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dilluns, 31 de desembre del 2018

Adeu 2018





Despedimos un año en el que cinematográficamente hablando ha habido una especie de resurrección del blanco y negro, apuesta interesada de algunos intentando, presumo, epatar y maravillar a toda una generación que apenas ha podido tener contacto con la fotografía en B/N al punto que voces mercenarias lo presentan como síntoma de calidad, lo que es absurdo e irreal.

Para aquellos recién llegados al friquismo cinéfilo, he añadido en las etiquetas una señalando las películas en B/N que entre todos hemos comentado: la mayoría, son muy interesantes; su único defecto es que su recuerdo empaña la visión de las castañas que pretenden hacernos pasar por obras maestras....

Como muestra, dejo unas pocas fotografías de gentes ya conocidas en este sitio: el blanco y negro se ha usado para eliminar una iluminación incorrecta al punto que mis pobres conocimientos en el procesado digital no pueden subsanar la mala mezcla de colorines que usaron.

Como blogger, en aras de una supuesta seguridad, ha empezado a dar la lata poniendo trabas a elementos y gadgets que antes nos permitían alguna virguería visual, podéis ver todas las fotos en un tamaño adecuado simplemente ampliando la primera y luego pasándolas todas con el teclado o el ratón o simplemente y de forma más fea, haciendo click aquí







Como todo no van a ser fotos y son momentos en los que una buena canción sirve de acompañamiento mientras degustamos comercio y bebercio, ahí dejo un par de sugerencias:

Una en B/N





Y otra, en colorines:





¡Feliç Any Nou!¡Feliz Año Nuevo!






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divendres, 28 de desembre del 2018

Bewitched Bothered and Bewildered




Hoy hace ocho años que con la complicidad de mi amigo Antonio y con motivo de la fecha, día de los Santos Inocentes, entre ambos ejecutamos una amable inocentada a los lectores del blog de ANRO, Las puertas de Babilonia, y los de este sitio.

Los más veteranos puede que se acuerden: ambos, Antonio y yo, escribimos un comentario de la misma película, Pal Joey, pero mientras procuramos coincidir incluso en el minuto, intercambiamos el escenario de aparición, y así, aquí apareció el comentario de Antonio: El champagne, el whisky y el coñac mientras que mi comentario, titulado Nadie recuerda a Larry aparecía en el blog de ANRO.

Nos reímos un poco, Antonio y yo, a costa de nuestros amigos lectores, aunque pronto se dieron cuenta del cambiazo.

Hace unos meses, en verano de este 2018 que andamos finiquitando, me dispuse a escuchar el disco que en 1956 grabó para la Verve de Norman Granz la maravillosa Ella Fitzgerald The Rodgers and Hart Song Book (que forma parte de una colección imprescindible para el amante del jazz clásico) y en los dos discos, como es lógico, hay canciones que sustentaron el éxito de Pal Joey.

Esas canciones ya las conocíamos, entre otras cosas porque tanto Antonio como yo mismo disponíamos del disco de la banda sonora de Pal Joey en la que Sinatra canta por sí mismo y las guapas Rita y Kim fueron a su pesar dobladas: mil veces las habíamos escuchado hasta casi saberlas de memoria.

Incluso habíamos escuchado la versión de la primera protagonista teatral, Vivien Segal, que la cantó en Broadway en 1940 de un modo más lírico que el ofrecido en la película de 1957; diecisiete años son bastantes como para cambiar los gustos musicales del público.

Lo que me sorprendió este verano fue la versión de la canción Bewitched, Bothered and Bewildered que interpreta de forma superlativa, inigualable, la diva del jazz en compañía de Paul Smith (piano), Barney Kessel (guitarra), Joe Mondragon (bajo) y Alvin Stoller (batería).

Tanto, que después de haber releído el comentario de ANRO y el mío propio, me dispuse a buscar una explicación y tan sólo la encontré a medias cuando acudí a los fantásticos, imprescindibles, archivos de IBDB y comprobé la lista de las canciones de la comedia musical: si se fijan, hay lo que se denomina un "reprise", un remate, diría yo.

Cuando Norman Granz diseñó la canónica colección de libros de canciones que iba a desarrollar contando con Ella Fitzgerald a la que daba carta de libertad absoluta para que cantara como quisiera las canciones, tuvo la colaboración de Buddy Bregman y entre él y Ella decidieron que su versión de Bewitched, Bothered and Bewildered iba a sonar así:





Nadie más, nunca, ha vuelto a cantar la canción de esa forma.


Cantarla como Ella Fitzgerald, con ese fraseo, musicalidad e intensidad interpretativa no está, obviamente, al alcance de cualquiera.

Pero no deja de llamar la atención que, desde 1956, nadie se haya atrevido a cantarla con ése cierre tan rotundamente feminista, tan diferente de la película de 1957 y de las muchas versiones que de la canción luego se han hecho y se siguen haciendo, incluyendo (déjenme ser un humorista malévolo por un día) la de la gran estrella del momento

Estoy seguro que a mi amigo Antonio le hubiera encantado, porque la versión de la Fitzgerald no es ninguna broma: es una aguja fina y punzante en un montón de alfileres y hallarla es una casualidad: ahora ya no tanto.

¿No se han dado cuenta?

Vuelvan a disfrutar de la canción o simplemente lean los últimos compases que han quedado escondidos en la versión de la gran Ella Fitzgerald, que hizo justicia a un letrista, Lorenz "Larry" Hart, que nos deja una vindicación feminista que se escondió en la citada película y que tampoco aparece en ninguna otra versión que este comentarista haya podido hallar.

Letra completa, incluyendo el añadido del reprise final:

After one whole quart of brandy
Like a daisy, I’m awake
With no bromo-seltzer handy
I don’t even shake

Men are not a new sensation
I’ve done pretty well I think
But this half-pint imitation
Put me on the blink

I’m wild again, beguiled again
A simpering, whimpering child again
Bewitched, bothered, and bewildered am I

Couldn’t sleep and wouldn’t sleep
When love came and told me I shouldn’t sleep
Bewitched, bothered and bewildered am I

Lost my heart, but what of it
He is cold I agree
He can laugh, but I love it
Although the laugh’s on me

I’ll sing to him, each spring to him
And long for the day when I’ll cling to him
Bewitched, bothered, and bewildered am I

He’s a fool and don’t I know it
But a fool can have his charms
I’m in love and don’t I show it
Like a babe in arms

Love’s the same old sad sensation
Lately I’ve not slept a wink
Since this half-pint imitation
Put me on the blink

I’ve sinned a lot; I’m mean a lot
But I’m like sweet seventeen a lot
Bewitched, bothered, and bewildered am I

I’ll sing to him, each spring to him
And worship the trousers that cling to him
Bewitched, bothered, and bewildered am I


When he talks, he is seeking
Words to get off his chest
Horizontally speaking, he’s at his very best

Vexed again, perplexed again
Thank God, I can be oversexed again
Bewitched, bothered, and bewildered am I

Wise at last, my eyes at last
Are cutting you down to your size at last
Bewitched, bothered, and bewildered no more

Burned a lot, but learned a lot
And now you are broke, so you earned a lot
Bewitched, bothered, and bewildered no more

Couldn’t eat, was dyspeptic
Life was so hard to bear
Now my heart’s antiseptic

Since you moved out of there
Romance, finis, your chance, finis
Those ants that invaded my pants, finis
Bewitched, bothered, and bewildered no more




¿Está claro, verdad? Hoy no hay inocentada. Hay memoria, vindicación y recuerdo.












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dijous, 20 de desembre del 2018

Culpable




Presentada por estos lares en la Seminci el pasado 23 de octubre, ha tardado un mes justo en aparecer pantallas comerciales españolas la ópera prima de Gustav Möller y contra lo que sería lógico lleva camino de desaparecer de las carteleras a pesar de su reciente inclusión en la lista de mejor película extranjera para los premios Oscar a entregar en unos meses.

Efectivamente Den skyldige ha resultado una sorpresa de fin de año que ha elevado con creces el paupérrimo nivel de los doce meses precedentes y además delimita claramente las diferencias con lo que nos suele venir del otro lado del atlántico llenando las pantallas de productos infantiles.

El joven Möller al parecer emigró de su Suecia natal a Dinamarca precisamente porque quería ser cineasta y le gusta más el cine danés que el sueco y a falta de ver qué deciden los académicos estadounidenses de momento en su pueblo se la deben tener jurada, porque se ha estrenado en el largometraje con una pieza bastante robusta. Su productora, Lina Flint, debería haberle convencido para rodar la película en un escaso y mínimo 4:3 y sin color alguno y entonces las nuevas hordas convencidas de las bondades y virtudes del B/N le hubiesen ensalzado como el nuevo descubrimiento de la cinematografía europea.

Que lo es por mérito propio, porque Gustav Möller escribe el guión junto a Emil Nygaard Albertsen y cabe suponer que pasó horas, días, semanas, pergeñando un guión técnico que le ha permitido rodar una trama bien escrita limitada por el espacio físico y por la ausencia de personajes visibles en pantalla, un ejercicio minimalista que recae sobre los bien fornidos hombros de Jakob Cedergren que literalmente se come la pantalla durante una hora y veinticinco minutos muy intensos.

Asger Holm es un detective de la policía de Copenhague que por algún motivo que en principio ignoramos ha sido retirado de las calles y destinado a la oficina de atención telefónica primaria, el 112, donde recibe llamadas de todo tipo dándoles respuesta con unos modos que nos van ofreciendo paulatinamente datos relativos a su personalidad; se cala un auricular provisto de micrófono en la oreja derecha y ante las pantallas de su ordenador escucha, aconseja, inquiere, exhibiendo su perspicacia al momento de aprehender los hechos que acústicamente se le ofrecen.

De repente, Asger recibe la llamada de Iben, una voz de mujer llorosa y desesperada y el policía llega a la conclusión que se trata de un secuestro tras un hábil interrogatorio aconsejando a la víctima las formas de disimular su contacto con las emergencias policiales. Luego, sabrá que hay unos menores abandonados a su suerte y poco a poco la trama se irá complicando mientras paralelamente y por conversaciones particulares vamos haciéndonos un mapa de las dificultades personales de Asger y del porqué ha sido trasladado a un empleo teóricamente inferior, que el protagonista, avezado detective, desarrollará con una inusitada intensidad.

Möller nos presenta una historia de suspense que se va complicando conforme pasan los minutos apresando sin compasión la atención del espectador logrando que empaticemos con esa Iben que llora por sus hijos en un ejercicio cinematográfico en el que el sonido es la única fuente de información que se nos ofrece, pues el protagonista, Asger, no abandona la sala de emergencias policiales en ningún momento y la cámara está absolutamente encima suyo cada instante del metraje.

Pero la tensión, la intriga, el misterio creciente y el suspense por un desenlace que deseamos no sea trágico de alguna forma enmascara el juego que lleva entre manos el novel autor, guionista y director cuyo interés se nos hace evidente terminada que ha sido la película y mostradas sus cartas, marcadas todas ellas para ayudarnos a reflexionar sobre la debilidad de nuestras anticipaciones, de unas prisas para señalar culpabilidades, de un ansia por satisfacer el ego personal hasta el extremo de tomar decisiones precipitadas y erróneas al fin y al cabo, quizás con resultados irreparables. Una crítica nada velada a la rapidez de la sociedad en levantar el dedo acusador que logra confundir deseos personales con certezas inventadas, lejanas de la realidad, pretendiendo -y en ocasiones consiguiendo- que los sofismas ganen la lid, venzan la justicia.

Para ello el joven Möller, cineasta a tener en el miradero, se vale de una muy buena caligrafía cinematográfica repleta de planos cortos usando apenas saltos de eje para reforzar muy hábilmente la sensación que estamos ahí, mirando como Asger vive intensamente la última hora de desempeño de su tarea / castigo como receptor de emergencias más la media hora que fuera de su tiempo permanece ansioso y cada vez más frenético hasta que la situación, los acontecimientos y el devenir de Iben llegan a su fin.

Las pocas luces de baja intensidad ofrecen a la cámara usada por Jasper Spanning -casi siempre por debajo de la mirada de Asger- la oportunidad de endurecer la fotografía sin entrar en excesos en una paleta de colores apagados y brillantes cuyo contraste ayuda mucho a la labor de Jakob Cedergren: la falta de intensidad lumínica permite que sus pupilas se dilaten naturalmente o se contraigan cuando se mueve jugando con la luz que le ilumina sin que el objetivo próximo pierda el más mínimo detalle, casi transpirando al unísono con el estupendo intérprete en una composición que se advierte agotadora, merecedora de aplauso.

El espectador, encerrado en la misma habitación que Asger, a pesar de la limitación espacial no siente claustrofobia más allá de las ganas enormes de poder ver las acciones policiales que se desarrollan en la búsqueda de Ibe y su captor, absolutamente enganchado al juego formulado por el astuto Möller que con muy buen criterio se atiene al canon clásico de hora y media escasa con lo que la trama se presenta sin momentos débiles, vacuos e innecesarios y muy al contrario, con buen ritmo visual e histórico en un montaje excelente que evita la tentación de mirar el reloj: hasta el fin, los ojos presos de la pantalla.

En definitiva, una película a no perderse: espabilar, porque me temo que la mercadotecnia del "majestuoso B/N" la barrerá en las américas y ya su distribuidora, que ha tenido la estúpida decisión de presentarla como "The Guilty" en lugar de la más apropiada "Culpable", demuestra poca habilidad en mantenerla donde merece porque en apenas un mes de su estreno está casi desaparecida en carteleras. En v.o.s.e., aunque no se entienda nada del danés, vale la pena.


Tráiler:







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divendres, 14 de desembre del 2018

Un pequeño favor






Desde el primer segundo Paul Feig indica claramente su voluntad de ejecutar un enredo: la rítmica, poderosa y electrizante canción que en 1967 llevó a los primeros números de las listas al francés Jean Paul Keller, titulada Ça c'est arrangé, es una versión acelerada del original que en el mismo año había presentado el mucho más melódico Andy Williams con el título de Music To Watch Girls By y a lo que nos interesa, apunta una intención de presentar algo conocido bajo una nueva apariencia.

Paul Feig ya retuvo nuestra atención hace tres años con una de espías dominada por una hilarante presencia femenina y después de un innecesario refrito retoma un camino en el que las mujeres son protagonistas y los hombres meros comparsas en una trama que sigue el ritmo sonoro de sus títulos de crédito mientras da vueltas como un tiovivo en el que el espectador se siente desconcertado mientras va descubriendo nuevos detalles de una relación amistosa que súbitamente se convierte en un misterio y luego en un enredo con alguna muerte nada natural.

Stephanie es una joven mamá hiperactiva cuya vida gira en torno a su hijo Miles y es la que más destaca en el grupo de padres ocupándose de organizar tareas, celebraciones, eventos, ofreciéndose voluntaria a todo al extremo que la profesora de los críos la tiene que frenar; por si fuera poco, mantiene un video blog en el que da consejos de cocina y de todo tipo a las jóvenes mamás que como ella dedican su vida al hogar y a sus hijos. Más adelante sabremos que es viuda y que con la indemnización recibida del seguro de fallecimiento de su esposo tiene ya segura la universidad para su retoño y también lo necesario para vivir sin carencias...

Una tarde lluviosa, a la salida del cole, Miles pide a su madre que permita a su colega Nicky ir a su casa a jugar: naturalmente, dice Stephanie, pero habrá que pedirle permiso a tu madre, ¿verdad?.


No conozco a tu madre: ¿dónde está? Allí, dice Nicky: ésa es mi mamá.



Se muestra muy cuidadoso Paul Feig con todos los detalles: vestuario, maquillaje, iluminación, ambiente, sin palabras nos hablan, nos dicen cosas, como debe ser en el cine, aunque sea digital y de este siglo XXI. No contento con una elección irreprochable de la pareja protagonista, resulta evidente que Feig las mima, las cuida y las dirige con acierto, ofreciendo dos versiones distintas -o no tanto- de una feminidad poderosa y sutil capaz de maniobras inesperadas, empezando con una relación casual que deviene en depósito de confidencias personales cuya realidad y significado nos harán titubear sin saber a qué atenernos, todo ello conformando una narración en la que no hay trampa más allá del suministro paulatino de detalles que van construyendo la verdadera personalidad de esas dos mujeres que entrevemos mientras especulamos por sus verdaderos designios y voluntades.

Como resultado natural de la amistad de sus vástagos ambas madres pasarán algunas tardes juntas y la sofisticación y elegancia de Emily conseguirán que Stephanie se manifieste perpleja y en teórica inferioridad: mientras ésta se disculpa constantemente por esto y por lo otro, Emily la reprende por ello y la reconviene asegurando que debe mostrarse más firme y decidida, empezando una relación amistosa en la que las confidencias surgen de una forma elaborada casi tan concienzuda como el modo que tiene Emily de preparar lo que ella asegura es "el martini perfecto" y que desde luego, si no lo es, sí es una llave que puede abrir la caja de los truenos.


A simple favor (Un pequeño favor, 2018), basada en un guión de Jessica Sharzer que adapta la novela homónima de Darcey Bell (publicada en castellano, pero ignota para este comentarista) nos muestra una intriga, por lo menos un misterio criminal que nace a partir del momento en que la sofisticada, elegante y un punto enigmática Emily deja a su hijo Nicky al cuidado de Stephanie porque, dice, su marido Sean está en Londres visitando a su madre y ella, Emily, debe ir por trabajo a Miami y pasar allí la noche.

Naturalmente, la obsequiosa Stephanie le hace el pequeño favor encantadísima de colaborar, pero la cosa empieza a torcerse cuando Emily no vuelve de Miami y nadie sabe donde está ni porqué tuvo que irse a Miami. Y lo que era una zozobra se convierte en certidumbre cuando gracias a las pesquisas que la desocupada Stephanie inicia por su cuenta reclamando ayuda a las seguidoras de su vlog por fin Emily es hallada.

Hay en esta película de Paul Feig una seriedad muy profesional que se observa fácilmente en los detalles que competen al director y están bajo su tutela: el magnífico vestuario de Renee Ehrlich Kalfus refuerza el carácter de ambos personajes protagonistas tanto como el tratamiento fotográfico empleado por el veterano John Schwartzman, pero la guinda está en la forma de filmar manteniendo un ritmo que no decae en absoluto, puntuado por unas canciones primas hermanas de la que nos adentró en la fantasía, todo ello coronado por la química sobresaliente entre Anna Kendrick y Blake Lively que bordan sus composiciones bajo el atentísimo ojo de un director que sabe conducir a sus actrices al punto de ofrecer lo mejor de sí mismas obteniendo unas interpretaciones naturales dotadas de gestos significativos y lenguaje corporal atinado: un trabajo de maravilla.

Ellas dos, magníficas, están bien acompañadas por el guapo Henry Golding que, provisto de una sedosa y seductora voz, seguro veremos en papeles de más enjundia, aunque aquí el marido acaba por ser un elemento coadyuvante y necesario pero poco cuidado por el mismo guión, lo mismo que el grupo de secundarios que de alguna forma acolchan las diferentes secuencias en las que las protagonistas no están juntas, pero, una vez más, a diferencia del cine clásico, esos secundarios carecen de mordiente y quedan en meros comparsas incluso faltos de ocasión para lucirse.

El guión -cabe suponer que siguiendo la novela- se ocupa de presentarnos una trama en la que se mezclan la comedia costumbrista (las relaciones de Stephanie con el grupo de padres), el misterio (la inesperada desaparición de Emily) y la intriga que se construye mediante algunos flashback que muestran episodios del pasado de ambas protagonistas, las mentirijillas de Stephanie, y la conducta romántica -o quizás sólo sexual- que surgirá con una precipitación quizás fruto de un cálculo mal hecho. O no. No avancemos más elementos, pues la evolución de la película, bien medida por su director, nos ha llevado por sendas misteriosas que cada quien debe conocer personalmente, de primera mano.

Tiene sin embargo esta película un defecto objetable que le priva de alcanzar un nivel óptimo: desechando por completo redondear la trama con accesorios que permitieran endurecer el conjunto, se permite una deriva acomodaticia, blanda, infantiloide, con bromas blancas, lo que no le exime de obtener de la intolerante MPAA la calificación R por un par de tetas apenas vistas y un jocoso ¡brotherfucker!, pero en el resto del mundo es considerada apta para menores, alejándose motu proprio de lo que hubiera podido ser una revisitación del clásico "noir" con la particularidad de hallarnos, una vez más, con dos mujeres fuertes en vez de sólo una. Supongo que son signos de los tiempos que corren: hace nada nos referíamos a una ópera prima que acaba como debe y ahora nos hallamos, probablemente contra su voluntad, con una película de un veterano que acaba dejando esa sensación de moralina que algunos cinéfilos detestamos por ilógica y falsa.

Aún así, una película recomendable, muy apreciable entre el marasmo de disfraces hipermusculados que nos rodea por doquier en este año de 2018. La finura de Paul Feig, capaz de mostrar una evolución personal a través del vestuario (no hay más que mirar los diferentes modelos lucidos por Stephanie), como quien no hace nada, permite esperar que en un futuro nos ofrezca piezas más redondas.



Tráiler:












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