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dijous, 30 de juny del 2016

Una buena novela desafortunada




Cuando en 2009 el diario El Mundo decidió festejar su vigésimo aniversario ofreciendo una colección de "deuvedés" bajo el genérico de "El homenaje del cine al periodismo" una de las películas de la colección a obtener fué El americano impasible dirigida por Phillip Noyce en 2002, cuyo visionado en el cine se me escapó, como en tantas ocasiones pasa.

Al consultar la ficha me vino a la memoria el recuerdo de la novela que escribió Graham Greene en 1955 y advertí, además, que ya existía una cinta del año 1958, El americano tranquilo, dirigida nada menos que por Joseph L. Mankiewicz, película que tampoco había visto.

Así las cosas, decidí que primero leería de nuevo la novela y luego vería sendas películas en su orden cronológico: al fin y al cabo, algunos cinéfilos ya éramos frikkies antes de que se inventara esa palabra....

El tiempo pasa que es un contento y siete años han sido necesarios para llevar a cabo mi intención y hete aquí que vengo a contarlo, no tanto por creer que pueda interesar mucho a nadie cuanto por quitarme de encima la idea de compartir la experiencia.

Graham Greene como antes hicieron otros escritores británicos, viajó mucho y llevó una vida bastante intensa en todos los sentidos; acababa de entrar en la cincuentena cuando publicó The Quiet American, novela de medida ejemplar, cuatro partes, trece capítulos en total que se leen con ritmo pausado pero firme pues el autor, en su madurez, exhibe dominio literario y riqueza de ideas para lanzar dardos certeros por doquier incluyéndose a sí mismo en primer lugar, protagonista bajo la piel de un desencantado corresponsal británico en el incierto territorio que los franceses, ávidos de colonialismo, habían bautizado como Indochina y que ahora encajaría mejor en Vietnam, precisamente en la época en que se estaba desarrollando la llamada Guerra de Indochina, prolegómeno de la subsiguiente Guerra de Vietnam.

En ese lugar y tiempo focaliza Graham Greene el desarrollo de su historia mezclando pasiones amorosas, vicios confesados, hedonismo y miedo a la soledad, ambiciones e ideologías políticas encontradas, amén de un fatalismo impuesto por decepciones continuadas y todo ello lo agita con fuerza el autor consiguiendo un cóctel en el que une una cierta intriga criminal y política que cede paulatinamente ante unos tipos psicológicos complejos, algunos mejor descritos que otros: así como los personajes masculinos, sean el periodista británico Fowler, el comisario de policía francés Vigot o el estadounidense Pyle, son creados con una pluma detallista que permite reconocer sus intenciones más íntimas, los personajes femeninos, Phuong y su casamentera hermana mayor, Hei, están retratadas en base a estereotipos trillados que delatan dejadez en el estudio de las culturas no occidentales, por mucho que sean precisamente, las que predominan atendido el emplazamiento geográfico donde las acciones se desarrollan.

Greene, que ya sabía lo que era triunfar en pantalla de cine, se sirve con elegancia y eficacia de los saltos temporales en una narración de la trama dominada por la calmada voz del periodista Fowler que sin perder el hilo introduce algún que otro episodio del pasado del momento actual mientras le acompañamos a un desenlace que poco a poco vamos adivinando. De hecho, lo que menos importa es la intriga, mera excusa para ligar una salsa en la que tanto británicos como franceses y muy especialmente estadounidenses reciben un varapalo por sus veleidades imperialistas: habiendo finalizado la escritura de su novela en 1955, el autor quedó como testimonio y casi que profeta de lo que iba a suceder de inmediato: si le hubiesen preguntado -que quizás alguien llegó a hacerlo- juraría que, sin ambages, aseguraría que Fowler acabó sus días en la fría y triste Inglaterra....

Una novela que no ha perdido interés a pesar de la rabiosa actualidad de su primera edición ya que las intrigas internacionales subsisten y sin duda permanecen con una simple traslación y un par de ajustes: la crítica de fondo de Greene permanece, eficaz.

Sabiendo, leída la novela, el trato nada halagüeño recibido por los estadounidenses, observar que apenas transcurridos tres años de su publicación ya se estrenaba en 1958 una primera versión cinematográfica, sorprende.

Sorprende porque Mankiewicz, reconocido guionista, sabe mantener la pulcritud de los diálogos y la construcción inicial de los personajes así como las incidencias que conforman su aventura exceptuando algunos detalles que en realidad son cargas de profundidad y la sorpresa tristemente desaparece al comprobar en el último tercio un más que lamentable ejercicio de manipulación que no tan sólo altera el final de la novela sino que, además, modifica sensiblemente varios aspectos que en la fuente literaria nos ayudan a comprender mejor los diferentes personajes.

Al servicio de Mankiewicz está un brillante Michael Redgrave que domina las escenas ampliamente, compartiendo muy bien los avatares con Audie Murphy como ése oscuro joven estadounidense con intenciones poco claras.

El ambiente, tanto en ciudad como en campo abierto está bien resuelto y el ritmo proporcionado es efectivo y ágil y sería una película bastante recomendable con las limitaciones de censura y moralina propias de la época sino fuera por el giro bochornoso efectuado para forzar un desenlace casi que patriótico. Dudo que el autor quedara satisfecho de esa traslación.

Bastantes años transcurrieron hasta que de nuevo el cine se fijó en la novela de Greene y decidieron presentar una nueva versión: cabría suponer que ya en este siglo, año 2002, la versión se atuviera con mayor fidelidad a la excelente novela: pues tampoco.

De ahí el calificar a la novela como desafortunada.

Phillip Noyce seguramente no fue una buena elección para llevar al cine esa novela: demasiada carga psicológica para alguien acostumbrado a otras cosas más movidas y simples; aún contando con la ayuda de Michael Caine como el descreído Fowler y especialmente con la presencia de Brendan Fraser como El americano impasible del título, los cambios ejecutados por Christopher Hampton en un guión un poco descabezado en nada benefician a una trama a estas alturas ya clásica.

Noyce tiene la suerte que Brendan Fraser está inmenso, creíble, convencido, robando todas las escenas con facilidad; Caine cumple con la misión sin despeinarse ni sudando lo más mínimo y el resto, ayudando con buena voluntad: ciertamente las escenas de acción -que son introducidas con otro tino por Greene en su novela- están bien resueltas, pero el rescoldo de fondo parece apagado y la resolución, una vez más, se altera tibiamente atentando a la lógica presente en el original literario, muy superior en todo momento, siendo la razón de dicha superioridad en la evidente desidia y poco cuidado de las traslación a otro medio. Partiendo de una base tan buena, tampoco cualquiera que vea la película sin conocer la novela acabará convencido de la trama porque Noyce, más allá de cuidar los exteriores y lo que en ellos sucede, es decir, más allá del ruido, pierde el norte y se olvida que estamos en una historia de pasiones encontradas y no todas amorosas, por cierto.

En resumen, diría que la experiencia no ha sido todo lo buena que esperaba y deseaba, pero sin duda ha sido interesante e instructivo acometer la lectura de la novela y posterior visionado de las películas, en ninguna de las cuales Graham Greene colaboró como guionista. Interesante para cinéfilos amigos de las buenas letras.











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