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divendres, 25 de febrer del 2022

Cantinflas y muchos más





Los cinéfilos veteranos, esos que hemos asistido a estrenos de películas de Ford, Hitchcock, Wilder y Wyler por citar cuatro maestros, también podemos suscitar la envidia de los más jóvenes cinéfilos porque en nuestra infancia subsistía la costumbre de ofrecer reestrenos de películas calificadas "para todos los públicos" y en época estival por lo menos en Barcelona era un acontecimiento más que esperado, anhelado, el viaje en tren a la capital para poder disfrutar de una película que los progenitores ya habían visto de estreno unos años antes y que ahora con la excusa de los infantes repetían con sumo gusto.

De tal manera que para los ojos de un cinéfilo en ciernes la impresión de algunas piezas quedaba por siempre en la retina, máxime cuando se trataba de una producción en la que la pantalla que la exhibía era más grande que una cancha de minibasket y el sonido atronaba que te removía el estómago.

En una de esas envidiables aventuras cinematográficas de reestreno estival descubrí, supongo que a mediados de los sesenta del siglo pasado, una película que se ha quedado dentro de mí y apenas oigo su inmarcesible sintonía musical me entran ganas de volver a verla y siempre, siempre, me deja de buen humor. Habrá quien se acuerde del efecto Paulov y puede que acierte, pero sin duda hay un cúmulo de circunstancias que convierten una película que no tiene nada realmente excepcional en un objeto de deseo que persiste durante décadas.

Michael Todd, conocido como Mike Todd (siendo su nombre real otro muy distinto) murió muy joven y pasó a la historia del cine porque en una época en la que la televisión empezaba a luchar por robar espectadores al cine se empeñó en conseguir producir verdaderos espectáculos cinematográficos que dejaran a la pequeña pantalla en un merecido ridículo; a tal efecto se alió con la American Optical para inventar y patentar un sistema cinematográfico con lentes especiales que abarcaban 150º y grababa el sonido en un sistema con cinco altavoces más uno de potentes bajos, lo que ahora conocemos domésticamente como 5.1, con la particularidad que él lo patentó como Todd-AO a primeros de los cincuenta del siglo pasado. De modo que asistir en un cine con pantalla más grande que una pista de baloncesto y seis potentes altavoces detrás era, a mediados de los sesenta, una experiencia realmente sobrecogedora.

Más cuando a los mandos estaba Mike Todd empujando a un director como Michael Anderson o el veterano John Farrow para exprimir toda la tecnología que tenía a su servicio con el fin de emocionar al respetable público, ya que había pagado su entrada.

Basándose en la famosa novela de Julio Verne La vuelta al mundo en ochenta días Mike Todd contruyó una película grande en todos los sentidos: con la excusa del viaje, se rodaron escenarios por todo el mundo, se recabó el trabajo de más de 6.000 extras (la lista de los fichados de USA es seguramente la página más larga de imdb, como se puede comprobar aquí) y se gastaron más de seis millones de dólares de los de 1956, así que más valía que Around The World in 80 Days fuese un éxito, porque sino, sería la tercera bancarrota de Todd. Lo fue, lo fue: un éxito mundial.

Todd inició con su película la costumbre de ofrecer cameos, es decir, apariciones cortísimas sin apenas remuneración más allá de dietas y regalos, y de ese modo aparecen más de cuarenta estrellas que en aquella época eran populares y que ahora pueden servir como examen de las nuevas generaciones de cinéfilos y entonces un reclamo para las legiones de seguidores (fans, dicen) que trataban de reconocer a sus favoritos en papeles que de otro modo jamás hubiesen aceptado.

Por una apuesta, el caballero Phileas Fogg se lanza a dar la vuelta al mundo en compañía de su valet de chambre Passpartout y debe hacerlo en ochenta días: corre el año 1872 y la aviación ni estaba ni se la esperaba: en el camino pasarán lances, aventuras, rescatarán a una princesa, verán mundo y pasarán muchas cosas.

Para interpretar a Fogg Mike Todd fichó a David Niven, que daba perfectamente el pego como gentleman británico y como Passpartout llamó a Mario Moreno, alias Cantinflas, grandísimo cómico mexicano que entonces era súper conocido en todo el mundo y que recibía elogios incluso de Charles Chaplin con quien le unía admiración mutua y sincero afecto.

Cantinflas se adueñó de la película y roba todas, todas, todas las escenas en que interviene incluso resistiendo los embates de varios de los cameos que ninguno era manco y hay que verlo para disfrutarlo: ya he confesado que hay una predilección, casi una adicción, por esta película.

Mike Todd se tomó muy en serio la producción de la que a la postre y por desgracia resultó ser su última película y ahora, en versión espléndidamente restaurada, vemos una introducción en la que él mismo comparece y nos habla entre otras cosas del nacimiento del cine y nos ofrece entera la película de Georges Méliès Viaje a la Luna, inspirada en novela de Julio Verne y como quien no quiere la cosa, se refiere a otra novela del mismo autor, que sucede en 1872 y vemos:



En esta secuencia el cinéfilo atento habrá observado lo que será la base del éxito de la película: hay una rica producción artística cuidando el detalle del vestuario y el maquillaje y la peluquería, los utensilios, los lugares, parajes y paisajes, la interpretación dotada de humor del bueno jugando con el significado de los gestos, en lo que Cantinflas era un maestro, y una cámara que no tan sólo sabe situarse en el emplazamiento más indicado sino que, además, es capaz de adoptar la visión subjetiva y no olvidemos que abarca 150º, lo que, en ocasiones de paisajes en la naturaleza, lograba emocionar al espectador y sigue maravillando si uno sabe situarse en una época en la que no había ordenadores ni drones ni tampoco steadycam y el efecto se consigue gracias al esfuerzo y el talento.

La película dura tres horas si se cuentan el citado prólogo, el intermedio musical (sí: antes muchas películas largas lo tenían) y también los minutos musicales para acompañar el tiempo de la salida de la sala de cine, aspecto ése que admito no recordar en ninguna otra película.

Se le puede imputar cierto anacronismo y lentitud por las secuencias en las que se contemplan paisajes que entonces eran exóticos y hoy se han visto en la televisión, precisamente el enemigo a combatir, y la falta de ímpetu en las acciones, quizás porque todo el metraje está teñido de elegancia y buen humor nada cáustico ni corrosivo: es una película apta para todos los públicos de 1956, no lo olvidemos, sin ningún parecido con las películas infantiloides que dominan las carteleras.

De todas las versiones que se han hecho de la célebre novela de Julio Verne, ésta es la que me gusta más, aunque puede que haya una cierta predilección causada por su visión en un cine de verdad y a tierna edad, pero la he revisado hace muy poco y de nuevo me quedé enganchado hasta.....

End credits by Saul Bass 1956 Around The World In 80 Days.mp4 from Josep on Vimeo.



Los créditos, del gran Saul Bass, son un cierre magnífico a una película que no puedo menos que recomendar encarecidamente: no se la pierdan, en v.o.s.e. y en la pantalla más grande que puedan, con muchos, muchos altavoces alrededor.



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dimarts, 8 de febrer del 2022

Insobornable





Vemos, situados a su espalda, como un hombre agarra un revólver, se lo lleva a la sien y oímos el disparo; el suicida, que está sentado, cae de bruces sobre la mesa de su escritorio y su revólver cae sobre un sobre.

(No vemos sangre brotar de la herida: no hace falta.)

Frente al muerto desciende por una escalera del piso superior una mujer: son las tres de la madrugada (lo muestra un reloj de gran esfera en la pared) y no se altera: se acerca al suicida, observa el sobre que va dirigido al Fiscal del Distrito y se dispone a llamar por teléfono, pero antes baja el gradalux de la ventana cercana y dice al teléfono: dígale al Sr. Lagana que quiere hablar con él la viuda del Sr. Duncan.

Uno paladea el principio de The Big Heat como quien inicia una aventura gastronómica en un afamado restaurante y el aperitivo ya avisa que habrá placer y que merece dedicar toda la atención a lo que aparecerá en la pantalla porque a los mandos está un inmenso Fritz Lang dispuesto a dejar huella en el olimpo cinematográfico y mostrar de lo que es capaz una cámara en manos de un experto en caligrafía visual, en el lenguaje de la imagen en movimiento, en el minucioso trabajo que no deja nada al azar.



Basándose en unos relatos del afamado William P, McGivern que ejercía de periodista de sucesos y aprovechaba los hechos para fabular apuntando a los lugares más sombríos de la sociedad de la mitad del siglo pasado en unos Estados Unidos de Norteamérica que se iban librando de la posguerra, Fritz Lang, con la ayuda del guionista Sydney Boehm nos ofrece una visión muy descarnada de las implicaciones gansteriles en la sociedad al punto de mover hilos ocultos en la propia policía y para ello se sirve de unos personajes que define muy bien a base de detalles que no precisan de la palabra: la cámara nos muestra lo preciso, bien en planos medios, bien en planos detalle, siempre colocada en el mejor sitio.

Fritz Lang y Charles Lang, que no tenían ningún parentesco, ya habían trabajado juntos en 1938 y no volverían a coincidir: pero en esta segunda ocasión, la destreza del camarógrafo Charles Lang le vino como anillo al dedo a Fritz Lang porque con su dominio del blanco y negro realiza una creación de cine negro muy expresionista consiguiendo idealizar mediante los encuadres y la iluminación unos personajes prototípicos revestidos de complejidad psicológica, de anhelos, deseos, voluntades que guardan en su interior.

El cine negro, lo mismo que la novela negra, tan sólo a los ojos de los escépticos y esnobs es un género menor porque suele detenerse en asuntos policiales y del hampa, pero lo cierto es que hay muy buenos ejemplares -como el presente- en que el autor dispone un grupo de personajes que identificamos rápidamente por su forma de actuar: son los hechos más que las palabras lo que nos ayuda a entender: lo que uno hace, marca, define: los hechos no engañan, las palabras sí.

La muerte por suicidio del Sr. Duncan, que resulta era sargento de la policía a cargo del sistema de archivos, le cae en gracia al Sargento Dave Banion, que no duda del suicidio y procede a dar carpetazo al asunto hasta que le cita una chica de alterne, Lucy Chapman, para asegurarle que Duncan no se suicidó porque iba a divorciarse de su mujer y a casarse con ella, que ya había estado con el difunto Duncan en una casa que éste tenía en la playa, un chalecito muy mono.

No le cuadran a Banion esas noticias y las confronta con la viuda Duncan que lo manda a paseo. Y al cabo de dos días, Banion, que es de homicidios, recibe un télex en el que desde el condado donde está la casa de la playa de Duncan le notifican que Lucy Chapman ha sido halla muerta, asesinada.

A todo esto, el maestro Fritz Lang hace una exhibición de su oficio de director minucioso que nos permitirá ver la misma película varias veces y disfrutar de detalles significativos que nos pasaron desapercibidos porque como es lógico en las películas de Lang -como en las de los grandes maestros- todo lo que aparece es porque debe estar ahí, aunque sea por azar, pero permanece porque nos da información visual: en la entrevista con la viuda Duncan ésta se levanta del sofá dando por terminada la entrevista pero Banion se queda sin moverse, mal sentado como está en el brazo del sofá, impertérrito, obstinado en aclarar sus dudas; cuando sale con el forense de examinar el cuerpo de Lucy Chapman, que fue torturada presentando quemaduras de cigarrillos, Banion enciende mecánicamente un cigarrillo y a la primera calada, viendo la brasa del cigarrillo, procede a apagarlo de inmediato.

Ahí hay un director que cuenta cosas con la cámara y uno, espectador avisado desde el principio, está encantado.

Banion chocará con el propio estamento policial de una forma que no comprende pero nosotros sí, porque desde el primer momento hemos visto la conexión de Duncan con Lagana, jefe del hampa que evidentemente tiene muchos contactos a su servicio, indicando la corrupción existente y sabemos que el tal Lagana aspira a ampliar su negocio con mucho cuidado de no llamar la atención y su objetivo es infiltrarse en todo negocio rentable de la ciudad que tiene literalmente a sus pies, porque el taimado Fritz le hace expresarse en una terraza desde la que domina la urbe entera y su mirada quiere asemejarse a la del líder de una facción dominante sobre un ciudadano ignorante de lo que está pasando en su calle.

El personaje de Banion, servido de forma ejemplar por Glenn Ford, se erige en prototipo de insobornable policía al servicio de la ley con la dureza que sea necesaria mientras en su vuelta a casa se torna en esposo enamorado y cariñoso padre de una niña que le adora; un esposo que comparte todo con Katie, incluyendo cigarrillo, bebida, comida, ejemplificando una simbiosis total en la que la propia Katie le insta a seguir honrado a carta cabal y a no cejar en su empeño de servir a la ley en toda circunstancia y Lang se afana en recalcar esas virtudes familiares en la primera mitad del largometraje (de menos de hora y media) porque en la segunda el carácter de Banion se verá oscurecido, marcado por una tragedia, y la cámara poco a poco irá cerrando el diafragma y desechando los grises cuando se dedica a Banion, un adelantado en lo que a policías sin placa se refiere, pues la suya la entrega de malos modos al Comisario Higgins, designado para el cargo sin ser policía, que nosotros sabemos está a sueldo del tal Lagana, porque lo vemos jugando póquer con Vince Stone, que es la parte menos amable del negocio que regenta Lagana.

Banion pues pasa de ser un policía obstinado a un justiciero que busca venganza y ese tránsito moral lo refleja muy bien la dupla Lang, director y camarógrafo, apoyando la muy convincente interpretación de Glenn Ford que exhibe una mirada dolorida al soportar los primeros planos con una intensidad que traspasa la pantalla porque sabes lo que está pensando; es además paciente y comprensivo con un mutismo que se sustenta en la capacidad del actor de aguantar plano mientras otros le hablan, casi siempre mintiéndole, tratando de engatusarlo, como hace Tierney, el barman del Retiro, que intenta darle gato por liebre. (Ocasión que no desperdicia Peter Whitney para intentar robarle la tostada a Ford: los secundarios, claro, son de lujo, como debe ser: sin buenos secundarios no hay obra maestra.)

Le surgirá una aliada a Banion en la figura de Debby Marsh (Gloria Grahame, soberbia) seductora, sugerente como una serpiente que se le enrosca tratando de llevarlo a la cama -literalmente, pues se instala ella en la de Banion- por una mínima venganza femenina al haberse quedado compuesta y sin novio pues el suyo, Vince Stone (Lee Marvin, a punto de pasar la historia de los villanos cinematográficos) la ha dejado tirada en el bar El Retiro y de esa alianza surgirá una nueva tragedia y un reforzado sentimiento de venganza que también la dupla Lang marcará con un tratamiento cinematográfico particular, atento al encuadre y a la iluminación.

También recibirá Banion ayuda desinteresada de Miss Parker, ayudante de Mr. Atkins (Dan Seymour, otro secundario de fuste) que si estamos atentos veremos moverse con desasosiego cuando su jefe, sudoroso y temeroso, se niega a ofrecer información.

En ambos casos, las mujeres se mueven estando fuera de foco y lo hacen dando información, mostrando una voluntad: Miss Parker porque quiere ayudar a Banion y Debby, retocándose el maquillaje arrodillada en medio de la cama de Banion mientras este le da la espalda preparando unos güisquis: él piensa en sonsacarle información y ella en seducirle por una rabieta que acabará mal, muy mal.

Esta es una película de cine negro y hay violencia en ella. Hay mucha violencia y en algunos casos,podría ser espectacular: pero siguiendo la primera imagen del suicidio en la que hay uso del sonido como elipsis visual, pues no vemos ni el disparo ni tampoco la sangre, Fritz Lang nos ahorra mediante la elipsis visual algunas escenas violentas pero, no todas: las que suceden en cumplimiento de la venganza sí las veremos. De este modo, Lang toma partido y se inclina por enseñar lo que les acaba sucediendo a algunos infames; el director se sitúa a un lado muy concreto.

Fritz Lang nos muestra una parte de la sociedad muy concreta, la del mundo del hampa con apariencia de empresarios opulentos y una policía que puede cobijar miembros corruptos, un sistema viciado, oculto; un aviso sobre la necesidad de permanecer atentos a cualquier indicio de corruptelas porque tarde o temprano nos afectarán de un modo u otro: esos sobornos son los que causan la transformación de Banion, que ya nunca más será igual que antes, aunque sepa mantenerse firme sin infringir la ley, la dureza se ha extremado en su carácter y el esfuerzo baldío en mostrarse más tierno y humano se rompe definitivamente con una última muerte a su vera. El final, forzado, no cuadra, pero quien paga suele hacer esas cosas.

Esta es sin duda una obra maestra del cine en su máxima expresión: Fritz Lang ejecuta un guión modélico mediante un guión técnico sobresaliente: todos los planos imaginables usados cuando son más efectivos, con una fotografía que se adecúa perfectamente a la narración reforzando con el encuadre y la iluminación lo que sucede en la trama y manteniendo un ritmo visual lógico, consecuente y preciso, sin ningún momento muerto ni vacío, todo ello fruto, claro está de un trabajo férreo, detallado, minucioso en busca de la perfección de una caligrafía cinematográfica superlativa: uno puede ver la película quitando el sonido y sigue siendo inteligible y acrecienta la agudeza visual: hagan la prueba.

Además de permanecer como un director de cine notabilísimo Fritz Lang debe ser recordado como un magnífico director de intérpretes, no tan sólo por conseguir sacar de ellos lo mejor, sino por saber ayudarles a expresarse mediante los gestos, el lenguaje corporal, las miradas, los mohínes: Glenn Ford y Gloria Grahame ejecutan unas composiciones estupendas y tienen que lidiar con una serie de secundarios que evidentemente están ahí para aprovechar cualquier oportunidad y desde luego Fritz Lang se vale de todos ellos para conformar una panoplia de caracteres,cada uno con su propia forma de ser, que se aglutinan para recrear lo que acaba siendo casi un estado de ánimo porque se palpan casi las amenazas, expresas e implícitas y los miedos que causan.

Un ejemplo perfecto de lo que se puede hacer en el cine con talento y ganas de trabajar y sin necesidad de grandes inversiones económicas: una película de cine de apenas hora y media en la que hay tiempo bastante para contar una historia llena de apuntes para el espectador que los recibirá mientras paladea una obra de arte cinematográfico. Acabas de verla, y te dan ganas de empezarla de nuevo, por si te has perdido algún detalle que el amigo Fritz Lang ha dejado a la vista.

p.d.: He medido mucho las palabras para no dejar ningún chivatazo. A quien no haya visto la película, recomiendo no buscar ni más información ni tampoco ningún tráiler y sí buscar la película entera, a ser posible, claro, en v.o.s.e.



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