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divendres, 30 de desembre del 2011

Feliz Año Nuevo



Un gangster, Simon, prépare, avec son complice Charlot, ce qu'il qualifie de « premier hold-up psychologique de l'histoire du banditisme ». Juste à côté de la bijouterie Van Cleef & Arpels, sur la Croisette, à Cannes, se trouve la boutique d'une belle antiquaire Françoise qui attire le regard du malfrat.

Le cambrioleur et l'antiquaire s'éprennent l'un de l'autre. Il est sympathique mais sans raffinement, elle est cultivée et indépendante mais découvre au contact de Simon que la vanité de son milieu lui pèse, et qu'elle désire une histoire d'amour simple et franche. Le plan du hold-up que prépare longuement le cambrioleur est à peine plus sophistiqué que ses manœuvres de séduction.


Esta es la sinopsis que puede hallarse en las páginas francesas de la wiquipedia cuando uno busca información correspondiente a una película que el parisino Claude Lelouch dirigió a primeros de los setenta del siglo pasado.

Una película cuyo arranque se pudo ver -parcialmente cercenado, cierto- en el último acertijo de este año: imágenes correspondientes al famoso éxito de unos años antes, dramón romántico que es exhibido en un recinto penitenciario próximo a Paris en el año 1973 obteniendo una buena sarta de silbidos de la población reclusa, descontenta con el regalo navideño de su director de presidio.

Más afortunado ha sido Simon (Lino Ventura) que, con otros compañeros, obtiene un inusitado indulto parcial en forma de libertad provisional por buena conducta.

Simon se dirige raudo a su enorme apartamento en el que espera hallar a su amante Françoise (Françoise Fabian) y, al no hallarla, rememora las circunstancias en que la conoció.

Así se inicia La bonne année, película dirigida por Lelouch basándose en una historia pergeñada por él mismo y llevada a guión literario con la ayuda de Pierre Uytterhoeven para pulir los diálogos.

Esta es una película que precisa la absoluta colaboración del espectador que debe permanecer activo y atento para seguir el itinerario vital que la historia presenta en las relaciones entre tres personajes siendo el absoluto protagonista ese Simon que, como muy bien apunta la sinopsis de la wiqui francesa, aplica su inteligencia de bribón a todo cuanto en la vida hace.

No deseo contar apenas nada de la trama porque sus giros aún siendo hasta cierto punto previsibles, lo son porque la psicología de los personajes se dibuja certeramente por Lelouch que cuenta a un tiempo tres acciones muy diferentes y además se permite el lujo de expresar mediante la imagen los pensamientos y arrebatos del protagonista que en más de una ocasión controla su ira ante los inesperados obstáculos que su voluntad halla.

Para ello Lelouch se sirve del lenguaje cinematográfico más clásico subvirtiendo el modo de presentación del recurso que conocemos como "flashback" ya que, contra lo habitual, el presente temporal de la trama lo rueda en emulsión de blanco y negro y las acciones pertenecientes a un pasado remoto las rueda en color y además les concede un espacio de metraje desacostumbradamente largo con lo cual se puede asegurar que la película es en blanco y negro pero también en color.

Lelouch juega con el factor tiempo a su antojo y confiando en que el espectador, su espectador, sabrá seguirle gracias a la triquiñuela del aspecto formal y retuerce un punto más el esfuerzo requerido al hacer coincidir presente y pasado en la misma época del año, el período navideño comprendido entre poco antes de la Navidad y la Nochevieja, de ahí la idoneidad del título francés y el error doméstico consistente en titular en castellano como Una dama y un bribón que, sin dejar de ser aceptable, pierde consistencia.

Porque Lelouch con toda la intención resume la trama entre quince días del año, justamente esos quince días en que los buenos deseos de bondad se exprimen hasta la saciedad y son claramente aprovechados por intereses que ninguna conexión tienen con esa virtud; subyacente la actividad delictiva, sobrevuela la relación de profunda amistad entre Simon y su cómplice Charlot (Charles Gérard) y el naciente y progresivo enamoramiento entre Simon y Françoise, ésta una mujer de apreciable cultura y belleza, pletórica en una madurez que emboba al rufián así la ve, quedando irremediablemente prendado de ella.

Simon es un solitario que vive a salto de mata y al límite y ella es una mujer con dos divorcios a cuestas, desengañada de amoríos pero necesitada de amor, del amor de un hombre recio, como le confiesa a Simon, en parte sorprendido y encantado: ella es una mujer fuerte y decidida que no se arredra ante la adversidad y sabe cómo aguantar el paso del tiempo en una postura que, pasados tantos años, sigue pareciendo rompedora al llevar a la práctica las sesenteras teorías del amor libre sin tapujos ni medias verdades adoptando una postura que decididamente inhibe cualquier atisbo de oposición masculina.

Esta película que Lelouch empieza burlándose de sí mismo tiene pues un cierto aire de modestia masculina, quizás un guiño especial del director a alguien en particular, quizás una declaración abierta de la fortaleza femenina que sabe aguardar pasando el tiempo como mejor le place importándole un ardite todo, desde lo que pueda pensar el amante ocasional hasta lo que pueda pensar el amado que ha decidido será el custodio de su corazón, de su intimidad: su hombre.

Que ése hombre sea además lo que coloquialmente llamamos "un duro" y que ése carácter se vea demostrado por otra parte paralela de la misma película, relato preciso de un preparativo y una acción, es un añadido presentado con tal soltura, firmeza y eficacia por Lelouch, que muchos espectadores se quedarán con la sensación de no saber si han visto una película romántica o una película de atracos y esa duda, esa supuestamente forzada decisión a tomar, puede que cause una desazón en el espectador no avisado que permanecerá un punto decepcionado.

Pero será por su propia falta de imaginación, porque Lelouch ya ha proveído todos los datos necesarios para disfrutar, a un tiempo que se hace corto -pese a casi dos horas de metraje- dos tramas que no son paralelas porque discurren y se cruzan de forma coetánea e inexorable, debiendo rechazar, a invitación del director, la tentación de otorgar un género único a una pieza ya añeja que sigue manteniendo el interés, no siendo ajena ni mucho menos la excelente labor de esos tres intérpretes principales: Charles Gérard como Charlot demuestra finura en su composición de co-protagonista, más allá de ser un secundario, eficaz y necesario contrapunto de la estilizada presencia de Françoise Fabian como Françoise, esa mujer de poderosísima presencia, arrebatadora elegancia, dominando la cámara con su mirada, dando réplica oportuna a Lino Ventura que en su ambivalente actuación de bribón y enamorado demuestra una versatilidad provista de economía gestual que no puede más que ser aplaudida: hay que verlo sonreir y hablar con los ojos para sentir inmediata empatía por el personaje mal que sea un alegal y ello se debe al trabajo del autodidacta italiano que pasó de ser campeón de lucha greco romana a presencia inolvidable de las pantallas europeas del siglo pasado.

En definitiva, una pequeña joya a rescatar, una imperdible muestra del mejor cine galo, una película a ver y recomendar sin contar apenas nada de su trama, porque el placer de los giros -nada tramposos, por otra parte- de su guión bien merece, incluso, el esfuerzo de verla, como es natural, en versión original subtitulada.



p.d.: Acabaré como la película: ¡Feliz Año Nuevo!
















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dilluns, 26 de desembre del 2011

Examen de Cinefilia (parte LI)





Dado que ayer fue la Navidad y que hoy en mi tierra es fiesta tradicional me imbuiré de los buenos sentimientos que todos los medios de masa pretenden conculcarnos y, siguiendo la más rancia tradición, cambiaré la costumbre de publicar el último viernes del mes el acertijo conocido como examen de cinefilia.

O sea, que lo adelanto a hoy, lunes.

Porque me ha parecido que despedir el año con semejante atrocidad entradilla podría resultar poco agradable, así que, si les parece, mientras yo sigo celebrando las tradiciones, ustedes pueden dar rienda suelta a su neurona cinéfila, hasta conseguir averiguar el título de una película.




Y para que conste y sea recordada mi buena disposición en estos días repletos de buenos deseos, hoy adelantaré no una, sino cinco pistas, y no habrá puntuación.

¿Preparados? Tomen lápiz, papel, y apunten bien los datos:

Pista nº1
Es una película rodada en blanco y negro.


Pista nº2
La anterior pista despista: es una película rodada en color.


Pista nº3
Es una película romántica, con escenas de amor bellas.


Pista nº4
¿Romántica? Venga ya: lo que pasa es que es una película europea, rodada en el siglo pasado.


Pista nº5, el vídeo definitivo.




¡Uyuyuyuy! ¡Perdón! Ha sido un error... ahí va la verdadera pista



Esta vez creo que las pistas son clarísimas, vaya...

Como siempre, las respuestas por correo y ahí debajo, en el cajetín de quejas, digo de comentarios, lo que se les ocurra, sin levantar la liebre...


Una vez más, Abril en Paris con su perspicacia acreditada ha sabido averiguar el título de la película que constituía la clave del acertijo, además siendo la única acertante.
Justo es, pues, que se lleve el premio a la vencedora.
¡Enhorabuena, Milady!


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divendres, 23 de desembre del 2011

Mujeres bravas




Dejen que les de un poco la tabarra apartándome de las temáticas clásicas de estas fechas, aunque ello no signifique que no me apetezca desearles buenas fiestas: ¡Feliz Navidad!


El otro día andaba pensando una entradita y de repente afloró la sensación de extrañeza por un hecho que puede se deba a mi ignorancia y me ha parecido que, en estos días de bondadosas intenciones, si lo presento medianamente bien, no se reirán y puede que incluso aclaremos conceptos.

Me refiero a la presencia femenina en el cine como reflejo de la sociedad y mi neurona lleva ya unos días alborotada intentando interpretar esa presencia en términos inteligibles: hagamos un poquito de historia, forzosamente subjetiva ya que se basa en mis propios recuerdos, con lo que las ausencias pueden ser clamorosas y ahí es donde puede colocarse la primera pica.

Hace ya medio siglo, en 1961, aparecía en el cine el personaje de la entrometida y clarividente Miss Marple, interpretada por la memorable Margaret Rutherford, en la traslación a la pantalla grande de la novela El tren de las 4,50.

Miss Marple, como todos saben, es una viejecita entrañable, capaz de observar sin pestañear los más horrendos crímenes fruto de los malos instintos de las personas, y es una mujer solitaria que no teme a nada: su arma es su tenacidad y constancia para satisfacer su curiosidad por saber la verdad. El éxito de esa primera película promovió otras adaptaciones al cine del mismo personaje, hasta un total de cinco ocasiones.

Dejando aparte contadas películas en las que las mujeres son realmente las protagonistas y no siempre en todos los casos, salvo que mi memoria falle estrepitosamente el porcentaje de mujeres que en una trama alcancen no ya preponderancia sino incluso posición dominante con respecto a los varones no alcanza dos dígitos.

Hagan memoria: ¿Ripley? Vale. ¿Otra?

En la televisión, abarcando un período de casi cuarenta años, me parece observar una interesante evolución que no percibo en el cine:

A mediados de los setenta (1976) aparecen los Ángeles de Charlie que se pueden entender como un inicio que perpetúa el rol machista de la mujer: mujeres bellas más o menos preparadas para historietas en las que lucir el palmito, cumplidoras de una misión que, semanalmente, les ordenaba un desconocido varón de sugestiva pero rotunda voz. Una serie que, incluso en aquella época, me chocaba por el éxito alcanzado en una sociedad que empezaba a despojarse de costumbres carpetovetónicas mientras escuchaba voces femeninas reclamando más igualdad.

A primeros de los ochenta (1981) hace su aparición la versión femenina de las típicas historietas de colegas: Cagney and Lacey eran dos policías en una gran ciudad que de alguna forma se apoyaban entre sí frente a las miradas condescendientes de sus compañeros de trabajo, una representación del papel cada vez más importante de las féminas en el mundo real, pero seguían a las órdenes de un jefe que las protegía y las controlaba a un tiempo: no obstante, sus actitudes eran, por decirlo de alguna forma, asexuadas, ya que pegaban tiros y largaban mamporros con la misma decisión que sus compañeros varones.

En esa misma época (1982) aparece Laura Holt, una decidida, capaz y muy inteligente mujer que harta de comprobar las dificultades que por su condición femenina se encuentra para desarrollar su vocación detectivesca, opta por contratar un hombre de paja para que dé la cara frente a sus clientes: Remington Steele es una peculiar agencia de detectives en la que la supuesta ayudante es el cerebro y además es la que manda: supongo que al colectivo feminista no le hizo mucha gracia esa actitud sumisa en exceso pero para cualquier espectador estaba muy clarito que ella era la jefa.

A mediados de los ochenta (1984) aparece el fenómeno de Jessica Fletcher


(Murder she wrote) una especie de reencarnación de Miss Marple a la americana, una mujer solitaria que no necesita de varón para llevar adelante sus pesquisas; inmediatamente, en 1986, la verdadera Mis Marple apareció en la tele británica y de allí ya no se ha movido, siendo Joan Hickson
una de sus más celebradas intérpretes.

A primeros de los noventa, (1991) aparece en la televisión británica la inspectora Jane Tennison (Prime Suspect) una policía obsesionada con su trabajo que se abre sitio en la policía de Scotland Yard irrumpiendo con fuerza reclamando ser algo más que un lindo florero situado en el escalafón para acallar voces que reclaman la participación de la mujer: su decisión, su carácter, su inteligencia, la sitúan al frente de un grupo de detectives, todos varones, que desde el primer momento la miran con desdén pero acabarán a sus órdenes encantados: sus aventuras, al estilo británico, se desarrollan desde 1991 hasta 2006, en diferentes episodios de larga duración y desarrollo, más telefilmes que seriales.

Una década más tarde, en 2001, aparece la Dra. Jordan Cavanaugh
(Crossing Jordan) una forense de armas tomar que no se achanta ante nada ni ante nadie, manteniendo una independencia ilustrada sobre sus compañeros que la siguen forzosamente a distancia: por fin, la mujer despega con su talento natural sin ataduras y vemos en pantalla un personaje que ya hace tiempo existe en la vida real: una profesional muy competente frente a un equipo multidisciplinar.

En la misma tónica se presenta, unos años más tarde (2005) y como recogiendo el testigo, la Dra. Temperance "Huesos" Brenan (Bones) que perpetúa con sus enormes habilidades de científica su influencia sobre el desarrollo de los casos criminales que conoce. En ambos casos, a los varones se les suele reservar la acción pura y dura, la fuerza bruta proveniente del músculo las más de las ocasiones.

Coetánea, aparece en 2005 Brenda Lee Johnson
(The Closer) que ya no es simplemente una inspectora: es una Subjefa de la policía que va muy por libre y que si bien en sus inicios debe luchar para convencer a todos los varones a sus órdenes de su capacidad de mando, su firme carácter y sus habilidades la situarán muy por encima de sus compañeros, una protagonista indiscutible capaz de pelearse con todos, empezando por su inmediato superior: como la Tennison, una mujer entregada a su trabajo las veinticuatro horas del día, lo que proporcionará roces con su marido, aunque en este caso la relación se mantendrá y formará parte de las tramas, en plano de igualdad constante.

Esa integración de la mujer en tareas protagónicas policiales ya no es extraña en la televisión y prueba de ello es Sarah Lundt
(Forbrydelsen) que en 2007, hace cuatro años, triunfa en la televisión nórdica presentando a un tiempo una trama policial compleja y un personaje al frente de la investigación mientras su vida personal se ve afectada por su -una vez más- excesiva dedicación a la labor policial.

Todos habrán observado que en los carteles de las series, el personaje protagónico femenino aparece destacado en solitario, despejando dudas.

Por último, este año 2011 aparece una nueva pareja de colegas, Rizzoli & Isles en la que, treinta años más tarde, son dos mujeres las que se ocuparán de trabajar, codo con codo, para averiguar culpables, esclarecer casos criminales, y desarrollar sus vidas sin apagar sus móviles pendientes de una llamada, ya no tan solo observadas con total normalidad en sus funciones de jefa de detectives o forense sin que se oiga mención alguna a su condición femenina salvo que sea por incidentes de contenido sexual festivo, contemplado por la forense Isles como una necesidad fisiológica más, en una actitud que hubiera levantado alaridos treinta años antes.



Estas perlas aisladas me parecen representativas del avance de la presencia femenina en un género habitualmente masculino en el que la mujer aparece las más de las veces como simple decoración, objeto de deseo, si acaso maligna impulsora de pasiones nefandas, pero casi siempre sometida al varón y, o mucho me equivoco, o en el cine ése desarrollo está por llegar: incluso a la vista de la cartelera diría que hay un cierto inmovilismo y me sorprende no escuchar voces al respecto.

Su turno....








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dilluns, 19 de desembre del 2011

MM 57 Notting Hill




En esta edulcorada comedia con tintes británicos clásicos ideada como vehículo de lucimiento del actor del momento y la actriz indispensable, ambos dotados ya de una madurez suficiente para salir airosos del pasteleo emocional que representa esta respuesta inmediata a la más que ñoña comedia del año anterior, 1998, horroroso refrito de un clásico, en esta película, digo, protagonizada en 1999 por el inefable Hugh Grant y la entonces reina de la taquilla Julia Roberts, un producto con vocación claramente comercial desde el primer instante, hallamos una buena versión de una canción que únicamente los más veteranos podrán identificar sin dificultad.



El afortunadísimo Elvis Costello es el encargado de abrir y cerrar con la misma canción la película; Roger Mitchell aprovecha una dulce melodía sobre la que discurre una buena letra, que ni pintada para sus particulares fines de rematar una historia romántica con imágenes y sin palabras.



Por supuesto: la canción debe su fama al gran Charles Aznavour que la canta así




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divendres, 16 de desembre del 2011

MM 56 & TC (22) Midnight Cowboy





En esta secuencia inicial, como ocurre en alguna otra ocasión, los títulos de crédito ceden su interés ante una banda sonora que alcanza tintes míticos para quienes tuvimos la suerte de asistir a su estreno.

Diría que hoy me dedico a mí mismo la entradilla para poder solazarme una y otra vez escuchando esa enorme balada que nos introduce en una historia trágica que, si no fuera porque ya me ocupé de ella hace más de cuatro años le dedicaría con gusto cuatro líneas, tal es el imborrable recuerdo que me dejó lo que sigue a esa secuencia que hemos podido disfrutar de nuevo.



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dilluns, 12 de desembre del 2011

Diez negritos




Diez negritos se fueron a cenar.
Uno de ellos se asfixió y quedaron Nueve.
Nueve negritos trasnocharon mucho.
Uno de ellos no se pudo despertar y quedaron Ocho.
Ocho negritos viajaron por el Devon.
Uno de ellos se escapó y quedaron Siete.
Siete negritos cortaron leña con un hacha.
Uno se cortó en dos y quedaron Seis.
Seis negritos jugaron con una avispa.
A uno de ellos le picó y quedaron Cinco.
Cinco negritos estudiaron derecho.
Uno de ellos se doctoró y quedaron Cuatro.
Cuatro negritos fueron a nadar.
Uno de ellos se ahogó y quedaron Tres.
Tres negritos se pasearon por el Zoológico.
Un oso les atacó y quedaron Dos.
Dos negritos se sentaron a tomar el sol.
Uno de ellos se quemó y quedó nada más que Uno.
Un negrito se encontraba solo.
Y se ahorcó y no quedó...
¡Ninguno!



Cabe suponer que esa antigua poesía que ha sufrido varios vaivenes a lo largo de su existencia sirvió en su momento de inspiración a la popularísima Agatha Christie para escribir la que a la postre ha sido una de sus más famosas novelas: publicada en 1939 ha conocido muchísimas ediciones y se ha visto trasladada al teatro y también, cómo no, al cine: conocida en castellano como Diez Negritos como traducción del original Ten Litle Indians que también se tituló en inglés como Ten Little Niggers y que luego, en un descabellado principio -estamos a mitad del siglo pasado- de las esperpénticas teorías de lo políticamente correcto acabó por denominarse And Then Were None y con ése mismo título se conoció la primera versión cinematográfica dirigida por René Clair en 1945, sirviéndose de un guión ejecutado por Dudley Nichols que seguramente siguiendo instrucciones del propio René Clair ejerciendo como productor alteró el final novelístico por otro más acomodaticio y feliz.

Sin embargo, se mantienen en esta primera versión los principales rasgos de la novela de Christie: diez personas convivirán en una isla cercana a las costas de Devon: un islote llamado Negro, donde esos diez personajes, uno tras otro, aparecerán muertos, seguramente asesinados, sin que haya trazas de nadie más en el solitario peñasco rodeado de un mar embravecido a la espera que amaine y la barcaza que debe llevar suministros pueda comparecer acercando la única vía posible de huída del cómodo caserón que alberga una población a cada momento más exigua.





Si la temática suena conocida es porque de la misma se han ofrecido no pocas variantes en diversas ocasiones: en tres como inspiradas directamente en la novela, siendo ésta, la primera, la mejor de las tres en opinión de quien suscribe.

René Clair ya era un veterano en la industria cinematográfica estadounidense cuando afrontó para su propia productora la traslación de esa novela británica a la pantalla y tuvo el acierto de llamar a rebato un escogido grupo de firmes característicos de la época, actores secundarios que sin mayor esfuerzo representan perfectamente los diferentes caracteres unidos por un siniestro designio en un lugar aislado. Ese elenco, que podemos ver aquí aprovecha como acostumbraba sus escenas componiendo personajes ambivalentes no en vano muestran su temor de verse asesinados como apuntan posibilidades de ser quien paulatinamente va acabando con la vida de sus compañeros de estancia en ése lugar que, sin disponer de origen de condiciones claustrofóbicas, por los hechos que van aconteciendo se transforma de plácido lugar de quietud y sosiego en corredor de una muerte anunciada, callejón sin salida cuya tensión se incrementa conforme el número de sospechosos se va reduciendo a causa de la eliminación por fallecimiento nada natural de los compañeros huéspedes forzados, vigilados todos ellos por los atentos ojos de un ... ¡gato! que tiene todas las trazas de llegar a ser el único sobreviviente.

El anuncio de los crímenes que se imputan a los supuestos felices veraneantes mediante una voz desconocida, la existencia premonitoria de esa bandeja con los diez negritos conmemorativa de la canción, el seguimiento de las distintas formas de morir especificadas en los versos y la súbita e inexplicable desaparición de las figuritas conforme se van produciendo los asesinatos, son detalles que tan sólo un rigor excesivo constataría como trucos, porque pertenecen al ambiente recreado por la propia autora de la novela y Clair sabe realzarlos convenientemente para que no podamos olvidarlos: hay una evidente predeterminación, un cumplimiento de la maligna voluntad de alguien cuya identidad se mantiene oculta hasta el último momento, una persona que ha ideado una pérfida red de embustes para atraer a esa Isla del Negro a diez personas a fin que en ella hallen su muerte.

René Clair sabe mantener el tono y el ritmo apropiado a la narración que ofrece de forma pausada y tranquila huyendo de efectismos confiando en la buena labor de los intérpretes llamados a filas; quizás le falte energía para conseguir aprisionar completamente el ánimo del espectador que sin embargo en virtud de la trama ideada por Christie y del guión y diálogos de Nichols permanecerá atento al curso de los acontecimientos que se desarrollan con la rapidez y economía conceptual de la época: poco más de hora y media para contar la historia sin sustos ni sobresaltos, manteniendo el enigma sin que la tensión y el suspense hagan su aparición lo que deja un regusto de haber repasado un clásico que podría haber sido mejor en otras manos o quizás en las mismas pero durante más semanas de trabajo y más medios económicos a su alcance.

Recomendaría que primero se repasaran tranquilamente la película y después, con tiempo, se ocuparan de leer la novela.





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divendres, 9 de desembre del 2011

Otis



Hoy, nueve de diciembre, es el triste aniversario del fallecimiento de Otis Redding para quien esto escribe un verdadero fenómeno de la música popular del siglo pasado; no hay más que comprobar su discografía para constatar que se han publicado más álbumes post-mortem que en su efímera vida, pues un estúpido accidente de aviación se llevó al fantástico cantante y estupendo compositor a la tempranísima edad de ¡veintiséis años! entrando por derecho propio en la mitología de una generación que, de improviso, se vió huérfana de uno de sus más grandes artistas.





Seguramente muchos de los que por aquí posan su mirada ni siquiera hayan sabido de Otis más que tangencialmente y otros, más veteranos, quizá se hayan detenido con otro recordatorio, así que, si os parece, vamos a dar un vistazo a alguna buena canción interpretada como nadie más lo ha conseguido:

Canciones como la que sigue, derritieron no pocas almas...
I Been Loving You

La forma de cantar de Otis levantó pasiones en Europa el mismo año de su partida...
Try a Little Tenderness

Aún en un formato televisivo caduco, lo esencial sigue siendo de interés...
Pain in my heart

Una primeriza versión de un éxito mundial, aprobada fervorosamente por Mick:
Satisfaction

Qué pena que se muriera, porque ya no hay canciones así...
That's How Strong My Love Is

For Your Precious Love

Incluso los más populares del gospel se beneficiaron de excelentes versiones...
Amen

Parece un presagio, pero desde luego, sí que te recordamos, Otis...
Remember Me

Él no llegó a saber que su último éxito sería como un relámpago y que su revolución del género, que no llegó a cristalizar por su ausencia, dejó una huella perenne...
(Sittin' On) The Dock of the Bay

A saber qué derroteros hubiera tomado el soul de no haber caído aquella avioneta hace cuarenta y cuatro años...



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dilluns, 5 de desembre del 2011

Testigo de la Historia



Así se subtitula la compañía productora The American Film Company -que ya denota cierto carácter presuntuoso con la elección del nombre- como erigiéndose en bastión de la verdad histórica de un país que, mal que les pese, sigue estando bastante lejos de conciliar fantasía y realidad, un país en el que sacar un arma de la cómoda y liarse a tiros resulta demasiado sencillo, un país que mantiene la pena de muerte y que no ha firmado algún tratado internacional manteniéndose al margen de la inmensa mayoría y situándose alineado con algunos de sus más íntimos enemigos.

Ese país constituido como quien dice antes de ayer goza de poderío económico y sabe perfectamente cómo vender su producto incluso en Europa donde teóricamente el sedimento cultural debería ser capaz de entender certeramente los mensajes recibidos y desbrozar el grano de la paja pero está claro que siempre hay quien se deja iluminar por un candil de sebo maloliente y proclama extasiado haber conocido la verdad en olor de incienso, esa verdad que la referida compañía productora de cine promete ofrecer en el póster de su primera película titulada The Conspirator (2010) que se acaba de estrenar en España con el título de La conspiración que es parecido, pero no exacto.

Descubrir la verdad, levantar las pesadas y tupidas alfombras del pasado y dejar al descubierto huellas de barro pretérito puede ser un ejercicio intelectual estimulante en clave de percepción del presente pero para ello es preciso un lenguaje bien construido, un medio en el que las ideas fluyan ordenadas e inteligibles y no todo el mundo dispone de la capacidad necesaria para conjugar en una película la proposición de un mensaje diáfano y el mantenimiento del interés del espectador.

No puedo criticar, evidentemente, los deseos de trascendencia ni las buenas intenciones que pueda mantener Robert Redford aunque siempre me ha parecido que su postura tiene más posado que poso y que el buen hombre ha conseguido transmitir, incluso en Europa, un progresismo bastante artificioso y convencional situándose en la misma tesitura que el que torea desde la barrera como poseyendo la verdad.

Esa verdad que el póster de la película promete comunicar, dejémoslo claro, no se refiere a nada importante, por lo menos a ojos europeos; puede que para los escolares estadounidenses sea de interés conocer datos relativos al primero de sus magnicidios particulares, pero tampoco llegarán a saber nada de interés. Porque el guión escrito por James D. Solomon sobre una narración propia recayó en manos de Redford después de haber dado muchos tumbos y haber recibido muchos rechazos y cuando lo vemos plasmado en la pantalla constatamos que, en realidad, la historia se reduce al juicio celebrado contra Mary Surratt (Robin Wright), una viuda de origen sureño que poseía una pensión en la que se reunían los conspiradores del magnicidio en que halló la muerte Abraham Lincoln, el catorce de abril de mil ochocientos sesenta y cinco, en un teatro de Washington, de la mano de John Wilkes Booth.

A instancias del Secretario de la Guerra Edwin Stanton (Kevin Kline) el Fiscal Especial Joseph Holt (Danny Huston) dirigirá, en un tribunal presidido por el General David Hunter (Colm Meaney), la acusación contra Mary Surratt que será defendida por un Abogado recién licenciado del ejército, finalizada la guerra de secesión, un tal Frederick Aiken (James McAvoy) que recibirá el encargo de su influyente amigo el senador por Maryland Reverdy Johnson (Tom Wilkinson).

Reverdy escoge a Aiken precisamente porque es un ex-capitán condecorado por heroísmo del victorioso ejército de la Unión, exigiéndole cumpla con su promesa de ejercer la abogacía defendiendo a la acusada Surratt partiendo de la ineludible consideración que todo acusado tiene derecho a la mejor defensa, única garantía que la justicia podrá tener lugar.

Además del caramelo que supone una historia de derechos civiles situados en la cuerda floja, hay en la historia la línea más personal consistente en el inicial convencimiento de Aiken que su forzada clienta es culpable, con lo que la historia, resumida someramente, reviste atractivos irresistibles.

Lo malo empieza cuando después de la presentación de los hechos y los personajes (eso sí: con todo lujo de detalle: la dirección artística es merecedora de todos los elogios tanto por el atrezzo como por vestuarios y caracterizaciones y la fotografía es sobresaliente) la presentación del nudo se encalla ya en los primeros compases: a pesar de las buenísimas intervenciones de los secundarios (Kline, Wilkinson, Huston y Meaney realmente soportan mucho) la trama queda fría y desangelada y el interés se va diluyendo como un azucarillo en aguardiente aguado porque Redford no acaba de encontrarle el tono y su forma de rodar resulta apática sin recaer con fuerza en ninguno de los muchos aspectos que podrían resultar interesantes y que forzosamente residirían en la personalidad de unos caracteres cuyas psicologías se desconocen por completo: el trabajo de McAvoy como Aiken es lamentable, mostrándose incapaz de insuflar ni las dudas iniciales que le atormentan ni su supuesta eclosión como adalid de la justicia frente a un procedimiento cada día más espúreo y ensombrecido por maniobras políticas concurrentes a obtener un resultado predeterminado.

McAvoy es una elección completamente errónea porque el escocés no sabe sudar la camiseta: un personaje como ése tiene que transpirar frente a la cámara; deberíamos poder escucharle el pulso, sentir su indignación, hacernos cómplices de su creciente simpatía por Surratt no por considerarla inocente sino por verla injustamente tratada en una confabulación estatal contra el individuo, pero McAvoy se pasa la película con el mismo tono de voz (hay que verla en v.o.s.e., por supuesto) y la misma cara de niño bueno que la naturaleza le ha dado, incapaz de expresar sentimiento alguno más allá de poner cara de asombro.

Es evidente que Redford tampoco sabe dirigir actores y dejar de lado al protagonista es una muestra de incompetencia gravísima: él solito se carga la película. Suerte de los "supporters" que salvan los muebles: Kline y Wilkinson están fantásticos y será casualidad, pero sus diálogos son los más jugosos. La composición de Robin Wright como Mary Surrat es demasiado contenida en mi opinión pero aún así se come con patatas al protagonista McAvoy en cada ocasión que se encuentran lo que no ayuda en nada al buen desarrollo de la historia: ése personaje debería lucir mucho más y uno tiene la sensación que le han recortado escenas, en una muestra que Redford confía demasiado en el guión del novato Solomon y se le va la fuerza del relato como arena entre los dedos, quedando en nada.

Si la pretensión del progresista Redford era clamar por las injusticias del aparato estatal sobre el ciudadano de a pie, basarse en los juicios mediatizados por un magnicidio del siglo XIX es una trampa de algodón de azúcar: hubiera quedado mejor adentrarse en los horrores de Guantánamo, por ejemplo, donde seguro que hay más de una Surrat aguardando se reconozca su inocencia y lleva ahí varios años. El progresista Redford y sus admiradores, que los tiene, podrán decir que fijarse en los errores del pasado tiene sus ventajas y planea sombras en el presente, pero no podrá decir, ninguno, que esta película haya quedado redonda ni que haya considerado todas las jugosísimas vertientes de unos hechos históricos que, visto lo visto, quedan todavía por salir a la luz: la transición personal del Letrado Aiken queda en una mera referencia; la verdad de la conspiración para acabar con Lincoln permanece atada a la historia oficial, con lo cual esa verdad prometida en el póster no aparece; el comportamiento de las instancias estatales, representadas por el Secretario de la Guerra Stanton, apenas son mostradas con claridad, más que nada centradas en toda clase de añagazas y trucos jurídicos de escasa calidad que se suceden continuamente en el juicio, convertido éste en una farsa.

A poco que uno lo piense, hay interesantísimos aspectos personales de las diferentes individualidades que se nos hurtan por Redford:

Mary Surrat, manteniéndose empecinadamente callada, ¿lo hace por proteger a su hijo o por no desvelar su conocimiento de la trama? ¿Realmente era inocente o por el contrario desde un primer momento era conocedora, a través de las conversaciones que oye en su casa de los siniestros planes?

Stanton y Reverdy son dos prohombres de distinta condición y sus debates filosofan en torno a los derechos cívicos fundamentales, pero ¿Acaso Reverdy no se aparta del proceso, buscando una cómoda situación de espectador, dejando el saco de garrotazos a su pupilo Aiken?¿No sería provechoso hincarle el diente a ese político profesional que desde una situación privilegiada, perteneciente al Senado, lanza dardos contra el gobierno, el poder ejecutivo? La figura de Stanton ostenta cierta tendencia a ser maquiavélico no en el sentido más banal de la acepción sino de preferir el bien común al individual: ¿no hubiera sido más interesante proporcionar con vistas al pasado, un debate actualizado de las prioridades enfrentando Estado e individuo? Redford desdestima siquiera insinuar levemente cuestiones complejas y se centra en una formalidad procesal adulterada por un poder evidente: muestra el resultado, pero no la causa ni el origen del mismo.

No hay una implicación personal, no hay ningún sentimiento expresado, no existe humanidad en lo que discurre en la pantalla, porque la cámara se mantiene excesivamente objetiva y documental cuando no hay nada que documentar y no hay pasión que se transmita de la pantalla a la platea, con lo cual lo que sucede, en definitiva, nada importa: un caso más de clamorosa injusticia, no por error judicial ni por incompetencia sino por conspiración fraudulenta: si lo que pretendía Redford es que pensáramos que en Estados Unidos, hace muchos años, se celebró un juicio amañado, lo ha conseguido: eso sí, nada nuevo bajo la capa del sol.

Para ese viaje no hacían falta esas alforjas tan pesadas.

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divendres, 2 de desembre del 2011

MM 55 Cool Hand Luke



Seguro que todos han visto la película de Stuart Rosenberg de 1967 titulada en español La leyenda del indomable en la que un Paul Newman estelar, muy bien acompañado por cierto por una pléyade de secundarios de lujo, personifica a un tipo capaz de afrontar con entereza toda clase de intentos de quebrar su independencia.

Su férreo ánimo tan sólo se viene abajo cuando recibe, encarcelado, la mala noticia del fallecimiento de su madre: sus compañeros de barracón se apartan de él respetando su dolor y entonces agarra un banjo y entona la popular Plastic Jesus :




Aquí, la letra


I don’t care if it rains or freezes,
long as I got my Plastic Jesus,
sittin’ on the dashboard of my car.
Comes in colors, pink and pleasant,
glows in the dark cause it’s irridescent
Take it with you when you travel far.

Get yourself a sweet Madonna,
dressed in rhinestones sittin’ on a
pedestal of abalone shell
Goin’ ninety, I ain’t scary,
’cause I’ve got the Virgin Mary,
assurin’ me that I won’t go to Hell.






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dilluns, 28 de novembre del 2011

Un género propio



Hace años, aunque parezca mentira, existía una industria cinematográfica netamente europea y los espectadores españoles distinguíamos muy fácilmente tipos de películas que pertenecían a diferentes géneros: el horror gótico usualmente británico, el polar francés y el giallo italiano son ejemplos clarísimos de un cine con identidad propia al margen de la presencia siempre poderosa de la industria estadounidense en unas décadas de mitad del siglo pasado en las que gloriosas sesiones dobles llenaban el fin de semana de imágenes cercanas y rostros conocidos, un festín para el cinéfilo siempre ojo avizor atento a descubrir la buena pieza entre tanta película.

Después de haber trabajado como guionista en varias películas de diversos géneros, entre ellas algún famoso espagueti-western, Darío Argento consiguió la oportunidad de llevar a la pantalla como máximo responsable una de sus historias y tomó la sabia decisión de apoyarse en una trama que bebía directamente de la literatura más popular en la Italia de finales de los años sesenta, lo que de denominó Giallo precisamente porque las portadas de aquellos volúmenes usualmente se presentaban sobre una base de color amarillo, es decir, giallo.


De hecho el reconocimiento de un género cinematográfico con ese nombre proviene históricamente de unos años antes cuando el ahora casi desconocido Mario Bava presentó una película con claras reminiscencias hitchcoknianas en su título, La muchacha que sabía demasiado y evidentemente dicha inspiración en las películas del orondo británico no es casual para el guionista italiano reconvertido en director ya que en su ópera prima Argento basará la fuerza del relato y por ende la resolución del enigma que plantea en elementos insertos en el subconsciente de su protagonista, no por casualidad un joven escritor estadounidense que se halla viviendo en Roma y trabajando en una tesis relativa a la ornitología.

Con L'uccello dalle piume di cristallo (1970) (El pájaro de las plumas de cristal) Darío Argento consiguió no tan sólo un enorme éxito crítico y comercial en Europa sino que mucho más allá, sentó las bases para un género que hasta entonces estaba como quien dice en fase de gestación: Argento en su primera película define las claves prototípicas de una serie de películas que luego aparecerán llegando incluso a cruzar el charco: seriales asesinos sangrientos que se ceban en mujeres indefensas y protagonistas que se obsesionan en la persecución del criminal quedando al margen los funcionarios policiales, ambientes sórdidos y oscuros, personajes secundarios alejados de la normalidad.

Sam Dalmas (Tony Musante) es ése americano que vive en una Roma desconocida o mejor dicho menos vista: una Roma habitual, callejuelas semi iluminadas que llevan a un ático nada lujoso acorde con un edificio en semi ruina, camino del que una noche, andando de vuelta de su trabajo, Sam observa en una galería de arte unas sombras peleando: de pronto ve una mujer que está herida y al acercarse a la puerta de la galería para socorrerla, queda encerrado entre dos muros de cristal: no puede menos que ver a la mujer mal herida sin ser capaz de socorrerla, atrapado en una pecera.

La aparición de la policía, llamada por un transeúnte, permitirá socorrer a la mujer pero levantará sospechas sobre Sam aunque el comisario reconoce estar más preocupado por varios asesinatos de mujeres cometidos recientemente con arma blanca, siendo la acuchillada frente a Sam la única superviviente...

Sam se obsesionará, como escritor que es, en averiguar más datos respecto a lo sucedido, pensando que al fin podrá escribir esa novela que tiene pendiente desde hace años. Su investigación tendrá como resultado una serie de ataques contra él y contra su novia, lo que acrecentará su deseo de dar con quien les amenaza.

Argento tuvo la gran suerte de contar con la colaboración de Vittorio Storaro como camarógrafo consiguiendo un discurso cinematográfico muy tenso, en ocasiones oscuro, con profusión de planos cortos para remarcar y para ocultar también aquello que le interesa al servicio de la trama que está presentada manteniendo el ritmo y el interés por la intriga sin desatender una buena presentación de la psicología del protagonista que se va entrometiendo en unas labores que no le son propias al extremo de soslayar una y otra vez el viaje de vuelta a los E.E.U.U. que ya estaba decidido de antemano: el interés por desenmascarar al culpable de los asesinatos le mantendrá en Roma y a nosotros sentados en la butaca, inmóviles hasta llegar a un final imaginativo que, una vez vista la película, le quita parte de su interés, porque la intriga es buena parte del mérito de la pieza, y en ello tiene tanta importancia el guión como la forma en que el mismo se nos ha presentado, valiéndose Argento de todo lo que en su mano estuvo, incluyendo una estupenda banda sonora de Ennio Morricone que acompaña perfectamente los momentos de máxima tensión y disimula en parte los gritos de las víctimas que ante nuestros ojos son acuchilladas sin compasión usando Argento la cámara subjetiva sin pudor alguno para conseguir una mejor identificación del espectador con la víctima.

Una ópera prima que el tiempo ha convertido en película de culto quizás porque realmente permanece como ejemplo de un género que no nació en la omnipresente industria estadounidense y que se mantuvo al margen de su influencia ya que a ella siguieron unas cuantas más, algunas con mayor interés que otras, pero todas con identidad propia y desde luego sin nada que envidiar a los productos que llegaban de otros lugares; de hecho, dejando aparte algunos aspectos meramente estéticos que han envejecido y detalles de producción ínfimos, se mantiene como una obra muy digna que, esperemos, no se vea refrita cualquier día de éstos simplemente por meter más dinero donde ya el talento de su autor hizo todo lo que debía: entretener y bien al espectador, lo que no es poco.


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divendres, 25 de novembre del 2011

Examen de Cinefilia (parte L)



Son curiosas las fechas.

¿Se han dado cuenta que sólo falta un mes para el día de Navidad?

Como pasa el tiempo, ¿no? ¡Volando!

Parece ayer cuando me encontré con serios problemas técnicos para poder mantener el índice de las entradas correspondientes a películas, esa especie de hoja indexada de los diferentes enlaces a la que se accede pulsando el botón (hecho a mano, que conste) rojo de la izquierda, una base de datos que por lo menos me es útil a mí mismo para evitar repeticiones. Justo esta semana he conseguido reconfigurar el programa que me permite mantener los datos ordenados e imprimirlos en formato que la web lo entienda. Supongo que la mayoría no lo usa, pero me satisface poder anunciar que vuelve a estar operativo al cien por cien.

Vayamos a lo que importa: viernes, fin de mes, examen al canto:



Una vez más, trataremos de averiguar el título oculto en una serie de pistas que se ofrecerán de la forma más complicada posible.

Más que nada porque hoy, para celebrar que es el examen número cincuenta, he decidido que sea superfacilísimo, oiga, rematado de fácil, supersencillo, de verdad, tanto, que hasta creo que me he pasado y se van a aburrir. No me lo echen en cara luego, porfa....

¡Ep! ¿Preparados? ¿Listos? ¡Vamos allá!

Primer grupo de pistas, para los más atrevidos[+/-]

Segundo grupo de pistas, con el que ya deberían hallar la solución al acertijo [+/-]

Tercer grupo de pistas, para los que van despistadillos [+/-]

El cuarto grupo, francamente, no debería mirarlo nadie, por innecesario, pero lo coloco
porque siempre hay quien se alzará diciendo que no ha visto, que si esto, que si aquello...[+/-]

Y a modo de capicúa, acabando por donde he empezado, ofreceré una pista que, bien usada, llevará a la solución del acertijo: [+/-]





Como siempre, la respuesta a mi buzón electrónico y las protestas, felicitaciones, maldiciones y piropos, amenazas y gratitudes, en el cajetín de los comentarios, que todos los puedan ver, valientes.... :-)


El amigo Raúl ha demostrado tener muy buen ojo y no tan sólo acierta con el título sino que se lleva un sobresaliente aportando además una línea que desconocía por completo y que ayuda bastante a resolver el acertijo siempre que, como él, se haya tenido la perspicacia y la gracia de atar ciertos cabos sueltos.





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dilluns, 21 de novembre del 2011

Enrique le debe una



Y buena. Porque sin la presencia de José Coronado en un esforzado ejercicio interpretativo para cargar sobre sus hombros toda una historia, la última película de Enrique Urbizu hubiera pasado sin pena ni gloria por las pantallas de nuestros cines.

La pieza, titulada bíblicamente No habrá paz para los malvados se desarrolla en los ambientes oscuros del Madrid de este siglo donde los policías sin uniforme se mueven con desenvoltura quizás buscando información: el detective Santos Trinidad (José Coronado) está en horas de la madrugada trasegando cubalibres con muy poca cola y ante el cierre del bar que le sirve de medio hogar se va, conduciendo medio ebrio, a dormir: cuando estaciona un momento para convertir la vía pública en franco mingitorio observa unas luces de neón de un local y allí que se va en busca de un último pelotazo: la lumia que está tras la barra le dice que está cerrado y un macarra aparece para respaldar la fulana y vemos al tal Santos empezar a cabrearse y sacar la placa de detective más chulo que un ocho exigiendo la copa: en esas aparece un rufián bien vestido y calmado que ordena tranquilidad y se sirvan las copas requeridas, a cuenta de la casa: un mal gesto provoca una acción y el Astra de Santos Trinidad resuena como un cañón cargándose rápidamente a los tipejos y a la camarera que huía en un tiro por la espalda. Un carnaval sangriento sin testigos vivos, pero hay un tipo, apenas vislumbrado en un pasillo oscuro, que podría identificar a Santos. Mal asunto.

El triple asesinato cometido en el tugurio evidentemente reclama atención inmediata y comparece el aparato judicial a las órdenes de la juez de guardia que como si no tuviera más que hacer aplica todos sus esfuerzos a investigar el caso.

Se trata pues de una película policíaca en la que por una parte hay una búsqueda intensiva, la del policía asesino en pos de quien podría identificarle, y por otra una investigación judicial que tratará de esclarecer por lo menos quién pudo ser el asesino del bar de putas, porque los motivos se irán enredando conforme avance la investigación, pasando del crimen pasional a un posible ajuste de cuentas, a una liquidación de negocio de drogas y por último a intenciones que podrían afectar a la seguridad pública, metiendo Urbizu en su guión todas las líneas que se le ocurrieron, menos una.

Precisamente, la que en mi opinión le podría dar el lustre necesario para convertirse en imperdible: la necesaria empatía con los personajes para conseguir que el espectador se conmueva con lo que va viendo en pantalla.

Faltan datos que permitan reafirmar un sentimiento hacia los personajes: el omnipresente Santos Trinidad es un personaje complejo y atormentado y hay algo en su pasado, apenas referido, que podría explicar -que no justificar- sus excesos con la bebida y su mal carácter: es un asesino sin remordimientos pero no parece ser un policía corrupto. La parquedad del guión obliga a José Coronado a esforzarse para representar ese tipo sin apenas palabras, únicamente con su mirada y su expresión corporal: es un "tour de force" el que le exige Urbizu a Coronado que aparece en casi todas las secuencias y atrae la atención del espectador que se mantiene confuso por la falta de señales que permitan identificar claramente la psicología de ese detective que un día fue señero y ahora está en una división de tercera, aunque recordando sus especiales saberes se aplicará a descubrir el paradero de quien quizás podría delatarle, consiguiendo adelantar un paso a la increíble -por irreal- juez de instrucción que muy burocráticamente se empecina en resolver el triple asesinato descubriendo cuestiones que jamás hubiera sospechado: Sin despeinarse ni permitir asomo de sentimiento, eso sí.

El conjunto de la trama viene a ser una mixtura conceptual de lugares comunes propios del cine negro con ribetes de terrorismo internacional pero adolece de frialdad inhumana porque esas acciones policiales, esas investigaciones paralelas toman el indebido carácter protagónico apartando a los personajes: la única escena en que se enfrentan el policía asesino y la juez que le investiga se resuelve en cuatro líneas muy mal escritas: no hay tensión de ningún tipo entre los personajes principales y esa falta se extiende a todos los demás.

Ni siquiera intenta Urbizu tender una línea argumental en la que el perseguido testigo, desamparado por la cámara, apenas un apunte en la narración siendo así que es el detonante de la misma, pueda sospechar que Santos y la juez van a por él: la casualidad mueve ficha de nuevo sin participación humana que conmueva y el bajón en el interés es generalizado hasta el violento repunte final cerrando con una secuencia a mi modo de entender lamentablemente ilógica, un añadido que no viene a cuento confirmando la locura de la amalgama de un guión que pretende ser brillante y pierde gas cada diez minutos.

La forma de filmar de Urbizu no tiene nada de especial ni brillante, manteniéndose en una modosa corrección que deja indiferente desaprovechando incluso las oportunidades que su propio guión le propone sincopando en exceso el montaje cuando mantener la cámara quieta hubiera otorgado a la escena un sentido trágico más pronunciado. El ritmo interno nada tiene de apresurado pero le falta intensidad aunque dicho defecto circula parejo a la falta de fuerza de los personajes: Urbizu parece creer que la fuerza del personaje reside más en lo que hace que en lo que siente al hacerlo y ahí, yerra.

Si comparáramos esta película con otras muchas que nos llegan allende los mares, diríamos que es una maravilla, porque tiene acción bien resuelta, pasan muchas cosas, parece que hay modernez y actualidad en los trucos argumentales y se asemeja, en esos aspectos, a lo más trillado del cine actual que nos viene de fuera.

El conjunto es muestra de un tipo de película inusual en la cinematografia española y sólo por ello ya diría que es obligado darle un vistazo: el cine negro, el policial serio, el llamado thriller, tiene un mercado nacional importantísimo que está siempre quejoso de la falta de productos patrios: jamás tendremos una cinematografía respetable sin dominar todos los géneros. Esta película es un buen intento que podría haber sido mucho mejor -incluso en comparación con otras con más mercadotecnia- si se hubiera concentrado en los personajes y hubiese dispuesto de mejores acompañantes para Coronado, porque también es cierto que el elenco deja muy pobre impresión, como si no acabara de entender su función en el conjunto de la película, aunque ése es un defecto nacional que habría que afrontar detenidamente en otro momento y con calma y paciencia.

Creo que Enrique Urbizu le debe una a José Coronado, sin duda.

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divendres, 18 de novembre del 2011

Un parque temático especial



No son pocas las películas que le dejan a uno con la sensación que, si el director se hubiera entendido mejor con el guionista, el resultado hubiera sido desde luego diferente y mucho más satisfactorio, porque rememorada la pieza queda un revoltijo de sugerencias que apenas se vislumbraron en pantalla y aunque la meditación ayuda, la semilla debe estar en el plantel de conceptos fruto del guionista que dosifica la trama confiando que luego, a oscuras, el respetable lo entienda todo a la perfección.

Esa sensación de un desacuerdo entre ambos personajes, importantísimos los dos, para que una película llegue a buen puerto se reconvierte en sorpresa cuando uno se percata que existe una identidad única y que las funciones de escribidor y mostrador, por llamarlos de alguna forma, concurren en el mismo individuo.

La bisoñez evidentemente es un coadyuvante decisivo para que un guionista, tomando por fin las riendas de la dirección de un largometraje basado en su propio trabajo literario, acaso lamente tiempo después su propio atrevimiento.

Quizás no haya para tanto en el caso de Michael Crichton, novelista, guionista y director de cierto éxito en televisión y cine que se estrenó como director cinematográfico con la película Westworld (1973) que se presentó entre nosotros con el aclaratorio título de Westworld, almas de metal.

El título español, como en tantas otras nefandas ocasiones, pretende aportar datos que en el original son apuntes más que abiertos: la trama escrita por Crichton nos refiere el fin de semana que dos amigos, John (James Brolin) y Peter (Richard Benjamin) van a pasar a un parque temático especializado en diversiones propias de adultos, donde los robots aparentan gentes de diversas épocas de la humanidad y se hallan dispuestos a lo que sea para servir de diversión a los ricos humanos que pueden permitirse la estancia en el lugar.

Crichton había dirigido una película para la televisión y después de ver en pantalla varias de sus narraciones al fin tuvo la oportunidad de dirigir para el cine su propia trama: hay pues una dualidad evidente ya que por una parte sabe perfectamente lo que quiere expresar y se percibe en la lógica de los detalles y en el mantenimiento del ritmo, pero por otra parte hay una sensación de liviandad, de ligereza excesiva en lo que vemos, debida principalmente a las carencias cinematográficas del novato que se inicia contando con más ganas que talento: en su historia particular, el Crichton escritor supera con creces al Crichton cineasta, como si el autor no se hubiera preocupado demasiado de auto proveerse de un guión técnico sólidamente confeccionado, confiando la suerte únicamente a la letra, olvidando que el cine es, sobre todo, imagen.

Pasados tantos años la cinta se sigue con interés que se mantiene en buena parte más por lo que cuenta que por cómo lo cuenta; a los citados intérpretes hay que añadir un hierático Yul Brinner que remedando una parodia trágica de los personajes del lejano oeste que incorpora en otras películas, representa un ciber pistolero que, un buen día, parece hartarse que le peguen tiros a mansalva y despliega fantásticamente una apariencia amenazante, ominosa y mucho más letal de lo que hubiesen querido algunos, pero no entremos en innecesarios soplos argumentales máxime cuando por todo cinéfilo es sobradamente conocida la dureza que el calvo Yul podía imprimir a sus personajes.

Porque en el escenario correspondiente al salvaje Oeste, los invitados al parque temático pueden beber, jugar a las cartas, enfrentarse a duelo revólver en mano, liquidar al matón del "saloon" y acabar entre las piernas de una lasciva bailarina dispuesta a todo. Como sucede en las cenas medievales, también.

Hasta que una chispa de rebelión nace en la población de robots hartos de ser sojuzgados, maltratados, violados y asesinados una y otra vez, cada fin de semana por una banda de ricos ansiosos de liberar sus frustaciones personales con esos perfectos muñecos (y muñecas) prestos a servirles a cualquier hora, una bacanal contratada, un carísimo desorden de sensaciones reprimidas.

La película, dotada de un metraje aúreo y una fotografía práctica en la usual pantalla ancha de la década de los setenta, ya en la fecha de su estreno dejó en este comentarista la sensación de que había más en el fondo que en la superficie: en una época en que las distopías eran habituales, la reducción de la trama a una ficción premonitoria de la posibilidad que las máquinas se alzaran contra los hombres no dejaba de ser una reiteración de tesis conocidas con la presentación de una película de acción bien resuelta: pero queda pendiente el certero tajo de bisturí que, ya desde el inicio, hiere la condición de esos adultos que acuden a un lupanar de lujo a satisfacer sus más bajos instintos con elementos que figuran ser humanos porque después del ritmo de las persecuciones y las huídas, después de la acción y el peligro, subyace con fuerza el hecho irrebatible que esos turistas han viajado para poder vejar impunemente a semejantes suyos. Aunque sean de latón por dentro. Y ahí, el bisturí del médico que no fue Crichton se detiene.

Puede que algunos la hayan visto a trozos, en la tele: recomendada su visión enterita y sin cortes publicitarios porque sus escasos 88 minutos hacen que realmente sea corta e incluso diría que su brevedad acrecienta la sensación de telefilm porque evidentemente, tratándose de una ópera prima, tampoco se gastaron mucho en decorados: aún con todos sus -leves- defectos, imperdible para el cinéfilo y más si degusta ciencia ficción de la buena.


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dilluns, 14 de novembre del 2011

TC (21) Seven



Hoy, que me salto un comentario porque he tenido que enfrentarme a problemas informáticos tontos que me han llevado de cráneo el fin de semana y acabo de solventar consiguiendo al fin disponer de nuevo de un trasto más o menos operativo, saco del almacén de previsiones inseguras -por la incerteza de su durabilidad en el éter- unos títulos de crédito correspondientes a una película que vimos anteayer mismo:

Sí, sí:

¡de 1995!

¡Ya hace dieciséis años!





¿Tanto tiempo ha pasado desde que Fincher y Pitt empezaron a "sonar"?

Eso si es maldad..... :-)



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divendres, 11 de novembre del 2011

Sonría, por favor



En ocasiones a uno le gusta ver historias que rebosen optimismo y rezumen confianza en la bondad de la humanidad como género. En la historia del cine no son pocos los ejemplos de películas que destilan buen rollo y se apoyan en la esperanza que con buena voluntad todo es mejorable.

La frase clásica a mal tiempo buena cara y eslóganes tales como sonría por favor no son desconocidos para casi nadie y aunque sean lugares comunes, no dejan de encerrar verdades como puños.

No es ninguna casualidad que se homenajee a la película It's a wonderful life (Que bello es vivir), clásico donde los haya como bastión inexpugnable de optimismo basado en la bondad humana, en un cortometraje titulado Validation en el que un sencillo empleado de un aparcamiento consigue conquistar el corazón de casi todos los que se le ponen por delante mediante la infalible técnica de mostrarse amabilísimo con todos.

Un cortometraje de apenas un cuarto de hora, escrito y dirigido por Kurt Kuenne con soltura e interpretado con solvencia por el televisivo T.J. Thyne





¿A que dan ganas de sonreir?



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dilluns, 7 de novembre del 2011

La niña mata y aburre





No son pocas las ocasiones en que uno se acerca a ver una película porque en el cartel vislumbra unos nombres que a priori suscitan cierta confianza al haber constatado que disponen de unas facultades histriónicas que pueden sostener cualquier empresa medianamente bien construida. Está claro que el guión es un componente importante para el buen resultado de una película pero, maldita sea, qué pocas veces me fijo en si aparece o no en el cartel el nombre del guionista: de hecho, casi ni me detengo a buscar el nombre del director. Y así me va.

Voces se alzarán provenientes de gentes mucho más comprensivas y benévolas que yo mismo protestando por lo que sin duda puede tacharse como un exceso de prejuicios pero a fuer de sincero he de manifestar que cada día que pasa me fío más de mi experiencia pasada que de las promesas y las buenas palabras y ello porque, mira por donde, jamás he visto a nadie asegurar impertérrito que a su película no hay por dónde cogerla.

Hace ya bastante trabé desafortunado (para mí) conocimiento de las discutibles artes de Joe Wright como director de cine: si entonces se trató de un melodrama romántico, hoy me detengo en una cinta supuestamente perteneciente al género de intriga y espionaje, titulada someramente como Hanna a lo mejor para evitar que el acostumbrado traductor/traidor al castellano tuviera la más mínima duda o quizás -más seguramente, bien mirado- para intentar desde el mismo momento en que se ve el póster enaltecer en el ánimo del cinéfilo predispuesto la figura de la protagonista, una casi adolescente y escuálida muchacha con porte de corredora de maratón que ha sido educada en la tundra por su salvaje padre que la mantiene en un perpetuo campo de entrenamiento de supervivencia, asilvestrada y apenas conocedora de informaciones destinadas a mejorar sus aprendidas habilidades para matar por no morir: en la primera escena la vemos hiriendo y siguiendo hasta dar muerte un cuadrúpedo que podría ser un alce (el detalle no importa) sin mostrar sentimiento alguno, con una frialdad que supera la del gélido ambiente en que discurre.

Luego, su padre le indica que ya está preparada para partir y la llegada de unos extraños precipitará una despedida y un viaje que inmediatamente se muestra absolutamente inverosímil, un periplo que lleva a los personajes de un lado a otro del mundo como si se tratara de un paseíllo por la plaza del pueblo de tasca en tasca, persiguiendo, huyendo, persiguiendo, huyendo los unos de los otros, porque la niña parece deambular por el orbe sin rumbo fijo y una super espía líder de un grupúsculo de la acostumbrada CIA la quiere secuestrar, pero el padre de la nena está atento y parece que va tras ella pero en ocasiones parece que va tras la super espía, que debe ser que se conocen porque la mala insiste en que él debe estar por ahí, cuando todos dicen que murió, y es un embrollo que acaba por enredarse con personajes secundarios verdaderamente prescindibles, así que los matan y ya está.

¿Lo han entendido? ¿No? Pues me dejo en el tintero que hay por ahí un par de relaciones paterno-filiales desdibujadas, una experimentación de super-agente que ríete tú de Lobezno y del Capitán América, aunque eso sí, para economizar gastos, no se ve ni una imagen, pero lo cuentan muy embrollao, así como pareciendo intrigante. Pero no.



Vamos a ver: ¿no debería ser un delito hacer perder el tiempo a la gente?

Es que, además, están destrozando la carrera prometedora de Saoirse Ronan que debe apechugar con esa protagonista impávida, asentimental, fría, perfecta máquina de matar en el inicio de su desarrollo que se perfila como base a secuelas, pero con un lío de historia y una falta de definición del carácter que es un desastre superado por la levedad del trazo con que se escribió los personajes de Eric Bana como voluntarioso padre putativo y el triste papel que una vez más le endosan a Cate Blanchett (Cate, guapa, piensa en cambiar de agente).

El guión es un montón de ideas sobrepuestas sin solución de continuidad en un desvarío semejante al viaje de los protagonistas carente de lógica y significado, una historia pergeñada con trazo grueso y tan disparatada que uno, a la vista de la coincidencia, acaba por pensar que Seth Lochhead y David Farr odian al resto de miembros de la Commonwealth y muy especialmente a los australianos y escribieron el desatino a modo de venganza: una locura.

Eso sí: para que todos veamos lo listos que son y que desde el primer momento mantienen una idea preconcebida y que todo es fruto de una planificación matemáticamente exacerbada, acaban la historia con la misma primera frase, en un "espectacular" guiño al espectador que, con razón, se cabrea por la tomadura de pelo.

Si por lo menos Wright se hubiera tomado en serio su función de director quizás el estropicio del guión hubiera sido menor pero en la tónica actual de tantos y tantos directores, la sensación es que se aplica la ley del mínimo esfuerzo para sacar adelante una historia que antes de la primera media hora ya cansa y que ni se decanta por el estimulante estudio de una adolescente criada selváticamente que se va incorporando muy lentamente a la civilización ni se decanta por enfatizar una trama de espionaje e intriga que requeriría un mecanismo de lógica interna bien trabado en la dirección de la aberración evidente de la manipulación genética para conseguir asesinos perfectos, quedando en un traspiés continuo que no acaba de significarse ni por un tratamiento ni por otro: está claro que, nuevamente, el interés por hacer caja pisotea y malbarata las posibilidades de hacer no ya arte, que sería pedir mucho, sino, simplemente, una obra digna.

Un petardo con la pólvora húmeda.

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