Nacido a finales del siglo diecinueve en el seno de una familia de clase trabajadora, el padre chófer y la madre pianista(acompañante para el cine silente, toda una premonición), el joven Howard Hoagland Carmichael aprovechó su innata facilidad para la música, herencia genética materna, para costearse a principios del siglo veinte sus estudios que acabaron con él ejerciendo de abogado en 1926.
El trato con gentes de la farándula musical de la calidad de Bix Beiderbecke y el éxito de sus primeras composiciones dieron como resultado que el joven letrado, tomando el nombre Hoagy Carmichael decidiera abandonar las lides forenses para dedicarse en cuerpo y alma a la música, por suerte para todos los aficionados.
Su éxito fue fulgurante y su popularidad enorme, dando como resultado el ofrecimiento a realizar pequeñas intervenciones en películas en las que, en un momento u otro, iba a sonar alguna de sus composiciones, bien ya editadas, bien propiciadas adrede y ex-profeso, como ocurriría en su primera aparición en pantalla, en la película que ya se comentó en este bloc de notas, Topper, protagonizada por Cary Grant y Constance Bennet, en cuya reseña se indicaba la circunstancia y se proponía visualizar este vídeo que dejaba bien claro ya en 1937 que las canciones del amigo Hoagy iban a ser versionadas muchísimas veces con diferentes ritmos y coloridos.
Podemos estar de acuerdo en que situar a este caballero como secundario de lujo, vistos los antecedentes, es algo discutible, pero si tenemos en cuenta la enorme calidad musical y la naturalidad con que desarrolla las frases que le corresponden, desafío a cualquiera que me indique un músico semejante que componga y cante con esas compañías tan especiales, como el día en que saltaron chispas entre el veterano Humphrey Bogart y la jovencísima Lauren Bacall bajo la atenta mirada de Howard Hawks en To have and have not (1944)
Al año siguiente podemos ver a Hoagy acompañando a George Raft y Claire Trevor en una historia de venganza titulada johnny Angel (1945) y se constata que las apariciones de Hoagy, más allá de cantar alguna de sus piezas, como esta Memphis in June, se extendían personificando caracteres que forman parte de la trama y como tales son reconocidos en los créditos.
Al año siguiente, nuestro músico actor se puso a las órdenes de Jaques Tourneur para formar parte de Canyon Passage (1946),una película que resultaría un gran éxito comercial, acompañado como iba de Dana Andrews, Susan Hayward, Brian Donlevy y Andy Devine entre otros, recibiendo Hoagy una nominación al oscar por una canción, pero ahora veremos otra, I'm getting married in the morning en la que vemos a varios de sus acompañantes.
Quizá para completar el año, en el mismo 1946 Carmichael se unió de nuevo con Dana Andrews en una película protagonizada también por Fredric March y un notable elenco de damas, todos bajo las férreas órdenes del gran William Wyler que se entretuvo a contemplar qué les ocurre a quienes pierden los mejores años de sus vidas (The best years of our lives) nuevamente reconocido como secundario en los créditos.
Cuatro años más tarde, en 1950, Hoagy Carmichael fue llamado por Michael Curtiz para que incorporara un personaje con el que tenía no pocas coincidencias, relator de parte de la vida de un joven trompetista en la película Young man with a horn (El trompetista) protagonizada por un joven e impetuoso Kirk Douglas acompañado por una lozana Doris Day y la siempre interesante belleza de Lauren Bacall, película poco vista pero muy interesante, sobre todo para los amantes del jazz, versando figuradamente sobre Bix Beirdebecke.
Incluso en las películas más previsibles, mezcla de comedia romántica con policial, como la película de 1952 Sucedió en Las vegas (Las Vegas story) dirigida por Robert Stevenson, el bueno de Hoagy encuentra el momento de llamar a su lado a un bellezón como Jane Russell para darle la oportunidad de acabar de rematar la faena con su amado Victor Mature, todo ello declarando tener muy poca resistencia.
Hoagy Carmichael ha tenido pues sus momentos cinéfilos de forma personal, directa e intransferible, pero aún así, su contribución al cine se cifra en más de doscientas películas en las que se usa como parte de la banda sonora alguna de sus composiciones. Porque Hoagy, ante todo, fue un excelente compositor y alguna de sus canciones permanecen en el bagaje sonoro del pasado siglo con tantas versiones que muchos tienen la impresión que se trata de "música popular" cuando lo cierto es que tienen un autor que, de haberlo querido, podría haber vivido de las rentas de dos de sus canciones, compuestas en 1928 y 1930.
Preferiría poder enlazar muchas versiones, pero la prudencia me lo impide, así que me limitaré a enlazar tan sólo dos, una instrumental y otra cantada, de la canción Stardust:
Ben Webster, en mi opinión el más grande saxo tenor que ha conocido el mundo del jazz (y es decir mucho) agarra la melodía y le da unos aires fantásticos en una versión añeja y conocidísima
Y otro genial músico, el gran pianista Nat King Cole, en su faceta de cantante dotado de una voz aterciopelada, juega con las palabras escritas para la ocasión por Mitchell Parish y canta así.
Para quienes no hayan entrado todavía en el adictivo mundo del jazz (ellos se lo pierden) podemos llamar la atención acerca de una canción famosísima que, ¡sorpresa! fue compuesta en el lejano año 1930 por nuestro inefable Hoagy Carmichael, con letra de Stuart Correll, una cancioncilla que nadie dirá que jamás ha oído y que ya pueden escuchar: Georgia on my Mind que popularizaron Ray Charles con aires de blues y Willie Nelson con aires de balada country más tarde.
Bueno, va: otra más: escuchemos a la gran Billie Holiday cantando otra canción de Hoagy: I get along without you very well (Except sometimes)
La lista de intérpretes de primerísima fila del jazz de todos los tiempos que han versionado canciones de Hoagy resulta interminable y por suerte podemos recuperarlas...
Tal como yo lo veo, un verdadero lujo poder contar con Hoagy Carmichael como secundario: no puedo más que imaginar los ratos de espera entre escena y escena y el piano en medio....
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De verdad de la buena que cada vez se me hace más arduo hallar temas en los que basar estos exámenes y evitar al mismo tiempo hacerlos demasiado fáciles o demasiado difíciles buscando un equilibrio que resulte satisfactorio.
Últimamente nos habíamos dedicado a descubrir títulos de películas y ya iba siendo hora de volver a los sencillos homenajes a personalidades que han sido en el mundo del cine conocidas en cualquiera de las múltiples facetas en las que se puede intervenir.
Así pues, hoy se trata de averiguar la identidad de una persona que, teóricamente, debería ser conocida -sobradamente,añadiría- por todos ustedes.
¿Preparados?
Pues vamos allá: agarren lápiz y papel y vayan apuntando tranquilamente, porque los datos que se les van a ofrecer son diversos y muy interesantes.
La persona cuya identidad se debe averiguar, trabajó en varias películas en las que tuvo la oportunidad de trabar buena relación con quienes están retratados en este carrusel de diapositivas que constituye la PISTA Nº1 que sería correspondiente a un sobresaliente en sus conocimientos.
Hay ciertas características en las diapositivas que han visto que deberían ayudar por lo menos a fijar el dato, máxime cuando la visita a la base de imdb está recomendada para poder efectuar los cruces oportunos.
Cruces que serán mucho más fáciles si le añadimos un componente que falta en el anterior, aunque debo advertir que el uso del carrusel de diapositivas que constituye la PISTA Nº2 representa que su nota baja hasta un sencillo notable.
Efectivamente, hoy me siento magnánimo con las puntuaciones.
¿Cómo va la cosa? ¿Qué nota han sacado?
¿Todavía no tienen ni idea?
Bueno, no se me alteren.
Ahí les dejaré un nuevo carrusel de diapositivas, un grupito de gentes que poco o nada tienen a ver con el mundo cinéfilo, pero que sin duda, agrupados como PISTA Nº3, servirán para la identificación aunque, eso sí, debo avisar que han suspendido....
Como siempre, quejas, maldiciones y chanzas al cajetín de comentarios, y las respuestas, si las hay, correctas o no, a mi correo que espera tener mucho trabajo.....
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No hace mucho comentaba con un amigo que esta moda de llevar a la pantalla tebeos no era ni mucho menos nueva, y entramos a deliberar acerca de la relativa bondad de los productos que en tal subgénero se nos ofertan, en una cantidad tal, últimamente, que quizás lo que pretenda la industria estadounidense sea alcanzar la categoría de género y devenir en especialidad reconocida por su calidad intrínseca más que por su negocio comercial.
Como sea, está clarísimo que la moda de novedosa no tiene nada y que hace ya muchos años el cine intentaba aprovechar el filón del tebeo popular, aunque entonces nadie osaba erigirse en oráculo de nada ni en proporcionar filosofías trascendentales a productos de entretenimiento nacidos de páginas gráficas más o menos bien dibujadas.
Hubo una heroína en esos tebeos que gozó de fama y hete aquí que en una eṕoca muy activa cultural y políticamente, 1968, el espabilado francés Roger Vadim, que ya había gozado las mieles de Brigitte Bardot, aprovechó su tercer matrimonio con otra hermosa rubia (creo que las iba renovando con la edad [de ellas, claro]) para exhibirla, como de costumbre, en una de sus películas intrascendentes que siempre supo presentar rodeadas de un halo artístico, muy en la línea de la "gauche divine", cuando luego el público iba por ver la maciza de turno.
Así que, ni corto ni perezoso, Roger, cual Tarzán moderno, coge a su Jane y la convierte en Barbarella y si les parece vamos a detenernos en los títulos de crédito, pero antes de ver el vídeo recuerden que estamos en el año 1968: para situar a los más jóvenes: hacía tan sólo tres años que Mary Quant había escandalizado medio mundo con la minifalda y en las playas apenas se veían los primeros biquinis.
Títulos de crédito de Barbarella (1968)
Al pobre de Henry se le debió quedar la sonrisa congelada, no sólo por la cutre realización: supongo que se han dado cuenta del simplísimo truco de esa bochornosa ausencia de gravedad...
¿O no?
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Se ha ido. Después de perder la batalla, se ha ido. Ha ganado el cáncer. El maldito cáncer.
Pero uno, que jamás fue asiduo a las discotecas, siente que algo se parte en el alma cuando se entera que Donna Summer acaba de fallecer, a unos jóvenes sesenta y tres años, ella, que fue capaz de poner a mover el esqueleto a cientos de miles de jóvenes que ya lo eran en los años setenta del siglo pasado.
Podría insertar muchos vídeos de canciones suyas, de temas que pertenecen a la historia personal de más de uno, pero prefiero dejar mi preferido, aquella demostración de voz potente, bien cuidada y educada que llamó a su lado nada menos que a la Streisand, para proclamar, por si hubiera duda, que no debía haber más lágrimas, que ya era bastante:
Aquí está la letra de la canción.
Está lloviendo, está diluviando
Mi vida sentimental me aburre hasta llorar
Después de todos estos años
No luce el sol, no brilla la luna,
No hay encanto, ni signos de romance
Lo nuestro ya no tiene arreglo
Siempre soñé que encontraba al amante perfecto, Pero resultó ser como cualquier otro hombre. Nuestro amor, nuestro amor.
Llueve (llueve)
Diluvia (diluvia)
Ya no tenemos nada que hacer aquí
Y no malgastaremos ni una lágrima más
Si has tenido suficiente
No aguantes sus cosas,
No lo hagas
Si ya te has hartado
Lárgate
Puedes hacerlo
Dile que se largue
No hay nada de qué hablar
Dale su abrigo y enséñale la puerta
Mírale a los ojos y díselo gritando
Basta es basta es basta
No puedo seguir así, no puedo, ya no más
Basta es basta es basta
Le quiero fuera, quiero que salga por esa puerta
Basta es basta
Si has llegado al límite
No finjas que todo está bien
Cuando ha terminado (ha terminado)
Si ya no hay sentimientos
No lo pienses dos veces, muévete
Supéralo (supéralo, supéralo)
Dile que se largue, dilo claro, suéltalo
Basta es basta es basta
No puedo seguir así, no puedo, ya no más
Basta es basta es basta
Le quiero fuera, quiero que salga por esa puerta
Basta es basta
Siempre soñé que encontraba al amante perfecto, Pero resultó ser como cualquier otro
Nuestro amor (falló desde el principio)
Nuestro amor (debí haber escuchado a mi corazón) Nuestro amor (nos alejaba)
Basta es basta es basta
No puedo seguir así, no puedo, ya no más
Basta es basta es basta
Le quiero fuera, quiero que salga por esa puerta
Basta es basta
No más lágrimas (no más lágrimas)
No más lágrimas (no más lágrimas)
No más lágrimas (no más lágrimas)
No más lágrimas (no más lágrimas)
Basta es basta es basta, Basta es basta es basta; Basta es basta es basta
Estoy harta, tú estás harta, él está harto
Basta es basta es basta, Basta es basta es basta
es basta
Estoy harta, tú estás harta, él está harto
Siempre soñé que encontraba al amante perfecto, Pero resultó ser como cualquier otro
No tuve suerte desde el principio
Debí haber escuchado a mi corazón
que nos alejaba
Basta es basta es basta
No puedo seguir, no puedo seguir, ya más
Basta es basta es basta
Le quiero fuera, quiero que salga por esa puerta
Adiós señor, adiós, adiós señor
Adiós cariño
Llueve, diluvia
Ya no nos queda nada
Y no malgastaremos ni una lágrima más
No más lágrimas
Basta es basta es basta, Basta es basta es basta, es basta, es basta es basta ES ¡BASTA!
Para mí, Donna sigue siendo aquella bella mujer sentada en una luna de papel.
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Ése es un engaño, mejor un timo, que ya forma parte del clasicismo y que, según define apropiadamente la wiquipedia, tiene la siguiente estructura:
"Uno de los timadores, el confidente, contacta con la víctima para explicarle que está en contacto con una persona muy famosa e influyente que está encerrada en una cárcel española (o según versiones más modernas, de algún país africano) bajo una identidad falsa. No puede revelar su identidad para obtener su libertad, ya que esa acción tendría repercusiones muy graves, y le ha pedido al confidente que consiga suficiente dinero para pagar su defensa o fianza. El confidente ofrece a la víctima la oportunidad de aportar parte del dinero, a cambio de una recompensa extremadamente generosa cuando el prisionero salga libre.
Sin embargo, una vez entregado el dinero surgen complicaciones que necesitan de más dinero, hasta que la víctima ya no puede o quiere dar más. En ese momento se acaba el timo y el confidente desaparece."
Seguro que a más de uno se le viene a la memoria más de un nombre y más de un rostro, mejor caradura, que han salido en los noticiarios hace muy poco, gentes con muy pocos escrúpulos y menos vergüenza que se enriquecen constantemente a costa del prójimo.
Esos estafadores, esos timadores de apariencia noble, de afables maneras y mirada ávida y ambiciosa no dudan en acometer acciones criminales con tal de proveer sus bolsillos de monedas de oro y su psicología, su maldad, su forma rocambolesca de entender la vida, han llamado la atención a dramaturgos de todas las épocas y David Mamet, uno de los más interesantes autores teatrales estadounidenses de la actualidad, no tan sólo no ha hecho ningún esfuerzo por sustraerse a dicha atracción sino que lo ha asumido hasta convertirlo en recurso recurrente en su obra y especialmente en la que podemos ver en pantalla grande: sabemos que Mamet, además de dramaturgo, ejerce como guionista -en ocasiones por encargo, firmando con seudónimo- y también como director y productor.
Esa atención dispensada a los malhechores no tan sólo la admite Mamet sino que, más allá, viene a titular como The Spanish Prisoner una película basada en guión propio, que en España, quizás por un orgullo mal entendido (o para evitar premoniciones) se modificó de la peor manera, otorgándole el de La Trama, demostrando claramente la idocia habitual del titulista de turno que, evidentemente, ni idea tenía -ni el ni el tonto de la distribuidora que era su jefe- de la anterior película de Hitchcock con el mismo título: en España, aparte de estafadores, también tenemos buen surtido de estúpidos.
Sigamos: decía que Mamet desde el primer momento muestra las cartas encima de la mesa y con la cara hacia arriba: vamos a ver un timo, una estafa, un engaño.
Nos damos cuenta que Joe Ross, que ha tenido una gran idea mientras trabaja en la empresa que dirige el Sr. Klein, está siendo merodeado y mareado como una perdiz por Jimmy Dell cuyas intenciones parecen buenas, mientras no sabe a qué atenerse con las embelesadas miradas que le lanza su nueva secretaria Susan Ricci que le mima como a un niño, desoyendo los consejos de su buen amigo y abogado George Lang que le recomienda se decida de una vez por todas: tanto tarda, que acaba por necesitar contactar con la agente del FBI Pat McCune que, casualmente, coincidió con todos los anteriores mientras estaban en una espléndida isla caribeña, todos de vacaciones, llegados de la fría y gélida Nueva York, donde de nuevo se encontrarán.
Mamet mueve los hilos a su antojo no en vano es guionista y director y sabe dosificar los datos que complementan las sospechas que el espectador va sintiendo, porque hay apariencias que engañan y por momentos uno siente en el cogote el aliento del mal, un susurro que advierte que algo no cuadra, que hay que ser más cauteloso, pero, ay, el protagonista no nos oye; el engaño funciona como una máquina apisonadora, lenta e inexorable, intento tras intento, incluso con alguna que otra sangre que señala la impiedad de la farándula fraudulenta. El desarrollo de la acción está bien medido y la tensión no cae, aunque en los últimos veinte minutos del metraje, que no llega a las dos horas, se le cuelan a Mamet algunos detalles que por una parte revelan demasiados descuidos -o falta de lógica y sentido común- del protagonista y también evidencias de intenciones que deberían permanecer ocultas unos minutos más, quedando la sensación que se rebaja el tono del engaño para favorecer que la audiencia se diga a sí misma: ¡mira, mira! perjudicando ostensiblemente el final, resuelto con demasiada tibieza para mi gusto.
El conjunto adquiere la consistencia de un juego de artificio, una presentación de tipos con intenciones poco claras pero sin hincar el diente en sus motivaciones, quizá para mantener la duda respecto a en qué bando está cada cual a pesar que llega un momento en que parece que en un bando está el protagonista, que no acaba de enterarse, y en el otro el resto, que saben más de lo que debieran. Esta concentración en los actos más que en las personas hace que haya una cierta falta de empatía y produce un alejamiento del espectador que, como todos sabemos, precisa de información para decidirse: es una opción arriesgada, porque rechazar la posibilidad de profundizar en la necesariamente compleja psicología del delincuente de buenas maneras para detenerse únicamente en la contemplación de sus actos, siempre engañosos, forzosamente representa desestimar una llamada a la inteligencia del público que siempre la agradece, para centrarse en un nivel más sencillo en el que la complejidad reside únicamente en discernir si lo que vemos es lógico o no y si va o no a tener repercusiones que caerán como una losa sobre el incauto protagonista.
Para mantener la atención durante esos ciento diez minutos cuenta Mamet con un elenco muy profesional formado por parientes, amigos y conocidos, todos ellos concurrentes a finales de los noventa en las tablas neoyorquinas, gentes de sobrada experiencia que visten con solvencia y economía de gestos un reparto de secundarios capaz de sorprender al más pintado, participantes de un juego milimétrico donde todo debe encajar como un mecanismo de relojería: nadie podrá negar que un timo de altura, que una estafa millonaria, necesita, como mínimo de un poco de imaginación. De propina, Mamet cuenta con la participación de Carter Burwell que compone una banda sonora efectiva y funcional y se vale de los buenos oficios como montadora de Barbara Tulliver con la que trabajaría en más de una ocasión, señal de buena sintonía entre ambos.
En definitiva, una película que nos muestra gentes con pocos escrúpulos, una trama que se enrosca y retuerce pero que no engaña -ése es un mérito habitual de Mamet- y permite reflexionar acerca de los esfuerzos que algunas gentes hacen para beneficiarse al margen de toda ética, con un final cuando menos discutible que, en mi opinión, perjudica al conjunto.
Para amantes del subgénero específico de estafadores y timadores sin que el humor haga acto de presencia.
Vídeo
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El pasado día uno de mayo tuve la afortunada coincidencia de conectar el televisor y hallar, de sorpresa, la retransmisión que en el canal cultural de TVE, la 2, ofrecían en directo el concierto que anualmente, y en diferentes lugares, toca la Orquesta Sinfónica de Berlín, en esta ocasión en Viena, Austria, hallándose a la batuta el joven maestro Gustavo Dudamel y con la colaboración solista de un extraordinario y joven violoncelista, Gautier Capuçon
Dado que pillé el concierto ya iniciado y únicamente pude disfrutar de la última pieza, dediqué unos momentos, días más tarde, a buscarlo por la red, sin hallarlo.
Pero en cambio, sí he encontrado información acerca de Gautier Capuçon, al que no conocía de nada. Y en la misma forma en que cuando descubrí a Dudamel no dudé en dedicarle una entradilla, me pareció que sería interesante poder disfrutar del galo.
La sorpresa ha sido hallar en youtube -y sin restricciones- una pieza que, francamente, supera con creces lo esperado:
Se trata del Concierto para piano, violín, chelo y orquesta op. 56 "Triple concierto" de Ludwig Van Beethoven, ejecutado por la célebre pianista argentina Martha Argerich y los hermanos Renaud Capuçon (violín) y Gautier Capuçon (chelo) como solistas, desarrollando de forma más que brillante excepcional una diléctica musical creada por el genial Ludwig Van Beethoven, con el magnífico, sonoro y restallante soporte de la muy especial Joven Orquesta Simón Bolívar bajo la dirección de Gustavo Dudamel
El concierto, aproximadamente cuarenta felices minutos que gracias al virtuosismo de esos grandes músicos pasan en un suspiro, se halla en youtube dividido en cuatro vídeos:
1 de 4
2 de 4
3 de 4
4 de 4
Espero que, por lo menos, les haya gustado tanto como a mí, porque ya lo he escuchado tres veces en pocos días y puedo asegurar que hacía tiempo no disfrutaba de ese modo con una pieza de música clásica ni me sentía subyugado por tanto ímpetu y brío musical. Estoy fascinado y encantado con esa orquesta venezolana y esos jóvenes galos maestros de las cuatro cuerdas.
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Robert Wise fue un director que supo tocar con acierto muchas teclas y se ganó en vida el apelativo de artesano que injustificadamente y durante mucho tiempo substituyó en muchas ocasiones el más apropiado de artista, subjetivamente situado a un nivel más elevado; vista detenidamente su extensa obra cinematográfica se observa que en ella hay títulos de todo género y algunos destacables, tomando como excepcional West Side Story, con toda seguridad la película que le sitúa inmediatamente en la memoria de cualquier aficionado al cine.
En este bloc de notas apareció en la segunda reseña publicada y a pesar de haber disfrutado de varias de sus obras, compruebo que la primera ocasión sigue siendo, hasta ahora, única, aunque su nombre ha sonado en su actividad de director de montaje con poco sentido de la oportunidad, todo hay que decirlo, así que ya ha llegado la hora de repasar otra de sus estimables piezas.
Precisamente después de la titánica empresa musical mencionada se ocupó Wise de llevar a la pantalla la íntima relación de dos personajes que nacieron de la pluma de William Gibson, una pareja representada en Broadway por Anne Bancroft (en su debut teatral) y Henry Fonda bajo la dirección de Arthur Penn, comedia melodramática titulada Two for the seesaw que tuvo un éxito colosal y que como era lógico, despertó en Hollywood las ganas de aprovechar un buen texto, así que en 1962, y ya que Arthur Penn y Anne Bancroft estaban ocupados filmando otra pieza del mismo autor -que a la postre significó otro éxito- y no estaban disponibles, después de alguna que otra duda el productor Walter Mirisch se hizo con los servicios de Shirley MacLaine y Robert Mitchum para incorporar a Gittel "Mosca" Moscawitz, una bailarina neoyorquina y Jerry Ryan, un recién llegado de Nebraska, Omaha, una pareja cuya relación la define su creador ya en el título de la obra teatral, conservado en la película Two for the seesaw que en España recibió, como de costumbre, la traicionera traducción de Cualquier día en cualquier esquina; no he podido hallar datos referentes al trato que le dio la censura carpetovetónica, pero sí hay rastro de una representación teatral que mantuvo con buen criterio el título de Dos en el balancín, a mediados de los años sesenta.
El guión escrito por Isobel Lennart trata de ocultar el origen teatral e introduce diversos personajes para arropar a la pareja protagonista y lo único que consigue es proclamar a los cuatro vientos que lo realmente interesante es lo que les pasa a esas dos personas que van tomando cuerpo lentamente por sus acciones, sus diálogos, sus propuestas y respuestas, permitiendo que el espectador, como ocurre en la vida real, se vaya haciendo una idea muy próxima de la forma de ser de cada uno: sin prisa pero sin pausa, Wise adopta la plácida situación del mirón silencioso, manteniéndose en una prudente distancia y dejando que sus personajes se muevan con libertad, dándoles el aire preciso y remarcando con cariño los trances sentimentales que van viviendo.
Quizá con la retina todavía marcada por su anterior obra, Wise adopta el magnífico formato de panavisión (2.35:1) ****Los Vengadores, con tantos tipos disfrazados volando y tantas leches, la ruedan en un triste y paupérrimo (1.85:1)
pero se decide por un espléndido Blanco y Negro que confía a las excelentes manos del camarógrafo Ted D. McCord que se luce a conciencia retratando con firmeza esa pareja que vive en dos destartalados apartamentos recreados por Edward G. Boyle con un aire que en ningún momento intenta sustraernos de la sensación teatral que con toda su fuerza nos impregna al escuchar los estupendos diálogos.
Hay pues una cierta contradicción entre la voluntad tácita de Wise de no rehuir el origen teatral y la confección del guión que ofrece la posibilidad de sacar la cámara de esos dos apartamentos, de alejarla, moverla, hacerla transitar por las callejuelas de la gran orbe, introduciendo personajes como amigos de Mosca y el bufete donde Jerry empieza de nuevo su trabajo, pero Wise ordena recrear en estudio los dos apartamentos uno al lado del otro y mueve la cámara hacia atrás para ofrecernos, como en imagen partida, al modo usual en la época, las llamadas telefónicas que ambos se intercambian.
Porque a Wise, hombre de cine con experiencia en diversas lides, le importa bien poco que a los quince minutos el espectador perciba el origen teatral de la historia: está tan bien escrita, sus réplicas tan bien orquestadas, que aquello huele a teatro del bueno a leguas. ****De hecho, la obra de teatro sigue representándose y se ha convertido en un clásico en Estados Unidos y Canadá
Así que esforzarse por ocultarlo es baladí, pues el espectador lo va a notar igual: mejor dedicarse a contar la historia, a cuidar a esa formidable pareja de intérpretes que, más allá de la palabra, saben expresar sentimientos con la mirada y el gesto, y ahí está Wise dirigiendo y recogiendo los frutos.
Gittel Mosca es una joven bailarina con un corazón enorme capaz de ayudar a un desconocido solitario recién llegado de Omaha, Nebraska, a medio camino se llegue de donde se llegue y el recién llegado, Jerry Ryan, es un hombre que pide ayuda. Son dos almas solitarias pero hay una sensación de obstáculo, una atadura que impide la libertad, una duda que frena, una voz en la lejanía, un eco emocional perturbador que no cesa. Hay una duda que empaña la relación y la cámara quieta de Wise escruta impávida el rostro de Jerry que mantiene su mutismo mientras Gittel se revuelve y exige saber porqué su entrega sin concesiones halla tan tibia respuesta. Como en la vida misma, el lance amoroso reviste complejidad y cada uno de los amantes observa al otro y se observa a sí mismo de una forma diferente, propia, y Wise nos lo cuenta con su cámara sin que perdamos detalle, sin ahorrarnos nada, ni bueno, ni malo: conocemos más que ellos mismos lo que les pasa, sus zozobras personales, el desengaño, el miedo al fracaso, el valor y la indecisión ante un futuro incierto y el recuerdo de un pasado que clama un retorno, la construcción de un proyecto en común que se basa en ilusiones más que en realidades, la constatación de una realidad personal que habrá que encajar tarde o temprano...
La trama romántica pertenece por derecho propio al género grande por el tratamiento otorgado a cada uno de los dos personajes y en la película de Wise hay además de la excelente caligrafía cinematográfica marca de la casa que sabe mantener el ritmo apropiado y expresar y remarcar cuando conviene, dos puntos a resaltar: la estupenda banda sonora compuesta para la ocasión por André Previn dotada de aires jazzísticos que puntúan las situaciones sin molestar en absoluto y la excelente labor interpretativa de la pareja formada por Shirley MacLaine y Robert Mitchum, ambos inmejorables representantes de los caracteres asignados, adecuadísimos y compenetrados, un verdadero placer para los sentidos del aficionado que se dará cuenta del enorme valor de un trabajo interpretativo realizado sin apoyarse en caracteres extraordinarios, gentes normales y cotidianas que transitan por una historia de amores y desamores, de recuerdos y olvidos, sin grandes gestas ni grandes gestos, un día a día tan normal que parece, ya lo dije, como la vida misma. Enormes, ambos.
Una película, pues, que ningún cinéfilo con buena nariz para las buenas historias pequeñas, íntimas, grandes en su representación, debería dejar a un lado; absolutamente imperdible su visionado en v.o.s.e. aunque, justo es decirlo, el doblaje al castellano es de los buenos.
Intro
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La saga del más conocido agente británico, el superespía 007 -con licencia para matar- James Bond ha tenido muchas caras protagonistas hasta el momento y también ha dispuesto de un selecto grupo de artistas de la música y la canción que se encargan de lucirse con los temas que en ocasiones incluso se componían ex-profeso para acompañar los esperados títulos de crédito iniciales, a veces lo mejor de la sesión.
Conocídísimas voces como Matt Munro, Shirley Bassey, Carly Simon y Tina Turner eran escuchadas y adoptadas como "la canción de...." un título bondiano.
La Turner apareció con su vozarrón en 1995 en la película GoldenEye, protagonizada por Pierce Brosnan, y, ¡oh casualidades de la vida! en la misma película hay un momento musical idóneo para aparecer en esta sección que trata de huir del mero musical ofreciendo actuaciones en directo (aunque a veces haya doblaje por en medio).
Vean pues, si place, una escena en la que la música se propone como chanza, una escena en la que aparece por primera vez en pantalla grande una actriz que a mí me gusta bastante.
Y para que nadie se queje de que la canción apenas se oye, aquí tienen la original
Y en lo que respecta a la debutante, valga como ejemplo de sus calidades musicales este vídeoclip en la que interpreta con su grupo una de sus propias composiciones.
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