Carregant el Bloc...

dimecres, 29 de gener del 2020

Parásitos




Si uno repasa con cuidado y atención los premios otorgados en los últimos lustros puede llegar a conclusiones que provocan desánimo y desconcierto pero si prestamos atención al detalle, observaremos que hay elementos comunes y uno de ellos es la baja calidad de los guiones en el cine que estamos viendo estrenarse en las pantallas, adoleciendo comúnmente de una especie de desidia o vagancia olvidando que el respetable público ha visto -o ha podido ver- narraciones descabelladas bien urdidas, casi imposibles en la vida real -que en verdad suele ultra pasar largamente la ficción- pero creíbles en el cine por obra y gracia de otros elementos que coadyuvan a sostener una trama, como pueden ser unas buenas actuaciones y una caligrafía cinematográfica bien desarrollada al eje de la película, no otro que el guión.

Seguro que ya lo he apuntado en otra ocasión, pero conviene recordar que los grandes maestros del cine suelen ser muy escrupulosos en cuanto al guión se refiere, aunque sea para obviarlo y modificarlo ajustándolo a sus particulares querencias. Pero nunca -o casi nunca- veremos una gran película con un guión que no esté bien apretado hasta obtener la mayor robustez.

Viene ello a cuento porque acabada de ver la última película de Joon-Ho Bong (que ya conocemos desde que hace años comentamos aquí su ahora refrita Gwoemul, de 2006 ) titulada Gisaengchung (Parásitos) después de haber recibido varios galardones en diversos certámenes, uno mira el poso que ha dejado y se percata que hay muchos agujeros en un guión que uno esperaba fuese mucho mejor pergeñado, no en vano nos hallamos ante un director que suele escribir sus propios guiones, no digo ya los técnicos, sobre el que no hay tacha alguna.

Porque en esta fábula moderna que por su título viene a querer señalar un aprovechamiento de gentes de clase humilde a costa de adinerados personajes no acaba de encajar, por lo menos, en la definición que de parásito nos ofrece la RAE, pues estos personajes que nos presenta Joon-ho puede que sean unos farsantes, pero por lo que vemos, no son siquiera unos timadores: el dinero que obtienen se lo ganan ejerciendo un trabajo para el que no están cualificados, cierto, pero se lo curran: un parásito es el cuñado gorrón que sin mayor mérito que un parentesco impuesto se te bebe el güisqui y se te fuma los habanos, pero no lo seria si te lavara el coche, por poner un ejemplo que nunca va a suceder.

La cuestión es que la trama cojea desde el primer momento, porque se inicia todo con la muestra de confianza que recibe el joven Woo Kim-ki cuando recibe la recomenación de su amigo Min para substituirle como profesor de inglés de la joven Da-Hye Park de la que confiesa estar enamorado y pretender conquistarla en cuanto haya entrado en la Universidad, dejándola en manos de su amigo y confidente porque confía en él, evitando que otros jóvenes ocupen su lugar y traten de llegar, también, al corazón de la adorable jovencita. Inmediatamente veremos cómo esa confianza es traicionada por Woo, lo que dice muy poco de su fiabilidad como amigo y de la fortaleza de su palabra.

A partir de ahí, la inclusión del resto de la familia Kim-ki en el entorno de la familia adinerada, los Park, se desarrolla de una forma que requiere hagamos la vista gorda porque precisamente mucho ingenio no hay en la trama, desestimando cualquier atisbo de profundidad y dejando en pantalla una historieta que se aguanta menos de una hora y a partir de la mitad del metraje, casi dos horas y cuarto, las sorpresas van surgiendo pero de una forma abrupta, muy poco creíble, forzadas, a pesar que Joon-Ho sabe mover la cámara con energía y mantiene la acción con cierta dosis de suspense por saber cómo va a acabar todo, hasta llegar a un final precipitado como pollo descabezado, sin aprovechar la presentación de las enormes diferencias sociales entre los personajes (muy buena, en ese sentido, la larga secuencia del descenso a los húmedos infiernos) que apenas sirve de anécdota pues los apuntes verbales de unas confidencias maritales intervenidas y algún gesto se mantienen en una levedad injustificable y sorprendente en un director que en otras ocasiones ha dado buenos palos a la sociedad (la citada Gwoemul y también, por ejemplo, Salinui chueok [Crónica de un asesino en serie] a comentar en algún momento) y en esta ocasión que parece más propicia nos ofrece una película que adolece de comodidad como si no quisiera servir a cuestión tan actual como es el abismo entre clases sociales, dando la sensación que empezó con unas ideas y por el camino, vaya usted a saber porqué, las fué abandonando en la cuneta.

Una lástima, porque el grupo de intérpretes que maneja, encabezados por el imprescindible Song Kang-Ho que una vez más demuestra dominio de la situación y adaptación al personaje modélica, todos, digo, están perfectos en sus roles, del primero al último, y es de reconocer que la labor de Joon-Ho Bong como director es eficacísima resolviendo todas las escenas con fuerza, brillantez y elegancia y manteniendo el ritmo visual dentro de unas localizaciones angostas, trabajando a conciencia el significado de las escaleras y los niveles en que residen cada uno de los personajes que iremos descubriendo.

Con la misma idea, con el mismo guión pero mejor trabado y dándole más fuerza, nos hallaríamos sin duda ante otra muestra más de un cine coreano que siempre hay que ver porque aún siendo perfectible, como es el caso, nos ofrece ideas mucho más novedosas que lo que nos llega del otro lado el Atlántico.

Recomendable para los cinéfilos recalcitrantes que podrán decir luego si les ha gustado mucho o poco pero que ciertamente no quedarán indiferentes porque sus elementos de interés son varios y diversos.




Leer más...

diumenge, 12 de gener del 2020

A traición



Desde que hace ya más de seis años descubrí gracias a la película InFamous (que comentamos aquí) las capacidades histriónicas de Daniel Craig cuando le veo aparecer en un cartel que no sea del epónimo Bond (que también me atrae pero únicamente por motivos tradicionales [por no denominarlos directa y modernamente como frikies]) la curiosidad me impele a comprobar cómo se desenvuelve en un papel alejado de la mera acción, esperando que haya por lo menos unas buenas líneas a escuchar en su rotunda y bien modulada voz que, como buen actor británico, sabe usar a conciencia.

Así que cuando por fin la más cercana cartelera anunció la exhibición de la película Knives Out (Puñales por la espalda) la decisión estaba tomada porque evidentemente con un título así la pieza forzosamente debía pertenecer al género de misterios criminales con detectives por en medio y el reclamo para mí resulta casi irresistible.

Quizás si hubiera averiguado en IMDb datos relativos a director y guionista los prejuicios me hubiesen vencido porque ambos son la misma persona, el inefable Rian Johnson, director y guionista de Looper que como ya dejé escrito hace siete años aquí no me gustó nada de nada, y así pasó con su trabajo en la penúltima de Star Wars, de modo que una vez más he de admitir - y no me duelen prendas en ello - que los prejuicios en el cine hay que guardarlos para después de haber visto una película, lo que anula inmediatamente su posible efectividad, porque en este mundo tan complejo, dependiente de tantos factores, no siempre la experiencia sirve para anticipar las sensaciones que nos va a proveer una nueva película.

No hay que buscar en Knives Out mucha originalidad en su base, tratada en diversas ocasiones por novelistas de la ficción detectivesca, incluso en sus traslaciones a la pantalla: hace año y medio nos deteníamos en una versión de la novela de Agatha Christie Crooked House y no hay duda que Rian Johnson se inspira en el relato para edificar una trama que bebe vientos clásicos al presentarnos una muerte sucedida en un casoplón aislado, residencia del afamado escritor de novelas de crímenes y misterios detectivescos Harlan Thrombey y de su familia entera, sus hijos y nietos y sorprendentemente su madre, apareciendo degollado la mañana siguiente a celebrar su octogésimo quinto aniversario.


La policía comparece acompañada por un afamado detective particular, Benoit Blanc quien asegura haber sido contratado de forma anónima y percibidos por adelantado sus elevados honorarios, así que inician una investigación de mero trámite para la policía, porque el degüello parece acreditado ser de propia mano (la sangre de las carótidas se expande por la habitación sin freno de nadie cercano) y van a declararlo suicidio, aunque el sabueso Benoit se huele circunstancias extrañas empezando por su propia presencia reclamada por persona extraña e ignota, aspecto que quiere esclarecer.

Van a interrogar a todos los presentes en la fiesta del cumpleaños, incluyendo la ama de llaves y la enfermera particular de Harlan, la joven Marta Cabrera que ya se inició como asistenta personal incluso antes de obtener el título de enfermera, declarándose a los detectives como más que enfermera una especie de amiga y confidente de Harlan, quien hallaba en ella la amistad desinteresada que en su familia no existía, todos pendientes de su cuantiosa fortuna.

Será precisamente el ama de llaves quien descubrirá la muerte del señor de la casa cuando le lleva el desayuno con su taza personal que indica claramente su carácter en tres frases: My House, My Rules, My Coffee (Mi casa, Mis normas, Mi café); a partir de aquí, Rian Johnson demuestra haber hecho los deberes porque complementando su propio guión literario enseguida entendemos que ha confeccionado un guión técnico minuciosamente sin dejar nada al azar: siguiendo el sistema de la trama llena de giros, guiños y homenajes a temas ya conocidos pero presentados de una forma limpia, ágil y hasta cierto punto novedosa, la cámara se moverá y será emplazada con toda intencionalidad y podríamos asegurar que los encuadres, todos ellos, no tienen nada de casual y sí mucho de masticados cien veces.

En el relato hallamos la típica representación de un grupo familiar constituído por elementos diversos entre sí cuya interrelación más fuerte es la dependencia del cabeza de familia que a todos provee de medios de subsistencia mediante la concesión de préstamos, subsidios y sinecuras que pronto sabremos le tienen harto y no precisamente por avaricia sino por otras causas que dejaremos en el tintero para no levantar pista alguna y como todo aficionado al género colegirá de inmediato, la enorme herencia que deja tras de sí el citado Harlan será otro elemento de interés en la trama.

Nada nuevo, ciertamente, pero muy bien presentado. El amplio abanico de personajes se erige en película coral una vez más falta de profundidad porque no es tan fácil como parece vestir todos los personajes con datos que mantengan su interés y se claven en la retina del espectador pero por lo menos no cae Rian Johnson en estereotipos trillados y apunta maneras a pesar que los dardos críticos que ofrece sean de escasa consideración: no nos hallamos ante un ejemplar de cine negro con claro contenido social sino ante un juguete bien construído, una representación de un enigma con diálogos bien escritos y tres personajes que concitan la atención del respetable porque de forma clamorosa uno percibe que reciben todos los mimos del director.

Valiéndose con inteligencia del montaje, los encuadres y el flashback, Rian Johnson nos lleva rápidamente a la convicción que no debemos perder de vista la evolución del personaje de Marta Cabrera, esa enfermera de buen corazón que se verá inmersa en una situación inédita para ella, no deseada ni siquiera pretendida, con la dificultad de estar bajo la mirada quisquillosa y paciente de un Benoit Blanc que no pierde detalle y permanece muy atento para desentrañar lo que para él es el mayor misterio: saber quién le ha pagado sus honorarios para averiguar lo que se le antoja diáfano. La evolución del personaje de la enfermera va pareja al desarrollo de la enigmática trama y también, justo es reconocerlo, con el desencanto producido por la caída de las mascarillas (porque no llegan a máscaras) de unos personajes de escasa profundidad servidos, eso sí, por un grupo de intérpretes a los que Rian Johnson les debe buena parte del éxito de su película.

Especialmente a Ana de Armas que carga con el peso de la trama juntamente con Daniel Craig y las intervenciones reveladoras de Christopher Plummer, los tres en los caracteres protagónicos realizando cada uno en su cometido una labor más que encomiable, digna de elogio, porque a pesar que los diálogos están bien escritos y ofrecen oportunidades de lucimiento, hay una contención que se traduce en naturalidad y consecuentemente en credulidad del personaje que obtiene la atención y simpatía del espectador que gozará con todos los detalles y paladeará el subtexto de los gestos y omisiones, especialmente en el último tercio de la película.

Desarrollándose casi toda la película en los interiores de la mansión, Rian Johnson evita la sensación de claustrofobia generalizada pero la reserva aligerada para quien precisa la trama y lo hace sin que en ningún momento haya un sentimiento de teatralidad por el uso de casi un único escenario -aunque con diferentes estancias- y de unos diálogos abundantes y supongo que el cuidado de la dirección artística producida por David Crank merece por lo menos un aplauso porque casi se convierte en un personaje más de la trama.

En definitiva, una película recomendable para los amantes del cine de intriga que el buen aficionado paladeará complacido y más si tiene la suerte de poder verla en su versión original porque el terceto protagonista merece ser disfrutado al cien por cien, aunque tampoco hay que olvidar el concurso de buenísimos intérpretes que hacen las veces de secundarios de lujo, dando más por su trabajo que por las escenas que les encomiendan; una buena pieza que llevarse a los sentidos que resulta fácil recomendar porque se ve en un suspiro gracias al buen ritmo que no decae un momento.









Leer más...
Print Friendly and PDF
Aunque el artículo sea antiguo, puedes dejar tu opinión: se reciben y se leen todas.