El indolente
Si en medio de una agradable conversación cinéfila surge el interrogante relativo a títulos de películas dirigidas por Luchino Visconti probablemente las rápidas respuestas oscilarán entre Muerte en Venecia y El Gatopardo y quizás alguien orgullosamente se acuerde de Rocco y sus hermanos y supongo que coincidiremos en que entre esas películas hay un nexo de unión basado en las pasiones humanas de todo tipo además de coincidir las dos primeras en ser una aproximación cinematográfica a novelas de renombre.
La proverbial querencia de Visconti hacia textos literarios como fuente de guiones espléndidos podría llevarnos a una limitación si nos olvidamos que entre Il Gattopardo y Morte a Venezia hay una incursión literaria que sin las manos hábiles de Visconti seguramente hubiese comportado un sonoro fiasco, porque arremeter con una novela de Albert Camus que se dedica a juguetear sutilmente con ideas filosóficas de enjundia provocando sensaciones tan dispares al punto que el propio autor tuvo que salir a la palestra para especificar que sus intenciones eran otras, negando la limitación que suponía pretender única y exclusivamente difundir el existencialismo, corriente de la que estuvo muy cercano.
La novela aparecida en 1942 pero escrita ya antes de 1940 titulada El extranjero según intelectuales de la talla de Mario Vargas Llosa es el mejor libro escrito por Albert Camus y es muy posible que fuese la principal razón de que se le otorgara el Premio Nobel de Literatura al cabo de dos años.
Confieso que desconocía la novela hasta haber visto la película que sobre ella dirigió Luchino Visconti y me empeñé en obtenerla y leerla y no me arrepiento en absoluto porque ha sido una experiencia enriquecedora.
El texto de Camus es breve y conciso: apenas se permite algún ligero momento de abundamiento expresivo para situar la acción y como suele suceder en las grandes obras, los conceptos fluyen en el discurso de la trama gracias a comportamientos y diálogos que los ponen de manifiesto para el lector que, en este caso, deberá aplicar su inteligencia para adivinar y comprender la hondura de las ideas con las que está trabajando el autor. La liviandad de la literatura, del arte del escritor, es un descanso para el lector que lentamente asimila una forma de ser que podría atribuirse como indolencia, como indiferencia, quizás como práctica de la teoría existencialista, pero el autor y sus relatores literarios no están totalmente de acuerdo en la ajustada interpretación de un protagonista, un tal Mr. Meursalt quien tampoco se preocupa en absoluto de ayudar a esclarecer nada que le sea cercano.
En lo único que hay coincidencia es en que El extranjero es una novela muy interesante, riquísima de contenidos y ligera de condimentos, una pieza que no debería faltar en toda librería que se precie.
Ahora, pongámonos en situación: más de veinte años después de la publicación de El extranjero, nadie, ni siquiera ningún elemento de la archi publicitada "nouvelle vague", había tenido redaño de aproximarse con una cámara de cine a tan intrincada novela y tuvo que ser el italiano Visconti el que agarrara el toro por los cuernos y realizara en 1967 Lo Straniero, una faena admirable, sin fisuras, sin hacer trampas al solitario, sin recortar ni disimular la propuesta literaria sobradamente conocida, llevándola a la pantalla siguiendo la novela casi puntualmente, usando muchos de sus mismos diálogos como si se tratase de un guión literario sobre el que el ya afamado director construyó un guión cinematográfico a la vez austero y sobresaliente dejando para los diálogos la responsabilidad en el autor literario y para las imágenes un control del tempo exhaustivo que revolotea eternamente la figura de un protagonista impertérrito interpretado obviamente por un gran actor que en manos de Visconti sepa hacer de la indolencia vital una forma de expresión deslumbrante.
La elección de Marcello Mastroianni para interpretar a Mr. Meursalt se halla revestida de toda lógica porque, aparte de tener la edad idónea, de entre todos los enormes actores italianos del siglo pasado -dejando aparte a Vittorio de Sica, que no encajaba en el tipo- Mastroianni fue un maestro de la contención expresiva apoyada en una suave voz capaz de ser modulada de cualquier forma y siempre la más adecuada, así que ya tenemos a ése tipo al que su creador adjetiva como "El extranjero" sólo porque es un francés que está viviendo en Argel aunque me temo que el título se adoptó ante mil dudas cortando por lo sano.
Porque Mr. Meursalt no es un extranjero en Argel: se siente muy a gusto e incluso llegará a rechazar una oportunidad de aumentar sueldo y cargo con traslado a París por pura indolencia, la misma que le lleva a admitir a su amante Marie, levantándose del lecho en el que ambos han pasado la noche, que no la ama: pero que si ella quiere, no se opone a casarse con ella: le da igual. La película seguirá exactamente los pasos de la novela, conformada en dos partes diferenciadas cuyo eje es la muerte de un árabe a manos de Mr. Meursalt y en la segunda parte la férrea indiferencia del protagonista será contrapunto de una administración de justicia que nos sorprenderá como poco.
Visconti filma a placer el desarrollo de la trama moviendo la cámara con su elegancia aún sin contar con excelsos escenarios, demostrando que también en la sordidez y la escasez se desenvuelve con firmeza enseñando en todo momento sus cartas con naturalidad y economía de medios físicos y materiales ahondando en la precisión de sus remarques la importancia de los conceptos que la forma de ser de su protagonista pone sobre la mesa en un juego de cartas en el que las estrategias, de haberlas, se hallan en el otro lado, porque Mr.Meursalt se niega en redondo ni siquiera a sostener una intervención positiva que le favorezca.
Es de advertir que, desconociendo la novela y sin idea alguna relativa a la película, ésta causa extrañeza al principio por la actitud del protagonista, pero la forma de dirigir de Visconti y desde luego la presencia de Mastroianni (imprescindible disfrutar de su arte en v.o.) engancha y no te deja ir y poco a poco adviertes que hay una trama que lleva cargas de profundidad, porque es una de aquellas películas sesenteras que hacen del cine un medio artístico que también es una expresión intelectual y que más allá de conseguir que pases una hora y tres cuartos enganchado a la pantalla, luego, cuando has dejado pasar cinco minutos de silencio, te das cuenta que hay tema para rato y que quizás harías bien en leer la novela.
[Nota Bene]
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