Phil Spector, motivo para debate.
Cuando los televisores eran aparatos voluminosos provistos de pantalla en blanco y negro y dotados de un único altavoz que más que sonar diríamos que graznaba, la industria cinematográfica se olió la tostada y procedió a filmar grandes historias en rutilante eastmancolor y pantallas cada trimestre más enormes hasta el desvarío del cinerama y el panavision, todo para situarse a un nivel de espectáculo que consiguiera alejar al público de sus salones domiciliarios y moverlos hasta la taquilla de las salas exhibidoras de películas, donde, incluso, además de hartarse de palomitas podían fumar tranquilamente.
Todo por la taquilla.
Pasados cincuenta años, los televisores son planos y delgados como un periódico, sus pantallas son de proporciones exageradas y el sonido es de alta fidelidad envolvente.
Y el contenido está a un nivel semejante del que usualmente hallamos en el cine.
¿Seguro? No: no tan seguro. Alguien con medios debería pasar a estadísticas entendibles los porcentajes de productos destinados a la pantalla que tienen una intención y no la disimulan ni rebajan lastimosamente para alcanzar audiencias millonarias creyendo que el público está formado únicamente por adolescentes.
Da la sensación -que puede ser errónea por ínfimo el campo del experimento- que en las televisiones que no son deudoras de la publicidad para subsistir, es decir, la BBC británica y la estadounidense HBO (creo, por lo leído, que la FOX está sujeta a una cierta ideología) como ejemplos paradigmáticos, hay un respeto de la libertad creadora y un valor intrínseco que reside en la confianza que la empresa tiene en la inteligencia de sus televidentes, sean de pago o no.
Vienen estos párrafos que preceden a cuento porque tirando del hilo de la curiosidad suscitada por el descubrimiento explicado en la entrada anterior, hace poco pude ver la película que para la HBO (o gracias al interés en ella de la HBO) rodó David Mamet sobre un guión propio en torno al primer juicio que examinó hechos acontecidos en casa del famoso Phil Spector que dieron como resultado la muerte de una ex-actriz.
Un asunto peliagudo que provoca la aparición de un subtítulo verdaderamente particular que aparece en pantalla al inicio diciendo así:
It’s not ‘based on a true story.
It is a drama inspired by actual persons in a trial, but it is neither an attempt to depict the actual person's, nor to comment upon the trial or its outcome.
(Lo traduzco así: "Esta obra es una ficción. No está basada en historia real. Es un drama inspirado en persona sometida a juicio, pero ni trata de representar a esa persona ni referirse al juicio ni a su resultado.")
Apostaría que el departamento jurídico de la HBO tuvo algo que ver con la inserción del letrero de marras. Digamos que se curaron en salud.
La película (denominarla telefilm únicamente por haber sido exhibida en la tele sería una reducción simplista) está realizada con todos los medios necesarios, empezando por los integrantes de la plantilla: David Mamet como guionista, director y también productor ejecutivo, cargo que desempeña asimismo Barry Levinson. Y en el apartado interpretativo tenemos a Al Pacino y a Helen Mirren. No se puede pedir mucho más para conseguir la atención del espectador.
Aparte de inteligencia y tranquilidad.
Desde la lejanía que otorga un océano puede resultar difícil aquilatar la complejidad latente en el discurso que Mamet, dramaturgo antes que nada, presenta sirviéndose de un personaje, Phil Spector, que seguramente resultará desconocido para la gran mayoría. Ello puede significar que el espectador ajeno a la fama y circunstancias vitales del protagonista perciba sin prejuicios el relato y en consecuencia entienda claramente las invectivas que Mamet desgrana contra aspectos de la sociedad estadounidense mediante diálogos puntualmente brillantes y siempre efectivos, diáfanos y muy bien escritos. Se le nota el oficio.
Hubo una especie de cruzada fanática (el adjetivo es más que apropiado si tenemos en cuenta que el movimiento lo sostuvieron "fans" de Lana Clarkson) en contra de esta pieza así que surgieron las primeras noticias: grupos de fanáticos empezaron a manifestarse públicamente y también en los medios de comunicación denigrando la intención de la HBO de admitir a Mamet rodar esa película; eran admiradores de la fallecida mezclados con activistas feministas, claramente promovidos por una especie de afán de venganza dirigidos por el antiguo representante artístico y también por algún pariente y parece ser que forzaron el temor a la mala publicidad de Bette Midler que renunció alegando dolores de espalda para no hacerse cargo de representar a la Abogada Linda Kenney Baden. Incluso cuando Al Pacino y Helen Mirren acudían a los estudios a trabajar se encontraban con pancartas y gritos.
Estos hechos, constatables, otorgan al empeño de Mamet una dimensión específica y una pátina de veracidad.
Esos fanáticos -y otros que no lo aparentan tanto- despotricaron contra Mamet acusándole de tergiversar la realidad tratando de mostrar a Phil Spector como inocente cuando todos sabían que era un criminal.
En todas las entrevistas Mamet y su esposa Rebecca Pidgeon se refieren a lo que ellos denominan "duda razonable" como eje en torno al cual el dramaturgo construye su dialéctica y añaden que la evidente excentricidad de Spector provoca enormes prejuicios que en nada le favorecen y que obviamente influyen en la correcta percepción de aquella "duda razonable". En estos lares disponemos del principio de la presunción de inocencia, que como el invocado por Mamet descansa en la antigua norma "in dubio pro reo" (aquí un artículo abundando en el tema).
En la ignorancia de cuanto hay de real y cuanto de inventado en el relato que de los hechos ofrece Mamet y sabiendo que las conversaciones entre Spector y su Abogada Kenney han sido inventadas al negarse la Letrada a ofrecer información al respecto, podemos suponer que los datos forenses, por públicos, sí son ciertos. Si lo son, la película resulta ser un dedo acusador de firmeza indestructible contra el sistema judicial estadounidense basado en el jurado popular.
Mamet aprovecha el caso de Spector al comprender que la excesiva, caótica y extravagante personalidad del productor musical ofrece a sus detractores interesados múltiples aspectos circunstanciales en los que basar profundamente todo el peso de sus prejuicios. No se oculta que Spector podía llegar al paroxismo en las grabaciones de sus discos, repitiendo horas y horas el sonido de una pandereta, consumiendo bourbon sin parar y blandiendo un revólver que en alguna ocasión disparó, atemorizando a músicos y personal de estudio e incluso colocándolo en el cuello de Leonard Cohen antes de darle un beso en la mejilla y asegurarle que le quería mucho, pero tenía que conseguir el sonido buscado. Un orate de la música que siempre vistió más que disimuló su alopecia con vistosas pelucas de todo tamaño, color y apariencia en todo lugar incluyendo las vistas judiciales, como se ilustra más arriba.
Un personaje que la gran mayoría silenciosa del pueblo estadounidense no vacilaría en prejuzgar. Más cuando todavía estaba coleando el asunto de O.J.Simpson y su errática conducta. En la construcción que hace Mamet del guión ofrece algún que otro parlamento a Spector para que se despache a gusto protestando por el acoso popular al tiempo que menciona diversos antecedentes históricos con un punto de megalomanía no exenta totalmente de razón.
Mal asunto cuando doce personas componentes de un jurado popular dejan que sus prejuicios de cualquier clase: sociales, artísticos, morales, raciales, sexuales, políticos, etcétera, influyan en su voto. En el momento de su estreno en televisión se alzaron muchas voces, incluyendo críticos profesionales, señalando la mala decisión de Mamet de presentar esta trama en la que se relata la absolución de Spector en 2007 por nulidad del juicio al no pronunciarse el jurado de forma unánime. 10 a 2.
Parece que esos críticos, ese pueblo soliviantado, nunca pudo disfrutar de la excelente obra de Reginald Rose estrenada también en televisión en 1954. Claro que en ella no había nombres reales a los que tener manía o envidia. Además, Mamet estrena su obra en 2013, justo cuatro años después que otro jurado, sobre los mismos hechos, declarara la culpabilidad de Spector.
(Nosotros, los españoles, también vamos bien servidos con el jurado, sus prejuicios y sus lastimosos errores: al que lo dude, que busque en google por Dolores Vázquez Mosquera y comprobará cómo la dejación de un juez ante un ladino fiscal y los prejuicios de nueve ciudadanos ejemplares consiguieron que una lesbiana fuera condenada falsamente por asesina, sin prueba alguna. ¿Donde está el Mamet español?)
El valor de Mamet al denunciar la injustificable influencia de los prejuicios al punto de olvidar un principio general de derecho comúnmente reconocido desde la antigüedad como es el in dubio pro reo pone directamente en la picota la figura del jurado popular en una sociedad en la que resulta muy difícil escapar de las influencias ajenas incluyendo campañas mediáticas bien orquestadas. Me temo que la temática por sí misma la aleja de las salas de cine donde la palomita reina desde hace años: las que antaño se definían como de Arte y Ensayo hace lustros desaparecieron y parece que sólo queda la televisión -y de pago- para recibir propuestas semejantes y atreverse a producirlas y exhibirlas en la tranquilidad del salón familiar. Justo lo contrario que hace cincuenta años...
Mamet, aparte de dramaturgo, es un excelente director de intérpretes: baste decir que Al Pacino ayudado por una caracterización espléndida ofrece un recital perfecto representando a Phil Spector: los habituales excesos del actor van que ni pintados al personaje raro donde los haya y hay que reconocer que en la dicción y en el ritmo Pacino se muestra contenido pero no maniatado y ello lo imputo directamente a Mamet, que de actores y demás sabe un rato largo; otro tanto ocurre con Helen Mirren, caracterizada como la Abogada Linda Kenney Baden con una peluca rubia inabarcable que no le impide ofrecer un contrapunto serio y formal, contenido y firme, a un compañero exigente. El resto del reparto cumple con su cometido y la ambientación se distingue especialmente en la mansión donde Spector vive.
Después del desconcertante subtítulo, veremos a Kenney acudiendo a casa de Spector y Mamet nos introduce en la mansión como si se tratara de la Casa de los Horrores, de habitación en habitación, a cual más extraña: el uso casi fantasmagórico de la mansión de Spector ayuda a entender la personalidad de su dueño y el itinerario pausado de Kenney atravesando estancias a cual más barroca y bizarra es una imagen perfecta del conocimiento psicológico que se formará de su defendido hasta que sus iniciales objeciones y dudas se esclarezcan y se centre en la tarea de evidenciar la realidad de los acontecimientos ocurridos con la frialdad aséptica necesaria para tal labor.
Por otra parte, Spector se muestra convencido de ser la víctima de una conspiración contra él precisamente por su singularidad pero no admite la derrota y demostrará su orgullo exhibiendo las más espectaculares pelucas cada vez que tiene público, tratando de imponer sus extravagancias, seguro como está de ser inocente del crimen que se le imputa.
No hace falta señalar que la banda sonora es totémica para algunos y absolutamente desconocida para la mayoría; el metraje es ajustado, hora y media canónica; lástima que poco a poco Mamet va perdiendo la fuerza expresiva y la cámara acaba por resultar adocenada y previsible, como si la atención dispensada al magnífico texto fuese suficiente para contentar al espectador exigente: no es así.
El guión de Mamet merece un director más atento a lo que se está contando y sobre todo a la forma cómo se cuenta. Hay un cierto desequilibrio en el conjunto: las ideas expresadas a través de los diálogos no alcanzan a ser revolucionarias en una contención que se advierte no impuesta y refulgen como faros en la mar bravía de la mediocridad complaciente con el sistema establecido: las dudas relativas a la intromisión de los prejuicios de toda clase en una sociedad supuestamente libre es una llamada que el Mamet intelectual formula pero que el Mamet director de cine no acaba de remarcar con la debida fuerza.
Como sea, esta es una película dotada de un guión inteligente y muy bien escrito y unos intérpretes brillantes nos lo sirven con entereza y fuerza y aunque su exhibición se haya reducido a las televisiones, no por ello deja de ser una pieza imperdible para cualquier cinéfilo.
Plus: Para que Ben E. King tuviera claro lo que se le pedía, Phil Spector hizo esta demo. Phil sabía lo que exigía.
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