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diumenge, 27 de setembre del 2020

Una muy buena de Quentin

 
 
 
Resulta muy fácil imaginar el origen de la película objeto de estas cuatro líneas por varias razones: 
 
1ª.- Sus dos protagonistas, André Morell y Peter Cushing, habían trabajado juntos en diversas ocasiones y en la última, El perro de Barkervilles, obtuvieron gran éxito incorporando a Watson y a Holmes, así que se conocían bien y controlaban el tempo de las escenas conjuntas. 
 
2ª.- Después de lucirse como Watson en la citada película, André Morell recibió los plácemes de crítica y público en una pieza teatral creada exprofeso para la televisión, en concreto para la serie Theatre 70 de la ATV, episodios con una duración de 70 minutos (cortes publicitarios incluidos): la obra en cuestión fue escrita por Jaques Gillies con el título The Gold Inside y su director fue QuentinLawrence 
 
3ª.- Es harto comprensible que tanto Peter Cushing como los productores de la Hammer Films se interesan en colaborar con la Woodpecker ProductionsLimited  que probablemente representaba a quienes tenían los derechos cinematográficos para, con un esfuerzo mínimo, llevar el éxito televisivo a las pantallas de cine: la Hammer pondría algo de dinerillo, no mucho, y también a Cushing y a Morell, ambos como quien dice de la casa. 
 
4ª.- Se da la circunstancia, sabida, que la Columbia Pictures hollywoodiense andaba olfateando negocio en tierras británicas en la posguerra aprovechando con tino el talento y el poco dinero que tenían los anglosajones, así que no es extraño que se estrenara antes en E.E.U.U. la película que en la propia Gran Bretaña, en buena parte para dejar que el público se olvidara un poco de la televisión y ésta de aprovechar el tirón publicitario del cine para presentarla de nuevo. 
 
Estamos hablando de la que tomaría el título de Cash on demand (1961) y cabe suponer que Quentin Lawrence no lo hizo nada mal en la tele cuando la Hammer, que tenía a sueldo buenos directores, le encomendó la dirección de esa traslación de la pequeña pantalla a la grande, con un guión basado en la original pero con algún que otro cambio y diálogos añadidos hasta conseguir un metraje de 89 minutos (80 en la versión en dvd). 
 
La Hammer pese al apoyo económico de la Columbia no tiró ni los trastos por la ventana ni hizo fuegos artificiales: 37.000 libras esterlinas de 1961 no daban para ningún lujo y ya desde los primeros minutos en que la cámara se mueve con fluidez (sin steady cam) por todo el interior de la sucursal en Haversham del City & Colonial Bank al que accede desde su fachada con un papá noel de pega que se halla establecido en un mostrador al aire libre indicando la época navideña en que nos encontramos: Quentin conoce el terreno que pisa: es evidente que no hay que explicarle nada de la obra: se la sabe al dedillo y primero que nada nos pone en situación: empieza por las instalaciones, incluída la bodega subterránea donde hay una sala asegurada y lo hace mientras discurren los títulos de crédito: no hay tiempo que perder y el camarógrafo Arthur Grant demuestra con creces conocer su oficio y ejecuta un guión técnico que probablemente Quentin Lawrence se sabía de memoria. 
 
Es una maravilla comprobar cómo en los viejos tiempos en los que el dinero no corría a espuertas un director era muy capaz de presentar a unos personajes con planos precisos, bien ejecutados y bien interpretados y en menos de cinco minutos uno ya tiene idea de la idiosincrasia del primer encargado de la sucursal bancaria, el primero en llegar, el que pone los relojes en hora, cambia los calendarios y sin acritud reclama mayor puntualidad a los cuatro que faltan, dos mujeres y dos varones, todos comportándose con la familiaridad propia de más de una década de trabajar juntos, hasta que llega el director de la sucursal que ya antes de entrar nos indica lo puntilloso que puede llegar a ser, al limpiar una mota de polvo del bruñido letrero que está en la puerta y que luego veremos introducirse en la sucursal, en su despacho privado y despojarse del sombrero, abrigo y bufanda, amén del sempiterno paraguas, con unos gestos ultramedidos que aplica también en todos los elementos de su escritorio antes de sentarse en su butaca de mando tras dedicar una débil sonrisa al portrarretratos en el que aparecen su esposa y su hijo: al cabo de quince minutos de metraje ya sabemos todo lo que necesitamos de esa oficina y tenemos idea cabal de cómo son sus ocupantes diarios y también de la relación entre ellos: el director hacia sus subordinados, hierático, prepotente y sin pizca de buena voluntad. 
 
En éstas, entra en la sucursal quien dice ser un comisionado de la agencia de seguros que cubre a la entidad bancaria y solicita ser introducido en el despacho del director y tras un minuto de cortesía y buenas palabras, se declara estar en disposición de robar el banco y lo hace amenazando al director con causar daño irreparable a su esposa e hijo, mostrando a través de una llamada telefónica de la esposa que se produce en el momento oportuno que está en posición dominante. 
 
El maleante no pierde unos modos de exquisita cortesía pero lo que dice son palabras aterradoras para quien sabemos se desvive al servicio de la entidad bancaria: se desarrolla una relación que podríamos decir eufemísticamente del gato con el ratón; pero no cuando el felino va tras el roedor sino precisamente cuando ya lo ha cazado y lo tortura con zarpazos antes de darle el finiquito: Quentin mueve la cámara y la sitúa siempre en el mejor lugar sirviéndose de planos medios y cortos acabando en primeros planos que nos muestran el sufrimiento psicológico de ése director bancario que momentos antes se mostraba inflexible con sus subordinados por verdaderas naderías y ahora está ante el trance de desobedecer al villano suave y sutil y enviar la muerte a su familia o deshonrar su posición de bancario adicto a la casa y permitir que se lleven 97.000 libras (casi el triple de lo que costó la película, situémonos en el contexto) en el plazo de cuarenta y cinco minutos. 
 
El maligno atracador demuestra tener todas sus acciones muy medidas, porque incluso sabe el nombre de los subordinados del banco, de sus aficiones ajedrecísticas y más aún que están preparando la fiesta anual de las navidades, a la que ¡ay! nunca ha querido ir el huraño director, que ahora tiene que apechugar él solo con la amenaza, más inminente a cada mirada al reloj, en situaciones que se producen porque el avieso criminal va cumpliendo con sus objetivos uno tras otro sin permitir que nada le desvíe de su objetivo. 
 
La tensión psicológica es evidente y palpable gracias a la soberbia composición cinematográfica ejecutada por Quentin Lawrence que mantiene muy alta la atención sin permitir ni un segundo de descanso: el montaje de Eric Boyd-Perkins  es absolutamente invisible y ayuda a crear la sensación de claustrofobia asfixiante que no consiguen liberar los iluminados ventanales del despacho del director a los que se aproxima el taimado ladrón para dar señales a sus cómplices que le aguardan fuera. 
 
Es una función de dos personajes con unos buenos secundarios y hay que agradecer a Peter Cushing y a André Morell que nos ofrezcan un trabajo extraordinario en el que las motivaciones de cada personaje son reflejadas perfectamente y sin aspavientos, con una sobriedad gesticular extraordinaria y un dominio de la voz modulada para expresar los diferentes estados de ánimo que deviene en excelente, magistral; más allá de la condición de ladrón y cómplice forzoso subsiste en los personajes una forma de ser y de entender la vida que choca ya básicamente desde la moralidad y la ética como forma de vivir, en un caso acomodada y en el otro estricta en demasía y el desarrollo de una maquinación pánica para vaciar las arcas se complementa perfectamente con esa psicología que Quentin Lawrence se cuida muchísimo de reflejar, consiguiendo que el espectador en ningún momento se aleje de la ansiedad que domina la pantalla. 
 
Podríamos decir que es un excelentísimo ejemplo de serie B británica en la que el talento de guionistas, director e intérpretes superan con creces las limitaciones de un presupuesto reducido y nos ofrecen una verdadera joya que cualquier cinéfilo disfrutará. 
 
Vídeo con posibilidad de "traducción automática de subtítulos" 
 
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diumenge, 20 de setembre del 2020

Netflix nos mete una banderilla

 
 
 
 La mente humana es un alambique en el que se destilan conocimientos y recuerdos, ideas aprendidas y experiencias vividas y bichos de otros pelajes y cuando uno se enfrenta a la página en blanco la amalgama puede presentar como título una referencia particularísima que resume todo en cinco palabras y luego llega el momento de explicarlo confiando en que quien se aproxime a estas letras sea capaz de leer hasta el final y luego manifieste su parecer. 
 
Más de medio siglo atrás este comentarista iba cada domingo al cine a ver una sesión doble: una del oeste y otra de romanos un domingo y al siguiente una de risa y otra de acción y elegíamos entre tres salas, lo que para un pueblo de cuarenta mil habitantes no estaba nada mal. Al salir, paseíto por las oscuras y frías calles hasta llegar a un pequeño bar donde por un tiempo instauramos una tradición: comprar una banderilla por una peseta al sonriente Joan y seguir paseando: el picante de la banderilla nos ayudaba a disimular el frío que entonces hacía en invierno: para los adultos era un acompañamiento a un vino o una caña, pero éramos críos... 
 
Ninguno de los que comíamos aquellas banderillas ni tampoco Joan, quien nos la servía, hubiese imaginado entonces que la diminuta Rosa alumbraría treinta y pico años más tarde con su pluma el nacimiento de una detective, Cornelia Weber Tejedor, que apareció cuando ya no resultaba extraño al lector de la novela negra que las mujeres podían ocuparse de dirigir departamentos de policía igual o mejor que los hombres sin que su éxito viniese condicionado por su sexo sino por su inteligencia, dedicación y esfuerzo en desarrollar una tarea siempre árida. A Cornelia la precedió por ejemplo Petra Delicado, precisamente inspectora de policía destinada en Barcelona en 1996. 
 
Una referencia añadida: refiriéndose la Giménez Bartlett a Fermín, compañero subalterno de la Petra Delicado dice en una entrevista: "no está mal (que sea subalterno) porque las mujeres siempre son las víctimas o las ayudantes del fiscal o las esposas del policía o las cómplices del asesino" 
 
Con estos antecedentes consolidados después de un cuarto de siglo, viene ahora David Galán Galindo (nacido en 1982) a filmar una película que se titula como su novela publicada en 2016, Orígenes Secretos (2020) y nos ofrece otra ocasión de contemplar un ejercicio de juanpalomismo del que no me hubiese molestado en decir palabra alguna si al cabo de unos días no me sienta tan indignado, decepcionado y desilusionado. 
 
Dejaremos el porqué vi este bodrio en el baúl de los secretos inconfesables junto con la Trilogía del Baztán (que es mala también, pero no tan indignante y por lo menos su protagonista es una policía bastante verídica y lo apunto por si las moscas) y vayamos a una mera sinopsis de la trama y me aguantaré las ganas de destripar quién es el malo como justa venganza: 
 
Se produce en Madrid un asesinato que reviste apariencias muy peculiares y llaman al detective David Valentín (Javier Rey) a que comparezca acompañando al veterano Cosme Gallardo (Antonio Resines) para hacerse cargo: el novato Valentín, en su primer fiambre raro acaba vomitando la papilla de su primera comunión cuando el veterano Cosme le comunica que se jubila al día siguiente (hay cerca de dosmil quinientas veintisiete películas en las que al inicio el poli al cargo se jubila al día siguiente; es broma, pero casi, casi) y mientras Valentín proclama su disgusto porque esperaba aprender mucho de Cosme, su ídolo desde pequeñín, aparece en la puerta una tía canija dando gritos destemplados y vestida tal que así:
No han transcurrido más que catorce minutos de los noventa y seis que dura la cosa y la presentación de la inspectora Norma (Verónica Echequi) (que dice Cosme que es la jefa de homicidios más joven y más lista, con el nº1 de su promoción) te deja con la sensación que esto va a ser una vez más una lamentable pérdida de tiempo. Y de dinero, añado, aunque el visionado fué por invitación, pero luego lo explico. 
 
David Galán Galindo no debe haber leído jamás una novela negra en la que una mujer policía desempeña su trabajo teniendo subalternos masculinos: sino, no se entiende que haya creado con su pluma y luego con su cámara un ejemplo tan arcaico, ridículo, insignificante e ignominioso que si llama la atención es por estar absolutamente fuera de este siglo que vivimos en el que te encuentras magníficas mujeres en muchas ocupaciones antes desarrolladas únicamente por hombres y todavía hay camino por recorrer y viene el David ése a montar un circo de risas tontas dejando al único personaje femenino de una trama estúpida, mal escrita y peor dirigida como una mujer que pierde los nervios, que no muestra ninguna autoridad inherente a su cargo (chillar para mandar es típico de mediocres: que se lo pregunte David a Vito Corleone [suponiendo que sepa quien es]) y que queda como una adolescente enfebrecida delante de su guapetón subalterno al que le hace ojitos mientras él pasa olímpicamente y va a la búsqueda de un asesino en serie que no tiene nada de serio porque juega en la liga de los friquis dominada por un desatado Jorge (Brays Efe) que resulta ser el hijo del comisario Cosme, jubilado anticipadamente a la fuerza por la jefa Norma, que es la que sabe que él tiene cáncer y va a diñarla ¡uy se me ha escapado! 
 
Los efectos especiales son currados, la iluminación y fotografía normalillos, el guión cinematográfico deplorable, los diálogos de pena y el elenco deja que los dos argentinos invitados al festival se lleven la mejor parte sin ser nada del otro mundo, como siempre: uno duda si es que no hay buenos intérpretes o si es que los que haya no quieren participar en estos zafarranchos. 
 
El bodrio éste es una mala copia de Seven con aires friquis buscando modernidad, con tendencia a presentar los tebeos de superhéroes como el culmen de la cultura (hay una pandilla de friquis que son "en la vida real" gentes con cargos importantes en la industria y el funcionariado que le vienen a decir al detective Valentín: ¡chúpate esa! y nos quedamos humillados por tontos ignorantes de tan alta sapiencia) y todo no es más que un aparato ruidoso propio de un prestidigitador que nos engaña: mientras se muestra moderno nos cuela un mensaje machista propio de las películas "de risa" carpetovetónica que yo veía en la sesión doble (la otra podría ser Horizontes lejanos [en el cine, en pantalla grande, ¡chúpate esa!]) antes de ir a por una banderilla que pagaba con el cambio de la entrada del cine. 
 
La banderilla ha llegado hasta aquí porque en la última entrada de este bloc de notas usaba la expresión "mujer de bandera" al referirme admirativamente a un personaje femenino fuerte, independiente, de esos que hacen historia. Esta jefa de policía que nos presenta David Galán Galindo es abominable por lo ridícula y no vale ninguna excusa de humor zafio y barato: podría haber sido un intento de mujer bandera y ha quedado en mujer banderilla, pero no como el utensilio peligroso de la tauromaquia sino como eufemismo de sin importancia, de un exigüo palillo con unos trozos de encurtidos y una cebolleta avinagrada cuyo fin último es abrir la sed y pedir otra caña u otro vinito y nada más. 
 
La banderilla de verdad, la que hace daño, no obstante, sí está presente en este bodrio: nada menos que un millón de euros de nuestro dinero se ha entregado a los promotores de esta piltrafa machista: lo puede encontrar quien sepa buscar en google: Resolución de 13 de diciembre de 2018. Ministerio de Cultura y Deporte. ICAA. 
 
¡Un millón de vellón, hermanos! Sin contar lo que hayan podido sacar también de RTVE cuyos fondos también son de dinero público. Eso lo que consta transparente. 
 
Y todo para acabar en manos de la empresa de audiovisuales NETFLIX, esa que según los periódicos dicen paga sus impuestos en alguna otra parte pero no en España, donde tributa menos de cuatro mil euros al año. Eso sí que es una banderilla: casi diría que una banderilla de fuego por parte de NETFLIX y un verdadero bajonazo por parte del Gobierno de España y su innecesario Ministerio de Cultura que parece destinado a repartir prebendas a los amigotes sin siquiera tomarse el cuidado de averiguar si los productos cinematográficos que promocionan con dinero nuestro superan un mínimo de decencia y de corrección política. Que no se trata de censurar productos cerriles, machistas, no: se trata de no abonarles el camino con dinero de todos, simplemente. 
 
Si quieren hacer bazofia, que la hagan con sus propios medios o que busquen ayuda en otra parte: en Mediaset, creo, el machismo es la norma en alguno de sus productos, así que a buscar dinero a otra parte. Siempre me he pronunciado en contra de la subvención pública a la industria cinematográfica (seguramente por entender el agravio comparativo con millones de personas) y me he quejado de las malas películas que se aprovechan de ello, pero esto ya ha pasado una raya: esto es un producto tan fuera de lo admisible que ni siquiera alcanzo a comprender ni cómo no hay ningún colectivo feminista que alce la voz ni tampoco porqué una actriz acepta representar un personaje tan indigno. 
 
Si alguien me demuestra que les han obligado a devolver todo el dinero público recibido, borro la reseña y en paz. 
 
Puede que ésta de hoy sea mi reseña más negativa pero, amigos, hay que estar a las buenas y a las malas y si no lo cuento, me queda dentro y no lo podría soportar. Avisados quedan.




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diumenge, 13 de setembre del 2020

Una mujer de bandera y un panoli





En estos tiempos que corren apresurados por la denominada "corrección política" que cada día que pasa se parece más a una imposición populachera, interesada y estúpida, alguna voces claman por el reconocimiento de la mujer en todo ámbito y casi siempre admiten que ahora están mejor que antes, que antes la mujer estaba muy mal observada y peor representada -hablando en términos meramente cinematográficos- y que ahora, por fin, podemos disfrutar de las heroínas que aparecen en películas de acción de todo tipo: no quiero citarlas por no darles pábulo, así que usen su imaginación, si no les importa.

Nada más lejos de la realidad: en el cine clásico se encuentran personajes femeninos fuertes, inteligentes, dominantes y en muchas ocasiones aplicando sus virtudes y sus defectos sobre personajes masculinos que con menos recursos de todo tipo ceden y claudican ante una mujer ampliamente poderosa en todos los sentidos y sin ninguna necesidad de adoptar características heroicas propias de superdotadas fantásticas.

Estos personajes femeninos del añorado cine de mediados el siglo pasado ofrecieron espléndidas oportunidades de lucimiento a algunas actrices que todos tenemos en la memoria quizás con la excepción de la gran Barbara Stanwyck porque ella ¡ay! cuando alcanzó la fatídica edad del medio siglo se dispuso a seguir trabajando en la televisión y lo hizo hasta cuatro años antes de fallecer a los 82 años, así que son varias las generaciones que la han visto en la tele muy bien dispuesta a seguir dando guerra.

Hal B. Wallis fue uno de esos productores que encontramos en los títulos de crédito de muchísimas películas, algunas de clamoroso éxito popular y crítico y habiendo dejado la Warner constituyó su propia productora y a finales de los cuarenta del siglo pasado se topó con una historia escrita por Marty Holland, compró los derechos y encargó a Ketti Frings que escribiera un guión para luego encomendar la dirección a Robert Siodmack quien ya disponía de una buena fama consolidada en sus intervenciones en películas del llamado cine negro, del cual ya hemos comentado tres películas, Phantom Lady (1944), The Killers (1946) y Criss Cross (1949) y se da la circunstancia que en dos de ellas ya comparecen personajes femeninos muy bien aprovechados en su día por Ava Gardner e Yvonne de Carlo, así que Wallis supo que tenía entre las manos una oportunidad y la confió también a Barbara Stanwyck, sabedor que el personaje ganaría enteros con la presencia de Barbara. En toda película con mujer importante hace falta proveer la presencia masculina que encaje bien los meneos que le van a proporcionar y ésa fue la suerte de Wendell Corey que no acostumbraba a ocuparse de protagonistas siendo esta película la ocasión en que brilló a mayor altura.

La película, titulada The file on Thelma Jordon (1949) (El caso Thelma Jordon [al parecer no estrenada] en España) nos cuenta las aventuras y desventuras de Cleve Marshall, asistente del fiscal de distrito que ya de buen inicio nos cuenta sus pocas ganas de volver al hogar donde le espera su esposa, su hijo y también sus suegros que en maldita la hora han decidido darles una visita: el pobre Cleve no soporta a su familia política y decide quedarse en el despacho de su jefe dándole a la botella de whiskey confiando que su tardanza en regresar a casa le ahorre el encuentro con su entrometido suegro, cuando se presenta una atractiva mujer que pretendía informar al fiscal acerca de intentos de robo en casa de su acaudalada tía donde ella reside temporalmente: Cleve insiste en que ambos vayan a tomar una copa mientras le cuenta ella los percances y de ahí a un súbito encaprichamiento y más tarde a una pasión enamorada no hay más que unos pasos que Siodmack nos cuenta con la acostumbrada precisión sirviéndose de planos medios y cortos que enfatizan la seducción y el embeleso y no exactamente a partes iguales, lo que produce cierta comezón en el espectador que pronto se barrunta que esto no va a terminar como parecía.

En una de las citas ocultas que los amantes tienen, noche cerrada, alguien le descerraja un tiro a la tía opulenta y de inmediato Thelma pide socorro a Cleve que no puede evitar que la policía acabe por detenerla y tras diversas peripecias sea él quien acabe por ejercer la acusación pública contra su amada como supuesta asesina de su tía.

El guión muy bien escrito y bien dialogado por Ketti Frings únicamente falla en su conclusión, seguramente impuesta no ya por Wallis sino por la "imperiosa necesidad" de una enseñanza moral ajustada a los cánones de la época, pero por lo demás la trama se sigue con intensidad y atención porque a pesar de los indicios que figuran en el relato la forma de dirigir de Siodmack nos lleva a conocer cómo son los personajes o cómo quieren que sean conocidos o cómo desean que finalicen los actos que van encaminados a satisfacer sus deseos, algunos más ocultos que otros, pero sin necesidad de trampearnos en momento alguno: Siodmack no nos oculta nada, no nos induce a creer lo que no es: las cartas sobre la mesa y el juego funciona con la celeridad ajustada a un ritmo que no decae porque no hay tiempos muertos ni escenas sobrantes: puede que la intervención de Wallis -que jugaba con su dinero- ayudara pero todos sabemos ya que Siodmack, precisamente, de las carencias sacaba oro puro como todos los grandes directores de la época y esta historia de deseos cruzados le venía como anillo al dedo.

Igualmente se encuentra Barbara Stanwyck con un personaje que parece escrito para su particular lucimiento: ésa es una mujer que sabe lo que quiere y que en algún momento parece zozobrar en su férrea voluntad y determinación, quizás más por cansancio de una vida demasiado provista de vericuetos, una montaña rusa que produce satisfacciones y vértigos. Una mujer fuerte, segura, que no depende de nadie y particularmente provista del encanto suficiente para manejar a los hombres a su antojo sin que lo perciban, una sibila a carta cabal, desprovista de escrúpulos, una prestidigitadora emocional consumada que necesita una contraparte, un especímen del sexo masculino que se halle en la situación buscada, forzada o casual que le disponga a ser la víctima propiciatoria y a su plena satisfacción, mal le parta un rayo.

Hemos visto esos dos ejemplares en muchas películas, pero no nos cansamos cuando lucen así.

No hay que buscar en este cine negro flechas que señalen más allá de la mera condición humana y ello no es desde luego ninguna merma: que no se apunte a problemas sociales de índole general no implica que con la presentación de una historia criminal se abandone todo al servicio de una intriga porque en esta película de presupuesto ajustado se reflejan los problemas que la soledad matrimonial y la ambición desmesurada pueden comportar cuando se encuentran y se enredan de forma incontrolable y uno por momentos no está del todo seguro si está viendo un encantamiento de un colibrí o de una víbora, pero la condición humana está ahí en la pantalla y resulta verídica, creíble, perfectamente mostrada por dos intérpretes que a las órdenes de Siodmack ejecutan un trabajo admirable, natural, desprovisto de aspavientos y tics.

Aparte de una conclusión en exceso moralizante cabría imputar como defecto la falta de un elenco de secundarios más eficaz, siendo todos ellos muy flojos, lo que resta puntos al conjunto, perjudicando la excelente labor de Siodmack y de la Stanwyck y Corey, pero a pesar de ello esta película puede recomendarse sin dudarlo un instante como perteneciente al selectísimo grupo de grandes productos de la serie B ejecutada con poco dinero y mucho talento.


Vídeo de la película en castellano:











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