dilluns, 7 de juliol del 2025

Espías de hace cien años



Dicen que la fe mueve montañas y que la curiosidad mató al gato pero también que de los cobardes nadie se acuerda y que el que la sigue la consigue, así que habiendo regresado al mundo de los espías gracias a una película endeble de este año 2025 sabe el amable lector que decidí dar mirada atrás para hallar satisfacción a una afición añeja y me dije a mí mismo:¿tú te las das de cinéfilo pero sabes si en el cine silente también hubo películas de espías?

Las ganas de saber y la enorme curiosidad han tenido como recompensa el placer de visualizar (ya dos veces) la que en mi declarada ignorancia posiblemente sea la madre de todas las películas de espionaje: mejor dicho, acudiendo a la expresión clásica, madre y maestra (mater et magistra) de un género que tiene a este comentarista un aficionado, uno entre millones, y se me ha ocurrido que quizás no sea el único que a estas alturas tenga pendiente sentarse a paladear Spione, la obra maestra que dirigió Fritz Lang en un lejano 1928, hace casi un siglo.

Fritz Lang nació en 1890 y en 1928 era un cineasta de 38 años que ya había dirigido una docena de títulos entre los que se encuentran El anillo de los nibelungos, Doctor Mabuse y Metrópolis (vistas en TVE hace un montón de años cuando la tele pública era fuente de cultura) y damos por sentado que esa mención sitúa a Lang perfectamente en la tesitura de ponerse a dirigir una trama de múltiples facetas y recursos basada en guión de su esposa Thea von Harbou (que le abandonó cuando él huyó de la Alemania nazi prefiriendo quedarse con Hitler) que él acabó de retocar a su gusto, una trama que requiere nada menos que dos horas y media de metraje afortunadamente recuperados por la Fundación Murnau a base de hallar pedazos de una película que sufrió incontables mutilaciones y que desde hace unos años puede disfrutarse como fué concebida por el genial director.

¿Dos horas y media?¿150 minutos?¿en serio voy a ponerme a ver una película silente tan larga?

Son pensamientos que a quien no sienta la suficiente curiosidad le impedirán maravillarse ante una película que a estas alturas del siglo XXI resultará levemente reconocible en algunos de sus pasajes: no es un dejà-vu, es que se cuentan por centenares las películas que directa o indirectamente han bebido de ella. Recordemos: 1928.

Él mismo se reconocía como un maldito perfeccionista muy mandón, testarudo y constante persiguiendo lo que quería y podemos decir que únicamente el hecho que la película carece de sonido de alguna manera fuerza la voluntad de Lang y debe pasar por alto que en alguna ocasión sus intérpretes gesticulan un pelín demasiado.

Un pelín, ojo, porque son muchos los diálogos que pronuncian con naturalidad y que el espectador adivinará sin dificultad porque el lenguaje cinematográfico de Lang habla muy claro y dice bastante para seguir con atención la intrincada trama, no en vano estamos ante una película de espías.

El cinéfilo quisquilloso puede alzar una ceja restando importancia a la recuperación de esta película simplemente porque la filmografía de Lang es tan rica que situarla en un innecesario orden de merecimientos (el cine es arte, no competición) puede levantar suspicacias, pero es indudable que en ella vive un compendio de imágenes que luego llegarán a convertirse en elementos esperados en cualquier película de calidad y podemos empezar señalando un tópico reconocible por el público en general:

El malvado omnipresente y cuasi omnipotente obstinado en conspirar para dominar el mundo entero gracias a una organización criminal sujeta a sus ordenes con unas lealtades no siempre debidas a otra condición que no sea la amenaza pendiente de males mayores, artimañas provistas de artilugios sorprendentes y asesinatos a sangre fría frente a la decisión urgente de las autoridades de capturar al malhechor y dar por zanjado el peligro inminente gracias a la intervención del héroe.

Les suena, ¿verdad?, pues de eso va Spione. De eso y de bastante más, porque hay un elemento de romanticismo inesperado azuzado por el inefable Cupido que con su infalible puntería atraviesa al mismo tiempo el corazón del protagonista heroico y de la espía que debe eliminarlo (¿la espía que me amó?) por la que de forma sorprendente bebe los vientos el malvado que la tiene empleada un poco contra su voluntad.

Sería fácil asegurar que el expresionismo alemán hace acto de presencia en esta magna obra y sería acudir a conceptos trillados que minusvalorarían el trabajo enorme en todos los sentidos que despliega Fritz Lang en esta película empezando por el diseño del póster de la misma y siguiendo por el diseño de las interioridades del misterioso reducto en el que se desarrollan las actividades dirigidas por el malvado Haghi (fantástica composición de Rudolf Klein.Rogge), con una serie de escaleras cruzadas en las que continuamente veremos tipejos subiendo y bajando en un movimiento sin fin que recuerda las estructuras de M.C. Escher

Y hay que recordar la idoneidad del diseño del escenario porque desde el primer momento el espectador sabe que esas dependencias en las que toda actividad está encaminada a satisfacer los anhelos malvados de Haghi están íntimamente unidas a las de la entidad bancaria de la que el mismo Haghi resulta ser el presidente, pues accede al despacho de director simplemente traspasando una puerta: desde muy pronto, en la trama, el espectador sabe que el malvado está camuflado bajo la apariencia de un banquero que, en un momento, advertirá que para él el dinero no es motivo de hacer ni aceptar nada, porque lo tiene a mansalva: lo que quiere es el poder: el poder mundial, claro.

Arranca Lang su película mediante la frenética, vigorosa e impactante presentación de una serie de catástrofes que recibe el servicio secreto alemán que pierde varios de sus secretos y también servidores ejemplares sin saber a ciencia cierta quién es el responsable ni qué pretende conseguir: un montaje provisto de un ritmo acelerado que inmediatamente captura la atención del espectador mientras le va situando dentro de la acción que va a seguir, más pendiente el amigo Fritz de la idónea situación de la cámara en cada momento que de detenerse mucho en la psicología o carácter de los personajes que van a vivir la aventura hasta el fin: el propio director admitiría años más tarde que en algunas de sus películas su pretensión es capturar al espectador y llevarlo por ensoñaciones imaginarias antes que buscar una crítica social, aunque lo cierto es que la descripción que nos hará del malvado y de sus muy eficaces espías tiene unos apuntes que perfilan muy bien esos personajes, mejor definidos que el del héroe, al que simplemente conoceremos por su número en clave, que será el 326, mientras su enemiga y amada del alma sabemos que se llama Sonya: pero ella, como su amiga Kitty, es una cameladora profesional capaz de seducir, engatusar y derribar la voluntad de cualquier hombre por muy espía profesional que se tenga.

No deja de ser significativo que el malvado Haghi se valga de dos bellas mujeres como principales espías y que también se valga de una cuidadora sordomuda para que le atienda en sus necesidades causadas por una parálisis que le tiene en silla de ruedas: con la asistente se comunica mediante unos signos con los dedos de ambas manos para darle órdenes y rápidamente comprendemos que seguramente ni siquiera sabrá escribir la mujerona, con lo cual los secretos del malvado, que son muchos y van en aumento, estarán a salvo por si acaso aparecen gentes indeseables.

Podríamos decir que Lang se esfuerza en señalar la maldad intrínseca de Haghi insertando rápidas incursiones guiñolescas que probablemente harían las delicias del espectador de la época que además resultaría maravillado por toda una serie de gadgets muy ingeniosos y que ahora, casi cien años más tarde, quedan como un rápido apunte que nos recuerda que a pesar de todo, la maravillosa caligrafía visual que percibimos en la situación de la cámara, la iluminación de la escena, la planificación y el ulterior montaje es una continuada clase de cine que ha sido frecuentemente imitada por los mejores pero no superada por una eficacia, belleza y concisión que se perciben claramente en un segundo visionado más dedicado a observar el cómo más que el qué, porque en la primera ocasión Lang te engancha y te lleva de unas prisas de acción violenta a un intermedio de corte romántico, una intriga relacionada como centro del interés de la trama y una larga y trepidante resolución de enorme dificultad técnica en su época e incluso ahora, por desarrollarse en ambiente ferroviario de por sí opresivo con el añadido de un túnel que parece claustrofóbico, todo maravillosamente representado en pantalla con la impagable perfección pictórica muy bien dominada por el gran Fritz Lang que siempre tiene presente la mejor forma de conducir el ojo del espectador hacia lo que él desea que vea en primer lugar: es impresionante el dominio desplegado por Lang.

La comunicación con el espectador es tan eficaz que por momentos uno desearía que los carteles auxiliares no apareciesen porque aunque sea lentamente te haces idea muy cabal de lo que está pasando y aparte del control del tiempo mediante oportunas elipsis cinematográficas y el oportuno uso de flashback de un tiempo remoto rememorado interesadamente como advertencia del presente y amenaza del futuro, incluso los pensamientos íntimos aparecen expresados gráficamente en un doliente personaje atormentado que buscará la expiación de la culpa y liberación del honor perdido con el seppuku que Lang nos mostrará provisto de elegancia y delicadeza exquisitas en un apunte muy propio de un cineasta que siempre tuvo presente la existencia de un destino trágico ligado a una fatalidad inesperadamente sobrevenida.

Como apuntaba al principio, Spione goza de un guión muy elaborado, complejo, rico en situaciones que se irán desarrollando de forma sucesiva e imparable y en manos de un genio es una oportunidad para desgranar verdades inalterables por clásicas, apuntes de la condición humana que en el devenir de los años no ha mutado tanto como algunos pretenden confiriendo a la obra en conjunto el aspecto de un acrisolado mosaico de defectos, virtudes y debilidades humanas en unos hechos dotados de una vigorosa caligrafía visual que acaban por dejarle a uno muy consciente que ha visto no tan sólo una película trepidante sino también emocionante por el arte que destila.

Es seguro que muchos grandes cineastas tomaron debida nota de muchas escenas y ya no es tan seguro que en las escuelas de cine de los últimos decenios se hayan ocupado de su visionado que debería ser obligatorio para cualquiera que pretenda dedicarse a eso del cine.

Absolutamente imprescindible para el cinéfilo que no haya tenido la suerte de verla todavía y desde luego, para el que la haya visto, un remanso de paz y confort cinéfilo en el que detenerse y comprobar aquello que quizás no advertimos anteriormente pero que está ahí desde hace cien años.

Hoy, siete de julio, este bloc de notas cinéfilas cumple dieciocho años. Muchas gracias a todos los que por aquí han pasado alguna vez y más si han dejado su huella en forma de amable comentario.


2 comentaris:

  1. Pues muchas felicidades, querido Josep. Mayoría de edad... Todo un acontecimiento en estos tiempos en los que se promueve lo efímero.

    La película, una obra maestra total. Junto con La mujer en la luna, de lo mejor de su director en la etapa muda. A la altura de Metrópolis, o incluso más arriba. Sienta las bases de un género que va de Hitchcock a James Bond, al tiempo que refleja uno de los grandes motivos expresivos y simbólicos de la filmografía languiana: la doble vida, la doble moral, la doble apariencia, sobre la superficie y bajo ella. La línea divisoria entre el mundo que se ve y el que se mueve en el subterráneo.

    Un abrazo

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  2. Muchas gracias, querido Alfredo: bien sabes tú mejor que yo lo que significa mantenerse tanto tiempo, aunque mi actividad es sensiblemente inferior a la tuya.
    La película, que vi ciertamente por la curiosidad explicada, me dejó maravillado porque reconocía escenas -que no modos- muy parecidas y la conclusión es clara: he de buscar más películas de esa etapa languiana tan interesante.
    Un abrazo.

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