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dijous, 30 de maig del 2024

Más descriptiva que emocionante



Alguien que albergue el virus de la cinefilia desde este siglo que vivimos y que acabe de ver Killers of the flower moon (Los asesinos de la luna, 2023) puede caer en la tentación de tomar en cuenta que Martin Scorsese, nacido en 1942, busca permanecer en la historia de la cinematografía con una obra mayor que le sitúe en la perspectiva del público actual y si ése fuese el caso, cometería un error que se puede subsanar fácilmente consultando la base de datos de sus trabajos desde medio siglo atrás en el tiempo.



Esa película estrenada el año pasado es, ciertamente, un poco más larga que alguna otra del mismo director, aquejado de una verborrea irrefrenable que inmediatamente muestra la enorme cultura que atesora un tipo bajito y sonriente capaz de estar horas y horas hablando de lo que sea partiendo de una escena de alguna película suya o ajena (probablemente de algún admirado clásico) sin repetirse, sin redundancias, desplegando un abanico de recursos y conocimientos cinéfilos asombroso. Lo difícil es que se calle.

Martin Scorsese probablemente acabará en la historia del cine en un lugar más elevado en el escalafón del que yo le situaría porque aprecio en su carrera una serie de altibajos que no caben en un lugar como éste y que aunque cupiesen tampoco tengo intención de desarrollar, pues mejores plumas hay que ya se ocuparán.

Estos precedentes me sirven para intentar explicar que me ocurre con esta película lo mismo que me sucede con Gangs of New York (2002), porque siento que entre ambas, con veinte años de distancia entre ellas, hay concomitancias interesantes, más allá de un terceto protagonista compuesto por una mujer, un joven y un adulto, y un metraje que me resulta excesivo pero no tanto, dejándome en ambos casos una sensación de afirmar que unas buenas tijeras mejorarían el resultado final, pero sin ser capaz de definir, señalar o apuntar dónde ejecutar una limpieza con la moviola que, insisto, el propio Martin Scorsese es incapaz de usar, llevado por su verborreica condición nativa con la ventaja que visualmente su lenguaje, poderoso, está controlado y no resulta excesivo aunque sí abundante en demasía, que son conceptos muy distintos.

Scorsese con seguridad permanecerá en la historia de la cultura estadounidense como un director capaz de mostrar muy variados aspectos de su época - pues no olvidemos sus trabajos en el mundo de la música - y también momentos del siglo XX que no se ciñen únicamente a hechos luctuosos propios de una criminalidad más o menos encubierta, aunque quizás sea en estos últimos donde ha hallado tramas que nos ha mostrado con una brillantez inusitada comparado con sus coetáneos.

Esta película de 2023 y la anterior de 2002 me dejan la sensación que Scorsese procura dar una pátina antropológica a su película y cuida muchísimo los detalles cotidianos de unos personajes que se mueven en épocas pretéritas en una reconstrucción que gentes más autorizadas podrán decir si obedecen a una realidad o simplemente son una colección de invenciones pero, en cualquier caso, sirven a Scorsese para recrear un ambiente y una época en el que desarrollar una trama que podría resumirse con menos metraje en mi opinión, pero he de advertir que he crecido como lector de teatro, de cuentos y narraciones cortas y tan sólo ocasionalmente novelas que pasen de las quinientas páginas, así que no soy muy amante de las descripciones detalladas y consecuentemente como cinéfilo he de armarme de valor para ver una película de más de dos horas y ésta tiene un metraje de casi tres horas y media.

A pesar del extenso metraje y concluído su visionado (en v.o.s.e., por supuesto) queda en primer lugar la sensación de que es larga en demasía pero sin embargo no aburre: diría que en algún momento de la película estaba deseando que acabara ya, cansado de que no avanzara a mi gusto, pero enganchado porque el maldito Tito tiene visualmente tanta brillantez como verbalmente y te agota pero quieres más.

Esas son sensaciones muy subjetivas y comprendo que ayudarán muy poco a quien tenga previsto afrontar el visionado salvo que apuntemos que la historia que nos cuentan -muy bien- está basada en unos hechos reales que por su importancia y trascendencia son merecedores de una narración menos arqueológica y más dramática en el sentido más literal del concepto, porque la minuciosa descripción de los hechos, tan lenta y detallada, deja en un segundo lugar la fuerza psicológica de los personajes retratados con unos diálogos demasiado ambivalentes y ambiguos sin que ello oculte las maldades que contemplamos, porque la cámara no toma el partido que uno hubiese deseado, no en vano el cine es un arte de entretenimiento capaz de formular con fuerza una denuncia que aquí nos queda como demasiado histórica, como algo del pasado que una vez ocurrió en aquel lejano tiempo.

Cinematográficamente la película no tiene desperdicio -aunque insisto en que va sobrada de metraje- y además de su ambientación brilla por el trío de intérpretes que encabezan el reparto: Lily Gladstone roba todas las escenas con una presencia magnética, Leonardo DiCaprio en su madurez está mejor que nunca y Robert de Niro como casi siempre deja que Scorsese le dirija y controla histrionismos baratos al comprobar que, de hecho, se lleva los mejores diálogos (sin que sean nada del otro mundo, a decir verdad) y el que queda como un pasmarote es Jesse Plemons que tarda media película en aparecer y acarrea la parte menos cuidada de la trama.

Desde luego recomiendo verla (en v.o.s.e., claro) aunque como yo hagan ascos a películas tan largas, porque no pueden dejar que se la cuenten: cuando acabé, pensé para mí: esta la tengo que ver de nuevo dentro de un par de años.


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