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dilluns, 19 d’agost del 2019

Verano del 69 (IV)



Si hablamos del mundo rockero que burbujeaba en aquel lejano verano de hace medio siglo y ciñéndonos a gentes que por un motivo u otro no aparecieron en el macro festival, no podemos olvidar a un grupo británico que a pesar de arrancar su andadura bajo la protección de la Atlantic Records prefirió dedicarse a lo suyo, que en verano del 69 era promocionar su primer Long Play y andar preparando ya el segundo, que aparecería muy pronto, en octubre, antes de acabarse el año: o sea dos Lp's en el curso de menos de doce meses, como quien hace churros.

Pero esos discos que sacaba Led Zeppelin en sus inicios no eran churros: su aparición en el panorama no pasó desapercibida en absoluto y su fama crecía y se consolidaba rápidamente y no era para menos: todavía recuerdo la sorpresa que supuso la aparición del segundo Lp cuando apenas habíamos tenido tiempo de disfrutar del primero: su éxito fue tal que podríamos decir que esos dos discos se vendieron como churros. Unos churros que algunos todavía guardamos como oro en paño.

Ya que nos centramos en el verano, dejemos para otro momento el ulterior del 69 y dispongámonos a disfutar el que teníamos hace ahora cincuenta años:

Led Zeppelin I





Rock. Rock de verdad.



6 comentaris :

  1. Ay, mi querido Josep: verano del 69. Yo tenía, por aquel entonces, cinco años. Todavía conservo algunos recuerdos, sí, algo difusos, pero, al fin y al cabo, recuerdos. En casa no teníamos televisión, es más, no teníamos ni ilusiones. El 28 de octubre de 1959 TVE inauguró sus emisiones CO2 con la retransmisión de una misa, una actuación de los Coros y Danzas, discursos y un par de entregas del NO-DO… me temo que me estoy yendo por los cerros de Úbeda, amigo mío, y de Úbeda es el gran escritor Antonio Muñoz Molina que escribió “Los vientos de la Luna”, un hermoso libro de recuerdos sobre la retransmisión del alunizaje en 1969. El niño-autor, describe ese acontecimiento desde su pueblo donde las viejas iban todavía a lavar al río y les importaba un bledo aquellas imágenes en blanco y negro de unos hombres globo dando saltos. El niño-autor ya era lector de Verne, Wells y la ciencia ficción de los años cincuenta de procedencia EE. UU. El niño-autor se sentía fascinado por el evento y nadie del pueblo era capaz de entender dicha emoción, cuando era más importante las ubres enfermas de cierta cabra, o las encías amoratadas del burro de noria. Bueno, te cuento todo esto, porque recuerdo (vagamente) que vi esas imágenes en la televisión del vecino y a mis padres les traía de cabeza el mal olor que producía las viejas cañerías de aquella casa ruinosa donde nací.

    Yo escuchaba esta música en la casa de mi abuela. Mi tío, todavía un chaval, ponía esos discos en su tocadiscos. Sin quererlo se convertiría en la banda sonora de mi infancia. Cada vez que escucho estos temas me transportan a la casa de mi abuela. Mi tío, tenía una habitación que parecía una discoteca. Cosas de la época. “Fiebre de sábado noche” llegaría más tarde a todas las pantallas del mundo y a mi tío le tocó hacer la mili perdiéndose todo ese rollo de Tony Manero, las vocecillas amariconadas de los Bee Gees y los trajes blancos, y yo me quedé con su pequeña discoteca con todos aquellos álbumes bien colocados en cajas de madera.

    No hay manera de salir de la provincia.

    El álbum de Iron Butterfly también estaba allí, entre otros muchos que tanto me gustaban como, por ejemplo, el Made in Japan de Dee Purple. Recuerdo cuando escuché por primera vez el “In-A-Gadda-Da-Vida”. Interminable, agotador, extraño y algo terrorífico, sobre todo esos momentos de desgarro de las cuerdas de la guitarra que parecían amenazas de dinosaurios a lo lejos cuando los dinosaurios no estaban de moda, y con aquella batería que parecía surgida de las junglas más oscuras. En la parte de atrás de este magnífico álbum se contaba la trayectoria de cada uno de los músicos.

    Esa música no era de mi época, pero allí estaba, en la pequeña, psicodélica e improvisada discoteca de mi tío (solo nos llevamos siete años). Recuerdo con mucho cariño que mi abuela irrumpía en esa habitación con una bandeja llena de cuba libres para mi tío y sus amigos. A mí me hacía otro, pero en un vaso más pequeño. ¡Qué moderna era mi abuela, joder! ¿Te puedes imaginar hoy a una abuela llevándole un cubata a su nieto de once años?

    ¡Led Zeppelin! Me gustaba la voz de Robert Plant, que luego sería muy imitada. Ahí tenemos a AC/DC. De este álbum me gustaba la portada porque ya adoraba los dirigibles. Por aquel entonces me entusiasmaba la película con aires vernianos “La isla del fin del mundo”, de 1974, donde el espectacular dirigible “Hyperion” tiene una presencia asombrosa. Y ya ni te hablo de “The Hindenburg”, la película de Robert Wise de 1975.

    Gracias por este recordatorio, amigo Josep. Aquí no he podido evitar dejar constancia de algunas reminiscencias de mi pasado. Tanto tus recuerdos como los míos podrían haber sido dichos en una conversación en la terraza de un café en tiempos pretéritos, más afines al buen gusto y al tiempo pausado que requiere toda buena conversación y de algunas remembranzas.

    Un fuerte abrazo.

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    1. Me puedo imaginar perfectamente la habitación de tu tío, querido Paco, porque la mía era semejante: incluso algunas luces de colorines (en realidad bombillas normales tras celofanes de color) que de vez en cuando accionaba en la ilusión de estar en una discoteca, mientras atronaban los Iron Buterfly a toda castaña.
      Si es que me pongo a recordar toda esa música concentrada en un verano y me voy asombrando, porque pese a tenerlos ahí a mi lado haciéndome compañía, nunca hasta ahora me había dado cuenta que son testigos (por suerte no mudos) de la mayor parte de mi vida y sigo aferrado a sus melodías, porque aunque luego iría aprendiendo a degustar otros sabores, cuando me pongo uno de esos vinilos todavía tengo la misma sensación y ello les convierte en clásicos, eternos para mí.
      ¡Ay! Esa conversación la tenemos pendiente de hace ya tiempo y créeme si te digo que vamos ampliando los temas a tratar y no nos va a dar tiempo para nada más que una cuarta parte y con suerte.

      Un fuerte abrazo.

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  2. Como todo Zeppelin, discazo. La canción que más me gusta es Baby i'm gonna leave you
    Igualmente me gusta más Zeppelin II

    Abrazo

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    1. Como en el caso de Chicago, el segundo es mejor, pero el primero, por ser el primero, es una joya inesperada que resonó en aquel verano de una forma sobresaliente.

      Un abrazo.

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  3. Ja! Frodo me ha pisado lo de la escena de cuando Bart Simpson cambia las partituras del organista por el famoso tema de Iron Butterfly.
    No soy muy amante del Hard Rock pero lo que más me seduce de los Zeppelin es su misterioso "disco sin nombre", a excepción de cuatro símbolos rúnicos que representaban el nombre de cada uno de los miembros del grupo. Un álbum que además fue grabado en un apartado pueblo de Gales.
    En el falso documental "This is a Spinal Tap" de Christopher Gest y Rob Reiner se alude a la muerte de John Bonham: "Lo curioso es que el vómito que lo ahogó no era suyo, pero como en esa época no existían las pruebas de ADN..."
    Saludos, Josep y gracias por ese entrañable recorrido."
    Borgo.

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    1. No sabía, Borgo, eso que cuentas de los cuatro símbolos rúnicos: me parece que en las cubiertas de los Lp's había en aquella época más información (y censura, también, sobreimprimiendo letras) de la que imaginábamos.
      Muchas gracias por complementar la entradilla incrementando su interés.
      Un abrazo.

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