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diumenge, 8 d’abril del 2018

TC 39 & MM 92 JEREMIAH JOHNSON




Estos primeros minutos de presentación cumplen perfectamente los requisitos de una mención como títulos de crédito (simplísimos en su forma, ciertamente) y como momento musical porque sirven de forma idónea cumpliendo su cometido, que no es otro que presentar un personaje y el entorno en el que va a desarrollarse su historia.



Habiendo transcurrido más de cuarenta y cinco años de su primer visionado uno se detiene en detalles que pasaron desapercibidos: John Rubinstein y Tim McIntire, dos jóvenes actores y pipiolos hijos de papá (uno del afamado pianista Artur Rubinstein y el otro del no menos famoso roba escenas John McIntire) contando a la sazón con 26 y 28 años respectivamente, compusieron una banda sonora que cada vez que uno ve la película crece en importancia porque se adecúa maravillosamente a lo que la cámara cuenta en cada pasaje, reforzando la expresión de un sentimiento que de ese modo llega a lo más hondo de cada espectador.

Podría intentar explayarme en las virtudes de la banda sonora pero carezco de la formación necesaria y hay quien ya lo hizo con excelencia, así que demos carpetazo no sin insistir en que comprobar las virtudes del primer trabajo conjunto de esos dos citados bien justifica buscar y encontrar la última versión de la película, en la que no aparecen todas las supuestas escenas desechadas pero sí lo que en la época (primeros de los setenta, conviene recordarlo) sucedía ocasionalmente: hay "cuadros musicales" como se detalle aquí y además y eso es lo más interesante, hay un respeto por la cinematografía básica: el tamaño del fotograma.

La preservación del formato era casi una obsesión para Sidney Pollack como pude comprobar en una entrevista que ví en la tele hace años en la que clamaba por el respeto debido a la labor del artista que en ocasiones tiene mucho trabajo para conseguir un encuadre que exprese lo que desea, para luego comprobar cómo en la exhibición televisiva (y en alguna sala de desaprensivos) el formato original se veía alterado al punto que algunos actores desaparecían de una escena, dando como resultado una película incongruente y descabezada. En definitiva, Pollack siempre estuvo en cabeza de la defensa de la libertad del artista dedicado al cine y ésa es una cuestión irrebatible: cuando el esposo de Jane Fonda se dedicó a colorear películas, por ejemplo, muchos clamamos al cielo y Pollack en cabeza.

La película de 1972 Jeremiah Johnson presentada por estos lares como Las aventuras de Jeremiah Johnson sigue encandilándome como el primer día y eso le otorga una pátina especial, aquella que tienen los libros releídos, los elepés escuchados cien veces a pesar del siseo fruto de la constancia y las películas, como ésta, en la que cada escena te la sabes y, una vez más, te deleita. Todos tenemos unas cuantas películas en dicha situación y Jeremiah Johnson, para mí, es intocable.

Tiene, por descontado, unos pros y unos contras y unas historias reales mal contadas.

Hagamos el camino inverso: la película bebe en orígen de dos muestras literarias que se apoyan en la existencia de un tal John "Liver Eater" Johnston, un individuo del siglo XIX (falleció en enero de 1900) y supuestamente vivió en las montañas Rocosas, matando cientos de crowns cortándoles la cabellera y comiendo sus hígados. Una especie de pionero sangriento ávido de venganza. La Warner Bross, parece, se hizo con los derechos de las novelas de Vardis Fischer y Robert Bunker y encargó a John Milius que escribiese un guión, con la idea de que Sam Peckinpah dirigiese una película que iba a ser protagonizada por Clint Eastwood. Al final, por una cuestión u otra (resulta imposible saber la verdad, pues cada quien cuenta excusas diferentes) la cosa quedó en el limbo, aparcada.

No se puede asegurar cómo, el caso es que Pollack, que era amigo de Robert Redford desde hacía un tiempo, se presenta en el rancho que el guapetón se compró en Utah y quizás tomando unos tragos en el porche, un atardecer va y le propone rodar una película en aquellos paradisíacos parajes, porque tú, Bob, sabrás mejor que yo donde podríamos ir y tal y cual....

La Warner Bross había pagado unos derechos y tenía que sacar tajada así que si alguien tomaba el guión (ya pagado) de John Milius y lo usaba para una película, miel sobre hojuelas. El problema es que Milius tiene una concepción de la vida que podía coincidir muy bien con Clint Eastwood pero no con Pollack y Redford así que estos dos, trago va, trago viene, dale que te pego, poco a poco fueron puliendo el guión de Milius y reconvirtieron una historia de venganzas y violencia en una elegía filosófica que intenta apresar con muy pocas palabras una decisión extraña, la de abandonar el mundo conocido: es más, abandonar la civilización y volver a la naturaleza.

Algunas voces han incidido en la proclamación de cine ecológico "avant-la-lettre" de esta buena pieza de Pollack y niego la mayor: tanto Johnson como los pocos personajes que conviven en los agrestes parajes no tienen nada de ecológicos: todos son cazadores, tramperos, obstinados liquidadores de animales salvajes para arrancarles sus pieles y conseguir algo a cambio en sus obligadamente frecuentes bajadas al río comunicador con la civilización para poder comprar más pólvora, más balas, más lo que sea necesario para poder seguir sus aventuras en lo alto de los montes: uno de los personajes, el viejo cazador de osos, se queja de que "ya apenas quedan osos en estas montañas" cuando ha dedicado toda su vida a matarlos para traficar con sus pieles y sus garras. En la película ése comercio no aparece directamente pero resulta forzosamente evidente a poco que se medite en ello. Descartemos, pues, la vertiente ecologista que algunos pretenden ni siquiera como precursora de lo "indie" que algunos ameritan al festival de Sundance, precisamente celebrado muy cerca del rancho de Utah de Redford. De todas formas, en 1972, la ecología no hilaba tan fino.

Pollack toma la historia del comedor de hígados vengativo y la transforma en las vivencias de un individuo a la sazón muy complejo del que nada se nos cuenta y del que nada sabremos más allá de lo que vemos le sucede, que no es poco. Y ello, con muy pocas, poquísimas, líneas de diálogo: cine en estado puro, la cámara contando una historia con el apoyo de unos sonidos naturales y una banda sonora que refuerza de forma admirable los pasajes necesarios.
No tiene esta película vocación de contar una historia real: de hecho, la estupenda voz de Tim McIntire en off nos introduce al personaje y al final lo despide inciertamente al asegurar que algunos afirman que Jeremiah Johnson todavía sigue en las montañas: un espíritu libre que lo único que desea es que le dejen solo, en paz consigo mismo.

La trama presentada por Pollack tiene tres partes claramente diferenciables: la iniciática en un mundo salvaje, el asentamiento en parte condicionado por los inesperados acontecimientos y la afirmación de la pertenencia a la montaña entendida como un mundo libre sujeto si acaso a leyes intemporales, prefiriendo el esfuerzo diario a la renuncia que significaría el descenso a los territorios civilizados en busca de comodidad y seguridad.

Pollack junto a Redford enfatiza cada una de las tres fases con tratamientos cinematográficos distintos, tanto en las ópticas usadas como en la planificación del ritmo pasando de lirismo exacerbado a violencia desatada, pero siempre exhibiendo una contención admirable que hay que agradecer tanto al director como al protagonista único en una demostración de inteligencia y sensibilidad que sabe aprovechar la economía de gestos para profundizar en la difícil psicología de un personaje que raramente puede hablar pues no suele encontrarse con semejantes que le puedan dar conversación.

Uno contempla en este siglo una vez más Las aventuras de Jeremías Johnson y no puede menos que remarcar el asombro que produce la circunstancia que Robert Redford se aviniese a protagonizar una película en la que su presencia es constante pero en la que apenas tiene cien líneas de diálogo, una película en la que los silencios valen su duración en oro puro, precisamente en una época en la que ¡ay! en las televisiones triunfaba la serie KungFu en la que episodio tras episodio escuchábamos absortos largas parrafadas trascendentales relativas al significado de la vida y etcétera etcétera.

La frase final pronunciada por Tim McIntire define a la perfección al personaje que llega desde una civlizacion incierta (en un momento dado la rechaza asegurando que ya estuvo ahí) y se mueve siguiendo el consejo, hacia el oeste, donde el sol se pone, y al llegar a las Rocosas, tuerce a la izquierda. O a la derecha, si acaso. Porque como una premonición, incluso antes de descubrir el asentamiento del primer colono (su hija mayor, un cameo de la gran Tanya Tucker, acababa de copar listas de country con trece años cantando Delta Dawn ya manifiesta su interés por moverse hasta Canadá donde, dice, hay tierras que el hombre todavía no ha visto....

Ese Jeremiah johnson pintado por Pollack y Redford no es desde luego un héroe típico: ni siquiera es único: por allí andan otros, más o menos vivos, más o menos fantasmas del pasado, todos ellos ensimismados en su soledad, en su afán por vivir libres, sin ataduras: sólo lo imprescindible para sobrevivir, disfrutando del presente, sabedores que, como dice Del Gue, sólo una bala o una flecha en su camino podrá pararles. Una vida especial, solitaria, egoísta con un punto de solidaridad, nada ejemplar, única.

Pollack se sorprendía de la mitificación del personaje porque huyó precisamente de mitificar al real comedor de hígados y se encontró con que su protagonista adquiría rasgos heroicos no pretendidos, pero eso ya son cuestiones ajenas al director, al cineasta que ve como su criatura, una vez en manos del público, toma derroteros no imaginados.

Lo cierto es que la película es una preciosidad cinematográfica que sabe aprovechar todos los recursos a su alcance y expresar visualmente sensaciones y sentimientos en el lenguaje universal de las imágenes, en este caso especialmente reforzado el trabajo del director por la excelente banda sonora de John Rubinstein y Tim McIntire que complementan el magnífico trabajo del camarógrafo Duke Callaghan y el montador Thomas Stanford, todos ellos coadyuvantes necesarios para un Pollack inspiradísimo que presenta un verdadero western en el que el viaje al Oeste es más una convicción filosófica, intelectual, que física, por lo que naturalmente, no tiene llegada ni fin concreto: es un viaje vitalicio.

Porque a diferencia de cientos de westerns filmados antes y después, éste de Pollack, tan novato en el tema, es de una pureza inusual: no hay aquí ni alegorías sociales, ni raciales, ni políticas internas, ni internacionales, ni generacionales, ni enfrentamientos entre sexos ni luchas por derechos laborales o de cualquier clase:el motivo, el mcguffin, el origen de la aventura adoptada por el protagonista es una decisión personal, la expresión de una voluntad que se pretende y se nos presenta como libre, al ignorar qué desengaños puedan haberla propiciado: pero en una escueta frase del viejo cazador de osos, del que será tutor del novicio Jeremiah, hay quizás una clave: muchos vienen a la montaña a buscar algo que no encuentran, porque nada hallarán que no lleven consigo, en su interior.

Si el western como prototipo cinematográfico es la evidencia de la búsqueda en un lugar lejano de una vida diferente, quizás mejor, desde luego Jeremiah Johnson es un western magnífico.

Absolutamente imperdible y de visión obligada en el formato presentado en 2010 y si por una casualidad alguien topa con el cd de la banda sonora, ya sabe que no puede dejar pasar la oportunidad, pues hay muy pocos en circulación.




12 comentaris :

  1. De verdad que es paradógico que lo llamen "cine ecológico", pero por tu explicación, de que es un western es un western.
    Trataré de oir esa banda sonora.
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    Por lo demás, gracias por haberme permitido tomar de tu blog para lo de Sant Andreu. pero sobre todo por recordar al profesor Antonio Abreu, padre del sistema de orquestas venezolano iniciado hace más de ciencuenta años y que ha dado tan buenos frutos, como tú mismo lo has dicho: Dudamel es un ejemplo de eso.
    De nuevo gracias y cuando quieras puedes darle un vistazo a la sección de CINE de tigrero, tengo casi 50 entradas allí y todas están a tus órdenes. en contacto siempre.

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    1. De la banda sonora hay trozos en youtube, Alí, pero casi te recomendaría que vieses la película en esa última versión, porque la duración es casi la misma y de ése modo disfrutarás más la experiencia.
      Un abrazo.

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  2. Me gusta el tándem Pollack/Redford. Hay excepciones, claro que sí, amigo Josep, como en todas las cosas de la vida. Por ejemplo, El jinete eléctrico (1979), donde vemos a un Redford iluminado como un árbol de Navidad sobre un caballo. Debo confesar que me gustó mucho Las aventuras de Jeremiah Johnson, una película tan legendaria como la historia que cuenta sobre un trampero que hace frente a los elementos y a la dureza de la vida en plena montaña, era otra película que ponía en cuestión la noción del heroísmo preconizada por Hollywood. Tal como lo interpreta Robert Redford, Johnson no es ni más valiente ni más inteligente que los demás, sino simplemente un hombre más decidido a vivir en libertad y sin interferencias. Ay, cuando la vi era muy joven y sentí la necesidad de perderme en la naturaleza como Jeremiah. Si la volviera a ver con la edad que tengo ahora me preguntaría: ¿qué pasaría si tuviese problemas de próstata? ¿Si me subiera o bajara la tensión? ¿la diabetes? ¿la pastilla para el estreñimiento (Dulcolaxo)? ¿mi imparable acidez? Con toda esta conciencia que nos está machacando sobre el maltrato a los animales ¿cómo mataría un conejo para comer? ¿despellejarlo? ¿quedan todavía conejos?
    También me gusta mucho El valle del fugitivo (1967), con la que Abraham Polonsky pudo volver a dirigir tras varios años en las listas negras y donde se aborda la forma de tratar a los indios norteamericanos. Hoy, me emborracharía con ellos en sus reservas y me darían trabajo en sus tiendas de suvenir.

    Todos sabemos que Redfort es ecologista radical, que es como se tiene que ser cuando se es americano. Ahí tenemos su espléndida película como director; El río de la vida (1992), que no tuvo la repercusión de su oscarizada Gente corriente (1980), pero el hombre se animó y dirigió el bodrio Un lugar llamado milagro (1988). Tuvo que pasar mucho tiempo para interpretar algo sobre la naturaleza como Cuando todo está perdido (2013), de J. C. Chandor; una cosa rara, sin sentido, poco creíble: un Redfort solitario dentro de una barca en medio del océano donde el espectador está tan seguro en su butaca como Redfort, que sabemos en todo momento que está haciendo una película. Pero lo peor estaba por venir, mi querido Josep, con esas cosas de la ecología. Ahí tenemos Un paseo por el bosque (2015), de Ken Kwapis junto a Nick Nolte. La vi y todavía no sé de qué va. Había mucho calzado de montaña comprado en la franquicia Coronel Tapiocca, mochila e impermeable de Decathlon y todo eso. Nick Nolte es un magnífico actor, pero me temo que ya no está para esos trotes.

    Personalmente, a mí me gusta más el subgénero “ecoterror”. Ahí tenemos Deliverance (1972), de John Boorman, o la excelente pero poco conocida película australiana Largo fin de semana (1978), de Colin Eggleston que va sobre una pareja que decide hacer un retiro de fin de semana en plena naturaleza, donde poder solucionar la incipiente crisis por la que están atravesando. Una serie de sucesos sin aparente trascendencia acabará derivando en una pesadilla inimaginable en la que la propia “Madre Naturaleza” parece haber debido tomar cartas en el asunto. Se trata de una de las indiscutibles obras maestras del “ecoterror”, cuya atmósfera insalubre consigue trascender más allá de la pantalla.

    ¿Recuerdas la película El valle de la furia (1980), de Richard Lang con Charlton Heston? El tío lo pasa tan mal en la montaña que después de un largo tiempo asilvestrado, se encuentra con unos tipos alrededor de un fuego haciendo café. Le ofrecen una taza y Heston lo saborea y lo bebe de tal manera que incluso a mí me hizo aficionar a la cafeína de por siempre.

    En fin, ya ni te hablo de novelas basadas en el “ecoterror”. ¿Por qué me identifico tanto con esto, mi querido amigo? Porque en Semana Santa me obligaron a pasar unos días en el Montseny y no veas lo mal que lo pasé. Pero esto, como diría Moustache, aquel ilustrado camarero de Irma, la dulce, es otra historia.

    Un fuerte abrazo.

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    1. De las colaboraciones entre Pollack y Redford, querido Paco, me quedo con ésta como preferida y luego la de Los tres días de condor, y de las otras prefiero no entrar en materia...
      Esa película que mentas de Richard Lang no la he visto, me parece, así que me la apunto.
      El tema ecológico ha ido variando con el paso del tiempo y creo que estamos en una época en la que todo se ha exagerado hasta límites grotescos, irracionales, como si cada propuesta tuviese que superar a la anterior, entrando en el vicio de la competividad que puede ser buena en los negocios pero que en otros ámbitos resulta risible.
      ¡Hombre! Si me hubiese dicho que ibas al Montseny, te hubiese dado referencia de un buen amigo que vive por allí y se conoce muy bien todos los recónditos parajes y lo hubieses pasado muy bien... (mira que eres exagerado, aunque un pelín urbanita sí pareces, sí..)
      Un fuerte abrazo.

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    2. La ciudad también me sienta mal, tanto como el pueblo y la provincia, querido Josep. “Qué bien se está cuando se está bien”, decía Paco Rabal en Pajarico, la película autobiográfica de Carlos Saura. Estuve viviendo un tiempo en un pequeño pueblo de montaña por recomendación de un médico. Tenía los nervios destrozados. Pues bien, ¡casi me vuelvo loco! ¡Me hacían levantar a las cuatro de la mañana! Recuerda a Harrison Ford en Único testigo, cuando se camufla de amish y debe levantarse, todavía siendo de noche, con aquella cara de sueño y aburrimiento. Me hacían cortar leña, mi querido Josep, y yo intentaba imitar a todos a aquellos actores que vi en el cine realizando semejante trabajo, pero sin camisa a cuadros ni barba rojiza. Tampoco se me dio la oportunidad de bailar en un granero con una guapa payesa a son de Wonderful World e iluminados por los focos de un coche, además de que nadie conocía a Sam Cooke. Luego, vinieron a buscarme para devolverme a la provincia, como a Robert Mitchum en Retorno al pasado, en aquella desolada gasolinera. Ya en la provincia no me quedaba otra que comportarme, junto con mis amigos, como aquellos infelices de la gran película de Federico Fellini I vitelloni o, para ajustarnos un poco más a la verdad, como los de Calle Mayor, de Bardem. En la ciudad la cosa no me va mejor, querido amigo. Me siento como Michael Douglas en Un día de furia o, como Robert De Niro en Taxi Driver pero sin taxi ni el suficiente cabello como para encresparlo y pintarlo de rojo. Ay, el Montseny. Para que te hagas una idea cinéfila: imagínate en aquellas latitudes un cóctel con algunas gotas de ¡Buster Keaton y Woody Allen!

      Tómate este comentario como una excusa para mencionar estupendas películas en un día tan gris como el de hoy.

      Un fuerte abrazo, amigo mío.

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    3. Desde luego, querido Paco, tener que vivir entre gentes que ni sepan quien es Sam Cooke (porque los grandes no mueren, sólo se mueven rápidamente a otra dimensión) es un planteamiento mucho más árido que levantarse de noche para descubrir el alba aunque sea en compañía de una rubia llamada Kelly.

      Hombre, el Montseny no es como las Rocosas, desde luego, pero siempre podrás llevarte una botica con algo de ratafía y respirar aire húmedo y frío.

      Precisamente mi última estancia en la gran ciudad, repleta de turistas me impulsó, llegado a casa, a ver otra vez esta película agreste para recuperar el ánimo, porque desde luego lo de Un dia de furia se hace más comprensible en una urbe con tanta población.

      Yo hubiese imaginado, Paco, que tu vuelta al entorno amistoso sería más semejante al de American Graffiti que al de Calle Mayor porque me parece que tu infancia, amigo, como la mía, encajaría mejor en Amarcord...

      Un fuerte abrazo.

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  3. Lo más sincero que puedo decir es que has provocado en mí las ganas de sacar el DvD de la estantería ya mismo y hacerme una sesión privada para disfrutarla a tope. LLevo tiempo queriendo hacerlo desde la tan aclamada "The revenant" de la que nada diré en ésta entrada...
    Has avivado el recuerdo tan generosamente que no me queda otra ;) y así compruebo que no mientes ;P
    R.Redford reconocido ecologista, un enamorado las bellezas de su tierra ( El rio de la vida, El Hombre que susurraba a los caballos), junto con su amigo Pollack, encarna a la perfección ese personaje cuando aún era creíble que un tipo así se dejase perder por la naturaleza sin más proposito, sin otro deseo que fundirse con ella.
    El video que nos has incluido en la estupenda reseña ya lo dice todo.
    Después de un año de pertinaz sequía, ahora que llueve y los rios y embalses se nos van recuperando, no está mal disfrutar con música y paisajes de la belleza asilvestrada. Como terapia está muy bien.

    Besos.Milady

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    1. Esa sinceridad tuya, Milady, me hace sonrojar porque es un elogio de primera calidad. Te agradezco me ahorres tener que confesarte que no he visto esa película, siempre pendiente, quieta en la estantería...
      No le ocurre lo mismo a la presente, por la que admito confesar una cierta debilidad: en ocasiones me digo: va, la pongo y la veo un ratito, que es tarde, y siempre acabo alargando la sesión y, después de tantas ocasiones, al fin se me ocurrió que comentándola con vosotros, quizás me quitaría una excusa, la de revisarla para escribir algo... :-)
      Ya sabes muy bien, querida, que no miento: si acaso puede que resulte exagerado para según quien, pero el materiala tiene calado bastante para satisfacer una buena revisión a todo trapo, porque la banda sonora bien lo merece, tanto como la pantalla más grande que puedas alcanzar y seguro que, tras el visionado, hallarás una paz inusitada y puede que incluso, como me ocurre en alguna ocasión, la emoción te pueda.
      Besos.

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