Iconoclastas detallistas
Saber quién lo hizo es el motivo, la excusa, el supuesto centro de interés de novelas y películas y los anglo parlantes, tan dados ellos a inventar apócopes que resuman en una palabra un concepto, usan y han difundido el "whodunit" como definición del género que curiosamente permanece albergando cierto tono despectivo, como si se tratara de algo que se construye muy fácilmente.
Como siempre, las generalizaciones llaman a engaño y si no, basta con mirar la cartelera de este 2022 que ahora va finiquitando y podemos ver una secuela de una adolescente Holmes que nunca hubiese debido existir y por otro lado una comedia perteneciente al género al que añade un poco de parodia dotada de cierta inconoclasia y bastante trabajo en pulir los detalles significativos que pueden provocar la sonrisa cómplice del cinéfilo.
Me refiero a la película que sobre un trabajado guión de Mark Chappell dirige en su primera incursión en el cine un joven que atiende por Tom George (al que habrá que seguir la pista: de hecho, a ambos) y que lleva por título See how they run (Mira cómo corren, 2022) (se puede ver en Amazon) y no me pregunten de donde puede salir el origen del título, porque no lo sé.
Admitamos desde el primer momento que esta película no está llamada ni a salvar el mundo ni a dejarnos mensajes relevantes de ninguna clase y que su pretensión es hacernos pasar poco más de hora y media pendientes de la pantalla y a fe que lo consigue, por lo menos para los que, como quien suscribe, gustan del género como fuente de solaz.
Desde el punto de vista estrictamente cinéfilo diría que la dupla Chappell & George funciona como un reloj de cuco y las virtudes del guión son aprovechadas por el director para contar una historia con apuntes veraces que la sitúan perfectamente en una época y lugar determinados en los que se mueven unos personajes ficticios dotados de unos diálogos inteligentes trufados de bromas que ocasionalmente requieren de espectadores atentos al detalle, como suele suceder con los dobles sentidos.
La trama girará en torno a la pieza teatral La ratonera, que como todos sabemos ha roto todos los récords de representaciones con números inimaginables precisamente en el momento temporal en el que se sitúa la acción de la película mediante una referencias teatrales y cinéfilas que toman como centro a Richard Attenborough, que aparece como personaje aunque con veinte centímetros más de altura.
Todo empieza con el asesinato de un director de cine, Leo Kopernick (Adrien Brody, perfecto: hay que oirlo en v.o.) y mientras el Inspector Stoppard (Sam Rockwell, como siempre ajustadísimo al personaje) y la Agente Stalker (Saoirse Ronan, aprovechando la ocasión para mostrar un dominio natural de las escenas) hacen sus indagaciones se amplía un poco la lista de defunciones súbitas, hasta que todo va encajando y se llega a un final esperado y no puedo contar más, porque, como es habitual, se prohíben comentarios que puedan desvelar el misterio.
La película recae con fuerza sobre los dos personajes encargados de la investigación: el veterano inspector y la inexperta agente no empiezan su colaboración con muy bien pié que digamos, pero pronto las ganas de aprender y la paciencia y un cierto estoicismo acabarán por encajar: sus peripecias profesionales y mínimamente personales aunque apuntadas con ligereza ayudan a entender dos versiones distintas del enigma que afortunadamente acabarán convergiendo.
Tom George dosifica la presencia en pantalla de ambos protagonistas de forma ejemplar y tiene la suerte que ambos intérpretes ofrecen una muestra de control histriónico muy ajustado, con una naturalidad pasmosa y una dicción perfecta en cada momento: imagino al director insistiendo en eliminar cualquier intento de sobreactuación en ambos, mientras permite a Brody rozar la autoparodia en el personaje del muerto que no cesa de aparecer en pantalla, no en vano, contra lo que oímos en boca del guionista ficticio, el ejercicio del flashback está empleado profusamente y hay que admitir que con mucha eficacia.
Hay que remarcar también que el uso de trucos añejos del cine no es desconocido para el novel director que no tiene reparo en usar pantallas partidas no tan sólo en dos sino ¡en cuatro! para mantener el tempo adecuado en una secuencia que lo requiere y se agradece porque no se pierde ni información ni un minuto de atención a la pantalla, sin caer en la simple exhibición técnica para epatar al espectador, más centrado en lo que ocurre que en la forma cómo se lo cuentan.
Imagino que esta película ha sido un buen negocio porque vista con calma permanece la sensación que más allá de aprovechar un buen guión Tom George ha sabido dirigir con gran economía de medios, aprovechando los escenarios naturales mediante diferentes emplazamientos de la cámara y en los interiores cuenta con un buen trabajo de Jamie Ramsay: la ambientación, el vestuario, el utillaje, nos dejarán la sensación de un producto bien cuidado sin estridencias y sin aparatos digitales: todo se puede tocar, todo muy cercano, muy real, con unos intérpretes que forman un elenco muy bien conjuntado, capaz de mantener el ritmo apropiado a una trama de intriga y algo de acción que no decae porque Tom George sabe mantener el interés y usar la cámara sin inventar nada pero sin perder ni detalle ni pulso, en lo que seguramente el trabajo del montador Peter Lambert tiene algo que ver.
Podríamos decir que es un juguete bien contruído, sin atentados a la lógica interna del relato y que cuando el aficionado al género se pone a verla se da cuenta que, de hecho, la intriga policial no es más que una excusa, porque lo que importa es el artificio y la forma de presentarlo.
Diría que indicada para amenizar una velada familiar.
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