No chocolate covered candy hearts to give away No first of spring No song to sing In fact here's just another ordinary day
No April rain No flowers bloom No wedding Saturday within the month of June But what it is, is something true Made up of these three words that I must say to you
I just called to say I love you I just called to say how much I care I just called to say I love you And I mean it from the bottom of my heart
No summer's high No warm July No harvest moon to light one tender August night No autumn breeze No falling leaves Not even time for birds to fly to southern skies
No Libra sun No Halloween No giving thanks to all the Christmas joy you bring But what it is, though old so new To fill your heart like no three words could ever do
I just called to say I love you I just called to say how much I care, I do I just called to say I love you And I mean it from the bottom of my heart
I just called to say I love you I just called to say how much I care, I do I just called to say I love you And I mean it from the bottom of my heart, of my heart, Of my heart
I just called to say I love you I just called to say how much I care, I do I just called to say I love you And I mean it from the bottom of my heart, of my heart, Baby of my heart
Quizá porque ésta es la última semana del año nos hemos permitido unas licencias (de todo tipo) que han alterado el habitual curso de segundos, minutos, horas y días, tiempo al fin y al cabo, que, como ya advertían los clásicos, se nos escapa: tempus fugit
Si el tiempo se hace el huidizo y nada podemos hacer para detenerlo, más vale entonces que prestemos atención a lo que tenemos entre manos, porque dentro de poco formará ya parte de nuestra historia personal.
La atención es una virtud que todos tenemos en mayor o menor medida y ya saben los habituales que en este sitio, por no faltar a la costumbre, una vez al mes ponemos a prueba el virtuosismo del personal.
O sea, que se plantea un ejercicio de cinefilia galopante, para que todos puedan demostrar lo mucho que saben y conocen de cine.
Así que hoy haremos el último examen de cinefilia del año. Y no se me quejen, que lo he adelantado un día para que mañana no tengan que andar pensando en la solución al acertijo y acaben tragando más uvas de las que tocan.
Hoy el examen de cinefilia es más sencillo que nunca y únicamente requiere unos minutillos: se trata de que le den un vistazo a este Vídeo
Una vez lo hayan visto, mutatis , mutandis, se deberá formular un interrogante; una pregunta; una cuestión.
Ya se puede comprobar que el interrogante, por así decirlo, está en el aire, pues por aquí, contra lo que suele, no aparece: y no lo hace porque ese interrogante es la solución del acertijo.
Las preguntas, cuestiones e interrogantes pueden enviarse usando el siguiente formulario:
Y como ésta será la última entrada del año, aprovecho para desearos Feliz Año Nuevo
Milady Abril, sin haber visto todavía la película, ha dado con la solución, al mirar con acierto las pistas. Enhorabuena.
Creo y todos vosotros estaréis de acuerdo conmigo en que los tres licores del título definen con absoluta claridad a los tres personajes de la película “Pal Joey” o del musical del mismo título, como gustéis. Estos personajes tienen nombre propio, he aquí: Vera Simpson- Rita Hayworth; Joey Evans – Frank Sinatra y Linda English – Kim Novak.
Probablemente a estas alturas del siglo XXI, muchos posibles espectadores se quedarán un poco colgados y tenderán a dar de lado a esta peli, alegando que es un musical de los cincuenta. Esto es cierto, pero si abrimos el repertorio de números musicales, más de uno se llevará una gran sorpresa al comprobar que clásicos, como “Zip”, “The Lady is a Tramp”, “Bewitched, Bothered and Bewildered” o “”My Fanny Valentine”, entre otros, pueden gozarse y escucharse a lo largo de esta burbujeante película.
Pero vayamos tranquilamente por partes y hagamos un poquito de historia si os parece, y procurando, un servidor, no ser demasiado pesado.
Hacia 1940 un tipo escribía en el “The New Yorker”, día tras día, una serie de columnas que los lectores devoraban con placer. Ese columnista se llamaba John O’Hara, un escritor, que aparte de estas historias cortas, había publicado varias novelas, auténticos best-seller como “Appointment in Samarra” y “Butterfield 8” (Esta última fue llevada más tarde a la pantalla protagonizada por Liz Taylor con el título de “Una mujer marcada”)
En España, los lectores de los años sesenta conocimos a este novelista hoy más bien olvidado.Sin embargo muchos críticos le alabaron en vida considerándole “como uno de los más grandes escritores de historias cortas en lengua inglesa e incluso otros idiomas”. O’Hara estuvo nominado al Premio Nobel, pero nunca lo consiguió. Era demasiado vanidoso y nunca le perdonó a Faulkner que se le adelantara en el galardón. Su vanidad le llevó a escribir su propio epitafio: “Fue mejor que ningún otro, y en todo dijo verdad, sobre él y su tiempo. Escribió siempre con honestidad y profesionalidad”.
“Pal Joey” fue una selección de historias cortas a las que el propio O’Hara puso este título. La recopilación se la entregó el escritor al compositor Richard Rogers y al letrista Lorenz Hart para convertirla en un musical para Broadway. El trío se puso a la tarea y en 1940 se la ofrecían al director George Abbott.
El 25 de Diciembre de aquel mismo año se abría el telón del Teatro Ethel Barrymore de Broadway ofreciendo al público una obra con un mítico elenco en cabecera: Vivienne Segal, Gene Kelly y June Havoc. Otras dos figuras, que más tarde serían punteros del cine musical participaron en el evento: Van Johnson y Stanley Donen (Otro Joey famoso sería el futuro director y bailarín Bob Fosse)
Aquella producción de “Pal Joey” fue todo un éxito que se prolongó durante 374 representaciones, ¡todo un record para las fechas! Hay un dato curioso que haría las delicias de los mitómanos musicales. Debido al éxito popular de canciones como “Bewitched, Bothered and Bewildered”, Goddard Lieberson, Presidente de la Columbia Record, decidió producir un “studio cast recording” de Pal Joey. Me imagino que esta joya haría las delicias de más de uno y no señalo con el dedo.
La historia original de “Pal Joey” transcurría en el Chicago de los años 30, donde Joey, un bailarín de segunda fila, romántico y granuja, sueña con llegar a dirigir su propio nightclub, el “Chez Joey”.
El tipo conoce a Linda English y la envuelve en sus fantasías y medias mentiras románticas al tiempo que le canta “I Could Write a Book”.
Entre ambos jóvenes se modela un romance, pero pronto se mezcla entre ambos un componente explosivo. La atractiva y madura Vera Simpson se interesa por el joven. Este, comprendiendo la utilidad que le puede reportar una mano poderosa y experimentada comienza una tórrida relación con Vera. Linda se resiente del engaño, pero Joey tiene su propio sueño y sabe que Vera es la única que lo puede hacer realidad.
El agradecimiento del bailarín granuja hacia su bienhechora no se traduce demasiado bien en la canción “Do I Care For a Dame”. Para complicar aún más las cosas entra en acción otra mujer, Melba, una ambiciosa reportera que nos deleita con la deliciosa “Zip”. Tras varios lances entre los cuatro personajes Vera, resentida decide clausurar el local “Chez Joey”. Esta pérdida no es la única que sufrirá el protagonista. También pierde al mismo tiempo a las dos mujeres que han embebido sus sentidos y el musical termina con un solitario Joey que parte en busca de otro amor anónimo y tal vez también en busca de otro sueño.
Esta es, a grandes rasgos, la historia del musical.
Naturalmente “Pal Joey” en su adaptación a la gran pantalla sufrió algunas alteraciones. Se le añadieron títulos que no figuraban en el original como por ejemplo “The Lady is a Tramp” y “My Funny Valentine”. Obviamente, tanto Rita Hayworth como Kim Novak tuvieron que ser dobladas en los números musicales. La primera por Jo Ann Greer y la segunda por Trude Erwin. Frank Sinatra se dobló, cum laudem, a sí mismo. Todas las canciones que canta son absolutos clásicos.
George Sidney, director del film optó por un happy end. Aquí Joey, tras el cierre de su local parte de la ciudad acompañado de Linda.
Joey es en la película un granuja, pero buen tipo, en el musical es mucho más cabroncete y aprovechado. El típico “anti-héroe”.
El escenario urbano también cambia en el film. En vez de Chicago la acción transcurre en la luminosa San Francisco.
El personaje de la reportera Melba se suprime en el film, y Linda es una corista. De los catorce números musicales originales de Rodgers y Hart, ocho de ellos se mantuvieron en el film , dos se utilizaron en background y cuatro se añadieron de otros musicales , concretamente de “Babes in Arms”
Dadas las fechas en las que nos encontramos, yo os aconsejaría que al abrigo de una buena chimenea gocéis de este film, que aunque no redondo, tiene tres razones y una añadida para verlo, a saber: Rita Hayworth, Frank Sinatra, Kim Novak….y un monton de clásicos de la música de todos los tiempos.
Como podréis observar, en los carteles publicitarios de la película, Frank Sinatra no ocupa el primer lugar. Por entonces la Hayworth ya no era la estrella de la Columbia, y Sinatra tras su triunfo en “De Aquí a la Eternidad” estaba en alza. No obstante el hombre se portó como un caballero y sugirió que su nombre figurara en mitad de las dos actrices.
Comentó jocosamente:
“Esto es como un sándwich y no me perdería por nada del mundo estar entre medio”
Hoy me apetece mostrarme localista: estos días tan ajetreados recibiendo misivas interesadas emitidas desde lo más profundo de los corazones avariciosos de las multinacionales globales que no he podido evitar porque se ufanan los muy malditos en rodear a uno aunque no mire la tele y se te cuelan en el buzoneo invasivo y entre las palabras que viajan en las ondas de la radio afirmando que será mejor que compres, gastes, adquieras cosas que no te hacen falta, manufacturadas casi todas ellas -sí, las de esa marca tan exclusive and charmante, también- a varios miles de kilómetros, mirando al Sur, a mano izquierda desde donde yo estoy, esos días, digo, me impelen a mirarme el ombligo, centrarme en mi tierra y tratar de pensar que, como siempre, deseo lo mejor para todos.
Recuerdo que, de pequeño, así que iniciaba las vacaciones escolares navideñas, empezaba a canturrear villancicos, lo que en mi pueblo llamamos "nadales" y, por si fuera necesario concretar, he creído que escuchar alguna sería interesante para los amables lectores.
Siento desengañar a algún rufianesco burlón, porque no será mi menda quien se ponga a cantar.
Vean, si les place, al eminente guitarrista italiano Stefano Grondona interpretar seis piezas transcritas para la guitarra española por el gran guitarrista catalán Miquel Llobet que se basó en canciones populares catalanas, que, son, por su orden de interpretación: "La nit de Nadal", "El testament d'Amelia", "El noi de la mare", "Plany", "Lo fill del rei", y "La pastoreta", siendo la primera, la tercera y la última "nadales" que sonarán en muchas casas de Catalunya estos días.
p.d.: seguro que a alguien interesará saber que la guitarra española tocada magistralmente por Stefano Grondona procede de las sabias manos de Jose Luís Romanillos, que la bautizó como "La Culé".
Es casi una constante cinéfila identificar a algunos directores con el género del western y en lo que respecta al genial John Ford, como sabemos, esa identificación era alimentada por sus propias declaraciones, un poco en plan de broma, quizás porque él mismo era muy consciente que, en definitiva, el western tan sólo es un género en el que hay una serie de elementos prototípicos que residen en un formalismo anticipado y esperado por la audiencia, sin que luego, en el fondo, el tema a proponer se halle en deuda ni con la forma ni con el género.
Este detalle, que deviene en perogrullada así que uno lo ha escrito y otro lo ha leído por su evidente realidad, casi nunca se tiene en cuenta a priori por algún mecanismo de la mente humana que me hallo en la suerte de desconocer y que acostumbra a clasificar las películas causando, en ocasiones, alguna sorpresa agradable y también, por desgracia, alguna decepción.
A mediados del siglo pasado la amalgama de preocupaciones del público en general propició el éxito de las películas de "suspense" en las que Alfred Hitchcock era el rey incontestable y en varias de sus obras la duda sobre la identidad del responsable era el motivo alrededor del cual giraba el argumento: el público se identificaba fácilmente con los protagonistas como una continuación de sus propios temores en una época algo convulsa y confusa que arrastraba miedos atávicos fundados en experiencias bélicas demasiado recientes como para ser olvidadas.
En una época en la que se mezclaban las dudas ante los sentimientos que despertaba el estamento militar, el miedo al desconocido identificado con el comunismo y el nacimiento de la lucha por los derechos civiles de las minorías identificadas éstas por el color oscuro de su piel, como principales rasgos que precedían a finales de los cincuenta a lo que luego en los sesenta sería la eclosión de otros movimientos, el siempre complejo y taimado John Ford se apoyó en una novela escrita por James Warner Bellah (del que ya había tomado inspiración para otras películas suyas) que le sirvió además como guionista junto a Willis Goldbeck para presentar una historia en la que, como quien no quiere la cosa, aúna modélicamente cuestiones relativas al ejército profesional y al respeto debido a los derechos a las personas con independencia de su raza, y lo hace mediante un western típico en la forma pero atípico en la sustancia, que titulará Sergeant Rutledge, estrenado en 1960, en el que, aparte de sus peculiaridades, hay que observar, con el paso del tiempo y como curiosidad significativa, las diferentes formas con que la pieza fue presentada al público.
La trama de la película -desconozco la novela- presenta el curso de la investigación que en sede forense se realiza por un tribunal militar a fin de averiguar la responsabilidad de los actos imputados al Sargento de Primera Braxton Rutledge (Woody Strode, en el papel de su vida) acusado de violación y asesinato de una jovencita así como del asesinato del padre de ésta, además Comandante del puesto militar en el que Rutledge prestaba servicio de guardia una fatídica noche. A Rutledge le han asignado un defensor que resulta ser su inmediato superior, el Teniente Tom Cantrell (Jeffrey Hunter) que precisamente fue el que le detuvo tras perseguirle en su huída, al hallarle en una estación de tren en la que Rutledge, a medianoche, salva de los apaches a la joven Mary (Constance Towers).
Ford, sin nada que demostrar a esas alturas del siglo, dirige con su elegancia habitual esa película, híbrido de varios géneros, sin fallarle el pulso en ningún momento: la vista judicial con la intensidad y los ardides legales de los debates entre acusación y defensa la lleva Ford a su terreno incluyendo no pocas chanzas a cuenta del Coronel Fosgate enfrentado a su pizpireta, respondona y chafardera esposa acompañada de una cohorte de damiselas ávidas de la escabrosidad de la materia objeto del juicio, respaldadas por un séquito de ciudadanos que, cuerda en ristre, desean linchar a ese negro asesino: ¡todos a la calle! y empecemos a conocer la historia por medio de diversos flashbacks por los que conoceremos los recuerdos de diferentes personas.
Pero a diferencia de otras películas en las que vemos el mismo hecho relatado por diferentes espectadores, Ford nos presenta el curso de los acontecimientos ocurridos antes y después de la violación y los asesinatos, pero no los actos en sí mismos: conocemos la personalidad del acusado, de ese Sargento Rutledge al que nadie, salvo el acusador, cree capaz de haber realizado los atroces crímenes de los que es acusado.
Vista la película con tranquilidad se observa que a pesar de estar construida la narración mediante la memoria personal de los intervinientes, ninguno de ellos se detiene apenas en la figura de las víctimas: de la jovencita tenemos apenas unos detalles y de su padre simplemente un esbozo, permaneciendo ambos en un anonimato que no interfiera en los elementos que a Ford interesa enaltecer: el estamento militar como núcleo de servicio y vida en común y la adhesión entre sus miembros por encima de la cuestión racial que será invocada únicamente por el acusador llegado de fuera sobre el que recaerán toda clase de faltas de simpatía; retirada la importancia de la víctima por su ausencia, la sospecha que recae sobre el acusado será confrontada no en base a sus motivaciones sino en base a su propia personalidad.
En esa descripción del personaje Ford realiza una parábola laudatoria con el soldado profesional ya que el recto y disciplinado proceder de Rutledge se mantiene incluso cuando se halla preso, recordando a sus carceleros sus obligaciones como tales y por momentos incluso el Coronel Fosgate llama la atención al acusador por injuriar la buena fama como soldado del acusado y de algunos testigos, reclamando el honor de la clase militar por encima de las posibles veleidades individuales de sus componentes, por muy acusados que sean, que ya serán ajusticiados si llega el caso de demostrarse su culpabilidad.
Ese Rutledge es para sus subordinados, negros como él, la imagen a seguir y sus consejos sabios no permiten que olviden que su condición racial no les permite jugar las mismas oportunidades y es consciente que, por su color, le será más difícil demostrar su inocencia; sus compañeros, animándole, le cantan una vieja canción castrense que hace referencia a un soldado mitológico, llamado por los apaches Capitán Búfalo, el mejor entre todos.
No será mitología lo que use Ford para aliviar la acusación que recae sobre Rutledge: será la conciencia de Fosgate y de Cantrell que se esmeran en saber la verdad por encima del color de la piel del acusado, al que contemplan más como un compañero de armas.
No descuida Ford ni por un momento a su público, el que buscará afanosamente grandes espacios y situaciones de riesgo y peligro fronterizos con la inevitable participación de los indígenas nuevamente rebeldes, excusa en esta ocasión, como en tantas otras, para enaltecer los sentimientos de camaradería y amistad de la soldadesca compañía en la que participan todos, una unión vital para la subsistencia, una fuerza que les une más allá de otra consideración, una piña, una voluntad expresada que deplora la realidad de los reglamentos, hasta que emerge Rutledge y pone orden, poniendo a los soldados los pies en el suelo y los suyos en polvorosa.
Porque Rutledge es un buen soldado: pero sabe que es negro, y no se fía mucho de lo que vaya a aprobar un tribunal compuesto por blancos: por eso huye.
Y además, porque tiene las manos ensangrentadas...
Ford aprovecha al máximo la espléndida figura de Woody Strode, atleta de decatlón en su juventud y luego profesional del deporte que en su madurez mantenía una presencia imponente, pétrea, y le retrata casi siempre de abajo arriba, en contra-picado, enalteciendo aún más la figura del protagonista real de una película que, considerada menor en la fabulosa filmografía de John Ford, reviste, como se ha apuntado, una complejidad no muy frecuente en el género del western, al punto que entre nosotros, por ejemplo, se tituló como El Sargento Negro, enfatizando la cuestión racial por encima de cualquier otra, mientras que en Francia, como se ha podido ver en el otro cartel, la inclinación por la cuestión mitológica es la preferencia, indicando una mayor consideración en la figura del que realmente es el protagonista, mal que en todos los carteles publicitarios Woody Strode se vea equívoca e injustificadamente relegado a un lugar secundario.
No deja de ser curioso que incluso la publicidad previa al estreno de la película en los Estados Unidos incidía mucho más en su condición de película de suspense que en tratarse de "otro western" de John Ford, y, recordando que el año era 1960, tampoco se hacía, por descontado, ninguna mención, por mínima que fuera, a la cuestión racial, que en aquellos momentos era un caldo de cultivo de problemas en las calles de muchas ciudades; el paso del tiempo y el alejamiento de esos problemas de la época, substituidos por otros, permite contemplar sin trabas culturales esa pieza que John Ford rodó y montó de forma ejemplar alrededor de uno de sus mejores amigos, una buena película que ningún cinéfilo debería ignorar y que merece un buen repaso en pantalla panorámica.
La semana pasada nos deteníamos en esta divertida película de Blake Edwards y nos solazábamos con una muy dulce batalla de pasteles, comprobando que, con pocas palabras, Blake sabía entretener al personal.
Hoy, aprovechando el generoso metraje de la película, largo y fecundo, nos detendremos, si les place, en un número musical protagonizado por la gran secundaria Dorothy Provine cantando, para todos, He Shouldn't-a, Hadn't-a, Oughtn't-a Swang On Me
Y para que nadie se queje porque se le haya privado de ver la burlesca pelea de saloon que sigue a continuación, veamos como Blake Edwards también sabe dirigir con gracia lo mil veces visto, una de garrotazos de aúpa
Esta entrada estaba preparada desde hace más de una semana y, consternado todavía, me veo obligado a comunicar que sirve, también, como sencillo homenaje a la figura de Blake Edwards, recién fallecido. Descanse en paz.
El otro día estaba leyendo retazos de una entrevista en una de esas publicaciones digitales que en idioma inglés se dedican a bombardearnos con noticias de la industria cinematográfica y me quedé sorprendido cuando un actor de reconocido prestigio como Billy Bob Thornton venía a decir que las películas actuales son lo peor de lo peor y aunque evidentemente una opinión no debe imponerse sin más sobre cualquier otra y seguro que hallaríamos a muchísimos colegas del amigo Billy que jurarían sin empacho hallarse viviendo en el mejor Hollywood de toda su existencia.
Esto únicamente demuestra que no hay unanimidad lo cual, a mi modo de ver, siempre es positivo. Puede parecer que ando buscando excusa o argumentos para lo que va a seguir pero seguro que quienes no se detienen por primera vez en este sitio saben que me resulta difícil quedarme callado cuando algo no me ha gustado, por mucho que me sitúe contra la corriente general.
Viene a cuento todo este preludio porque dando un vistazo a la filmografía de Leonardo Di Caprio constato que desde el año 2002 ha estrenado nueve películas de las que he visto hasta ahora seis, lo cual no es un mal promedio: lo malo es que, de las seis, únicamente dos me han gustado, y fueron las dos primeras, Gangs of New York y Atrápame si puedes. Y me consta que a mucha gente la primera no les gusta: pero eso es tema para otro momento.
Este mismo año ya comenté aquí la penúltima película de Di Caprio que como consta no me gustó, y tampoco llegué a publicar nada respecto a Red de Mentiras que me pareció un truño infumable en la estela de los imitadores de Syriana y ahora, pasado el tiempo, me doy cuenta que el afamado actor
, en mi opinión claramente sobrevalorado, parece dedicarse a interpretar personajes claramente ininteligibles por la pobreza de los guiones en los que se desarrollan sus vicisitudes.
Porque las noticias publicitarias, el martilleo habitual de la mercadotecnia de la industria cinematográfica, esa que está pasando graves dificultades económicas, ahora mismo y desde hace unas pocas semanas se dedica a recordar, con motivo de la edición del dvd. las supuestas bondades de la película estrenada en España este mismo verano, Origen (Inception) que, como es de ver en el enlace, ha conseguido más de 250 mil votos que le proporcionan una nota media de 9 sobre diez, lo que me sitúa claramente en inferioridad de condiciones: soy un "outsider", papá.....
La película, dirigida por el sobrevalorado Christopher Nolan es de nuevo un ejercicio de "Juan Palomo" al que Nolan nos tiene habituados desde que con Memento obtuvo un éxito un pelín excesivo.
La sinopsis publicada en los medios de Origen no puede ser más simple: Cobb (Di Caprio) es un especialista en averiguar datos ocultos en las mentes de las gentes a través de una técnica que implica invasión en el subconsciente del sujeto y un buen día recibe el encargo de proceder a implantar una idea.
Sobre esta base que se presta a formular propuestas interesantísimas propias del más añejo mundo de la ciencia ficción en el que la fantasía sirve para situar en la palestra cuestiones a debatir en el presente como si pertenecieran al futuro obteniendo una lejanía que permita mayor objetividad, Nolan se dedica a proponer juegos mentales que discurren en el mundo de los sueños pero con una sujeción a la lógica que resta toda verosimilitud a la propuesta quedando en un mero thriller con ínfulas metafísicas que se alarga de forma inmisericorde sin alcanzar a sugestionar al respetable ni a motivar, producir y ni siquiera sugerir la más mínima empatía con los personajes que deambulan en la pantalla de un nivel onírico a otro en una ensoñación paupérrima de inteligencia y pródiga en efectos especiales.
Porque en esta ocasión Nolan se ha asegurado que en la próxima ceremonia de entrega de galardones por lo menos uno se lo van a dar: los efectos especiales son fantásticos, originales y muy bien realizados.
La lástima es que, de nuevo, Nolan, pese a tener a su disposición una buena plantilla de intérpretes, no les ofrece otra cosa que movimientos y acciones y unas frases huecas de sentido y sentimientos que comportan una cierta desorientación evidente que merma el interés de la trama y destroza el ritmo interno de la narración.
El guión perpetrado por Nolan tiene muchas lecturas y a muchos niveles, ciertamente, y uno podría estar haciendo cábalas sobre el significado profundo de lo que se ve en pantalla; buscando un cartel para ilustrar la entradilla, hallé estos comentarios que me parecen una sesuda disección relativa al supuesto significado de la película, que no digo que no sea así, pero aparte de las supuestas intenciones del guión en una película debe haber un relato cinematográfico, una forma de escribir con la cámara, de contar la historia, y es ahí donde Nolan, una vez más, falla estrepitosamente, porque su caligrafía es reiterativa, pesada y aburrida.
Y además, no sabe usar las tijeras: 148 minutos son excesivos para estar dando vueltas y vueltas a lo mismo y acabar dejando la incógnita sin aclarar, o eso quiere parecer, porque en mi opinión está clarísimo, aceptada que ha sido la lógica del relato presentado y las imágenes que se nos ofrecen; y para ese viaje, amigo Nolan, sobran las alforjas. sobre todo si entendemos que el mundo de los sueños ya ha sido tratado en el cine anteriormente y, mira lo que te digo, incluso en la sobre valorada Matrix, con algunos añitos a cuestas, el guión estaba mejor construido, porque la innovación correspondiente al enorme potencial de la mente humana en Origen tan sólo tiene una escena acorde con el mismo.
Una película espectacular pues, en la que Nolan demuestra ser capaz de rodar escenas inimaginables con el peor de los pulsos posibles sobre un guión complicado en apariencia que puede dar lugar a disquisiciones de todo tipo, pero en definitiva una historia que no consigue levantar el interés en sí misma, ofrecida por un buen director de efectos especiales que se ha perdido en ellos olvidando que el discurso cinematográfico que permanece en la memoria es el más simple y efectivo: una película no es un número de circo, aunque un cuarto de millón de personas así lo piense.
Que Blake Edwards ha sido siempre un ferviente admirador del slapstick no es ningún secreto para el cinéfilo que ha podido degustar en más de una ocasión, en películas de Edwards, escenas en las que la acción milimetrada no requiere de frases ni diálogos para obtener el efecto deseado, usualmente partir el pecho de la risa del espectador.
Aunque parezca fácil conseguir un resultado brillante siempre en situaciones cómicas e hilarantes en su propio discurso, un repasito tranquilo permite comprobar que la planificación no es tan simple como a primera vista parece: que lo dulce no resulte empalagoso también tiene su misterio y creo interesante poder abstraerse de la narración del todo para detenerse en un momento especial:
¿A que además, se han dado cuenta del importante refuerzo que para la escena supone la estupenda banda sonora?
La semana pasada me quedé un tanto sorprendido al comprobar cómo ninguno de los cinéfilos que extienden su amabilidad a dejar comentario a mis notas hizo referencia a una versión más moderna de la misma novela que sustentaba la película A Quemarropa, la citada The Hunter, y digo versión con toda la intención del mundo ya que deploro el mal uso del refrito (peor todavía "remake") cuando se trata de versiones de una obra escrita anterior, porque entiendo que el refrito tan sólo se puede usar al señalar a una película que se basa en otra anterior que, a su vez, se basa en un guión original, es decir, que carece de fuente literaria previa.
La sorpresa mía será más entendible si concreto mediante el dato constatable de la existencia de una película estrenada en 1999 bajo el título de Payback protagonizada por el siempre famoso Mel Gibson, entonces en la cresta de la ola cinematográfica más popular.
La película, dirigida por Brian Helgeland representa su primera incursión como director en el cine, aunque tenía una experiencia en la televisión, pero por otro lado acababa de conseguir un Oscar por su trabajo como co-guionista en L.A. Confidential cuando consiguió que le dejaran dirigir el guión que él mismo había escrito basándose en la célebre novela de Donald E. Westlake.
Resulta curioso que tanto la versión de 1967 como la de 1999 hayan sido, ambas, la ópera prima de su director: aunque aquí se acaban las coincidencias y las semejanzas, porque esta versión más moderna carece de la fuerza de la anterior, tanto por su planteamiento como por la potencia de su protagonista, aunque tampoco diría que se trata de una mala película, sin que llegue a sobresalir de la medianía de su época, finales del siglo pasado.
Pero más curioso es que como resultado de mis desvelos por informarme preparando la reseña de la semana pasada, descubriera que hace tan sólo cuatro años, en 2006, apareciera en el mercado un dvd "Edición especial" con la versión de 1999 y aportando una nueva versión, titulada Payback: Straight Up - The Director's Cut. Recuerdo que Payback la vi en el cine en 1999, pero la posibilidad de contentar el gusanillo cinéfilo que empezó a roerme por dentro no la pude satisfacer hasta hace unos pocos días y ha valido la pena por varios motivos:
Primero, porque repasar en apenas quince días la versión de 1967, luego la de 1999 y al fin la de 2006, por su orden cronológico de estreno, es una gozada cinéfila que consiste primordialmente en comprobar el distinto enfoque de una misma historia.
Segundo, porque la forzosa comparación entre la película de 1999 y la de 2006 carece de la falta de congruencia que podemos alegar en la comparativa entre la de 1967 y la de 1999 (ó 2006) porque todos sus elementos son distintos, ya que ambas películas separadas en su presentación por tan sólo siete años, se basan en el mismo guión y han sido dirigidas por el mismo director.
¿Seguro?
No.
Eso es cierto sólo a medias. Porque la realidad es que en 1999 Brian Helgeland fue despachado por los productores con la colaboración de la estrella Mel Gibson que al ver el copión se quedaron absolutamente anonadados al contemplar en los primeros minutos del metraje cómo el personaje encarnado por Mel Gibson, el hampón aquí llamado Porter, le pegaba una buena paliza a su ex-mujer; el hecho que en esta versión es la mujer la que le pega a Porter dos tiros en la espalda no se consideró justificativo del atropello.
Así que Gibson y los productores encargaron a Terry Hayes la confección de nuevas líneas argumentales y diálogos y recabaron la intervención de John Myhre, que no es director de cine, si no director artístico, para que rodara las nuevas escenas ideadas por Hayes evidentemente inspirado por Mel Gibson ya bastante narcisista a estas alturas, incorporando una voz en off y la inexistente secuencia de tortura del protagonista para complacer determinados aspectos de mercadotecnia que acabarían modificando la identificación del hampón ideado por Richard Stark.
Supongo que la posibilidad de ganar más dinero fue la que al cabo de siete años promovió el reencuentro de Brian Helgeland con la productora y se le permitió recoger los trozos desechados -no todos, al parecer- y montar con Kevin Stitt (montador de ambas versiones) la que es de hecho la original, la obra fruto del talento -poco o mucho- del director.
Y he de decir que, sin ser tampoco una gran película, la que pertenece enteramente a Brian Helgeland me parece mucho mejor que la que se acabó rodando a trompicones y se estrenó en los cines.
Helgeland cuenta lo mismo con casi quince minutos menos y la violencia del relato es más seca y efectiva y, aunque sigue teniendo algún que otro fallo, la resolución, muy distinta, es más apropiada a la aventura del tipo protagonista que ya conocemos.
Si serán distintas ambas versiones que incluso, como habrán visto, en IMDB tienen fichas por separado y aunque su calidad intrínseca no sea tampoco notable en mi opinión bien merece la pena dar un vistazo al conjunto pues del repasito se podrán extraer conclusiones jugosas que indudablemente encabezaría con la confirmación que el director es el máximo responsable de una película y hay que dejarle que mande, porque suele ser el que tiene la mejor visión de conjunto.
Aunque sea un primerizo, como en este caso.
Deberían tomar buena nota esos productores de pacotilla y esas estrellas efímeras, fugaces, fruto más de la fama que del talento y el trabajo.
Estos fríos días de otoño ya próximos a desaparecer todavía se revisten de ocres en la hojarasca callejera y la humedad impregna hasta las luces de las farolas que marcan el camino de vuelta a casa y apetece una melodía que acaricie los tímpanos y embalsame el ánimo.
Nada mejor que un dulce saxo jugueteando con el pentagrama y quien más hábil y ligero que el compañero de tantos conciertos memorables, siempre dispuesto a sorprender y emocionar, el dueño de un saxo alto irrepetible, Johnny Hodges que triunfó por todo el mundo viajando con el genial Duke Ellington y su orquesta que se enorgullecía anunciándolo, por ejemplo, para interpretar Things Ain't What They Used to Be, demostrando el maestro Hodges una humildad excesiva al ejecutar de forma tan brillante el tema.
Claro que los aficionados al jazz ya sabían lo que podían esperar del gran saxofonista que se constituyó en una de las piezas más significativas de ésa orquesta, en mi opinión la más grande de todas las que se dedicaron al jazz, como puede comprobarse en su versión del celebérrimo tema On the Sunny Side of the Street
Lo cierto es que cualquier excusa es buena, sea otoño, invierno, primavera o verano, para poder degustar el arte de tan excelente músico que triunfó a mediados del siglo pasado dejando clara impronta en muchos de los músicos que le siguieron, e incluso en sus coetáneos, como el enorme Ben Webster, gran amigo y admirador suyo, que no puede contener unas lágrimas de homenaje a su amigo y mentor cuando, en medio de un concierto en Copenhague le dieron la noticia del fallecimiento de Hodges.
No cerremos esta nota de forma triste: alegrémonos porque por suerte, la forma de tocar de Johnny Hodges, su arte, lo que era su vida, todavía podemos disfrutarlo hoy : Black Butterfly
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