Fargo, la serie, el folletín.
Ya hace tiempo que se oyen entre los aficionados comentarios relativos al interés que suscitan las series de televisión creadas por las grandes cadenas, insistiendo en el incremento de la calidad del producto televisivo, equiparable en cuanto a resultados y medios a lo que se ofrece en el cine y por lo que hace a la confección de los guiones, obteniendo incluso clara ventaja, atendida la progesiva infantilización de hollywood como referente sin despreciar otras industrias cinematográficas que también se lucen en la inanidad de sus contenidos pese a no tener que competir con series televisivas interesantes, lo que comporta que algunos cinéfilos desengañados aseguren, optimistas, que en general las series de televisión son mejores que las películas.
Ello no es del todo cierto en mi opinión porque hay series que reciben grandes parabienes fruto de la mercadotecnia sin merecimiento: en ocasiones pienso que algunas series se benefician de lo muy aburridas que llegan a ser muchos de los estrenos que asolan las pantallas semanalmente.
Nos referíamos tiempo atrás como de refilón a una serie, True Detective, producida en los USA ciñéndose a la buena costumbre de la BBC de presentar series con pocos episodios y sin dejar nada para luego; una serie bastante cuidada en todos los aspectos, principalmente el interpretativo, cuyo principal defecto quizás sea el declive final: parece que no saben acabar elevando el listón.
Por ello no debería dedicar ni una letra a una serie que todavía está en marcha y que cabe suponer finalizará en tres semanas, pero la verdad es que ya desde el primer episodio (hemos visto ya siete de diez previsibles y anunciados) de inmediato sentí renovadas ansias de escribir cuatro frases para recomendarla a los amigos:
Todos, por aquí, habremos visto (por lo menos una vez) la película homónima que sirve de inspiración a la serie aunque debe quedar muy claro, para que nadie se llame a engaño, que pese a algún guiño, los parecidos son más buscados que reales: efectivamente el entorno helado trae recuerdos, pero mal andaríamos si cada historia que transcurra en parajes nevados forzosamente tenga que reconducir nos a un pasado cinematográfico brillante.
Efectivamente los hermanos Coen transitan por la serie y su influencia es notoria, o eso cabe colegir viendo el cuidado extremo de la producción abarcando todos los aspectos de la misma: su alianza con Noah Hawley que ejerce de guionista principal y productor ejecutivo se extiende en todos los apartados reseñables con una minuciosidad que acaba siendo munífica para el espectador.
Del guión únicamente se pueden decir alabanzas y por partida doble ya que tanto el literario como el cinematográfico hasta ahora rozan la maestría ofreciendo una economía absoluta repleta de conceptos, quizás buscando un clasicismo que ciertamente ha hallado: uno ya tiene ganas de que haya acabado la serie para tener la visión completa del conjunto que se ha ido conformando episodio tras episodio acudiendo a las fuentes literarias más básicas y efectivas al fin de conseguir desmembrar una historia en diferentes capítulos consiguiendo no tan sólo mantener el interés del espectador sino incluso acrecentándolo mediante la incorporación de nuevas ideas y sensaciones que enriquecen la psicología de los personajes: del mismo modo que en los folletines dieciochescos día tras día, como sucede en la vida real, nos vamos haciendo una imagen de cada personaje que vemos en pantalla, suponiendo que el macabro sentido de la trama lo permita.
La dirección ha sido encomendada a cinco expertos del medio televisivo con mucho oficio que saben emplazar las cámaras y sacar partido de las facilidades a su servicio con unos medios diríase que ilimitados: han tirado la casa por la ventana, amigos, y la jugada les ha salido redonda: prueba fehaciente de ello es que la trama se sigue perfectamente en muchas escenas simplemente por lo que vemos y por cómo lo vemos, lo que, como todos sabemos, significa forzosamente que hay un lenguaje cinematográfico inteligible y más aún, casi palpable gracias a una dirección fotográfica encomiable y efectiva pero no efectista.
El máximo cuidado se extiende también a la ambientación y de forma especial al apartado sonoro, espectacular, provisto de una banda sonora perfecta aplicada dando muestra de conocimiento porque refuerza y puntúa pero jamás estorba: da gusto escuchar el conjunto y comprobar cuan cierto es que las nuevas tecnologías, aplicadas de forma inteligente, no pueden ofrecer malos resultados.
Del elenco, de ese grupo de intérpretes que vemos desfilar en la pantalla, podemos sin duda alguna decir que han sido afortunados por haber tenido la oportunidad de trabajar en esta monumental pieza: si esto acaba como parece, les van a llover premios; han tenido la suerte de contar con unos personajes muy bien diseñados y dialogados que dan cancha para realizar una buena labor interpretativa; los secundarios tienen momentos adecuados para lucirse y los protagonistas aprovechan a fondo la oportunidad sin excederse ni pasarse un pelo, ofreciendo unas actuaciones ricas de matices y pletóricas de detalles, un verdadero placer que se prolonga capítulo tras capítulo.
Fargo, la serie, entrará por méritos propios en el Olimpo de las series televisivas y será recordada por mucho tiempo. Esa es una predicción a falta de un tercio del conjunto y todavía me arriesgaré más: seguramente, dos de los protagonistas permanecerán como hitos.
Recomiendo encarecidamente su visión y la huida prudente de vídeos e informaciones que puedan desvelar acontecimientos porque perjudicarían el placer de contemplar el perfecto desarrollo del mejor folletín en lo que llevamos de siglo.
p.d.: Para evitar comentarios que puedan romper la discreción que espero haber mantenido en lo prudente, dejo, sin que sirva de precedente, esta entradilla cerrada momentáneamente. Si alguien quiere comentarme algo, ya sabe donde encontrarme.
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