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dimarts, 31 de desembre del 2019

La maquina de los deseos



Apenas dos años después del estreno de la película firmada por Andrei Tarkovsi los dos hermanos Strugatsky, Boris y Arkadi recibieron no pocas solicitudes cuando no presiones para que publicaran el guión que habían escrito juntamente con el director de cine.


Quizás para evitarse problemas de derechos o por lo menos discusiones derivadas de la forma con que Tarkovski apreciaba su propia obra, los hermanos escritores cedieron a las súplicas de la editorial de una revista de ciencia ficción rusa y en 1981 apareció una versión del guión, aclarando oportunamente que se trataba de uno de los primeros borradores confeccionados a partir de su ya entonces célebre novela.

Se trata de una narración corta, menos de cien páginas, titulada La máquina de los deseos en su traducción de 1984 para el público hispanohablante que a su vez apareció en una revista de ciencia ficción y que no es muy fácil de encontrar, que digamos, pero que tiene considerable interés tanto para el cinéfilo deseoso de disponer de más datos respecto a la película como para el aficionado a la ciencia ficción clásica pues una vez más los hermanos Strugatsky demuestran dominar la narración y saben enganchar la atención del lector que, consciente de la brevedad física del texto, probablemente no lo abandone desde que ya lo haya empezado.

Aún en el caso que se haya visto la película el interés no decrece y por otra parte ayuda en cierto modo a reafirmar el entendimiento que el espectador haya podido aventurar del mensaje que el director ruso ofrece visualmente, a pesar que hay en este guión conceptos y detalles que fueron desechados por Tarkovski, quizás limando aristas en busca de un concepto más abstracto y más visual.

En esta narración hay ecos de la novela base contados de forma que quien no la conozca también disponga de elementos que le sitúen en una sociedad distópica en un escenario que permite el desarrollo de las cuestiones filosóficas que están apuntadas de forma subterránea en la novela y mucho más evidente en la película; de hecho, los autores se preguntaban si acaso partiendo de este guión acaso no podría rodarse una nueva película, parecida pero distinta a la famosa Stalker. Una idea servida ya en 1981 y que como todo cinéfilo sabe, ha sido desestimada hasta el momento por una industria tan aficionada a los refritos. Curioso.

Recomendaría su búsqueda en internet porque aparte de ser una curiosidad que completa el conjunto, por sí misma amerita el esfuerzo.

Y ya que estamos en vigilia de un año nuevo y tenemos a la vista algunos momentos de asueto, dejo como obsequio de fin de año (y esperemos que dure lo bastante) un enlace a la película que ya comentamos con subtítulos en español, por si hay interés en verla:



¡Feliz Año Nuevo!






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diumenge, 29 de desembre del 2019

Stalker




Siete años después de publicada la novela escrita por los hermanos Strugatski el cineasta ruso Andrei Tarkovsky se acercó una vez más al universo literario de la ciencia ficción (ya lo había hecho en 1972 con Solaris, inspirada en la novela de Stanislaw Lem) para recrear su particular universo siempre negando que su interés residiera en absoluto en la ciencia ficción como género, buscando una trascendencia espiritual desacostumbrada en la filmografía de los años setenta del siglo pasado y más aún, si cabe, en la que provenía de la Unión Soviética.

Recabando de inicio la colaboración de los hermanos novelistas para pergeñar un guión ajustado a sus particulares necesidades Tarkovsky, con todo el derecho del mundo, desestima desde el primer momento usar toda la novela y se centra únicamente en la presentación del escenario y en el último episodio pero abandonando los personajes con lo cual forzó a los autores originales a reescribir su idea básica y por lo que hemos llegado a saber por lo menos en cuatro ocasiones se rehizo el guión en el que el propio Tarkovsy participó llegando a personalizarlo de tal modo a su forma de sentir y pensar que incluyó poemas de su padre Arseni Tarkovsky entre otros y con ello ya resulta claro que no hallamos en absoluto una película de ciencia ficción con más o menos acción trepidante y efectos especiales sino justamente todo lo contrario: en su película Stalker se nos ofrece un remanso de imágenes que adquieren más fuerza en sucesivos visionados al mostrar el simbolismo casi críptico que el autor sostiene como forma de comunicar sus inquietudes a un público que forzosamente deberá dejar fuera de la sala toda clase de prejuicios e ideas preconcebidas porque se va a encontrar con algo inesperado.

La propia elección del título centra la atención en el personaje que, heredero del Redrick Schuhart novelesco, mantiene alguno de sus rasgos como inadaptado social pero los destila al punto de permanecer como un "stalker", una especie de guía acechador que vigila y escudriña las personas que le contratan para viajar hasta la habitación donde los deseos se convierten en realidad: una especie de gurú, un personaje semi místico que con una simpleza aparente actúa al mismo tiempo como examinador para saber si aquellos que dependen de él para llegar a la fuente mágica son merecedores de la oportunidad o no.

Si en diferentes ocasiones me he reafirmado en mi opinión que salvo la presencia de productores de primerísima línea siempre es el director el máximo y último responsable de una película, en este caso la cuestión suscita no poca polémica ya que en casi todos los aspectos la obsesión de Tarkovsy de salirse con la suya provoca que por ejemplo el nombre del reconocido director de fotografía Georgi Rerberg ni siquiera aparezca en los títulos de crédito a pesar que sus geniales hallazgos permitan crear una atmósfera más que sugerente en la película (hay un documental posterior, al parecer muy interesante, titulado Rerberg and Tarkovsky: The reverse Side of Stalker, dirigido por Igor Mayboroda, que da respuesta a ciertas manifestaciones de Tarkovsky en sus memorias) en la que los tonos sepia distinguen la realidad de lo que es "La Zona", lugar mágico donde nada es lo que parece y precisamente es allí donde los colores son más vivos, aunque no siempre: nos hallaremos ante un mundo visual muy potente: casi tan poderoso como pausado, porque Tarkovsky se toma todo el tiempo del mundo para filmar las secuencias, con una morosidad que no había visto en ninguna otra película salvo la anterior Solaris, en mi opinión no tan redonda como ésta, porque, como dijo el propio director, en Solaris todas las maquetas y artefactos propios de la Sci-fi llegan a distraer de lo que a él le importa.

Tarkovsky no tan sólo reduce la nómina de personajes sino que, además, les confiere carácter de arquetipo: el Stalker guiará a un "Escritor" y a un "Profesor" y mandará a casa a una mujer que pretendía apuntarse a un viaje que muy pronto percibimos como mucho más que iniciático, inscribiéndose por derecho propio en las clásicas narraciones que presentan un camino como forma de alterar una condición personal que empieza de una forma y acaba de otra aunque todo se nos cuente de forma sutil y como es el caso apoyándose en imágenes más que en palabras aunque éstas no faltan.

Pero la imaginería de Tarkovsky alcanza su punto álgido cuando los viajeros penetran en La Zona y lo primero que escuchamos es a Stalker exclamar, jubiloso:¡por fin en casa! y escaparse de sus dos acompañantes para tenderse en el suelo abrazando la maleza, casi lloroso de la emoción. A partir de ahí, nada es lo que aparenta y debemos estar atentos para hallar el significado de cada imagen que seguramente lo tiene porque Tarkovsky no filma de forma gratuíta ni mucho menos: no ha quedado muy claro el porqué, pero la película se filmó por lo menos en dos ocasiones, teóricamente porque no le gustaban al genial Tarkovsky las tomas geniales de Rerberg, aunque luego las repitió al detalle más nimio, pero ello no hace más que reforzar que nada hay que obedezca a la casualidad, lo que convierte esta película en una sucesión de escenas que en una visión te parecen excesivas y eliminables y en otra les hallas significados.

En Stalker Tarkovsky se emplea a fondo para mostrar una de sus preocupaciones: la desidia con que la sociedad del siglo XX contempla la espiritualidad, la falta de interés de la humanidad por su propia alma y la presencia adormecedora de los intereses materiales que embrutecen el espíritu y cabe decir que no apunta ni siquiera al consumismo occidental de aquella época ni mucho menos, por descontado, a lo que ahora rige en esta época de globalización mercantilista que Tarkovsky, fallecido en 1986 a la temprana edad de 54 años, ni siquiera pudo llegar a imaginar. El simplón Stalker se manifiesta feliz dentro de La Zona porque allí tiene todo lo que necesita y nada de ello es de carácter material, porque vemos que el escenario es poco más que un vertedero esperpéntico en apariencia, porque él ve lo que a nosotros nos pasa desapercibido: el siente una presencia, una fuerza espiritual que el Profesor y el Escritor aprenden a percibir cuando se ven en el trance de su vida y Tarkovsky nos ha llevado con ellos al punto de darnos cuenta del mensaje que pretende comunicar. (Hay un vídeo en Vimeo muy interesante)

Es de reconocer que la propuesta de Tarkovsky en buena parte es deudora del excelente trabajo del terceto de actores que incorporan a los personajes principales, Aleksander Kaydanovsky, Anatoly Solonitsyn y Nicolay Grinko, así como las sugerentes composiciones musicales de Eduard Artemev y al departamento de sonidos dirigido por Vladimir Sharun: todos ellos contribuyen no poco a la magia de la pieza, tanto como el perro negro que aparecerá en La Zona y quedará ya para siempre unido al Stalker con un significado mítico y clásico de guía de su alma.

Lo que está fuera de discusión es que Stalker, guste o no, aburra mucho o poco, permanece como una muestra de cine puro, entendido el cine como el arte de comunicación de ideas y sentimientos a través de la imagen acompañada de textos y sonidos (ambos muy trabajados para completar la primera) y que con el defecto asumible de una lentitud extrema y un ritmo más moroso de lo habitual en pantallas se erige en una pieza imprescindible para cualquier cinéfilo que debería verla sin excusa.







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dilluns, 23 de desembre del 2019

Picnic junto al camino






¡Felicidad para todos, gratuíta, y que nadie quede insatisfecho!

De no ser por la afición a leer los antecedentes literarios de algunas películas y a pesar que entorno a 1970 leí considerables piezas de ciencia ficción, jamás hubiera tenido en mis manos la obra de los hermanos Strugatski (Arkadi, filólogo arabista de profesión y Boris, astrónomo) titulada Picnic junto al camino que apareció en 1972 y situó a esos dos curiosos hermanos en la cima no ya de los escritores rusos sino más aún en el top de los escritores de ciencia ficción clásica, ese género en el que los escritores se valen de la imaginación de un mundo inalcanzable para ajustar cuentas con el presente jugando con la metáfora al pergeñar tramas en que las alegorías trufan el camino de los aventureros que se nos presentan, no en vano la costumbre es disimular en relatos de acción críticas sociales.

El lector de hace ya casi cincuenta años estaba muy acostumbrado a considerar la ciencia ficción como un género serio en el que la doble lectura era moneda corriente del aficionado y no fue hasta la banalización derivada de ciertas películas que el género pasó a ser considerado por la multitud como algo meramente ruidoso y hueco de contenido de forma absolutamente injusta.

El arranque de Picnic junto al camino -también editada con el título Picnic extraterrestre- es desconcertante pero nos sitúa de inmediato en un mundo terráqueo que ha cambiado por causa de lo que llaman la Visitación, eufemismo destinado a recordar que un día el planeta Tierra fue visitado por una serie de naves extraterrestres que se aposentaron por un corto espacio de tiempo en diversos lugares y partieron dejando tras de sí lo que ahora denominan "zonas", lugares en los que la realidad ha quedado tergiversada, trastocadas sus leyes físicas conocidas y distorsionados los efectos que en la vida "normal" llegan a tener diversos artefactos que se hallan en esas "zonas", como si fueran un campo en el que se hubiera concertado una multitud para un festejo dejando tras de sí despojos, basura y objetos olvidados que para los extraterrestres podían significar poca cosa pero que para los terrestres eran verdaderas maravillas fruto de adelantos tecnológicos absolutamente inimaginables.

Los hermanos Strugatski sitúan una de esas zonas en el Canadá, país tan septentrional como la entonces Unión Soviética (U.R.R.S.) y nos narran en cuatro episodios las aventuras y desventuras del protagonista, un merodeador llamado Redrick Schuhart, desde sus veintitrés años hasta ya cumplidos los treinta y uno. Redrick es un merodeador, un tipo que se adentra en la zona para regresar con algún objeto ya conocido o quizás no y teóricamente lo hace con el beneplácito del Instituto Internacional de Culturas Extraterrestres que es en realidad la forma que tiene la administración de controlar la zona, dejarla al margen de cualquiera, acotarla, impedir la entrada y libre circulación y toma de conocimiento de lo que allí pueda haber que pronto sabremos tiene mucho peligro.

Redrick es un tipo que difícilmente se sujeta a las normas y va por libre y entre sus conocidos se cuentan lo mismo policías corruptos que funcionarios prevaricadores y poco a poco comprendemos que en torno a la zona hay un submundo de intereses y que la decisión de acotarla y prohibir su acceso no tiene su origen únicamente en el afán de preservar la integridad de los temerarios que irán a buscar maravillas y quizás nunca volverán a sus casas.

Los Strugatski tienen una forma de escribir que se lee de un tirón porque desarrollan la trama sin caídas de ritmo a pesar de algunas descripciones meticulosas que te sitúan en un mundo imaginario y para el lector de 1972 -y también para el que vivió aquella época y se acuerda de lo que salía en las noticias- de entrada hay una interpretación inmediata que empareja esa llamada zona, lugar en el que uno puede hacerse con las cosas más singulares, con el mundo occidental visto desde la URRS, no en vano el desarrollo tecnológico al que el ciudadano podía acceder fácilmente era amplio en el mundo occidental y muy escaso en la URRS y por añadidura los que vivían bajo el ordenamiento soviético tenían prohibido cruzar las fronteras y visitar Occidente, ni hablar, desde luego de comprar nada.

Sin embargo, quedarse en esa alegoría que denuncia el autoritarismo soviético para con sus ciudadanos sería limitar el discurso de los Strugatski que conforme va avanzando su novela plantean cuestiones más profundas y personales ejerciendo una nada velada crítica al consumismo: el protagonista, ese Redrick que vemos en cuatro momentos de una vida muy joven y sin embargo azarosa toma decisiones en las que la base es una consideración nada amable con la sociedad que le ha tocado vivir, un poco rozando los límites de lo legal y éticamente aceptable y será precisamente en el ansia de conseguir el premio mayor donde hallará un camino que muy astutamente los autores dejan abierto, casi inconcluso.

Con apenas poco más de trescientas páginas (según la edición, cerca de las cuatrocientas) los hermanos Strugatski construyen un universo semi distópico en el que se reconocen a primera vista señalamientos precisos a la sociedad en la que vivían los autores pero que en una relectura calmada el afortunado aficionado a a ciencia ficción de categoría hallará sin duda motivos suficientes para debatir por muchas y variadas cuestiones.

El éxito de la novela no pasó desapercibido al cineasta ruso Andréi Tarkovski, pero de eso ya hablaremos dentro de poco.







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