Rossini, Abbado y yo
Ésta no es una nota cinéfila: es algo que tiene más calado personal, un recordatorio, quizás, una rememoranza, un apunte práctico en todo caso.
Hace veinte días falleció el gran maestro Claudio Abbado y tener conocimiento de su tránsito me causó honda pena: en tiempos de estudiante, recuerdo una tarde dominical en que el descanso de la merienda coincidió con un vídeo de alguna televisión alemana en la que el gran Abbado dirigía a la de Berlín en piezas de Beethoven y el realizador se volcaba a una post-modernidad incipiente insertando una especie de láseres (en realidad, creo recordar, hilos de naylon coloreado) entre los músicos de la Filarmónica, realzando los momentos geniales de la composición.
Hoy hace ya muchos años me regalaron un espléndido vinilo que guardo como un tesoro: gracias a él supe que Abbado dominaba como nadie más lo ha hecho la intepretación de la música del genial Rossini, aquel músico italiano, creador de un famoso plato de pasta, desestimado por algunos diletantes durante mucho tiempo a pesar de haber recibido en vida alabanzas envidiosas incluso del propio Beethoven.
Uno, que es flojo también en ópera, se declara admirador confeso de las de Rossini y, ciertamente, seguidor y enamorado absoluto de las interpretaciones del maestro Claudio.
En día como hoy y para que me sirva de recuerdo fácil, quiero dejar plantados algunos enlaces de youtube que me complace compartir con todos los amabilísimos visitantes de este sitio.
Veamos una intempestiva interpretación de la parte más conocida de Guillermo Tell (aunque algunos la confunden con otro titulo famoso que nada tiene a ver) que, justamente, tiene carácter cinéfilo:
Parece que la de Berlín, bajo la batuta del maestro, supo mantener en su sitio a los aficionados estadounidenses a pesar del mal tiempo.
Sigamos con otra pieza de Rossini, la introducción a La Gazza Ladra en versión orquestal, una gozada para los sentidos:
Y por último, la que para mí sigue siendo, pasados más de treinta años, la obra maestra de la operística, el punto de referencia ineludible al que acudir cuando se trata de apreciar el arte de la ópera en su grado máximo: la versión que en los setenta del siglo pasado presentó Claudio Abbado como director -y por lo tanto máximo responsable- al frente de la Orquesta y Coros de la Scala de Milán y con la inigualable Teresa Berganza como Rossina, el insuperable Luigi Alva como Conde Almaviva y el espléndido Hermann Prey como Fígaro, un trío absolutamente perfecto apoyado por una pareja de gigantes como Enzo Dara y Paolo Montarsolo, sigue siendo, a ojos de este aficionado de tres al cuarto, una representación que nadie debería de ignorar, porque si la adecuación artística tiene lugar alguna ocasión, ésta es una de las mejores, mal que, como cinéfilo, lamente una realización que en nada acompaña la maestría musical del conjunto. Su único defecto, aparte de la poco imaginativa realización visual, es que, cada vez que la veo iniciarse, tengo que hacer desesperados intentos de interrumpirla para ocuparme de otros asuntos siempre menos placenteros y más breves. Por lo demás, téngase en cuenta que, vista, cualquier otra versión sabrá a poco.
Ahí va:
Esta belleza sólo podía aparecer por aquí tal día como hoy..... y no porque sea sábado...
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