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dissabte, 31 d’agost del 2019

Bourbon o Whisky



Hemos pasado unos buenos ratos agosteños libando nuestra bebida favorita mientras escuchábamos lo que podríamos llamar banda sonora del verano de 1969 y aunque nadie me lo haya echado en cara, faltaba, cómo no, atendida la preferencia por el cine de este sitio, una referencia cinematográfica que automáticamente nos situara en aquel verano de hace cincuenta años ya.


Advirtiendo que la referencia se ciñe particularmente a España porque precisamente el estreno tuvo lugar en abril de 1969 y en verano ya casi todos la habíamos visto pues se estrenó en Barcelona el 18 de abril y estuvo exhibiéndose en el mismo cine Aribau (al lado mismo de la Universidad Central de Barcelona) por lo menos hasta el 19 de marzo de 1970 (supongo que en toda España sucedería un éxito semejante), y siendo cierto que la banda sonora se conocía por los aficionados desde que pudimos comprarnos el Lp, no yerro mucho si afirmo que en verano de 1969 todos ya conocíamos perfectamente como sonaban unas canciones que han quedado para la posteridad.

La primera, ya en los títulos de crédito:




La canción, The Sound of Silence, compuesta y escrita por un semi desconocido Paul Simon (1941) en 1964 aparece cantada por el autor y su amigo Art Garfunkel (1941) en el primero de los cuatro Lp's que grabaron en estudio, titulado Wednesday Morning, 3 A.M. y algún amigo regaló el citado disco a Mike Nichols (1931) y a éste le pareció que la música y la letra (en inglés

Hello darkness, my old friend
I've come to talk with you again
Because a vision softly creeping
Left its seeds while I was sleeping
And the vision that was planted in my brain
Still remains

Within the sound of silence
In restless dreams I walked alone
Narrow streets of cobblestone
Neath the halo of a street lamp
I turned my collar to the cold and damp
When my eyes were stabbed
By the flash of a neon light
That split the night
And touched the sound of silence.

And in the naked light I saw
Ten thousand people, maybe more.
People talking without speaking
People hearing without listening
People writing songs
That voices never share
And no one dare
Disturb the sound of silence

"Fools" said I
You do not know silence like a cancer grows
Hear my words that I might teach you
Take my arms that I might reach you
But my words like silent raindrops fell
And echoed in the wells of silence

And the people bowed and prayed
To the neon god they made
And the sign flashed out its warning
In the words that it was forming
And the sign said
"The words of the prophets
Are written on the subway walls
And tenement halls
And whispered in the sounds of silence"
y en castellano

Hola oscuridad, vieja amiga,
he venido de nuevo a hablar contigo,
porque una visión, arrastrándose suavemente,
dejó sus semillas mientras estaba durmiendo,
y la visión que fue plantada en mi cerebro,
todavía permanece.

Dentro del sonido del silencio,
en agitados sueños, yo caminaba solo
por calles estrechas adoquinadas
bajo el halo de una farola,
giré el cuello hacia el frío y la humedad,
cuando mis ojos fueron apuñalados
por el fogonazo de una luz de neón,
que abrió la noche,
y tocó el sonido del silencio.

Y a la luz desnuda vi
a diez mil personas, quizás más,
gente conversando sin hablar,
gente oyendo sin escuchar,
gente escribiendo canciones
que las voces nunca comparten.
Y ninguno se atreve
a perturbar el sonido del silencio.

"Tontos" les dije yo,
no sabéis que el silencio crece como un cáncer,
escuchad mis palabras, que podría enseñaros,
coged mis brazos que podrían alcanzaros,
pero mis palabras cayeron como silenciosas gotas de lluvia,
e hicieron eco en los huecos (o pozos) del silencio.

Y la gente se inclinó y rezó,
al Dios de neón que habían construido,
y el letrero emitió su aviso,
con las palabras que estaba formando,
y el letrero decía:
"Las palabras de los profetas
están escritas en las paredes del metro,
y en los vestíbulos de las casas
y susurradas en los sonidos del silencio".
le servían de inspiración para una tarea que le acababa de llegar: Nichols a sus 33 años ya tenía un nombre hecho como escritor e intérprete de piezas satíricas, sarcásticas y corrosivas en colaboración con Elaine May (1932), un anticipo de lo que luego se llamaría sitcom y al triunfo de la comedia Descalzos por el parque, de Neil Simon, con un reparto en el que brillaba un guapo joven de 28 años que atendía por el nombre de Robert Redford (1936), cuando se reunió con Lawrence Turman (1926) que había empezado una prometedora carrera de productor cinematográfico, quien le dejó leer una novela sobre la cual tenía una opción preferente a comprar los derechos cinematográficos y le propuso trabajar juntos en el proyecto, repartiéndose los beneficios al 50% cada uno. La novela se titulaba El Graduado y la había escrito un tal Charles Webb.

Poco después, Lawrence Turman consiguió convencer a Joseph E. Levine para obtener la necesaria inversión, aproximadamente un millón de dólares con el que presuponían completar un rodaje y ahora tocaba hallar guionistas, técnicos e intérpretes.

La cosa iba lenta y entretanto Mike Nichols se estrenó en la dirección de una película al ser elegido por su estrella: Elizabeth Taylor, dispuesta a dar todo de sí al representar la protagonista de la comedia dramática de Edward Albee ¿Quien teme a Virginia Wolf? eligió someterse a la dirección de Nichols que sin duda la ayudó a conseguir el preciado Oscar, así que el joven director estaba como quien dice en la cresta de la ola cuando ya todo estaba a punto para iniciar el rodaje de The Graduate (El Graduado, 1967) y por parte del director al parecer tan sólo tenía dos cosas claras: que el personaje de la señora Robinson lo iba a representar Anne Bancroft (1931) y que en la banda sonora quería, como fuera, la música de Paul Simon y las voces de Simon & Garfunkel.

Desde Doris Day hasta Ava Gardner y con Angela Lansbury (1925) apretando muy fuerte para obtener la oportunidad de ser Mrs. Robinson, esa mujer casada que seducirá al hijo e sus amigos, la elección del reparto fue un verdadero dolor de muelas para Turman y Nichols ocasionando sus primeros encontronazos, posiblemente porque el director, muy experto en intérpretes de calidad, tenía las ideas bastante claras: si tuvo la suerte que el guionista (y actor, que veremos en pantalla) Buck Henry mantenía excelentes relaciones con Mel Brooks (por la famosa serie televisiva Get Smart [Superagente 86] de la que fue co-guionista) y que éste estaba casado con Anne Bancroft, Nichols aprovechó para deslizar en manos de Brooks el guión y éste se percató que para su esposa era una muy buena oportunidad para alejarse del encasillamiento de santidad que la rodeaba desde su triunfo esplendoroso y merecidísimo por su trabajo como Annie Sullivan primero en Broadway (1959-1961, en 719 agotadoras representaciones) y luego en el cine (The Miracle Worker, 1962, posiblemente la mejor de Arthur Penn), pasando de un personaje admirable a uno que a finales de los sesenta sin duda sería controvertido. Lo que no imaginaban ni Bancroft ni Brooks es que Anne, años después, tenía que aclarar a periodistas mal informados que en su carrera había ejecutado otros trabajos: vaya que sí, a pesar que en 1967 creó un tótem insuperable.

Con una producción que avanzaba tan lenta y por la fama de todos los que se iban apuntando, la lista de candidatos a ocuparse de representar al joven Benjamin Braddock iba creciendo lentamente: Nichols demostró tenerlo muy clarito cuando a su querido amigo Robert Redford le negó la posibilidad siquiera de hacer una prueba porque resultaba demasiado atractivo: tuvo que convencer telefónicamente al joven Dustin Hoffman (1937) para que volara de Nueva York, donde representaba con éxito una comedia, porque Dustin, que había leído la novela original y su parte de guión, le aseguraba que el personaje era un wasp, que él era judío y que probablemente era un papel idóneo para Robert Redford.

Cuando Dustin Hoffman (1937) hizo las pruebas de casting y de luces ya lo emparejó Nichols con la guapísima Katharine Ross (1940) y mientras Dustin pensaba para sí que un bellezón así no iría a una cita con un tipo como él ni en un millón de años, ella pensaba que él era demasiado feo y bajito y Mike Nichols supo enseguida que por fin había encontrado a Benjamin Braddock.

Mike Nichols decidió que harían tres semanas de ensayos para que todos los intérpretes se hiciesen con sus papeles y se familiarizaran con los personajes y los técnicos pudiesen empezar a trabajar los detalles, así que el guión literario y el guión técnico se repartieron y entonces fue cuando el gran director de fotografía Robert Surtees reunió a su equipo y les advirtió que se calzaran bien, porque iban a hacer cosas que nunca habían intentado antes.

Nichols escuchaba constantemente The Sound of Silence y un buen día reunió a los intérpretes que estaban ensayando y les hizo escuchar atentamente la canción porque a él le parecía muy inspiradora. Fue entonces cuando William Daniels (1927) que representa al padre de Benjamin, se dijo para sus adentros: ¡Oh, vaya! Creía que íbamos a filmar una comedia.

Quizás ahora sea el momento de presentar la sinopsis: Benjamin Braddock (Ben para casi todos) es un joven de veinte años que ha obtenido el graduado en sus estudios con muy excelentes calificaciones y a una semana justa de cumplir los 21 años y alcanzar la mayoría de edad vuelve al hogar paterno para pasar el verano y considerar su futuro. La esposa del socio de su padre, Sra. Robinson, hace que la acompañe a su casa con la excusa que el marido se ha llevado el coche y una vez solos, se desnuda ante Ben en una seducción que de sutil tiene bien poco. Al cabo de una semana, la noche en que Ben ya es mayor de edad, ambos tienen un encuentro en un hotel, que repetirán en varias ocasiones. La cosa se complica cuando Ben se enamora perdidamente de Elaine Robinson.

Con ese material, decía Buck Henry, veinte guionistas harían veinte guiones diferentes pero parecidos. Yo añadiría que el que él hizo no se parece a ningún otro precedente.

Nichols trata con valentía un tema no tan sólo escabroso sino difícil de aceptar en la época en que se presentaba: para que se hagan una idea, la historia sortea con éxito la apología de dos delitos sexuales que en 1967 eran perseguidos sin mucha claridad dependiendo del tribunal ante el que se presentaran: el estupro (mal uso de la superioridad por edad de un adulto sobre un menor de edad para obtener la práctica de relaciones sexuales) y el adulterio (práctica de la infidelidad marital) que en algún estado de USA todavía persiste como delito y en España no se quitó del Código Penal sino hasta su reforma de 1978, lo que refuerza la sorpresa de comprobar que la censura de la época, cerril como siempre, sólo tuvo en cuarentena El Graduado por dos años, "liberándola" en 1969, pese a un tratamiento del adulterio muy alejado de las casposas comedias italianas y españolas de la época.

De hecho,la película de Nichols se empareja con otras de finales de los sesenta y principios de los setenta en la falta de precisión o cuidado de todos los elementos del guión que sustenta la acción y cabría objetar bien falta de detalles que expliquen situaciones; bien imposibilidades o circunstancias que podemos adivinar pero no se nos muestran; llegados a este punto es cuando el conjunto de las imágenes se impone al texto y lo que queda es un conocimiento sobrevenido de la psicología de los personajes, del porqué de sus actos, sus motivaciones, sus ideas vitales del presente y del futuro, incierto y no resuelto.

Lo que nos cuenta Nichols es una historia de soledades, de incertezas, confusiones, medias verdades,tránsito de la adolescencia a una primera juventud y quizás, no lo sabremos nunca, precipitación liberadora a través de la ruptura de un círculo familiar y social que a priori quedará hecho añicos, una revolución que atenta directamente a lo más sagrado: la confianza, las normas, la vida acomodada de las clases pudientes, todo al carajo, todo patas arriba.

Partiendo como siempre del convencimiento que absolutamente todo lo que vemos en pantalla está ahí porque el director así lo ha querido y precisamente de ése modo, hay que señalar que posiblemente los diálogos son mucho más cortos y escasos de lo que podríamos imaginar una vez vista la película, porque el avispado Nichols nos ha ofrecido muchísima información con los detalles y recordemos que ninguno esta ahí por casualidad.

Por ejemplo: cuando la Sra. Robinson inicia la seducción de Benjamin le obliga a acercarse al mueble bar de su casa, le insiste a que tome una copa, le obliga, le pregunta ¿bourbon o whisky? y él, vencido, pide bourbon, y ella claramente le sirve whisky, porque le está enseñando dos botellas de cerámica con el nombre de cada bebida bien visible.

Cuando llega el Sr. Robinson trae consigo una bolsa de palos de golf:¿llega de jugar a golf cuando hace horas es de noche?.

En otro momento, el Sr. Robinson quiere tener una conversación con Benjamin y le fuerza prácticamente a tomar un trago: ¿bourbon o whisky? le pregunta enseñándole las dos botellas de cerámica: bourbon, dice Ben y el Sr. Robinson llena un vaso de hielo y vierte en él whisky y se lo da a Ben.

La pregunta simple sería: ¿qué pasa?¿la botella de bourbon está vacía? La respuesta es que les da igual lo que diga Benjamin: No le tienen en consideración ni siquiera para elegir sus propios tragos.

La reina de la función, obviamente, es la Sra. Robinson: dejando a un lado la diferente consideración que uno pudo tener cuando vio la película de estreno y cuando la ve cincuenta años más tarde, es evidente que se trata de una mujer insatisfecha pero no sólo sexualmente: carecemos de datos, pero nadie se atrevería a jurar que su aventura de seductora de jovencito que lleva a la práctica con Ben sea la primera de su vida: al contrario, su desenvoltura nos induce a pensar, tantos años después, que probablemente algún vecino del acomodado suburbio sucumbió, el verano anterior, a las artes de la Sra. Robinson: ahora, con todo el follón del MeeToo, estas cosas se están complicando mucho, pero en 1969 ningún joven se hubiera quejado de ser seducido de ese modo: más bien fardaría todo el verano y el curso siguiente.

El caso es que con su cámara y sin apenas diálogos Mike Nichols nos muestra el nacimiento de una relación sexual y su rápido desarrollo y para ello no le hace falta otra cosa que una nueva canción de Paul Simon titulada April come she will, aparecida en el Lp de 1966 The sound of Silence, cantada por Simon & Garfunkel, provista de una letra que también le convenía mucho (aquí, traducida) para mostrar el paso del tiempo:



El final de esta secuencia contiene una buena muestra de las elipsis usadas por Nichols en su excelente relato cinematográfico provisto de una caligrafía visual espléndida, ajustada en todo momento para reforzar la historia que se nos cuenta: así, la idea de usar una cámara subjetiva ocupando el lugar de Benjamin mientras deambula ante los invitados a una barbacoa en su honor por alcanzar la mayoría de edad, teniendo en cuenta que va usando un traje de buzo, jugando con el silencio de la máscara submarina para remarcar el camino imparable a una soledad buscada, deseada, un apartamiento de voces incomprensibles en su estado anímico, permaneciendo en el fondo de una piscina como oculto en las profundidades de la mar salada es una imagen que perdura en la memoria por su fuerza expresiva.

Mike Nichols usa de forma intencionada todos los elementos a su alcance para remarcar la situación personal y psicológica de los personajes en cada momento: antes hemos podido ver cómo el ensimismamiento de Benjamin con el televisor mientras su amante deambula por la habitación refleja un estado anímico carente casi de emociones dejando la relación sexual en mero ejercicio físico y uno se queda preguntándose si la habitación del hotel la pagará la Sra. Robinson y si le habrá regalado a Benjamin algún encendedor de capricho, ahora que él también se ha acostumbrado a fumar un pitillo tras otro, cuando antes ni los cataba.

Como ya sabía el bueno de Surtees desde que leyó el guión técnico, la fotografía, el emplazamiento de la cámara, en ningún momento iba a ser casual, como tampoco lo es el uso de elementos como un cristal de la ventanilla de un coche, una ventana, una puerta que da al jardín, una puerta entreabierta, todo ello pleno de significados para un director que experimentaba tanto como podía, sin miedo a perder ni prestigio ni nada en particular, y así se sirve también, porqué no, de las curvas sinuosas de unas buenas piernas para enmarcar un ofrecimiento y una duda:


Hay un detonante en la relación adúltera que se inicia cuando Benjamin insiste en acosar a preguntas a su amante y ésta acaba admitiendo que ella y su esposo duermen en habitaciones separadas y lo que es peor, que el matrimonio se llevó a cabo por causas de "penalti" dando como consecuencia que ella dejó sus estudios y se convirtió en ama de casa. Que luego todo se confabule para que Benjamin tenga una cita con Elaine y acabe enamorado de ella será la hecatombe y el principio del fin. Una pregunta recurrente se basa en saber porqué la Sra. Robinson no quiere que Ben salga con Elaine: la respuesta es evidente: primero, porque ella se va a quedar sin su gigoló y segundo porque no quiere que Elaine siga el mismo camino que ella hizo, porque teme que la haga abuela antes de finalizar sus estudios, porque no quiere que su hija sea la Sra. De.... quien sea. Pero esto lo tenemos que deducir, no nos lo cuenta Nichols: nos deja datos y preguntas, pero no nos da respuestas.

La relación con Elaine no será para Benjamin un camino de rosas, pero él está decididamente enamorado y ese estado de ánimo lo refleja muy bien Mike Nichols exprimiendo el buen hacer de Simon & Garfunkel, en esta ocasión sirviéndose de una versión que ambos realizan de un clásico popular, la canción inglesa Scarborough Fair que como puede leerse se trata de los amores y desamores de dos jóvenes:




La canción más ligada popularmente a El Graduado es la titulada Mrs. Robinson, y precisamente no se la puede escuchar en la película enteramente, quizás porque a pesar de ser una petición expresa -y un cambio de nombre para adecuarla- de Nichols, al final sólo se pude escuchar entera y en condiciones en un sucesivo álbum, posterior a la película.

Pero no vamos a dejarla de lado, y ahí está, en el inicio de una persecución para evitar un desastre:



Como hemos podido comprobar en estos vídeos, El graduado se erige no tan sólo en una película fantástica, estimulante; además, es la constatación que en el cine se pueden usar las canciones para expresar emociones y seguir una acción: sólo falta atender las letras y usarlas con inteligencia y de ello iba sobrado Mike Nichols, que consiguió emocionarnos hace cincuenta años y que ahora, tanto tiempo después, sigue asombrando por la cantidad de recursos y por las sugerencias que deja.

Cuando Dustin Hoffman fue con su novia a ver la película en Nueva York, se colocó escondido en el anfiteatro: asegura que al llegar al final de la película el público de platea estaba en pié, aullando, animando, aplaudiendo, llorando, y que esperó un buen rato, acojonado, para salir del cine.

La escena final, con un cierre musical que redondea, también tiene muchos detalles para comentar, pero se los dejo a ustedes:




Para mí, absolutamente imperdible, altamente recomendable en v.o.s.e. con subtítulos de las canciones y en pantalla grande y volumen a todo trapo: la banda sonora del 69.







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divendres, 23 d’agost del 2019

Verano del 69 (y V)



Otro que no estuvo en el concierto agosteño de marras fue un cantante que brilló con luz propia a finales de los sesenta y principios de los setenta principalmente con grandes éxitos que todavía suenan de vez en cuando en nuevas versiones.

Me refiero a Harry Nilsson, cuya espléndida voz de tenor todos los cinéfilos hemos escuchado en varias películas, la primera de ellas Midnight Cowboy con su versión de Everybody's Talki'n, composición de Fred Neil de la que Nilsson había hecho una muy buena adaptación, usada por Schlesinger para explicar el tipo de banda sonora que quería para la película.

Nilsson, que también era un buen compositor, presentó a Schlesinger la balada I Guess the Lord Must Be in New York City, pero el director acabó por usar, como todos sabemos, la canción de Fred Neil.

Todo esto ocurría en torno a la película, estrenada en 1969, como ya comentamos hace doce años aquí y como es natural, el bueno de Harry Nilsson no se iba a guardar simplemente su trabajo.

Sacó un Lp y lo tituló Harry

Sirva como cierre a estas notas musicales del verano de hace medio siglo ese disco que en agosto de 1969 apareció en las tiendas para recordar a todos que también en el 69 había otra música interesante aparte del rock y que una bonita voz y unas bellas canciones sirven perfectamente para amenizar una velada y proporcionar tema de conversación.

Así que tomen sus bebidas favoritas, algo para picar e inviten a sus amigos, que música de fondo no les va a faltar:





Y recuerden que esto sonaba hace cincuenta años justos.


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dilluns, 19 d’agost del 2019

Verano del 69 (IV)



Si hablamos del mundo rockero que burbujeaba en aquel lejano verano de hace medio siglo y ciñéndonos a gentes que por un motivo u otro no aparecieron en el macro festival, no podemos olvidar a un grupo británico que a pesar de arrancar su andadura bajo la protección de la Atlantic Records prefirió dedicarse a lo suyo, que en verano del 69 era promocionar su primer Long Play y andar preparando ya el segundo, que aparecería muy pronto, en octubre, antes de acabarse el año: o sea dos Lp's en el curso de menos de doce meses, como quien hace churros.

Pero esos discos que sacaba Led Zeppelin en sus inicios no eran churros: su aparición en el panorama no pasó desapercibida en absoluto y su fama crecía y se consolidaba rápidamente y no era para menos: todavía recuerdo la sorpresa que supuso la aparición del segundo Lp cuando apenas habíamos tenido tiempo de disfrutar del primero: su éxito fue tal que podríamos decir que esos dos discos se vendieron como churros. Unos churros que algunos todavía guardamos como oro en paño.

Ya que nos centramos en el verano, dejemos para otro momento el ulterior del 69 y dispongámonos a disfutar el que teníamos hace ahora cincuenta años:

Led Zeppelin I





Rock. Rock de verdad.



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diumenge, 18 d’agost del 2019

Verano del 69 (III)




Como íbamos diciendo, en aquel verano de 1969 sonaban muchas músicas que por un motivo u otro no comparecieron en el famoso festival de Woodstok.

Hubo -hay- una canción rockera por excelencia que había aparecido un año antes y todavía se mantenía en las listas de superventas porque lo merecía sobradamente al reunir en una sola representación todas las virtudes que la juventud de la época esperaba hallar: ruptura con lo conocido, sensación de libertad y cierta anarquía, potencia y locura y por encima de todo una invitación a mover el esqueleto hasta la extenuación y el paroxismo y todo ello sin necesidad de refuerzos lisérgicos.

El grupo, Iron Butterfly, no acababa de funcionar como era de esperar y debían tener unos carácteres muy fuertes, por decirlo de forma elegante. En 1969 habían presentado un álbum que resultó un fiasco y pasados cincuenta años uno se pregunta si tuvieron pánico escénico al poner trabas propias de divos para no presentarse en Woodstock y dejar a cientos de miles de espectadores un pelín ddefraudados porque todos, seguramente, esperaban disfrutar durante diecisiete minutos -o más, que en los conciertos de entonces había sorpresas- de una composición que permanece eternamente clavada en la historia del rock.

Casi me da reparo decir el título, pero como hay gente joven, ahí va el In-A-Gadda-Da-Vida.

Dejen las bebidas al fresco, levántense y bailen:



Y recuerden que esto sonaba (y mucho y muy fuerte) en verano del 69.

p.d.: antes que me lo pregunten en los comentarios: se supone que el título debería haber sido In The Garden of Eden, pero cuando el tecladista y cantante Doug Ingle se lo dijo al batería Ron Bushy, aquel andaba un poco ebrio y lo pronunció de un modo que el otro (que no cuenta cómo iba) lo apuntó, quedando así para la Historia del Rock. De nada.






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divendres, 16 d’agost del 2019

Verano del 69 (II)



En aquel verano del 69 había además de esos nombres asociados al festival cuyo medio siglo se recuerda en los telediarios bastante gente que por diferentes motivos no compareció y ahora, al repasar vinilos, uno se percata que hay material para disfrutar, música y músicos que tienen un lugar en la historia aunque los medios actuales apenas los recuerden.

En ese verano de hace cincuenta años, en las berbenas y guateques siempre llegaba el momento en que algún invitado sacaba a relucir su última adquisición en materia de vinilos y no podía faltar el de la despedida, para siempre, de un grupo que uno conoce sólo por dos motivos: porque ya peina canas (si es que puede) o porque es más friki de lo que piensa, porque a estas alturas de 2019 una pregunta tan sencilla como ¿quién era el guitarrista de Cream? puede dar la victoria en un juego de mesa.

El rock que suena en cualquier momento en la radio actual le debe mucho a un grupo sucinto, apenas un trío, muy poderoso eso sí, que decidió llamarse Cream porque ellos eran "la créme de la créme" o lo que diríamos en castizo, "más chulos que un ocho".

No les faltaban motivos para presumir. Eran cojonudamente buenos, en una mezcla de blues y rock que desde luego tenía la influencia del legendario John Mayall, pero no entremos en detalles porque no hay tiempo, ahora.

El caso es que esos buenos chicos, Jack Bruce, Ginger Baker y Eric Clapton, llegaron a la conclusión que no querían seguir juntos y se despidieron, con gran tristeza para todos, precisamente en 1969, con un álbum medio directo medio estudio, que titularon Goodbye.

Como el otro día, agarren su bebida favorita, algo de picar, inviten a alguien y disfruten :



Y sigan recordando que esto sonaba en verano de 1969.







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dimecres, 14 d’agost del 2019

Verano del 69



La conmemoración de la llegada del hombre a la Luna ha conseguido que uno vuelva la vista atrás y se percate que aquel verano del 69 fue memorable en muchos aspectos y uno de ellos es la asombrosa banda sonora que probablemente con el refuerzo de la nostalgia adquiere tintes mágicos, eternos.

Uno de los álbumes que giraban y giraban en la gramola (el Thorens era sólo un deseo, todavía) era el primer Lp de una banda que decidió titularlo con su propio nombre: Chicago Transit Authority

Para quien lo conozca, para quien "le suene", para quien no tenga ni puñetera idea pero esté revestido de valor (casi temeridad) musical, ahí abajo deberá estar un vídeo de youtube gracias al que se puede escuchar entero el Lp que salió a primeros de 1969.

El grupo luego tuvo que cambiar su nombre eliminando lo de "Transit Authority" por posible confusión con una entidad de idéntica denominación y quedó en simplemente Chicago, conservando, eso sí, un grafismo en su caligrafía que para muchos ha sido identificador durante lustros.

No muchos lustros, a decir verdad, porque a partir del Chicago XVI uno perdió el interés, pues el grupo tristemente vendió su alma al diablo monetario y fue perdiendo fuelle musical, inspiración y atrevimiento, características que relucen con fuerza e intensidad en este primer trabajo, digno de recordar, conocer y degustar.

Así que agarren su bebida favorita, pillen algún entretenimiento para picar, y si pueden compartir la experiencia, mucho mejor.

Recuerden: esto sonaba en verano del 69:




Espero que haya gustado: para algunos, inolvidable.


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