Este año que vamos rematando no ha sido desde luego ninguna maravilla desde el punto de vista meramente cinematográfico: con un poco de maldad y bastante mala idea podríamos decir que no han aparecido valores nuevos que puedan sustituir holgadamente el ostentoso declive de algunos denominados maestros que insisten en seguir trabajando en su senectud cuando quizás lo más prudente sería retirarse a los cuarteles de invierno y disfrutar de las mieles al tiempo que se ahorran rebajar cualitativamente el promedio de su producción: sin llegar a extremos como los de Charles Laughton, colapsado por una única obra maestra, algunos deberían aplicarse la doctrina del mutis silencioso...
Mientras tanto, en la pantalla de al lado, cada día que pasa más grande y con mejor sonido, capaz incluso de conectarse al éter, los productos bien escogidos pueden llenar de satisfacción: hay que elegir sabiamente, claro, pero ahí entra como siempre el factor gusto: la pena es que se pierde la magia de la sala oscura: un día, alguien acabará por solventar ése detalle: tiempo al tiempo...
Pero lo que de verdad ha llamado mi atención este 2014 y estoy seguro que no soy el único, es que, pasiones cinematográficas aparte, parece que estamos en una pendiente de todo tipo, con regresión a formas y formulismos que jamás hubiéramos pensado ver en este siglo.
No siendo este bloc de notas el lugar apropiado ni por descontado tampoco quien lo mantiene idóneo a la tarea de profundizar críticamente en la sociedad como ente global, ya hacía días que meditaba cómo poder expresar gráficamente esa sensación.
Ha sido a raíz de mi visita a la casa de un colega del blogerío que se ma ha ocurrido la mejor forma de solventar mi anhelo.
Víctor en su lista me descubre artistas de la música que no conocía y quedo admirado del poderío de Beth Hart, de cuya existencia no tenía ni idea.
Indagando, como de costumbre, me salta de repente la idea de cómo poner sobre el tapete una alegoría de que los tiempos no han mejorado lo que se esperaba de ellos: la cantante, admiradora confesa de Billie Holiday, realiza una soberbia reinterpretación de un tema que ya se trató en este bloc muy detalladamente a causa de la excepcional conjunción de música, letra, interpretación y contenido marcadamente social: que ahora Beth Hart y su colega Joe Bonamassa se empleen tan a fondo con el añejo tema Strange Fruit y a la vista de lo que está sucediendo últimamente, no me parece casualidad y sí buena intención.
Pero no vayamos a ponernos melodramáticos, que ustedes no estarán hoy por la labor y el llamado ya se ha hecho, así que pasemos a considerar que se han portado bien y que merecen pasar una agradable velada de cambio de año, tratando de dejar atrás lo malo esperando, como siempre, que el nuevo sea mejor.
Vistos que han sido algunos anuncios televisivos, me parece que la perspectiva no es muy halagüeña que digamos, y se me ha ocurrido que, ya que lo encontré, pueden aprovecharse del trepidante concierto que el año pasado, todavía 2013, ofrecieron Beth Hart & Joe Bonamassa en Amsterdam (30/6/2013) y así tienen un par de horitas de buena música.
Y para el día siguiente, o el resopón-anti-resaca-subsiguiente, siempre pueden situarse en la sala típica del concierto de año nuevo, en la famosa ópera de Viena, sólo que, en esta ocasión, serán cinco los músicos que pueden amenizar la velada, en un concierto irrepetible
¡Feliz Año Nuevo!
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Dicen que empezar llamando la atención es un arte difícil, pero, a poco que uno busque cuatro vídeos de nada y la esquiva suerte acompañe en su permanencia, no resulta muy arduo confeccionar un ligero artificio, un acertijo cuyos componentes, estoy seguro, por lo menos picarán la curiosidad de mis amabilísimos lectores:
Si de inicios se trata, veamos un par de escenas bien administradas que, habiendo sido ofrecidas en momentos dispares, constituyen un todo y van a servir como una buena primera pista relativa a lo que me gustaría ser de mayor:
- ¿Y a quién le importa lo que quieras ser de mayor?
- ¡Va! ¡Que es broma, que sólo es un entretenimiento!
Aconsejo encarecidamente seguir el ordinal propuesto, o sea, no saltarse las pistas, porque no hay premio ni competición (al final daré la respuesta), pero sí un iter a proponer que espero será del agrado de todos:
1ª a) Primera parte de la primera pista
1ª b) Segunda parte de la primera pista
El inicio habrá resultado estimulante, espero.
2ª Otra escena poco habitual es la inserción de momentos musicales que tienen su importancia dentro de la trama: gracias a que la duración lo permite, podemos disfrutar de una excelente versión de una canción clásica del folclore Silver Dagger cantada espléndidamente por una guapa joven ante un público más que interesado, interesante.
3ª Aunque nada tan placentero como ejercer de mirón y observar, maravillado, los extraordinarios y alambicados sucesos que se producen en un tranquilo paraje a una serie de tipos humanos que, desde la constatación de la ficción, alcanzan cotas inusuales.
4ª Para el ojo avezado del buen fisonomista esta cuarta pista será definitiva y si no fuera ése el caso, desde luego que siempre podrá servir dar un vistazo a esta recolección de escenas que ocurren en la campiña como aperitivo y acicate a llevarse al coleto una pequeña muestra de historias ni espectaculares ni aburridas, con un aliciente extra que produce al tiempo admiración y confianza en el futuro.
5ª Por suerte y por desgracia, todo a un tiempo, podemos comprobar, pasmados, que en nuestro país hay atractivas jóvenes capaces de ejercer con poderío su oficio sin arredrarse un ápice ni dejarse amilanar, aunque ello lo tengan que demostrar allende nuestras fronteras y en un tiempo cronificado con exactitud y en compañía de lobos: amistosos, pero lobos al fin y al cabo, prestos a robar a dentelladas la escena: ojiplático quedé, oigan.
6ª Que la permeabilidad es una virtud, pese a su escasez, no es ninguna novedad, sobre todo cuando uno se mueve en ciertos ámbitos en los que el eclecticismo no es denigrado y así se puede hallar placer en una aventurilla literaria y al fin visual debida a la voluntad de una gran escritora recientemente fallecida a avanzada edad que, casi por capricho y deseo de unir su nombre a una colega admirada, nos dejó un regalo que, como es natural en otros países, podemos ver en pantalla muy bien servido por gentes absolutamente permeables a un buen texto.
7ª Esta va a ser una pista redundante por dos motivos (por lo menos) y me sabe mal ponerlo tan clarito y diáfano, pero es que este año que estamos acabando me ha dejado blandengue, sin brío, con poca alegría, casi como si estuviera un poco perdido o quizás únicamente despistado.
8ª Que por cierto, este año 2014 no habrá sido muy bueno cinematográficamente, pero desde luego que ha estado corriendo por ahí una pandilla de rufianes liderada por un sobrino al que no hay que quitarle un ojo de encima, mientras con el otro se vigila el alrededor constantemente, por si las moscas.
9ª Ya llevamos ocho pistas dispuestas y seguro que la solución la sabrá todo el mundo: esto habrá quedado como la caza de la gata que quiere atrapar al ratón pero en plan mucho más tranquilo y pacífico.
10ª Espero que estas sencillas pistas hayan resultado claras, diáfanas y explicativas y sino, pensemos que se trata tan sólo de un juego espero que estimulante a la par que informativo.
11ª Si no os parece que hay datos suficientes, me quedaré como el amigo George, escuchando gentilmente vuestros comentarios.
¿Eh? Ah, sí: que dije que al final dejaría la respuesta...
Ahí va.
¡Uy! ¡No! ¿En que estaría yo pensando?
Se ha escapado, eso no es, no es.....
A ver... ¡sí!
Aquí está ...
evidentemente, yo, de mayor, quiero ser director de casting de la televisión británica, a poder ser, de la mismísima BBC: debe ser un trabajo tranquilo disponer de semejante cartera de veteranos y de una increíble fuente de nuevos intérpretes capaces de sacar adelante cualquier trabajo, sea de héroe, sea de criminal, siempre escuchando con clase, expresando con el cuerpo y pronunciando de una forma absolutamente maravillosa..... la única dificultad, la única actividad estresante, debe ser dejarse convencer por los agentes artísticos y, luego, decidir..... ¡muy duro, sí!
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Todos conocemos aquella frase concerniente a la insensatez humana que produce una vez y otra y otra más la sensación de inutilidad de la experiencia porque acabas de darte tres veces con la misma piedra, pedrusco e incluso pantano cenagoso y asfixiante del que sales con la promesa de que nunca, pero nunca, volverá a atraparte. En vano.
Parece que errar forma parte de la condición humana y, si no fuera porque me ha llevado unas horas ataviarme en la forma más prudente,ahora mismo me sacaría la cubierta para saludar a un tipo que de sus pifias hace gloriosos negocios en una constante que me resulta incomprensible y diría que fuera del alcance de mis entendederas si no fuese porque de casualidad hallé un alma casi gemela, en lengua sajona, lo que me dió las fuerzas para sacarme de dentro una espina mal clavada.
He de reconocer que aparte de protegerme por si las moscas mi actual atavío me sirve para ocultar mi faz ya que me siento avergonzado de ser tan incauto y confiado, por no llamarme directamente tonto del culo, pues avisado por mis experiencias anteriores debí hacer caso del tilín-tilín que me decía: Josep, que vas al matadero, que es época de matanza, y no te libras.
Mucho insistir en ver en riguroso v.o.s.e. (lo que equivale a un traslado a la capital) la última película de David Fincher, creído de lo que había leído en malditas críticas que ya tengo en la lista negra, para luego encontrarme, una vez más, con que el susodicho sigue sin haber encontrado sus tijeras, suponiendo que alguna vez las tuvo, que ya es mucho suponer: pero vayamos por partes, pues pese a la introducción dudo que haya ablandado voluntades y espero que las razones servirán para poner las cosas en su punto.
Maldiciendo una vez más al retitulador que ha transformado Gone Girl en Perdida y advirtiendo que hay algo más que similitud entre el póster promocional y el que se usó para la película de 2007 Gone Baby Gone (dirigida por Ben Affleck, de la que ya hablamos aquí) y sabiendo que Fincher está detrás del innecesario refrito de una serie televisiva deslumbrante (de la que hablamos aquí) y también de la reiterativa y desperdiciable copia de un thriller nórdico (que también tratamos aquí), llego a la conclusión que no tan sólo he tropezado varias veces sino que, además, en las últimas, ya era consciente de donde me iba a meter. La curiosidad mata al gato dicen, y al cinéfilo tonto, añado yo.
Fincher se basa en lo que parece haber sido un best-seller, o sea, un superventas, escrito por una tal Gillian Flyn que desde luego de tonta no debe tener un pelo porque es la que además se ha cuidado de escribir el guión literario basado en su novela. La escritora sin duda ha sabido seducir al director o quizás es que éste realmente ni siquiera se ha leído dos veces el guión y alguien se habrá cuidado de confeccionar el guión cinematográfico, porque los diálogos de la película dan verdadera pena, tan triviales y vulgares que no suscitan interés alguno por ningún personaje, dejados de la mano de los intérpretes que, esforzados, vienen a constituir el único aliciente de la pieza, sin merecer más galardones que la simple mención, tampoco vayamos a llamar a engaño a un nuevo incauto.
De las trampas y pifias del guión podemos hablar en otro momento con el peligro de desvelar partes de la trama que los charlatanes de turno han pretendido reconvertir en una cumbre más del thriller del siglo.
La historia discurre alrededor de todo lo que le ocurre a un hombre que, advertido por un vecino que tiene al gato doméstico fuera de casa, regresa y se encuentra al minino hambriento en el jardín y a la esposa ausente del hogar, con trazas de haber ocurrido algo violento en el salón, rota una mesa de cristal: llega la policía, su hermana, los suegros, los vecinos, el lío que se monta, y Fincher que deja pasar el rato hasta que uno, que no ve avanzar la acción, mira el reloj como suele y se percata ¡ay madre! que ya llevamos una hora y todavía no ha pasado nada inusual: sólo preparativos. Fincher, como ya me pasó con su aclamadísima Zodiac, vuelve a aburrirme y miro a mi alrededor buscando caras iluminadas por la tensión y no hallo ninguna.
A partir de la hora y pico parece que la cosa se anima un poco, pero en realidad no es sino hasta muy cerca de las dos horas cuando la trama empieza a tener giros interesantes, pero son tan tramposos, falsos, ilógicos, que uno, harto de que le tomen el pelo, ya no está por dejarse convencer por un director que necesita dos horas y media para explicar una historieta que hemos visto más interesante, mejor contada y mejor interpretadas en no pocas ocasiones antes.
Si me dicen que Fincher es el director apropiado para quienes no hayan visto nunca jamás una película en blanco y negro, les aplaudo la afirmación y no necesito mentar nombre alguno. Seguramente, quienes compraron masivamente la novela escrita por la tal Flynn no han leído nada publicado a mediados del pasado siglo en los U.S.A. pero se tragan toda la publicidad que les lanzan desde los medios de comunicación y propaganda masiva.
No hay nada sobresaliente en esta película de Fincher desde el punto de vista meramente cinematográfico. Ni representación visual que refuerce la psicología de los personajes, más allá de los primeros planos que soporta estoicamente Affleck y domina estupendamente su oponente Rosamund Pike (un acierto de casting que hay que reconocerle a Fincher, al apartar a Reese Witherspoon, que permanece como productora) ni ritmo adecuado a la trama que va contando, ya de por sí perezosa y pagada de sí misma, sin tener lo que hay que tener una vez terminado el rodaje: unas buenas tijeras para aligerar un trago indigesto que se alarga en exceso: un día presentan, si es el caso, la versión “uncut” y harán falta tres devedeses para contener todo el desvarío hueco de contenido: Fincher, de nuevo, se muestra encantado de haberse conocido, como esos invitados inesperados que dan la lata estropeando lo que a priori podría haber sido una velada entretenida, poco novedosa pero agradable.
La idea base, el esqueleto que sustenta toda la trama, no aporta novedades al género y se viene a erigir en una amalgama de tópicos que cualquier cinéfilo y más aún lector empedernido de novela negra se sabe al dedillo aunque al momento no sea capaz de señalar orígenes determinados, porque todos son elementos recurrentes: que haya un culpable, un falso culpable, una víctima, alguien con determinación criminal capaz de llegar al asesinato a sangre fría y unos policías que oscilan entre previsibles y estereotipados, no son, desde luego, motivos ni para ir al cine ni para leer una novela: lo importante, como siempre, es la forma, el modo.
Ya se ha convertido casi en una cuestión bizantina, sobada al extremo pero nunca desgastada, la convicción que es muy difícil ser original de las temáticas, porque siglos de cultura y la facilidad de acceso que ahora disponemos para conocerla nos sitúan en la tesitura de aceptar que son muy interesantes nuevas versiones de temas conocidos y que el calificativo de refrito no se debe aplicar en todos los casos, mal que hay piezas modélicas que malmeten cualquier mala copia.
En el caso que nos ocupa, Fincher, mandamás al fin y al cabo, en mi opinión debería haber sometido la arrogancia de la escritora Flynn y la hubiera debido plantar en la puerta de los guionistas, procurándose unos diálogos más apropiados y pertinentes para dibujar la psicología de los personajes que permanecen muy flojos en la pantalla sin acabar de obtener la empatía necesaria ni siquiera el desprecio, lo cual es todavía más fácil. Por no hablar de la estructura lógica de las situaciones, con huecos, agujeros o puntos de fuga que producirían carcajadas sino fuera porque el aburrimiento ya puede con todo y no hay, desde luego, punto de ironía en la presentación. Las formas, en este caso, no ayudan a sobrellevar la sensación que estás asistiendo a una función artificial y artificiosa de una historia que ya has visto en mejores condiciones.
Eso sí: no sé si hay que agradecérselo a Flynn, autora del estropicio o al director, que como siempre digo es el máximo responsable, pero he de reconocer que el final me dejó desorientado, ojiplático, tontorrón y creyente que incluso nos habían colado, sin aparentarlo, una historia contada en un largo -larguísimo- flashback, todo por una melena rubia reconocible...
En definitiva un tropezón más en mi relación de cinéfilo con David Fincher sin que en mi defensa pueda emitir alegato alguno porque ya iba avisado: procuraré enmendarme más por lo que me importa que por otra cosa, advertido como estoy que a pesar de que mis sensaciones son casi que exclusivas (hay cierto crítico estadounidense al que tampoco le gustó demasiado) ello no empece a que después de la pérdida lamentable de dos horas y media, alcance a comprender que ésta no es más que mi opinión, que dejo aquí escrita para recordatorio propio y como advertencia por si alguien, fiado de su coincidencia con mis gustos, decide buenamente ahorrarse el aburrimiento.
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Y Feliz Navidad
Y para quienes prefieran algo más.... ¡foráneo! aquí dejo una versión muy.... ¡foránea! dedicada especialmente a todos aquellos, foráneos o no foráneos, que esta noche, además de procurar que haya paz entre los humanos, también procurarán que haya alegría para ese cuerpo que en definitiva van a comerse los gusanos y que .... esto.... mejor ven la muy especial versión del clásico Santa Baby
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Entiendo que la probabilidad de que los amables visitantes de este bloc de notas hayan visto la película que saco a colación es muy remota; pero se me ocurre que de ser el caso, cabe la posibilidad que no vieran los títulos de crédito que gracias a youtube se pueden ver, porque como yo hice, se levantaron rápidamente del asiento y abandonaron la sala con prisa, en busca de aire fresco y puro, quizás por el agobio del tedio padecido.
La cuestión es que vistos ahora, después de haber transcurrido meses desde que me aburrí con la película, aparte de comprobar que perpetúan el truco de anunciar posibles aventuras futuras en una corta escena imprevista, observo que, no siendo los créditos finales una maravilla ni mucho menos, sí que alcanzan lo que otros iniciales no saben ofrecer: una condensación, por la vía de la imagen -quizás mejor diríamos del logotipo- del sustrato ideológico real, no aparente, de la historia, o, dicho con más desconfianza, de la propagación subliminal de una tesis nada moderna ni edificante.
¿A ustedes qué les parecen?
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.... cuando a Lucien le da el bajón, se relaja a base de wisky y aporreando el piano, incluso a altas horas de la noche....
pero cuando Craig vuelve al camerino, a veces, se acuerda de sus habilidades propias, se concentra en su memoria no textual pero sí armónica, agarra su telefonino, le da a la tecla y luego, simpático él, se dedica a sorprender a propios y extraños:
Con un ukelele:
Con la eléctrica, una celebración:
Con una acústica, su versión de Mona:
Y a todo tren, Destroyer:
Eso es una muestra de talento polifacético que yo ignoraba absolutamente hasta hace pocos días...
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Felicitaciones. Lograste enemistarte con todos en una sola tarde.
Ha vuelto.
No estoy muy seguro de la bondad de la afirmación, pero puede decirse que Woody Allen ha vuelto con su estilo personal, su forma de escribir rápida y brillante, ligera y con segundas lecturas sabrosas. Después de algunas variaciones que no han acabado de funcionar con la legión de cinéfilos que esperan cada año degustar una película de Woody, en este triste año 2014 podremos decir que al final nos hemos sacado la espinilla que nos incordiaba con un Allen auténtico.
En su última película, Magic in The Moonlight (Magia a la luz de la luna) parece haber una cierta recapitulación, una vuelta a la costumbre, a la rutina que funciona en la pantalla y satisface al espectador y más al cinéfago que esta temporada ha podido salir en escasas ocasiones satisfecho de la sala oscura.
La doble condición de Allen de escritor y director le confiere sin duda la titulación de autor y su abundante filmografía permite al cinéfilo avezado mantener fácilmente en su memoria unos rasgos definitorios y esperables, lo que quizás ocasionalmente haya producido en el estajanovista judío neoyorquino una sensación de agobio que, según dijo, apaciguaba tocando el clarinete con sus amigos, su declarada pasión, el jazz.
Como músico Allen no es sobresaliente pero se me ocurre que su afición de alguna forma ha trascendido en su obra cinematográfica y más allá de las excelentes bandas sonoras con que acompaña sus historias y sus imágenes podamos concluir, mirando el mapa histórico de sus trabajos, que como buen amante del jazz de vez en cuando experimenta nuevas sensaciones y también, de vez en cuando, vuelve a los conceptos clásicos, como quien ejecuta un solo a la búsqueda de un lamento original y acabado, retorna a la melodía básica.
La envidiable sencillez aparente de la tradicional escritura de Allen vuelve a sus fueros en esta comedia de corte clásico inspirada claramente en las piezas románticas del teatro londinense de principios del siglo pasado, gloriosos años veinte, con unos protagonistas de clase acomodada que observan cuidadosamente a dos intrusas que provienen, cuidado, de clases bajas desconocidas de origen pero dotadas de poderes sobrehumanos, inexplicables: Stanley es un británico arisco, escéptico y racional que se dedica con gran éxito a la magia profesional presentando su espectáculo caracterizado del mago chino Wei Ling Soo y le vemos triunfar en el teatro de Berlín cuando su amigo Howard, tan británico como él y casi que igual excelente mago, le requiere a fin que ambos se trasladen al sur de Francia, a la lujosa Costa Azul, con el objetivo de proceder a desenmascarar una espabilada jovencita que asegura tener contacto con los muertos y se dedica, naturalmente, a comunicarse con los fallecidos más acaudalados que encuentra a su paso, recalando en la mansión de la viuda de un financiero de Pittsburgh: la joven Sophie, también estadounidense, va acompañada de su madre y tiene completamente enamorado al joven Catledge, así que Stanley, acuciado por Howard, se trasladará a Francia, donde aprovechará para saludar a su querida tía Vanessa, rica solterona que también pasa la temporada de verano en Francia. El mago, científico racional y ateo emprende una vez más su cruzada contra los espiritistas.
Lo que sigue a continuación, desarrollo de la trama ideada por Allen, es una excusa para ofrecer con cierta hilaridad e ironía la acostumbrada muestra ideológica del autor, no por conocida falta de interés. Si el resultado fuese una película aburrida, no dolerían prendas achacando la falta de novedad en el planteamiento ni la escasa originalidad de la propuesta, pero lo cierto es que cualquier amante de las comedias bien escritas hallará gozo en la forma que Woody domina como pocos en esta época mediante diálogos que precisan el oído presto y la atención despierta: para la ocasión, diríase que el autor se ha inspirado directamente leyendo a Wilde, porque en diversas ocasiones adorna su vitriolo al uso del célebre escritor, seguramente con toda la intención para reforzar el entorno en el que nos presenta su historia.
El talento de guionista avezado de Allen le permite condensar en poco más de hora y media (la medida aúrea cada vez más escasa por incapacidades manifiestas)asuntos tan dispares como las diferencias de clases sociales, la credulidad y el escepticismo, saludables y agónicos a un tiempo, la imposibilidad de resistirse racionalmente al amor sobrevenido y la necesidad perentoria de replantear una visión de la vida en aras de la prosecución de una felicidad incierta perteneciente a un futuro desconocido, todo ello con la ligereza oportuna para no caer en disertaciones analíticas propias de psicoanalistas de salón ni lamentaciones desesperadas como en otras ocasiones ha formulado el carismático director que en esta ocasión se dedica con todas sus fuerzas a dirigir un elenco entregado a su causa como suele ser habitual.
Los británicos Colin Firth como Stanley y Eileen Atkins como la tía Vanessa y Simon McBurney como el también mago Howard ofrecen juntos los momentos que más recuerdan la clásica comedia wilderiana y la intrusión de la joven Emma Stone como la espiritista Sophie, junto con la siempre eficaz Marcia Gay Harden como su madre aportan ese aire americano popular un punto fuera de lugar en la Costa Azul, tanto como excesiva se antoja la realidad de los ricachones Catledge, interpretados por Jacki Weaver y Hamish Linklater.
Emma Stone es la apuesta arriesgada de Woody como lo fueron antes otras actrices, siempre atractivas más que bellas: Emma está un poco verde para el papel que le ha caído en gracia aunque sus ojazos la salvan y cabe esperar al año que viene porque repite; sus envidiables veintiséis años (seguramente veinticinco en el rodaje) son un obstáculo para el papel que representa según algunos comentarios, pero es bien cierto que una actriz con más veteranía otorgaría una proyección más poderosa y creíble pero también menos ligera y más cuerda y tengo para mí que Allen no alberga dudas al respecto.
Woody se rodea en primer lugar de buena música: para la ocasión añade al jazz escogidos fragmentos de Stravinsky, Beethoven y Ravel usados con inteligencia para acentuar apropiadamente momentos especiales y además cuida con esmero la ambientación y el vestuario: le consta que el entorno ayuda no poco a situar al espectador y más allá del exquisito cuidado con las damas también los caballeros reciben atenciones de Sonia Grande, diseñadora ovetense a la que ya Woody recurrió en tres ocasiones anteriores: un trabajo excelente, notable por la variedad, la elegancia y la modestia. En lo que no es modesto Allen es en la colección de automóviles de época que usa, un divertimento más para la vista que se recrea en todo lo físico sin poder dejar de atender al discurso que se formula con ligereza y sin tiempos muertos.
El tiempo es oro y Woody es plenamente consciente que la condensación requiere un ritmo que él sabe cuidar como pocos: sin atropellarse ofrece su trama y la presenta con fuerza visual estudiada, sin alharacas pero usando cada plano en función de las necesidades procediendo luego a un montaje modélico, propio de los maestros clásicos que no temían a la tijera: el resultado son menos de cien minutos de cuento divertido ofrecido con una fotografía ajustada incluso en el tamaño panorámico que nos devuelve la sensación de asistir a una película clásica, romántica, de aquellas que te hacen pasar un buen rato y que luego, mascándola, te va dando nuevos sabores, siempre muy digestibles.
En definitiva, lo que todo cinéfilo veterano puede denominar "una película de Woody con todas las de la ley" y creo que con esto poco más hay que aseverar: únicamente dar las gracias al viejo director por su perseverancia elevando si cabe un poco el paupérrimo nivel del año. Visto lo visto hasta este último mes del año, diría que, para quien haya llegado hasta aquí, es imperdible.
Se me olvidaba: la luna, es creciente....
Tráiler nada peligroso, o sea, buena publicidad, a elegir:
Doblada
V.O.S.E.
plus: Artículo referido a Sonia Grande y su intervención en esta película.
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