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dilluns, 31 de desembre del 2012

El Cuerpo




Está claro que ni los ejecutivos españoles de la distribuidora Sony (esos que se cuidan de quitar los vídeos de youtube, esos, sí) ni los ejecutivos de las cadenas de televisión Antena 3, TV3, Canal + España, ni los mandamases del ICO, ni de otros organismos públicos subvencionadores, ni siquiera tampoco Oriol Paulo ni su buena amiga y compañera de fatigas televisivas Lara Sendim ni ninguno de los ¡seis! productores ejecutivos, se preocuparon en absoluto cuando seguramente algún pepito grillo del último escalafón les advirtió que resultaba más original usar por ejemplo "Misterio en la morgue" que acudir a un título tan gastado como El cuerpo porque debieron pensar, ¡ay! que con su película alcanzarían el renombre necesario para hacer olvidar a los cinéfilos y también a la gente normal que ya existe una película titulada El cuerpo (1974) en la que participa Zeudi Araya Cristaldi (última esposa del productor Franco Cristaldi, en cuyo lecho sucedió nada menos que a Claudia Cardinale) y que, además, "El cuerpo" fue el apodo con que se conoció desde 1969 a la actriz Raquel Welch convertida en mito erótico en la década de los setenta, dándose la curiosidad que con el mismo apodo se conoció a una modelo australiana Elle Macpherson (lo cual da fe de la escasa originalidad de los periodistas de la prensa amarilla y del corazón) que hizo alguna incursión nefanda en el cine, sin mencionar que incluso nuestro afamado Antonio Banderas también protagonizó, ya en este siglo, una película con idéntico título.

Es decir, que ya desde el inicio, la originalidad no es una meta a conseguir por toda esa gente apiñada en torno a unas buenas fuentes de dinero y cabe suponer que hay un interés artístico en la propuesta más allá del negocio que algunos vean y una vez asimilada la creada por Oriol Paulo en este su primer largometraje que ví en estreno la semana pasada resulta evidente que Paulo, que se ha bregado como guionista de televisión, tiene más madera de cineasta que de guionista porque El cuerpo es una película en la que una muy buena idea acaba desarrollada a base de triquiñuelas produciendo en el espectador la sensación de engaño que rebaja ostensiblemente lo que hubiera podido ser un notable ejercicio de cine de intriga y con un poco de cuidado en la formulación de la propuesta incluso entrando de lleno en el cine negro, aquel que entorno a un hecho delictivo explora las miserias humanas de toda clase y condición.

Hallamos en El cuerpo una serie de elementos -no los citaré todos, porque desvelar una pizca de más sería lesivo en exceso- que aparecen en los grandes clásicos: una mujer adinerada y poderosa, consciente de su poder, contrae matrimonio con un hombre apuesto, más joven que ella, que acaba por enredarse con una jovencita y locamente enamorado en su infidelidad, decide, ya que firmó un contrato prenupcial que le dejaría sin nada en caso de divorcio, conseguir la ansiada libertad por el método rápido: lo malo es cuando el cadáver de la esposa, El cuerpo, desaparece de la morgue. Y entonces interviene un policía veterano, un viudo que no ha acabado de asimilar la pérdida de su esposa en un trágico accidente del que él sobrevivió, habiendo caído en manos de drogas oficiales y no tanto, que sospecha del marido joven y liberado descargando sobre el sospechoso su impotente ira.

Hay pues elementos de intriga pero también personales con detalles psicológicos de cada personaje que enriquecen la trama y nos alejan del mero ejercicio policial, presentados en forma de recuerdos de forma intermitente con alguna que otra imagen entremezclada que da la sensación de ser fruto de los desvaríos que causa la situación y el lugar, una morgue de la que el guardián nocturno huye despavorido ignorándose el porqué hasta la resolución de la trama, un poco precipitada y tramposilla cerrando un círculo que tiene más apariencia de óvalo que otra cosa, como si fuera fruto de nocturnas discusiones entre ambos dos guionistas que cuidan detalles insignificantes como una matrícula de coche pero pasan por encima de otras cuestiones que al fin y al cabo de todo uno percibe como forzadas y carentes, como mínimo de coherencia y explicación.

La forma de rodar de Paulo es práctica y efectiva sin alardes: sirve a la trama incluso en los momentos en que la irrealidad se hace patente y dosifica el ritmo y sitúa algún que otro momento de suspense (hubo algún grito femenino en la sala) adecuadamente en una mezcla de géneros que quizás por ello no acaba de cuajar con la fuerza que podría.

Otro elemento que juega en contra del conjunto es el ingeniero de sonido que se dedica a tapar los diálogos con la música, una composición por otra parte nada relevante, como queriendo disimular con la dificultad el hecho que, salvo José Coronado, Belén Rueda y Cristina Plazas a los intérpretes se les entiende con dificultad porque ya no es que no sepan declamar -que no saben- sino que por momentos tampoco se les entiende y desde luego con la tabarra musical omnipresente flaco favor se les hace. Aquello de que en el cine la música sirve para acentuar parece que algunos no lo estudiaron: tapar diálogos trae como resultado la conversión de la melodía en franca molestia.

En definitiva, una película española que podría pasar por ser de cualquier otra nacionalidad, muy en la línea del cine actual que tan sólo ocasionalmente cuida como se debe el guión literario; para ser una ópera prima no es nada desdeñable y esperemos que en la siguiente ocasión Oriol Paulo adopte la autoridad que debería acompañar siempre al director como máximo responsable y, ya que ha estado años escribiendo guiones, se ponga a retocar y mejorar lo que le presenten y, sobre todo, sobre todo, ejerza su responsabilidad con fuerza sobre esos técnicos de sonido que parecen poco atentos a su trabajo.


Ya que anda por en medio la distribuidora Sony, vamos a esconder un poco los vídeos que se pueden hallar haciendo click



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divendres, 28 de desembre del 2012

Examen de Cinefilia (Parte LXIII)




Hoy es una fecha señalada porque no tan sólo es el último viernes del mes; además es el último viernes del año así que no podemos dejar pasar las coincidencias en el calendario y para celebrarlo propondré un sencillo ejercicio de memoria que mientras distrae el ánimo sirva de motivo para que esa neurona cinéfila se agite buscando el camino correcto para poder señalar sin lugar a dudas la solución al siguiente interrogante:




¿Cómo se titula en castellano la película en la que si nada falla nos detendremos el próximo lunes, último de este año 2012 que todavía no ha acabado?

Para ayudar a resolver el acertijo y dado que algunos tiparracos con escaso sentido de la oportunidad se dedican a fastidiar la inserción de inocentes vídeos, acudiremos nuevamente a otros medios y fiándome de quien voluntariamente quiera concurrir, organicemos una vez más la dificultad en forma de anotaciones que cada quien se auto reconocerá:


Pista que merece una matrícula de honor

Pista que merece un sobresaliente

Pista que merece un notable alto

Pista que merece un notable

Pista que corresponde a un aprobado alto

Pista que no da para más que un aprobado justito

Pista que verá quien merezca un suspenso

Pista premio de consolación, que ya queda poco para el año que viene.

Seguro que ya no queda nadie sin saber a qué película me estoy refiriendo, ¿no?


¿Nooooo?


Por si acaso, y teniendo en cuenta el día en que estamos y la buena voluntad que nos embarga a todos después de ver por enésima algún clásico que me abstendré de mencionar, ofreceré una pista especial, apta únicamente para corazones robustos, aviso, no se me vaya a quejar nadie.

¿Vale? Ahí va.



¡Uy! ¡No! ¿En que estaría yo pensando?

Se ha escapado, eso no es, no es.....

A ver... ¡sí! Aquí está el enlace que muestra ...


Las respuestas que indiquen el título es mejor para todos que se remitan directamente a mi buzón y todo lo demás, incluyendo choteos, quejas, maldiciones y varios pueden ir directamente al cajón de los lamentos comentarios que está ahí abajo.

Y gracias anticipadas por participar.









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dilluns, 24 de desembre del 2012

Bon Nadal





Creo que podemos dar por cierto que el mundo no se ha acabado y también que una vez más, año tras año, vuelven los tópicos y las mismas injustas situaciones, quizás incrementadas por la desmesurada avaricia de los poderosos.

Esperemos que el consumo de estos días permita a muchos seguir adelante; no hay mal que por bien no venga, dicen, y puede que tengan razón.

Como sea, hoy acudo a la más rancia tradición para desearos que seais felices y buenos en estos días de reflexión, tranquilidad y jolgorio...



¡Bon Nadal!






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divendres, 21 de desembre del 2012

MM 74 Blind Date





A principios de los ochenta del siglo pasado apareció en el panorama musical un joven que tocaba la guitarra de un modo inusual, poco visto, llamando la atención de aficionados a la música.

Blake Edwards, que siempre tuvo buen gusto para elegir sus acompañantes musicales, no dudó ni un instante cuando tuvo la oportunidad de meter -con calzador fino, eso sí- al entonces emergente Stanley Jordan en su película Cita a ciegas, en original Blind Date que ya repasamos hace un tiempo aquí con un éxito de adhesiones inesperado.

Precisamente la escena en la que participa el afamado guitarrista se puede considerar el inicio de toda la locura que seguirá.

Veamos y escuchemos, si os parece, la escena que alberga la música que precede la tempestad:

Aviso: el vídeo, por problemas técnicos, tarda unos diez segundos en arrancar.









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dimarts, 18 de desembre del 2012

El Cascanueces





Tal dia como hoy dieciocho de diciembre pero del año 1892, se estrenaba en la Rusia de los zares y en la ciudad de San Petersburgo un ballet cuya música se encargó a Piotr Ilich Chaikovsky que falleció al año siguiente contando cincuenta y tres años de edad.

La partitura la escribió el músico basándose en un cuento infantil navideño ideado por Hoffman y adaptado por Dumas padre, una fantasía que ha permitido diferentes coreografías, incluso una destinada a ser representda por niñas y niños.

Así pues, hoy se cumplen los ciento veinte años del estreno de esa pieza ya clásica del ballet occidental, cuyas danzas puede que sean poco conocidas pero cuya música a buen seguro todos habrán disfrutado en más de una ocasión.

Gracias a youtube podemos ahora contemplar una versión del ballet presentado en su clasicismo más afortunado, en una grabación realizada en el londinense Convent Garden donde en 2001 se confabularon la orquesta Royal Opera House dirigida por Eugeny Svetlanov con el Royal Ballet ejecutando una coreografía de Peter Wright y fue una suerte que la BBC estuviera allí para recoger el estupendo espectáculo en vivo y en directo, sin trampa ni cartón.

Vean, si les place, El Cascanueces


Hay que reconocer que estos británicos, cuando se ponen a vestir un ballet, no se guardan nada en el armario....




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divendres, 14 de desembre del 2012

Shylock




Hace ya más de cuatro años nos detuvimos unos momentos a considerar el talento interpretativo que podemos disfrutar en pantalla, y lo hicimos fijándonos en dos formas muy distintas de afrontar el personaje de Shylock, creado por Shakespeare en su célebre pieza El mercader de Venecia.

En aquel momento fijamos la atención en la entonces reciente presentación que hiciera Al Pacino a las órdenes -es un decir- de Michael Radford, una versión que no colmó mis esperanzas de ver una buena traslación shakesperiana al cine y tuve la malévola idea de enlazar a modo de comparación -odiosa como todas- un corto fragmento de un programa televisivo en el que un tipo gordo y patoso que acostumbraba a ponerse narizotas falsas, sin más aditamento que una cámara fija y un enorme talento, arranca con el famoso monólogo de Shylock.

Hace cuatro años ya me avisaron que eso de meter a Orson Welles por en medio venía a ser como una jugada de ventajista, así que ahora, pasado tanto tiempo, me ha parecido que podríamos completar la experiencia dando un repasito a otras actuaciones, pero debo avisar al amable visitante que será preciso disponga de tiempo, porque los vídeos enganchan y no son breves:

Así, podemos dar un vistazo a una versión británica, de la compañía de televisión ATV que en 1973, con la producción de Jonathan Miller, célebre por sus trabajos en los escenarios londinenses, encargó a John Sichel el arduo y laborioso trabajo de dirigir una versión del clásico adaptada a los tiempos propios del siglo XIX, con lo cual se demuestra que ninguna novedad hay en algunas versiones modernizadoras de Shakespeare.

La producción, fantástica, se emitió el 10 de febrero de 1974 y según dicen es una de las mejores representaciones: Joan Plowright era Portia, Jeremy Brett era Bassanio y supongo que no hará falta decir quien era Shylock


Tenemos una version más moderna, de 1980, producida por la BBC con unos aires más respetuosos con el clasicismo, también producida por Jonathan Miller, en la que bajo la dirección de Jack Gold se ofrece una versión de la escena que no me acaba de convencer mucho: me parece que Warren Mitchell tiene que esforzarse en demasía para hacernos entender lo que siente su Shylock


Y por último, podemos disfrutar de algo que ya me gustaría poder ver en España:

Actores discutiendo el personaje de Shylock y la que a su parecer es la mejor forma de representar el carácter: los muy conocidos David Suchet y Patrick Stewart, gracias a sus trabajos televisivos como Hercules Poirot y Capitán Picard, también son grandes actores del teatro londinense e invitados por el director John Barton ofrecen un debate que gracias a su excelentísima forma de vocalizar incluso yo he podido entender y paladear y todavía me falta algún trozo para verlo todo:

Planteamiento e introducción

Práctica 1 - El famoso monólogo

Práctica 2 - Más escenas


Si todavía queda apetito, en youtube se pueden ver enteras las dos versiones de El mercader de Venecia, de 1974 y de 1980, y más fragmentos de ése programa de John Barton que me hace derramar lágrimas de envidia.












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dimarts, 11 de desembre del 2012

De bajada








Decir que es una novedad el uso reiterado por la industria cinematográfica de un mismo personaje que ha conseguido atraer en algún momento el favor del público espectador sería faltar a la verdad porque desde sus inicios la parte comercial de esa industria ha decidido que la rentabilidad de una película es un factor a tener en cuenta.

Quizás la diferencia la hallemos en que en los últimos años parece que dicha rentabilidad es el único factor a tener en cuenta, pasando de ser un elemento más a ostentar la consideración del único decisivo.

Así, quisiera señalar de entre muchas tres sagas que en este año que estamos acabando han ofrecido una nueva película basada en personajes ya conocidos en más de una ocasión por un público que se está acomodando y admite lo que desde mi punto de vista son tomaduras de pelo.

Empecemos por la que puede resultar más polémica: la última sesión del dúo Christopher Nolan / Christian Bale, The Dark Knight Rises (El caballero oscuro: La leyenda renace) es en mi opinión la más mala, la más maniquea, la más absurda, la que tiene el guión más risible de las tres que iniciaron su andadura en 2005; siempre se ha dicho que las películas de héroes precisan de un oponente a su altura, de un villano cuya derrota sirva para enaltecer las supuestas virtudes del protagonista. En este caso, el villano es un fortachón de tres al cuarto con muy malas pulgas pero que al Batman habitante en cualquier tebeo no le serviría ni para calentar los músculos.

Además, la absoluta falta de lógica en la trama, adornada con unos personajes cada vez más caricaturescos hace que incluso la presencia de una actriz como Marion Cotillard resulte dolorosa por la pérdida de tiempo que supone desperdiciar el talento en un personaje vacuo provisto de diálogos propios de una redacción de niños. Lo único potable (y es una filia personal) es la aparición de Catwoman, incorporada por Anne Hathaway, que precisamente está negociando ahora una nueva versión del personaje, esperemos que más apropiadamente presentado al disponer de más metraje.

Las disquisiciones pseudo-filosóficas de Nolan no ocultan, como tampoco lo hicieron antes, las carencias de fondo intelectual y el descuido del lado más tenebroso de ese caballero de negro que se mueve más por la venganza que por la justicia que en cualquier caso sería tomada por su mano, lo que a todas luces permitirá algún día que un cineasta pueda presentar al personaje con la ambivalencia moral que le corresponde, sin final feliz que le absuelva.

Curiosamente, los cinéfilos inscritos en imdb otorgan la siguiente puntuación:

Batman Begins / 2005 / 496.048 votos / 8,3
The Dark Knight / 2008 / 850.908 votos / 9,0
The Dark Knight Rises /2012 / 463.816 votos / 8,7

Tráiler

Otro personaje que también se ha ido desarrollando en este siglo que vivimos es el creado por el escritor Robert Ludlum (que falleció sin saber de su éxito cinematográfico), el agente ultra súper secreto Jason Bourne que en sus tres primeras apariciones fue interpretado por Matt Damon y que ha tenido en Tony Gilroy el hilo conductor, pues además de haberse ocupado de los guiones de las cuatro últimas películas basadas en los caracteres inventados por Ludlum, después de los mareos causados por Paul Greengrass en 2007 decidió que iba a dirigir la película titulada The Bourne Legacy (El legado de Bourne) en la que ni aparece Bourne ni tampoco Matt Damon y uno tiene siempre la sensación que el bueno de Damon se olió la tostada y decidió pasar el papelón a otro y así aterriza en la saga Jeremy Renner que viene a ser un sinónimo de Daniel Craig, recio, varonil y expresivo como un corcho y no tienen otra idea que darle como acompañante a Rachel Weisz que naturalmente se lo come con patatas a la primera mirada, planeando como está sobre toda la película la desgracia de contemplar a un tipo como Edward Norton que debe andar el pobre muy necesitado de buenos emolumentos porque lleva una racha que ya, ya, ya está bien, homme....

Otra película que pretende ser una nueva versión pero que no lo es, porque el personaje del título tan sólo aparece en una foto apenas treinta segundos, lo cual no deja de ser un engaño publicitario tan grande como el monte Sinaí: uno ya sabe a qué atenerse y es consciente que el producto se las trae, pero espera por lo menos que haya acción de la buena, que la adrenalina corra y el espinazo se tense, pero lo que encontramos es un galimatías sin orden ni concierto, con unas frases mal redactadas en unos diálogos que son lamentables al servicio de un guión descabezado de principio a fin, dejando los hechos y los actuantes total y absolutamente inconexos, apenas hilvanados con hilo de seda, frágil e invisible y además con mucha menos acción de la esperable en un producto que no puede aspirar a nada más que entretener un ratito, porque el amigo Gilroy ya se ha ocupado desde el primer momento de alejar cualquier cuestión moral en unos personajes que, de verdad de la buena, podrían revestir con un mínimo de cuidado cierta complejidad que les haría más atractivos: la existencia de las llamadas cloacas del estado, los experimentos científicos al margen de la moralidad y las motivaciones personales ni siquiera reciben un apunte, permaneciendo la impresión que, realmente, les importa todo un pimiento y que tan sólo pretenden ofrecer castañazos y ruido con los que adormecer neuronas y vaciar taleguillos. Y lo consiguen, aunque con verdaderos pestiños.

Las votaciones, en este caso, son:

El caso Bourne / 2002 / 228.772 votos / 7,9
El mito Bourne /2004 / 194.643 votos / 7,7
El ultimátum de Bourne /2007 / 266.878 votos / 8,1
El legado de Bourne /2012 / 61.519 votos / 6,8

Tráiler


Lo de las votaciones en imdb, con las que no suelo estar de acuerdo, no deja de ser una evidencia del gusto del espectador medio, con el que uno puede coincidir o no y a partir de los datos establecer la confianza en los criterios de la mayoría en justa correspondencia con los de cada cual y como que ahí entra el factor "gusto", tan subjetivo, podemos establecer calificativos sorprendentes.

Como sorprendente me ha resultado catar por mí mismo y en pantalla grande, que es donde hay que ver cine, aunque luego duela, la película que se supone cierra una saga que ha levantado pasiones: basada en las novelas románticas de ambientes vampirescos escritas por Stephenie Meyer (que ya tuvo un éxito colosal con las novelas) y guionizadas por la danzarina Melissa Rosenberg, la película titulada The Twilight Saga: Breaking Dawn - Part 2 (La saga crepúsculo: Amanecer - Parte 2) ha sido dirigida por Bill Condon y está consiguiendo unas recaudaciones asombrosas, quizás por el morbo añadido de los problemas matrimoniales de sus dos protagonistas, el pasmado Robert Pattinson y la guapa -pero menos- Kristen Stewart, arropados por un elenco de actrices y actores que componen una pandilla de vampiresas, vampiros y hombres lobo que al amigo Drácula - Christopher Lee - no le durarían ni lo que tarda el sol en penetrar en su lóbrega mansión, aunque todos estos viven cómodamente en una casa en medio de la campiña la mar de arregladita sin dar golpe ninguno, lo que no acabo de entender cómo no levanta sospechas en los vecinos.

Fue una experiencia casi soporífera pero me mantuve alerta por el sentimiento de camaradas que nos impregnó a los cuatro varones que estábamos en la platea el otro día, rodeados de cientos de féminas de toda edad y condición, algunas más maltrechas que las otras pero todas embobadas por una trama romanticona más que romántica, simple, increíble y tramposa, un verdadero fenómeno sociológico que gentes con estudios deberían examinar detenidamente no vaya a ser que la raza esté cambiando más de la cuenta y lo de ser vampiro u hombre lobo vaya a convertirse en una propuesta a considerar, sobre todo porque ninguno necesita comer y, manteniendo su cabeza unida al cuello, son inmortales, aunque no tengo muy claro que eso sea ninguna ventaja.

La propuesta me ha resultado risible en todos los aspectos porque el guión una vez más parece escrito en una noche de luna nueva sin disponer siquiera de la lumbre de un porro durante todo el proceso de redactado y la dirección de Condon es funcional y poca cosa más, pareciendo el conjunto un telefilme con algo de medios, tampoco se vayan a creer que muchos, y el grupo de intérpretes evidentemente el día que daban clases de expresión corporal se fueron todos juntos a la taberna, porque ni saben cómo colocarse ante la cámara ni se mueven con más gracias que un pasmarote: para un neófito como yo el conjunto resultó alucinante, eso sí: increíble por todos los lados, por mucho que en la sala sonara algún silbido, bastantes suspiros y muchos aplausos, como condimento inexcusable a una sesión difícil de olvidar.

En este caso, las votaciones de imdb son todavía más curiosas si nos atenemos a los buenísimos resultados económicos producidos por la saga:

Crepúsculo /2008 / 219.492 votos / 5,3
La saga Crepúsculo: Luna nueva / 2009 / 141.224 votos / 4,5
La saga Crepúsculo: Eclipse /2010 / 111.133 votos / 4,8
La saga Crepúsculo: Amanecer - Parte 1 /2011 / 104.324 votos /4,8
La saga Crepúsculo: Amanecer - Parte 2 /2012 / 55.475 votos / 5,9

Tráiler


Como vemos, tres sagas que se han desarrollado en diez años con características diferentes: tres, cuatro y cinco títulos con unos intervalos distintos en sus estrenos y casualmente -o no- la saga con menos títulos es la que mantiene la puntuación más elevada aunque en mi opinión excesiva: probablemente el fenómeno Crepúsculo habría que compararlo con otras sagas, como la de Harry Potter, pero esas han sido las tres últimas películas que he visto y me ha parecido que rematarlas juntas sería más interesante (aunque más laborioso, también) que por separado, porque lo cierto es que ninguna me ha gustado y lo peor es que uno acaba teniendo la sensación que ese trío es muy representativo de lo que podemos esperar de la industria de Hollywood en los próximos años, similar a un camino de bajada dantesco a poco que señalemos la existencia de otras sagas de calidades iguales o peores.







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divendres, 7 de desembre del 2012

ESD 36 The Purple Rose of Cairo





En el cine más moderno, tan alejado de los clásicos por la propia convicción de productores y directores que en algunos casos incluso se afanan de no haber leído casi nada y tampoco de haberse dedicado más que a visionar películas de serie zeta, resulta cada vez más difícil encontrar esos momentos en los que sin necesidad de diálogos el director sabe transmitir una idea.

A Woody Allen se le puede criticar -sobre todo ahora, provecto estajanovista- por muchas razones pero nadie en su sano juicio se atreverá jamás a denunciarle por mal gusto ni en sus lecturas, ni en sus músicas ni, por supuesto, en sus inspiraciones del cine clásico, pues el maestro siempre que ha sido realmente libre ha dado muestra de conocer el lenguaje visual, él precisamente, verborreico donde los haya por lo menos en pantalla.

Hace ya unos añitos, con su mejor musa (en mi opinión), nos dejó unos instantes que rebosan cine por todos los costados en una película que nunca importa revisar de nuevo:












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dilluns, 3 de desembre del 2012

Sherlock Jr.




Nos deteníamos la semana pasada en una última adaptación relativa al céĺebre detective Sherlock Holmes y como de pasada hacíamos referencia a la enorme cantidad de versiones que se pueden contabilizar en el cine, siendo bien cierto que desde sus inicios el séptimo arte se ha nutrido del personaje creado por Conan Doyle.

Con un poco de malicia aprovechamos la circunstancia para urdir un acertijo siguiendo el tema un poco de refilón sin conseguir despistar del todo a la mayoría que fijó acertadamente el foco en una película titulada en su versión original como Sherlock Jr. y en su traducción castellana como El moderno Sherlock Holmes rodada en 1924 bajo la dirección y protagonismo absoluto del genial Buster Keaton que a la sazón contaba veintinueve años de edad y ya era un experto cineasta y reconocido cómico, gozando del fervor popular.



Basándose en un guión escrito por Jean Havez y Joe Mitchell sobre una idea de Clyde Bruckman, Keaton desde el primer momento pone en solfa con suave ironía todas las situaciones: así, por ejemplo, leeremos un letrero indicando que el padre de la amada del protagonista no tiene nada que hacer y se ha buscado un ayudante....

Keaton es un proyeccionista que además se ocupa de barrer la sala del cine y está estudiando un manual para convertirse en detective, su anhelo, de ahí y en clave de burla el uso de Sherlock Jr como indicativo de la enorme diferencia entre el mito y la realidad detectivesca del héroe, hombre de buena voluntad y sencillo enamorado que sufrirá algún que otro percance en su aventura amorosa y detectivesca.

Con menos de cuarenta y cinco minutos de metraje y en el silencio adornado por una banda sonora añadida Keaton cuenta con claridad un montón de sucesos a cual más imaginativo en una apabullante demostración de poderío visual pletórico de ideas que rinden homenaje al propio medio en que se exhiben, el cine, presentando ficción dentro de la ficción aprovechando que los sueños sueños son y en el país de Morfeo todo es posible, consiguiendo levantar una sonrisa y sorprender al cinéfilo poco avisado que se hallará de bruces con ideas vistas varias veces, siempre bebiendo de esa fuente silente, de ese manantial de ideas que, a poco que nos detengamos a meditarlo, representa una labor titánica si atendemos a los medios técnicos disponibles en la época.

Podría extenderme sobre las virtudes exhibidas como cineasta por Keaton que ya en esos albores sabía como mantener el ritmo de la acción eliminando pasajes innecesarios y circunloquios visuales y elogiar la expresividad de la imagen correspondida por el sutil gesto interpretativo, pero en este caso me parece mejor, más lógico y aconsejable dejar que cada quien forme su opinión dando un vistazo a esta imperdible obra cinematográfica.

Que la disfruten:













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divendres, 30 de novembre del 2012

Examen de Cinefilia (Parte LXII)



Hoy sí que están de suerte los examinandos, porque he tenido muy poco tiempo para preparar como corresponde este acertijo y con toda seguridad me saldrá demasiado fácil y espero que, al menos, no resulte aburrido.

Si no es así, pido disculpas desde ahora mismito y prometo enmendarme un día de estos, que tampoco hay que estresarse, que esto es un juego.

O sea, que estamos a fin de mes (hoy sí que sí, sin duda) y ya va tocando menear esa neurona cinéfila que cada día está más aburrida.

Se trata, como en otras ocasiones, de averiguar el título de una película.

¿De acuerdo?




Vamos allá: hoy más que fácil es facilísima, de verdad.

Las pistas, van a ser fotografías y un poco de memoria.

¿Preparados?¿Vale?


Pistas para obtener un Sobresaliente

¿Demasiado fácil? ¿No?

Bueno: ahí van más pistas:

Con ese acierto, apúntese un Notable

Seguro que nadie llega aquí, pero ése será, en cualquier caso, el grupo del cinéilo Admisible


Las respuestas es preferible que se remitan directamente a mi buzón y las quejas y burlas pueden ir directamente al cajón de los lamentos que está ahí abajo.



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dilluns, 26 de novembre del 2012

Elementary





Sherlock Holmes pasa por ser uno de los personajes de ficción que más veces ha visto trasladadas sus aventuras, reales o apócrifas, a la pantalla, incluyendo la pequeña, mediana o grande, pero doméstica en cualquier caso, es decir, la televisión, pues raro es el país que no haya tenido alguna adaptación.

En este bloc de notas ya nos ocupamos hace un tiempo de la traslación del personaje a nuestros días en una excelente serie de la BBC que ha presentado dos temporadas y ya está calentando motores con la tercera que a buen seguro no defraudará a los seguidores holmesianos que se cuentan por millones, unos más conocedores que otros, pero todos igualmente atentos a las novedades.

La falta de iniciativas originales que asola la industria cinematográfica estadounidense parece haberse instalado también en la televisión, propiciada en algunos casos por la simple adaptación de originales en otras lenguas que no son entendidas por los estadounidenses y en otras ocasiones por la idea de aprovecharse del tirón de una serie excelente -como la citada de la BBC- para procurarse pingües beneficios presentando cosa semejante, que no igual.

Así, la CBS tuvo la genial idea de producir una serie protagonizada por Sherlock Holmes, modernizando el personaje, presentándolo como un hombre de nuestro tiempo. La apropiación de la idea causó disgusto en la BBC británica, como puede imaginar cualquiera, pero los estadounidenses, muy chulos ellos, no tan sólo siguieron con el proyecto adelante sino que, además, tuvieron la desfachatez de irse a Londres a buscar a su Sherlock.

Y como que iban con el piñón fijo para copiar la serie protagonizada por Benedict Cumberbatch, cabe suponer que lo primero que hicieron, nada más aposentados en Londres, fue preguntar por el actor: y entonces les dijeron que podían verlo en el teatro, representando una obra moderna, una adaptación de la novela de Mary Shelley, Frankenstein, adaptada y dirigida por Danny Boyle:Cumberbatch representaba un día al doctor Victor Frankenstein y al día siguiente a la Criatura, alternando sucesivamente los papeles con otro actor, Jonny Lee Miller. La obra permaneció durante tres meses en el National Theatre de Londres, obteniendo gran éxito, y los estadounidenses de la CBS volvieron a los USA con el contrato firmado por Jonny Lee Miller comprometido a representar Sherlock Holmes para los americanos.

No sé si ocurrió exactamente así, pero no creo en las casualidades ni en las coincidencias cuando hay mucho dinero en juego. Los británicos, a todo esto, claramente cabreados por el doble robo, de idea y de actor. En fin...

La CBS en un alarde de idocia creyó que bastaba con copiar la idea y que luego podía olvidarse de Conan Doyle e incluso de toda la pléyade de escritores que con mejor o peor fortuna han seguido con las aventuras del personaje; la virtud de Steven Moffat y Mark Gatiss, que adaptan al siglo XXI lo que escribió Conan Doyle, se halla ausente del ánimo de Robert Doherty que es quien aparece como "creador" de una serie que se ha titulado Elementary y que tiene del ambiente holmesiano tanto como cualquier otra serie detectivesca al uso de las cientos que pueden verse en la historia de la televisión: nada.

Para distinguirse como innovador, el amigo Doherty se saca de la manga un cambio de sexo y convierte en doctora a Watson, representada por Lucy Liu: de una tacada complacen a las espectadoras y además a las minorías étnicas.

Este Sherlock sigue siendo británico, eso sí: está en Nueva York para alejarse de Londres, donde ha tenido problemas con las drogas y ha pasado seis meses rehabilitándose en USA. Una excusa tan mala como la que sustenta su relación con el capitán de la policía metropolitana al que conoció en Londres a raíz de las pesquisas que con motivo del 11-S condujeron al policía a tierras británicas.

Un desatino inicial que ya no abandona la serie, falta de lógica y de seriedad, en una repetición de los modos insultantes para una tradición cultural que demanda un poco de respeto: hay una fuerte sensación de desconocimiento del personaje semejante a la que se produce viendo los sinsentidos de Ritchie.

Las tramas revisten la complejidad propia de cualquier episodio típico de una policial o detectivesca al uso y para ese camino no hace ninguna falta vestirse de Sherlock: con seguridad rehacer los episodios cambiando los nombres y algún pequeño detalle permitiría presentar la serie sin dar esa sensación de producto mal acabado, precisamente porque el personaje de Sherlock -y también Watson- por mucho que Doherty lo intenta no aparece por parte alguna, salvo el muy efectivo acento británico del protagonista.

El Sherlock de Doherty parece un niño rico malcriado, un yonquie afortunado porque papá le protege, pero se halla ausente del personaje esa pulsión tan holmesiana de ocupar sus neuronas con enigmas difíciles de resolver y la personalidad del carácter, en este caso, se halla difuminada y desleída en una adaptación simplista y débil, como endeble resulta la forzada reconversión del personaje de Watson, que podría conllevar una soterrada lucha intersexual y que acaba en una falta de química y compenetración que quizás se arregle en futuros episodios pero que desde el inicio se muestra mal diseñada.

Si a ello le unimos que la producción se adivina como muy económica, sin grandes medios, el resultado deja bastante que desear.

Por mucho que la CBS haya conseguido su emisión después de la final de fútbol americano, momento de la máxima audiencia en los USA, esta serie no hace más que alimentar el ansia de ver la tercera temporada de la producción de la BBC.

Vídeo








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divendres, 23 de novembre del 2012

TC (31) Batman Returns



El más despeinado de los directores, Tim Burton, fue el encargado de dirigir en 1989 el primer largometraje con cierto sentido del espectáculo cinematográfico basado en el personaje de Batman y evidentemente le tomó cierto cariño y ganas porque tres años después se encargó tanto de la producción como de la dirección, lo que le permitió dar a Batman Returns (ese héroe complejo acostumbra a ir y volver) unos modos tétricos que sobrepasan lo visto hasta el momento, sobre todo en lo que hace a los adversarios o, por decirlo llanamente, a los malos de la película.

Las filias y fobias de Burton se desatan y si nos fijamos con tranquilidad en su inicio podemos atisbar no pocos "homenajes cinéfilos" acompañados por la ya conocida sintonía compuesta por el amigo Danny Elfman, que junto con Michael Keaton y Burton forman el triplete de repetidores.

Veamos esos momentos introductorios escogidos por Burton:




¿Que os parecen?

¿Os recuerdan alguna escena en particular?





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dilluns, 19 de novembre del 2012

Melody al Palau







El llamado Palau de la Música Catalana es un edificio construido en los inicios del siglo pasado en la ciudad de Barcelona atendiendo el proyecto y la dirección del arquitecto Lluis Doménech y es una de las construcciones del Modernismo Catalán que mejor reúne belleza y funcionalidad, porque su destino, ser templo civil de la música, se ve reforzado por la singular apariencia que merece una visita, ni que sea virtual en su página web

La sala de conciertos es una bombonera con un aforo de poco más de dos mil personas, que fueron las que se reunieron el pasado viernes día dieciséis de noviembre de dos mil doce para escuchar a una jovencita procedente del otro lado del Atlántico, una tal Melody Gardot que me tiene el corazón musical robado desde que en este bloc de notas el amigo David me la descubrió, en marzo de este año.

Nacida cuando ya este bloguero atesoraba unos cuantos vinilos de jazz, Melody Gardot sufrió un accidente a los 19 años que la tuvo postrada en cama durante un año entero y dedicó muchas horas a la música por recomendación de un médico y ya desde su estancia hospitalaria publicó un disco sencillo con composiciones propias y a partir de ahí su fama fue creciendo exponencialmente de boca a oreja porque los amantes del jazz han caído rendidos ante la fuerza musical de esa joven que todavía no ha cumplido los 28 años y ha revolucionado la afición.

Apenas supe que iba a comparecer en el Festival de Jazz de Barcelona compré las entradas porque sentía que asistir a un concierto en directo, en el Palau, era una ocasión que no podía perderme.

Acompañada de su grupo habitual, Mitchell Long a la guitarra, Stephan Braun al violoncelo, Irwin Hall al clarinete, saxo y flauta, Charnett Moffett al bajo y Pete Kopela y Charles Staab a la percusión y batería respectivamente, Melody empezó casi a oscuras con su voz sin acompañamiento apoderándose desde el primer minuto de la atención del público con la balada No more my Lord que, precisamente, no está en su último disco, titulado The Absence y que teóricamente es la excusa para una gira promocional que está llevando a la joven estadounidense por medio mundo, para suerte nuestra.

La excusa de promocionar el disco nos ha permitido disfrutar como se debe de esa artista poco convencional que siente la música y tiene una facilidad enorme para transmitir su pasión. Desde el primer vídeo en que la ví acompañada de otros músicos me pareció que Melody Gardot estaba tocada por una gracia especial que le confiere una capacidad de liderazgo inesperada en una chica de su edad.

Uno ha visto y disfrutado conciertos en directo de genios como Miles Davis, B.B. King o Stephane Grapelli y ha percibido la fuerza que arrastra a los componentes de una formación musical contagiándose al público. Pero nunca hasta ahora había sentido esa capacidad en una persona tan joven.

El espectáculo que lleva Melody Gardot está muy cuidado en todos los aspectos, empezando por el escenario y la iluminación; imagino que dada la enorme capacidad simbiótica de la artista, hallarse en el escenario del Palau debió darle un plus. Ella se dirigió al público en un inglés que apenas pude seguir por mi escaso conocimiento y por la enorme velocidad con que habla, pero entendí perfectamente que esperaba sentir el intercambio de energía personal entre artista y público.

Vaya si hubo sinergias: en el Palau he visto conciertos adocenados y también explosiones catárticas y la del viernes va a ser inolvidable. Melody nos ofreció una genuina sesión de jazz, entendida la música en su concepto más libre, lejos de ataduras formales y de canciones ya conocidas de antemano salvo un par de clásicos.

Su último disco -muy recomendable- ya indica que ha absorbido aires de otras culturas, lo que dice mucho de su hambre musical. Pudimos escuchar sonidos ibéricos con Lisboa y dar el salto oceánico para sentir la brisa iberoamericana con Mira inspirada en ritmos brasileros.

Melody Gardot ha sabido escoger muy bien a sus acompañantes, un grupo de músicos a los que exprime a conciencia y que seguramente junto a ella se atreven a ofrecer aspectos de su arte sin cortapisas, conformando una sesión musical de espectro amplio e interesante; como un guiño a la Europa que la está ensalzando, ella y su grupo nos deleitaron con Les Etoiles

El concierto discurría por caminos y vericuetos insospechados y uno tenía la conciencia clara que la artista lo tenía todo muy medido pero aun así nada más alejado del artificio, quizás porque se siente la pulsión musical ya que Melody sabe contagiar al público moviéndolo a su antojo, haciéndole aplaudir acompasado, bailar e incluso cantar, logrando una comunión entre escenario y localidades, una empatía total y absoluta, un delirio feliz con Iemanja en una versión que nos tuvo en vilo casi 18 minutos, porque Melody Gardot improvisa, sugiere, ordena y manda con su espectacular voz y su dominio total del ritmo y los acompañantes no tienen más que seguirla y el público, entregado, palmotea, baila y canta: en el Palau, esa bombonera modernista, Melody abrió y cerró el joyero tantas veces cuantas quiso y pudimos apreciar las virtudes del directo sin trampa ni cartón, la música a flor de piel, sudando cada nota.

Fantástico.

Un concierto de dos horas justas incluyendo unos bises previstos porque ya se sabe que nadie se larga por las buenas y el público está dispuesto a aplaudir hasta que le den una propina y claro, entonces recibimos una versión de Over the Rainbow que aunque reciba el soporte del sorprendente violoncelo de Stephen Braun nunca es igual a otra, porque, amigos, Melody Gardot es una artista de jazz y las versiones sólo son iguales en el disco: si no tuviera esa voz y esa cultura musical tan amplia y profunda, uno podría pensar que dar un bis basándose también en una mezcla en la que se reconocen notas de Summertime de Gershwin y de Fever de Peggy Lee acabará pareciendo un paseo por los famosos cerros de Úbeda, pero la verdad es que la capacidad de amalgama de la Gardot es sobresaliente y nada chirría y todo produce asombro.

Francamente: lo único que no me gustó fue el turbante.



Teniendo en cuenta que Melody Gardot ya había actuado en Barcelona antes y no me había enterado, por no conocerla, no me queda otra que reiterar mi gratitud a David. Va por tí.




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divendres, 16 de novembre del 2012

TC (30) & MM 73 BORSALINO







Creo que hay una muy remota posibilidad que las visitas habituales de este bloc de notas no hayan tenido la ocasión de ver los títulos de crédito de una película que se estrenó en España en 1970 y tampoco los minutos que les siguen.

En cualquier caso, puede resultar interesante darles un vistazo mientras se escucha la sintonía que compuso el notable Claude Bolling que entiende a la perfección la época y la temática.

Los títulos de crédito no son nada del otro mundo aunque nos introducen en el submundo del hampa marsellesa con mucha economía y nos ubican en una época pretérita:




Para el cinéfilo esta película de Jacques Deray puede resultar interesante por diversos motivos:

El veterano percibirá rápidamente que el entusiasmo de la fecha de su estreno se ha enfriado notablemente, a buen seguro porque la pareja protagonista, Delon y Belbel, hace tiempo que han sido apartados de las carteleras y ya casi nadie se acuerda de ellos, ¡maldita sea!, y resulta más confortable recordar la sólida belleza de Catherine Rouvel, inmarcesible.

La juventud descubrirá que, antes del inolvidable ejercicio melancólico llevado a cabo por una dupla estadounidense que ya vimos aquí, los franceses, como en otras ocasiones, fueron los primeros en proponer una historia de simpáticos delincuentes, y, además, sin complejo alguno acudieron a beber a las fuentes del genuino ragtime.

Lo malo es que Deray no supo quitarse de encima la mala influencia de un actor metido a productor y de otro deseoso de compartir plano al cien por cien, cuestión ésa que siempre acaba perjudicando el producto final.

Véase una de las primeras escenas, demostrativa del excesivo peso actoral que acaba lastrando el conjunto al maniatar excesivamente las buenas maneras del que teóricamente debería haber mandado:



Hubo una secuela, cuatro años más tarde, que resultó, como en muchas otras ocasiones, innecesaria.






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dilluns, 12 de novembre del 2012

René tenía razón





La humanidad siempre ha tenido muy en cuenta el factor tiempo, esa medida que nos coarta y constriñe con un principio y un final; llegar al término a muchos les resulta pavoroso y es un sueño recurrente y ambicioso considerar posible el dominio del tiempo, domeñarlo hasta el punto en que uno pueda moverse, trasladarse, a través de él.

El viaje a través del tiempo es un tema tratado en diversas ocasiones por diferentes autores, la mayoría de ellos adscritos al género de la ciencia ficción con mejor o peor suerte.

En el cine como es natural también existen películas que versan sobre las alteraciones temporales que afectan diferentes personajes cuyas historias componen tramas en ocasiones provistas de originalidad sin rechazar la lógica que debe presidir un relato de ciencia ficción a riesgo de convertirse, en su ausencia, en un galimatías insufrible.

Imagino que gracias a sus buenos contactos Rian Johnson consiguió convencer a propios y extraños que el guión que había escrito se podía convertir en una película de culto siempre y cuando él mismo se ocupara de dirigirla y naturalmente el proyecto nació con la complicidad del actor Joseph Gordon.Levitt, no en vano ambos habían obtenido al parecer cierto éxito con una cinta -para mí desconocida- allá por el 2005, hace apenas siete años.

La película iba a contar con la presencia taquillera de Bruce Willis -cabe que suponer un héroe para los dos ya citados- y de la solvente Emily Blunt que despierta pasiones encontradas por doquier.

El título, Looper, se refiere al bucle: al bucle temporal que ya tratamos aquí hace un año, ese bucle en el que hay que introducirse con cuidado porque puede uno salir escaldado.

El guión de Johnson demuestra claramente que el juan palomo de turno o no ha leído o no ha querido tener en cuenta las disquisiciones filosóficas que teniendo el tiempo como sustancia manifestó el científico ruso Dr. Igor Nóvikov que moviéndose en un terreno especulativo no deja de lado la lógica, como lo hicieron antes otros autores y como también hemos visto en el cine y la televisión en varias ocasiones.

Johnson se pone la filosofía y la lógica por montera y procede a construir una película de malvados y malvados en la que los malvados del año 2044 se ocupan de matar con una regadora o trabuco a los malvados que los malvados del año 2074 les envían a través del tiempo con una mochila llena de lingotes de plata. Porque resulta que en 2074 los malvados no pueden matar a nadie, porque está prohibido: no nos adentramos mucho ni nos preguntamos si está permitido en cambio mandar tipos al pasado para que reciban matarile seguro porque entonces la película pierde toda la gracia.

O sea, que es una película para no pensar. Pues vale.

Y entonces resulta que desde el futuro llegó hace tiempo un tipo que es el que ha fichado a los malos de 2044, que se drogan con colirio y que sin tener puntería ni nada, como en 2044 la cosa está tan chunga que nadie se fija, van y matan a los tipos que se les aparecen de repente, ¡tachán! encima de un plástico preparado en medio del páramo (o sea, que no es para que se manche de sangre el suelo), lo envuelven y lo tiran a un horno y lo hacen desaparecer, pero primero recogen la plata que el tipo llevaba adosada como una mochila, y esa plata se la gastan comprando jeringuillas llenas de colirio, y vuelta a empezar.

¿Qué? ¿Se divierten? Pues eso es lo que hay. ¿Quieren más? Vamos a ello.

Resulta que sin venir a cuento alguien, el malo que manda en el futuro, seguramente, ha decidido cerrar círculos y no ha tenido otra idea genial que enviar al pasado a los mismos asesinos para que se maten a sí mismos, y para que se consuelen los lingotes son de oro en vez de plata.
O sea, que se pegan un tiro a sí mismos pero con treinta años más. Total, como van con una caperuza, se enteran después del trabucazo. Una fea jugarreta, porque habiendo muchos asesinos a sueldo, "loopers", ya son ganas mandar al mismo para que se autoliquide con treinta años de diferencia.

Más que de locos, de tontos, y ahí ya empieza a flojear la cosa.

Pero Johnson no se queda ahí: resulta que uno de los tipos se escapa. Que te lo piensas bien y te preguntas: ¿Y los otros, no saben lo que va a pasar?¿Que no se acuerdan de cómo hicieron su fortuna, liquidando pájaros encapuchados a bocajarro? Pues nada: sólo uno, que con un protagonista dual ya está bien.

Supongo que los derroteros de la película de Johnson son contemplados de forma diferente por cada espectador: reconozco que para mí la lógica interna de las historietas es fundamental porque si no me cuadran no me creo nada y la incredulidad me aparta de la pantalla de inmediato y en este caso la cantidad de contradicciones es tal que me quedé a mitad del generoso metraje -prácticamente dos horas- con ganas que se acabara ya el cúmulo de despropósitos.

Hay una serie de secuencias de acción bien narradas, con ritmo y brío, pero hay una serie de baches que remiten nuevamente al aspecto filosófico de la trama y pensar perjudica la atención que se pueda dispensar a la película que se inspira claramente en Terminator pretendiendo una vuelta de tuerca más que no resiste un análisis serio y pausado provisto de rigor y disciplina, eso que cada vez es más denostado incluso en los ambientes teóricamente intelectuales y culturales donde la ineptitud, la falta de conocimiento previo, la incultura en suma, se convierten en una pirueta circense que los charlatanes de nuevo cuño presentan como verdades incontestables.

Hay determinados aspectos en la trama que podrían ofrecer en manos de guionistas de verdad excusas para confeccionar tramas inteligentes, pero quedan en meros remedos, casi guiños, en manos de Johnson, que ni siquiera puede conseguir que la degenerada técnica de Bruce Willis, que un día supo ser comediante, se contagie al resto del elenco; y me refiero a Emily Blunt, claramente desaprovechada, porque al también productor ejecutivo Joseph Gordon-Levitt (que no pudo ver de estreno Die Hard) por mucho que admire a Willis y ponga la pasta, alguien debería decirle que, como actor, mejor que se fije en cualquier otro a tomar como modelo, porque está consiguiendo ser casi tan inexpresivo como su héroe. Quizás, claro, ahora caigo, porque son dos caras de la misma moneda.

He leído algún comentario por ahí intentando convencerme que el final hay que interpretarlo de forma distinta a como yo lo hago, y he podido leer críticas que aseguran que esta película acabará siendo una obra maestra y segurísimo, una obra de culto para cinéfilos. Y a mí que me parece que nadie se ha molestado en reflexionar siquiera cinco minutos para comprender la paradoja del abuelo que escribió hace setenta años René Barjavel.

Creo sinceramente que René tenía razón y que esta película es una pérdida de tiempo.

Tráiler












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divendres, 9 de novembre del 2012

TC (29) & MM 72 Shaft (1971)






Esta va a ser una entradilla guadianesca porque si es cierto que llevo meses buscando un vídeo que se deje insertar en el bloc también lo es que no confío en absoluto que vaya a perdurar más allá de unas semanas, vista la política ¿comercial? de algunos papanatas de la industria del cine.

A lo que vamos: los más veteranos reconocerán de inmediato esos minutos iniciales de la película estrenada con mucho éxito en 1971, dirigida por Gordon Parks, un producto que ha envejecido bastante mal, a decir verdad, aunque se mantiene por encima de la lamentable copia perpetrada en el 2000 con muchos medios y pocas ideas originales.

Si digo que la película se tituló Las Noches Rojas de Harlem los viejos rockeros se creerán que estamos en un acertijo, porque todos nos acordamos de la película precisamente por la canción que lleva como título el nombre de su protagonista, coincidente con el título original: Shaft.

Y seguramente todos recordamos que Isaac Hayes, que falleció hace cuatro años, en agosto de 2008, al que homenajeamos aquí fue quien compuso la célebre sintonía por la que le dieron el Oscar.

Estuvimos meses oyendo la pieza en las emisoras de radio.

Así que mientras podamos veamos, si les parece, estos Títulos de crédito iniciales  que sirvieron en la época, para situarnos en lo que era entonces el famoso y muy cinematográfico barrio de Harlem.







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dimarts, 6 de novembre del 2012

Caído del cielo






Siempre me ha parecido curioso y estrafalario basar la promoción de algún evento en la protohistoria, en el pasado pluscuamperfecto que en buena lógica nada tiene a ver con la actualidad porque resulta diáfano que lo único perceptible tras el paso de los años, que es la experiencia, no se da en elementos jóvenes: si acaso las ganas de innovar, de modernizar, de remozar, de romper con ése pasado que los charlatanes de la postmoderna mercadotecnia se empeñan en utilizar como pasaportes a un éxito seguro, abanderados como se presentan en unas ínfulas a todas luces inapropiadas.

Siempre que he podido he asistido a una proyección de la última aventura de James Bond, ese agente del gobierno de su majestad la reina británica que, mira por donde, de momento es más longeva; curioso; todos sabemos -o deberíamos saber- que James Bond es el hijo literario predilecto de Ian Fleming -que seguramente jamás imaginó el éxito popular de su saga- y hemos recibido en las últimas semanas decenas o centenas de reclamos publicitarios en los que de alguna forma se glosa el cincuenta aniversario de la aparición como fenómeno cinematográfico del super agente, del espía con licencia para matar, como acredita su escueto -y famosísimo- número: 007

Siempre he pensado que la saga de Bond es en sí misma un subgénero: las diferentes películas se parecen bastante -por no decir mucho- entre ellas y se acerca muchísimo al efecto placebo que la repetición de algunos actos procura a la mente relajada que huye de las preguntas como de la peste: en la misma forma en que la reiteración produce en la infancia el sentimiento de conocer y entrega una apariencia de tranquilidad, las películas de Bond, que se pueden resumir en tres tópicos, suelen afrontarse con la esperanza de recibir una ración de lo mismo: con modos nuevos, rostros cambiantes, pero lo mismo al fin: y sobre todo, sin complicaciones: los experimentos, con gaseosa, por favor.

Porque se empieza aficionándose uno a las cañas de cerveza más que a un buen martini y acaba por presentar a un villano en una paupérrima imitación de la gloriosa entrada en escena de Violet Venable.

Porque claro, si es que Sam Mendes en definitiva viene del teatro y estaría encantado de poder dirigir Suddenly, Last Summer, pero ¡ay! se le adelantó un tal Mankiewicz a la hora de llevarla al cine (como ya sabemos) y claro, mejorarla va a resultar imposible. Así que Mendes se contenta con buscar la posibilidad de rodar esa estupenda escena aunque en vez de contar con un guión escrito por el mismísimo Tennessee Williams y la gloriosa complicidad de Monty y Kate, se tiene que contentar con los pobres diálogos del sobrevalorado John Logan pronunciados por Daniel Craig y Javier Bardem, una lucha, dice alguna revistilla de cine, de galanes del cine más actual, poderío sexy masculino a tope. Con una escenita que casi parece homofóbica por lo pacata y mal resuelta, sin un miligramo de picardía o ironía, condimentos absolutamente ausentes de la trama de la última película de la saga Bond, titulada SKYFALL que literalmente sería Caído del Cielo, pero como esa expresión está casi que asimilada a la de bendición divina -o maldición, si lo que cae son meteoritos o sapos- pues los distribuidores, en un alarde de vagancia, han dejado el título sin traducir.



Que ya podrían haber dejado toda la película sin traducir, porque el doblaje, una vez más, resulta adormecedor.

Durante los meses previos se han ido produciendo toda clase de noticias dirigidas a mantener entre los aficionados las ganas de asistir al estreno del nuevo episodio de la saga y la verdad es que ya se olía la chamusquina cuando salía Mendes y aseguraba que iba a dar un vuelco al personaje, que le iba a proporcionar mayor profundidad y enjundia personal, que si esto, que si lo otro. ¿Nadie le dijo a Mendes que el espectador de Bond no busca filosofía barata? Tortas bien dadas, apuestas ganadas, martinis, chicas guapas, villanos feos, chicas guapas, escenarios exóticos, chicas guapas y M y Q con cara de pocos amigos pero en el fondo encantados de la vida. Y chicas guapas. Sin más. Ya vale.

Mendes se complica la vida y se mete él solito en un atolladero del que tarda en salir dos horas y veinte minutos, una eternidad, porque las escenas de acción no acaban de funcionar como debieran y además se perciben huecos en el guión: oiga, que hemos admitido a Bond haciendo cosas más que inverosímiles, pero no nos deje con cara de atontados porque vemos al malo bajar de un andrajoso ascensor y jamás veremos las estancias superiores: porque imitar a Guillermo Tell situándose en pleno siglo XXI justo en las antípodas de Sam Peckinpah, para quien ha visto casi toda la saga en el cine viene a ser como una afrenta personal: ¿es la película de Bond un producto para niños de pecho? Tetas, culos y tiros impactantes es lo esperado. No es tan difícil.

Rellenar los huecos producidos por la alarmante carencia de ideas con una serie de "homenajes" a la saga es bordear peligrosamente la sensación que no hay ideas nuevas y desde luego que las que vemos en pantalla pasan por descabelladas y risibles en un atentado ilógico y lastimosamente nada paródico: ¿ustedes se creerán que un ferrocarril metropolitano se puede caer por un agujero y seguir circulando como si fuera una serpiente en un piso inferior? Señor Mendes: en la saga Bond, nos quedamos sin resuello, pasmados y ojipláticos, pero no somos tontos y esperamos una lógica en todo.

No quiero desvelar aspectos ¿importantes? de la trama, aunque me tengo que controlar para no soltar spoilers como espumarajos rabiosos, pero no puedo menos que alzar mi voz quejándome de la estulticia con que se nos presenta el uso de la informática, tanto por los malos como por los buenos, como si todos los espectadores fuésemos el propio Ian Fleming, que falleció en 1964 cuando el ordenador personal no era más que un sueño de mentes privilegiadas: señor Mendes, ¿puedo hacerle una pregunta? ¿Si usted fuera a dirigir una escena de esgrima, querría que su actor supiera empuñar y mover con elegancia el florete o el sable, o la espada? Entonces, ¿cómo no se le ocurrió que le dieran unas clases de mecanografía a Ben Whishaw? Era lo mínimo, ya que tenemos que escuchar las acostumbradas sandeces: a la que un personaje agarra un ordenador, parece que pertenezca a otro planeta más avanzado; luego ves el monitor y te entran unas ganas de carcajearte....

En definitiva: si les sobran unos euros y disponen de dos horas y media puede resultar una experiencia sentarse en la sala de cine para ver al último Bond: pero si esperan ver una película de acción bien contada, si esperan ser sorprendidos por escenas de increíble dinamismo, si desean ver a Bond abrazado a una maciza belleza, olvídense de este producto protagonizado por el intérprete más retaco de todos cuantos han sido Bond. Y el más feo también.

¡Ah! Y las chicas, flacuchas: las más feas de cuantas recuerdo.


Tráiler



Otrosí: Si les gusta esa caracterización (el malo no tiene nada de asiático) puede que les guste la forma de trabajar de Bardem, de la que, de nuevo, en España apreciamos sólo la mitad: su voz quedó en los estudios londinenses, supongo.













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divendres, 2 de novembre del 2012

Parecidos razonables






Es un tema recurrente en las conversaciones entre cinéfilos con cierta veteranía, o sea, los que han visto cientos de películas de todas las épocas, que la escasez de ideas propicia los refritos, que algunos denominan remakes, otros califican como de homenajes, y casi todos, en el fondo, están pensando en el concepto tan moderno, tan ligado a la informática, del cortar y pegar.

Vamos, de apropiarse, por la cara, de las ideas de otro.

Normalmente cuando el tema aparece en la conversación solemos ceñirnos a las labores propias de los escribanos, mal llamados algunos guionistas porque son simples copiones cosechadores de trabajos ajenos.

Pero también en el apartado musical hay bastantes ejemplos de lo que comúnmente conocemos como plagio, concepto que los más benévolos definen como inspiración.

Hay cierto parecido más que razonable entre dos números musicales que seguramente permanecen en la memoria recóndita de todos los cinéfilos y que al verlos conjuntamente digamos que se produce un cierto estupor.

¿Los vemos?

En 1948, Vincente Minelli dirigió El Pirata, musical dotado de una paleta de colores extraordinaria y una inolvidable música de Cole Porter, autor entre otras de ésta enérgica proposición de ser un payaso: Be a Clown, bailada dinámicamente por Gene Kelly.

Cuatro años más tarde, el mismo Gene Kelly aparece como oyente de las propuestas que su amigo de fatigas cinematográficas en la película de 1952 Cantando bajo la lluvia, dirigida por Stanley Donen y el propio Gene kelly: el fantástico Donald O'Connor, en una actuación sobresaliente, atlética y humorística, proclama que lo más interesante de una película es hacer reir, y lo hace cantando y bailando el número Make Em Laugh que podemos traducir como Hazlos reir, acreditado a Nacio Herb Brown y a Arthur Freed.


Cole Porter, que era un hombre muy inteligente, seguramente decidió que, ya que les había salido un "homenaje" tan redondo, tan eficaz, tan espectacular, no valía la pena hacerse ver como protestón y demandante y prefirió callar.

Los otros quedan como copiones usureros pero sin duda puestos a ver plagios, homenajes, refritos, remakes, inspiraciones, ojalá que todos fuesen como los que pudo hacer Arthur Freed.

¿No os parece?








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dilluns, 29 d’octubre del 2012

Pasión por el Jazz






No hace mucho comentábamos una película de Eastwood en la que homenajeaba la figura de un grande del Jazz, Bird, y todos estaremos de acuerdo en que hace unos cuantos años hubo una cierta ráfaga artística y comercial en la que diversos directores de cine ofrecieron sus versiones del mundo del jazz y casi todos los que compartimos afición por ambas artes nos entusiasmamos porque ¡al fin! había películas dedicadas al jazz, más allá del uso de la música como fondo y acompañamiento, con excepciones que también hemos visto, caso de Miles Davis en su estancia parisina allá por 1957...

Justo dos años antes, en 1955, se estrenaba una película que inexplicablemente nunca ha visitado salas de cine comercial en España y que algún que otro despistado habrá visto en algún canal temático -o sea, de pago- y reuniendo en su persona ambas aficiones, habrá quedado gratamente sorprendido, extrañamente pasmado e incrédulo porque habrá descubierto que, ciertamente, la grandísima Ella Fitgerald aparece cantando dos canciones e incluso tiene un par de frases.



Jack Webb fue toda una personalidad en la televisión de mediados del siglo pasado: guionista, productor, director y actor en series de éxito, su innegable afición por la música de jazz -más de seis mil vinilos ya es una cantidad a considerar como inabarcable- sin duda fue la causa de su interés en llevar a la pantalla grande el guión escrito por Richard L. Breen y naturalmente ocuparse de producir, dirigir y protagonizar la que se titularía Pete Kelly's Blues, que sin ser una gran película consigue atrapar e interesar por una serie de razones muy plausibles:

La música, ante todo: Webb inicia su cuento en los aires sureños de principios del siglo pasado y pronto nos traslada a los felices veinte donde el sonido dixie y el blues ya empiezan a encontrarse, mezclarse y agitarse y todo huele a wisky barato y a jazz con aires de pólvora.

La ambientación: gracias a los buenos oficios de Hal Rosson, Webb cuenta con una fotografía colorida de enorme formato que llena de fantasía la pantalla: colores densos y tupidos, oscuros en ocasiones, añejos y contrastados y la cámara aprovecha al máximo el formato ofreciendo ángulos modernos y provocadores en los que la profundidad de campo es infinita y la distorsión escasa dinamizando el aspecto visual para hacerlo acorde a la excelente música que forma parte de la trama.

La magnífica cohesión entre música y guión: es evidente que cuando Richard L. Breen escribía el guión tuvo que tener muy cerca de sus orejas a Webb porque las diversas (decir muchas, en este caso, sería ofensivo) composiciones que podemos disfrutar están perfectamente incardinadas con la trama literaria que sustenta un relato en la que el mundo de la música se verá alterado por la indeseada intromisión de un hampón ávido de porcentajes en los escasos beneficios de una banda de músicos que habitan el mismo tugurio noche tras noche.

El estupendo grupo de intérpretes: Webb se rodea de amigos fieles como Martin Milner y valores sólidos bajo contrato con la Metro como Janet Leigh -que incluso se atreve a cantar- y una pizpireta Jane Mansfield en el grupo de las féminas en el que brillan cantando la citada Ella Fitzgerald y también Peggy Lee, provista de más líneas de guión, al extremo que incluso recibió una nominación a los Oscar como actriz secundaria; en el apartado masculino podemos ver al duro Lee Marvin recibir tortazos y tocar el clarinete, mientras Edmond O'Brien hace de mafioso de tres al cuarto y Andy Devine se luce sin hacernos siquiera sonreír, lo que ya es noticia. Seguramente estaríamos todos de acuerdo en que el más soso, de entre todos los actores, es precisamente el protagonista, Jack Webb.

Y esa es una desventaja invencible.

Porque Webb demuestra su pasión por el jazz con su forma de filmar y en los medidos noventa y cinco minutos del metraje se nota esa fuerza en la mirada, en la colocación de la cámara, el color, el enfoque, el ritmo visual lento pero recio, firme. Pero la forma de interpretar de Webb, que podía ser efectiva en episodios de televisión en carácteres policiales o militares, una técnica basada en la economía de gestos inspirada quizás en un tipo como Bogart o Mitchum, se halla falta de un elemento crucial cuya ausencia perjudica gravemente el resultado final: Webb carece de magnetismo cinematográfico: no es nada fotogénico y siendo él mismo su director no puede, por más que lo intente, subsanar esa falta que provoca una correlativa falta de empatía con el personaje que representa.

Y ése desapego consecuente perjudica el conjunto porque los giros de la trama carecen de interés al no aportar nada nuevo: incluso en la época de su estreno el público había ya visto mucho cine de gángsters y algunas buenas muestras de cine negro cuyos guiones superan en intensidad al que escribió Breen o por lo menos al que se pudo filmar.

Porque uno, que no está muy bien informado en este caso al no haber encontrado datos suficientes, tiene una teoría, casi tan rara como la película: en el estupendo prólogo, Webb filma sin palabras el entierro de un negro: mantiene la cámara fija en un retrato costumbrista de aires documentales mientras el viento agita los sauces y los deudos del fallecido se balancean cantando una triste melodía gospel a dos voces que va incrementando el ritmo hasta reconvertirse en dixie, momento en que cae al suelo abandonada la trompeta del fallecido: en una elipsis temporal de años el instrumento es ganado en una partida de dados a bordo de un tren por un soldado que regresa de la primera gran guerra (lo sabemos por las polainas) y éste blanco será el que tras nueva elipsis temporal aparezca en un tugurio liderando con su trompeta la banda de Pete Kelly, siete músicos, todos blancos.

No hay negros. En los albores del jazz, no hay negros. Diríase que Webb metió con calzador a Ella Fitzgerald y le hizo cantar dos canciones intensas, una de ellas la que da título a la película, porque en ella no hay negros. Únicamente en el tugurio de Maggie (Ella Fitzgerald) hay músicos negros -todos, de hecho- y precisamente es ahí donde se encuentran, en un escondite abuhardillado, los músicos líderes de bandas o grupos, todos blancos, para deliberar si se enfrentan o no a la mafia.

Uno tiene la sensación que Webb, trompetista aficionado incapaz de tocar en público -doblado oportunamente por Dick Cathcart - hubiera preferido ser más realista y haber filmado más musicos negros que además eran mejores, pero en 1955 la cuestión racial ya empezaba a ser problemática y los estudios de hollywood no estaban mucho por la labor de la integración racial, así que lo mismo que apenas hay películas con bailarines de claqué o tap dance negros, tampoco las hay de músicos negros. En cualquier caso, la pasión de Webb por el jazz, por la música que nació con los afroamericanos, es real y patente.

Esta es una película que podríamos calificar como imperdible para el aficionado al jazz y también para el cinéfilo que degusta piezas raras y poco conocidas con algunos elementos interesantes pero es obligado reconocer que en el conjunto global tiene puntos débiles que la desequilibran. Dicho de otro modo: más para cinéfagos que para cinéfilos.













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