En esta ocasión casi se libran los amables lectores del examen de cinefilia y no porque no me acordara, sino porque, iniciada la confección, de repente tuve la sensación extraña que el acertijo a resolver ya se había sometido a tan preclaras -y cinéfilas- mentes, por su evidente importancia y como que esta es ya la trigésimo cuarta ocasión en que se comprueba la cinefilia galopante, he de reconocer que hasta que no comprobé los treinta y cuatro exámenes no me quedé tranquilo.
Esto me ha ocurrido ahora, pero no me volverá a pasar, porque ya he confeccionado una lista con todas las soluciones correctas; que por cierto, algunas me han costado un pelín y están todavía pendientes; hay que ver....
O sea que, en vez de machacar los sesos de los amigos el lunes, que era lo suyo, ha quedado para fin de mes y de semana la práctica del examen, cuando todos están ya pensando en las vacaciones y con la mente casi en blanco.
Se trata de averiguar la identidad de una personalidad en el mundo del cine.
Podría decir muchas cosas al respecto, pero mejor que no diga nada, porque me parece que ya he dado demasiadas pistas anticipadas.
Contando con que hay un fin de semana por delante y que algunos empiezan las vacaciones, he creído que un buen número de pistas sería asumible, suponiendo que hagan falta todas.
Pistas equiparables a sobresaliente[+/-]
Pistas equiparables a notable[+/-]
Pistas equiparables a aprobado justillo[+/-]
Pista para los suspensos: seguro que algunos habrán visto esa escena mucho más corta[+/-]
Si llegados a este punto, la solución está en mente, las respuestas pueden enviarse usando el siguiente formulario que, si funciona, remite recibo de envío.
Espero que, por lo menos, los vídeos hayan resultado estimulantes y propicien alguna revisión afortunada en período vacacional.
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La posibilidad de adquirir cualquier tipo de arma de fuego es una peculiaridad de los U.S.A. que a los europeos nos choca y muy a menudo contemplamos como una costumbre atávica sin importancia, una señal identitaria de una civilización que en realidad y pese al imperialismo multimediático nos sigue quedando bastante lejana en sus rasgos más fundamentales y quizá también fundamentalistas.
Porque el derecho reconocido -y hace muy poco refrendado- de poseer armamento de enorme peligrosidad evidentemente se sustenta en la traslación del derecho de defensa con proporciones inabarcables desde nuestra óptica europea ya que comporta necesariamente una dejación del obligatorio control de la seguridad por parte de la administración que permite al ciudadano disponer de armamento capaz de matar, sea para atacar sea para repeler una agresión.
En Europa se decidió hace ya mucho tiempo que la defensa de la paz ciudadana residía de forma única y exclusiva en la administración liberando al ciudadano de la obligación de guardarse de todo mal.
Hace ya bastantes años se puso de moda un subgénero cinematográfico en el que un personaje se erigía en vigilante vengador, un justiciero callejero que ajustaba cuentas con delincuentes de toda clase al margen de toda ley: la acción transcurría siempre en los U.S.A. y desde la elegante Europa se miraban aquellas películas como una representación que nunca llegaría a esta orilla del atlántico, porque el civismo europeo no alcanzaba la peligrosidad de las calles estadounidenses cuando el sol palidecía y no estamos hablando de vampiros adolescentes.
Puede que después de más de treinta años algo haya cambiado en este lado y la civilizada sociedad europea haya adoptado unos modos que antes repugnaban y ello ha motivado, es un suponer, a que el novato Daniel Barber haya conseguido dos cosas bastante importantes:
Primero, convencer a Michael Caine a fin que se pusiera a sus órdenes para protagonizar una ópera prima basada en un guión del prácticamente desconocido Gary Young, siendo consciente Caine que iba a cargar sobre sus cansados hombros el peso de toda la película titulada con el nombre de su personaje, es decir, Harry Brown (2009), cuyo titulo en castellano de momento es una incógnita porque, amigos, está pendiente de distribución, como alguna otra que por aquí ha pasado.
(Me parece que voy a tener que abrir una etiqueta para estas misteriosas películas)
Y segundo, obtener los fondos necesarios para pagar todos los gastos, aunque podemos decir sin ambages que la producción es económicamente sostenible, o sea, claramente inserta en la serie B, escasa de medios.
Lo más notable de esta sencilla producción británica es la actuación del elenco, encabezado por Caine como primera figura que atrae al espectador con su fama y carisma merecidísimos y ayudado por los típicos intérpretes británicos que saben estar y decir su texto con solvencia por corto y breve que sea el papel que se les confía: casi podríamos decir que el reparto se compone de Caine y los secundarios, porque el guión centra todas sus peripecias en el personaje de Harry Brown, un antiguo componente de la milicia británica en Irlanda del Norte, ahora retirado, que enviuda al cuarto de hora al fallecer su enferma esposa y se queda solitario con la pérdida de su mejor amigo, a los veinte minutos, en manos de un grupo de jóvenes violentos que aterrorizan a todo el barrio.
El guión escrito por Young es bastante simple en su planteamiento y adolece en mi opinión del acostumbrado defecto primerizo de centrarse en la figura del protagonista dejando casi al margen al resto de personajes, cuando es evidente que la riqueza de los guiones, aparte de la construcción los diálogos, reside principalmente en el conjunto de todos los personajes que pululan por la pantalla.
La forma de rodar de Barber es buena, muy adecuada en cada momento a la escena, sin buscarse complicaciones, acercándose lo bastante a los personajes cuando es necesario en planos medios e incluso primeros planos que resaltan sus sentimientos y sabe retratar muy bien un ambiente urbano degradado usando una paleta de colores muy fríos, cabe que con la estimable colaboración de Martin Ruhe como camarógrafo, y también sabe imprimir fuerza a las escenas de acción, presentando un tumulto con muy pocos elementos; para ser su ópera prima, demuestra oficio y talento, aunque le falta fuerza y garra.
La película en mi opinión no alcanza el notable alto que se le otorga en la ficha de imdb pero me resulta interesante por el viaje en el tiempo que ha representado, un viaje que nos ha traído del oeste atlántico un tipo que algunos han querido semejar al viejo cascarrabias reconvertido en viejo vengador, y a mí me ha parecido un viejo políticamente incorrecto, porque a medio camino de tomarse la justicia por su mano clama airado por la ineficiencia de la policía y porque la historia incide lo suficiente en la ineficacia de la administración como deudora de la responsabilidad de proteger al ciudadano que le ha confiado el único derecho a poseer armas.
Esa crítica que sustenta el relato es lo que resulta más llamativo de la historia del anciano Harry Brown porque parece reflejar un cambio en nuestras sociedades, que se ven abocadas a protestar y a defenderse por sí mismas ante la poca respuesta que ofrece la administración; que se llegue a ver historias de este tipo asentadas en una sociedad europea debería ser objeto de reflexión, porque ello significa que ya ha llegado el problema a un punto que incluso otorga pátina de autenticidad -y con ello afinidad del espectador- a un producto que antes de veía como ficción o, en todo caso, problema lejano.
Es curioso que en España, muy poco tiempo después de la aparición del vigilante vengador, se decidiera disolver una institución civil tan peculiar como los somatenes y que ahora, pasados más de treinta años y coincidiendo con el rodaje de películas como Harry Brown, hayan voces que reclamen la reconstitución de los somatenes, al comprobar la inane condición de una administración que demuestra bien falta de interés bien falta de recursos inadmisibles en cuestión tan primaria como es la propia seguridad, provocando que el ciudadano agredido piense, como lo hace el viejo Harry Brown en la película, que mejor será ocuparse por sí mismo del problema, y esa concepción de la solución por la propia mano puede parecer entretenida como propuesta de cine de acción pero peligrosísima como propuesta seria, cayendo en una incorrección política lamentable, al permanecer la trama entorno al personaje de vengador sin que la denuncia política contra la administración ineficaz ostente fuerza y visibilidad.
En definitiva, una película que se queda a medias entre acción pura y denuncia política, falta de la fuerza necesaria para convertirse en imprescindible pero interesante para provocar alguna que otra reflexión relativa al fondo del asunto.
Tráiler
p.d.: Permítanme una maldad: ¿Porqué será, que no se ha estrenado en España cuando el dvd ya se ha lanzado? ¿Será por cuestiones políticas o económicas?
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Hace mucho, mucho tiempo, cuando el televisor era en blanco y negro y estaba únicamente al alcance de las clases más adineradas, la mayoría de los ciudadanos se hallaba libre de las influencias de los medios de comunicación, a menos que se creyera todo lo que leía en los diarios y oía en la radio, aunque el tiempo destinado a tales menesteres no alcanzaba ni un diez por ciento del que ahora se dedica al omnipresente televisor.
Para evitar pues que la desinformación acabara comportando que el pensamiento fuera libre, se acostumbraba a ofrecer noticiarios filmados como aperitivos de las sesiones dobles de cine, aprovechando que todos estaban sentados y en silencio (y no como ahora, que parlotean como cotorras hasta que no aparece el / la protagonista y comen palomitas durante una hora, que las bolsas son enormes) y se hallaban pendientes de la pantalla.
Después, cuando esa práctica "informativa" cayó en desuso, se mantuvo la buena costumbre de ofrecer un cortometraje a modo de espera para el espectador que llegaba con tiempo de sobra antes de empezar la sesión.
Luego se inventó el espot publicitario y todo se fue al carajo.
La compañía Pixar tiene a bien ofrecer, en muchas ocasiones, un cortometraje como aperitivo a sus películas.
He hallado por la red dos: el primero fue el que antecedía a Wall-E y a fe que su calidad es un buen aperitivo: por si todavía queda quien no lo haya visto, ahí va el enlace:
Presto
Y el segundo, es el cortometraje que, según cuentan, acompaña al estreno de esta semana.
Parece una coña, porque el título tiene miga en relación al estreno de la semana pasada, como todos recordarán, sin duda.
Day And Night
Espero que hayan gustado.
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Ya sabemos todos los que por aquí nos vemos las caras, cinéfilos pacientes y sufridos, que la simplicidad es una virtud que en muchas ocasiones esconde un talento enorme y muchas horas de trabajo previo puliendo y desbrozando el camino para conseguir la perfección cuando el artista prepara a conciencia lo que luego plasmará en imágenes de forma aparentemente sencilla.
Claro que no siempre es así y en demasiadas ocasiones la simplicidad es tanto el mecanismo operante como la definición de la forma de pensar de quienes afrontan un rodaje sin tener idea consistente que valga la pena presentar. Si a ello añadimos un guión deslavazado y pletórico de ideas erróneas y erráticas, la simplicidad puede pasar fácilmente de ser un elogio a un adjetivo que denote poco aprecio por el resultado final.
La última película presentada en España protagonizada por el archiconocido Tom Cruise tiene según algunos críticos apresurados y los voceros habituales grandes diferencias con la última que vimos, Valquiria, de la que ya nos ocupamos en su momento aquí, intentando alejarse de lo que parece ser fue un rotundo fracaso -el tiempo pone a cada cual en su sitio y cada vez a una velocidad más rápida- asegurando que ésta de 2010, es mucho más ligera y divertida, lo cual no deja de sorprenderme, porque todavía siguen manteniendo la teoría que Valquiria era algo más que un despropósito indigno.
La de este año se titula en inglés Knight and Day lo que viene a demostrar de buenas a primeras la enorme simplicidad mental de quienes están detrás de todo el montaje, porque el juego de palabras en inglés es una memez sobresaliente (Knight suena casi igual que Night: knight es caballero {y caballo como figura del ajedrez, noble juego guerrero} y night es noche) buscando un enredo surrealista sin gracia que además puede dar lugar a interpretaciones malévolas, como que subliminalmente se buscara un recuerdo a la exitosa (en taquilla, que tampoco había para tanto ) The Dark Knight, que no me extrañaría demasiado.
Ello, como es natural, ha dado pie a que la traducción de ese risible título al castellano se alce con la rocambolesca situación de traducir la cacofonía propuesta directamente, como Noche y Día, o, según donde, pasar olímpicamente del estúpido título original e inventarse otro, tal como consta en el póster que debe aparecer al lado.
Sea como sea, lo peor no es el título: lo peor es el guión: un guión que en los créditos de pantalla aparece como única responsabilidad de Patrick O'Neil que fue quien al parecer tuvo una primera idea la cual posteriormente fue retocada, alterada y reescrita en varias ocasiones por diversas personas, que, además, fueron cambiando el título, cuestión que me deja los pelos de punta y que acabo de descubrir al leer esto.
Con tantas idas y venidas no me extraña el resultado final: el guión es muy simple: un poderosísimo espía, que no se sabe si es bueno o malo, se ha apoderado de una batería más pequeña, más potente y más duradera que la del conejito y se topa con una mujer a la que lía de mala manera para ir a buscar al inventor de la batería, que está oculto en alguna parte, porque le buscan los de la CÍA por un lado y por otro un malvado fabricante de armas español, sevillano por más señas. ¡Hala! ¡Ya está!
¿No hay más? Bueno, sí: el poderosísimo espía es Roy Miller (Tom Cruise) con lo cual ya sabemos que no es el malo de la película, la chica es una rubia treintañera entendida en mecánica de coches "clásicos de los 70" que atiende al nombre de June Havens (Cameron Diaz) y el inventor de la superpila es un joven que estaba tranquilamente haciendo un trabajo para el instituto cuando descubrió la pila, aunque debe ser un pelín retrasado de estudios, porque Simon Feck (Paul Dano) ni en broma tiene pinta de adolescente empollón: está claro que hace tiempo cumplió los veinte.
La trama consiste en que hay una persecución de los malos que dirige la directora George (Viola Davis) que tienen localizado a Roy a través de vídeos a distancia, siempre: incluso pueden tanto que todo un avión está repleto de los malos: azafatos, azafatas, pasajeros e incluso los pilotos, todos están ahí para pillar a Roy y su pila mágica pero no lo consiguen, claro, porque si no, se acabaría la película en diez minutos y podríamos salir a tomar el fresco.
No, no: de eso nada: como que las ideas de todos los que participaron en el guión mimetizaron, después de la primera persecución hay.... ¡otra! y así, una tras otra, cambiando de lugar, espacio, país y continente, hasta que transcurrida más de hora y media, ¡zas! se acaba una persecución, muere el verdadero malo y queda la pareja feliz.
Claro que entretanto han tenido tiempo para demostrar insultante menosprecio hacia nuestra cultura popular, haciendo que en Sevilla se celebren los sanfermines: y aun que se acuerdan de la fecha: no sé que les parecería a los estadounidenses que, por ejemplo, se ofrecieran escenas de rodeo en Nueva York: esos tíos, los que se supone se cuidaron del guión, además de necios, son tontos e incultos.
Como lo de Knight: ¿de donde viene? Pues muy sencillo: resulta que Roy se apellida Knight, que lo pone en el buzón de casa de sus padres, a donde llega June después de haber visto la imagen de su casa, con dirección y todo, en el teléfono móvil de Roy, que cada dos por tres lo mira en google maps: lo hace porque así los malos no podrán perjudicar a su familia, claro: otra gilipollez más, que hay que tragar, como lo de los toros en las calles sevillanas: uno acaba cansándose de tener que aceptar tantas cagadas en un guión porque si no, parece que uno sea muy exigente.
Que un producto como éste sea una película que busca entretener, no es excusa para tamañas estupideces: podrían currárselo un poco, caramba, que en la historia del cine hay cientos de ejemplos en los que mirarse, películas sin más pretensión que distraer al personal pero con eficacia y sin caer en trucos tan deleznables.
Me parece mentira que James Mangold se haya avenido a filmar una película semejante, tan repetitiva: ciertamente, Mangold demuestra su oficio y las persecuciones, con la ayuda de la informática, son espectaculares; nada que hablar, por descontado, de los personajes, pues su psicología es inexistente.
Da la sensación que se ha buscado un entorno que apoye el declive carismático de Tom Cruise pero no se ha conseguido: Viola Davis está desaprovechadísima en un personaje casi que fugaz, con apenas cinco breves apariciones; Paul Dano, a sus veintiséis años, está pidiendo a gritos mejores oportunidades que ésta, y el español Jordi Mollá recibe lo que merece por participar cómplice en unas escenas que deberían ser borradas.
A pesar de construir la película como nuevo vehículo de lucimiento de Cruise, es la rubia Cameron la que se lleva el gato al agua en todas las escenas que comparten y son muchas: o quizás es que me gusta mucho más ella que él; la Cameron a sus treinta y ocho años está físicamente espléndida y evidentemente, para ser más expresiva que Cruise tampoco ha tenido que esforzarse mucho.
Leyendo ahora las informaciones relativas a los pormenores de la pre-producción, uno tiende a pensar que los productores decidieron aprovechar el supuesto tirón de taquilla de Tom Cruise, a pesar de su franco declive; de sus declaraciones en los medios propagandísticos -perdón: quería decir la prensa escrita- se desprende su orgullo por ser capaz de ejecutar acciones físicas de riesgo, lo que, en mi opinión, le conduce a catalogarse automáticamente como un simple especialista y no sé si lo hace en un acto de sinceridad que elogiaría o lo hace para recordar a los productores de cintas de acción que el todavía puede rodar sin ayuda de dobles: como sea, está claro que lo de actuar, no es una cuestión que tenga mayor consideración para Tom Cruise y ahí, en mi opinión, está la clave de su declive.
Porque su guapura es menos, su fuerza mengua y cede terreno a otros más jóvenes que están ahora pisando el terreno de igual forma que él mismo en sus inicios, consiguiendo fama y dinero sin que haya un especial talento interpretativo en su haber. A sus cuarenta y ocho años, más le vale no lesionarse, porque, falto de talento interpretativo, sólo vale para dar saltos y hacer piruetas mientras muestra su blanca sonrisa: nada más.
Así que ya lo saben: si buscan una película con una persecución que dura más de hora y media y tiene mucha acción y nada más, ésta es su película.
Y si en algún lado leen que es un homenaje a las películas de falso culpable del maestro Don Alfred, no hagan ni puñetero caso, créanme. Es mala y simplona.
Vean un promo-vídeo clip si lo desean.
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Una de las innegables virtudes que suelen tener las buenas películas es la posibilidad de acumular en su propuesta artística diversas interpretaciones, lo que comúnmente venimos en llamar lecturas para entendernos, significando que, sobre o bajo la apariencia de una trama subyace otra de calado distinto: naturalmente, el cineasta que se decide a rodar una película pensando desde el primer plano en ofrecer sus ideas bajo diferentes ángulos de visión del espectador, forzosamente contará con la inteligencia de aquel y además deberá ser lo bastante inteligente para resultar inteligible y diáfano en su mensaje so pena de ahuyentar a un público que consciente de no ser tonto, en ocasiones acaba por cansarse de las pretendidas claves culturales de algún artista que padece inusitada pedantería.
Por suerte Woody Allen aunque en ocasiones se pasa de la raya y acaba resultando un poco cargante con la retahíla de complejos que pueden sufrir sus habituales personajes, no siempre cae en el mismo defecto y suele presentar ideas interesantes bajo aspectos atractivos.
Así lo hizo en 1994 cuando conjuntamente con Douglas McGrath escribieron el guión de una película que Woody dirigió, titulada Bullets Over Broadway, estrenada en España con el afortunado título de Balas sobre Broadway. (De vez en cuando, los traductores de títulos no la pifian)
La historia nos lleva a los felices años veinte y nos introduce en el ambiente más querido por Woody, el de los intelectuales que ya se mueven por el Village con más ideas que dinero y la consigna de triunfar en el arte por encima de cualquier otra consideración, en una pequeña comunidad bohemia idealizada por sus mismos componentes, uno de los cuales, David, se dedica a escribir piezas de teatro y clama al cielo por la libertad del artista que ha sido mancillada ya en dos ocasiones por los malditos actores y el rufianesco director en sendas dos primeras piezas suyas que han tenido la fortuna de alcanzar el off-Broadway: enfurecido como ha quedado David, su representante Julian se las ve y se las desea para convencerle a fin que acepte la financiación que un gánster ha ofrecido siempre y cuando su querida Olive se estrene como intérprete teatral seria en la obra.
La ventaja del trato es que la financiación es amplia y que David podrá dirigir por sí mismo su pieza teatral consiguiendo la libertad soñada en el ejercicio de su arte: la desventaja tiene un nombre y ése es Olive, porque la nenita del gánster Nick Valenti tiene la voz horrible y su talento como artista se reduce a especialidades eróticas difíciles de explicar; además la vedette lleva guardaespaldas, un gorila que atiende al nombre de Cheech (sólo Cheech) que no la deja ni a sol ni sombra.
La suerte de David es que con el dinero de su socio mafioso puede convencer a la famosa Helen Sinclair (que por otra parte lleva una mala racha de fracasos seguidos) para que protagonice la comedia y además contará con el apoyo de la muy eficaz segunda dama Eden Brent y del galán senior Warner Purcell, al que únicamente deberá controlar en su dieta pues con los nervios tiende a engordarse mucho.
Todo pinta pues casi perfecto para David, hasta que Olive reclama más papel considerando que su participación es exigua y el gorila Cheech empieza a mostrarse amenazante por un lado y por otro lado crítico con la labor de David como escritor y le hace alguna que otra propuesta de su puño y letra.
Por si fuera poco, Helen se muestra muy seductora en su madurez para el joven David, que mantiene o mantenía, o sigue manteniendo, o no, una relación con la joven Ellen, convirtiéndose el joven autor y director en la presa codiciada por la araña Helen que teje su tela aprisionándole con el claro objetivo de servirse de él tanto sexual como intelectualmente para que le escriba sus diálogos como a ella le parece que lucirá mejor en escena.
Woody Allen por suerte no aparece en la película y puede dedicar todos sus esfuerzos a dirigir ese rodaje que se apunta difícil y cómodo a un tiempo: difícil, porque se cuida muy bien de toda la ambientación recreando la época sin estridencias dando muestra de un laborioso detallismo que se observa incluso en las distintas localizaciones que pueden verse aquí y de unos decorados y vestuario fruto del buen trabajo de Tom Warren, Susan Bode y Santo Loquasto por un lado y Jeffrey Kurland, por otro, que facilitan enormemente la autenticidad del aspecto externo de todo cuanto vemos en pantalla.
La comodidad la halla como casi siempre Allen en la pléyade de intérpretes que no dudan en comparecer en el set de rodaje cuando Woody dirige ofreciendo su arte de forma convincente, afortunados como son por trabajar sobre textos y diálogos que rezuman inteligencia, ese bien tan preciado como ausente en demasiadas películas: me ahorraré insertar enlaces de todos los que comparecen, que pueden verse aquí pero no puedo dejar de señalar expresamente el buenísimo trabajo interpretativo de Jennifer Tilly (hay que oírla en su propia voz) como la atontada Olive, ya que a Dianne Wiest ya le dieron el Oscar por su labor.
Allen dirige con fluidez aprovechando que tiene a Carlo Di Palma ocupándose de la fotografía que, sin ser especialmente bella resulta muy eficaz al retratar tanto los ambientes como los personajes que se mueven siempre en ambientes urbanos usualmente cerrados y nocturnos: la planificación de Allen pasa desapercibida por su transparencia y su buena letra aparece en las revisiones afortunadas comprobándose que existen elipsis económicas y que el discurso mantiene la apariencia de sencillez tan supuestamente fácil pero dotada de la energía suficiente para impulsar la trama a un ritmo constante, manteniendo en vilo al espectador que acabará sorprendido por el giro de los acontecimientos, sin que pueda imputarse la sorpresa a un guión que resulte intrincado pero sí a que construye vigorosamente una trama que acabará tergiversando los estereotipos culturales bajo la apariencia de un enredo cómico de tiroteos imprevistos.
Porque el guión escrito por Allen y McGrath es una pequeña joya que vale la pena leer con detenimiento: manteniendo la apariencia de un endiablado enredo de intereses en el que cada personaje mantiene su postura en principio, poco a poco se van asentando las actitudes y limando asperezas: partiendo de un inicio en el que todos provocan interés, la trama va deshaciéndose paulatinamente de algunas líneas que aparecerán oportunamente cuando sean de interés para la narración principal, que no será otra que la consideración del arte como meta de la vida: el teatro tomado como ejemplo de arte vivo sufre en sus propias carnes modificaciones, alteraciones, problemas y obstáculos: el artista deberá decidir: deberá elegir entre el arte y él mismo: la asunción de la cualidad de artista más allá que la de mero artesano hacedor de algo parecido a arte pero que no llega a conmover: el arte como esencia inalcanzable residente sólo en los elegidos, esos que de forma innata lo contienen y lo conocen y defienden si es necesario matando y muriendo por él: porque el arte es un estadio superior y sólo algunos se muestran capaces de hacer lo necesario para eliminar los obstáculos que se le oponen, dándole la libertad necesaria para que florezca, estalle y sea apreciado y degustado por todos: un sacrificio vital, una entrega postrera sonriente, un último suspiro ofrecido al arte para rematar el broche final:
"Que diga que está embarazada"
p.d.: Ha sido casual que me detuviera en esta película de Allen coincidiendo con sus propias manifestaciones relativas al aprecio que siente por sus propias películas que, por lo que he leído a salto de mata por la red, mientras buscaba documentarme, más bien pretende remachar el clavo prendido en 1994: en lo que no entro es en la consideración de Allen como mero artesano por parte de algunos, pues para mí, tiene bien ganada su condición de autor.
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Pasado el verano de 1995 se estrenó en España una película que se iba a convertir en un éxito boca-oreja inmediato.
Provista de un guión alambicado pero férreo en su construcción provista de algún aderezo un pelín tramposo obra de Christopher McQuarrie y rodada con una singular energía y precisión por un desconocido Bryan Singer, la historia de mafiosos que conocimos como Sospechosos Habituales, The Habitual Suspects, acaba con una escena visual apoyada en una voz en off que simplemente es repetición de algo que ya hemos oído, dejando al espectador totalmente sorprendido: casi que patidifuso al ver como encajan las piezas del rompecabezas que acaba de disfrutar.
La escena, con ser la final, constituye una revelación que toda aquella persona que no haya visto la película debería obviar, porque lo suyo sería buscar inmediatamente el dvd y ponerse a ver la película.
Para el resto, es decir para los que ya la vieron y se acuerdan más o menos como acaba, ahí pueden disfrutarla con calma en el siguiente vídeo que en mi opinión merece estar en esta mini sección.
Véanlo, si les place.
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Hace un montón de años, en el verano de 1975, pasé una buena tarde en una casi desierta ciudad de Barcelona, huídos como estaban sus habitantes por causa del calor: recuerdo que mi amigo Alfonso tendió su más de metro noventa en el suelo de la calle Balmes en su cruce con Gran Vía, para evidenciar la tranquilidad que suponía, en el lugar, no tener ni un solo vehículo a motor a la vista: su entonces novieta le pegó un bufido por la ocurrencia mientras el grupo se reía a carcajada batiente: estábamos casi todos de buen humor, pues recién salíamos de ver una buena película.
Gustó como digo a casi todos: una niña hacía mala cara y yo, curiosón y con ganas de palique (normal a la salida del cine) quise conocer porqué no le había gustado la película, y me dijo: ¡Es en blanco y negro!¡Si lo sé, no vengo! Intenté convencerla y hacerle ver las bondades de la película, hasta que me cortó el rollo diciéndome con rudeza: ¡lo que pasa es que tú vas de aficionado del cine!
Me quedé con los ojos cruzados y el habla en suspenso porque mi habitual timidez me privó de la diligencia necesaria para reponerme de la supuesta invectiva que en el fondo me llenaba de orgullo: ella no lo sabía, pero me acababa de definir como cinéfilo y yo no podía estar más de acuerdo: su intención fue mostrarse brusca y desabrida y logró que la dejara en paz con mi rollete entusiasta: siempre han sido pocas las ocasiones en que me he podido explayar a gusto hasta que hoy hace ya tres años inicié la aventura de este bloc de notas en el que puedo largar sobre cine sin cortapisas y encima con la suerte que hay quien, más cinéfilo que yo, se detiene un ratito a escucharme.
Así que, como celebración del inicio del cuarto año, espero que nadie se moleste si me permito explicar el porqué me gustó en su estreno y me sigue gustando, tantos años después, la primera película que ví de Mel Brooks, que a mediados de los setenta tuvo una conjunción artística con Gene Wilder y entre ambos dos no tuvieron otra ocurrencia que reformular, parodiándola, una historia de terror clásico, escribiendo, dirigiendo e interpretando la película que titularon Young Frankenstein (1974), conocida en España como El Jovencito Frankenstein.
Una parodia hecha muy en serio, que suele ser la mejor forma de hacer una buena comedia: tan en serio, que incluso se procuraron como atrezzo elementos que aparecen en las clásicas películas de terror que contaron, a principios del siglo pasado, las aventuras del Dr. Frankenstein y su criatura, escritas por Mary Shelley.
Y naturalmente, decidieron que la película debía rodarse en blanco y negro: en un blanco y negro avejentado, obra del excelente trabajo de Gerald Hirschfeld que consigue de inmediato transportarnos a las películas de los años treinta dando una pátina de cinéfila autenticidad a lo que se ofrece en pantalla, adornado y complementado además por la escenografía y el vestuario, porque Brooks y Wilder encaminan directamente su guión al corazón del cinéfilo y a su memoria que deberá estar despierta para recordar los originales y así entender sin problema las chanzas que los diálogos y situaciones presentan sin tregua ni descanso, porque los personajes mantienen una vis cómica todos y cada uno de ellos pero además las referencias cinéfilas o, si se quiere, remitencias a personajes cinematográficos archiconocidos, son constantes y objetivo de un humor en ocasiones picante pero casi siempre blanco y nunca ofensivo, guardando mucho las apariencias formales y elegantes, nada chabacanas, como huyendo adrede del humor tosco que en otras ocasiones se ha constituído en marca distintiva de Brooks.
La ambientación, como ya he apuntado, es muy cuidada, pero el plato fuerte sin duda son las interpretaciones de unos artistas que también se toman muy en serio su trabajo y de ahí la frescura y fuerza cómica de sus actuaciones, consiguiendo algunos de ellos resultar inolvidables: Gene Wilder como el joven Dr. Frankenstein, que reniega de su apellido, se hallará respaldado con una eficacia cómica inigualable por Marty Feldman como el ayudante Igor, y la entonces pizpireta y sexy Teri Garr incorpora a una pícara Inga que se estrenará como asistente de laboratorio del doctor, constituyendo un trío protagonista que se nos presenta por Brooks en apenas cinco minutos con gran eficacia.
Todos ellos vivirán en el castillo familiar de los Frankenstein bajo la mirada atenta de la grandísima secundaria Cloris Leachman que como Frau Blücher roba las escenas con limpieza gracias a su personaje de ama de llaves misteriosa y que parece saber mucho más de lo que aparenta.
La criatura renacida incorporada por Peter Boyle, a pesar de no hablar tiene sus buenas escenas, muy alejadas de lo que son las referencias clásicas y su encontronazo con la prometida del Dr., la estirada damisela Elizabeth, incorporada por Madeline Khan, tendrá algo de inusual y sorprendente sin abandonar el humor que caracterizará a esta película rodada con todos los medios posibles a su alcance y con la inteligencia y respeto al original aunque tomándose una buena distancia desmitificadora que puede resultar engañosa para algunos, ininteligible para otros, pero seguramente muy divertida para la mayoría de los espectadores, porque el guión está muy trabajado: es ágil y repleto de frases ingeniosas y situaciones cómicas, y en la dirección Mel Brooks consigue en mi opinión su obra más redonda como director, ya que sabe orquestar perfectamente todos los instrumentos a su alcance para conseguir una melodía inolvidable aun hoy, y me acabo de dar cuenta que ha pasado tanto tiempo desde que asistí a su estreno como el que había transcurrido desde el mismo hasta el de los clásicos que parodia: esperemos que ello no vaya a significar que se prepare un refrito, aunque bien es cierto que hace poco el propio Mel Brooks presentó -con escaso éxito- una comedia musical escénica inspirada en esta película que sin temor alguno me atrevo a recomendar como imperdible, porque aunque algunos gags puedan resultar conocidos, no dejarán -o no deberían- de ser vistos como los originales.
Dedicada esta reseña a todos cuantos han pasado por este bloc de notas en sus tres años de existencia y especialmente a quienes, además, se detienen y dejan un comentario. Gracias.
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En esta mini sección (bueno: no tan mini: ya casi llevamos cuarenta entradas...) dedicada a recordar por unos momentos escenas cinematográficas que, sin pertenecer a musicales, contengan melodías que gracias al cine han sido famosas, hasta ahora no había hecho su aparición ninguna perteneciente al género de la ciencia ficción y tampoco se había podido escuchar ninguna nota musical en la que tuviera alguna responsabilidad el archiconocido John Williams, colaborador en muchísimas películas a partir de mediados los setenta del siglo pasado y especialmente en películas del tándem de amigos Spielberg & Lucas.
Precisamente hoy podremos escuchar una sencilla melodía perteneciente a Encuentros en la tercera fase, película dirigida por Spielberg en 1977.
Supongo que todos habrán visto ya la película, porque la escena que sigue pertenece a sus últimos minutos (y largos: en mi opinión, Spielberg comete en esta película el primero de sus pecadillos de soberbia al rechazar el tan necesario uso de las tijeras) y podría ser considerada como un avance indeseado del final:
Espero que se me perdone la bromita, pero al descubrir ese spot publicitario me pareció que tan buena idea no debía pasar desapercibida...
Ahí va la escena original, la de verdad:
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La mayoría de los títulos de crédito son iniciales, es decir, que suelen preceder a una película, como por otra parte es lógico, ya que actúan a modo de presentación de lo que nos disponemos a ver, indicando, someramente, los intervinientes con más importancia o caché, dejando para el final a todo el resto de atribulados participantes en el conjunto.
En otras ocasiones, los títulos se trasladan directamente al final, pues la película se inicia sin mayor preámbulo, como ocurre cuando no hay intérpretes a los que dar satisfacción de su ego particular.
Si en muchas ocasiones los titulos iniciales pasan desapercibidos y caen en el olvido, ni contar quiero lo que ocurre con los títulos de créditos que aparecen al final, tratados por casi todos de la peor manera: cuando no se levanta el público impidiendo su tranquila visión, algún apresurado maquinista llegar a encender las luces de la sala y cortar por lo sano, así que se me ha ocurrido que, a pesar de ser recientes, puede que sean pocos los que hayan visto los títulos de Wall-E:
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