno a las cañas de cerveza más que a un buen martini y acaba por presentar a un villano en una paupérrima imitación de la gloriosa entrada en escena de Violet Venable.

Porque claro, si es que Sam Mendes en definitiva viene del teatro y estaría encantado de poder dirigir Suddenly, Last Summer, pero ¡ay! se le adelantó un tal Mankiewicz a la hora de llevarla al cine (como ya sabemos) y claro, mejorarla va a resultar imposible. Así que Mendes se contenta con buscar la posibilidad de rodar esa estupenda escena aunque en vez de contar con un guión escrito por el mismísimo Tennessee Williams y la gloriosa complicidad de Monty y Kate, se tiene que contentar con los pobres diálogos del sobrevalorado John Logan pronunciados por Daniel Craig y Javier Bardem, una lucha, dice alguna revistilla de cine, de galanes del cine más actual, poderío sexy masculino a tope. Con una escenita que casi parece homofóbica por lo pacata y mal resuelta, sin un miligramo de picardía o ironía, condimentos absolutamente ausentes de la trama de la última película de la saga Bond, titulada SKYFALL que literalmente sería Caído del Cielo, pero como esa expresión está casi que asimilada a la de bendición divina -o maldición, si lo que cae son meteoritos o sapos- pues los distribuidores, en un alarde de vagancia, han dejado el título sin traducir.



Que ya podrían haber dejado toda la película sin traducir, porque el doblaje, una vez más, resulta adormecedor.

Durante los meses previos se han ido produciendo toda clase de noticias dirigidas a mantener entre los aficionados las ganas de asistir al estreno del nuevo episodio de la saga y la verdad es que ya se olía la chamusquina cuando salía Mendes y aseguraba que iba a dar un vuelco al personaje, que le iba a proporcionar mayor profundidad y enjundia personal, que si esto, que si lo otro. ¿Nadie le dijo a Mendes que el espectador de Bond no busca filosofía barata? Tortas bien dadas, apuestas ganadas, martinis, chicas guapas, villanos feos, chicas guapas, escenarios exóticos, chicas guapas y M y Q con cara de pocos amigos pero en el fondo encantados de la vida. Y chicas guapas. Sin más. Ya vale.

Mendes se complica la vida y se mete él solito en un atolladero del que tarda en salir dos horas y veinte minutos, una eternidad, porque las escenas de acción no acaban de funcionar como debieran y además se perciben huecos en el guión: oiga, que hemos admitido a Bond haciendo cosas más que inverosímiles, pero no nos deje con cara de atontados porque vemos al malo bajar de un andrajoso ascensor y jamás veremos las estancias superiores: porque imitar a Guillermo Tell situándose en pleno siglo XXI justo en las antípodas de Sam Peckinpah, para quien ha visto casi toda la saga en el cine viene a ser como una afrenta personal: ¿es la película de Bond un producto para niños de pecho? Tetas, culos y tiros impactantes es lo esperado. No es tan difícil.

Rellenar los huecos producidos por la alarmante carencia de ideas con una serie de "homenajes" a la saga es bordear peligrosamente la sensación que no hay ideas nuevas y desde luego que las que vemos en pantalla pasan por descabelladas y risibles en un atentado ilógico y lastimosamente nada paródico: ¿ustedes se creerán que un ferrocarril metropolitano se puede caer por un agujero y seguir circulando como si fuera una serpiente en un piso inferior? Señor Mendes: en la saga Bond, nos quedamos sin resuello, pasmados y ojipláticos, pero no somos tontos y esperamos una lógica en todo.

No quiero desvelar aspectos ¿importantes? de la trama, aunque me tengo que controlar para no soltar spoilers como espumarajos rabiosos, pero no puedo menos que alzar mi voz quejándome de la estulticia con que se nos presenta el uso de la informática, tanto por los malos como por los buenos, como si todos los espectadores fuésemos el propio Ian Fleming, que falleció en 1964 cuando el ordenador personal no era más que un sueño de mentes privilegiadas: señor Mendes, ¿puedo hacerle una pregunta? ¿Si usted fuera a dirigir una escena de esgrima, querría que su actor supiera empuñar y mover con elegancia el florete o el sable, o la espada? Entonces, ¿cómo no se le ocurrió que le dieran unas clases de mecanografía a Ben Whishaw? Era lo mínimo, ya que tenemos que escuchar las acostumbradas sandeces: a la que un personaje agarra un ordenador, parece que pertenezca a otro planeta más avanzado; luego ves el monitor y te entran unas ganas de carcajearte....

En definitiva: si les sobran unos euros y disponen de dos horas y media puede resultar una experiencia sentarse en la sala de cine para ver al último Bond: pero si esperan ver una película de acción bien contada, si esperan ser sorprendidos por escenas de increíble dinamismo, si desean ver a Bond abrazado a una maciza belleza, olvídense de este producto protagonizado por el intérprete más retaco de todos cuantos han sido Bond. Y el más feo también.

¡Ah! Y las chicas, flacuchas: las más feas de cuantas recuerdo.


Tráiler



Otrosí: Si les gusta esa caracterización (el malo no tiene nada de asiático) puede que les guste la forma de trabajar de Bardem, de la que, de nuevo, en España apreciamos sólo la mitad: su voz quedó en los estudios londinenses, supongo.













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divendres, 2 de novembre del 2012

Parecidos razonables






Es un tema recurrente en las conversaciones entre cinéfilos con cierta veteranía, o sea, los que han visto cientos de películas de todas las épocas, que la escasez de ideas propicia los refritos, que algunos denominan remakes, otros califican como de homenajes, y casi todos, en el fondo, están pensando en el concepto tan moderno, tan ligado a la informática, del cortar y pegar.

Vamos, de apropiarse, por la cara, de las ideas de otro.

Normalmente cuando el tema aparece en la conversación solemos ceñirnos a las labores propias de los escribanos, mal llamados algunos guionistas porque son simples copiones cosechadores de trabajos ajenos.

Pero también en el apartado musical hay bastantes ejemplos de lo que comúnmente conocemos como plagio, concepto que los más benévolos definen como inspiración.

Hay cierto parecido más que razonable entre dos números musicales que seguramente permanecen en la memoria recóndita de todos los cinéfilos y que al verlos conjuntamente digamos que se produce un cierto estupor.

¿Los vemos?

En 1948, Vincente Minelli dirigió El Pirata, musical dotado de una paleta de colores extraordinaria y una inolvidable música de Cole Porter, autor entre otras de ésta enérgica proposición de ser un payaso: Be a Clown, bailada dinámicamente por Gene Kelly.

Cuatro años más tarde, el mismo Gene Kelly aparece como oyente de las propuestas que su amigo de fatigas cinematográficas en la película de 1952 Cantando bajo la lluvia, dirigida por Stanley Donen y el propio Gene kelly: el fantástico Donald O'Connor, en una actuación sobresaliente, atlética y humorística, proclama que lo más interesante de una película es hacer reir, y lo hace cantando y bailando el número Make Em Laugh que podemos traducir como Hazlos reir, acreditado a Nacio Herb Brown y a Arthur Freed.


Cole Porter, que era un hombre muy inteligente, seguramente decidió que, ya que les había salido un "homenaje" tan redondo, tan eficaz, tan espectacular, no valía la pena hacerse ver como protestón y demandante y prefirió callar.

Los otros quedan como copiones usureros pero sin duda puestos a ver plagios, homenajes, refritos, remakes, inspiraciones, ojalá que todos fuesen como los que pudo hacer Arthur Freed.

¿No os parece?








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