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dimarts, 30 d’abril del 2013

Siete psicópatas




El británico (londinense, por más señas) Martin McDonagh debe ser hombre parco, de pocas palabras, o quizás es que sus talentos pasan desapercibidos para los que mandan en eso de la industria del cine, o, si nos ponemos en plan conspiranoico, está claro que el cine va encaminado a calmar y apaciguar inquietudes con historias inanes, justo lo que no parece saber escribir el amigo McDonagh que ya me sorprendió muy gratamente con su primer largometraje y después, a toro pasado, con su cortometraje tan laureado, dos obras previas que se han visto refrendadas por una tercera que descubrí como quien dice por casualidad porque, una vez más, la mercadotecnia parece reñida con el talento, algo de lo que McDonagh no se halla falto, precisamente, ni como escritor ni como director.

Es una lástima que hayan tenido que pasar cuatro años entre la primera y la segunda película de un cineasta que hasta ahora, en lo visto, se mueve como pez en el agua en un género que entremezcla ambientes mafiosillos y personajes variopintos psicológicamente bien construídos, porque McDonagh se cuida muy mucho de rellenar de ideas las historias que presenta dotadas de ingeniosos diálogos.

Siendo a un tiempo guionista y director y tomando también ocupaciones de productor, habrá que entender que la segunda película larga de McDonagh contiene todo aquello que al autor, porque así cabe denominarlo, le interesa presentar en un diálogo constante con el espectador porque la llamada a la atención es intensa: McDonagh ofrece sus filias y sus fobias adornadas con multitud de chistes (algunos los llamarían homenajes, otros dirían citas) que demuestran, por si hiciera falta, la profunda cinefilia del autor, tanto como un pequeño ajuste de cuentas, o así me lo parece cuando recuerdo algunos pasajes y pronuncio algunos nombres, una especie de recuento de posibles agravios comparativos o burlas descaradas sin más, incidiendo en el tono rocambolesco que se advierte de inmediato en la trama pergeñada por McDonagh, un extravagante y ditirámbico relato en el que, una vez más, la lealtad y el honor son expresados de una forma inusual con visos de tragicomedia que hay que digerir a tragos lentos.

La pieza la titula Seven Psychopaths y ha sido correctamente traducido su título como Siete psicópatas.

La trama gira en torno a un guionista, Marty, de ascendencia irlandesa, que tiene que escribir un guión por el que ya ha cobrado un adelanto y no se le ocurre nada. Su amigo Billy, que es un actor sin trabajo, pretende ayudarle y darle ideas y le anima a escribir mientras llama zorra a la novia de Marty, Kaya, que está un poco harta de las borracheras del escritor buscando inspiración. Billy está asociado con Hans en un negocio de secuestro y recuperación de mascotas -perros, principalmente- de gentes ricas y todo empieza a liarse cuando la mascota secuestrada pertenece al matón Charlie, que, en pocas palabras, agarra un cabreo de la leche y la arma parda.

No conviene contar más de la historia, porque hay sorpresas y giros que en un principio parecen los típicos apuntes que luego quedan en nada pero que, como ya hizo antes McDonagh, acaban encajando donde deben perfectamente, porque no ha dejado nada al azar y todo el aparato que construye para divagar una vez más sobre la amistad, la palabra dada, el respeto, las creencias, todo al fin, tiene sentido cuando ya has visto la película y percibes que no ha sido simplemente una locura de ¿siete? chalados que te han absorbido la atención durante casi dos horas breves, breves.

A ello ha colaborado un elenco bastante sólido en el que destaca Sam Rockwell en una composición paroxística que hay que escuchar en versión original para apreciar en su debido punto; está claro que McDonagh sabe dirigir a sus intérpretes y además sabe escoger muy bien a los adecuados para cada personaje: no hay más que ver a Tom Waits acariciando un conejo blanco, por ejemplo, para darse cuenta del planteamiento. La música de Carter Burwell refuerza las imágenes retratadas por Ben Davis en pantalla ancha, como debe ser y cabe decir que McDonagh sigue siendo mejor guionista que director porque escribiendo es un punto y aparte. La película tiene buenas escenas de acción y está rodada sin altibajos e incluso se mantiene por momentos de tensión rodados sin alharacas aunque sin inventiva: la originalidad la deja McDonagh para las letras, está claro: pero si ése es el precio a pagar por ver en pantalla sus guiones, bien pagado está y buen precio nos hacen, porque hallar en cine un guión que acuda a la neurona buscando efectos y deje poso suficiente para mantener una bonita conversación ya empieza a ser una rareza.

En definitiva una película muy recomendable que se disfruta fácilmente y que hará reir y pensar, reír y pensar...






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