La sociedad literaria y el pastel de piel de patata
Para cualquier letraherido (lletraferit, preciosa definición acuñada de origen en catalán) que además sienta pasión por el cine leer en las carteleras publicitarias título como el que encabeza es un reclamo que enciende automática e instantáneamente la curiosidad aún en el caso de quien, como el que suscribe, se halle en la ignorancia de no haber oído jamás mencionar una novela con título idéntico, así que quien ya se halle sobre aviso probablemente la natural prevención surtirá menos efecto y dejará paso a las ganas de acudir a la sala oscura para comprobar si el cine, esta vez, hace justicia al original literario.
En esta ocasión y contra mi natural deseo, dejaré de lado el original literario escrito por Mary Ann Shaffer, novela póstuma escrita en colaboración con su sobrina Annie Barrows. Novela en la que apenas iniciada se observa el amor por los libros vertido en forma epistolar, lo que recuerda inmediatamente la situación de Helen Hanff y su célebre 84 Charing Cross Road que ya comentamos hace once años
Las prisas vienen a cuento porque todos sabemos que algunas películas desaparecen de las carteleras como por ensalmo y la que ha dirigido Mike Newell basándose en guión pergeñado por Don Roos, Kevin Hood y Thomas Bezucha, titulada como la novela original The Guernsey Literary and Potato Peel Pie Society en otra época estaría meses en carteleras y ahora veremos lo que la aguantan, porque, permítaseme la digresión, la industria del cine lo está reconvirtiendo todo en productos de usar y tirar con caducidad instantánea y esta película, amigos, no encaja en la categoría de ninguna manera, porque es sensible e inteligente.
No hace mucho veía un vídeo una entrevista del maestro Kurosawa en el que, a preguntas de un reportero, inquiriendo qué debía hacer alguien para dirigir una película, le contestaba: agarra un lápiz y una hoja en blanco y escribe. Sin guión, no hay película. Para escribir, aconsejaba, primero debería haber leído mucho y variado. A menudo leemos en los papeles declaraciones de cineastas que aseguran haber leído poco y resulta cierto, según lo que muestran.
No es el caso de Mike Newell, desde luego; tampoco del trío de guionistas mencionado; desafiando el pánico que la literatura parece producir en algunos ciudadanos, nos presentan una historia que se inicia y gira alrededor del libro, bien como objeto amado, bien como motivo de encuentro de sensibilidades diversas, excusa de trabazones personales, querencias íntimas, sentidos vitales.
Los guionistas desarrollan muy bien una trama provista de diálogos certeros y actos significativos que dejan traslucir la compleja personalidad de una joven escritora, Juliet Ashton, que bajo el seudónimo de Izzy Bickerstaff ha conseguido obtener popularidad y solvencia económica en la Gran Bretaña que resurge de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial y un buen día recibe una carta de un desconocido habitante de la isla de Guernsey, un tal Dawsey Adams, que posee un libro de Charles Lamb en cuya solapa pervive el nombre de su anterior propietaria - lectora, Juliet, solicitando el isleño auxilio para poder hallar, en esa posguerra, una librería de viejo donde comprar por correo más libros de Charles Lamb, pues él y los otros componentes de la "Sociedad literaria y el pastel de piel de patata" desearían leerlos y comentarlos. Imagina recibir carta semejante de alguien que tiene en su poder -y ha leído- un libro que un día tú disfrutaste.
Con semejante arranque Newell ya tiene a la platea enamorada (porque los otros ni siquiera han entrado) y siguiendo la robusta lógica del relato epistolar, evidentemente la protagonista se interrogará por la causa y origen de una sociedad literaria creada en plena ocupación germana (la isla de Guernsey, más cercana a Francia fue invadida fácilmente) y el porqué de tan excéntrico nombre y también, en época de cupones de comida, a qué rayos sabría un pastel de piel de manzana.
La bibliofilia de Juliet y su generosidad natural responderán con el envío a la isla de un viejo volumen de Cuentos de Shakespeare, de Lamb, recibido con alborozo en Guernsey más aún si cabe al conocer que su corresponsal, además, es autora de éxito y pretende viajar para saber su historia y conocerlos.
Más allá del amor a la literatura, naturalmente, el viaje de la joven Juliet -que recibirá y aceptará a pié de escalerilla del buque un anillo de compromiso matrimonial- significará una evolución personal que se reafirma como no puede ser menos en torno a su pasión por la letra y el ansia por averiguar ciertos hechos y circunstancias que los propiciaron en esa isla de menos de 80 kilómetros cuadrados hasta entonces desconocida, acontecimientos que nuestra protagonista -y nosotros con ella- irá conociendo paso a paso a través de conversaciones con los miembros de la sociedad literaria.
Newell se vale de la joven Lily James para conseguir que empaticemos de forma casi inmediata con la protagonista: la retrata con la cámara en primeros planos explorando a conciencia el buen trabajo de la actriz que sabe desarrollar su personaje modulando la voz y expresando con la mirada sentimientos de toda clase, muy bien acompañada, justo es remarcarlo, por un grupo más que sólido en el que disfrutamos de las apariciones de ilustres veteranos como Penelope Wilton y Tom Courtenay, así como Matthew Goode, Katherine Parkinson y Michiel Huisman, un grupo de lujo al servicio de un Newell inspirado que dirige a todos con solvencia en un ejercicio cinematográfico esmerado que durante algo más de dos horas nos tendrá apresada la atención mientras demuestra que una buena película sin acción trepidante también es capaz de suspender el ánimo mientras emociona y deleita.
Su cámara se mueve sigilosamente y con elegancia, emplazada casi siempre más baja que los ojos de los personajes, incluídos los dos niños comparecientes en un afán intencionado de favorecer las expresiones faciales contenidas al tiempo que otorgan importancia y consideración al detalle al mostrar siempre con cariño cualquier libro como apreciable posesión. La fotografía espléndida a cargo de Zac Nicholson resulta notable cuando debe ser, finalizada la visión de la película; y el trabajo de edición de Paul Tothill resulta asimismo encomiable, no en vano gracias a su agilidad con la tijera el ritmo impuesto por Newell se mantiene sin sobresaltos.
No tan sólo el apartado artístico es relevante y magnífico como es usual en el cine de época británico, tan detallista y minucioso; sin haber leído enteramente la novela, cabe suponer que la película, pese a algún pequeño cambio, no deja de contener en sí misma un alegato de reafirmación feminista de buena ley porque insertada la trama en una época pretérita en la que las mujeres sentían la presión social buscando la sumisión, esa Juliet gracias a su talento y esfuerzo propio se rebelará y alzará con su voluntad sin estridencias pero con firmeza y eficacia sin más demérito de quien por un momento pensó que podía decidir por ella, lo cual resulta reconfortante.
Podría escribir muchas letras más alrededor de esta película, pero no quisiera entrar en detalles que sin duda preferirán descubrir por sí mismos: hay que estar atento a los diálogos porque contienen frases sencillas pero potentes de significado, lo que no suele ocurrir muy a menudo últimamente. Baste asegurar que hasta la fecha es una de las mejores películas de este año que he visto (que me faltan algunas, desde luego) y que si la tienen al alcance no dejen de verla, porque es una delicia inusual y más si pueden gozarla en versión original pues el elenco lo amerita.
Absolutamente imperdible: es de esas que con el paso de los años crecen.
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