Paul Haggis es un hombre de cine, no hay duda: escritor, guionista, productor y hasta director de cine con cuatro premios Oscar en su bidé, afrontó el año pasado una historia de Mark Boal que el mismo Haggis guionizó y dirigió, una historia que nos habla de la actual situación de guerra en Iraq.
Titulada con un nombre de reminiscencias bíblicas, En el Valle de Elah (In the Valley of Elah, 2007), es una película que se refiere constantemente al conflicto iraquí pero no exactamente una película bélica, ya que las acciones de guerra que veremos son simples recuerdos almacenados como vídeos en el teléfono móvil del soldado de primera Mike "Doc" Deerfield, que ha desaparecido a la vuelta de Iraq, no habiendo regresado a su base en los Estados unidos.
Su padre, un encallecido ex-sargento de la policía militar, Hank Deerfield (Tommy Lee Jones ), decidirá ir en su búsqueda y, llegado a la base, a los pocos días se le notifica que su hijo ha sido asesinado, descuartizado y quemados sus restos. Hank encontrará el teléfono móvil de su hijo y visionará una y otra vez los vídeos grabados, en muy malas condiciones técnicas, con retazos apenas vistos y escuchados de sucesos presenciados por su fallecido hijo en Iraq. Se establece una pugna entre la policía militar y la civil para investigar los hechos del asesinato, pues los restos serán hallados en un terreno que casualmente ha sido recientemente adquirido por los militares, pero una detective, Emily Sanders (Charlize Teron ) ayudará a Hank en la investigación, al suponer que el asesinato se cometió en otro lugar y que sólo los restos fueron movidos a terreno militar.
La inveterada costumbre de los USA de iniciar guerras en países ajenos se observa desde luego de forma muy distinta en función de los ojos que miran. Muchas han sido las películas que han relatado experiencias traumáticas de los veteranos de vuelta de esas contiendas; referidas a la guerra del Vietnam, me vienen a la memoria, por ejemplo, El Regreso (Coming Home) y El Cazador (The Deer Hunter), ambas de 1978, donde se explora a fondo las repercusiones de la guerra en los soldados.
Hay una gran diferencia entre las citadas y la presente: en la guerra del Vietnam fueron muchísimos los estadounidenses que participaron sin otra elección y casos de rebeldía como el de Muhammad Alí fueron notables en la época. Hoy, el ejército de los USA es profesional y los que se alistan lo hacen porque quieren, bien por hallar un trabajo bien remunerado, bien porque les gusta la milicia o las armas, bien por la aventura, o por cualquier otra razón.
Para un europeo es muy interesante entretenerse un rato leyendo los mensajes que diversos usuarios han escrito en el foro de IMDB; la perspectiva desde el punto de vista estadounidense es variada, pero siempre, en cualquier caso, alejada de la mirada europea. Recomiendo mucho un vistazo al foro.
La propuesta de Haggis parece de entrada una crítica a fondo respecto a la intervención armada estadounidense en Iraq, máxime cuando ya es vox populi que las supuestas razones de su inicio han devenido en falsedades constatadas. La disputa entre el mundo civil, representado por ése ex-sargento que mantiene una ideología castrense ultraconservadora (se pone una camisa mojada al ver acercarse a la detective) y por la denostada detective Sanders -que recibe palos dialécticos y burlas de sus machistas compañeros- y el mundo militar, representado por el teniente kirklander, de inicio nos dará la sensación que por parte del estamento castrense se intenta ocultar las verdaderas razones y motivos del asesinato, sospecha alimentada por los maltrechos vídeos que iremos viendo de las actividades del difunto "Doc" en Iraq, llegando a la conclusión que éste vio en la contienda algo que no interesa se haga público, máxime cuando el espectador -europeo, por lo menos- ya está avisado acerca de los episodios de torturas y asesinatos cometidos por las huestes estadounidenses con total gratuidad y de forma atroz sobre prisioneros de todo tipo, objeto de las más aberrantes vejaciones por parte de los salvadores del mundo.
Pero no: lo que parecía una crítica sobre la ocupación de Iraq (podríamos discutir largo y tendido la diferencia entre ocupación y guerra), acaba por ser un meloso estudio del supuesto cambio de condición de quienes, heroicos soldados estadounidenses, cuando regresan a casa, se han convertido en seres totalmente distintos. Hank, soldado chapado a la antigua, ultraconservador, se queda pasmado al comprobar como su retoño ha hecho cosas que no imaginaba. Pero no se escandaliza nadie cuando uno de los compañeros de "Doc" asegura que la estancia en Iraq fue una pesadilla y que para él lo mejor sería que lanzaran sobre Iraq material suficiente para arrasar con todo: y nadie pestañea siquiera.
La presencia de una reconocida activista como Susan Sarandon como esposa de Hank y madre de los dos hijos que con él tuvo, ambos soldados profesionales y fallecidos (¡¿No me podrías haber dejado al menos uno de mis hijos?!) queda en agua de borrajas en una película bien desarrollada pero que se queda muy, pero que muy corta, en su crítica a una situación bélica impuesta por los USA, con algunas actitudes panfletarias decididamente contemplativas, sorprendentes por lo menos para este comentarista, a quien la última escena, con la bandera boca abajo, en señal de solicitud de ayuda, queda en mera anécdota que no salva el condescendiente mensaje de toda la historia, centrada en un supuesto cambio de personalidad sufrido por el combatiente que, no lo olvidemos, es un profesional que cobra y que no ha sido obligado por nadie a viajar a otro país para matar a otras personas.
Una propuesta decididamente blandengue que no resiste la comparación con las obras citadas del 78 y otras muchas más que seguramente aflorarán en la memoria del cinéfilo que haya tenido la paciencia de leer hasta aquí.
En 1981 Herbert Ross tuvo la feliz idea de trasladar al cine la exitosa serie británica Pennies from Heaven, producto de la enfebrecida mente del extraordinario guionista Dennis Potter.
Una mirada nada complaciente a la época de la depresión con la inserción de números musicales en una forma inventada por Potter.
Por su originalidad y por ser una demostración de la enorme versatilidad de un gran actor, ahí va una escena que a buen seguro encantará a las damas:
Let's Misbehave (Cole Porter)
p.d.: No pierdo la esperanza de ver algún día la serie televisiva, de 1978, debidamente subtitulada en castellano. Hay que ser optimista, dicen...
La foto que encabeza es la respuesta al Examen de Cinefilia (Parte IX)
Además, es para mí la perfecta representación de una diversidad de formas de entender la vida que sustentan el relato de una película que el astuto Billy Wilder, ya en edad de jubilación (los genios, empero, no se jubilan nunca) realizó basándose en una idea de su amigo Samuel A. Taylor que guionizó juntamente con su otro amigo I.A. L. Diamond un trío de ases vencedor en toda regla en el campo de la ironía y el sarcasmo dotado del más brillante humor.
En la foto podemos ver al ejecutivo estadounidense Wendell Armbruster Jr. (Jack Lemmon ) como trata con sus propios calcetines negros ocultar, sin conseguirlo, la visión de los pezones de la londinense señorita Pamela Piggott (Juliet Mills) , desnudos ambos como están encima de unas rocas cabe la isla de Ischia, frente al legendario Vesubio.
¿Cómo han llegado hasta ahí? ¿Qué pasa después? Trufemos de "spoilers" el comentario, no en vano se trata de una película rodada por el comediante Billy Wilder en el año 1972: titulada inapropiadamente en España como ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?, Avanti! pertenece a esa saga de muy buenas películas que, formando parte de la filmografía de un gran cineasta, por motivos inexplicables ha sido comúnmente menospreciada como obra menor. Claro que cualquier director actual daría algo más que un dedo por apuntársela en su currículo.
Bajo la apariencia de una comedia amable, el gran Billy despliega un ataque demoledor a la sociedad estadounidense -otro más en su fecunda carrera- con unas cargas de profundidad basadas en diálogos chispeantes, ocurrentes y divertidos, a una velocidad tan bien dosificada como sólo los genios saben planificar.
Wendell Armbruster Jr. es un acaudalado ejecutivo de la compañía familiar presidida por Wendell Armbruster Sr., una amalgama de negocios de todo tipo que le permite hacer esperar a un avión hasta que en su jet privado llega hasta la mismísima escalerilla de acceso. Vestido con su ropa de jugador de golf y provisto de un maletín de mano se introduce en el avión, tomando asiento en primera clase al lado de un obispo que, aterrorizado ante el inminente despegue, no hace más que rezar compulsivamente un rosario. Vemos a Wendell cambiarse de asiento y murmurar unas palabras al oído de un hombre, procediendo ambos a entrar en el aseo del avión. Las azafatas al verlo llaman incluso al comandante de la nave y todos están pendientes de la puerta del aseo que se abre dando paso a los dos hombres, que se han intercambiado atuendo. El obispo vuelve a rezar frenéticamente su rosario, evidentemente escandalizado.
Este inicio, sin palabra alguna, define la socarronería de Wilder.
La sorna e ironía del gran Billy se despliega por momentos y hay que estar muy atento para no perderse ni un detalle, aunque el resultado final no se resiente por la pérdida de alguna broma ya que el conjunto quedará perfectamente dibujado.
Armbruster viaja hasta la bella Ischia con el doloroso deber de recoger los restos de su padre, Wendell Armbruster Sr., que finaliza de forma trágica su décimo veraneo mediterráneo. Quizá por la causa, Wendell se nos antoja un hombre desabrido, malencarado, amargado, que lo quiere todo a la voz de ¡ya! y chocará con la forma de entender la vida de los italianos:
Armbruster: "¿Tres horas para almorzar?" Carlucci: "Sr. Armbruster... aquí no nos vamos corriendo a la cafetería a comernos un bocadillo con un refresco, aquí vamos piano, piano. Cocinamos nuestras pastas, luego les echamos queso, bebemos vino y amamos" . Armbruster: "¿Entonces qué hacen por las noches?". Carlucci: "Volvemos a casa a ver a nuestras esposas."
Carlucci (Clive Revill ) es el director del hotel en el que se hospedaba el finado; llegan a su puerta, y el agrio Wendell dice:
Wendell: No se parece en nada al Ritz. Carlucci: (Muy orgulloso) Muchas gracias, señor Armbruster.
El estadounidense se queja porque los grifos señalados con la "C" dan agua caliente en vez de fría ("cold") y se exaspera porque su modo de vida choca frontalmente con todo lo que encuentra. Incluso la presencia de una joven británica, londinense por más señas, una tal Pamela Piggott a la que ha conocido en su periplo desde Roma a Ischia, le parece una persecución insoportable. Pero resultará que Pamela es la hija de la acompañante de su padre en el fatídico accidente de coche que acabó con la vida de ambos. Intentando ser amable, después de su metedura de pata, Wendell tratará condescendiente a Pamela, hasta comprender que su padre, el honorable Wendell Sr., mantenía una relación con la difunta Mrs. Piggott.
El escandalizado Wendell Jr. se pone a gritar frenético contra la figura de su padre que, poco antes de fallecer, tuvo un "lío" con una inglesa. Pamela, orgullosamente ofendida por el trato dado por Wendell a su madre, le aclarará que no fue un amor de un verano, sino un enamoramiento mantenido durante los diez años que se vieron como marido y mujer en Ischia, lo que hará que Wendell, prototípico estadounidense calvinista se derrumbe al conocer la verdadera idiosincrasia de su propio padre que ocultó a su esposa e hijo dilecto tal relación extraconyugal por una década.
Billy Wilder aprovecha el enredo sentimental para arremeter con precisión y sin falsas posturas morales contra la hipocresía de la sociedad estadounidense; el escandalizado Wendell contrasta vivamente con la naturalidad con que Pamela desde el primer momento ha sabido la relación de su madre, admirando y envidiando a un tiempo la felicidad que la misma aportó a la difunta, pese a la necesaria brevedad de los encuentros amorosos, del 15 de julio al 15 de agosto de cada año. Para Wendell Jr. la situación es de clara sorpresa, al comprobar cómo todos los componentes del hotel, desde el director hasta el conserje, el maître, el barman y los músicos de la orquesta recuerdan con cariño a su padre, expresando sinceramente sus condolencias por el fallecimiento, entendiendo que esa expresión sincera de unos para él desconocidos choca contra el multitudinario entierro que se halla preparado en Baltimore, en el que se cuenta con la presencia del Secretario de Estado,Mr. Henry Kissinger, para rendir honores al magnate fallecido.
El comportamiento de Wendell Jr. como omnipotente estadounidense que obtiene allá donde va la aquiescencia de todos se ve mermado por el natural comportamiento de todos esos "extranjeros" que, siguiendo sus cotidianas costumbres, parecen querer entorpecer sus deseos. El orgulloso yanqui se las ve y desea para seguir adelante con su acelerado plan, presentado por Wilder como prototipo del estadounidense que, cegado por su ignorante orgullo, piensa que todos están a su servicio, absorto en su propia importancia, comprobando en su propia carne cuan distinta es la realidad. La falta de respeto del estadounidense por las culturas ajenas se irá diluyendo de forma progresiva al tomar conciencia Wendell Jr. que los demás no tienen la más mínima intención de doblegarse a sus deseos, mientras comprueba estupefacto cómo la figura paterna va cambiando al entender que donde realmente se sentía feliz su padre fue en Ischia, un mes cada año, convirtiéndose de temible tiburón de las finanzas en adorable enamorado de una mujer que siempre le ocultó ser únicamente la manicura del hotel Savoy de Londres.
Un choque de clases sociales y de mentalidades que se muestra diáfano cuando, siguiendo a Pamela, Wendell consiente en bañarse desnudo al alba gozando de la vista del amanecer sobre el Vesubio, como lo hacían sus padres cada mañana. Cuando la desnuda Pamela saluda feliz a unos pescadores, Wendell se saca sus calcetines negros para intentar tapar púdicamente aquello que Pamela con naturalidad asombrosa para él (y más para la época) muestra ella sin recato alguno.
Wilder no deja de meter puyas cuando dice
Carlucci: Dígame, Sr. Armbruster:¿Lo de los calcetines negros, era para guardar luto?
Porque Carlucci ha visto las fotografías de la pareja desnuda que tomó...
No: dejemos cosas en el tintero, para no destrozar el ingeniosísimo guión que entremezcla diversas líneas argumentales para mantener una historia que se sigue, tantos años desde su rodaje, con la misma frescura que si hubiera sido rodada ayer. Un guión fantástico, brillante, que sabe tratar a un tiempo la crítica ácida y corrosiva de una forma de ser y pensar con la presentación de unos personajes inolvidables, aún cuidando los gestos que deberán hacer como parte de su personalidad; con críticas cinéfilas incluídas en guiños de la actualidad de la época e incluyendo tramas de intriga que servirán para divertirnos mientras de nuevo inciden como torpedos en la línea de flotación principal, la forma de ser de los prepotentes estadounidenses; nada se queda al azar y todo tiene un fin concreto que se revela conforme avanza el metraje.
Una historia actual, quizás porque nada parece haber cambiado en tantos años; los estadounidenses no parecen haber aprendido nada de las burlas que Wilder convierte en acerada crítica a una forma de ser y pensar en definitiva provinciana, mostrando un orgullo cerril que impide entender y respetar la importancia de otras formas de ser, sentir y pensar.
Los acontecimientos producirán en Wendell un cambio de mentalidad; la postura de Pamela, que nada quiere de él salvo su cariño, negándose a recibir ayuda económica del potentado estadounidense pese a ser una manicura con ciertas dificultades económicas, le harán entender que el dinero no puede con todo; el aprecio de Carlucci por los difuntos y el honor con que los italianos de Ischia miembros del hotel tratan la memoria de su padre y de su decenal amante, le sorprenderá y, a la postre, aceptará de buen grado que quizás su padre era un hombre afortunado y se aprestará a restituirle como ejemplo, respetando de nuevo la figura paterna, reconciliándose consigo mismo.
Wilder caricaturiza con buena mano a todos los que pasean frente a su cámara: la hermosa Pamela (impresionante Juliet Mills) tiene complejo de gordita, pero adelgaza con los momentos de felicidad que halla con el cada vez más tierno Wendell (Jack Lemmon, como siempre, perfecto), y los personajes italianos, encabezados por Carlucci (una creación magnífica, superlativa, del gran actor australiano Clive Revill), ora tienen ese aire picarón, ora parecen remedos de mafiosos que saben discutir un precio con mucha más maña que el propio ejecutivo Wendell Armbruster Jr., que acaba pagando lo que le piden.
Armbruster: Déjeme a mi, Carlucci, usted no sabe negociar. ......../...... Carlucci:(después que Armbruster acabe pagando lo que le piden) Yo no lo hubiera hecho mejor...
Con muy mala leche, Wilder se mofa, en fin, incluso del entrometimiento del todopoderoso Estado, cuyo representante, el pesado de J.J. Blodgett (Edward Andrews) aparece con un helicóptero de la armada sin haber sido llamado, con la intención de acelerar el trámite de la exportación del cadáver, una burla constante del gran Billy que además no se priva de un ataque frontal:
Blodgett : "¿Baños de lodo?". Carlucci: "Famosos en el mundo entero, curan el reumatismo, la artritis, neuritis, flebitis, dolencias urinarias, hiperacidez... impotencia." Blodgett: "¿De veras? vaya... quizá me fueran bien para mi...eeh... 'acidez'." Carlucci: "Le aseguro que después de los baños tendrá usted la 'acidez' de un chico de 20 años."
Hace cinco días que, como aquella musiquilla que a uno le repite hasta la náusea, me vino a la mente esta magnífica película y, pese a que llevaba casi un año sin verla, decidí dedicarle un comentario; felizmente, mi prudencia me inclinó a revisarla y, aunque recordaba casi la totalidad de los detalles, no puedo menos que agradecer a ese bicho persistente en mi mente la oportunidad de verla de nuevo, pues he constatado que el goce y disfrute siguen incólumes.
Si ya la conocen, repitan; si no la han visto: ¿a qué esperan?
Siempre he admirado el talento desplegado por los nuevos charlatanes, herederos de quienes antaño iban con sus vehículos de pueblo en pueblo vendiendo sus productos mediante una verborreica glosa de las bondades de lo que vendían.
Ahora lo llaman mercadotecnia, pero el truco sigue siendo el mismo: el mejor aceite de oliva del mundo se vende en Italia, pero procede de las cooperativas de Lleida, España, donde se encuentra el dorado jugo de las olivas arbequinas; es un ejemplo, pero podríamos citar cientos. La técnica de saber vender mejora la visión del producto en venta.
Soy un tanto escéptico: prefiero los quesos españoles a los franceses, por mucha propaganda que estos reciben. Cuestión de gustos, claro: pero quien no ha probado, por ejemplo, la Torta del Casar, no puede discutir de quesos; uno puede hablar horas y horas de las bondades de un queso francés, pero se quedará sin habla al catar un buen Cabrales acompañado de una copa de un buen Priorat.
Los estudios hollywoodienses son maestros en mercadotecnia, "marketing" para los más snobs: nos venden cualquier cosa y lo hacen muy bien: es su especialidad, realmente; antes hacían muy buenas películas; ahora descollan como nuevos charlatanes.
Todo este farragoso prolegómeno viene a cuento por las sensaciones despertadas por la última película que cuenta las andanzas de Batman, titulada en España como El Caballero Oscuro (The Dark Knight, 2008) y por algún comentario que he leído en diferentes lugares, todos después de haber visto la película hace ya unos días, excepto el comentario del amigo Faraway que, residiendo al otro lado del Atlántico, la vio mucho antes.
Aunque sea redundante a estas alturas poner de manifiesto la inmensa campaña propagandística que ha precedido el estreno, un verdadero baño de información muy bien planificada durantes meses, dejemos constancia de ello para lectores que puedan caer por aquí dentro de un tiempo. La desafortunada defunción del joven actor Heath Ledger fue el chupinazo de partida de unos sanfermines publicitarios que han desembocado en el multitudinario estreno agosteño a este lado del océano Atlántico.
Para este comentarista, lo mejor de esta segunda entrega de la batmanía de los hermanos Nolan, Christopher como director y Jonathan como guionista, reside en la interpretación del difunto Ledger, que da cuerpo a un malvado Joker con el punto de histrionismo necesario para representar al famoso villano de la siniestra sonrisa, un trabajo que deja en evidencia las carencias de quienes le precedieron en el empeño así como las limitaciones de un Christian Bale que en la presente ocasión se limita a vestirse con la máscara más del 80 por ciento del tiempo que ocupa en pantalla ya que la presencia de la dualidad Batman-Wayne se ha reducido ostensiblemente a un estereotipo apenas apuntado.
The Dark Knight ha sido un exceso de mercadotecnia y es un exceso de película: sus 154 minutos de duración son un lastre que no cabe achacar al buen hacer del montador Lee Smith que consigue ocasionalmente mejorar la endeble dirección de las escenas de acción -muchas y variadas- que alberga el más que generoso metraje; sin llegar a aburrir, sí llega un momento en que uno ya está deseando que se acabe la película, más que nada por la confusión que reina en la historia, con demasiados hilos argumentales que se cruzan, en la supuesta intención de trascender a lo que realmente es: un tebeo ilustrado, una aventura gráfica llevada a la gran pantalla.
Curiosamente, las críticas y comentarios leídos otorgan a la película una profundidad de intenciones que me parece desproporcionada; incluso el amigo Faraway, en el único comentario adverso que he hallado hasta ahora, se apoya en una interpretación que calificaría como de "seria" para criticar la presencia de la ideología estadounidense más rancia, paranoide y conservadora como mensaje no totalmente subliminal en la película de los británicos Nolan; otros comentaristas alaban el resultado final como un ¿profundo? estudio de la psicología del héroe maldito por una sociedad que a un tiempo, de forma esquizoide, le profesa admiración y odio a partes iguales.
Me parece un despropósito, sinceramente. Fui en mi juventud un asiduo lector de los tebeos de superhéroes que llegaban de la mano de DC y de Marvel, pero también he sido voraz lector de libros de todo tipo. Siempre he pensado y sigo pensando, que un tebeo (llámelo "cómic", si le apetece) es un producto de entretenimiento, para pasar un rato distraído; pero nunca he considerado que un tebeo sea una fuente de información fiable y mucho menos una fuente de saber y conocimiento: para eso están los libros de todo tipo, donde el texto prima sobre la imagen y donde el receptor puede asimilar la información aquilatando si está o no conforme con las ideas expresadas. Buscar la expresión de filosofías de cualquier tipo en un tebeo me parece una pérdida de tiempo o un apoyo para que cualquiera con suficiente bagaje cultural pueda expresar su opinión propia aprovechando la circunstancia.
De toda la vida, los tebeos de superhéroes que han caído en mis manos adolecían de la propaganda, a veces subliminal, a veces directa, de lo que se ha venido en llamar estilo de vida americano, "american way of life", que he rechazado, quedándome en la superficie de la acción y el grafismo impolutos.
La misma postura adopto frente a las traslaciones al cine de los tebeos. Son divertimentos, por lo menos para mí, y como tales los veo y considero.
Y en ése aspecto, The Dark Knight no cumple con las expectativas creadas al cien por cien; sin ser un producto malo, está muy, pero que muy lejos de ser lo que muchos apasionadamente califican como obra maestra. La polémica despertada por la puntuación que ha recibido en IMDB me hace sonreír cuando hace pocos meses en España contemplamos cómo a través de los nuevos medios de comunicación un actor mediocre haciéndose pasar por un cantante pésimo lograba representar al país en una competición europea como Eurovisión: Batman es Chiquilicuatre.
Con una muy cuidada ambientación, escenarios espectaculares, trucos y efectos especiales consistentes aunque no maravillosos, pero con un guión que pretende con frases hechas dar una trascendencia que no precisa. Tiene la suerte de contar con un villano excepcional y ya sabemos que en toda película de superhéroe la valía del mismo se cuenta por la grandeza de su oponente; pero hay fallos de guión estrepitosos y un exceso en personajes apenas apuntados, con escenas que sobran, demostrando Nolan que no sabe desechar lo poco importante, defecto omnipresente en las pantallas, salvo honrosísimas excepciones. Si the Dark Knight es una obra maestra, ¿que deberá ser Wall-E que con menos minutos logra dar un mensaje más coherente y profundo?
Las interpretaciones son correctas por parte de los tres característicos de la franquicia, cumpliendo sin apenas despeinarse, pero opino que Maggie Gyllenhaal está en la misma línea que Mrs. Cruise aunque menos agraciada (cuestión de gustos, ciertamente, pero parece avejentada con respecto a sus dos enamorados) y la inclusión del personaje del fiscal me parece innecesaria y errónea, así como el cameo de Cillian Murphy.
Un exceso, un despilfarro de ideas entremezcladas, de personajes desechados, fruto de un guión muy poco trabajado, disperso, que resta fuerza al producto final, fuerza que va perdiendo conforme pasa el tiempo, eterno juez. No deja de ser sorprendente dar un vistazo a las informaciones que la actualidad va desgranando para contemplar como el globo de este Batman se va desinflando: justo el día de su estreno en España, leí que había sido batida en la taquilla por la última edición de las momificadas aventuras y mientras escribo estas líneas compruebo cómo la supuestamente irreverente última película de Ben Stiller le acaba de arrebatar el récord de recaudación en la primera semana de exhibición. Será que no hay para tanto... ¿o no?
p.d.: el tachado obedece al error de este comentarista evidenciado por el amigo Marcbranches, como se puede comprobar en los comentarios. al César lo que es del César.
Betsy Connell es una enfermera canadiense que un buen día recibe una generosa oferta de trabajo: desplazarse a una isla caribeña para hacerse cargo del cuidado de una enferma, esposa de un comerciante que allí posee una plantación de caña de azúcar. Sol, playas, palmeras; y brujería; cuando la contratan, ya le preguntan si cree en la brujería. Su racionalismo rechaza la cuestión.
Explicada por la voz en off de Betsy (Frances Dee) se inicia una película que se mueve en torno al melodrama pero con sugerentes apuntes fantásticos, rodada por Jacques Tourneur colaborando de nuevo con Val Lewton como ya hicieron el año anterior en La Mujer Pantera.
En esta ocasión, basándose en una historia corta de Inez Wallace, guionizada por Curt Siodmack, la pareja de cineastas al servicio de la RKO nos traslada al trópico ancestral y nos sumerge en las prácticas del vudú con Yo Anduve con un Zombie (I Walked with a Zombie 1943).
Con el dominio habitual de Tourneur en sugerir más que en enseñar y primando la inteligencia de la mirada por encima de los medios materiales, nuevamente mediante el uso magnífico de la excelente fotografía en blanco y negro de J. Roy Hunt y el montaje de Mark Robson se nos presenta la simple historia de la enfermera Betsy que va a cuidar a la Sra. Holland, postrada en la cama la mayor parte del día, pero que se levanta y deambula como sonámbula. El esposo, Paul Holland (Tom Conway) dirige la plantación de caña junto con su hermanastro Wesley Rand (James Ellison), hijos de una misma madre, una especie de asistenta médica y social, la Sra. Rand (Edith Barrett ), persona con gran predicamento entre la población isleña, compuesta en su mayor parte por creyentes en el vudú como amalgama de religiones.
Hay una historia que subyace en las relaciones de los habitantes de Fort Holland, residencia donde habitará la recién llegada enfermera, de cuyos detalles tomamos conocimiento por medio de la intervención de un cantante callejero interpretado por Sir Lancelot que con calypso despierta el interés de Betsy, primero cuando está conversando con Wesley, observando que éste tiene problemas de adicción a la bebida, y, cuando éste cae dormido presa de los efluvios del ron de caña de azúcar, acaba por oir el romance cantado de forma siniestra por el cantor lugareño.
La gracia de Tourneur consigue que una mera canción tenga de por sí aires amenazantes; el tratamiento que sabe dar a lo cotidiano se transforma en sus manos y sin caer en aspavientos, sabrá infundir temor e intriga en el espectador.
La película, con un ajustado metraje de sesión doble, escasos 69 minutos, sabe contarnos una relación de amor y odio, una historia más sugerida que explicada detalladamente, entendiendo por sus efectos el cómo fue la causa, con algún giro sorprendente que incide en el terreno de lo fantástico e increíble. Una forma de contar historias directa pero no simple, con un uso de recursos cinematográficos básicos: luz, sombra, niebla y sonidos manejados de forma maestra por Jacques Tourneur para seguir asombrándonos aún tantos años después, a pesar de los muchos adelantos técnicos que ya hemos visto y padecido en ocasiones, una muestra perfecta de un talento casi olvidado: sugerir ideas en el espectador.
Trailer
p.d.: parece que esta magnífica obra también va a padecer un "remake". Aprovechen ahora que todavía pueden ver el original sin contaminación...
Para los que ya peinamos canas, acaba de irse un músico que nos acompañó en muchos guateques: aquellas "fiestas" que se organizaban para intentar ligar, los primeros escarceos, acompañados por una música que ha quedado en la memoria remota.
Había ciertos discos con "trampa". El truco era que, en los setenta del siglo pasado, a algunos les dio por componer canciones o versiones de composiciones ajenas que duraban mucho más allá de lo normal. El truco era que el pinchadiscos los ponía cuando los chicos querían, es decir, cuando acababas de ponerte a bailar "agarrado" con la niña de tus sueños. Entonces las niñas todavía no se atrevían a sacar a bailar a nadie, y padecían esos trucos con paciencia.... o no.
Isaac Hayes, un negro enorme que solía aparecer semidesnudo ataviado con collares y alhajas de oro, triunfó en 1970 con un Lp, The Isaac Hayes Movement , una mezcla de soul en el que su grave y poderosa voz susurraba y gritaba cuatro canciones, dos por cada cara del álbum. Un placer oírlo bailando.
Al año siguiente, 1971, Isaac Hayes triunfó al intervenir en la banda sonora de una película que con el paso del tiempo se ha convertido en totémica del género "black exploit" o "blaxploitation", donde el protagonista, detective negro, actúa en los ambientes marginales del Harlem: Shaft
Su carrera musical permaneció ligada al cine, interviniendo en multitud de cintas e incluso su profunda voz la usó dando carácter a más de un personaje animado.
Se ha ido. Para siempre. Nos queda, en el recuerdo y en la estantería, su música.
Hoy el mundo verá la inauguración de los Juegos Olímpicos de Pekín.
La ceremonia está a cargo de Zhang Yimou, que nos asombró, en 2004, con esa canción y ese baile interpretados de forma inolvidable por la bellísima Ziyi Zhang:
La canción
La danza y la lucha:
Siempre un cinéfago halla el punto de referencia... con perdón...
No he sido muy aficionado a acudir al cine para ver películas de animación, lo reconozco, por lo que el fenómeno Pixar me ha dejado un tanto indiferente hasta que he empezado a leer bitácoras que lo alababan y he alcanzado a ver justo Los Increíbles, por recomendación de Marcbranches, de modo que cuando comentó Faraway la última película de la factoría, me dije que esa sí la vería en el cine.
De modo que hoy, de hecho ayer, en lugar de practicar la buena costumbre de la siesta, me presenté en "mi" cine para asistir al estreno de WALL-E Ha sido una agradabilísima sorpresa constatar que, por causa de unos prejuicios ya olvidados, me he perdido una serie de productos de una factoría de sueños que sabe muy bien lo que tiene entre manos.
Como no soy ni mucho menos entendido, aún ahora me hallo en un mar de dudas acerca de si lo que he visto es una película de dibujos animados o de maquetas animadas, por decirlo de una forma que alguien tan ignorante como yo mismo pueda entender sin esfuerzo añadido a leer.
Pero tanto da; porque como siempre en el cine, lo que importa es el resultado final. Al parecer, según un vídeo en el que hablan dos de los animadores -españoles, por más señas-, la producción alcanzó varios años en su confección.
Wall-E es un robot con una apariencia que nos trae recuerdos cinéfilos: dos ojos -dos lentes, de hecho- muy expresivos que se dedican a buscar basura que empaqueta y apila construyendo al modo egipcio en vez de pirámides montones que semejan rascacielos modernos; su única compañía es una especie de cucaracha, hasta que un buen día descubre azorado el aterrizaje de un robot mucho más avanzado, fuerte y poderoso, que responderá al nombre de Eve.
Wall-E se cobija de frecuentes tormentas de arena en un lugar que ha convertido en refugio donde guarda cachivaches hallados en la basura que incansablemente apila; también ha recuperado una vieja cinta de vhs que reproduce: un pasaje de un añejo musical, donde se ve a una pareja de enamorados danzar.
Los guiños cinéfilos son constantes y numerosos, tanto en imaginería como en sonidos: dejaremos que cada quien los vaya descubriendo.
La primera media hora, no hablada, demuestra un dominio de la expresión cinematográfica apabullante: partiendo de la base que estamos en una película y aceptamos su lógica interna, aprenderemos que el pobre Wall-E es el último de cientos de robots idénticos a él que han ido pereciendo, constituyéndose en repuestos mecánicos de él mismo, que se auto-repara. Pero desprende un sentimiento de soledad impregnado de una dulce ingenuidad. Los sones que apenas emite nos remitirán a otro gran guiño cinéfilo incidiendo en la soledad en un mundo extraño, árido, lleno de escombros que Wall-E se dedica concienzudamente a recoger y apilar, en un sinsentido que remite a su función, su destino. ¿Será su destino apilar millones de escombros y desperdicios por la eternidad? El sentimiento de soledad y desolación impregnan la película, más cuando descubrimos que Wall-E está en el planeta Tierra, nuestro planeta, abandonado por sus habitantes al no poder resistir la ingente inmundicia que ellos mismos han provocado, emigrando al espacio exterior.
De pronto, de una inmensa nave descenderá Eve, un robot muy poderoso con formas ovaladas, suaves, en cuya existencia Wall-E verá el remedio a su soledad: almas casi gemelas, Eve es un mecanismo capaz de volar y fulminar con sus rayos cualquier cosa. Wall-E sabrá acercarse a Eve buscando compañía y comprensión en la soledad, hasta que le hará un obsequio que comportará un cambio enorme. Un cambio estructural y formal en la narración.
El lirismo que impregna la primera parte se verá sucedido por escenas de acción muy bien presentadas, con un dinamismo envidiable que hará las delicias del público infantil al tiempo que, en sus incesantes guiños cinéfilos y en el mensaje desolador que ofrece en el trasfondo hará meditar a los adultos.
En la decisión de no ofrecer ya más datos del argumento, baste apuntar:
Que la primera parte es espléndida y gustará mucho más a los adultos que a los infantes, pudiendo constituir con un final apropiado un corto memorable.
Que la dinámica prosecución, con la aparición de muchos más personajes, aún siendo un espectáculo fascinante, adolece de unos momentos de fácil sensiblería, bellos, pero demasiado edulcorados en comparación con el inicio; está claro que se destinan al público infantil (prácticamente inexistente en la sesión a la que asisto, excepto un par en las primeras filas, demasiado cerca de la pantalla, a mi gusto) y alterna emoción, belleza y apuntes románticos.
Que, en conjunto, para unos ojos inexpertos como los míos, es una maravilla el mundo cinematográfico que los de Pixar consiguen, con ambientes muy logrados y planos y secuencias asombrosos.
La conjunción de animación y efectos sonoros es merecedora de cualquier galardón y el guión (con muy pocas líneas habladas) en conjunto es brillante, con múltiples lecturas. No me sorprende que haya levantado ampollas en sectores derechistas de los papanatas de los U.S.A. tan proclives a rechazar la menor crítica al mundo occidental globalizado.
Vayan al cine a verla. Y vayan pronto, no apuren el reloj, o se perderán una propina anticipada de muchos quilates.
He’s not a performer, he’s not a composer, he’s not even a musician, but Norman Granz is Mr. Jazz. Oscar Peterson
Maravillas como esta:
Encuentros increíbles:
Cuartetos magníficos:
Duetos imposibles:
Y cientos de discos y actuaciones en vivo, no hubieran tenido lugar sin la existencia del espléndido sentido musical del productor discográfico al que todos los amantes del Jazz debemos gratitud:
El fundador de sellos como Verve y Pablo (nombrado así en honor a Pablo Picasso quien en agradecimiento le regaló el famosísimo logotipo), que catalogan lo mejor del mejor Jazz de todos los tiempos, sellos discográficos garantía de calidad por sí mismos, fue un músico con una capacidad inmensa para descubrir, apoyar y juntar talentos.
Las giras de Jazz At The Philharmonic sacaron a los músicos de Jazz de los tugurios y clubes nocturnos y en giras mundiales añoradas difundieron, a mediados del siglo pasado y durante veinte años, la música compuesta e interpretada por una irrepetible colección de genios que nos van abandonando poco a poco.
Para ello, no dudó en vencer prejuicios raciales defendiendo a sus músicos, incluso enfrentándose a las autoridades de un estado que, mediado el Siglo XX, todavía mantenía la discriminación racial como forma de vida normal.
Sus músicos le agradecieron con espléndidas actuaciones y grabaciones en preciadísimos vinilos tanto su posicionamiento en pro de la igualdad como el hecho que les pagara a todos conforme a su valor de artistas de relumbre.
Deberían hacerle un monumento a su memoria, aunque probablemente cada adicto al Jazz le guarda un rincón especial en su corazón....
Allá donde esté, seguro que ha montado una jamm session espectacular con los amigos suyos que encontró y con los que van llegando...
Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Talleyrand.
Cuando apenas contaba veintipocos años pasé un examen psicotécnico de ¡ocho horas! de duración, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde.
Una de las miles de preguntas que componían el examen venía a decir:
¿Qué opinión te merece Alicia en el País de las Maravillas?
El centenar largo de examinandos, todos universitarios, al producirse el parón para el almuerzo, comentábamos en voz alta lo extraño de esa pregunta, cuando uno de los examinadores, mofándose de nosotros, nos dijo: ¿En serio no habéis leído Alicia en el País de las Maravillas? No sabéis lo que os perdéis.
Al día siguiente ya estaba de vuelta en Barcelona comprando mi primer libro de Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, años más tarde acompañado por un facsímil con las ilustraciones de John Tenniel, que guardo comooro en paño.
Fue un hallazgo para mí, pues la única noticia era el haber visto en la tele la versión que Disney hizo en 1951.
La historia inventada por Charles Lutwidge Dodgson, alias Lewis Carroll (para este comentarista un verdadero genio), me sorprendió y entusiasmó en tal grado que, despues de leer la secuela Alicia a través del Espejo, decidí empezar a aprender el idioma inglés, en la vana esperanza de llegar algún día a leer esos maravillosos libros en su idioma original y, además, entenderlos.
Porque leerlos los puede leer cualquiera; pero alcanzar a descifrar el sentido de cada una de las ironías y retruécanos que a miles inundan el superlativo texto, es obra de titanes, y la prueba está en la abundante bibliografía que lo ha intentado y en las variadísimas interpretaciones que se le dan por los expertos.
Unos libros supuestamente dirigidos al grupo de niños que lideraba la delicada Alicia Liddell, pero que en su seno albergan significados de toda índole, prendiendo de inmediato la atención del lector adulto que no puede zafarse del curso y giros de la historia.
Unas obras tan densas que resultan prácticamente imposibles de trasladar a la pantalla, so pena de quedarse con la mera superficie. Lewis Carroll, además de eminente literato, lógico y fotógrafo, era matemático.
He aquí una ecuación que se me ha ocurrido leyendo noticias cinéfilas:
¿Me quieren explicar de dónde saca la Disney la idea que Burton será el director idóneo para llevar al cine un guión que sobre la espléndida fábula de Lewis Carroll va a perpretar la señora Woolverton, conocida por sus éxitos con obras tan "complejas" como La Bella y la Bestia, Mulan, Los Ewoks o El Rey León?
¿Se han dado cuenta que esa joven protagonista en el año 2010 va a cumplir veinte tacos?
¿Puestos a cagarla, no sería mejor buscar una niña del estilo de Dakota Fanning?
¿Qué clase de adaptación gótica nos vamos a tener que comer con churros y chocolate?
Espero equivocarme, pero ya hace casi un año predije fiascos que se han cumplido...
Harry Patterson es un novelista británico más conocido por su seudónimo Jack Higgins, con el que ha escrito y presentado con éxito novelas de corte policíaco y de espionaje. Su primer gran éxito fue una novela escrita en 1975, donde desarrollaba una trama de espionaje en la que el ejército alemán, en los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, consideraba, después del célebre rescate de Mussolini, perpetrar el secuestro del líder británico Winston Churchill.
En una década en la que el cine presentó con fortuna películas de espías, David Niven Jr. tuvo la buena idea de confiar al veterano John Sturges la dirección de la que, a la postre, fue la última película de ese cineasta con pulso firme que se apoyó en un buen guión realizado por Tom Mankiewicz, a la sazón hijo del gran director del mismo apellido, con lo que ya de entrada el aficionado piensa que se hallará, por lo menos, con un producto manufacturado por gente que conoce el oficio.
Efectivamente, la traslación a la pantalla de esa aventura en forma de película de acción, titulada Ha llegado el águila (The Eagle Has Landed 1976), coincidiendo con la novela en que se basa, no decepciona en ningún momento. No debemos buscar en ella más que puro entretenimiento y a fe que Sturges, en su último trabajo, demuestra conocer perfectamente los recursos cinematográficos necesarios para mantener en vilo al espectador. Con el concurso de excelentes actores como Michael Caine en el papel del Coronel Kurt Steiner y Donald Shuterland en el papel del irlandés Liam Devlin (protagonista de otras novelas de Higgins), nos presentará Sturges primero a los personajes definidos como auténticos patriotas y hombres orgullosos de su propia condición y destino, para luego adentrarse en los preparativos que el Coronel Max Radl (Robert Duvall) llevará a cabo siguiendo las mendaraces instrucciones de un pérfido Heinrich Himmler (Donald Pleasence) que le encargará la misión como nacida de la enfebrecida mente de un Hitler en los últimos compases de la contienda y que el estratega Coronel Max, convencido de la teoría jungiana de la sincronicidad iniciará de inmediato convencido de sus posibilidades.
Los personajes del coronel Kurt y sus hombres, soldados paracaidistas del ejército alemán, castigados por enfrentarse a las temidas SS y el espía irlandés Devlin, lobo solitario empeñado en la lucha contra los ingleses, nos han sido astutamente presentados de modo que sentimos un cierto aprecio por ellos, aún a sabiendas que el motivo de sus actos reviste una condición criminal, pues harán todo lo posible, sin reparar en medios, para conseguir secuestrar o asesinar a Winston Churchill, adentrándose para ello en las marismas de la costa británica, ocupando una aldea que albergará durante un fin de semana al Primer Ministro.
Sus relaciones con los aldeanos serán vitales para la consecución de su fin y Sturges se cuida mucho de hacernos simpatizar tanto con los unos como con los otros, asistiendo a una sucesión de actos bélicos filmados con gran energía y sin casi efectos especiales, demostrando el buen director que con un buen emplazamiento de la cámara y el concurso de un buen operador como Anthony Richmond y un económico montaje confiado a las manos y tijeras de Anne V. Coates, sabía llevar a buen término una película que, con una duración de 145 minutos, no se hace pesada en absoluto, resultando incomprensible que en diversas ediciones posteriores haya sido recortada.
Una historia novelesca muy bien contada, con un resultado sorprendente que será mejor no desvelar.
Una película, en definitiva, imperdible para aquellos que disfrutan con el buen cine de acción basado más en el talento visual del director y en el sudor de los actores que en las maquinitas virtuales y las pantallas de croma. El perfecto legado de un buen cineasta que dominó como pocos el buen oficio de entretener a cinéfilos empedernidos.
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