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dijous, 28 de desembre del 2023

A los amables comentaristas


Supongo que os habrá extrañado que, desde hace ya casi tres meses, no respondo a vuestros muy estimados comentarios.

La razón se explica con pocas palabras: google no me deja comentar ni responder comentarios en mi propio blog, y en los otros de forma aleatoria.

No sé porqué, ni nadie parece saberlo, porque he buscado y no he hallado respuesta alguna a un problema cuyo origen desconozco.

Imagino que algún becario informático habrá metido la pata en alguna parte y los que no tenemos una plantilla al uso o quizás más antigua de lo esperado, tenemos problemas.

Hablo en plural porque no quiero pensar que soy el único en aguantar una situación que puede crear una apariencia muy lejana de la realidad, porque en este bloc desde 2007 siempre se ha respondido a los comentarios recibidos.

Confío que un buen día el problema se resuelva sin más, como ya sucedió con la imposibilidad de subir los carteles de las películas, que obligaban a identificarse hasta tres veces y ahora ha vuelto a la normalidad de siempre.

Hasta entonces pido paciencia y disculpas por no haber explicado esta incidencia antes, pues confiaba en que se solventara con una prontitud que se ha visto defraudada.

Muchas gracias por vuestros comentarios y por vuestra comprensión.

Un abrazo.

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Un Macbeth del siglo XXI: bonito y descafeinado.

Macduff.- ¿Mis hijos también?
Ross.- ¡Esposa, hijos, criados, cuanto pudo encontrar!
Macduff.- ¡Y no estar yo allí!¡Mi mujer también muerta!
Ross.- Ya lo dije...
Malcom.- ¡Valor! Y que una gran venganza sea el remedio que cure este mortal dolor...
Macduff.- ¡El no tiene hijos!....

(La tragedia de Macbeth, Acto IV, Escena III, Trad. Luis Astrana Marín)

Denzel Washington, que este 28 de diciembre ha alcanzado los 69 años de edad, lleva desde hace un tiempo buscando afanosamente el papel de su vida sea en una película sea en el teatro (ya comentamos hace seis años que estaba preparando una representación de la muy difícil obra The Iceman Cometh y parece que desde entonces, julio de 2018 no ha vuelto a las tablas de Broadway); en el cine, ha tenido la mala idea de aparecer en sendos remakes desastrosos, uno de Pelham 1,2,3 y otro de Los siete magníficos, intentando que olvidáramos a Walter Matthau y a Yul Brinner, lo cal no sé si era arriesgado o simplemente un gran error de su parte.

Seguro que Denzel, que evidentemente ansía un reconocimiento profesional en una labor de mérito, es conocedor que Orson Welles dirigió y produjo en 1936 una versión de La tragedia de Macbeth con un elenco formado por negros y trasladando la acción de la Escocia medieval a un caribe ficticio titulando la representación como Voodoo Macbeth, cambiando las brujas por hechiceros vudú. Imaginando que cualquiera tomará estos datos como una inocentada, baste acudir a este enlace de Voodoo Macbeth para comprobar que Welles, con 20 años, ya era un experto conocedor del teatro de Shakespeare y lo bastante inteligente como para innovar.

Imagino a Denzel dándole vueltas al cacumen para conseguir el ansiado papel de Macbeth y hasta puedo suponer que lleva con esa idea desde que Kenneth Branagh le otorgó el papel de Don Pedro, Príncipe de Aragón, en la shakesperiana comedia Much Ado About Nothing que ya comentamos en su día aquí en 2008.

En éstas, va y se encuentra digamos que en cualquier fiestorra de Hollywood con Joel Coen y su esposa Frances McDormand, que ya ha cumplido los 66 años y como Denzel lleva tiempo buscando afanosamente incrementar el exagerado número de premios que ha conseguido como actriz y alcanzo a comprender que con los egos subidos a tope ambos llegan a convencer a Joel Coen para que se ocupe de llevar a la pantalla una nueva y definitiva versión de La tragedia de Macbeth que se estrenaría en 2021.

Joel Coen probablemente maldijo cien veces el momento en que se le ocurrió asistir al citado fiestorro, pero no se lo dijo a nadie por no buscarse problemas. O sí, no lo sé.

Joel Coen retoca muy poco el original de Shakespeare y aparte de los dos protagonistas que le toca soportar (una porque es la parienta y el otro porque estamos en el siglo XXI con su maldita corrección política y además se puso muy pesado) logra gracias a la excelente labor de Ellen Chenoweth disponer de un reparto de secundarios muy bueno y de ello te das cuenta en los primeros cinco minutos de ajustado metraje cuando escuchas (en v.o.s.e., claro) a Kathryn Hunter (por cierto, nacida en Nueva York) declamar los versos de las brujas y a Bertie Carvel (del mismo Londres, que reconocí su voz de inmediato -por su protagónico de Dalgliesh- pero no su cara, muy caracterizado) como Banquo y de repente oyes a Denzel Washington ponerse él mismo en ridículo con una declamación que deja en evidencia su poca categoría, incapaz de abandonar su acento estadounidense ni por un momento, lo que también, ¡ay!, le ocurre a Frances McDormand.

Hay un contraste lamentable entre los dos protagonistas y todo el resto de la película y me atrevo a decir que quizás Joel Coen hubiese hecho mejor dejando a la parienta en casa y produciendo y dirigiendo una versión cinematográfica del éxito teatral de Orson Welles de 1936, es decir, todos negros y la acción en el caribe, con lo cual nadie puede pretender que el texto se pronuncie en un inglés medianamente correcto como mínimo y excelente en el mejor de los casos. No me vale tampoco la inclusión de gentes de raza negra en unas tramas históricas que forzosamente les son ajenas, simplemente porque así no se enfada la minoría étnica, lo que es más bien ridículo y demuestra falta de inteligencia: mucho mejor Voodoo Macbeth, donde va a parar.

Si hipotéticamene eliminamos de la memoria el ridículo de Denzel Washington y de Frances McDormand al no poder representar con dignidad unos personajes harto difíciles, cierto, pero al alcance de unos pocos entre los que no se cuentan y debemos recordar que ambos magníficos protagonistas de la versión de 1948 eran los dos asimismo estadounidenses, con lo cual la nacionalidad no es excusa para no domeñar el lenguaje inglés, nos encontramos con un Joel Coen que olvidándose por completo de los protagonistas se centra en ofrecernos unos estilizados escenarios con elegantes movimientos de cámara y unos efectos especiales muy bien logrados y bien ideados, un poco blandos para lo que es la tragedia escrita por Shakespeare y con algún que otro fallo de atrezzo (esos botos que calza Macbeth parecen de Ubrique), servido por el atento ojo avizor de Bruno Dellbonnel y con la musiquita de Carter Burwell, todo muy bonito pero falto de garra: hay crímenes, pero no duelen. O no tanto como debieran.

La pareja protagonista aparte de ser incapaz de declamar de forma aceptable unos diálogos magistrales (porque dudo que lo hagan tan mal adrede) son a todas luces una mala elección, simplemente por su edad: ambos pagarían por cumplir mañana el medio siglo y sin poder disimular que ya están en la categoría de los veteranos entran en el selecto club de intérpretes que hacen el ridículo intentando representar personajes a los que doblan la edad cuanto menos.

Así, cuando Macbeth le dice admirado y apasionado a Lady Macbeth: ¡No des al mundo más que hijos varones, pues de tu temple indomable no pueden salir más que machos! Ves a una ajada McDormand con una mueca que induce a la risa.

Y además deja sin sentido, sin lógica, la frase que encabeza pronunciada por el traidor Macduff que lo es, como sabemos, porque en su cobardía por huir de Macbeth abandona a su suerte a su esposa e hijos y luego se lamenta de no poder vengarse al no tener hijos Macbeth. En esta película, ni los tiene ni los va a tener, por su edad y la de su esposa.

Tengo para mí que Joel Coen se venga de ambos protagonistas olvidándose de la buena idea de Welles al momento de presentar los parlamentos con la voz en off, porque una y otra vez les deja a ambos largar de muy mala manera unos textos que son la prueba de fuego de cualquier intérprete de fuste y esos dos fracasan estrepitosamente en su desempeño. No me puedo creer que Joel Coen haya sido tan maquiavélico.

En definitiva: agarras a Benedict Cumberbatch y a Keira Knightley y mandas a paseo a Denzel con la Frances y te marcas un Macbeth la mar de moderno y seguro que mucho mejor. Avisados quedan.


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dimecres, 27 de desembre del 2023

Macbeth, 1948

Me remontaré en la realización de un designio terrible y fatal.
Antes de las doce se ha de consumar un gran acontecimiento.
De la punta del cuerno de la luna creciente pende una gota de vapor de misteriosa virtud.
Yo la recogeré antes que caiga sobre la tierra,y,destilada por artificios mágicos, hará surgir artificiales espíritus que, por la fuerza de la ilusión, le precipitarán a su ruina. despreciará al hado, se mofará de la muerte y llevará sus esperanzas por encima de la sabiduría, la piedad y el temor. Y vosotras lo sabéis: la confianza es el mayor enemigo de los mortales.

(Hécate a las brujas. La tragedia de Macbeth, Acto II, Escena V. Trad. Luis Astrana Marín)



Resulta curioso comprobar que a pesar de las muchas aseveraciones relativas a la dificultad de representar La tragedia de Macbeth en el teatro sin embargo hay muchas versiones que podemos ver en soporte cinematográfico y también televisivo y si lo pensamos detenidamente llegaremos a la conclusión que la inmediatez del teatro, la representación en directo frente al espectador, es un obstáculo que no todos los intérpretes pueden afrontar sin desfallecer y personificar tan complejos personajes resulta mucho más cómodo y asequible si se puede detener la acción y repetir la interpretación hasta conseguir un resultado aceptable.

Vamos a detenernos, no obstante lo dicho, en una versión acometida por unos intérpretes que ya habían ejecutado su representación de los personajes en un teatro y que nos ofrecen una pieza cinematográfica con algunos defectos y muchas virtudes ya que se aprovechan los usos propios del cine para que algunos detalles apuntados por Shakespeare en su tragedia sean contemplados sin la dificultad inherente a una función teatral.

Naturalmente uno de los objetivos de cualquier director de cine que se dispone a rodar una película basada en una obra de teatro y más si ésta es archiconocida es caer en lo que comúnmente denominamos "teatro filmado" y es muy cierto que hay una parte de espectadores que ante un texto teatral inmediatamente insisten en que la película también lo es. En muchas ocasiones he negado la mayor porque ejemplos hemos visto de películas de origen gloriosamente teatral que no han caído, gracias al talento de un director, en ése defecto que nos recuerda el teatro filmado.

Como era de esperar Orson Welles dirige y protagoniza en 1948 una versión de Macbeth que desde el primer minuto nos convence de que Welles conoce de memoria todos los entresijos de la célebre tragedia y con la complicidad de sus compañeros del The Mercury Theatre y muy especialmente Jeanette Nolan en su primera película, lleva a la gran pantalla un Macbeth que a nadie dejará indiferente.

Decíamos el otro día que más allá de la definición de la ambición que albergan Macbeth y su esposa Shakespeare pone en juego el concepto de la traición como elemento necesario para que la primera sea satisfecha en la consecución de un fin muy concreto, el de ser rey y alcanzar el máximo poder, pero adrede dejamos en el tintero otro aspecto capital para entender el desarrollo psicológico de ambos protagonistas: el efecto que su propia conciencia tiene en su alma tanto por el reconocimiento del horror de los crímenes cometidos como por el atisbo de arrepentimiento que llega mezclado de dudas relativas a la consecución firme y tranquila del fin pues el poder adquirido con sangre parece llevar consigo la penitencia.

Supongo que la primera decisión tomada por Welles fue aprovechar de forma ideal el más viejo truco del cine: usar la voz en off para lo que en teatro denominamos "parlamentos" que no son sino la forma teatral con que el autor nos transmite a nosotros, espectadores, lo que está pensando un personaje. Welles y la Nolan más que recitar declaman de forma magnífica esos parlamentos mientras la cámara les sigue, les persigue, les examina físicamente en su inquietud expresada en célebres palabras y de esta forma Orson consigue reforzar visualmente lo que de otro modo sería un lastre para la narración cinematográfica. Es algo tan sencillo de adoptar, tan simple, que nadie parece otorgarle la virtud que conlleva, que es dar vida cinematográfica a un truco eminentemente teatral. Nadie lo alaba y pocos lo usan, por desgracia.

Estamos en una tragedia y ya sabemos que en el género la fatalidad estará presente de una manera u otra: el gran Bardo se vale de esos personajes esotéricos para personificar un albur, proponer una trampa, ejecutar una añagaza que siembre la duda en el libre albedrío de Macbeth y su esposa que obnubilados, tardarán en constatar para su perdición, primero ella y después él cuando comprueba que su invencibilidad está sujeta con alfileres a una veleta huidiza.

La tensión anímica provocada por la ambición y los crímenes que la sostienen es compartida por Macbeth y Lady Macbeth y es una consecuencia de otro aspecto a tener en cuenta: el intenso amor que une a ambos cónyuges, la confianza total entre ellos, la búsqueda y hallazgo del absoluto apoyo y fuerza para ejecutar lo necesario para lucir la corona real y Welles y Nolan saben transmitir mediante sutiles gestos y miradas esa compenetración de los dos protagonistas.

Nada es dejado al azar en el guión de Welles que retoca un poco la pieza original posiblemente por una economía que mejor podría adjetivar como precariedad económica y que el entonces ya afamado director y actor solventó como pudo de la mejor forma posible, con la ineludible ayuda de John L. Russell encargándose de dirigir una fotografía en un blanco y negro muy acentuado, quizás más surrealista que expresionista que nos lleva a considerar que estamos no tan sólo ante una tragedia sino también ante una pesadilla por momentos claustrofóbica, coincidente con la creciente sensación que tiene Macbeth de hallarse preso de sus propios crímenes y errores en una espiral anímica reforzada por unos escenarios al límite de un minimalismo forzado por las circunstancias.

Recuerdo haber visto en la tele ese Macbeth wellesiano hace muchos años, en versión doblada y sin conocimiento previo del original teatral: me pareció exagerada y difícil de tragar. Ahora, con muchas películas más en las alforjas y después de haber leído la obra de teatro, vista en su versión original, puedo decir que sigue siendo una película difícil de ver, pero justo en la misma línea en que está la pieza teatral, con la ventaja que los intérpretes realizan un trabajo magnífico y que lo que en una primera visión resultaba indescifrable ahora son elementos que pertenecen a la trama y deben estar ahí, donde Welles los sitúa con una fuerza inesperada para los escasos medios de que dispuso.

No dejen de verla en versión original: no se arrepentirán y no la olvidarán jamás.


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dilluns, 25 de desembre del 2023

La tragedia de Macbeth


Hijo.- ¿Qué es un traidor?
Lady Macduff.- Pues uno que jura y miente.
Hijo.- ¿Y son traidores todos los que hacen eso?
Lady Macduff.- Quienquiera que lo haga es un traidor, y debe ser ahorcado.
Hijo.- ¿Y debe ahorcarse a cuantos juran y mienten?
Lady Macduff.- A todos.
Hijo.- ¿Quién debe ahorcarlos?
Lady Macduff.- Pues los hombres de bien.


Acto IV, Escena II (trad. Luis Astrana Marin)



Todos, quien más quien menos, tenemos alguna idea relacionada con el personaje de Macbeth que cobró fama gracias a la pluma de William Shakespeare quien basándose en personajes reales históricos pertenecientes a la lejana Escocia (tanto física como temporalmente habida cuenta que la tragedia se estrenó en Inglaterra en 1606) nos ofrece una pieza teatral muy breve (cinco actos que en edición tipo biblia de Aguilar no alcanzan sesenta páginas aún con las referencias y anotaciones del traductor), dotada de una fuerza inusitada en los personajes y sus acciones violentas que se concatenan en una sucesión de crímenes a cual más horrendo encaminados a satisfacer una ambición que tan sólo el poder absoluto podrá colmar adecuadamente.

Queda así pues Macbeth en la memoria como ejemplo de una ambición desmesurada si nos atenemos únicamente a las muchas referencias que hallamos por doquier y si acaso ampliamos a Lady Macbeth la designa de ejemplo de consorte tan o más hambrienta de poder que su esposo jurándose ejercer sobre el varón toda la influencia que su indudable talento para la argucia y la estrategia criminal señalarán el camino para satisfacer la ambición que ya será de ambos.

En manos de otro dramaturgo los acontecimientos que originarán las profecías de tres brujas que no fueron llamadas y dejaron simientes en las almas de Macbeth y su amigo Banquo (que históricamente es antepasado de la dinastía de los Estuardo, gobernantes que fueron de Escocia y de Inglaterra) cuando al primero le auguran que será rey de Escocia y al segundo que sin serlo engendrará dinastía real, podría ser la base para un drama de luchas fraticidas muy realista, un argumento básicamente conocido por el público inglés de la época, pero el Bardo por excelencia no se queda ahí y amplía la psicología de los personajes gracias a un trabajo exhaustivo que adorna y completa el interés que provocan Macbeth y su esposa mediante una amplia panoplia en la que todo encaja para causar cambios en las decisiones que tomarán y más en el efecto que sus acciones provocarán en ellos mismos y todo ello sin abandonar un hálito fatalista porque el observador, en este momento más ávido lector que espectador teatral, no puede olvidar que las malvadas nigrománticas no han hecho más que anunciar posibilidades, que no certezas con lo cual el albedrío sigue libre y su deriva de maldad viene dada por la voluntad y ése error de juicio permanece ostensiblemente diáfano durante toda la tragedia, que lo es porque nos relata, como es habitual, un fatum que podría haber sido muy distinto.

No es habitual leer obras de teatro y aún menos los clásicos; aún siendo teatrero confeso, hasta ahora no había leído Macbeth pese a disponer de la magnífica edición de Aguilar de las obras completas desde que la conseguí en mercado de ocasión en septiembre de 1993, así que no puedo exigir conocimiento previo a nadie, pero me animo a invitar a su lectura como paso previo a la contemplación de alguna versión cinematográfica, que las hay, como veremos en otro momento y otro día.

La inusual brevedad de esta tragedia ni por asomo significa que no debamos estar atentos a todo lo que nos van contando, que es mucho y muy interesante y no hay momento escénico ni línea de diálogo que Shakespeare inserte únicamente por lucirse, que no es el caso: aquí su escritura es recia, nada florida y huérfana casi de llamadas a la cultura popular de su época, absolutamente diferente a As you like it, que ya vimos aquí hace años, concentrándose con una fuerza impresionante en Macbeth y su esposa sin abandonar el resto de personajes que son más que meros comparsas o secundarios de lujo piezas de un engranaje que de forma inexorable vemos rodar a un fin intuído.

Uno lee esa tragedia y comprende porqué no ha tenido ocasión de verla en un teatro y no es desde luego por la grandiosidad del escenario: son los complejos protagonistas los que de una parte provocan admiración y de otra más que miedo pánico escénico, porque afrontar su representación no está al alcance de cualquiera; uno andaba pensando que será una tarea difícil cuando se topa con un comentario del traductor abundando en ése aspecto y señalando que, puestos a representar un personaje de Shakespeare, cualquier actor prefiere el que sea menos Macbeth, porque el Bardo lleva al personaje a una desesperación creciente hasta el borde de la locura y se basa precisamente en el sentimiento y certeza de ser un traidor, cuyo apelativo va cargado con el honor propio mancillado por una cobardía inadmisible, puesto todo al servicio de una ambición sin más límite ¡ay! que el incuestionable oráculo que acertará en todo.

La impresionante traducción de Luis Astrana deja en verso las intervenciones de las brujas al ser sus rimas más sencillas y el resto lo leemos en cómoda prosa y uno siente no poder leer el original como desearía, que tampoco debe ser fácil, porque el texto, sin ser compendio de apuntes temporáneos, requiere lectura tranquila y atenta ya que el autor no deja nada al azar y más allá de exponer acontecimientos originados por una ambición también nos propone una reflexión relativa a la traición que, bien mirado, suele ir aparejada a la consecución de un fin que seguramente sin su concurso no sería posible, así que una vez leída con detenimiento esta tragedia podemos llegar a la conclusión que Macbeth, más allá del relato de una ambición, lo es también de una traición: de hecho, de más de una, todas ellas, eso sí, al servicio de la primera.

Muchas son las lecturas que se pueden hacer del texto que no por nada es un clásico: nada de lo que va aconteciendo en el mundo conforme pasan los años le será ajeno, porque mal que nos pese es cierto que en 1606 los ricos se desplazaban en carruajes y ahora lo hacen en aviones particulares, pero la humanidad no ha cambiado tanto y siguen existiendo traidores ambiciosos dispuestos a lo que sea con tal de obtener sus fines y a poco que lo pensemos, es perfectamente comprensible que la co-protagonista, esa Lady Macbeth que le ofrece su apoyo, le ayuda, le da ideas, le reclama su valor guerrero y varonil para ejecutar sus crímenes, esa esposa igualmente ambiciosa de poder, no puede parecernos ni mucho menos lejana a este siglo que vivimos y casi podría decirse que ya en 1606 el Bardo reclamó para la mujer el reconocimiento de cómplice y coautora de unos hechos relacionados con la ambición de ser rey en lugar del rey por los medios que sean necesarios sin parar mientes en su ética pero sí en su oportunidad y beneficio inmediato.

Es lo que tienen los clásicos: que vas leyendo, leyendo, y te quedas pasmado al ver lo actuales que son.

Carezco de conocimientos para extenderme con el debido rigor respecto a esta célebre pieza y además tan sólo pretendo con estas líneas apuntar la conveniencia de leerla para poder ver alguna que otra versión cinematográfica que de la misma se han hecho, ya que verla en teatro en directo suele ser harto difícil.



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