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dilluns, 27 de setembre del 2021

El robo del siglo





Este título con marcados antecedentes periodísticos que van repitiéndose cada tanto en las cabeceras con motivo de sucesos semejantes consigue de inmediato abrir las expectativas de un grupo de cinéfilos que se deleitan con los ejemplares de lo que podríamos denominar una especialidad encajable dentro del género de intriga y suspense llamado thriller y no es una simple forma de clasificar sino que más allá de querencias particulares, muchos largometrajes que cumplen con los requisitos obtienen gran estima incluso por los más eclécticos.

Sería prolijo entrar en materia de debate en lo que concierne a las especificaciones formales pero podríamos acordar que en la subespecie de "atraco perfecto" no todos caben porque es necesario un ejercicio criminal ejecutado limpiamente y con un curso de principio a fin de la operación dotado de una necesaria brillantez e inteligencia para vencer un obstáculo que se barrunta de insalvable a priori y en la derrota de ése muro infranqueable está la base del subgénero que nos ha dado brillantes películas.

En 2006 se estrenaba Inside Man [Plan oculto] (quizás la última película de Spike Lee interesante) que relataba un atraco a un banco en unas condiciones muy particulares y por allí, en el rodaje, andaba de becario el argentino Ariel Winograd.

Resulta muy fácil imaginar que el bonaerense aprendiz de mago de cine se apuntó en su agenda estudiar las posibilidades que le ofrecía el atraco a la sucursal de Banco Río en Acassuso en el denominado Gran Buenos Aires, suceso que por sus peculiaridades inmediatamente copó las cabeceras con el título "El robo del siglo", precisamente en enero de 2006, mientras la película de Lee estaba a punto de estrenarse en marzo.

Catorce años son muchos para ultimar una película pero no son tantos si se tiene en cuenta que el guión se basa en los detalles que quiere contar el llamado "cerebro del robo", Fernando Araujo, que por motivos lógicos tuvo que esperar un tiempo para poder relatar su aventura y colaborar con Alex Zito para pergeñar el guión que sirve a Ariel Winograd de base para su película, titulada, ¡cómo no! El robo del siglo que en este verano que acabamos de finalizar ha ocupado algunas carteleras españolas.

El robo del siglo
Fernando Araujo (Diego Peretti, muy convincente) recibe un soplo asegurando que en una sucursal modesta hay en algunos momentos un verdadero pastizal monetario amén de muchas cajas de seguridad que algo deberán tener en su interior que tenga valor. Araujo es un delincuente de poca monta y con pocos fondos para una empresa semejante, por lo que siguiendo el consejo de un colega requiere la ayuda de Luis Mario Vitette (Guillermo Francella, perfecto como embaucador) para dar el golpe y entre ambos siguen el curso esperado de buscar especialistas en determinadas tareas encaminadas a conseguir limpiar de valores esa oficina del Banco Río en Acassuso, aprovechando un fin de semana, porque la tarea se presenta ardua y muy compleja.

Al modo de totémicos precedentes como Rififi, Ariel Winograd nos muestra con detalle los preparativos del acto criminal al tiempo que las relaciones entre los delincuentes prestos a llevarlo a cabo y lo hace, justo es reseñarlo, con mucha eficacia y sin perder el ritmo de la narración, manteniendo el interés de la trama en la intriga de cómo van a salvarse los problemas y luego, una vez en materia, en el desarrollo del atraco perfectamente mostrado como novedad porque con buen tino nos privan de información mientras hemos visto los preparativos.

Podríamos decir que técnica y formalmente la película es una delicia que mantiene la tensión en el íter criminal con un ritmo que no decae más que cuando intenta adentrarse en las personalidades del grupo protagonista, momento en el que se echa en falta un buen dialoguista y un cuidado de todos los personajes por igual: en muchas ocasiones hemos advertido que una de las virtudes del buen cine clásico es vigilar el detalle del más pequeño secundario y en esta película el punto flaco está en que, del grupo de ladrones, tan sólo dos, los citados, merecen la atención vigilante de la cámara, pues el guión deja como simples coadyuvantes al resto y ahí la tensión cae por falta de cuidado, sin que pueda imputarse a los intérpretes, todos ellos de muy buen hacer.

Posiblemente esta especie de relato autobiográfico bebiendo las fuentes del protagonista Araujo ganaría muchos enteros si se hubiera abierto la puerta a una ficción que desarrollara más afortunadamente todo el grupo y especialmente sus relaciones, máxime porque, como sucede en casi todas las películas de esta interesante especialidad, el elemento humano, al fin, es el que acaba determinando el resultado.

Muy recomendable esta película argentina que demuestra bien a las claras que cuando hay talento y una buena historia ni el género ni la especialidad pertenecen a nacionalidad alguna y el cinéfilo que anda husmeando carteleras en busca de una buena pieza que llevarse a los ojos puede tranquilamente decidirse por ésta que seguramente le atrapará de principio a fin con la salvedad apuntada y con la enorme satisfacción, en el espectador hispano hablante, de asistir a una función con su acento particular, sí, con sus modismos, sí, pero perfectamente inteligible gracias a un conjunto de intérpretes merecedores de todo elogio.

Si la ven en cartelera, no se la pierdan.




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