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dissabte, 30 d’abril del 2022

La comidilla de la gente




Todos los cinéfilos sabemos que John Ford se definió a sí mismo como "un tipo que dirige películas del oeste" y nos consta que esa era una verdad a medias, aunque quizás haya permanecido en la creencia popular gracias a la grandeza de sus westerns, pero los cinéfagos podemos relamernos también en películas que están muy alejadas de las grandes llanuras.

La carrera de Ford fue amplia y longeva y en 1935, trabajando para la Columbia Pictures, recibió el encargo de ocuparse de llevar a la pantalla un guión escrito por Jo Swerling y Robert Riskin, una par con muy sólida reputación, que se apoyaron en una historia de W.R. Burnett, otro con una carrera literaria en el cine conocida: tres años antes había arrasado con Scarface, dirigida por Howard Hawks.

La idea básica se centra en la confusión, temática en la que luego abundaría Alfred Hitchcock, y en este caso en concreto el problema reside en la enorme semejanza física entre un honrado contable y un criminal famoso por su falta de escrúpulos y su ánimo asesino: la película, titulada The Whole Town's Talking se desarrolla en la clásica hora y media, minuto más minuto menos, y desde el primer momento nos sitúan en la problemática que genera una dualidad: el jefe del departamento de contabilidad recibe del dueño de la empresa la orden de premiar al empleado que lleva más tiempo siendo puntual y despedir al que llegue más tarde ese día. El más puntual, según archivos, es un tal Arthur Ferguson Jones, que deberá recibir un aumento de sueldo: cuando va a la mesa del empleado modelo, éste no se ha presentado aún y le veremos despertarse en su cama, tranquilamente, preparándose para un baño (terrible error de rácord, explicable sólo por intervención del productor de la película) y dándose cuenta que el despertador que estrenaba no ha funcionado y llegar tarde a su puesto de trabajo: el jefe, conmocionado, no sabe si expulsarlo o darle el aumento.

A partir de aquí, la confusión se inicia con cierta comicidad porque resulta que el bueno de Jones, tímido, apocado, extremadamente cortés y locamente enamorado de Miss Clark, aparece en los periódicos del día como hombre más buscado en el país:¿Jones, un asesino? No, el criminal es un tal Manion, que se parece a Jones como una gota de agua a otra: la mano de Ford mueve las escenas con diligencia y prontitud y en breve nos encontramos a Jones prisionero acusado de crímenes horrendos y a su querida Miss Clark, con la que estaba desayunando, declarando en plan de cachondeo frente a unos policías convencidos de haber hecho la captura del año.

Las bromas cesan cuando Manion se da cuenta que el tener un sosias inocente al que le han otorgado un salvaconducto es un chollo para moverse en libertad por la ciudad y campar a sus anchas y es cuando la jocosa duplicidad se convierte en angustiosa confusión de culpabilidad y terror en el ánimo de Jones.

El interés de la película residen tanto en la construcción psicológica de ambos personajes tan dispares como en la técnica aplicada porque no debemos olvidar que estamos en 1935 y de los ordenadores nadie en el cine tenía ni idea ni pensamiento y para ello Ford se vale de dos elementos cruciales: de una parte el trabajo brillante de Edward G. Robinson como ejecutor de dos personalidades bien diferentes, siendo de resaltar que como Jones despliega una actuación perfecta, pues la dureza de Manion no resulta tan difícil a priori y como el atribulado contable su pánico traspasa la pantalla y aunque ya tenía experiencia en representar personajes dobles (El hombre de las dos caras, del año anterior), aquí no dispone de caracterización alguna; y de otra parte, Ford usa con muy buen resultado las transparencias permitiéndose escenas de gran complejidad técnica en la época en la que vemos a los dos personajes frente a frente y es un gusto escuchar a Robinson dando voz a ambos.

No queda en anecdótica la presencia de Miss Clark, representada por una eficiente Jean Arthur, una mujer mucho más fuerte que el propio Jones al que primero toma medio en broma y luego percibe en sus realidad como un hombre capaz de tomar decisiones que la encandilarán, actos inspirados precisamente por la presencia ineludible de su amada.

Hay una cierta burla de los estamentos en general, desde el empresario para el que trabaja Jones hasta el cuerpo de la policía que se muestra atribulado y ridículamente ineficaz y una prensa dedicada únicamente a obtener ventas de periódicos de la forma que sea aprovechando el tirón popular de una confusión generada por la presión de los medios de comunicación y la escasa inteligencia de todo el cuerpo de detectives, policías e incluso el mismo fiscal, con unos resultados nada halagüeños: Ford no deja clavo sin remachar aunque lo hace de forma suave, como quien no quiere la cosa, pero ahí queda y el espectador, pendiente del desarrollo de la trama gracias a una forma de rodar impecable, va siguiendo las desventuras de Jones hasta el final sin que, acabada la película, deje de recordar que, de pasada, algunos no han quedado muy bien parados.

En definitiva, una película imperdible para el cinéfilo que guste de las películas bien medidas y bien contadas: cine clásico del bueno, de aquel que cuenta una historia bien trabajada con unos intérpretes que saben lo que tienen entre manos y un director que conoce su oficio y no pierde ni su tiempo ni el nuestro como espectadores, en este caso afortunados porque la película, de momento, está disponible públicamente y con la posibilidad de activar subtítulos:

película v.o.s.e.



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