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divendres, 29 de maig del 2020

El guión III : La dama desconocida



Tal como anunciamos al inicio de este experimento, nos quedan ahora por observar dos películas de intriga que se hallen basadas en sendas novelas posteriormente trasladadas a guión cinematográfico y no por azar sino por elección se trata de dos piezas con origen en la misma pluma y sin que el novelista haya intervenido para nada en la película, probablemente porque dada su fecundidad literaria, nunca se lo plantearon con la debida fuerza.

Tanto si digo Cornell Woolrich como si digo William Irish es seguro que el aficionado a la intriga como género literario sea en narración corta o en novela, sabrá de inmediato que son muchísimas las películas que han aprovechado la calidad de un escritor que por su estilo estaba claramente abocado a ver sus historias en la pantalla.

En 1942 Woolrich publica la novela titulada Phantom Lady en la que usa la argucia del flashback para incrementar la tensión que producirá el relato pues los 21 capítulos de la novela se refieren a una ejecución y el primero lleva el título de 151 días antes de la ejecución y la cifra va disminuyendo conforme el relato avanza. Un truco sencillo pero inteligente por su eficacia. Puede que Woolrich carezca de la pasmosa facilidad de otros colegas al escribir diálogos sarcásticos y con mordiente pero sin duda la construcción de la trama reviste una solidez admirable: en el primer capítulo vemos cómo un individuo conoce en la barra de un bar a una mujer cuyo dato más relevante es que viste un sombrero refulgente como una calabaza incendiada con una pluma en medio, una dama engalanada que admite una inusual propuesta con una condición: irá con él a cenar y luego asistirá a un espectáculo musical de moda sin que los nombres y apellidos de ambos salgan a relucir, en el más absoluto anonimato o mejor quizás, la total discreción. Cornell nos describe con una economía ejemplar esa tarde noche y todos sus sucesos y lo hace consiguiendo que no perdamos detalle, apresando nuestra atención sin saber muy bien a cuenta de qué hasta que después de despedirse el hombre llega a su casa y se encuentra en ella tres tipos que le preguntan a bocajarro: ¿es usted Scott Henderson? Sí, ¿qué pasa?¿quienes son ustedes?¿qué hacen en mi casa?

Y resulta que la señora Henderson está fiambre, estrangulada con una corbata que hace juego con el traje que él lleva, y su reloj quedó parado a media tarde. Del relato de sus actividades la policía admite que podría tener una coartada, pero nadie recuerda a la mujer del sombrero calabaza con una pluma en medio.

Woolrich juega con nosotros pues sabemos que Henderson es inocente y vemos que no lo puede acreditar. Entendemos rápidamente el truco de los títulos capitulares y vemos con ansiedad nada fingida que el tiempo pasa y hay un inocente que está esperando le llegue el día de la inyección letal y nosotros sabemos, porque le acompañamos esta tarde noche, que él no es el asesino. Sólo nos falta encontrar a la dama del sombrero, desaparecida como humo, cual fantasma.

Nosotros, lectores atentos, no seremos los únicos convencidos de la inocencia de Henderson: hay un par de personas más; una es su secretaria, que iniciará desesperada investigación buscando esa mujer que nadie recuerda, cual si fuese una mera invención del desdichado Henderson para demorar la hora fatal, pero la constancia del reo en usar una única coartada produce más que sospechas sensación de inseguridad en quien le apresó y entre ambos abrirán nuevos capítulos que se irán derrumbando paulatinamente, incrementando la tensión del lector, preso en el magnífico relato de Woolrich que sabe mantener la atención hasta el punto final.

El éxito clamoroso de la novela de William Irish comportó inmediata adquisición de los derechos cinematográficos por parte de Universal Studios que colaboraron en la buena vida de Cornell Woolrich que cobró y se fue a otra cosa.

Si a uno le dicen que la Universal encargó a Joan Harrison la producción de la película y se acuerda que la Harrison llegó a Hollywood con Hitchcock y participó en los guiones de varias de las películas del maestro en su primera etapa estadounidense, probablemente se le hará la boca agua y se relamerá anticipadamente y he de advertir que la Harrison se encargó de producir pero no de escribir, porque del guión se ocupó un primerizo llamado Bernard Schoenfeld y juraría que la Joan no pudo intervenir mucho por no decir nada en absoluto.

La película la dirigía Robert Siodmack, otro europeo llegado a Hollywood donde desarrolló la mejor y mayor parte de su carrera cinematográfica, es decir, lo más alejado a un novato: un cineasta de oficio, conocedor de todos los resortes de una cámara y acostumbrado a filmar superando con inteligencia obstáculos absurdos.

Imagino que cuando a Siodmack le entregaron el guión escrito por Schoenfeld se le debieron llevar todos los diablos porque seguro que se había leído por lo menos una vez la excelente novela de Woolrich y se encontraba con un guión que perdía absurdamente la fuerza de la novela y así cuando hemos leído el original tenemos la sensación que Phantom Lady (1944) (traducida correctamente como La dama desconocida, aunque en los dos libros que tengo [compilaciones Aguilar y Carrogio] la novela se titula La mujer fantasma) nos hurta el nervio imprimido por el novelista, esa sensación agónica que se incrementa capítulo a capítulo.

Curiosamente, hay ciertos momentos en los que se advierte la mano libre del director, secuencias sin palabra alguna en las que Siodmack demuestra saber contar la historia sólo con la cámara, como quien dice de memoria, recordando la novela, sin necesidad de guión literario, únicamente el guión técnico o cinematográfico que él debió prepararse en notas sueltas a pie de página de la propia novela.

No se trata de la eterna cuestión de libro o película, de la diferencia de medios, etcétera, entre otras causas porque como he apuntado, la forma de escribir de Woolrich es cinematográfica y te parece que vas viendo lo que ocurre y además, es una novela corta: no llega a trescientas páginas y no tiene muchos diálogos y sus atinadas descripciones, breves y eficaces, permiten inspirar un rodaje plácido, abierto a cualquier innovación.

No es fácil decidir si el guión flojea porque el guionista carece de una mínima prudencia que debería llevarle a dar forma más cinematográfica aún al texto original, incluso eliminando algún pasaje (que me resulta arduo decidir cual) o si fueron elementos externos, económicos quizás, de conveniencia publicitaria por no cargar a determinado actor un personaje malo de verdad, pero el caso es que entre los cambios que vas viendo y los errores de casting que se van haciendo más presentes a cada paso, uno tiene la sensación que el pobre Siodmack debía estar deseando acabar el rodaje para largarse a casa.

Ver a un tipo siempre eficaz como Elisha Cook Jr. gesticulando a placer resulta indicativo que algo no va como debiera; algo tan sencillo como reproducir el sombrero descrito por Woolrich no se hizo y nos presentan una cataplasma que, además, tiene un apartado el los créditos iniciales, como si fuese una gran obra, cuando resulta inverosímil, lo mismo que cambia la personalidad de la mujer desconocida, fuerte y atrevida en la novela y débil y dubitativa en la película, dando al traste de inicio con todas las sensaciones tan bien relatadas por William Irish y no se trata de la estricta aplicación del maldito Código Hays, porque no da para esos extremos tampoco y algunos cambios efectuados en el guión no son, no pueden ser, para mejorar su estructura, impecable.

La precisión con que Woolrich va largando detalles que configuran la caza del gato al ratón con distintos embates todos ellos catastróficos al tiempo que proveen de un rastro, una sensación que impregna el ánimo del lector, en la película se transforman en actos que rozan la falta de verosimilitud atentando a la lógica interna de la trama hasta que llega un momento en el que todo se va al garete y la emoción cambia al abandonar la fórmula original adoptando una resolución que ni sirve para permitir un lucimiento ni sirve para mantener la intriga, siendo evidente la felonía que sustenta toda la historia.

Si no han leído la novela, vean primero la película. Se arrepentirán, si hacen el camino inverso. Mucho. Pero no dejen de leer la novela, en cualquier caso.













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