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dijous, 31 d’octubre del 2019

Tempus fugit (Julien Duvivier 1937 II)



Hace tres días nos ocupábamos de la segunda película que Jules Duvivier estrenó en el año 1937 y siendo una cosecha tan excelente pronto presentamos la tercera película que en el mismo año estrenó el genial director francés nuevamente partiendo de un guión de su autoría, en esta ocasión sin necesitar el préstamo literario de una novela precedente.

Duvivier, recordémoslo, fue un autor total que escribió casi todas sus setenta y una películas y en esta ocasión tuvo además un gran acierto al considerar que, ya que la trama iba a presentar diferentes episodios con un nexo común, convenía a la película que cada uno de ellos tuviese una atmósfera particular e individual, no tan sólo por el tratamiento cinematográfico: también por los diálogos que otorgan personalidad a cada uno de los personajes. Ello, naturalmente, comporta que la plantilla de guionistas se incremente hasta el número de seis, lo que en 1937 no era tan habitual como en la actualidad aunque los resultados no sean parejos ni mucho menos, porque muchas son las veces que uno se pregunta cómo es posible que tanta gente escriba un guión tan malo. No es el caso de la presente, desde luego.

La trama es muy simple: una joven mujer de apenas treinta y seis años queda súbitamente viuda y reflexiona que su viudez le permite reconsiderar el error que cometió al casarse tan joven y, hallando entre los papeles que va destruyendo de su vida de casada Un Carnet de baile de su presentación en sociedad a los dieciséis años, veinte años atrás, decide averiguar -como ocupación que alivie su viudez- que haya podido ser de los galantes caballeros que bailaron con ella aquel día que recuerda con cierta romántica nostalgia, no en vano todos le declararon su amor aquel día.

Una vez más nos hallaremos ante una película que muestra el excepcional dominio del arte cinematográfico en manos de un director capaz de ejecutar con éxito piezas de temáticas y argumentos absolutamente diferentes: tomando el personaje de la bella Christine (Marie Bell) como eje de la narración, ya desde las primeras escenas Duvivier ejecuta una especulación onírica para representar gráficamente los recuerdos de la joven viuda rememorando gracias a los sonidos de un vals sus impresiones de su presentación en sociedad y vemos gracias al arte cinematográfico de Duvivier lo que ella está imaginando proyectado en las paredes de la estancia que se reconvierte en salón de baile, con una orquesta casi fantasmagórica, apenas vislumbrando los instrumentos que producen la embriagadora sintonía musical compuesta al efecto por Maurice Jaubert.

Duvivier juega limpiamente con el espectador introduciéndole en una historia en la que el tiempo tiene muchísimo por decir y nos hace partir en un largo viaje al pasado con diferentes etapas siguiendo el orden establecido en un cuaderno de baile veinte años atrás, porque Christine ha decidido entrevistarse con todos sus amigos de entonces siguiendo el mismo orden de bailarín del día que para ella significaba el tránsito de la niñez a la juventud esplendorosa, un día que nosotros no hemos presenciado más que a través no de los ojos sino de los recuerdos de la protagonista y así lo remarca el astuto director con el tratamiento de la escena.




No cabe duda que en 1937 Jules Duvivier ya era un nombre importante de la industria del cine galo porque en esta película que más tarde, años más tarde, todo cinéfilo calificaría de "coral" gracias a la suma de estrellas que concurren, aparecen intérpretes que por sí solos constituyen un reclamo irresistible pero es que además el aficionado inexperto como quien suscribe probablemente descubrirá personajes del cine francés que no son habituales en buena parte porque fallecieron muy jóvenes, hace mucho tiempo.

No es el caso de la primera participante, la insigne Françoise Rosay que inmediatamente reconocimos como protagonista de La kermesse heroica (1935) de la que ya hablamos largo y tendido por aquí hace ocho años; la magnífica Rosay será la única contraparte de la protagonista de género femenino, porque de sorpresa, el primer bailarín a visitar falleció sin saberlo Christine y se encuentra con una madre desolada viviendo una negación absoluta de la realidad permitiendo que el espectador empiece a plantearse si se halla o no ante una comedia romántica y se siente tras la oreja el zumbido siseante de un Duvivier que nos está apresando la atención y nos lleva por su camino, quizás no tan dulce y alegre como habíamos imaginado.

Duvivier
, que como sabemos era un perfeccionista obsesivamente meticuloso, buscó para su protagonista (o arregló el guión para cuadrarlo) una actriz con la misma edad: Marie Bell, nacida el 23 de diciembre de 1900, contaba treinta y seis años incluso cuando se estrenó la película el 9 de septiembre de 1937 (en España se estrenó en 1941 y segurísimo que cercenada por la censura) y por lo tanto cuando Christine se encuentra con el siguiente bailarín de su lista de pretendientes y se topa con un monje de cincuenta y siete años y un poco grueso, tal como era Harry Baur en aquel momento, algo empieza a descuadrar lo que habíamos pensado, aunque de momento uno se olvida de todo porque de inmediato se da cuenta que ese monje alto, calvo y grueso es de verdad, es real, porque habla y se mueve como un monje y razona como un monje y te quedas absorto, maravillado, y no es hasta que acabada la película que te percatas que el tal Baur es otra de las grandes estrellas francesas que te has perdido durante tanto tiempo, porque el tío lo borda, te lo juro, y te quedas pensando en qué va a hacer Fernandel cuando salga, porque has visto el cartel francés y sabes que sale, en un momento u otro.

La cuestión es que Duvivier de nuevo se vale de ideas preconcebidas para romperlas lentamente mientras construye rápidamente y con pulso recio personajes que no son accesorios porque entre todos conforman una historia que se nos muestra paso a paso sin prisa pero con firmeza, sirviéndose de un lenguaje literario y visual diferente apropiado a las individualidades redescubiertas por Christine, una protagonista que toma gota a gota un baño de realidad: así, cuando visita a Thierry, el atractivo joven se ha convertido en un médico naval con un ojo de cristal y un desequilibrio mental que Duvivier acentúa moviendo la cámara lentamente sobre su propio eje horizontal reforzando visualmente la distorsión de la realidad que vive el médico y quizás también nuestra protagonista que anda de un desengaño a otro.

Así las cosas, a medio metraje (130 minutos que se hacen cortos) Duvivier decide relajar los ánimos un poco a su protagonista porque se va a la campiña a visitar un antiguo pretendiente y se encuentra con que la invita a su próxima boda (la segunda) a celebrarse en media hora y es un episodio cómico hasta alcanzar casi el surrealismo de la mano de un actor que desconocía por completo y que atendía al nombre de Raimu (y luego resulta que el mismísimo Orson Welles le admiraba sobremanera, lo que ahora no me extraña nada) que incorpora a un tipo que viene a ser al cacique, alcalde y lo que haga falta, declarándole su amor incondicional a Christine, pero casándose con su cocinera en una escena imperdible de veras, por lo bien escrita y por la increíble actuación del genial Raimu.

Lo que Duvivier empieza insinuando una propuesta se revela lentamente como otra y ya empieza el espectador a sospechar que el inteligente autor está cinematográficamente filosofando sobre el tiempo, como altera los recuerdos, como cambia los deseos humanos y las perspectivas vitales y como desde nuestro interior quizás intentemos moldearlo siendo imposible y llega un momento en que el velo cae y la realidad se impone y los trucos de magia quedan por finalizar.

La forma en que Duvivier acomete esta película es magnífica porque se vale de todos los resortes a su alcance para contarnos sus reflexiones sobre el amor, las amistades, la forma de vivir y de considerar la vida, el pasado, el presente y el futuro y lo hace con elegancia y sencillez pero magistralmente y si acaso la única objeción para no darle el título de obra maestra es un cierre que se me antoja forzado en su brevedad quizás debido a factores externos, quedando un tanto abrupto.

Absolutamente imperdible muestra del mejor cine francés que aúna una caligrafía cinematográfica perfecta, unos guiones muy bien escritos y enlazados y unas interpretaciones a cual mejor, una verdadera maravilla a disfrutar en versión original, con la advertencia que el aficionado a las buenas interpretaciones querrá, sin duda, más. Y las hay, parece.







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dilluns, 28 d’octubre del 2019

Amores locos (Julien Duvivier 1937 I)





A sus escasos cuarenta años el director francés Julien Duvivier estaba rodando la que sería su película número treinta y nueve, segunda que estrenaría en el glorioso año 1937 que inició con otra en la que Maurice Chevalier, gran artista francés de la época, lucía como protagonista, una comedia titulada L'homme du jour que hasta ahora se ha mostrado esquiva y huidiza.

Esa segunda película también parte de un guión iniciado por el propio Duvivier basándose en una novela de Henri La Barthe que asimismo trabajó como guionista bajo el seudónimo de Detective Julien Ashelbé y la colaboración inestimable de Jacques Constant y Henri Jeanson encargado de pulir los diálogos: un grupo de franceses más que acostumbrados a escribir guiones de cine, no en vano Duvivier interviene en sesenta y seis películas de las setenta y una que dirigió en su carrera hasta fallecer en 1967.

La película se titula como la novela Pépé le Moko y Duvivier, que ya era una figura del cine francés, tuvo la suerte de contar con Jean Gabin como protagonista y cabe suponer que el actor estaría encantado de volver a trabajar por quinta vez con un director que como otros genios del cine gozaba de fama de exigente, meticuloso, tiránico con todos sin excepción y muy capaz de lograr películas excelentes.

Pépé le Moko es un personaje del hampa parisina que después de haber dado un provechoso golpe a un banco consigue escapar del cerco policial y se desplaza hasta Argel, entonces bajo dominio francés, escondiéndose en la casba, barrio antiguo de Argel conformado por callejuelas estrechas, empinadas, llenas de vericuetos y escaleras que suben y bajan de diferentes azoteas que se comunican las unas con las otras, un verdadero laberinto digno de inspirar los dibujos de Escher, un lugar inaccesible para la gendarmería sin contar con la necesaria complicidad de los habitantes del barrio, todos ellos congraciados con el esquivo Pépé, los unos por considerarlo un héroe contra los franceses y los otros simplemente por temerle.

Lo que en manos de otro hubiese devenido en película de crímenes, ladrones y policías, en las de Duvivier se convierte en estudio psicológico de una serie de personajes cuya complejidad les aleja del maniqueísmo simplificador de relatos de malhechores sobre cuyos hombros se carga toda la trama de la película, bien que acompañándolo de una galería de personajes con sus propias características espléndidamente mostradas gracias a los detalles de la cámara de Duvivier que exprime con naturalidad pasmosa todos los resortes que halla en esas callejuelas, esas habitaciones que tienen diversas entradas y salidas, verdaderas guaridas en las que atrapar al huidizo Pépé resulta imposible: como dice y repite una y otra vez el astuto detective Slimane (una creación asombrosa de Lucas Gridoux) tan sólo cuando baje a la ciudad podrán capturarlo, y él lo hará descender, asegura, pero no dice ni cómo ni cuándo.

Pépé le Moko se ha ocultado en las casba porque sabe que allí la policía no tiene medios bastantes para detenerlo: en varias ocasiones han ido todos los gendarmes, corriendo de un lado a otro y él les ha disparado desde diferentes azoteas, moviéndose como pez en el agua. Pero Pépé no es argelino ni descendiente y se cuida mucho de mantener su apariencia de francés e incluso más aún, de parisino, vistiendo con sus mejores ropas,trajes elegantes y corbatas vistosas, chocando con los atavíos de sus vecinos naturales de la casba, no así con los esbirros que le acompañan y algún otro delincuente francés escondido como él mismo para evitar su detención.

Sin embargo, pronto Duvivier nos va ilustrando de la forma de ser de todos esos personajes y comprendemos que Pépé ni siquiera intenta mimetizarse en la casba porque no se plantea su inclusión en ese microcosmos que le salva la vida a diario.

Sí, Pépé incluso está amancebado con la gitana Inés (Line Noro) hace dos años ya y la aprecia porque reconoce en ella un amor apasionado pero le recuerda que él es libre de marchar y mira desde la azotea el horizonte marino sintiéndose preso de la casba que le permite vivir en una libertad acotada por los límites del laberíntico entramado de callejuelas, temiendo pisar lo que llaman la ciudad, remarcando la cámara de Duvivier la sensación de pájaro enjaulado que tiene su protagonista al que muestra triste oteando una lejanía que no puede alcanzar.

Slimane sabe mantener una situación privilegiada en la casba: todos le conocen, saben que es policía y no le cuentan nada, aunque tampoco es que pregunte mucho: pero anda por todas partes con libertad, no molesta a nadie, pero mira mucho y advierte que Pépé flirtea con cualquier joven coqueta que se le pone a tiro, para desespero de Inés. Slimane se vale de una voz suave, queda, una pose aduladora y unas palabras en ocasiones francas para conseguir acercarse a Pépé como si fueran amigos mientras le asegura que tarde o temprano conseguirá detenerle, porque él mismo se pondrá en sus manos un día.


Hay un detalle que conviene no olvidar: en 1937 Argel llevaba 107 años de colonización francesa y a nadie en su sano juicio se le ocurriría liquidar como si nada a un policía que no hace más que mirar y de vez en cuando soltar alguna frase en voz baja, porque la entrada del ejército en la casba hubiese sido inmediata y no quedaría negocio capaz de renacer antes de un año, así que Slimane se mueve escurridizo cual serpiente que puede aplicar una mordedura venenosa si se la molesta.

En medio de un follón y con la policía pisándole los talones, Pépé se encuentra en un tugurio a la bella Gaby (Mireille Balin) que con su marido y una pareja amiga se ha trasladado desde Paris hasta Argel en vacaciones y buscan en la casba emociones rústicas y exóticas y se dan de bruces con Pépé que se queda tan fascinado por Gaby como por las joyas que esta luce y teniendo a Slimane pegado a su sombra, éste queda pasmado al comprobar cómo el afamado ladrón desestima hacerse con los aderezos de la dama y se despide insinuando un nuevo encuentro.

Gaby que pronto nos da a entender Duvivier que casó por el atractivo patrimonial del esposo, centellea la mirada sobre Pépé y al día siguiente se ven de nuevo, escamoteando al hábil Slimane la posibilidad de estar cerca de ellos.

Duvivier construye un triángulo de amores y desamores apasionados porque Inés bebe los vientos desaforadamente por Pépé como si no hubiera un mañana, viviendo el presente intensamente, capaz de perdonarle deslices e infidelidades con tal de tenerlo en casa, cerca de ella: él le tiene gran cariño, pero ha conocido a Gaby : ésta es una mujer guapa, elegante y refinada que en realidad no ama a su marido y siente la pasión de la aventura amorosa de una forma erótica y trasgresora con ese Pépé canallesco y guapo y no le importaría mandar a paseo al marido y cambiarlo por el joven aventurero.

Duvivier nos muestra a un Pépé enamorado de Gaby por unas razones que ella misma no alcanza a comprender: para Pépé ella es la encarnación de Paris, de su añorado barrio parisino, sus calles, sus bulevares, sus plazas; si hasta nacieron como quien dice en la misma calle: cuando ve a Gaby, ve la libertad, la vuelta al hogar, el fin de la profunda añoranza que le domina desde que puso los pies en la casba, ese quinto protagonista siempre presente.

Para reforzar la nostalgia del Paris abandonado a la fuerza, Duvivier se vale, como secundaria, de la estrella que fué de la chanson Fréhel y constando como amancebada con un colega de Pépé, le oculta en su casa y le explica su dolor por la lejanía:



Uno no puede menos que acordarse de la diabólica urdimbre tejida por la serpiente en el principio de los tiempos bíblicos cuando Slimane se mueve rápidamente para mover voluntades buscando beneficiarse y sorprende la facilidad de Duvivier de contar una trama compleja de la forma más diáfana posible mostrando las debilidades humanas exacerbadas por unos amores locos que nublan toda inteligencia avocando a todos a un final que no podía ser de otra manera. Slimane juega con los deseos y lo hace con dados trucados y como consecuencia no obtiene lo que él quería.

Duvivier aprovecha escasos 94 minutos para escarbar en el interior de su protagonista que presenta una apariencia chocante [+/-]
(como anécdota, fijarse en las iniciales de la camisa de Pépé en la foto insertada, muestra de lo bien vestido que aparece Jean Gabin)
con su entorno y más aún con su propio pesar, oculto a todos los demás para evitar sensación de debilidad, tanto como el desarrollo del personaje de Slimane que retuerce acciones y motivos de una forma maquiavélica y también el paroxismo apasionado de Inés que sufre en soledad la ausencia de su ídolo. No deja Duvivier ningún cabo suelto y todos los secundarios son tratados con detenimiento, pues con ellos logra conformar el submundo hampón en el que Pépé domina la situación pero además les otorga un sentimiento de camaradería que refuerza algunas acciones que sucederán en ese lugar tan prieto y enrevesado que es la casba, tratada con la importancia que merece, no en vano alcanza la categoría de guarida y cárcel a un tiempo.

Pépé le Moko fue un éxito internacional, situó a Jean Gabin en las pantallas mundiales y provocó una nueva versión hollywoodiense al año siguiente y hay quien asegura que los responsables de Casablanca la vieron varias veces.

Lo cierto es que es un modelo de concisión cinematográfica y emplazamiento de las cámaras en lugares angostos de la casba manteniendo el ritmo de forma constante, sin decaer y sin precipitarse, contando mucho más de lo que cabría esperar de una película sobre un delincuente huído.

En definitiva, una imperdible muestra del mejor cine francés y por extensión europeo y mundial, una película que no ha envejecido en nada más allá de lo accesorio, porque nos muestra relaciones humanas entendibles todavía hoy. Imprescindible verla en v.o.s.e., naturalmente.






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diumenge, 13 d’octubre del 2019

Prepárate - Get Ready








William Smokey Robinson, que va camino de cumplir los ochenta años era en 1962 un joven compositor de éxito además de cantante popular en el ámbito del R&B y el soul y sus mejores composiciones han pasado a la historia de la música en buena parte gracias a que muy diferentes artistas las hicieron suyas en un momento en particular de su carrera.

A primeros de los sesenta, cantaba con un grupo llamado The Miracles una de sus canciones, Get Ready y lo hacía de esta forma:



Al cabo de cuatro años, Smokey estaba ya metido hasta el tuétano en la entonces nueva Motown de su amigo Berry Gordy (sobre cuya discográfica ya nos referimos en este bloc de notas hace más de diez años) y esa canción se les cedió al grupo The Temptations para que hiciesen su versión, allá por el año 1966.

El grupo vocalista de la Motown, que había tenido un gran éxito con My Girl, también de Smokey Robinson, cantó de esa forma el Get Ready:



Por lo que fuera, a pesar de ser una buena versión, no tuvo el éxito popular esperado, pues ni siquiera llegó a alcanzar a situarse dentro de las mejores veinte canciones del año, aunque hay que remarcar que 1966 fue un año bastante competitivo en cuanto a música pop, R&B y Soul se refiere.

En la Motown, no todos los músicos eran negros.

Andaba por allí un grupo de chicos blancos que tocaban rock con influencias jazzísticas, por libre, a su aire, y cabe suponer que un día ensayando se fueron animando, animando, animando, animando y acabaron por decirle a Gordy que tenían una nueva versión del éxito de Smokey Robinson, que pensaban meterla en un proyecto de elepé (Long Play) y que, ya que los derechos eran de la casa, pues.....

Berry Gordy, que ya sabemos tenía un buen olfato musical y los arrestos suficientes para promocionar en su sello "negro" a un grupo de rock formado por blancos, se olió la tostada y debió decir para sus adentros: esto tiene pinta de convertirse en un clásico.

Y esto es lo que hicieron los chicos de un grupo denominado Rare Earth (que viene a significar tierra extraña)



Después de esta maravilla aparecida hace ahora cincuenta años, podemos decir que estamos preparados para lo que sea.

Plus:

Mes y medio después de aparecer el disco de Rare Earth con esa versión tan rockera la insigne reina del jazz, Ella Fitzgerald, aparece en el televisivo show de Carol Burnett y ofrece su propia versión de Get Ready: y hay disco, también:




O sea: preparados del todo.






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