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divendres, 30 d’abril del 2010

La despedida de Hitchcock




Ya vamos quedando menos en el selecto club de cinéfilos que podemos explicar con pelos y señales un acontecimiento que muchos quisieran poder celebrar cual es asistir a un estreno en un cine de los de verdad, con pantalla enorme, de una película de un genio del cine.

Más que nada porque ese adjetivo de genial hoy está muy alicaído y pese a que algunos críticos bien pagados y alimentados por las distribuidoras lo ceden con enorme gratuidad de criterio, el paso del tiempo demuestra, implacable, que la mercadotecnia que asola la industria del cine hincha globos más que con helio con verdaderas bombas fétidas que acaban deshinchándose a la siguiente temporada y a la tercera ya huelen que apestan.

Este cinéfago que se entretiene dando la paliza a algunos amabilísimos lectores reincidentes guarda inmaculados en su memoria dos estrenos de sendas películas del auténticamente genial Don Alfred Hitchcock.

El primero, referido a Frenesí, ya se aludió aquí hace tiempo y hoy me ha parecido que, como colofón a una serie de entradillas dedicadas a recordar a Hitchcock con motivo del treinta aniversario de su fallecimiento, correspondía dedicar un poco de tiempo a la que resultó ser su despedida como
Director de Cine.

He de confesar que, cu
ando asistí al estreno de La Trama (Family Plot, 1976), me quedé un poco perplejo, porque ya había tenido la suerte de ver en TVE casi toda la filmografía más conocida de Hitchcock en distintos ciclos que hace años ofrecía la única televisión que existía en España.

Es cierto que comparar La Trama con películas como Rebeca, Psicosis o Los Pájaros, por citar sólo tres obras maestras, es hacerle un flaco favor a la película y más aun si la versión vista es la doblada al castellano, que, aun siendo un buen doblaje -y no como los de ahora- no alcanza la frescura del original.

Un original que he podid
o ver en ulteriores ocasiones gracias al estupendo dvd cuya carátula acompaña este pobre texto, un dvd que recomiendo encarecidamente porque viene bastante completito con un excelente documental relativo a como se filmó la que sería última actividad cinematográfica del maestro.

Cuando uno, pasados ya treinta y cuatro años de la primera visión acude de nuevo a la pantalla -pequeña, lastimosamente- para disfrutar esa historia ideada por Hitchcock con la inestimable ayuda de Ernest Lehman y ha visto en ese tiempo tantas películas ya, no puede menos que sorprenderse por la frescura y originalidad que aun hoy adornan este último trabajo del genial Don Alfred que, mermada su condición física, consigue, a pesar de conocer el desenlace, mantener la atención del espectador y, más aun, despertar el ánimo de entender las muchas bromas que adornan un guión por demás espléndido, rodado con la misma fuerza y vigor de siempre, en un alarde que muchos quisieran firmar mañana mismo.

Hitchcock empieza la película presentándonos a una pareja, Blanche Tyler (Barbara Harris, extraordinaria) que se las da de vidente, acompañada por su novio George Lumley (Bruce Dern ) que hace de taxista pero que en realidad es un actor en paro: Blanche acaba de obtener el encargo de una adinerada dama de hallar, mediante sus contactos en el más allá, al sobrino desaparecido tiempo atrás, con la intención de devolverle el nombre de la familia amén de una cuantiosa herencia.

En un paso cebra el taxi casi atropella a una mujer extrañamente ataviada con unas gafas de sol -es de noche- y la cámara, que había presentado a esa rocambolesca pareja, la abandona y sigue a la rubia: es una delincuente que recibe un extraordinario diamante como pago por la liberación de un industrial secuestrado con muy buen arte: los secuestradores son la pareja Fran (Karen Black) y Arthur Adamson (William Devane).

Inmediatamente el espectador, de la mano de Hitchcock, comprueba el desarrollo de dos historias: la risible y cómica situación de la primera pareja, repleta de frases de doble sentido con un clarísimo contenido sexual, y la frialdad de los delincuentes que se dedican a secuestrar gentes a cambio de grandes diamantes con una maestría que trae de cabeza al FBI.

Cerca de la mitad de la película, casi a la hora de su metraje -que resulta liviano- el espectador, siempre al cabo de la calle en sello personalísimo del genio, sabe perfectamente que esas dos parejas deberán encontrarse, pues el sobrino desaparecido no es otro que el taimado secuestrador Arthur. El como y el cuando es el juego que Hitchcock ofrece y lo hace, como siempre, de forma brillante, seductora y entretenida.

Porque el maestro, a sus setenta y seis años, sigue queriendo exprimir todo el jugo del lenguaje cinematográfico que él mismo ayudó a construir: rodeado de algunos de sus habituales colaboradores, pero contando también con jóvenes que casi estaban empezando, sigue dando lecciones relativas acerca de la mejor forma de filmar una secuencia, destilando un humor socarrón, negro en ocasiones, incluso irreverente con la iglesia.

La planificación marca de la casa que Hitchcock tenía en mente antes del primer día de rodaje no dejaba lugar a dudas y su autoridad y clarividencia siguen incólumes en un personaje que, según cuenta el propio William Devane, un día paró el rodaje porque a través del teléfono tenían que escuchar el funcionamiento del marcapasos que Hitchcock llevaba en el pecho adosado.

En una época en que las persecuciones de coches eran plato fuerte en las películas de acción y el modelo a seguir estaba ya casi que preestablecido, Hitchcock rueda magistralmente una carrera de forma inusual, sin que en ningún momento se vea desde fuera el coche, consiguiendo un subjetivismo que aligera mediante unas situaciones alocadas, como riéndose de todos los que en la época ensalzábamos las persecuciones automovilísticas al referirnos a alguna película en particular.

El uso de la cámara sigue siendo perfecto y Hitchcock perpetúa su ansia de jugar con la caligrafía cinematográfica quitando puntos y comas consiguiendo escenas largas y descriptivas gracias a unas grúas que nunca se movieron en travellings semejantes con tanta eficacia: uno, al repasar, pensaba: ¿qué sería capaz de hacer Hitchcock ahora, con los efectos digitales? porque con una cámara colgada en una percha consigue dar a entender muchas sensaciones de unos personajes que se mueven milimétricamente obteniendo la seducción del espectador que no puede apartar la vista de la pantalla, prendidos sus sentidos de una narración que se dirige, implacable, a un punto de encuentro que todos ansiamos se produzca ya, para ver cómo se resuelve.

Es una gozada ver en el documental que consta en el dvd como Hitchcock, apenas sentado, mira a todo el equipo realizando el trabajo a sus órdenes: la sensación que lo tiene todo en mente es prodigiosa y evidentemente no le hace falta mirar por el objetivo de la cámara del excelente Leonard J. South para saber que todo se está rodando conforme a lo previsto; luego lo montará con la ayuda de J. Terry Williams y el resultado será, como siempre, inigualable, perfecto, dotando a la narración de un ritmo ejemplar, ligero, divertido y repleto de planos detalle -más que primerísimos primeros planos- que tienen su significado y consecuencias imprevistas dando un empujón a la historia hacia arriba, siempre hacia arriba, reforzando, por si fuera poca la energía visual de las escenas, las situaciones mediante el uso de una banda sonora impecable fruto del trabajo de John Williams que, habiendo triunfado apenas un año antes con la banda de Jaws, quedó rendido e impresionado por la sabiduría musical de Hitchcock a la hora de conseguir redondear con la música y con la ausencia de la misma cualquier momento de una historia que en una primera visión parece lo que llamamos "obra menor" para entendernos, pero que, repasada después de tantos años, se erige fresca, picarona y objeto de revisión obligada para el cinéfilo veterano y por descontado, para el joven que no tuvo la suerte de verla en el cine.

Absolutamente imperdible, ni que sea para comprobar que trucos cinematográficos de primera categoría que ahora alabamos al verlos -raramente- en las pantallas actuales, ya se usaban hace treinta y cuatro años y un anciano achacoso pendiente de las pilas de su marcapasos los sabía exprimir mejor que nadie, porque mira: resulta que los había inventado él, que siempre supo aparecer en sus películas sin hacerse notar demasiado.



p.d.: ¿No ha pensado nadie, que hay una referencia clarísima a un célebre escritor estadounidense en el modo de ocultar lo más preciado?

p.d.2.: La escena final, rompiendo la pantalla, ¿no les parece un adiós del genio?


Vean el Tráiler


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dijous, 29 d’abril del 2010

30 años sin Hitchcock




Hoy hace treinta años que fallecía Alfred Hitchcock a los ochenta años de edad después de una fructífera y sobresaliente carrera cinematográfica que empezó en su Inglaterra natal en 1922 y terminó en su país de adopción, Estados Unidos, en 1976, apenas cuatro años antes de fallecer, lo que da cuenta de la extrema actividad y longevidad productiva del personaje.

Personaje del que nada puedo añadir que no sea ya conocido por todos.

Al igual que Ingmar Bergman, Howard Hawks, Federico Fellini, Ernst Lubitsch, Otto Preminger, Orson Welles, Charles Chaplin, Akira Kurosawa y Luchino Visconti (cuyas fotografías se pudieron ver el lunes pasado, en el acertijo cuya solución ahora resultará evidente), a Don Alfred Hitchcock se le negó el premio Oscar al mejor Director y ése es uno de los peores errores de la dichosa academia que, como en el caso de sus compañeros de viaje, ya nunca podrá subsanarse, porque todos ellos fallecieron ya.

La contribución de Hitchcock a la gramática cinematográfica más pura es incontestable y de todas sus películas se puede sacar un aprendizaje.

Pero, además, el bueno de Don Alfred fue por suerte muy proclive a dejarse entrevistar, tanto por críticos de cine que luego escribieron buenos libros, como en programas televisivos y conferencias en los que dejó auténticas perlas que dan muestra de su intelectual forma de entender el cine.

Veamos un par de ellas:


Diferencia entre misterio y suspense

Crear tensión en la audiencia


Los treinta años transcurridos no han hecho más que incrementar el prestigio de Hitchcock tan lejano en el tiempo y tan cercano en la memoria y el apetito del cinéfago.

Propongo que, como homenaje cinéfilo, repasemos cualquiera de sus películas.




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dimecres, 28 d’abril del 2010

El negro




Estamos todos viviendo una época en la que las apariencias priman muy por encima de cualquier otra consideración: no me referiré a cuestiones tan banales como la inmerecida popularidad de ciertos personajillos en los medios de comunicación, pero me gustaría llamar la atención en una frase, mejor dicho un eufemismo, que desde hace unos años y proveniente de culturas foráneas se ha venido imponiendo.

Se trata del concepto de "lo políticamente correcto" y su némesis, es decir, "lo políticamente incorrecto", bajo el que en demasiadas ocasiones gentes de relumbrón en los medios de comunicación pervierten el lenguaje en aras de una comodidad farisaica que rodea la verdad intentando dulcificar la palabra cuando ésta, por sí misma, tan sólo es un útil que a lo largo de muchos siglos nos hemos dado para entendernos mejor.

Además, ese concepto acuñado allende los mares, ese uso de "lo políticamente incorrecto" otorga en según qué casos un marchamo de veracidad, de atrevimiento, buscando epatar al respetable ciudadano que, huérfano en demasiadas ocasiones de elementos de juicio previos, cae irremediablemente en el asombro crédulo y boquiabierto ante una inesperada, arrojada e inverosímil afirmación, dotada intencionalmente de esa "incorrección" para conquistar su aprecio.

Tal como yo lo veo, una vez más los encargados de buscar traducciones a los títulos de películas anglosajonas han conseguido hacer el más espantoso de los ridículos cuand
o, desoyendo los buenos consejos de la Real Academia de la Lengua, han desechado el uso de la palabra "negro" que, como puede verse aquí (apartado 17) goza de un significado muy acorde a la intención del último trabajo de Roman Polanski, titulado en inglés como The Ghost Writer y que los energúmenos de turno han rebautizado simplemente como El Escritor dando muestra una vez más de su inopia cultural y timorato carácter.

Porque la última película de Polanski se centra en los avatares que sufre la tranquila vida de un negro: un negro literario, un escritor a sueldo que guardando su anonimato percibe una buena suma para reescribir unas memorias autobiográficas de un ilustre personaje, político a la sazón, y para más inri ex Primer Ministro de la Gran Bretaña.

Con mucho cuidado, eso sí, porque viene a sustituir a otro como él que al parecer falleció en extrañas circunstancias.

Y hasta aquí dejaré la sinopsis de la trama pues nos hallamos ante una película que mezcla el género de suspense con el de thriller político tirando el anzuelo mil veces visto de las teorías conspiranoicas.

El guión escrito por el propio Polanski se basa en un libro de cierto éxito escrito por Robert Harris que lo adapta a la pantalla en una primera fase, consiguiendo al parecer -no he leído la novela- ser bastante fiel al original.

Quizá ahí esté el mayor defecto de una película que el maestro Polanski rueda demostrando, por si hiciera falta, que domina el lenguaje cinematográfico: guardando para el final todos los títulos de crédito, inicia la película con una escena sin palabras en la que el uso de la elipsis sónica favorece la llamada de atención del espectador halagado porque nota de inmediato que el director solicita su participación más allá de sus ojos, repicando en la puerta abotargada de su cerebro acostumbrado últimamente a espectáculos visuales sin más.

Polanski mueve la cámara con su acostumbrada elegancia y eficacia y se nota su mano especialmente en lo que conocemos como guión técnico, ya que la planificación tiene la acostumbrada fuerza y sabe mantener el ritmo dosificando las escenas de interiores en una casa fortaleza dotada de grandísimos ventanales, una jaula de oro minimalista, con algunas pocas y ajustadas escenas de acción rodadas manteniendo en vilo la atención del espectador con toda naturalidad sin que los efectos especiales brillen por su presencia.

Una casa aislada en el lujoso y tranquilo conjunto residencial de Martha's Vineyard es donde se ha retirado momentáneamente Adam Lang (Pierce Brosnan) con su séquito dirigido por su eficiente secretaria Amelia Bly (Kim Cattrall) y su esposa Ruth (Olivia Williams) y ahí es donde trabajará, codo con codo y repasando un extenso manuscrito, el joven escribidor (Ewan McGregor) cuyo nombre, apenas mencionado en tres ocasiones, ni siquiera consigue recordar el biografiado que se dirige a él como "tío" incrementando así el ninguneo en el trato a ese ser anónimo que se erige en protagonista muy a pesar suyo.

La trama ideada por Harris parece tan sólo una ocasión para Polanski de pasar factura por sus problemas personales en los que la extradición tiene un lugar preeminente, pero si hemos de hacer caso a McGregor, ello ha sido casual, pues Polanski estaba decidido a rodar una película basada en otra novela de Harris, relativa a los tiempos de la ciudad romana de Pompeya y no hallando recursos necesarios, se decidió por la última.

Como sea, la historia es un tanto endeble aunque permite a Polanski hacer un nuevo ejercicio de suspense en el que los anzuelos van provistos de rico cebo y el espectador se va enganchando a uno tras otro sin sentirse engañado pues los minutos pasan rápidos y las más de dos horas de metraje no pesan en absoluto: la prueba del "culo inquieto" se supera con facilidad gracias a que todos los elementos que configuran la película son tratados más que correctamente por Polanski al servicio de un entretenimiento inusual en las pantallas actuales: todo el elenco funciona a la perfección y el zorro de Polanski sabe acompañarse de algunos secundarios que son un lujo, algunos casi tan breves que podrían considerarse como lo que conocemos como "cameos" pero que ayuda no poco a que todo se desarrolle; el tratamiento cinematográfico más puro, la fotografía, está servida de nuevo por Pawel Edelman que ilumina con realismo interiores claustrofóbicos y exteriores grises en una pantalla panorámica (a 2.35:1) que abarca toda la acción con claridad y los estupendos planos debidos a la excelente colocación de la cámara son montados con gran sentido del ritmo por Hervé de Luze sin caer en prisas acumulativas, al ritmo de la composición musical de Alexandre Desplat que tiene aires de Bernard Herrman, lo que acaba de completar una semblanza entre los clásicos de Hitchcock con esta película que versa principalmente sobre un personaje anónimo que se ve envuelto en una trama en la que nadie se comporta como debería, una historia que acaba de forma muy cinematográfica como una pescadilla que se muerde la cola, de nuevo reclamando el guiño cómplice del espectador.

No puedo menos que dejar como resumen definitorio la transcripción más o menos literal de la frase que una espectadora le decía a otra a la salida de la sala de "mi cine":

"Por fin hemos visto una películita interesante, porque llevamos una racha que ya, ya..."





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dilluns, 26 d’abril del 2010

Examen de Cinefilia (parte XXXI)




¡Sorpresa! Hoy, a pesar de ser lunes, no hay comentario de ninguna película.

Y sí: he ido al cine este fin de semana.

Pero es que estamos en primavera y ya se sabe aquello de que la sangre y tal y tal.

O sea, que hoy, toca examen: aprovechando que algunos amables lectores han estado muy festeros desde el viernes -o sea, no han dado palo al agua y deben estar en plenas condiciones- procederemos, una vez más, a reactivar esa neurona cinéfila que ya estará adormecida después de ver según que cosas.

Y para que no me llamen abusón, hoy, una preguntita facilita.

Se trata de averiguar el nombre de una personalidad cinematográfica de primerísima fila, sin cuya contribución al Séptimo Arte éste no hubiera evolucionado como debería hasta alcanzar cumbres como..... bueno, que cada cual ponga sus ejemplos....

Y para ello, creo que bastará dar un vistazo a esta colección de fotografías





¿Qué? ¿Ya lo tienen?


¿No? Pero si es muy fácil...


Fíjense bien: son muchos y diversos los puntos en común y.... no digo más.


Bueno, va, sí: la persona en cuestión no sale fotografiada: no iba a ser tan fácil....


¿Nada?

Bueno: una ayudita más, pero solo porque hoy es lunes, que conste:


Vean unos Vídeos:[+/-]

Como siempre, quien acierte primero, gana.

Serán bienvenidos comentarios, incluidos los que se quejen, lamenten y protesten por la supuesta dificultad del acertijo, siempre que no viertan injustificadas maldiciones, injurias, insultos y maledicencias sobre el autor del suplicio err, digo, divertimento.

Las respuestas pueden enviarse usando el siguiente formulario:







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divendres, 23 d’abril del 2010

Cincuenta bombones




Hoy se celebra la festividad de Sant Jordi en Catalunya donde uno nació y vive y es costumbre ya vieja y adoptada en muchos otros lugares la de obsequiarse unos a otros o uno a sí mismo con un libro y quizás también una rosa.

Esta tradición, como digo, nació en Catalunya mucho antes que hace unos cuantos años la Unesco decidiera, en 1996 que el 23 de abril sería el Día Internacional del Libro.

En Catalunya vivimos la paradoja que, siendo Sant Jordi el patrón, no es día festivo, a pesar que dicha celebración, como puede leerse aquí, llevamos siglos observándola.

Por tener, incluso tenemos al gremio de pasteleros que han aprovechado la ocasión para lanzar el Pastel de Sant Jordi e incluso se pueden comprar suculentas cajas de bombones bellamente decorados con los que acompañar una plácida y lúdica tarde de primavera leyendo un buen libro.

Este año este comentarista se ahorrará la compra de los bombones atentatorios a la dieta calórica pero no por ello dejará de degustar cincuenta bombones, aunque eso sí, despacio y saboreándolos sin prisa.

Cincuenta bombones con sabores distintos: cincuenta relatos breves divertidos, amargos, dulces, apasionados, trémulos e incluso terribles, cincuenta historias cotidianas sugeridas por la pluma de un escritor novel en la letra impresa pero viejo de sabiduría que ha eclosionado en un librito que algunos apresurados digerirían en apenas dos horas.

No es mi caso: porque siendo como soy un lector lento acostumbrado a releer sin prisa pero sin pausa, en esta ocasión me hallo con un texto compuesto de ideas y verbos sugerentes paridos por Raúl Ariza con paciencia y esfuerzo que planta, blanco sobre negro, unas semillas que requieren tiempo para asimilarlas porque su amplia diversidad debe germinar en el interior del lector con calma, una forma de leer nada compulsiva que permita saborear esas historias apuntadas con pinceladas de técnica expresionista, puntillazos, retazos de vidas creíbles que Ariza muestra como quien descubre figuras en un cielo que puede ser poblado por nubes tormentosas y atormentadas o copos de algodón suave y ligero pero siempre requiere la participación de un lector que azuzada su imaginación completa el retrato elípticamente bosquejado por el autor.

Cincuenta relatos brevísimos que prefiero degustar pacientemente porque cada historia alumbra un principio o un fin pero deja abierta la puerta al interrogante que el autor no declara para que cada quien concluya a su modo.

Un buen retrato de la sociedad que vivimos, tan diversa y compleja, un mosaico de soledades y angustias en el camino de la vida cotidiana, un libro, Elefantiasis, una buena elección para celebrar La Diada de Sant Jordi, aunque tú, amable lector, no vivas en Catalunya, ni falta que te hace para saborear esos cincuenta bombones literarios.







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dimecres, 21 d’abril del 2010

ESD 22 NORTH BY NORTHWEST




En esta película de hace ya más de cincuenta años, un apuesto solterón con una madre muy entrometida acaba por verse en un lío tremendo.

Al pobre Roger O. Thornhill le confunden con otra persona, un tal Kaplan, y el hombre anda ajetreado, maleado y mosqueado hasta que alguien le da una cita:

Deberá bajar en una parada determinada de una línea de autobuses y allí, le aseguran, podrá deshacer el entuerto que le trae de cabeza.

Con poquísimas palabras, la escena ya es un clásico de la historia del cine y no podía faltar en esta sección:







Tenía la intención de profundizar en las virtudes de la escena, pero me ha parecido que el amable lector estaría muchísimo más satisfecho si en vez de leerse divagaciones de un simple aficionado al cine dedica diez minutos de su vida a visionar otro vídeo y puede comprobar y escuchar con detenimiento lo que Don Alfred explica mejor que nadie:

¿A que sí?




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dilluns, 19 d’abril del 2010

Ya dije que era imposible



Sí: lo dije muy clarito hace ya bastante tiempo, como puede comprobarse aquí y de veras que lamento haber acertado en la predicción.



El director Tim Burton al congraciarse con la productora Disney, que cada día que pasa se parece menos a lo que fue, es decir, primando por encima de todo los resultados económicos y dejando en último término la concepción artística como medio de expresión de una idea, reduciendo todo el aparato técnico maravilloso en simple útil al servicio del bolsillo
, cae en opinión de este comentarista en un grave error: primar la búsqueda de taquilla por encima de la experimentación y el arte conlleva una cierta dejadez de principios que antaño regían la conducta del cineasta; siempre el resultado en taquilla era uno de los condicionantes del antaño llamado con justicia Séptimo Arte debido a que los enormes costos precisaban de la intervención de una industria económica que los sufragara.

En siglos anteriores, grandes artistas como Miguel Angel, Velázquez o Leonardo da Vinci e incluso Beethoven y Mozart, cada uno en su tiempo, ejecutaban su talento artístico buscando un mecenazgo que les permitiera seguir adelante con su vocación, con su ansia de crear arte.

Pero nunca, hasta hace bien poco, el arte se vio constreñido a mera excusa para conseguir pingües beneficios: esa inversión conceptual está dañando sobremanera las artes y quizás donde más visible resulta (aunque la literatura y las artes plásticas le acompañan en el lamentable viaje) es en las pantallas de cine.

La obra de Lewis Carroll forzosamente ha de resultar plato apetecible para un cineasta que parecía disponer de una visión propia; Tim Burton tiene en su haber distintas piezas que puede orgullosamente presentar como referentes de su calidad artística, dotada de una imaginería propia e incluso alguna adaptación de textos y tramas ya conocidas ha obtenido el aplauso de crítica y público.

Adaptar el rico texto que Lewis Carroll inventó para satisfacer las ansias de un cuento de su amiga Alicia Liddell en una primera obra conocida como Alicia en el País de las Mar
avillas (1865) y completada con una segunda obra, A través del espejo (1871) no es, desde luego, fácil; de hecho, ni siquiera es fácil la traducción a otros idiomas, porque Carroll inventa palabras, tergiversa conceptos y subvierte la razón literaria conocida hasta el momento, consiguiendo una narración harto compleja, pletórica de significados cuya interpretación este comentarista es incapaz de descifrar y tan sólo disfrutar se puede sin complejos, en la conciencia clara que no es, únicamente, un cuento para niños.

La enorme fama de ambos textos ha producido, como es lógico, diferentes interpretaciones cinematográficas más o menos ajustadas, que pueden servir como aliciente a quienes no hayan tenido la fortuna de conocer el texto a sentir una cierta apetencia de leerlo, dando como resultado una feliz experiencia finalizada en gozo literario.

La Disney produjo alguna de esas adaptaciones con bastante respeto por el original en el pasado siglo.

Ha tenido que llegar el siglo XXI para que los descerebrados ejecutivos de la industria del cine, que no parecen ser conscientes que poco a poco están matando la gallina de los huevos de oro, para que se les haya ocurrido a esos mercachifles la nefanda idea de confiar a una guionista de cuentos gazmoños como es la señora Linda Woolverton una adaptación "moderna" de la celebérrima obra de Lewis Carroll.

Tal parece que la señora Woolverton se tiene en muy alta estima, porque sin
o no se puede entender que, con sus antecedentes, se haya atrevido con tal empeño: cabe suponer que se ha leído ambos libros y ha realizado una mezcolanza más que una reinterpretación, lo que no es malo en sí mismo; de hecho, nada más empezar la película, titulada equívocamente Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010 ), ya se nos indica mediante un letrerito que "se basa" en la historia escrita por Carroll.

Lo malo es que "se basa" muy ligeramente, quedando en la superficie, apenas detenida la lectura del segundo libro, donde aparece la famosa poesía de Carroll que se burla de la tradición al presentar al JABBERWOCKY [+/-]

JABBERWOCKY

`Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe;
All mimsy were the borogoves,
And the mome raths outgrabe.

`Beware the Jabberwock, my son!
The jaws that bite, the claws that catch!
Beware the Jujub bird, and shun
The frumious Bandersnatch!'

He took his vorpal sword in hand:
Long time the manxome foe he sought --
So rested he by the Tumtum gree,
And stood awhile in thought.

And as in uffish thought he stood,
The Jabberwock, with eyes of flame,
Came whiffling through the tulgey wook,
And burbled as it came!

One, two! One, two! And through and through
The vorpal blade went snicker-snack!
He left it dead, and with its head
He went galumphing back.

`And has thou slain the Jabberwock?
Come to my arms, my beamish boy!
O frabjous day! Calloh! Callay!
He chortled in his joy.

`Twas brillig, and the slithy toves
Did gyre and gimble in the wabe;
All mimsy were the borogoves,
And the mome raths outgrabe.

, también conocido en lengua castellana (En traducción de Jaime de Ojeda para Alianza Editorial) como GALIMATAZO [+/-]

GALIMATAZO

Brillaba, brumeando negro, el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían los borogobios
mientras el momio rantas murgiflaba

¡Cuídate del Galimatazo, hijo mío!
¡Guárdate de los dientes que trituran
y de las zarpas que desgarran!
¡Cuídate del pájaro Jubo-Jubo y
que no te agarre el frumioso Zamarrajo!

Valiente empuñó el gladio vorpal;
a la hueste manzona acometió sin descanso;
luego, reposóse bajo el árbol del Tántamo
y quedóse sesudo contemplando...

Y así, mientras cavilaba firsuto,
¡¡Hete al Galimatazo, fuego en los ojos,
que surge bedoroso del bosque turgal
y se acerca raudo y borguejeando!!

¡Zis, zas y zas! una y otra vez
zarandeó tijereteando el gladio vorpal!
Bien muerto dejó al monstruo, y con su testa
¡volvióse triunfante galompando!

¡¿Y haslo muerto?! ¡¿Al Galimatazo?!
¡Ven a mis brazos, mancebo sonrisor!
¡Qué fragante día! ¡Jujurujúu! ¡Jay, jay!
Carcajeó, anegado de alegría.

Pero brumeaba ya negro el sol;
agiliscosos giroscaban los limazones
banerrando por las váparas lejanas;
mimosos se fruncían los borogobios
mientras el momio rantas necrofaba...



Este monstruo, el Galimatazo, que aparece dibujado por el ilustre John Tenniel en el primer episodio del segundo libro (A través del espejo) es la fuente de inspiración de la guionista que a partir de ahí retoma la historia y mal usando unos personajes estrambóticos e inigualables los reconvierte a todos en meros comparsas de una aventura infantil propia de este siglo, repetida hasta la saciedad una y otra vez hasta el hartazgo y la náusea: la heroína Alicia deberá conseguir ¡tatatatchánnnnn! apoderarse de la mágica espada que es la única que puede cortar la cabeza del Galimatazo y así derrocar a la Reina Roja, conocida por su afición a mandar que corten cabezas, y reponer el mando en la dulce Reina Blanca que viene a ser como un dechado de bondad empalagosa.

Resulta curioso observar la ilustración de Tenniel, casi calcada en la película por los adláteres de Tim Burton (que, no lo olvidemos, es el responsable como director) y comprobar cómo, en el desarrollo de la acción, uno no puede menos que acordarse de la leyenda de San Jorge que, aparte de celebrarse dentro de unos días, es, entre otros, patrón de Inglaterra, lugar de origen de Alicia Liddell y Lewis Carroll.

Pero así como el mito de la muerte del dragón a manos del guerrero capadocio dispone de una leyenda propia, el Galimatazo, en manos de Carroll, no deja de ser una burla de esa misma leyenda, una subversión literaria que la pazguata de Woolverton y el mal peinado de Burton han sido incapaces de entender y presentar con un mínimo de inteligencia, formulando un producto hueco de ideas más propio para infantes educandos huérfanos todavía de mucha información que les permita aquilatar una trama malbaratada y presentada con todo lujo, eso sí, de efectos especiales digitalizados, "no vayamos a ser menos que otros", un continente espectacular visualmente, marca de la casa, que intenta ocultar sin conseguirlo que no contiene nada que valga la pena.

Una película pues que llama la atención tan sólo visualmente, sin que los típicos personajes creados tan ricamente por Lewis Carroll se vean reflejados en pantalla, ya que ni Alicia ni el Sombrerero Loco, por mucho que se esfuercen, alcanzan a ser más que meros remedos de los originales, resultando estrambóticos únicamente en la cortedad de sus gazmoños planteamientos.

Además, la presentación de la película en un pobrísimo formato de 1.44:1 (en su versión normal sin 3D) resulta francamente decepcionante: por lo menos, que hubieran rodado en formato panorámico; ni eso.

Seguro que si Tim Burton hubiera tenido los arrestos necesarios para convencer a la Disney y hubiese titulado este engendro inútil y artificioso, por ejemplo, como "Alicia comió una seta que no debía" , este comentarista que suscribe no sentiría la vergüenza ajena que produce la apropiación indebida de un título ultraconocido para presentar una nueva versión amañada de cualquier otro producto de baja calidad intelectual en la que aparece, como no, un personaje heroico, un arma y un dragón malo maloso.

Si es que uno, alcanzando ya el final de esos prescindibles ciento ocho minutos, incluso siente la apetencia que, por una vez, el dragón se zampe a la heroína y a todos los que la acompañan. Porque sólo faltaba ver el final abierto: Alicia en la proa de un buque que se traslada a la China: ¿Será que pretenden filmar una secuela? ¡Voto a bríos! La Capitana Alicia y el Malvado loquesea....

Uffff.




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divendres, 16 d’abril del 2010

Con la cara limpia





Empezaremos, con muy mala educación, con una pregunta:

¿Cuántas actrices conocen los amables lectores que en la actualidad se atrevan a rodar una película entera sin maquillaje alguno? Quiero decir con la cara limpia, sin aditamentos, al natural, ni siquiera artificialmente afeadas por un maquillaje a tal fin destinado.

¿Cuántas?

Tomar esa decisión cuando a una la están conociendo en algún país como "La Divina", "El Rostro" o "La Esfinge Sueca", cuando una está ya meditando en plena juventud una retirada a tiempo que abra de par en par la puerta del olimpo cinematográfico, cuando a una se la rifan los productores y la tientan con ofertas millonarias, tomar esa decisión, únicamente está - de hecho estaba- al alcance de Greta Lovisa Gustafsson, aquella chica nacida en el frío nórdico que con tan sólo treinta y dos películas alcanzó un lugar de privilegio en una época muy determinada del cine marcando con su magnética presencia todas sus películas para dejarlo todo, recluyéndose casi, hasta fallecer hace veinte años, el 15 de abril de 1990.


Esto es lo que hizo la bellísima actriz conocida como Greta Garbo cuyo rostro puede todavía verse retratado en multitud de páginas en internet: un rostro enigmático paradigma de la comunicación, capaz de asombrar, enamorar, encandilar desde la gran pantalla, iluminando la sala de butacas con una mirada pletórica de significados.

Y lo hizo justamente cuando tuvo, en su penúltima película, la oportunidad de trabajar con un director al que admiraba: Ernst Lubitsch.

Le admiraba pero no hasta el punto de permitirle una cita ni en los estudios ni en la casa de él. La Garbo tuvo fama de ser muy profesional y hasta que no leyó y releyó el guión que se le ofrecía, no aceptó reunirse con el afamado director.

Un guión, todo hay que decirlo, que respiraba europeidad por casi todos los costados: el autor de la historia era el húngaro Melchior Lengyel y quienes se ocuparon de convertir la trama en diálogos filmables fueron el austríaco Walter Reisch, el americano Charles Brackett y el también austríaco Billy Wilder, todos ellos a las órdenes del director, Lubitsch, alemán de nacimiento.

Así que la sueca Garbo se encontraba como en casa, por así decirlo. Y en esa confianza, decidió que, para interpretar de for
ma inolvidable a la rusa Ninotchka lo mejor era dejar atrás cualquier maquillaje.

Ninotchka es una película rodad
a en 1939 y fue la penúltima actuación de Greta Garbo; y la primera comedia que interpretó, todo un reto y enigma porque la afamada actriz era la reina de los melodramas románticos, levantando pasiones multitudinarias que nunca se vieron reflejadas en las entregas de los premios Oscar, reacios al buen hacer de la sueca.

La trama puede simplificarse muc
ho contando que Ninotchka es una representante de la Unión de Repúblicas Rusas Soviéticas que aparece en la bella ciudad de París para controlar los movimientos que tres de sus camaradas, Buljanoff (Felix Bresart), Iranoff (Sig Ruman) y Kopalski (Alexander Granach) realizan supuestamente para negociar la venta de catorce valiosísimas joyas que el pueblo ruso requisó a la Gran Duquesa Swana (Ina Claire) quien tiene un amante, un protegido, llamado León (Melvyn Douglas), muy espabilado, señor de la noche y la juerga, que consigue engañar una y otra vez a los tres rusos pero quedará rendidamente enamorado de Ninotchka.

Y ella de él.

Naturalmente, la película pertenece a un pasado ilustre del cine en cuya época los guiones estaban repletos de frases inteligentes y con doble sentido, dando palos a diestro y siniestro: baste comprobar las intenciones de todo el grupo cuando en las primeras imágenes se nos sitúa asegurando que la acción transcurre en París, cuando una sirena era una jovencita de buen ver y cuando si un francés apagaba la luz de la alcoba no era precisamente porque hubiera amenaza de bombardeo sobre la ciudad.

A partir de ahí, amigas y amigos, hay que afinar el oído, porque las perlas no cesan de regalarnos la inteligencia.

Es un puro placer cinematográfico comprobar cuan fresca se mantiene una película que muchos críticos politizados a la izquierda han querido desdeñar por ridiculizar a los comunistas mientras otros críticos politizados a la derecha han querido ensalzar como base a sus particulares dardos dirigidos hacia la izquierda.

Una vez más, y como ocurre con la posterior obra de Wilder One, Two, Three, muchos demuestran mirar el dedo cuando se señala la luna: la cortedad de miras no es exclusiva de los políticos, está claro.

Lubitsch, que actúa también como productor, se adueña totalmente del guión pergeñado por esos genios inolvidables y nos muestra con su sabiduría cinematográfica una historia que gira alrededor del amor. El dominio del lenguaje visual de Lubitsch es un fulgor que incluso llega a opacar la belleza de la Garbo: sus acostumbradas elipsis aparecen justo en los momentos idóneos, manteniendo un ritmo endiablado de la acción, contando muchísimas cosas en apenas ciento diez minutos que pasan como una exhalación, siempre la cámara emplazada en el lugar perfecto y logrando de todos sus actores un trabajo inmejorable.

En la trama Lubitsch, máximo responsable al fin y al cabo, inserta burlas aceradas contra los bolcheviques que, débiles humanos como todos, cederán a las tentaciones de la comodidad y el lujo, incluyendo a la seria responsable venida del frío ruso que, enamorada, abrirá su mente a las supuestas ventajas de la sociedad regida por el libre capital, tampoco libre de chanzas, personificadas certeramente en la imagen de ese sombrero que domina la reseña, estrambote físico de apariencia absolutamente ridícula que acabará coronando la bella testa de Ninotchka, en la única escena en que la Garbo se permite maquillarse los labios apenas, como cediendo su personaje al canto de sirena del placentero París representado por el bon-vivant Leo, quien a su vez, ante el asombro de su criado -al que hace meses no le paga- tomará como lectura de noche la tesis de El Capital de Karl Marx.

Pero el amor no lo puede todo: Lubitsch, certeramente, dispone en el tramo final de una jugada oculta: las joyas del litigio, ese motivo para el encuentro de todos los personajes, serán motivo de dos decisiones: una, menospreciándolas para que el amor permanezca; la otra, sobrevalorándolas con pragmatismo por encima del amor sentido.

Un detalle del malévolo Lubitsch que probablemente, de haber rodado la película en Europa, hubiera cerrado a cal y canto. Sin final feliz. Y el resultado hubiera sido una comedia crítica y amarga.

Quizá demasiado amarga, porque el espectador, ante el espectáculo recreado por la maravillosa Greta Garbo y su no menos efectivo galán oponente, Melvyn Douglas, desea sobre todo, sobre cualquier adversidad, que la pareja acabe unida: Garbo demuestra dominar también el difícil arte de la comedia y uno no puede menos que lamentarse de la mala suerte que tuvo La Divina con algunas de sus películas al tiempo que desearía que por un milagro el tiempo se hubiera detenido y todavía hoy existiera una actriz capaz de expresar tristeza y alegría de la forma en que la Garbo lo hace en Ninotchka, con esos ojazos impresionantes y ese rostro casi perfecto sin mota de maquillaje, enamorándonos a todos mientras cae rendida de amor por León y nosotros de ella, capaz de hallar el tempo adecuado a cada escena y a cada réplica de un guión que debería ser de cabecera para cualquier aspirante a guionista, como cuando la Gran Duquesa Swana le dice con retintín:

- ¿Se preguntará de lo que hablamos?
- Entiendo perfectamente que León le regaló un perro.
- ¡Oh Dios mío! Debo estar perdiendo mi sutileza: Si no tengo cuidado, me entenderá todo el mundo.

El reparto elegido por Lubitsch funciona como un cronómetro ajustado a la brillante concepción del director de la forma de relatar una historia romántica pletórica de guiños malvados y corrosivos: los secundarios son fantásticos como siempre a las órdenes de Lubitsch y el montaje de Gene Ruggiero refuerza la visión de una caligrafía cinematográfica excelsa fotografiada con mucho mimo en un blanco y negro con una paleta de grises asombrosa fruto del buen trabajo de William H. Daniels que ilumina los vestidos y las estancias decoradas por el gran Cedric Gibbons con la inestimable colaboración de Edwin B. Willis en los decorados, recreando los fastos de un París que sólo existe ya en la memoria cinéfila de los afortunados que todavía se acuerdan que, en una época gloriosa, la gran actriz Greta Garbo pudo, al fin, trabajar con Ernst Lubitsch, y lo hizo sin trampa ni cartón, con la cara limpia.

Y con un sombrero muy, muy particular.





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dimecres, 14 d’abril del 2010

MM 37 THE PINK PANTHER



La semana pasada pudimos ver los fascinantes títulos de crédito de esa comedia de 1963 dirigida por Blake Edwards y seguro que alguien (por lo menos yo) se quedó con las ganas de más.

Lo cierto es que, andando por el medio dos insignes artistas, viene muy a cuento traer a colación en esta otra mini-sección, dedicada a los momentos musicales de películas que no son del género, la escena en la que la bella actriz-cantante Fran Jeffries canta Meglio Stasera (It Had Better Be Tonight), letra a cargo de Johnny Mercer (traducida al italiano por Franco Migliacci) y música de Henry Mancini:





Y antes que nadie me llame tacaño, vago, ruín y cosas por el estilo, ahí va la versión del famosísimo tema principal, tocada por el propio Plas Johnson al saxo bajo la atenta mirada del autor, Henry Mancini, que se cuida del piano:




Seguro que los han disfrutado como yo...



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dilluns, 12 d’abril del 2010

Pretendida comicidad




Aunque parezca mentira hay gente con posibilidad de tomar decisiones importantes que tiene buena parte de sus neuronas preocupadas en sandeces propias de analfabetos, fruto de una educación que ha despreciado la lógica y ha permitido que las más inverosímiles premisas tomen carta de naturaleza sabia y se conviertan en secretos iniciáticos.

El escepticismo es una buena costumbre que casi nadie practica en la vida cotidiana y la credulidad campa a sus anchas incluso en los lugares donde se deciden temas trascendentes.

Podemos ver en el vídeo rodado con el desfacedor de misterios James Randi lo que pasa en oficinas tan siniestras y se sabe que por increíble que parezca, hay gente muy crédula, ingenua, por no decir directamente estúpida, adoptando posturas que causarían hilaridad si no fuera por la indignación de constatar que la supuesta preparación intelectual de quienes ocupan algunos cargos no es más que una entelequia forjada a base de mercadotecnia barata, pura charlatanería.

Jon Ronson es un galés que en 2004 escribió y dirigió para la televisión británica una serie de documentales que pretenden denunciar prácticas un tanto extrañas: la serie, compuesta de tres capítulos, se titula The Crazy Rulers of the World, que vendría a titularse en castellano como Los alocados gobernantes del mundo.

El primer capítulo, presentado en noviembre de 2004, se titula The Men Who Stare at Goats y cuenta los avatares de una unidad ultra secreta del ejército estadounidense dedicada a experimentar con acciones parapsicológicas intentando desarrollar el poder de la mente humana en conceptos tales como la telequinesia, la lectura de la mente y su aplicación militar nada pacífica.

El documental puede verse aquí [+/-] en seis partes (el vídeo está sin editar y lleva publicidad)

Jon Ronson trabajó conjuntamente con el periodista John Sergeant, y cuando Ronson escribió un libro basado en el trabajo de ambos, se lo dedicó a Sergeant. El tema recibió un tratamiento serio pero evidentemente el inesperado conocimiento popular de tales maquinaciones no podía más que provocar la estupefacción y la risa burlona de los atónitos espectadores del Channel Four que pudieron ver el documental.

Cabe suponer que un aburrido día la pareja de amigos George Clooney y Grant Heslov, asociados en una productora llamada Smoke House se pusieron a mirar la tele y vieron el referido documental; sorprendidos, se dijeron: "podríamos hacer una película con esto"

Y ni cortos ni perezosos, pusieron manos a la obra.

Agarraron el teléfono, y contaron su brillante idea a sus amigotes de barbacoa Ewan McGregor, Jeff Bridges y Kevin Spacey: ¡Vamos a Nuevo México de farra, tíos!

Y de paso, rodamos una película que será chachi-piruli: la repera, tíos.

Para disimular un poco, contrataron a Peter Straughan y le encargaron que, sobre el libro y el documental de Ronson, escribiera un guión. Peter debió de darse cuenta que la cosa iba en coña y se lo tomó a cachondeo: para pasar el rato, vaya.

Así debió nacer la idea de rodar la película titulada Los hombres que miraban fijamente a las cabras (The Men Who Stare at Goats, 2009).

Los coleguillas actores, cuando se encontraron el primer día en el set de rodaje, debieron dejarle muy clarito al director, Grant Heslov, su postura:

"Mira tío, tú puede que escribas más o menos bien, pero como actor no levantas pasiones y no vas a jodernos estas vacaciones dándonos instrucciones: así que haremos lo que nos parezca, ¿vale?. O si no, nos vamos."

Se me hace difícil entender cómo caramba Heslov aceptó el trato, porque su guión de Good Night and Good Luck me gustó bastante; pero el resultado de su trabajo como director en esta especie de broma entre amigos deja mucho que desear y produce vergüenza ajena.

El guión perpetrado más que pergeñado por Peter Straughan está a la altura de la realidad de esas gentes que, en la época posterior al mayo del 68, creyeron toda esa parafernalia parapsicológica que resulta increíble en el documental y acaba siendo un verdadero tostón en una película que, acabada, no se sabe si pretende criticar, mostrar la estupidez de algunos, o simplemente hacernos reír.

Porque no consigue nada. Bueno, sí. consigue aburrir, adormilar. Y en sólo hora y media, todo un récord para los tiempos actuales.

Los personajes que comparecen están tan mal escritos que resultan increíbles y ni siquiera funcionan como parodia. Cuando nos lamentamos reiteradamente de las carencias de los guiones actuales, en ocasiones podemos llegar a pensar que hemos visto demasiado cine: puede que así sea; puede que películas (por llamarla de algún modo) como ésta se dirijan a espectadores neófitos, imberbes, que jamás hayan visto una buena película que sepa denunciar y divertir al tiempo. A eso, los informáticos le llaman multitarea, y ya lo inventaron grandes nombres del cine del siglo pasado: huelga citarlos, porque seguro que todos mis lectores los conocen sobradamente.

Por si fuera poco, esos personajes tan mal delineados, sin carácter ni apenas historia propia que resulte interesante, están representados por un grupito de buenos actores que van al tuntún, sin orden ni concierto, perdidos como cabras en medio del desierto, sin nadie que les dirija ni aconseje. Quizá es que no se dejaron, piensa el espectador.

El bueno de Jeff Bridges se limita a ofrecer un Levobski-2; Kevin Spacey hace lo que no suele: se extralimita y simplemente hace muecas y caricaturas; George Clooney, el eterno "recambio" de Cary Grant como galán todo terreno, se queda una vez más con su cara de lelo, como ya hizo en la última ¿comedia? de los hermanitos Coen (que ya tratamos aquí) y Ewan McGregor intenta no reírse de las gracias del trío veterano, no vaya a ser que se enfaden y le dejen fuera de la fiesta.

Un par de escenas que arrancan a duras penas la sonrisa que el incauto espectador confiaba en mantener no son más que la punta de un iceberg absolutamente peligroso que demuestra claramente que la mercadotecnia ha alcanzado límite insospechados, una perfección asombrosa: lo más notable de todo es precisamente que un bodrio como éste haya llegado a las pantallas y haya recibido la promoción que ha tenido, cuando debería haber salido directamente en dvd y únicamente para el mercado estadounidense, que quizá le encuentre la ventaja que, poniéndole muy buena voluntad, el espectador satisfará sus ganas de reírse de su propio estamento militar, usualmente objeto de grandes parafernalias propagandísticas.

Y se acabó. No hay más. Si no la han visto, pueden ahorrársela. En serio.

¿Cómo? ¿La trama? No: mejor vean el documental.


Plus: Pueden leer las quejas del periodista John Sergeant a George Clooney aquí.





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divendres, 9 d’abril del 2010

G.A. (9)



Nacido hace ahora ciento diez años en Milwaukee, Winconsin el seno de una familia de raíces irlandesas, el padre vendedor de camiones, católico, y la madre, nacida protestante pero conversa a la Iglesia de la Ciencia Cristiana (una de tantas en los Estados Unidos), el joven Spencer Bonaventure Tracy carecía de antecedentes familiares que le impulsaran a una vocación artística.

Con dieciséis años cumplidos se encontró como compañero de escuela a Pat O'Brien y ambos, al año siguiente, 1917, se enrolaron en el ejército interviniendo en la llamada Primera Guerra Mundial.

Por suerte, el joven que luego se haría famoso permanecería en los astilleros navales durante toda la guerra, trabajando en labores más propias de obrero que de soldado en la base naval de Norfolk.

Terminada que fue la contienda, en 1921 Spencer Tracy inició sus estudios de interpretación.

No fue hasta nueve años más tarde que, trabajando en una obra de teatro en Broadway, Spencer tuvo la inmensa suerte de ser visto por John Ford, quien no dudó un instante en ofrecerle un papel en su película Up The River, donde coincidió con otro novato, un tal Humphrey Bogart. Tracy había intervenido en tres cortometrajes, y desde luego, estrenarse en un largometraje de John Ford, no está al alcance de cualquiera.

La carrera cinematográfica de Spencer Tracy abarca más de setenta títulos rodados entre 1930 y 1967, lo cual es un magnífico promedio, máxime cuando contiene verdaderas joyas de la cinematografía estadounidense del pasado siglo.

Su forma de trabajar, siempre eficaz y aparentemente sencilla, huyendo de histrionismos llamativos, dota de una fuerza y naturalidad a todos los personajes que incorporó a las órdenes de los grandes directores de su época, confiados siempre en la solvencia de Spencer Tracy: sin ser un apuesto galán, su forma de moverse y de actuar conseguía llenar la pantalla y dotar de autenticidad a los personajes y la fiablidad de su trabajo, sin errores, le hizo merecedor del aprecio de los profesionales del medio y de los espectadores que podían muy fácilmente sentirse identificados con aquel tipo de casi metro ochenta que fue envejeciendo con una dignidad asombrosa, tanto si se trataba de representar tipos duros de roer como de hombres profundamente enamorados: es decir, que Spencer Tracy supo lidiar con toda clase de tipos, tanto en la comedia romántica, el cine de aventuras o el cine más serio dramáticamente hablando.

El público le adoraba y sus compañeros de viaje también; nominado en nueve ocasiones al premio Oscar al mejor actor, consiguió la estatuilla en dos ocasiones.

Resulta muy difícil decidirse por una sola de sus actuaciones, pero me he inclinado por ofrecer la que fue su representación póstuma: su última nominación al mejor actor del año por su trabajo en una película que ya se comentó aquí :

Aunque puede que no sea su mejor actuación, creo que verla es todo un homenaje a su larga y fecunda carrera que tan buenos momentos nos deparó:

Vean, si les place, el monólogo de Spencer Tracy en: Guess Who's Coming to Dinner




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dimecres, 7 d’abril del 2010

Internet y Libertad de Expresión (1)



Está claro que el mundo está cambiando: las nuevas tecnologías ofrecen ilimitados campos de información que en ocasiones se presentan sesgadas y faltas de veracidad, sometidas a intereses ocultos.

Internet, la red de redes de información, nos permite conocer al instante noticias que, de otro modo, nos llegarían tras haber transcurrido por un sin fin de cedazos y filtros interpuestos.

Uno de los defectos de internet es la falta de rigor que ataca frontalmente a la credibilidad del medio, así como la reiteración de la información por el mal uso del copiar y pegar sin indicar las fuentes, lo que en ocasiones conduce a lo que venimos en llamar "efecto viral" que puede obstaculizar el conocimiento de hechos verídicos e incluso desinformar al ciudadano sirviendo a intereses insospechados: a eso lo denominamos con vocablos anglosajones como "hoax" y "spam" cuya traducción al castellano ahora mismo no me preocupa tanto como para dar una alternativa.

Por motivos que aparcaré momentáneamente, ya llevaba días meditando realizar una entrada en este bloc de notas exponiendo mi opinión, más que nada para quedarme tranquilo y expulsar catárticamente unos pensamientos que me reconcomen, centrados en la temática de este bloc, el mundo del cine y allegados.

Hete aquí que, consciente de los defectos de internet, también, como no, soy defensor a ultranza del medio y observo con temor pesimista el agrado con que los poderes contemplan las cortapisas que se pueden instrumentar para capar directamente la libertad de expresión que, de momento, se puede disfrutar en la mayoría de países; todos hemos oído voces de censura en países lejanos y hay un refrán castellano que habla de poner en remojo las barbas de uno cuando las del vecino veas afeitar.

Puede que muchos ya hayan tomado conocimiento de una noticia que literalmente me ha explotado en la cara dejándome anodanado: no por impresionante: más aun, por el significado de tener la oportunidad de tomar conocimiento de la misma y en la forma en que se presenta.

Un vídeo real que demuestra claramente que, de no ser por internet, muchas acciones deleznables quedarían ocultas en el marasmo de noticias de papel escrito que nos llegan mediatizadas o, lo que es lo mismo, filtradas y censuradas.

Advierto que les puede dejar mal cuerpo y haga hervir su sangre.

Pero si no han intuido de que estoy hablando, tómense quince minutos de su tiempo y hagan click en el siguiente ENLACE


Resulta sorprendente comprobar la escasa moralidad de unos tipejos que han metido en una guerra más que discutible: parece que sean adolescentes jugando con su video consola dándole al gatillo para abatir monigotes cuando en realidad están destruyendo vidas humanas.

Me pregunto qué clase de especímenes subhumanos y en que condiciones mentales se hallan los que viajan en ese mortífero artefacto denominado apache cuando debería llamarse buitre, por semejarse más al ave carroñera.

Falta ver cuanto tiempo aguantará ése vídeo en internet, porque de momento ya hay uno de la colección que está vetado, como puede comprobarse en el siguiente enlace censurado : (EXPOSED! Wikileaks - Shocking USA army footage of murder and indiscriminate killing of innocents)


La verdad es que en ocasiones como ésta uno siente verdadera envidia por la libertad de expresión que, al parecer, disfrutan los periodistas estadounidenses, cuyo valor al enfrentarse al poder no deja lugar a dudas, como puede verse en la siguiente entrevista televisiva

Resulta evidente que la noticia ha saltado en los medios después de aparecer el vídeo hace dos días y que ya ha sido visto en 711.504 ocasiones al momento de redactar esto.

Ése es el poder de internet.

Fuentes:

La Vanguardia

WikiLeaks

Collateral Murder








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dilluns, 5 d’abril del 2010

TC (7) THE PINK PANTHER (1963)




Cuando los ordenadores eran una entelequia del futuro y el talento se unía al esfuerzo de verdaderos profesionales, uno iba al cine y, después de los acostumbrados cortos publicitarios se encontraba, de repente, con introducciones como la que sigue.

Prepárense para escuchar una fantástica sintonía musical obra del gran Henry Mancini que sirve de fondo a unos títulos de crédito realizados por De Patie-Freleng Enterprises, Inc., como preludio a una desternillante comedia.

Ambos conceptos, música y títulos de créditos animados, con una sincronía y un humor especialmene relevantes, han sido versionados e imitados hasta la saciedad, pero conviene recordar la primera ocasión que aparecieron en una sala oscurecida para gozo de los espectadores.

¿Pueden hacer click, por favor, en el enlace que sigue, después de haber conectado sus altavoces?

The Pink Panther (1963)

¿Hay alguien que hasta ahora no haya visto jamás esta maravilla?



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dijous, 1 d’abril del 2010

Rompe cráneos



Hoy es uno de esos días en que no he tenido tiempo de preparar con calma una entrada que merezca la atención de los amables lectores.

Pero para no dejar sin nada con que pasar el rato, se me ha ocurrido que quizá un par de entretenimientos nada cinéfilos sirvan para solaz en un día festivo que precede a otros días festivos: con tiempo por delante de holganza, puede que alguien consiga salir triunfante del empeño que a continuación se ofrece:



Mueve con el ratón y salva las bolas, si puedes...



El misterio de la balsa: Pasa al otro lado a todos, si puedes...


Y si no les place jugar a partirse el cráneo, siempre pueden escuchar a Ray Charles


Para la semana que viene, volveremos con más cine.... espero....




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