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diumenge, 27 d’abril del 2008

Examen de Cinefilia (Parte VI)



Aunque cada vez se hace más difícil encontrar el "mcguffin" que permita poner en un brete la presunta cinefilia, hoy vamos, de nuevo, a comprobar que tal estamos de conocimientos básicos de nuestro particular vicio.


Se trata de averiguar, sin hacer trampa, claro, el nombre de una persona considerada, en el oficio, como el no va más en su categoría. Eso ya es una muy buena pista, oiga.

Su primera intervención en el cine data, por lo que este examinador ha averiguado, del año 1915, extendiéndose sus intervenciones, en una u otra labor, más allá de los sesenta años, lo cual da fe de su extraordinaria longevidad, sólo equiparable a su contribución al Séptimo Arte.

Muchísimas películas se han visto favorecidas por su intervención: así, contando mal, bastantes más de trescientas, alguna buenas, otras muy buenas, muchas pasables, y alguna verdaderamente flojita. Sus conocimientos han sido fuente de inspiración para quienes le han proseguido y sus ideas cinematográficas todavía hoy son aplicadas en reiteradas ocasiones.

Bien; dejémonos de preámbulos y vayamos a lo que interesa.


¡Tomen lápiz y papel y cállense, por favor!

Hoy no hay enlaces a IMDB y háganse el favor de no acudir a la biblia cinéfila so pena de expulsión inmediata de la sala; hoy sólo videos.

Algunas pistas para los que van a por matrícula de honor:

The Charge of The Light Brigade (1936)




¿Qué tal? ¿Que ya tiene bastante? Bueno, bueno, pero habrá quien todavía no lo haya averiguado...



Vamos a poner más pistas, para los que se conformen con un notable alto:

Gone With The Wind (1939)



Gentleman Jim (1942)


No se quejarán: bastante fácil, despues de todo, ¿no? ¿cómo que no?


Las que siguen son ya pistas para un aprobado justito, ¿eh? muy justito...:


Rio Bravo (1959)



Karthoum (1966)




¡Yaatà! ¡Dejen los papeles, por favor, se acabó el tiempo y las pistas.


¿Que cual es la respuesta? Si es que...

Veamos una última pista, archiconocida. El personaje tuvo un papel determinante en la secuencia que a continuación se ofrece -ya fuera de examen, solo como consolación- y cabe añadir que en la misma interviene uno de sus hijos, digno sucesor de su padre.

Ben-Hur (1959)



Espero que, por lo menos, haya sido entretenido.



p.d.: El amigo 39escalones ha demostrado que su cinefilia galopante no es flor de un día y ha acertado de pleno con la respuesta; de modo que no se miren los comentarios, a menos de una rendición absoluta. ¡Enhorabuena!

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divendres, 25 d’abril del 2008

MM 2 Deliverance



Un buen día de 1972, el director británico John Boorman se llevó de pesca a una serie de amigos suyos: pensaban pasarlo en grande, pero la cosa acabó mal, muy mal.

Al inicio de la película Deliverance, mientras los pescadores arreglan sus pertrechos y preparan su excursión con unos ¿pacíficos? montañeses, uno de los pescadores rasga una guitarra y de improviso un joven le acompaña con su elemental banjo.

La secuencia musical, con una composición inolvidable, será el preludio perfecto para lo que después ocurrirá:

Dueling Banjos





Este dueto imperecedero, versionado luego en múltiples ocasiones, siempre nos causará escalofríos a los que hemos visto Deliverance.




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dimecres, 23 d’abril del 2008

El Bardo y Ken (1993)




Esta foto que aparece al lado es la carátula de la primera edición, datada en 1600, de una hilarante comedia escrita en la primavera-verano de 1599, por William Shakespeare, "El Bardo", cuyo título original es Much Ado About Nothing, que vendría a significar literalmente "Mucho hablar para nada", que en su traducción al castellano adoptó el más castizo título de Mucho Ruido y Pocas Nueces.

De hecho, ya desde el título el gran dramaturgo inglés muestra la unívoca intención de fabular en clave irónica y burlesca, pues, en el lenguaje de su época, el vocablo "nothing" se pronunciaba igual que "noting" y esta última palabra se usaba vulgarmente para referirse eufemísticamente a los genitales femeninos.

La trama principal gira alrededor de la infidelidad femenina, siendo recurrentes en muchos pasajes los apuntes a los "cuernos" que, conscientes o no, llevan muchos hombres:

"Don Pedro.- Pero ¿Cuándo colocaremos las astas del toro bravo en la frente del sensible Benedicto?
Claudio.- Eso es, y con un letrero debajo que diga: ¡Aquí vive Benedicto, el hombre casado! "

Pero no adelantemos acontecimientos.

En apenas 52 páginas, el Gran Bardo desgrana una historia que nos hará estallar de risa ocasionalmente, hasta el punto que este comentarista debía dejar la lectura para secar sus lágrimas, y nos hará sonreir, felices, por el buen desarrollo de la trama, ocurrente, brillante siempre, deliciosa, con la magnífica escritura propia del autor.

Los nombres de los personajes, como acostumbraba Shakespeare, anuncian el contenido de su alma: Leonato es el valiente señor de una casa de Mesina, en la Sicilia que se halla dominada por la Corona de Aragón, que recibirá la visita del Príncipe Don Pedro (en castellano en el original), a quien acompañan varios caballeros, regresando triunfantes de una batalla, entre los que destacan Claudio y Benedicto. Con ellos viene también el hermano del Príncipe, Don Juan (remisión al pérfido hermano del célebre rey Arturo), quien, tras haberse rebelado contra su hermano y vencido que fue, obtiene su perdón y permanece en la corte.

Claudio bebe los vientos de amor por Hero (nombre mitológico, de mujer que muere por amor), hija de Leonato, y prima de Beatriz, mujer de rápida mente y viva lengua, que competirá con el sarcástico Benedicto en acerados diálogos repletos de ironías, retruécanos y dobles sentidos en un antecedente superlativo de lo que comúnmente conocemos ahora como "guerra de sexos", constituyendo una pareja de rivales que irán unidos no tan sólo por el significado etimológico de sus nombres, Beatriz (la que bendice) y Benedicto (el bendecido), sino por el amor que entre ambos florecerá, irrigado por una confabulación de sus amigos y parientes.

Claudio conseguirá, con la intercesión del Príncipe Pedro, el amor correspondido de la bella Hero, pese al entrometimiento de Don Juan, que le inicia en el maldito vicio de los celos imaginarios, vencidos por la realidad.

Mientras Benedicto con su viperina lengua intenta convencer a Claudio de su error al dejar la soldadesca vida para convertirse en marido y siendo a su vez vituperado Benedicto por Beatriz, que ansía hallar marido pero no ve a ninguno ni a su alcance ni a su altura, Don Juan, corroído por la envidia, fabula una infamia que abocará al engaño a Claudio con el apoyo de Don Pedro para rechazar ante el altar casamentero, a su antes adorada Hero, que se desvanece, mortalmente herida en su amor y en su honor.

La infamia, la confabulación familiar, los celos infundados, causas todas ellas de tragedias posteriores, se alternan en esta magnífica comedia, una de las más representadas del repertorio shakesperiano, con las constantes burlas relativas a ambos sexos, a su unión y sus consecuencias, con el añadido de la burla, befa, mofa y escarnio con que se describen los personajes de los agentes de la autoridad, representados por Dogberry y Verges, amén de sus ayudantes, con unos diálogos surrealistas que provocarán la carcajada del respetable, siendo notable comprobar que, muchísimo antes de las lamentables comedietas tipo "Loca Academia de Policía", ya en el siglo XVI la censura era tan amplia de mangas que permitía el solaz del público a costa de la autoridad, tachada en el caso de analfabetos engreídos, apenas cuerdos pero vagos funcionarios de la ley, debiendo constatar que ambos personajes, Dogberry y Verges, a la postre claves en la buena resolución de la comedia, fueron representados por los dos más grandes cómicos de la lengua inglesa de la época, William Kemp y Richard Cowley, que se apoyaban en un texto inenarrable al partir el pecho de risa de sus coetáneos sin necesidad de chistes fáciles, con un doble sentido que requiere conocimiento previo de la situación, lo que dice mucho, pero que mucho, de la cultura del público inglés de tan alejado siglo, capaz de divertirse sin la presencia de palabras soeces y muletillas de baja estofa.

Otrotanto ocurre con la batalla dialéctica que hasta el fin mantienen Beatriz y Benedicto en una empeñada contienda sentimental repleta de alusiones y citas literarias, históricas y mitológicas, en un avance de guerra de sexos que dejan el listón muy alto, siglos antes del advenimiento de la bombilla y el acetato como base de distracción multitudinaria.


Con esta excelente comedia shakesperiana como base y fundamento, acometió el irlandés Kenneth Branagh su segunda adaptación cinematográfica de una pieza teatral del Bardo, titulada en España, como no, Mucho Ruido y Pocas Nueces (Much Ado About Nothing , 1993).

Branagh hace una adaptación bastante fiel del texto, apenas cortando unas frases y puliendo algunas invectivas que reiteradamente hacen señal inequívoca a la cornamenta como adorno masculino, por lo menos en la versión doblada y en los subtítulos, hallándose este comentarista en la ignorancia exacta respecto al guión en inglés, aunque es de temer que coincidan, por aquello de pulir una demasía, en busca de una cierta tibieza que se viera acompañada de más ingresos, motivo por el que cabe suponer también la inclusión de actores estadounidenses, incluido un Príncipe de la Corona de Aragón de raza negra, pez fuera del agua cuya otra motivación no se vislumbra.

Kenneth se fue a Italia a rodar la película y, no pudiendo ser en la misma Mesina, lo hizo en una magnífica villa del paisaje de la toscana, en busca de esa luz mediterránea que, forzosamente, alumbra las alegrías de todos aquellos que, gozosamente, viven las aventuras que someramente se han relatado, fruto de la pluma de Shakespeare.

La dirección de Branagh es acertadísima, con un inicio festivo, alegre, que nos contagia, entre risas y prisas, a adentrarnos en una historia de amor, celos, traiciones y mucho, mucho humor.

El origen teatral del guión no puede decirse que pase totalmente desapercibido, porque, evidentemente, la calidad del texto se delata por sí misma; pero el guión técnico pergeñado por Kenneth es adecuado a cada escena, con uso de exteriores siempre que puede, unos exteriores magníficamente retratados por Roger Lanser con quien ha colaborado en varias ocasiones ya, al igual que ocurre con el músico Patrick Doyle, que además canta sus propias canciones, muy adecuadas a la época. Y las pocas secuencias que se realizan en interiores, son planificadas de forma que uno olvida, a los pocos minutos, el origen teatral de la película, que no es ningún lastre.

Ciertamente, no se trata de una adaptación libérrima; al contrario, es muy respetuosa con el original y la llamada a filas del grupo de británicos especialistas en Shakespeare para decir sus palabras es un consuelo y una virtud, pues todos ellos están magníficos en su labor interpretativa, sobresaliendo el propio Kenneth Branagh como Benedicto y la entonces su esposa Emma Thompson como Beatriz, en una batalla entre enamorados con un ritmo y una expresividad impecables.

Destaca asimismo en el papel de Leonato Richard Briers, pleno de señorío, amabilidad, alegría e ira cuando corresponde, embelesado como está con su adorada hija única Hero, compuesta por una jovencísima Kate Beckinsale en su primera aparición cinematográfica, que enamorará y hará sufrir a su querido Claudio (Robert Sean Leonard, mucho antes de dedicarse a la medicina), uno de los caballeros del Príncipe Don Pedro (Denzel Washington, que tiene de shakesperiano lo mismo que de mañico), cuyo hermano Don Juan (Keanu Reeves con la misma expresión de enfado que siempre tiene) será el traidor, el perverso causante de la infamia que recaerá sobre la bella Hero.

Por suerte la cuadrilla de ineptos funcionarios de la ley, capitaneados por Dogberry, muy bien representado por Michael Keaton, que se luce con todo su histrionismo posible, revelará la argucia y acabará con el engaño.

Quiero detenerme, por gusto y placer, en la interpretación de Keaton, que, en diversos foros, levanta discusiones y divide de forma irreconciliable las opiniones.

A mi entender, la elección de este actor de Pennsylvania por parte de Branagh -que ya sabemos es un excelente actor y también excelente director de actores- para interpretar a Dogberry, no obedece a cuestiones mercantiles tan poco interesantes, artísticamente hablando, como la obtención de fondos en la producción y la recaudación. Branagh, con muy buen ojo, le confía un papel que a priori parece poco importante, pero que, recordemos lo apuntado al comentar la obra original, cuando se estrenó la comedia, lo levantó en las tablas el más famoso cómico de Inglaterra en su época.

El histrionismo desatado de Keaton es, evidentemente, un efecto buscado, querido y usado con inteligencia por Kenneth, reforzando la ininteligibilidad de las frases con que el personaje está dotado, alcanzando un surrealismo verdaderamente hilarante, de aquellos que hacen explotar de risa el patio de butacas, efecto buscado y querido por el propio autor de la obra, que dosifica el ánimo que nos sobrecoge al contemplar la tragedia de la infamia y acto seguido nos solaza con estos pajarracos extravagantes, que, apuntando alto Branagh, además de decir sandeces con la mayor seriedad, deambulan de un lado a otro fingiendo que van a caballo y otorgando la venia para partir a los que quietos quedan viéndoles marchar de esa guisa.
(No puedo con ello: sólo recordarlo, ya me río)

El conjunto ofrece una más que notable adaptación a esa célebre comedia del Bardo, película que en su época de estreno concitó gran éxito comercial, no alcanzando empero ninguna nominación a los premios Oscar, pese a los esfuerzos de la productora, mostrando, una vez más, la cicatería y ceguera de los académicos hollywoodienses, contra la buena aceptación popular.

Imprescindible pieza de colección a todo cinéfilo que una a su condición de tal la de amante del teatro bien filmado.







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dilluns, 21 d’abril del 2008

Constantinopla y Madagascar


Nueva York, arrancando el año 1940.

Un investigador de una compañía de seguros es la estrella de la empresa: acaba de encontrar un cuadro pintado por Picasso, que había sido robado:

"Me ha sido difícil: yo debía encontrar el retrato de una mujer tocando la guitarra pero todo lo que veía eran cubos; he tardado dos horas en encontrar la nariz."

Humor: sarcástico, mordaz, cínico. Humor que sirve para atacar y para defenderse.

Una trama detectivesca que rinde homenaje a los grandes clásicos del cine negro, con guiños evidentes (Perdición, El Sueño Eterno), que amplía su registro progresivamente mostrando una relaciones dentro de la empresa que apuntan a El Apartamento, para acabar en una abierta guerra de sexos que remite directamente a las
alocadas comedias de Howard Hawks.

En otras manos, el uso de esos antecedentes hubiera podido caer en lo previsible, pero Woody Allen es un cineasta que antes de fraile fue monaguillo y sabe escribir guiones repletos de frases ocurrentes que llevan en volandas a unos personajes que acaban resultando adorables.

El Woody Allen escritor demuestra conocer a fondo su tarea al pergeñar una trama de múltiples y variadas lecturas, una comedia que gozó de un presupuesto elevado -para lo que suelen ser las películas de Allen- que nos traslada a ese año 1940 en el que los investigadores usaban una raída gabardina y un sombrero que a C.W. Briggs (Woody Allen) le viene grande.

Briggs está un tanto desfasado; pertenece a una especie de investigador que se basa principalmente en su intuición, en el uso de su inteligencia para comprender al ladrón y así poder desenmascararlo. Sus métodos serán puest
os en entredicho por la nueva gerente de la empresa, Betty Ann Fitzgerald (Helen Hunt) que no duda en tacharlo de dinosaurio.

La animadversión del uno contra el otro provocará no pocos roces con unas frases cáusticas, nada amables, ametralladas, en una lucha dialéctica atroz.


Por ello, cuando coinciden en una fiesta de aniversario de un compañero de trabajo, y son hipnotizados por el mago Voltan (David Ogden Stiers) y cómicamente les convierte en matrimonio, las risas están aseguradas.

En su película La Maldición del Escorpión de Jade (The Curse of the Jade Scorpion, 2001), Woody Allen demuestra ser un cinéfilo de categoría y un hábil manipulador que, como el hipnotizador Voltan, nos hará creer una cosa mientras nos relata otra.

La trama detectivesca fallece como intriga propiamente dicha pues de inmediato se nos muestran todos sus factores y el interés del espectador fascinado se alterna en averiguar como se resolverá un problema que alude al tema tan amado por Hitchcock como es el del falso culpable, al tiempo que, paralelamente, disfrutaremos con una guerra de sexos verdaderamente cruel, con invectivas de todo tipo, con momento de relajo amoroso y vuelta a empezar, en un sinfín que nos mantendrá en vilo.

Porque los diálogos son brillantes, ocurrentes y divertidos.


Briggs es un hombre ya mayor que no duda en perseguir tanto a los ladrones que le tienen preocupado cuanto a cualquier monumento con faldas que se le pone por delante, porque ¡ay! el amigo Allen se ha cuidado de proveerse de buena música, como siempre, pero también, muy especialmente, de verdaderos bombones que serán sujeto de sus frases de doble sentido.

Su odiada jefa-gerente Betty Ann ha sido colocada por el dueño de la empresa (hijo del añorado fundador), un tal Chris Maruder (Dan Aykroyd), con quien mantiene una relación extra matrimonial, ya que él todavía no está divorciado.

Briggs es un pobre diablo solitario, abandonado por su mujer, que sin complejo alguno intenta conquistar a todas las jovencitas que se le ponen a tiro, sin que se pueda decir que, pese a su ocurrente inventiva, la suerte le acompañe en sus esfuerzos.

La procacidad de los chispeantes diálogos nos hará sonreir de buena gana.

Pese a los reiterados homenajes cinéfilos, Allen dedica sus mayores esfuerzos a renovar de forma ácida e irreverente la clásica guerra de sexos, con uns réplicas y contra réplicas dichas con gracia por los actores a un ritmo endiablado, incluso en ocasiones permitiéndose Allen el uso elíptico de la ausencia de un personaje que está dialogando fuera de cámara dando la oportuna réplica, lo que confiere a la acción una mayor celeridad y otorga al personaje en plano preferente toda la atención del espectador.

La bellísima Charlize Theron, interpretando a la joven rica carente de prejuicios Laura Kensington (de los Kensington de toda la vida, cuyas joyas han volado), devoradora de hombres, será elemento crucial para que nuestro anti-héroe acabe conociendo la verdad de la intriga detectivesca y salga triunfante y vindicado como el mejor investigador de la compañía de seguros.

Resuelta la trama detectivesca, queda, todavía, en el ánimo del espectador, atender a la solución de la guerra de sexos, que Allen finaliza de forma harto sencilla pero amable, provocando una sonrisa de complicidad que nos hará comprobar que hemos asistido durante poco más de hora y media a una película sin otra pretensión que entretener apuntando ideas ya conocidas pero muy bien presentadas, otra vuelta de tuerca a los clásicos, sin caer en la parodia fácil ni en el indigesto plagio.




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dissabte, 19 d’abril del 2008

Agitata da due venti

Hoy, no va de cine.

Uno no tiene tiempo de enterarse de todo lo que le puede gustar y en ocasiones, vagueando y navegando por el ciber espacio, buscando una cosa, encuentra otra, grata sorpresa.

Vivaldi: Ópera: Griselda

Un aria corta de libreto, amplia en adornos, bella:

Agitata da due venti,
freme l'onda in mar turbato
e 'l nocchiero spaventato
già s'aspetta a naufragar.
Dal dovere da l'amore
combattuto questo core
non resiste e par che ceda
e incominci a desperar.




He quedado fascinado de esa mezzosoprano con una voz y una técnica increíbles, que hasta hoy no conocía, ignorante de mí.

Cecilia Bartoli, un descubrimiento para mí, no me avergüenzo reconocerlo, que quiero compartir con el amable lector.

Por eso hoy, no va de cine. Va de música, excelsa.



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dimecres, 16 d’abril del 2008

Dudas existenciales

Dice el refranero popular que es de bien nacido el ser agradecido.

Cumpliré pues, con la tradición, y daré las gracias a los hermanos Coen por haberme ayudado a descubrir a un escritor estadounidense, autor de varias novelas de renombre, a quien este comentarista desconocía por completo hasta hace bien poco.

Leyendo un comentario de La Mujer Justa me surgió la idea de obtener el libro y leerlo después de haber visto la película de los hermanos Coen.

Así lo hice: el libro permaneció en mi mesa unos días, de hecho un par de semanas, cerrado, aguardando su turno; me demoré, pues retardé cuanto pude su lectura tras ir al cine. El fin de semana pasado, por fin, cumplí con la idea.

Cormac McCarthy lleva ya tiempo escribiendo y justo el año pasado recibió el Premio Pulitzer de Ficción por su última novela, The Road; anteriormente, escribió, en 1992, la novela Todos los Hermosos Caballos, que ya fue llevada al cine.

No es País para Viejos (No Country for Old Men) en una barata y cuidada edición de bolsillo , permite, por poco más que el precio de una entrada de cine, disfrutar de una lectura apasionante.

McCarthy, con apenas doscientas cuarenta y dos páginas, divididas en doce capítulos con prefacio y un epílogo, nos muestra la desazón que siente el sheriff Ed Tom Bell, un sentimiento de desamparo, de miedo, de frustración vital, ante la incomprensión del devenir de una sociedad en la que ha sido personaje activo durante toda su vida, al servicio de los habitantes de su condado, el condado texano de Terrell, allá donde el sur de la américa sajona se mezcla con el norte de hispanoamérica, en un territorio extenso, donde las vecindades suponen cientos de kilómetros, un paisaje árido, abrupto y desértico en el que la frontera se diluye bajo un sól tórrido, una luna clara y un clima extremo, donde las gentes atraviesan el río y cambian de país, de lengua y de costumbres, poca gente para tanto espacio, demasiado espacio para tan poca gente, soledad amparadora de los hechos cruentos que irán hilvanando una sangrienta historia de cacería humana, en la que el fatigado Bell acumulará las razones para, al fin, romper con todo.

McCarthy demuestra poseer gran conocimiento de la narrativa y acierta de pleno en la composición de la novela: cada capítulo de los doce en los que nos irá describiendo la historia se inicia con un monólogo, una voz en off muy cinematográfica, que nos expondrá el pensamiento de Bell y así, conforme la acción avanza, tendremos una parte de su discurrir vital y entenderemos sus razones.

McCarthy escribe de forma concis
a, breve, seca; los párrafos son cortos, iluminados en ocasiones con apenas cuatro palabras sugerentes de una imagen, un ruido, creando en la imaginación del lector, escuetamente, la descripción que otros escritores realizarían profusa y detalladamente.

A modo de ejemplo, abro mi libro al azar y leo en su página 73:


"Había ciervos moviéndose entre los matojos del desierto. Los oyó resoplar y pudo verlos cuando salieron a un cerro unos cien metros más allá y se lo quedaron mirando. Se sentó en un cascajal con la bolsa vacía doblada sobre el regazo y contempló la puesta de so
l. Vio la tierra volverse azul y fría. Vio descender sobre el lago a un águila pescadora. Después solo hubo oscuridad."

La forma en que se nos presenta la acción es también peculiar: McCarthy huye de los convencionalismos literarios y su redacción, al principio, causa en el lector poco acostumbrado a su estilo una cierta confusión: los diálogos se suceden, mezclados, confiriendo a la lectura una sensación de precipitación al principio y de naturalidad después, ya que, cuando hablamos, nuestros discursos se entremezclan y las pausas son casuales; y cuando se producen, gozan de mayor contenido y significado.

Además, el autor juega con el tiempo y el lugar, presentando en ocasiones hechos que han sucedido ante nuestros ojos y, a vuelta de página (muy buena la composición editorial de esa colección de bolsillo) estamos leyendo las acciones que han precedido temporalmente a los actos ya conocidos.

El lenguaje directo, breve, seco, cortante casi, adornado por epítetos y adjetivos descriptivos, choca con el uso reiterado de un recurso poco habitual, el polisíndeton, que profusamente McCarthy inserta en sus descripciones de movimientos de los personajes que veremos deambular, figura retórica que, me consta, ha causado no poca perplejidad y desconcierto a varios lectores, probablemente por su desconocimiento, por inusual.

A modo de ejemplo, en la misma página 73 leo:

"Luego metió el arma y la munición y las herramientas debajo del colchón y salió otra vez"

Esa forzada conjunción copulativa "y" que fácilmente podría ser sustituida por una coma entre "arma" y "munición", dando "aire" a la lectura, consecuente con la "coma", precisamente la usa McCarthy con la diáfana intención de acelerar el ritmo de la narración, de agotar el ánimo prendido del lector, que no halla descanso al "tomar aire" en una frase que, así, imprime mayor tensión a la narración, llegando incluso a incomodar.

Pero es que McCarthy no quiere que nos sintamos cómodos con la lectura de su novela; al contrario; pretende y consigue incomodarnos, sorprendernos.

Los personajes de la novela son cuatro, presentados de forma sucesiva en la novela:

El principal e
s el sheriff Ed Tom Bell; lo es porque suyos son los pensamientos que anteceden a cada capítulo y porque cierran la novela a modo de epílogo. Bell es un hombre que se ha hecho mayor al servicio de su comunidad, honesto, cabal; ha sido reelegido tantas veces que, al final, teme no poder jubilarse porque no le permitan dejar el cargo; se conoce la zona fronteriza del Texas más sureño y tiene amigos y conocidos en los condados limítrofes. Es un hombre conservador, extrañado por cómo la vida ha ido cambiando en apenas cuarenta años, comprobando directamente, día a día, testigo forzado, la aparición de la maldad en el tejido social, representada por individuos desalmados.

La historia q
ue vamos a conocer nos la cuenta Bell: forma parte de su pasado; en sus primeras palabras, si nos fijamos, podemos comprobar que, de inicio a fin, la historia será la causa de su decisión final:

"La prensa decía que fue un crimen pasional y él me aseguró que no hubo ninguna pasión. Salía con aquella chica aunque era casi una niña. Él tenía diecinueve años. Y me explicó que hacía mucho tiempo que tenía pensado matar a alguien. Dijo que sabía que iría al infierno..../.... ¿Qué le dices a un hombre que reconoce no tener alma? ¿Qué sentido tiene decirle nada? Pensé mucho en ello. Pero él no era nada comparado con lo que estaba por venir."

El que estaba por venir es el siguiente personaje, Anton Chigurh: su presentación no puede ser más efect
iva: se halla detenido por un agente de la ley que está al punto de encarcelarlo; mientras el agente busca las llaves de la celda....:

"Estaba ligeramente encorvado cuando Chigurh se puso en cuclillas y pasó las manos esposadas por detrás hasta la parte posterior de sus rodillas. En el mismo movimiento se sentó y se meció hacia atrás y pasó la cadena bajo sus pies y luego se incorporó rápidamente y sin el menor esfuerzo. Si parecía algo que hubiera practicado muchas veces, lo era. Pasó las manos esposadas por encima de la cabeza del ayudante y dio un salto y descargó ambas rodillas sobre la nuca del ayudante y tiró de la cadena."

Chigurh es un hallazgo espantoso, terrible; un psicópata que no tiene aprecio a la vida, ni la ajena ni la propia, adornado con un fatalismo lógico en su locura, sembrando de cadáveres su itinerario, bestia depredadora astuta e insensible, máquina de matar constante y eficaz.

"Chigurh sonrió. Tenemos mucho
de que hablar, dijo. A partir de ahora trataremos con gente nueva. No habrá más problemas.
¿Qué ha pasado con la gente vieja?
Se han dedicado a otras cosas. No todo el mundo es apto para este trabajo. La perspectiva de unos beneficios desorbitados lleva a la gente a exagerar sus propias aptitudes. Para sus adentros. Creen que controlan la situación cuando quizá no es así. Y es la postura de uno sobre terren
o incierto lo que propicia la atención de los enemigos. O los ahuyenta.
¿Y usted? ¿Qué pasa con sus enemigos?

Yo no tengo enemigos. No permito que los haya. "

Esa filosofía mortífera dominará el relato cual sombra ominosa dejando huella en todos los personajes que viven la historia; es la personificación del mal; y su objetivo será dar caza al tercer personaje, pivote, eje central en torno a cuyos actos girará la trama, espoleta iniciadora de una guerra sin cuartel ante los ojos del asombrado Bell.

El tercer personaje es Llewelyn Moss: es un hombre que participó en la guerra de
Vietnam; un buen tirador que se gana el sustento como soldador y trapichea y caza antílopes en el desierto del Parque nacional Big Bend; es un cazador astuto, que aplica lo aprendido como francotirador en la guerra; una tarde, siguiendo un rastro, descubre varios vehículos y a sus ocupantes acribillados a balazos; además, descubre una camioneta cargada de droga y un maletín con más de dos millones de dólares; apropiarse del dinero será su perdición, ya que se iniciará una cruenta persecución. Pero él no se amedrenta y huye y consigue que su mujer abandone el lugar y se vaya con su madre; la quiere y trata de protegerla de lo que sabe va a empezar. Es un tipo duro, valiente, tenaz y con recursos. Conoce el peligro. O cree conocerlo.

El cuarto personaje no es una persona en sí mismo: son los delincuentes de uno y otro bando que también buscarán el dinero; se afanarán y matarán por ello y morirán algunos, también. Son los intereses económicos que fuera de la ley se mueven con soltura en ese amplio espacio fronterizo buscando ganancias millonarias; son los que mueven los hilos y son los que mandan a sus esbirros a matar y a morir. Es la tierra, dura y seca, árida, grande, que permite que todos se muevan con soltura escabulléndose en cada intento de Bell por detener esa batalla.

McCarthy usa todos esos elementos muy bien: el desarrollo de la acción, paralela a los pensamientos de Bell, cada vez más asombrado ante el cúmulo de asesinatos que va hallando es un contraste que proporciona a la novela una trascendencia que va mucho más allá de la simple narración del género, una reflexión acerca de la co
ndición humana, una visión pesimista que se nos relata claramente a través del pensamiento de Bell:

"Hace tiempo leí en un periódico de aquí que unos maestros encontraron de casualidad una encuesta que enviaron en los años treinta a varias escuelas del país. Incluía un cuestionario sobre cuáles eran los problemas de la enseñanza en las escuelas. Y encontraron unos formularios que habían enviado desde varios puntos del país respondiendo a esas preguntas. Y los mayores problemas mencionados eran cosa como hablar en clase y correr por los pasillos. Mascar chicle. Copiar los deberes. Cosas por el estilo. Cogieron uno de los impresos que estaban en blanco, hicieron fotocopias y los volvieron a enviar a las mismas escuelas. Cuarenta años después. Y he aquí las respuestas. Violación, incendio premeditado, asesinato. Drogas. Suicidio. Me puse a pensar en eso. Porque la mayoría de las veces cuando digo que el mundo se está yendo al infierno la gente simplemente sonríe y me dice que me estoy haciendo viejo. Que ese es uno de los síntomas. Pero lo que yo creo es que cualquiera que no vea la diferencia entre violar y asesinar gente y mascar chicle tiene un problema mucho mayor que el que tengo yo. Y cuarenta años tampoco es tanto. Tal vez los próximos cuarenta años sacarán a la luz algún problema más. Si no es demasiado tarde. "


La composición de los personajes, sus andanzas, los diálogos breves, claros, concisos, el manejo del tiempo y el lugar y la concreción del conjunto, propiciaron sin duda que Joel Coen y su hermano Ethan Coen abandonaran su costumbre de rodar películas basadas en historias propias y guiones originales y se apoyaran en el excelente texto de Cormac McCarthy para su película de idéntico título, presentada hace poco en España: No es País para Viejos (No Country for Old Men, 2007).

No es una película típica de los hermanos Coen, pero es una película de los hermanos Coen al cien por cien. No es típica porque se basa en un relato no habitual en ellos, con un clarísimo mensaje conservador. Pero su factura nos remite a las mejores de sus inicios, aprovechando esos planos generales que nos sumergen inmediatamente en el ambiente áspero en el que se va a desarrollar la trama; los personajes principales están muy bien cuidados, especialmente el trío protagonista configurado por un excelente Tommy Lee Jones en una composición que me recuerda mucho al vaquero de su película Los Tres Entierros de Melquíades Estrada, dando cuerpo al sheriff Bell; un también excelente Josh Brolin que otorga todo el nervio y la tensión que sufre ese ex-combatiente y cazador Moss, convertido en presa condenada a muerte, y un adecuado Javier Bardem en un papel bastante hierático, Terminator del siglo XXI, por el que le regalaron el oscar al mejor actor secundario en una artimaña de mercadotecnia ya que es tan protagonista como los otros dos.

Un inciso: este comentarista no alcanza a comprender cómo caramba un hombre tan preocupado socialmente como el Sr. Bardem, hijo y nieto de cómicos de la lengua, ha despreciado a millones de espectadores hispanohablantes como él mismo y ha permitido que en la versión doblada su voz haya desaparecido por completo, hurtándonos la mitad de su actuación; además, el doblaje es penoso, de aquellos que deberían dar vergüenza, plano y aséptico, carente de emoción y tensión, no resultando amenazador ni de casualidad. Vergüenza para el Sr. Bardem por permitirlo. Tampoco puedo comprender porqué en ninguna de las muchas críticas genuflexas ante ese Oscar se menciona la cuestión, como si no tuviera importancia: para una vez que le dan un Oscar a un actor español, va y se queda mudo. ¿O es que ya no le importa el público hispanohablante?

Los Coen aplican su ciencia con mesura y sabiduría, respetando y enalteciendo el texto de McCarthy, usando diversas elipsis -como acostumbran- para reforzar la traslación al lenguaje cinematográfico de los hechos que se van hilvanando de forma sucesiva e implacable, ante los ojos del asombrado sheriff Bell. En otras manos, la fuerza de la novela se hubiera diluído y quizás reducido a una cinta de acción sanguinaria sin más; la forma de retratar los individuos es ejemplar y cabe señalar que cuidan con mimo y esmero al atroz y sanguinario asesino Chigurh, profusamente rodado en primeros planos que destacan la impavidez con que ejecuta sus acciones.

Tengo para mí la sensación que las críticas adversas -que alguna ha habido- recibidas por la cinta se deben, primordialmente, a que el mensajero se ha quedado en la fachada, en el bosque, en la apariencia de "thriller" sangriento esperado por todos como retorno de los Coen al género que mejor dominan, después de su nefanda excursión comercial a la comedia; no se han visto los sótanos; no se han visto los árboles; no se ha entrado en la consideración del mensaje pesimista y apocalíptico que se mantiene y que se revela prístino en la última secuencia que cierra la narración y la película, con un Barry Corbin como el tío Ellis que sí hubiera debido recibir, por lo menos, una nominación al mejor actor secundario por su breve pero intensa labor.

Una película de poco más de dos horas, muy interesante, perfecta traslación a la pantalla de una novela llamada a permanecer en la memoria colectiva, dos horas bien aprovechadas que nos zarandean y nos hacen comprender que los tiempos cambian y no siempre ni en todo a mejor, usando el descarnado retrato de la violencia como catapulta para denunciar un exacerbado materialismo que, por el maldito dinero, es capaz de cualquier cosa, hasta afrentar la muerte, la propia y la ajena.

En definitiva, un libro a comprar sin falta y un dvd a esperar para poder ver la actuación entera del Sr. Bardem.

Otrosí: observando el precio del libro (apenas 8 euros) y sabiendo que el dvd tardará años en ser ofrecido a precio semejante, uno debe concluir que algunos magníficos escritores están muy subestimados por nuestra sociedad.



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dissabte, 12 d’abril del 2008

MM 1 The Quiet Man



El Séptimo Arte es la culminación de las demás artes que le precedieron; todas las anteriores tienen cabida en él; ese aspecto integrador se demuestra, ocasionalmente, con el uso de la música como elemento reforzador de la historia que, en imágenes y diálogo, se nos cuenta.

Me ha parecido interesante dedicar esporádicamente este espacio a destacar algunas escenas, que denominaré eufemísticamente "Momentos Musicales", para recordar a quienes quieran visitar este bloc de notas cinematográfico algunas escenas que, a entender de este comentarista, forman parte de la memoria musical cinematográfica, sin que, forzosamente, pertenezcan a las películas que normalmente clasificaríamos como pertenecientes al género musical.

Serán escenas con música cuya audición sin imágenes evocaría el recuerdo de la película a que pertenecen; las composiciones podrán ser originales e inéditas antes de entrar a formar parte de la película, o, simplemente, música que, en el recuerdo del cinéfilo empedernido, aún existiendo de antemano, permanecerán ya para nunca jamás unidas a un título.

Pero dejémonos de preámbulos y presentaciones y vayamos a lo que interesa:

Como inicio de esta pequeña serie, las dudas han sido muchas; pero, atendida la querencia del bloguero, la decisión final ha sido fácil:

The Wild Colonial Boy es una balada tradicional irlandesa que tiene su traslación australiana, cabe que por llevarla allí los muchos presos irlandeses condenados a las cárceles de aquel continente austral en virtud de la guerra contra la Gran Bretaña en busca de su independencia.

Esa balada, cuya letra puede comprobarse en el enlace referenciado, la usa con muy buen tino John Ford en su obra maestra The Quiet Man, que ya se ha comentado en este bloc.

Sean Thorton se presenta en sociedad en la amada Innisfree y, cuando se averiguan sus ancestros, se declara que sí es una buena noche, y todos, al son de la canción, liban buena cerveza negra en honor del recién llegado. ¿Todos? Todos no....



La escena, memorable, se sustenta sobre la canción, que ya nunca más volverá a pertenecer a nadie más que a la estupenda película The Quiet Man.



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dijous, 10 d’abril del 2008

Benjamin Barker




Una previa: cuidadín con los enlaces documentales, que cuentan la historia al completo; sirva de aviso para navegantes: preferible no leerlos, si hay voluntad y disposición en ir al cine.

La leyenda de Benjamin Barker, que un día regentó una barbería en la londinense calle de Fleet Street, aparece a mediados del siglo XIX y ha originado múltiples adaptaciones; una de las últimas, adaptando la turbia historia de venganzas sangrientas a un musical de renombrado éxito que se estrenó hace ahora ya casi treinta años, en marzo de 1979, en Broadway, acontecimiento seguido por este comentarista con fruición a través de la prensa, corroído por la envidia en la imposibilidad de asistir a sus representaciones.

Por suerte, pasados casi esos tres largos decenios, el director Tim Burton decidió que ya iba siendo hora de adaptar el gran éxito de las tablas a la pantalla.

Adaptación que no debió resultar fácil, ya que en la versión musical, basada en una excelente partitura del maestro Stephen Sondheim, todos los personajes cantan alguna pieza, con sus tesituras marcadas conforme a sus carácteres dramáticos, como es usual.

Cabe fantasear sobre el inicio de la idea en la mente barroca de Burton; su compañera sentimental, Helena Bonham Carter ya le habría demostrado, en la intimidad de cualquiera de los dos hogares vecinos que comparten, que sabe cantar; ello, añadido al éxito de la obra y a la inexistencia de versión cinematográfica (sí televisiva, pero no es lo mismo) que hiciera justicia a la historia, debió provocar que, en cualquier velada después de cenar, tomando unos tragos de buen bourbon, uno de los dos dijera:¡Oye! ¿Porqué no hacemos Sweeny Todd?

Y así, si así les gusta, se inició la aventura que acabaría siendo la película titulada en España Sweeny Todd, el diábolico barbero de la calle Fleet (Sweeny Todd, 2007)

Burton ya tenía a la protagonista, la Sra. Lovett, pues el papel, evidentemente, tenía que ser representado por Helena Bonham Carter.

Pero, ¿y el barbero? ¿quién hará el barbero?

Que lo haga Johnny, dijo Helena. Pero Burton, que ha hecho con su amigo varias películas, se preguntó: ¿pero Johnny "también" sabe cantar? Voy a llamarle para preguntárselo.

Johny Depp le dijo: no lo sé, pero puedo intentarlo.


Burton ha realizado una adaptación perfecta de la obra a la gran pantalla, incidiendo en la recuperación de la truculencia original de la leyenda, otorgando un carácter siniestro inigualable a esos lugares sórdidos, lúgubres, de los barrios menos favorecidos de un Londres añejo, remarcando con un uso adecuadísimo de tonos fotográficos los distintos ambientes; el entorno de Sweeny Todd, antes conocido como Benjamin Parker, el mejor barbero de Londres, siempre será en tonos fríos, grises, azulados, en contraposición a las lujosas dependencias de su archienemigo y causante de su desgracia, el Juez Turpin( el siempre excelente actor británico Alan Rickman), escoltado por el rufián agente judicial Bamford (Timothy Spall, otro británico de mucho cuidado), con unos colores cálidos, resplandecientes, lujosos.

La película es un placer para los sentidos, ya que la magnífica música está servida por unos intérpretes que realizan su labor con enorme inspiración y profesionalidad.

Antes de ver la película tuve ocasión de informarme al respecto, y he de afirmar que no coincido con casi n¡ngún comentario, ya que para este bloguero, aún siendo muy destacable el trabajo de los secundarios, no alcanza la labor de Johnny Depp y Helena Bonham Carter, que bordan, literalmente, la pasión desenfrenada que mueve a sus personajes, con un hálito de locura inconcebible en cualquier otro intérprete, consiguiendo una naturalidad pasmosa en una pareja a toda luz perturbada en su sentido común, más aún, en su humana razón.

Y además, cantan bien.

No es, sin embargo, plato para todos los gustos; es un musical con todas las de la ley, pero es un musical trágico, terrible, sin un momento de humor que alivie la tensión; la obra no tiene nada de cómoda, pero ello, amigos, no hay que imputárselo a Burton: es así, y punto. La música tampoco es alegre, en perfecta consonancia con la historia.

Si con estos antecedentes deciden ir al cine a verla, seguro que lo pasarán bien; poco menos de dos horas bien gastadas, que, gracias al buen pulso de Burton, pasan en un suspiro.






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dimarts, 8 d’abril del 2008

Robando Escenas



Ladrones de escenas han habido siempre, tanto en el teatro como en el cine; esa expresión, que puede parecer un tanto pasada de moda, sigue vigente; de vez en cuando, uno se sorprende comprobando que siguen existiendo intérpretes que, aviesos ellos, aprovechan unas líneas bien escritas, para apoderarse de la pantalla, por mucho que simplemente acompañen a la estrella de turno.

Este comentarista no puede olvidar un robo tan consumado y pertinaz, casi un atraco en toda regla, que perpetró un entonces todavía poco conocido (para este comentarista, por lo menos) Rupert Everett en una entretenida comedia de hace ya once años:



Cada vez que aparece Rupert, la roba (la escena), con todo descaro:

Escena final, en versión original:



La misma, en versión (excelentemente) doblada:



Nada como un buen intérprete con un buen diálogo, para poner en aprietos a una estrella....



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dilluns, 7 d’abril del 2008

Dos recordatorios


Ha fallecido Charlton Heston, ese actor que nos ha acompañado en tantas sesiones memorables de cine durante tantísimos años.

Algunos personajillos de la más reciente actualidad han aprovechado su senectud y su enfermedad del implacable Alzheimer para vilipendiarlo, intentando que las jóvenes generaciones se formaran una opinión sesgada.

Para este comentarista, Heston será siempre el actor idóneo para los grandes personajes; el representante perfecto para esos hombres de una pieza, labrados sobre roca imperecedera; un gran actor capaz de no hacer el ridículo en cualquier caracterización, intérprete que, según me contaron, hacía suspirar, con su torso, a veces velludo, a veces depilado, a las féminas en el patio de butacas.

Un actor comprometido con su arte, defensor de la libertad de creación; a él debemos los cinéfilos el apoyo que, con su categoría, supo dar a pro
yectos como Sed de Mal, Mayor Dundee, o Soylent Green, que sin su concurrencia no hubieran tenido lugar.

Películas como Ben-Hur, Los Diez Mandamientos, Will Penny u Horizontes de Grandeza no serían iguales sin su aportación.

Que en su vejez se decantara por un conservadurismo no puede hacernos olvidar que, en tiempos más difíciles, marchara por las calles de Washingt
on (1963) reclamando por los Derechos Civiles, ni que en 1999 promoviera el reconocimiento cinematográfico de un cineasta tan alejado de su ideario político como Elia Kazan.

Un hombre complejo, con todo el derecho a serlo y un gran actor de presencia impresionante en la pantalla.



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Hace ya setenta y cinco años que el público estadounidense descubría, aterrorizado, una recreación del mito de La Bella y la Bestia.

La primera película de King Kong, perteneciente ya a la Historia del Cine, ha cumplido tres cuartos de siglo y sigue tan fresca, tan saludable, como el primer día.




Escribir a estas alturas algo original representa ímprobo esfuerzo y trabajo de documentación enorme, y, francamente, me da pereza.

Baste asegurar que, para este comentarista, la primera versión sigue siendo la mejor, por su excelente tratamiento cinematográfico, porque la historia se cuenta con todo detalle con gran economía de medios, porque los efectos especiales, aún ya superados técnicamente siguen teniendo un hálito fantástico cautivador, y porque, pese a que circulan por ahí muchas copias que ¡han sido censuradas!, esa recreación del mito sigue incólume, produciendo en su final un sentimiento de tristeza, representando la muerte de la bestia la pérdida de un amor ingenuo y sincero, simpar enamorado que ofrece su vida para salvar a su dama.

De la bondad del original no cabe dudar, sabiendo que ha tenido numerosísimas secuelas, algunas más afortunadas que otras. Véanse, a modo de ejemplo, las muy diferentes formas de presentar el impresionante (y difícil) momento en que La Bestia conoce a La Bella:



Juzgue cada quien cual le gusta más.

Este comentarista prefiere como ya ha dicho la primera versión, y abomino de la secuela del año 1976, coincidiendo con Angelcaído, autor de este artículo

De la versión última, hablaremos otro día.... que hoy no toca....



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dissabte, 5 d’abril del 2008

Interruptus




Muy "british": es lo que uno piensa en ocasiones al salir de la sala de cine: muy "british".

Eso puede ser bueno o malo, según los casos, como en todo.

Uno, que por suerte peina canas (otros están calvos), ha visto algunas películas románticas que le han impresionado; otras han aburrido; los británicos, tan especiales ellos, siempre han hecho gala, tanto en su literatura como en su filmografía, de albergar potentes melodramas románticos que, en ocasiones, han alcanzado la gran pantalla con excelentes resultados: refirámonos a Cumbres Borrascosas, basada en la celebérrima novela de Emily Brontë como hito inmarcesible.

El sello que suele distinguir las producciones melodramáticas anglosajonas es inconfundible en lo que se refiere al extremo cuidado en la ambientación, atrezzo y vestuario. La historia, en ocasiones, queda algo floja.

Hace unos pocos años tuvo enorme resonancia y éxito una película (que este comentarista, aún disponiendo de ella, todavía no ha visto) que encumbró a su director, un tal Joe Wright y a su musa, una flacucha actriz que atiende por el difícil de pronunciar nombre de Keira Knightley.

En aquel entonces, la historia giraba alrededor de una novela de la famosísima Jane Austen, contemporánea de la Brontë.

Con la clarísima intención de aprovechar el tirón popular, el amigo Wright decidió repetir la jugada, adaptando una novela de autor más moderno, Ian McEwan, que relataba una historia de amores no correspondidos, mal entendidos, triunfantes, con una amalgama de sentimientos que afloran en un largo libro de memorias.

Así, el año pasado se presentó al público la película titulada en España como Expiación (Atonement, 2007) que recibió siete nominaciones los Oscar y sólo ganó una, por la buena (pero no excelente) partitura musical de Dario Marianelli






La película, protagonizada por la ya citada Keira Knightley, que luce espléndida (pero muy flaca), acompañada por el frío, distante e inexpresivo James McAvoy, con la concurrencia de una magnífica jovencita llamada Saoirse Ronan (el nombrecito es auténtico: pero tan raro, que ni ella misma sabe pronunciarlo correctamente, al parecer) que, sin duda, está llamada a superar a sus padres como buena actriz, así como de la bellísima Romola Garai, especialmente damnificada por una caracterización que la afea notablemente, uno piensa que por imperativos -celos artísticos de la diva, cabe suponer- del guión, harto incomprensibles, pues la niña y Romola interpretan al mismo personaje, la película, podríamos decir, que se queda a medias de lo que quería ser y no fue, a pesar de los enormes medios materiales y artísticos que comparecen y colaboran el empeño.

Siendo tan reciente su estreno (este comentarista la vio en el cine de su pueblo no hace ni tres semanas), convendremos en no explicar demasiado el argumento, ya que puede que algún/a amable lector/ra todavía no le haya hincado el diente cinéfilo.

El resumen explicable, escuetamente, es: chiquilla quiere chico, que, naturalmente, ama a chica y resulta ser correspondido; chiquilla no entiende nada de lo que pasa y, sin mala fe por su parte, lo estropea todo. El resto, quede en incógnita.



Dicen algunos que el libro en el que se basa la película es muy superior, lo que no es extraño, como ya se sabe; ajustándonos a la cinematografía, resulta larga en exceso -más de dos horas- y se demora en explicar los acontecimientos, con el agravante de usar, en varias ocasiones, lo que podríamos denominar "técnica rasho-bluff", totalmente inadecuada a la historia que se nos cuenta, perdiendo unos minutos en reiterar escenas, aburriendo, cuando luego nos hurtarán sucesos de mayor contenido melodramático que reforzarían la empatía con los pesonajes principales, amantes desubicados por una contrariedad infantil inexplicable, resultando que la primera hora del excesivo metraje es buena, en la costumbre británica ya indicada de ambientaciones, actuaciones de secundarios, etcétera, (con la salvedad de las reiteraciones) y, de repente, abruptamente, el giro de los acontecimientos dará paso a una segunda mitad que resulta lenta, pesada y decepcionante, produciéndose una clara interrupción en el desarrollo de la trama no bien alcanzado su meridiano, conduciéndonos a un final francamente flojo, quizás mal explicado.

El oropel no basta para sostener un melodrama, que se basará, canónicamente, en la expresión de unos sentimientos, de una forma u otra, pero siempre con pasión, pasión que Wright demuestra no tener en su mano.

Agradable por las buenas actuaciones de las intérpretes y por la cuidada ambientación, es una película que perfectamente podrá esperar a verla en dvd cuando se ponga a disposición en alquiler, que no creo tarde mucho.



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divendres, 4 d’abril del 2008

La Reina del Boulevard







Gloria May Josephine Svensson nació el 27 de marzo de 1897 en Chicago y falleció, ochenta y seis años después, en Nueva York, tal día como hoy, 4 de abril de 1983, hace justo veinticinco años, tras haber intervenido con el aclamado nombre de Gloria Swanson, en más de ochenta películas.

En su época de mayor esplendor, llegó a ganar ocho millones de dólares, gastándolos casi por completo, sin llegar a pasar necesidades económicas, pues a su fallecimiento dejó en herencia más de un millón.

En el año 1950, cuando estaba ya en plena madurez, recibió, por suerte, la oferta de intervenir en una película que le reportaría su tercera y última nominación al Oscar a la mejor actriz (las dos anteriores, fueron en 1930 y 1929, por orden inverso de antigüedad), perdiéndolo definitivamente frente a una rival considerable, Judy Holliday, por una interpretación que ya se ha comentado aquí.

Curiosamente, el compañero de ambas actrices fue el mismo: William Holden, que en ese año de 1950 hizo nada más y nada menos que ¡cuatro películas!, dos de ellas históricas cinematográficamente por derecho propio.


Gloria Swanson fue una reina idolatrada por millones de espectadores cinéfilos que abarrotaban las salas de estreno de sus películas en la época del cine silente; tuvo sus más y sus menos con gente muy importante de la época y sufrió hachazos importantes de la censura y los intereses ocultos al gran público en una película muy especial, dirigida por Erich von Stroheim, gran amigo suyo.

En 1950 Gloria era una mujer de más de cincuenta años con una considerable fortuna que le permitía vivir desahogadamente, sin otra necesidad para seguir haciendo películas que "matar el gusanillo" de la vocación de actriz que constituía su mayor placer, después de cinco divorcios y varios nietos.

El rey de los pícaros de Hollywood, Billy Wilder, había empezado a pergeñar con Charles Brackett y el auxilio de D.M. Marshman Jr. una de sus habituales historías humorescas, cínicas y vitriólicas, cuando, por azar, la cosa se torció, ya que la intérprete principal en la que pensaban al escribir el guión se negó a colaborar; ello obligó a un cambio de sentido, impuesto por Wilder, que a la postre representaría, por el desencuentro, la última colaboración entre éste
y Brackett.

La película que se iba a rodar tenía en origen un sentido cómico y burlesco, y acabó siendo un drama denuncia de hondo calado, todavía hoy representativo de la farándula que se refleja en la gran pantalla.

En España se tituló El Crepúsculo de los Dioses (Sunset Boulevard, 1950) y, según contó el propio Billy Wilder muchos años más tarde, sus recuerdos (que pueden no ser verídicos del todo) son los que se pueden ver aquí (Aviso: puede que el video se tenga que descargar completo para verlo sin trompicones. Paciencia, que vale la pena.)

Se trata de una película sobre el mundo del cine y sus miserias; un guionista desahuciado, Joe Gillis (William Holden) entabla conocimiento casual con una antigua estrella del cine silente, que pretende regresar a los platós de rodaje con un guión que ella misma se ha preparado; Norma Desmond (Gloria Swanson) vive en una descuidada y desvencijada mansión que apenas puede atender su único criado, Max (Erich von Stroheim), que mantiene con ella una relación servil de todo punto increíble a primera vista.

Joe caerá en las redes que a su alrededor de forma incesante establecerá Norma, apabullándole con regalos carísimos y cubriéndolo de responsabilidades morales por intentos de suicidio de la actriz, mientras se enamora un poco de la novia de un amigo, una joven Betty (Nancy Olson) que, como correctora de guiones, le hará ver francamente sus carencias.

La elección de los actores por parte de Wilder es acertadísima, pues los papeles que interpretan se les ajustan como una segunda piel, aparentemente sin esfuerzo alguno. Naturalmente, estamos hablando de cine, de Cine con mayúsculas, y ya sabemos que en el cine cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

¿O no?

Gloria Swanson está magnífica en su interpretación de Norma, como una mujer que no acaba de adaptarse al atroz e ingrato olvido al que la han relegado los jerifaltes de la industria del cine hollywoodiense.

En la película, se da por entendido que la principal causa es la falta de adecuación de la antigua diva al nuevo cine sonoro; pero la realidad que vemos en pantalla y la que conocemos actualmente, es que una actriz de más de cincuenta años jamás podrá disfrutar de un papel protagónico a su medida.

Wilder no deja títere con cabeza y pone al descubierto la desidia y el olvido ingrato con que la industria del cine trata a las estrellas apagadas; se sirve el cínico Wilder de personajes de carne y hueso como Buster Keaton, Anna Q. Nilsson y H.B. Warner para adjetivarlos como "figuras de cera" al tiempo que rinde homenaje a un cine que fue y que ya no tiene lugar en la industria económica montada alrededor del otrora conocido como "Séptimo Arte"

Las relaciones entre Norma, (53 años), Joe (32 años) y Betty (22 años) devienen en amores imposibles todos ellos porque para Joe la primera es mayor y la segunda demasiado joven, rechazándolas a ambas, lo que acabará con su destino.

Un destino que conocemos apenas iniciada la película, ya que Wilder, siempre original, inaugura en la cinematografía un largo flashback relatado en primera persona por el protagonista que, en la primera escena, aparece muerto, asesinado a tiros, en la piscina de la mansión enorme, abandonada, de Sunset Boulevard.

Desmenuzar esta película representaría la confección de varios comentarios, pues su intensidad resulta imposible de abarcar en un simple comentario; y el origen de la referencia no era la película, sino dar fe de la memoria de la gran actriz que fue Gloria Swanson, en el 25 aniversario de su fallecimiento; una gran actriz que no tuvo reparo alguno en construir desde la autoparodia un personaje que de atípico no tiene nada, con un contenido dramático hiperbólico,mediante una interpretación de gran calado, que demostró, claramente, que quien tuvo, retuvo: y que fue -y sigue siendo- una gran injusticia apartar de esos platós donde los viejos directores como Cecil B. de Mille seguían rodando (aparece el auténtico rodaje de Sansón y Dalila) mientras las ajadas estrellas que refulgieron en sus inicios se ven abocadas al más mísero ostracismo.

Ello se hace evidente en la escena en la cual Norma contempla en su cine casero la proyección de su película (apenas acabada y muy mal distribuída, por artes malévolas) La Reina Kelly, dirigida por el ahora su sirviente Max von Mayerling (Erich von Stroheim, en la realidad director de la película, con su propio nombre, siendo el atribuído en el guión de Wilder una clara venganza hacia el amo de los estudios MGM)

Parece ser que a Louis B. Mayer la cosa no le cayó en gracia, al comprobar que había cedido su dinero para una ferocísima crítica del sistema, y provocó una respuesta valiente y desafiante del propio Wilder, que lo cuenta así (Nuevamente, aviso que el video tarda en llegar; déjenlo cargarse con paciencia, que vale la pena)

Las referencias cinéfilas ultrapasan el entendimiento de una primera visión de la película, y nos quedaremos, ahora, con la apreciación del valor de Gloria Swanson en aceptar y desarrollar de forma tan eficaz, sobresaliente, ese arquetipo de actriz olvidada que todavía hoy tiene gran número de candidatas a incorporarse al mismo.

Veamos, como homenaje, la escena final de tan impresionante película:




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