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dijous, 29 de novembre del 2018

Violet





La cámara juguetona moviéndose siguiendo el minucioso guión técnico pergeñado por The Wachowski Brothers se desliza entre cajas de sombreros y accesorios descendiendo entre ropajes hasta que se topa con unos zapatos de trabajo de fontanería y siguiendo un curso horizontal por los pantalones y la camiseta sucia y ensangrentada, llega hasta el rostro de Corky que acaba de recobrar los sentidos y se da cuenta que está en el suelo de un vestidor repleto de vestidos elegantes y zapatos de mujer con tacones inverosímiles y percibe que tiene manos y pies enérgicamente atados y una pieza de ropa a modo de mordaza le permite apenas respirar pero ni siquiera abrir la boca.

Pero puede pensar, puede recordar como ha dado con sus huesos entumecidos y sus músculos doloridos, molidos a golpes, y se acuerda de Violet y de todo lo que le ha pasado hasta llegar al punto en que está.



Violet es una mujer de armas tomar en todos los sentidos imaginables: ahora vive con César que la retiró del prostíbulo hace cinco años ya y se la llevó para sí aunque no se preocupa mucho si algún jefazo de la mafia local se pone cariñoso con ella, esperando que el juego no pase de la raya, porque su trabajo como lavador de dinero negro procedente del juego y la prostitución le permite vivir muy bien siempre que sepa mantenerse en su sitio en el escalafón, cada vez con encargos más importantes: ahora deberá lavar de sangre real dos millones de dólares y empaquetarlos para su entrega personal al jefe mafioso de la zona.

Violet no está ni mucho menos enamorada de César y el día que coinciden en el ascensor con Corky, que va a realizar trabajos de fontanería en el piso vecino, no le quita ojo de encima y mientras se hace la distraída para no levantar las sospechas de César, decide un infalible plan para seducir a Corky:





The Wachowski Brothers fueron conocidos como guionistas de la lamentable Asesinos de la que reniegan al extremo de asegurar que solicitaron no figurara su participación pero por lo menos trabaron conocimiento con Dino De Laurentiis y cuando le presentaron el guión de Bound explicándole a grandes rasgos que en la trama había una mujer fatal que mantenía una relación con un mafioso pero que seducía a otra mujer, tuvieron la suerte que Dino les dijo: ¡Adelante!¡Hagámosla!

Declarándose inspirados por Billy Wilder (entre otros, podrían añadir) nos presentan la conocida trama en la que una mujer fatal atraerá la maldición para quien se deje seducir y el segundo cambio es que en esta ocasión será una mujer la seducida: Corky estuvo encarcelada por cinco años -coincidiendo con el tiempo que Violet lleva viviendo bajo la "protección" de César- cuando la pillaron por un robo que salió mal. Violet, al saber de la afición por lo ajeno de Corky, le propondrá que entre ambas se hagan con los dos millones de dólares que César lava, seca y plancha a conciencia, antes que sean recogidos por el mafioso Gino Marzzone en persona.

El primer cambio, presentado desde el inicio (siguiendo también al gran Billy en la presentación de Sunset Boulevard) es que de entrada sabemos que algo va a acabar mal: por lo menos para Corky, pues está maniatada en el suelo del vestidor de Violet. ¿Qué habrá pasado?

Han transcurrido ya veintidós años desde que se estrenó Bound (Lazos ardientes {mejor directo del original: Atados}), ópera prima de los antaño conocidos como The Wachowski Brothers, Andy y Larry, que ahora firman como Lana y Lilly, The Wachowski Sisters, y aparte del cambio de género y del estreno en 1999 de su más famosa película, Matrix, permanece como lo más notable de esa pareja.

Quizás la decepción que tuvieron al ver en pantalla su primer guión provocó su firme decisión de cuidarse por ellos mismos de todos los aspectos de la película y ciertamente se manifiesta en una planificación muy cuidada de antemano; la variedad de planos es una demostración de un trabajo concienzudo que bebe sin pudor de las mejores fuentes clásicas, atacando las escenas con travellings imaginativos que empiezan de forma cenital y acaban con primerísimos primeros planos; también planos detalle que se mueven hacia atrás hasta subir a una planta superior y allí desarrollar un nuevo travelling en torno a una cama (para lo cual varios operarios movían paredes por turno) buscando una continuidad que reforzara la sensación óptica de intimidad total, tanto como saltos de eje aplicados con rigor en planos muy cortos, todo ello siempre sin ningún afán de epatar al espectador y al servicio de la trama. Suerte tuvieron al seducir al buen camarógrafo Bill Pope probablemente impresionado al leer el guión técnico al punto de trabajar por un mínimo salarial más porcentaje incluyendo en el trato a su equipo de confianza, porque sin su buen hacer esa muestra de cine negro no hubiera sido posible.

El guión pergeñado por The Wachowski Brothers lo mismo que su excelente forma de filmarlo bebe de los clásicos aportando como novedad una relación lésbica que se presenta como natural, sin pretensiones, dando por establecido que los gustos sexuales de las protagonistas nada tienen que ver en lo que es el meollo de la trama, el ardid ideado por Corky para hacerse con el dinero con la idea de que ambas se libren de sus penurias. ¿Ambas? Bueno, de momento, desde el primer minuto sabemos como ha acabado Corky, atada y amordazada. El resto, que lo vea el interesado, en la seguridad que ése guión, contra lo que viene siendo costumbre en las últimas décadas, es sólido, rocoso diría, en su lógica de los personajes y sus actos que veremos sucederse sin tregua ni bajón alguno en el ritmo, manteniendo la atención durante más de cien minutos en los que los giros y retruécanos argumentales mantienen la tensión del espectador.

La trama, provista de buenos diálogos, es un bombón para Jennifer Tilly que se luce como Violet ofreciendo un recital a base de susurros y movimientos corporales sexys con una calculada ambigüedad (hay que escucharla, como ya dijimos hace años en rigurosa y necesaria versión original) de los que se vale para conseguir con paciencia sus objetivos, construyendo una mujer fatal de la que uno puede enamorarse rendidamente sin olvidar que planea la sensación de hallarse ante una mantis religiosa, idea que no ronda siquiera por la cabeza de César, muy bien personificado por Joe Pantoliano, siempre eficaz secundario que aquí sabe dotar a ese mafioso machista y paranoico de todos los rasgos precisos para sostener a un peligroso petimetre en medio de esa dupla de mujeres fuertes que acaba de componer la siempre estupenda Gina Gershon como la fontanera Corky, esa ex-presidiaria hambrienta del amor de una mujer -la veremos intentando ligar en un bar de lesbianas- sin apreciables aderezos femeninos que se dejará seducir por Violet manteniendo una lejanía cuidadosa cuando se trata de planificar un robo, nada menos que a la propia mafia:"esos no van a la policía: esos van y te matan".

Los tres disfrutan de sus buenas escenas cuidadosamente rodadas por los Wachowski en una ópera prima que por todos los conceptos permanece en mi lista particular como la mejor de su carrera, una película que he visto hace muy poco en casa, porque cuando se estrenó, con el mal recuerdo que me dejó Asesinos, la dejé pasar. Craso error. Si le ocurrió lo mismo, amigo lector, ya sabe que está a tiempo de enmendar la equivocación y saborear durante casi dos horas una buena película. En v.o.s.e., desde luego: la Tilly lo amerita.




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dijous, 15 de novembre del 2018

Pasión polonesa




Ante todo voy a protestar una vez más contra la inopia, pereza, analfabetismo, vagancia y desinterés por nuestra lengua común que demuestran una vez y otra más los distribuidores de cine acusando firmemente al imbécil que decidió mantener como apropiada la expresión inglesa "cold war" como si fuese una aceptable traducción del original polaco Zimna Wojna cuando en nuestro castellano disponemos de Guerra Fría que precisamente se ha usado en miles de ocasiones para designar un período muy concreto de la reciente historia mundial. Ya está bien de intentar meternos a la fuerza vocablos anglosajones como si no tuviésemos los propios para definir los mismos conceptos. Acémilas son y burros nos quieren.

Vamos a entrar en materia disponiendo cuatro nombres de varones nacidos en Polonia en diferentes años, de más antiguo a más joven: Frédéric Chopin, Arthur Rubinstein, Pawel Pawlikowski y Tomasz Kot.

¿Tienen algo que ver entre todos ellos? Pues no, pero me hubiese gustado que sí, porque todos ellos coinciden en ser polacos, artistas y huídos de su país por una guerra, bien que en el caso de Pawlikowski y de Kot la cuestión ya es algo figurativa, sobre todo en el último, protagonista junto con la estupenda actriz Joanna Kulig de la película Zimna Wojna en la que su director y guionista nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre amores y desamores, presentando - según él mismo asegura - una trama inspirada directamente en la relación que durante toda su vida mantuvieron sus padres.

Wiktor (Tomasz Kot) es un pianista que con Irena (Agata Kulesza) viaja por pueblos y aldeas de la Polonia empobrecida después de padecer la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de rescatar, archivar, documentar y luego revivir el folclore polonés, en una organización bajo los auspicios, dirección y férreo control de los "camaradas" del partido comunista. Entre la selección de pretendientes a formar parte del grupo folclórico Wiktor descubrirá a Zula (Joanna Kulig) y el amor pronto surgirá entre ambos con una fuerza volcánica, una verdadera pasión.

El problema surgirá cuando Wiktor, que no admite las injerencias del aparato político en la cultura musical y desconfiando del funcionario Kaczmarek (enamoriscado perseguidor insistente de Zula), decide cruzar la frontera que separa la Europa Oriental de la Europa Occidental y Zula decide súbitamente no acompañarle, por un temor inexplicado, pues no tiene familia alguna.

Wiktor acabará instalado en Paris como músico de jazz mientras Zula se convierte en la estrella de la compañía folclórica del gobierno polaco, lo que le permitirá viajar y encontrarse con Wiktor. El amor entre ambos subsiste, fuerte, apasionado, intenso, tanto como su diferente forma de entender la vida.

La historia escrita por Pawlikowski es una ola tempestuosa formada de altibajos sin que los detalles que originen esos vaivenes nos sean facilitados con la debida claridad y hay que imaginarlos: probablemente ésa haya sido la intención del guionista y director y da la impresión de que se ha quedado algo corto, bien porque como guionista no acaba de pergeñar una trama dotada de un inicio interesante que luego no se desarrolla causando una merma en el conjunto a partir del último tercio en una película de muy escasos ochenta minutos de metraje que destina gran parte a mostrarnos diferentes encuentros de la pareja protagonista y su consiguiente ruptura por alejamiento físico hasta la unión final.

Pawlikowski, como todos sabemos, obtuvo gran reconocimiento por su anterior película, IDA, y naturalmente atendido que hay una corriente de opinión que pretende situar el llamado "formato clásico" 4:3 en una especie de altar, cuando para mí debería estar en un catafalco, casi que se vió compelido a seguir con el mismo formato, máxime cuando contaba con el mismo camarógrafo, Lukasz Zal que en esta ocasión se olvida del triste gris de IDA para trabajar a fondo los contrastes que un buen blanco y negro debe tener. Todo conseguido de forma digital, claro: maestros del celuloide ya no hay. No todo lo antiguo es mejor. Como tampoco el uso del blanco y negro significa nada en particular más allá de una opción que en ocasiones -como el propio Pawlikowski ha confesado- evita los disgustos por no disponer de una paleta de colores que resulten aceptables para el artista.

Poco más: un guión que no es redondo, un amor apasionado que ya se ha filmado otras veces en melodramas románticos clásicos y un uso de un formalismo que se entiende como clásico porque en la época del llamado cine clásico era el más frecuente en parte por razones económicas, así como el B/N que ahora se consigue a base de dígitos: cualquier día nos aparece una versión en color de la película, como sucedió en el caso de la película de los Coen que en TVE exhibieron en color y en su dvd coexisten ambos formatos.

Ese amor apasionado lo apreciamos en el contradictorio personaje de Zula gracias al trabajo de Joanna Kulig que como ya sabíamos por IDA canta con vibrante voz baladas de jazz y lo que le pongan así como nos hace sentir su locura romántica, sus insensatas decisiones y su forma de entender el mundo en que ha nacido, sufriendo una dicotomía entre lo que ama y lo que debería amar por sus hechos, un personaje carismático que Pawlikowski no ha pulido como se merece porque en ella reside la tragedia y el autor nos obliga a interpretarla con escasos hilos argumentales. A su lado, el apuesto Tomasz Kot resulta demasiado impávido y únicamente las decisiones que adoptará su personaje producen interés y ayudan a avanzar la trama.

Pawlikowski una vez más muestra su preferencia por la música de jazz clásico y a pesar de comprender que precisamente esa música pertenece a los tres lustros que albergan la historia, con sus saltos temporales elípticos, puntuando de alguna forma cada época en particular mucho más que la apariencia de los protagonistas por los que al parecer no pasa el tiempo, a uno, recién vista la película, le vino a la memoria la famosa composición del polaco Frédéric Chopin titulada Polonesa nº6 Op. 53 "Heroica" que ha sonado muchas veces en la interpretación del también polaco Arthur Rubinstein y me parece que se ajusta muchísimo al apasionamiento polonés que hemos sentido más que entendido.

En definitiva, una película interesante (para mí, mucho mejor que la precedente) sin alcanzar la categoría de "obra maestra" que rápidamente ha surgido en críticas y comentarios, pero desde luego imperdible para cualquier cinéfilo que se precie. Ir rápido, porque está desapareciendo de las pantallas, y está ya casi en sesiones especiales. Lo del B/N asusta al ciudadano y cinéfilos no hay tantos.




p.d.: Vean y oigan la pasión polaca de un músico con 89 años a cuestas:








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diumenge, 4 de novembre del 2018

Localista Spike Lee




En algún artículo publicitario disfrazado de plausible interés cinematográfico habré leído que Jordan Peel era el detentador de los derechos cinematográficos de una especie de autobiografía novelada escrita por un tal Ron Stallworth y que habiendo quedado tan satisfecho del resultado de la última película que produjo, escribió y dirigió (que a mí no me impresionó demasiado) acabó acordando con Spike Lee que fuese el conocido director quien se encarga de mantener viva la llama cinematográfica contra el racismo que por desgracia sigue existiendo en los U.S.A. (aunque ellos se auto denominen pomposamente "América" como si poseyeran todo el continente).

Spike lo recibió como regalo de su sesenta cumpleaños: es un veterano que lleva muchos rodajes a cuestas y siempre se ha pronunciado verbalmente con fuerza, convicción e histrionismo sobre cuestiones que aún en el caso de afectarle como perteneciente a un grupo étnico en particular, le exceden, le sobrepasan, porque por mucho que Spike lo diga, lo de ser global le viene grande.

La prueba la tenemos en esta última película basada en "hechos reales" que de entrada se sustenta en una promoción claramente engañosa a pesar de ser difícilmente creíble y baste para ello contemplar el póster que está ahí al lado: vemos claramente que hay un hombre negro oculto bajo una caperuza propia de los estúpidos sujetos que conforman el grupo conocido como Ku Klux Klan. Cierto que hay un tono paródico en la fotografía tanto por el puño en alto como por el peine propio de quien luce una melena "afro" típico en la población estadounidense de color negro en la época de finales de los sesenta y primeros setenta y quien firma lo sabe porque lo veía en los telediarios pero cualquier aficionado al cine lo sabrá por las muchas películas que recaen en esas épocas.

No tengo ni idea de cómo debe ser la novela escrita por Ron Stallworth contando sus inicios como policía en Colorado Springs pero desde luego el guión escrito por Spike Lee, Charlie Wachtel, David Rabinowitz y Kevin Willmott ¡a cuatro manos! más que un dechado de virtudes es un almacén de lugares comunes con muy poca intensidad dramática y momentos supuestamente jocosos que maldita la gracia que hacen dentro de una temática como la que se supone ha de sustentar la película, cual es el racismo existente hace cincuenta años y su lamentable y execrable pervivencia en una sociedad que, además, pretende imponernos como elegible su modo de vivir.

Que nadie se llame a engaño: la propaganda en la que se asegura que un policía negro consiguió infiltrarse en el KKKlan es falsa de toda falsedad: el novato Ron simplemente llama a un número telefónico que ve en un anuncio del KKKlan buscando adhesiones y le admiten y es tan tonto que da su propio nombre, con grandes burlas de sus compañeros policías, por lo que decidirán que un colega, Flip Zimmerman, sea quien dé la cara y vaya a las reuniones del KKKlan. O sea, no va el negro porque no le iban a admitir precisamente y en su lugar mandan a un judío -no practicante, pero judío- como infiltrado. A tener en cuenta que a pesar que entonces los teléfonos no eran tan rastreables como ahora, el novato Ron no tan sólo deja su nombre sino también les da al KKKlan el número de teléfono que tiene encima de su mesa ¡en la comisaría de policía! que, ese sí, era fácilmente rastreable, simplemente mirando un listín telefónico. Eso cualquiera lo ha visto, también, en películas de la época.

A partir de este inicio, que no se ha desarrollado de inmediato, sino que Spike Lee ha necesitado media hora de las casi dos y cuarto que dura la pieza, vemos cómo desperdicia la posibilidad de tomar un camino serio para entrar en una astracanada cuyo aparente fin no es otro que demostrar que los miembros del KKKlan, además de estúpidos racistas son tontos de capirote *
(perdón por el chiste fácil)
con muy escasas luces que les impiden llevar a cabo alguna acción violenta y lo que es más risible, advertir el burdo engaño al que son sometidos por unos policías que tampoco es que sean retratados con un mínimo seso digno de mención.

Hay una derivada inicial lamentablemente desestimada, más seria, en la que el protagonista Ron se infiltra en el movimiento universitario en el que los estudiantes acuden a reuniones, asambleas, manifestaciones, para protestar en contra del racismo en cuyo entorno hay llamadas emocionales a personajes ya históricos como Angela Davis, pero el guión no incide ni profundiza en la dicotomía propia de un negro que es policía y que sintiendo en su interior la lucha entre su vocación de servidor de la Ley y la convicción que el racismo, el supremacismo y los hechos del KKKlan son ilegales, además, por temor a perder la estimación de una joven a la que empieza a amar, no se define y mantiene una apariencia falsa con los de su etnia mientras ha lanzado a su colega judío en brazos de los del KKKlan.

Esto hubiese podido dar un juego dramático considerable pero inesperadamente el director abandona, desestima y rechaza la posibilidad de hincar el diente con fuerza y prefiere dedicarse a chotearse de unos estúpidos que sí, vale, son patéticos en su manifiesta imbecilidad, pero por ello mismo pierden todo asomo de peligrosidad, quedando en meros fachendas que acaban por matarse a sí mismos en el más espantoso ridículo, completando una película que parece dirigida a un público infantil.

Que Spike Lee se dedique a darse autobombo con declaraciones fuera de lugar ya es algo que estamos acostumbrados a leer en los papeles, como cuando se dedicó a denigrar a Tarantino sin siquiera haber visto la película, y ahora asegura enfáticamente que esta castaña que nos ha dejado en época apropiada tiene un carácter global más que meramente "americano" provoca más sonrisas condescendientes que respeto porque el resultado, mal que le pese, es una comedia localista que quizás haga sonreír a algún pueblerino estadounidense pero que a buen seguro cualquiera con un poco de inteligencia y sensibilidad respecto a la injusticia grave que representa el racismo antes y ahora, una situación que llevamos años viendo no saben solventar de ninguna forma, no hace ninguna gracia y reclama a gritos del cine una propuesta seria y formalmente digna denunciando lo que está ocurriendo.

Lo único serio de la película de Spike Lee son las secuencias que ha tomado de los noticieros, imágenes que ya hemos visto en los telediarios: puede que sean necesarias para que los despistados, los que no se preocupan por nada, los que prefieren vivir en la inopia, en definitiva, sepan que la población negra estadounidense está soportando el racismo en diferentes grados prácticamente desde que sustituyó, por así decirlo, a la esclavitud.

Que nos venga el engreído Spike Lee a darnos lecciones ahora con una película tan floja y penosa resulta de vergüenza ajena: nadie diría que el tipo ya es sexagenario, lleva tantos años en el cine y se supone que habrá visto, como casi todos, películas que tratan el racismo con más seriedad y respeto, algunas más afortunadas que otras, pero siempre erigiéndose en dedo acusador: el de Spike es un pulgar que acaba señalándole a él mismo como ineficaz cineasta que cae a un nivel penoso, gastando más de dos horas para no dejar huella alguna en el espectador que pronto olvidará una película que puede que sirva para que el cinéfilo joven se interese por otros títulos con más enjundia. Por ejemplo En el calor de la noche, de Norman Jewison y Adivina quien viene esta noche, de Stanley Kramer , tratan más seriamente y mucho mejor cinematográficamente el tema del racismo. Incluso Alan Parker con su Arde Mississippi, resulta más punzante en el retrato de la maldad inherente al negro corazón de los miembros del KKKlan.

Leer que Spike Lee asegura que el nene de su amigo Denzel Washington, John David, va a recibir el oscar por su estupendo trabajo en esta película, aparte de sectario al olvidarse del colega Adam Driver es otra prueba más de que el director se ha quedado en una nube a la que sólo él puede acceder, porque si bien es cierto que ambos actores realizan un buen trabajo, dado el nivel del guión y de los diálogos, nada difícil hay en esas interpretaciones. Da la sensación que la campaña de Spike Lee se ha basado poco en méritos cinematográficos y demasiado en el temor reverencial que causa ir contra corriente, contra lo políticamente correcto, como si apuntar los defectos de la película significara un posicionamiento en favor del racismo y eso ya tiene visos de manipulación intere$ada.

En definitiva, es una lástima que Infiltrado en el KKKlan, dotada de ambición, no cumpla ni con lo que promete la promoción ni desde luego con lo que se merece la población estadounidense y por extensión el espectador que acaba aburrido cinco minutos antes de olvidarse de una película totalmente prescindible.










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