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diumenge, 28 d’octubre del 2007

ADORABLE PAREJA



El mundo del cinéfilo alberga, de forma consistente e infiel a un tiempo, la moderna transposición de los mitos clásicos, ubicando admiraciones diversas en directores e intérpretes, que se van alternando con el tiempo, quedando algunos en aquellos recovecos de la memoria indeleble que, de súbito, reaparecen, para mayor gozo del aficionado.

Hace unas semanas, repasando viejas cintas de vhs, topé con una grabación televisiva de un homenaje rendido a Cary Grant , presentado por el actor Michael Caine, en cuya celebración aparecían diversas escenas de sus películas, constatando, atónito, la existencia de unas escenas, en color, en compañía de Ingrid Bergman; raudo acudí a la enciclopedia cinéfila para comprobar que, aparte de la inolvidable Encadenados (Notorius 1946), existía otra película, para mí desconocida entonces:

Indiscreta (Indiscreet , 1958), dirigida por el gran Stanley Donen , basada en una obra de Norman Krasna, autor asimismo del guión.

Se trata de lo conocido como "alta comedia", es decir, ambientes de lujo, magníficamente fotografiados en technicolor por Freddie Young , con dirección artística de Donald M. Ashton y un vestuario diseñado por Pierre Balmain y Christian Dior.

La trama es simple: una famosísima actriz británica, Anna Kalman (Ingrid Bergman), regresa a su lujosa residencia londinense de improvisto, acortando sus vacaciones, donde se encuentra con su hermana Margaret (Phyllis Calvert ), casada con el diplomático Mr.Alfred Munson (Cecil Parker ) y con sus criados, Carl (David Kossoff ), chófer de su Rolls Royce y la esposa de éste, la ama de llaves Doris (Megs Jenkins).

Los criados se aprestaban a irse en su día libre y la hermana y el cuñado aprovechaban que ella no debía estar en casa para usarla a modo de lugar donde vestirse correctamente para acudir a una cena a celebrar por comensales de la política internacional, una conferencia de contenido económico en el seno de la OTAN, cuando se abre la puerta y aparece Philip Adams (Cary Grant), pillándoles a todos por sorpresa, especialmente a Anna, que está en bata y con el rostro embadurnado de crema facial.

Philip se disculpa por la intromisión con la excusa de la invitación de Alfred para cambiarse de ropa también él, pues resulta ser el orador de la cena.

Margaret no pierde detalle del intercambio de miradas entre Anna y Philip, que se confiesa rendido admirador de la famosa actriz, y procura por todos los medios que sean los cuatro quienes acudan juntos a la ceremonia, emparejando a su hermana con el apuesto Philip.

El resto, es una muestra de puro entretenimiento, realizado con grandes medios, sin más afán que el conseguir que el público pase un rato agradable: es decir, no hay mensaje, no hay intenciones ocultas, no hay crítica; apenas un esbozo de la lucha de sexos alrededor de la institución del matrimonio, con una historia que se va enredando progresivamente, con trampas y ardides amorosos, hasta conseguir, como no, un final feliz.



Los grandes medios a que hacía referencia no son, en modo alguno, naturalmente, ni grandes escenarios ni grandes efectos especiales: son los grandes talentos que convergen en la película, empezando por la ajustada dirección de Donen, con muy buen ritmo, logrando contar una historia que no desfallece en interés en sus 100 minutos de duración; son los magníficos vestidos que luce Ingrid Bergman con su iniguablable elegancia; son los actores secundarios, muy acertados todos ellos, sobresaliendo Cecil Parker; y lo son, por encima de todos ellos, la superlativa Ingrid Bergman, actriz adorable, con una madurez expresiva espléndida, contenida, magistral, demostrando que para ella tampoco la comedia tenía secretos; además de bellísima, aparece en sus más de cuarenta años realmente seductora, resultando perfectamente comprensible que consiga derribar la fortaleza que un apuesto cincuentón como Cary Grant , perfecto comediante donjuanesco, intenta mantener en pié hasta el último minuto, demostrando, una vez más, ser el rey de los comediantes, haciendo fácil lo que otros siquiera pueden soñar en alcanzar.

En una de sus declaraciones, Cray Grant hizo referencia a la dificultad de hacer la comedia en el cine:"en las tablas, percibes el ánimo del espectador; en el cine, debes esperar a que la película se proyecte; y no tiene forma de saber si lo que te parece gracioso en el plató, luego va a resultar en la platea; es muy difícil dominar el "tempo" de la comedia."

Indiscreta es una perfecta muestra de alta comedia, intrascendente, para disfrutar, para relajarse viendo unas actuaciones estupendas: un juguete adorable, como adorable es la pareja protagonista. ¡Qué lástima que no hicieran más películas juntos!
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dijous, 25 d’octubre del 2007

DESPIADADA PRENSA

Hace apenas unas semanas, leyendo por ahí que se habían celebrado algunas conferencias, reuniones y actos diversos en los que se trataba la actualidad del periodismo en sus distintas facetas y vertientes, debatiéndose, en el fondo su independencia, se me ocurrió mirar por mi estantería por si alguna de las películas que la habitan tratara, ni que fuera de soslayo, el mundo particular del periodismo.

Naturalmente, hallé bastantes obras que se refieren al tema, lo que no es extraño, dado que no pocos guionistas cinematográficos han tenido relación con el tratamiento informativo de cualquier hecho, vulgo noticias, y no pocos directores han mostrado su interés en el tema, incluso en varias oportunidades.

Uno de esos Directores (así, con mayúsculas) fue Billy Wilder , que se acercó al mundo del periodista, concretamente al que pertenece a la prensa escrita, en dos ocasiones: en 1974 dirigió el penúltimo "remake" de la excelente comedia de Ben Hecht y Charles MacArthur, que guionizó el mismo Wilder con la inestimable ayuda de su amigo I.A.L. Diamond, pariendo la mordaz crítica en clave de comedia Primera Plana (The Front Page ).

Anteriormente, en 1951, Billy Wilder, con la colaboración de Lesser Samuels y Walter Newman, guionizó libremente y en clave de ficción la historia de la postrera aventura de Floyd Collins y realizó una película muy dura, árida, que presentaba una crítica feroz de un tipo de periodismo que, por desgracia, todavía perdura: Ace in The Hole , que ocasionalmente tuvo el título de The Big Carnival, cuya traducción literal le da título en España, El Gran Carnaval, se tituló, en fase de preproducción, como The Human Interest Story.

Esta diversidad de títulos (Ace in the Hole se traduciría correctamente como El As en la Manga, haciendo referencia a su condición de as oculto, de trampa, de artificio), demuestra claramente que en todo momento la intención de Billy Wilder era la de hacer lo que eufemísticamente llamaríamos "Cine Denuncia", como era de esperar, sin abandonar por ello el marchamo de cine de calidad excepcional que acompaña a las obras wilderianas.

Para ello contó con la colaboración de un actor que siempre, en sus largos noventa años ya, ha destacado por su actitud independiente y beligerante con cualquiera de los llamados poderes fácticos: Kirk Douglas, que representa con su habitual eficacia a Charles "Chuck" Tatum, periodista, en un papel intenso y de ímprobo esfuerzo, pues aparece en casi todos los fotogramas de la película.

Tatum llega, a bordo de su descapotable remolcado por una grúa de un taller mecánico, a Albuquerque, en Nuevo Méjico, como quien dice, en medio de la nada para un tipo como él, acostumbrado a las grandes ciudades, cosmopolitanas, como Nueva York, Filadelfia, Chicago.

El inicio muestra perfectamente el tipo: entra en la redacción de un periódico y empieza a vender "su producto", él mismo, asegurando al editor que va a ahorrarse 200 dólares a la semana, porque él, afamado periodista, está dispuesto a trabajar en el periodicucho por sólo 50 dólares, cuando solía ganar 250.




Las frases que nos retratan a los personajes son increíbles, a día de hoy, con un ritmo asombroso (marca de la casa, claro) y digamos un par :

"Puedo tratar grandes noticias; puedo tratar pequeñas noticias; y sino hay noticias, salgo a la calle y muerdo a un perro."

"Miento: miento mucho; he mentido a tipos que usan cinturón; he mentido a tipos que usan tirantes; pero no soy tan estúpido como para mentir a un hombre que usa cinturón y tirantes al mismo tiempo: eso es ser precavido; seguro que lo comprueba todo. ¡Exacto!¡Por dos veces!"

Al cabo de un año, vemos a Tatum desesperado porque en Nuevo Méjico no pasa nada que le permita salir del pozo en que se encuentra, ávido de la noticia que le permita volver a las grandes tiradas nacionales, cuando con el fotógrafo se desplaza para cubrir una cacería de serpientes, a algún lugar remoto.

Durante el viaje por el desierto, Tatum le explica al ayudante su desesperación, fabulando lo interesante que sería la cacería de serpientes si éstas hubieran invadido Albuquerque:
"¿Te imaginas? Cien serpientes invaden la ciudad; matan a cuarenta un día; a los dos días, matan a treinta; ya sólo quedan treinta más, y no paramos de vender periódicos; a los dos días, han matado a quince; la gente no sale de sus casas por temor; todos leen frenéticamente, los periódicos, para saber si el problema está solucionado; luego matan a catorce, y la gente respira, pero falta una, falta una; todos están
buscándola, y vendemos más periódicos; se organizan grupos para buscar a la que falta; nosotros seguimos vendiendo periódicos, explicando lo peligrosa que es la serpiente que queda.
¿Y, sabes donde está la serpiente que falta?
No, ¿donde? ¿qué le ha pasado?
La tengo yo en el cajón de mi escritorio y va a estar ahí, bien alimentada, hasta que interese.
¡Pero eso es ocultarla al público!
Tonterías: cuando se agote el filón, la matamos y la presentamos a la gente, con la gran noticia: los periodistas han conseguido lo que nadie: han acabado con la serpiente."


El personaje de Tatum, frente al bisoño ayudante, alardea de conocer la mejor forma de conseguir el premio Pulitzer, sacando a colación la historia -verídica- del reportaje referido a Floyd Collins, cuando ambos se encuentran, a medio camino, con un caso semejante: un hombre atrapado en una cueva.


Wilder hace una presentación modélica de los personajes de la historia liderada por Tatum: desde quien de forma honesta se preocupa por el hombre atrapado, hasta quien actuando poco honradamente saca partido de la situación, quedando la humanidad del desgraciado sepultado en una cueva en un segundo término, escaso valor sólo cuando es noticia interesante para cubrir la necesidad de morbo de quienes incluso de otros lugares lejanos vienen acomodándose en tiendas de campaña, rodeados de un verdadero circo y multitud de vendedores ambulantes, hasta los que permanecen absortos ante la radio, la televisión y los periódicos buscando sensaciones fuertes en la desgracia ajena, afán morboso del que los distintos medios de comunicación sacan pingües beneficios sin escrúpulo alguno, en lo que conocemos como "circo mediático", siendo el máxime representante de esa clase de periodismo el ubicuo Tatum, que dosifica arteramente sus visitas en exclusiva -gracias a la inestimable colaboración del interesado y corrupto "sheriff" en plena campaña electoral- para sacar de todo ello el mayor provecho.

No deja títere con cabeza Wilder: salvo el pobre hombre atrapado y el padre de éste (abnegado, con fe en la ayuda que parece le dan, desoladamente solitario al final, mientras la turba se aleja, impávida, una vez más), el resto de los personajes son deleznables egoístas que, con base en el sufrimiento y las dificultades de un tercero, pugnan entre ellos, como perror rabiosos, para obtener la carnaza deseada, bien para engullirla, bien para venderla al mejor postor.

Lo triste de la historia que magníficamente nos cuenta Wilder sin asomo de comedia es que por desgracia su actualidad es palmaria y cualquiera puede hallar similitudes fácilmente, sin mayor esfuerzo, en los medios de comunicación de este siglo. Una lástima que la fuerza expresiva del relato wilderiano no haya hallado eco en su denuncia y haya caído en saco roto: es por ello que, a pesar de haber transcurrido ya más de medio siglo, su mensaje sigue vigente, y el personaje de Tatum, muy bien interpretado por Kirk Douglas (Hice mi carrera representando a hijos de puta [Personal quotes]), sigue ofreciendo, en la más variada forma, carnaza para quienes, sin reconocerlo, satisfacen su depravado morbo en la contemplación de las desgracias ajenas.

Película pues que no tan sólo ha soportado perfectamente el paso del tiempo, sino que podría estrenarse mañana mismo sin faltar un ápice a la actualidad.


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dimarts, 16 d’octubre del 2007

$ 1.000.000

Un millón de dólares de los del año 1950 fue lo que obtuvo por ceder unos derechos cinematográficos Garson Kanin .

El pago lo satisfizo la Columbia Pictures Corporation para poder llevar a la pantalla una obra teatral que, durante cuatro años, había arrasado en Broadway:

Born Yesterday, de 1950, presentada en España bajo el correcto título de Nacida Ayer, nos narra, de la mano de George Cukor, una especie de Pigmalion, descafeinado, en el que la trama consiste en la necesidad de un chatarrero millonario de conseguir, en corto plazo, que su amante refine sus modos para poder presentarse en círculos selectos de la política, contratando a tal efecto a un periodista que se enamorará de la joven concubina.

En la ignorancia del texto que sustentó las cuatro temporadas seguidas en los teatros de Broadway, cabe decir que la película ha envecido mal, resultando demasiado cargante, para el resultado final, la publicidad soterrada del sistema democrático estadounidense, típica de algunas películas de la segunda posguerra mundial.

No obstante, la película se sigue con interés por la forma clásica en que Cukor acertó a dirigirla, y, sobre todo, por la magnífica actuación de una actriz que, con tan sólo dieciseis películas en su haber, dejó un recuerdo inolvidable cuando falleció, en 1965, con apenas cuarenta y cuatro años por cumplir:

Judy Holliday (1921-1965), que ya había tenido gran éxito como actriz secundaria en otra película de Cukor, La Costilla de Adán (Adam's Rib , 1949), fue la actriz que representó a la concubina, rubia y tonta Emma "Billie" Dawn en Broadway durante los cuatro años que se mantuvo en cartel.


Cukor tuvo la suerte de que ni Rita Hayworth ni Jean Arthur pudieran o quisieran hacer el papel, descartando a otras actrices más, acabando por elegir a Judy Holliday como la lógica ordenaba, cosa que no hizo, años más tarde, en situación prácticamente idéntica, eligiendo a Audrey Hepburn para el papel de Eliza Doolitle en My Fair Lady (esta vez ya sí un Pigmalíon con todas las de la ley), cuando Julie Andrews había representado en las tablas con gran éxito el personaje. Claro que la Andrews se resarció consiguiendo el Oscar, el mismo año, por Mary Poppins. (Chúpate esa, que diría el castizo)

A ver, centrémonos: digo que Cukor tuvo fortuna con la forzada elección, porque la película se aguanta, más de medio siglo después, por el inmenso trabajo interpretativo de Judy Holliday, que compone a la perfección, con gran ritmo y gracia, a la rubia tonta de Billie, que, al empezar a pensar por sí misma, gracias a los consejos del periodista Paul Verrall (William Holden ), se da cuenta de la catadura moral de su amante Harry Brock (Broderick Crawford) y de las triquiñuelas que se gasta, al tiempo que se va enamorando de su preceptor, desde el primer momento prendado de la gentil rubia.

Curiosamente, del terceto protagonista, el que aparece peor dibujado es el preceptor "pigmalionano" que bebe los vientos por su ignorante discípula, quizás porque es el más serio. Los diálogos son rápidos, con fulgor de metralleta, obra de Albert Mannheimer , en el más puro estilo de la buena comedia estadounidense: no hay más que leer unos pocos, aquí .

Las escenas nos presentan a una serie de personajes que se mueven alrededor del poderoso Don Dinero, acatando y sufriendo los desmanes del chatarrero millonario, que trata de forma democrática a la gente: a todos igual de mal; son sus esclavos y los contrata, amenaza y despide de su presencia con malos modos, importándole un ardite que sean parientes, limpiabotas o políticos corruptos. Sólo su amante Billie, con la misma mala educación, le planta cara:



Al ir la bella aprendiendo conceptos más elevados de la vida, puliendo sus modos, no deja de comportarse con su amante en la misma forma, avanzando en su conocimiento hasta perderle el miedo que le infundía, acabando por tenerle en un puño, conocedora de los más denigrantes secretos del sucio empresario.

La crítica social, sin embargo, aparece de forma muy leve, quizás porque los severos códigos de censura de la época eran muy relevantes, como lo demuestra el hecho que la pobre Judy Holliday también acabó en las garras del famoso comité.

Es pues una comedia blanca, poco mordaz, genuina del estilo de Cukor.

Broderick Crawford cumple con creces su papel, pero, como ya he dicho, Judy Holliday (actriz y cantante de éxito y letrista de canciones con un C.I. de 170), borda el papel de rubia tonta: tanto lo bordó, que consiguió el Oscar a la Mejor Actriz, birlándoselo nada más y nada menos que a Gloria Swanson (por Sunset Boulevard, acompañada también por Holden) y a Bette Davis y Anne Baxter (por All About Eve, curiosamente, acompañadas por Gary Merrill, que en Broadway hizo el papel del preceptor Paul: si es que el mundo es un pañuelo, incluso en Hollywood)



Oscar merecidísimo, como podrá observar el cinéfilo que se moleste en contemplar esta comedia en versión original, mecanismo de relojería atorado de forma inexplicable por escenas didácticas del peor gusto que rebajan el resultado final.


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dilluns, 15 d’octubre del 2007

La Montaña Mentirosa

Tarde, ciertamente, me dispuse a ver la película de Ang Lee, Brokeback Mountain , cuyo título en España da muestra de la estupidez de algunos ejecutivos de las distribuidoras españolas, bien sea por meterse en terreno a ellos vedado, bien sea por aceptar de la "major" semejante memez.

Probablemente sea yo uno de los pocos que ha tardado tanto en ver dicha película, tanto como uno de los pocos que tiene en poco aprecio la filmografía del taiwanés Ang Lee; quizás esa falta de empatía produce que hasta ahora ninguna de sus películas me haya impresionado sobremanera, ni siquiera Tigre y Dragón (ésa es otra historia) y siendo yo conocedor de tal falta de sincronía, me abstuve de acudir a la sala de cine a ver Brokeback Mountain, y ya se nota la pereza en verla siquiera en dvd, hasta el fin de semana pasado.

Vaya lo dicho por delante para avisar que, con toda seguridad, mi humilde comentario chocará con las variadas e ilustradas opiniones que se han vertido, y se vertirán, con motivo de su estreno mundial y con motivo de los Oscar, así que no espero convencer a nadie con mis argumentos, pero ya se sabe lo que pasa: si no lo digo, reviento.


Advierto, por si queda alguien que no ha visto la película, (que lo dudo), que a partir de estas líneas expositivas pueden aparecer, de forma profusa, detalles que conciernen a la trama, de forma explícita.

De entrada, manifestar que el hecho que al director Ang Lee le dieran el Oscar al mejor director por su trabajo en esta película me parece una injusticia más en la larga cadena de favores en que se ha convertido la ceremonia cumbre de la Academia Estadounidense, atendido que, en la misma convocatoria, por ejemplo, estaban por ahí Allen por Match Point, Spielberg por Munich, Clooney por Good Night, and Good Luck, a mi parecer, mucho más trabajadas y mejor facturadas. Claro que el Oscar a la mejor película recayó en Crash; con eso ya está dicho todo. No hay más que dar un vistazo aquí para comprobarlo.

He leído en diversos comentarios aprecios a la fotografía de la película, que ofrece lo que se llaman "postales de a cien" de la magnífica naturaleza de la provincia de Alberta (Canadá), figurando ser Wyoming.

Francamente, no creo que la fotografía sea deleznable, pero no tiene nada de sobresaliente, excepto la que se mantiene en el plano final, bien compuesta. No llega a ser deleznable porque tampoco se convierte en una sucesión de magníficos escenarios naturales, capaces de epatar al personal y arrancarle el "oh, que bonito" facilón, pero pienso que en nada notable sirve al desarrollo de la historia ni a la gramática cinematográfica de la historia, bastante vulgar a mi humilde entender.

Falla Lee en el control del tiempo, de forma estrepitosa: en la primera hora del metraje, apenas pasa casi nada: parece un documental de la vida de unos pastores ovejeros, hecho por cualquier pastor ovejero. Le sobran a la película bien contados casi cuarenta minutos.

Lo que sí me gustó es la banda sonora , acertada.

Las interpretaciones, flojas, adoleciendo de una indefinición que hubiera en todo caso haber devenido en ambigüedad, sin una pulsión dramática, ni siquiera un apasionamiento gestual, salvo escenas de claro contenido sexual, más corpóreas que anímicas. Francamente, ninguno de los dos actores protagonistas me parece que haga un buen trabajo, y sus extrañas nominaciones como mejor actor y mejor secundario, a la vista de la lista del año , me convencen de la excelente mercadotecnia de los tiburones de Hollywood, pero nada más.

Puede que ello se deba a la flojedad del guión, que nos quiere contar una historia -o eso parece- mientras nos está contando otra, a medias, lo que me impide entender a santo de qué también le dieron un Oscar al mejor guión adaptado. ¡Increible!

Hete aquí el meollo de toda la cuestión: EL TEMA.

Puedo comprender que en una sociedad ultrapuritana como los U.S.A. la presentación de unos pastores de ovejas (no llamarlos "cowboys", por favor, seamos serios) que tienen una relación homosexual a lo largo de veinte años, levante polémicas inútiles y acabe mereciendo honores injustificados por aquello de ser más progre que mi amigo el progre.

En España, parejas homosexuales se casan hace meses y nadie -excepto unos pocos- se escandaliza, pues bastante tenemos con atender a nuestros propios asuntos.

Hagamos pues una abstracción y pensemos que se nos está ofreciendo una historia de amor incomprendido por el entorno social de la época, simplemente, o eso se supone que se nos pretende ofrecer, cuya idea niego, y de ahí lo de montaña mentirosa del título, tan mendaraz como la existencia de una montaña de Wyoming llamada Brokeback.

En la película no he visto en parte alguna ése sentimiento inconmensurable que ha dado base a grandes películas y que conocemos como amor.

Se nos quiere vender una historia de amor entre dos hombres en medio de una sociedad poco tolerante.

Pero es falso: no hay amor. Hay sexo, hay apetito de sexo, pero no hay amor.

Todo empieza, ante nuestros ojos, con la iniciativa de Jack al tomar la mano de Ennis y llevarla hasta sus genitales, de forma sorprendente,sin previo aviso (no vale que todos sepamos de antemano de que va la historia) en el curso del relato, sin una mirada, un gesto, sin apenas nada, salvo un desnudo sin importancia entre dos sujetos que están solos en la alta montaña y que de vez en cuando se lavan a sí mismos y a su ropa.

No hay más que sexo: no hay caricias, no hay miradas cómplices, sólo una pasión débil que acaba en costumbre trimestral, impulsada principalmente por Jack, que es quien viaja en busca de sexo con otros varones, y uso el plural recordando el viajecito a la frontera con México.

Hay un deseo de Jack de encontrar una relación homosexual más o menos constante y un rechazo de Ennis a comprometerse por miedo al entorno social.

Pero no hay amor. No lo hay porque es otra cosa; no hay llamadas telefónicas, no hay correspondencia, sólo postales crípticas anunciando un nuevo encuentro sexual; sólo aparece el sentimiento en los últimos minutos de la película, ya fallecido Jack, cuando Ennis toma conocimiento del fallecimiento y acude a entrevistarse con los padres de Jack: son los mejores minutos de la película, y hasta ahí hemos esperado ya dos horas.

Y en esos últimos minutos se nos dan claves de la conducta de Jack que redundan en el alejamiento del amor y clarifican la pulsión sexual por encima de una historia que hubiera podido ser más bella: sabemos que, según su viuda, "Jack guardaba en la memoria las direcciones de sus amigos", lo que da a entender que, para Jack, había más de un "Ennis del Mar", lo que refrendan luego sus padres al aseverar que Jack iba a ir con "otro amigo" a vivir con ellos, y ése no iba a ser Ennis.

Estos detalles, junto con la observación de que ambos protagonistas no son homosexuales auténticos sino realmente bisexuales, así como el claro comportamiento infiel de Jack, aunque ciertamente puedan desarrollarse en una relación amorosa atípica, chocan frontalmente con el mensaje que se pretende otorgar a la película como mensajera de una relación amorosa homosexual en un entorno social desfavorable.

Creo sinceramente que el guión falla estrepitosamente, porque ni siquiera se nos propone una relación contra corriente, ya que la única persona conocedora de tal relación no es otra que Alma, esposa de Ennis, que espera a decírselo en la celebración del Día de Acción de Gracias, donde sí hay una buena muestra del oficio del director, que algo tiene, con el montaje de la escena en casa de Jack, con el suegro empezando a trinchar el pavo, la bronca, y el detalle del nuevo marido de Alma trinchando lonchitas con un cuchillo sierra eléctrico, lo más afeminado que sale en la película, como broma particular, detalles que no merecen mayor consideración que la de anécdota.

En fin, si has llegado hasta aquí, amable lector@, comprobarás que, por lo menos, he visto la película, aunque seguramente con otros ojos.

Creo, en definitiva, sin conocer el relato original, que la historia resulta floja por los cuatro costados; más que floja, timorata: qué bonito drama se podría haber hecho sobre la vida de dos cowboys (de los de verdad, los que van nómadas con las vacas ["cows"] ) que se enamoren y compartan su vida en medio de un entorno más que viril "macho".

Pero para semejante empresa, desde luego, el amigo Ang Lee no tiene madera que quemar... por mucho que trabaje el Sr. Tony Muro , que creo que se gana su sueldo a pulso. :-)


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divendres, 12 d’octubre del 2007

New York en 2022


Thomas Malthus,considerado el padre de la demografía, pergeñó, en 1798, una teoría, conocida como Catástrofe Maltusiana, en la que se aseguraba que el crecimiento geométrico de la población acabaría, frente al crecimiento aritmético de los productos alimenticios, con causar graves daños al planeta y a sus pobladores, abocándolos a la hambruna.


En 1966, Harry Harrison publicó su novela Make Room, Make Room, traducida como ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, que se basaba, en parte, en las teorías maltusianas.

Pocos años después, el productor Walter Seltzer, encargó un guión a Stanley R. Greenberg con base a la novela referida, y así se inició el rodaje de una película que se llamaría Soylent Green, acabada de rodar en 1973, presentada en España bajo el título original más el añadido "Cuando el Destino nos alcance."



La dirección se encomendó a Richard Fleischer, hombre de cine, con algunas películas muy interesantes en su carrera. El protagonista fue Charlton Heston, actor de personalidad realmente poderosa y compleja, a la vista de las películas en las que participó y del interés que se tomó en algunas de ellas, quien impuso como co-protagonista al gran Edward G. Robinson, en la que resultó ser su actuación póstuma.

La película arranca de forma aún ahora magistral, con unas imágenes muy bien encadenadas sobre fondo musical de Fred Myrrow, que nos sientan la pretendida base histórica de los hechos que a continuación veremos.

Estamos en el año 2022 y Nueva York tiene una población de 40.000.000 de habitantes; lo primero que oímos es una voz, repetitiva, procedente de altavoces situados en las calles, que nos dice:"atención,dentro de una hora, prohibido circular por las calles sin autorización".

Vemos al Detective Robert Thorn (Charlton Heston) desperezarse y levantarse de un camastro, y recriminar a su compañero de piso y socio Sol Roth (Edward G. Robinson) por retrasarse en obtener datos para un informe policial.

Thorn se lamenta de tener que hacer doble jornada para no perder su empleo y necesita los informes para mantener su lugar en la policía. Cuando sale del piso, vemos que debe saltar, casi, por encima de una multitud que duerme en los peldaños de la escalera, bajo la vigilancia de un tipo armado. En las calles, multitud de gente duerme por los suelos, hacinados.

Es una sociedad donde la excesiva población se aglomera sin cobijo por cualquier rincón, harapientos, donde el agua está racionada y donde las colas para obtener alimentos sintéticos servidos por la compañía Soylent, adoptan tres formas: soylent rojo, soylent amarillo y el nuevo soylent verde, aseguran, confeccionado con plancton marino de los océanos distantes de una ciudad sumergida en perpetua polución.

Thorn acude al domicilio del rico prohombre William R. Simonson (Joseph Cotten), cuyo asesinato hemos visto una escena antes, a manos de un pobre hombre que vive con su familia dentro de un coche abandonado.

Thorn se presenta en el domicilio de Simmonson, donde encuentra a su guardaespaldas Tab Fielding (Chuck Connors ), quien está acompañado de una bella joven a la que antes hemos visto ir de compras con el encargo de Simmonson, una tal Shirl (Leigh Taylor-Young ) y, cuando Thorn la ve y la mira, pregunta:¿mobiliario? a lo que recibe una afirmación por respuesta.

Nuestros oídos no dan crédito:¿mobiliario?¿la ha llamado mobiliario?

La película nos presenta un futuro desesperanzador, lo que ha venido en llamarse distopía, es decir, perfecto antónimo de lo que se conoce como utopía.

Una sociedad futura donde hay más gente sin vivienda que con albergue techado; un mundo donde el agua está racionada; donde los alimentos naturales no existen y se hacen colas enormes para comprar raciones de comida sintética; donde las mujeres jóvenes y bellas son contratadas como "mobiliario" de los mejores pisos al alcance de los ricos, que disponen de ellas a su antojo.


En ese futuro desesperado, Thorn investiga la muerte de Simonson y asegura que ha sido un asesinato, pues el supuesto ladrón no ha robado nada; lo sabe, porque él mismo, aún policía, arrambla con todo lo que puede de lo que encuentra en el domicilio del rico: se queda extasiado ante un aparato de aire acondicionado; se emociona al lavarse la cara con jabón, en un lavabo con agua corriente; toma un trago de una botella de whisky.

Luego le vemos regresar momentáneamente a casa, donde entrega a Sol el contenido de una funda de almohada que ha usado para cargar el botín: unos lápices; unos tomates; un puerro; una pastilla de jabón; una botella de whisky; y un trozo de carne de buey, que hará llorar de emoción a Sol, quien le dice: ¿ves como era cierto todo lo que te cuento del pasado?

Además, Thorn entrega a Sol, antiguo profesor universitario, dos tomos encuadernados en piel, donde se relatan las actividades del difunto Simonson. Sol, al tomar los libros, los acaricia como incunables, en un mundo donde no se editan libros por falta de árboles para hacer papel.

Es ilustrativo del mundo que se nos presenta la actitud observada en Thorn, que, siendo policía, comete hurto sin ocultarse, llevándose todo lo que puede en presencia del guardaespaldas y la amante-mobiliario adscrita al piso, con quien luego mantendrá relaciones sexuales, disfrutando con ella de una ducha con ¡agua caliente!, lujos al alcance de los ricos, aprovechándose sin el menor cuestionamiento ético de una situación pasajera al no haberse presentado todavía el nuevo inquilino del piso y futuro poseedor de todo.

Thorn asegura que el caso es de asesinato y, pese a ello, le conminan a darlo por cerrado. Sabe, por las primeras pesquisas de Sol, que Simonson pertenecía al consejo directivo de la empresa Soylent, que es la que provee de comida para todos.

Comida sintética que escasea también, siendo racionada, a pesar de ser cara, aunque no tanto como la mermelada, a 150$ el bote. Se produce un tumulto en las colas de compradores de soylent rojo, amarillo y verde, y las fuerzas de seguridad emplean sin miramientos máquinas excavadoras que, con sus palas, apartan a las gentes y las arrojan en sus cajas traseras, llevándoselos luego con destino incierto, sin importar quien pueda morir o no.

Sol, que mantiene contacto casi que clandestino con un grupo de intelectuales que habitan un piso repleto de libros y legajos, acude a ellos para aclarar sus ideas respecto a lo que ha hallado en los libros de Simonson.

La conclusión a la que llegan, impulsa a Sol a dirigirse a lo que llaman "El Hogar", centro donde se practica la eutanasia voluntaria; Thorn llega a casa después de una de sus investigaciones y encuentra una nota de Sol en la que se despide, produciéndose a continuación una emotiva escena (que, desgraciadamente, fue una avanzadilla de la realidad, pues Edward G. Robinson falleció apenas nueve días después, el 26 de enero de 1973, de un cáncer terminal, cuya enfermedad sólo Heston conocía, entre todos los que trabajaron en la película, siendo sus lágrimas auténticas).

Antes de fallecer, Sol le pide a Thorn que investigue la fábrica de soylent green, pues allí encontrará sin duda el porqué del asesinato de Simonson.

El resto, es historia para los cinéfilos de pro; quien no haya visto la película, agradecerá que no cuente el final.

Es Soylent Green una película de ciencia ficción triste, perfecto ejemplo de la distopía que, ficticia, nos lleva a preguntarnos qué podemos hacer para lo que se nos ha presentado nunca llegue a ocurrir; el paso del tiempo la ha perjudicado en parte, sobre todo en sus aspectos técnicos, obsoletos ya, y en la superación que el problema maltusiano afortunadamente ha tenido, al haberse producido un incremento también geométrico de la producción de alimentos, gracias a nuevas tecnologías que evitan los históricos daños por plagas que provocaron, siglos atrás, hambrunas generalizadas en los países más desarrollados.

Sin embargo,su mensaje no ha perdido la fuerza que supone una llamada de alerta relativa a la posibilidad que la distancia entre el poderoso y el simple ciudadano se incremente dando como resultado una sociedad más que autoritaria terroríficamente dictatorial, con la manipulación perturbadora de las necesidades primarias, conllevando una deshumanización pareja al instinto de supervivencia más basico.


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dimecres, 10 d’octubre del 2007

HOTEL BEAUREGARD

El londinés Terence Rattigan, probablemente el mejor dramaturgo británico del fenecido siglo XX, escribió dos piezas cortas, tituladas La Mesa en la Ventana (Table by the Window) y La Mesa Nº7 (Table Nº7), ambas situadas geográficamente en el mismo hotel de la costa del Sur de Inglaterra. Tuvo la feliz idea de componer con ambas una sola pieza de mayor calado, Mesas Separadas (Separate Tables ) estrenada en Londres en 1954 con rotundo éxito, lo que propició de forma natural su viaje a Broadway y ya sabemos que de ahí a la pantalla sólo hay un paso.

Delbert Mann había realizado un trabajo notable en 1955 con la película Marty , obteniendo un Oscar al mejor director, a la mejor película, con guión de Paddy Chayefsky y, lo más sorprendente, al mejor actor para Ernest Borgnine, casi siempre ocupado en papeles de coprotagonista cuando no secundarios.

James Hill, productor cinematográfico que trabajaba asiduamente con Harold Hetch y con Burt Lancaster, asociados bajo el nada original nombre comercial de Hetch-Hill-Lancaster Productions, estaba recién casado con Rita Hayworth cuando adquirió los derechos cinematográficos de Mesas Separadas.

Rita, que ya se iba despidiendo de los treinta y tantos, buscaba un papel de contenido dramático preocupada como estaba por el fin de sus días de intensa belleza, tratando de demostrar que, además de ser guapísima, sabía actuar.

De esta forma (o de otra, vaya usted a saber, pero a mí me gusta ésta) nació la idea de trasladar a la pantalla la obra de teatro de Rattigan: como regalo amoroso de Hill a la rutilante Rita.

La productora Hetch-Hill-Lancaster Productions , que había iniciado su andadura con un Oscar de la mano de Delbert Mann, no dudó un instante en que era el hombre adecuado para dirigir Mesas Separadas (Separate Tables , 1958)

Con la evidente intención de obtener un sonado éxito, pusieron el debido empeño y contrataron como guionistas al mismo Terence Rattigan , a John Gay y a John Michael Hayes , con el fin de obtener la cuadratura del círculo; además, apoyaron la película en el buen hacer del compositor David Raksin y del reconocido camarógrafo Charles Lang .

La película nos presenta con gran economía de medios y de tiempo, apenas 100 minutos, distintas personalidades y su interacción alrededor de sentimiento tan complicado, profundo y excesivo como es el amor, ejecutado por diferentes parejas y contemplado por seres que, desde la comprensión, la distancia y hasta el desprecio, son espectadores que acabarán por verse implicados en los asuntos ajenos.

Es de noche. Vemos, en un lento travelling, el exterior de un edificio iluminado con muchas ventanas en su planta baja: un letrero anticuado nos indica: Hotel Beauregard. El travelling avanza hasta las ventanas y a través de ellas vemos un comedor, con pequeñas mesas, separadas, que deben estar preparando para la cena de los comensales.

Sobreimpreso, un rótulo:
HOTEL BEAUREGARD
Bournemouth, Inglaterra. A tres minutos del Mar. Cocina exquisita. Mesas Separadas.

Sale una mujer; aparenta treinta años ya bien cumplidos; su figura, encogida bajo un abrigo de verano; se sienta, mirando al horizonte, en un banco solitario, cabe las afueras del hotel; parece aguardar a alguien.

La cámara se coloca tras las rejas que rodean el hotel y vemos, como si estuviera encarcelada, a la joven Sibyl Railton-Bell, interpretada por Deborah Kerr, en una actuación impresionante, representando un papel infinitamente alejado de sus caracterizaciones habituales.


La joven Sibyl saluda al recién llegado Comandante Pollock, interpretado de forma soberbia por el elegantísimo David Niven, en un personaje insólito en su carrera de galán de comedia y apuesto y firme actor dramático; el Comandante Pollock es un oficial del ejército retirado en la segunda posguerra mundial y sus historias guerreras suscitan admiración en la apocada Sibyl, que es severamente reprendida por su madre, la Sra. Railton-Bell (Gladys Cooper), quien la sobreprotege en base a supuestos ataques de nervios e histerismo, al punto que le impide acceder a cualquier empleo, dominándola por completo.

La escena ha sido oida por el joven Charles (Rod Taylor ), estudiante de medicina que se halla unos días en el hotel con su novia Jean (Audrey Dalton ), enamorada pareja que, con su ímpetu amoroso, suscitan comentarios de la Sra. Railton-Bell, que les critica, comentando con su amiga Lady Matheson (Cathleen Nesbit ) su descocada conducta en el sofá de la sala de estar. la rigidez victoriana de la Sra. Railton-Bell choca con la comprensión de Lady Matheson, más cercana a comprender el enamoramiento como estado maravilloso.

La dueña del establecimiento, Sra. Cooper, interpretada de forma magnífica por Dame Wendy Hiller , va anunciando a todos la cena, cuando llega, espectacular, la Sra. Ann Shankland (Rita Hayworth), distinguida dama joven, con un porte, un atuendo, que sorprende a todos los huéspedes del hotel, quienes la admiran a través de los ventanales: ¡Seis maletas! dice Miss Meacham (May Hallat ), solterona entrada casi en la tercera edad al jubilado Mr. Fowler (Felix Aylmer), a quien acaba de desplumar en su enésima partida de billar. (Pobre Sr. Fowler, ¿nunca gana?. Sí, en la navidad de hace dos años: fue un regalo de la Sra. Meacham).

La bella Ann, al inscribirse en el hotel, pregunta a la Sra. Cooper por el Sr. Malcom, insistiendo en que no le adviertan de su llegada, pues le quiere dar una sorpresa.

Cuando llega Malcom (Burt Lancaster), algo pasado de bebida, entra por la cristalera del salón, en vez de por la puerta principal, siendo reprendido por la dueña y criticado por la Sra. Railto-Bell; en un aparte, sabremos que Malcom y Cooper tienen intención de contraer matrimonio en breve.

Cuando Malcom, que llega tarde al comedor, se sienta en su mesa, se encuentra cara a cara con Ann.

Se produce entonces uno de esos momentos mágicos del cine, cuando dos grandísimos intérpretes, sólo con la expresión de sus miradas, de su cuerpo, nos lo dicen todo: la sorpresa de Malcom choca con la gestualidad suave de Ann: ambos se conocen: fueron esposos, años ha.

Delbert Mann, conocedor que tenía entre manos un guión excelente, espléndido, magistral, ha sabido plantear, con el apoyo de un elenco de los que hacen época, una trama eterna: hay un juego de pasiones entre los escasos habitantes del Hotel Beauregard, tres historias de amor, que no sabemos si será correspondido o no, salvo la pareja joven, como punto de modernidad y ejemplo de lo que debería ser una relación feliz, pero que nada más aporta al drama.

Hay unos sentimientos encontrados entre Cooper, Malcom y Ann, que debaten al hombre entre dos amores contrapuestos: por una parte, la estabilidad en el anonimato que le ofrece la relación con Cooper; por otra, el recuerdo de la encendida pasión que vivió con Ann, quien trata de seducirle de nuevo. (Mostrando Rita Hayworth en su interpretación un dominio total de la gestualidad corpórea y del tiempo verdaderamente abrumador, expresándose maravillosamente con miradas, gestos y pausas.)

Ann asegura a Malcom que, pese a su fortuna, se siente muy sola en Nueva York: es peor la soledad rodeada de miles de personas; hay más compañía en este sencillo hotelucho con tan pocos huéspedes, en mesas separadas.

El amor y la soledad. El deseo del amor como paliativo de una soledad impuesta por las circunstancias. La soledad soportada tras un muro psicológico infranqueable de Sibyl y Pollock, que, reconociéndose el uno en el otro, por miedo, detienen sus sentimientos, incapaces de superar sus complejos; la soledad buscada por la Sra. Meacham (no me fío de las personas; por eso prefiero a los caballos), quizás a causa de desengaños pasados; la soledad de las ancianas victorianas, Lady Matheson y Mrs. Railton-Bell, restos de una clase alta venida a menos en la posguerra; la soledad, de hecho una huída, de Malcom, que busca consuelo en la bebida; la soledad de una mujer trabajadora, como la Sra. Cooper, que, estoicamente, enfrenta su futura boda ante la aparición de la bella ex-modelo neoyorquina que pretende robarle su amor al recuperar uno de sus maridos.

Pero hay un elemento más, de claro componente sexual, que distorsionará la aparente placidez de la cotidiana vida de los huéspedes, apariencia, como hemos visto, falsa, repleta de tensiones.

Esa distorsión, que me guardaré de comentar más claramente, aparece al punto del ecuador del drama, y será el detonante de la expresión clara, sin tapujos, de la forma de ser de cada cual, permitiéndonos entender mejor la compleja psicología de cada uno de los personajes, por medio de unos diálogos realmente admirables, hasta la eclosión final que representará una ruptura, una liberación y un futuro, aunque incierto, distinto de la cotidianidad opresora del ayer.


En el último plano, de nuevo un travelling, esta vez partiendo de los ventanales que nos permiten ver a los comensales en sus mesas separadas, alejándose la cámara, quedando la sensación que allí, en el Hotel Beauregard, la vida sigue, pero ya nada es igual...

Delbert Mann se ciñe, con buen criterio, al clásico esquema dramático y teatral de presentación, nudo y desenlace; que la película tiene origen teatral es cuestión fuera de toda duda, perteneciendo, no obstante y por ello, a la clase de películas que, excepcionalmente, bien sea por el tratamiento cinematográfico, bien sea por las interpretaciones, prenden la atención del espectador que sigue absorto el desarrollo de la trama expuesta.

Ciertamente, el origen teatral es evidente, ya que apenas hay dos escenas que no sean interiores; la magnífica fotografía en blanco y negro de Lang otorga sentido y expresión a cada escena, pasando, como debe ser, inadvertida, sólo notabilísima en el recuerdo y la revisión de la obra.

Decir que David Niven y Wendy Hiller, que consiguieron el Oscar por su trabajo, como Actor Principal y como Actriz Secundaria, resplandecen por encima de sus colegas, sería algo injusto, como injusto fue que Deborah Kerr no consiguiera el Oscar a la Mejor Actriz por una interpretación modélica, que aún hoy sorprende por su amplísimo registro y su evidente modernidad.

Véase aqui, los premios a los que optó con toda justicia Mesas Separadas, y véase, también, aquí, el porqué no pudo obtener más premios Oscar: la cosecha ese año fue excepcional, y hay que saber repartir...

En definitiva, película totalmente recomendable, ni que sea por el gusto de comprobar lo que daban de sí las estrellas de los grandes estudios cuando se les ponía delante un personaje con la debida enjundia, componiendo, todos ellos, un conjunto irrepetible.

Indispensable para cualquier cinéfilo, más aún para los que, como este comentarista, se rinden ante soberbias actuaciones basadas en tramas inteligentes perfectamente dialogadas.

P.D.: Acabo de enterarme que Deborah Kerr ha fallecido el 18/10/2007, a los 86 años, habiendo padecido en sus últimos años la enfermedad de Parkinson. Sirvan los elogios a ella dedicados en este comentario como homenaje póstumo en reconocimiento por su arte.

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diumenge, 7 d’octubre del 2007

R & B

Lo malo de ser un cinéfilo de medio pelo es que se te escapan muchas películas en su estreno y te pierdes la oportunidad de verlas donde se debe, es decir, en la gran pantalla, a oscuras, y con el sonido a tope.

Un buen día, o mejor, una buena noche, me topé de sopetón, en la tele, con la siguiente escena:



Uno, que de cine entiende poco y de música algo menos, se quedó pasmado al iniciarse la secuencia, pensando: otro musical aburrido con una imitadora de la gran Aretha Franklin , La Reina del Soul, cuya voz y modo de cantar este comentarista ya conocía de hace años, que una cosa es entender poco y otra olvidarse de una voz única; poco a poco, acabé de comprender que era la mismísima Aretha Franklin (con unos kilillos de más de las fotos de sus álbumes de mi estantería) la que veía en la película, lo que me sacó de mi amodorramiento, convirtiendo una apatía en jubiloso ánimo.

¿Una película con Aretha?

Casi sin haber podido sobreponerme de mi asombro, apenas una escena después, me encuentro con esta otra:



El mismísimo Ray Charles, de vendedor de instrumentos musicales usados, poniendo a bailar a todo el vecindario.

¡Pero esto que es! me pregunté, atónito.

Eso era, eso es, una película musical atípica, donde uno puede disfrutar (como un poseso) de las actuaciones de grandes mitos del R & B, para los profanos o jóvenes (padawanes o no), la mezcla del Ritmo y el Blues, exponentes de la música afroamericana más genuina, con aires de Gospel, Soul y Jazz.

Granujas a Todo Ritmo (The Blues Brothers, 1980), nació de la pasión que por esa clase de música sentía -y siente- Dan Aykroyd, que se la comunicó a su colega John Belushi (tristemente fallecido por sobredosis a la temprana edad de 33 años), quien era un ferviente seguidor del heavy metal; ambos, actuando en el célebre Saturday Night Live , compusieron una pareja de ficticios hermanos que cantaban canciones de R & B, famosísimas pocos años antes.

Dan Aykroyd escribió un guión de más de trescientas páginas, que luego, el director John Landis , con experiencia como guionista, redujo a poco más de ciento veinte páginas.

La historia nos cuenta las andanzas de los Blues Brothers, Jake y Elwood Blues, en su intento de recaudar 5.000 $ para salvar el orfelinato donde pasaron su infancia.

La película es una extraña y divertida mezcolanza, con escenas burlescas de todo tipo, desde el inicio hasta el final; los protagonistas se mueven buscando rehacer su antigua banda de blues, al tiempo que van haciendo enemigos a cada paso, dando lugar a espectaculares persecuciones de coches, con grandes, enormes, increíbles, estropicios por doquier.

La inspiración de rehacer la banda le cae del cielo a Jake, al oir una soberbia pregaria en una iglesia, con un pastor muy convincente:



En este primer número musical, uno ya empieza a disfrutar y a tener idea de lo que va a divertirse, comprobando lo bien que se lo pasan los feligreses con los sermones de James Brown

{Un inciso: Si este comentarista hubiera visto la película desde el principio, como debe hacerse (y sin anuncios de por medio), hubiera reconocido inmediatamente a Aretha Franklin. No por nada, sólo para que conste.}

Claro que, salir de la iglesia y pasearse por las calles de Chicago y encontrarse con un mercadillo amenizado por músicos callejeros como éste:



Nada menos que una leyenda del blues, John Lee Hooker , cantando su archiconocido tema Boom Boom; eso ya sí que son pistas mayores de qué va la historia.

Una película fruto de la pasión por la música, exponente immarcesible del sonido que dominó buena parte de los 60 y 70, un musical donde la música se integra en la acción de forma diferente, ya que, salvo la escena de Aretha, ninguna otra es la típica expresión cantada de los sentimientos del personaje, al modo usual: aquí, la música interviene porque nos movemos en el mundo del blues auténtico de Chicago, y todas las canciones son "actuaciones", permitendo a todos los aficionados disfrutar, en vivo y en directo unos artistas incomensurables.

Bueno, en vivo y en directo no, porque, claro, esto es cine, y se graba la canción y se hace "playback" para que suene mejor; lo que, según cuenta John Landis en el dvd del 25º aniversario de la película (muy recomendable, pues contiene como extra la versión "extendida" de la película), no hubo forma que ni Brown ni Franklin realizaran un perfecto "playback" ya que, como todos saben (bueno todos no, pero casi todos), es norma de la casa que los grandes cantantes improvisan fraseos y ritmos en cada interpretación, lo que hace imposible la práctica nefanda del "playback", hoy tan habitual, incluso en conciertos en "riguroso directo" (vivir para ver: la tecnología al servicio de la mediocridad)

Después de haberse cruzado nuestros protagonistas con toda serie de dificultades para reunir la banda de músicos, despertando iras varias, incluyendo al Partido Nazi Norteamericano, inician su nuevo rodaje así:



La verdad es que la película es divertida: engancha; por lo menos, a quien deguste con fruición la música que contiene; no en vano fue un éxito total y sirvió para relanzar las carreras musicales de quienes en ella aparecen, así como para dar a conocer a un nuevo público unas canciones que habían caído de las comercialmente manipuladas listas de canciones radiofónicas, suscitando un nuevo interés, que todavía perdura, pues la banda de los Blues Brothers, aún sin sus cantantes primigenios, sigue ofreciendo conciertos.

Puede que este comentario (post, dicen) me haya salido demasiado extenso por la acumulación de videos; conste que me quedo con las ganas de colgar alguno más; a quien lo considere excesivo, pido perdón y comprensión por el entusiasmo; a quien le parezca poco, busque en "you tube" el resto, que seguro que los disfrutará.

Y si hay disponibilidad, nada mejor que hacerse con el dvd referido, una gozada.

OTROSÍ: Atendiendo las indirectas peticiones de la audiencia y a modo de penitencia, ahí van:
La actuación de Cab Calloway para entretener al público expectante:



Y los Blues Brothers en directo:





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dissabte, 6 d’octubre del 2007

PODER NEGRO


Mientras a finales de los 60 en Europa las calles estaban abarrotadas de jóvenes que clamaban por diferenciarse de sus ancestros, en los Estados unidos de Norteamérica, aparte de los movimientos juveniles tipo "hippy", buena parte de su población se alzaba contra lo establecido y clamaba por algo más primario, como es la igualdad de derechos sin distinción por causa del color de la piel de cada quien. Héroes pacíficos como Martin Luther King, o más agresivos como Malcom X, configuraron lo que se denominó "Black Power". La foto que encabeza muestra a dos atletas estadounidenses que compitieron en las Olimpiadas de México 1968, y ganaron, respectivamente, la medalla de oro y la de bronce en la prueba de los doscientos metros lisos: son Tommie Smith y John Carlos, que nunca más pudieron defender su galardón, pues fueron expulsados del teóricamente pacífico y apolítico seno olímpico internacional, al proclamar, puño en alto, estando en el podio, su apoyo al movimiento antirracista, imagen vista en directo en todos los televisores del mundo y repetida mil veces en los subsiguientes noticiarios y periódicos.

En Estados Unidos de Norteamérica, las protestas contra la discriminación racial abundaron en aquella época y fue, justamente en el año 1967 cuando el muy interesante director canadiense Norman Jewison, con el decidido y valiente apoyo del productor Walter Mirisch , decidió llevar a la pantalla una novela de John Ball , muy bien guionizada por el siempre eficaz Stirling Silliphant (que ganó merecidamente un Oscar por su labor) y así se presentó en sociedad una película que sería un éxito de pantalla y de taquilla: En el Calor de la Noche (In the Heat of The Night , 1967).

La película, muestra de género policíaco, incide poderosamente en los problemas raciales del profundo Sur de Estados Unidos:

Con el acompañamiento inolvidable de la voz del inclasificable Ray Charles , cantando el tema "In The Heat of The Night", compuesto expresamente por el gran Quincy Jones , vemos un tren nocturno llegando al pueblo de Sparta, Mississippi; un hombre, negro (vemos sólo su mano llevando una maleta), entra en la estación.

El agente de la policía local Sam Wood (Warren Oates , gran actor secundario) hace su ronda nocturna y tropieza con un cadáver: es el del magnate Sr. Colbert, acaudalado empresario que estaba dispuesto a invertir en Sparta construyendo una fábrica; inmediatamente, Sam inicia la búsqueda del sospechoso por el solitario pueblo y, en medio de la calurosa noche, tropieza, en la estación, con un negro; le registra y al ver que lleva bastante dinero en su cartera, le detiene y le lleva a presencia del Jefe de Policía Bill Gillespie (Rod Steiger , que consiguió el Oscar por su actuación), eterno masticador de chicle, cabreado porque el aire acondicionado no funciona:



Al ser inquirido el detenido por el origen del dinero, manifiesta ser su sueldo de una semana como Detective en Filadelfia, especializado en asesinatos: Virgil Tibbs (Sidney Poitier , en su mejor momento, pues el mismo año rodaría Adivina quién viene a cenar esta noche [Guess Who's Coming to Dinner ], nada menos que con Katharine Hepburn y Spencer Tracy como compañeros de reparto)

La sorpresa de Gillespie al comprobar que su sospechoso fácil no es tal sino un policía de ciudad, con conocimientos técnicos superiores a los suyos, simple policía de puelbo, es mayúscula. Como enorme su disgusto al recibir la orden del alcalde, presionado por la viuda del asesinado, de obtener la colaboración de Tibbs para resolver el asunto, so pena de que la inversión millonaria vaya a otro lugar.

Jewison, nos ofrece por tanto dos lineas a seguir: las pesquisas encaminadas a esclarecer rápidamente el asesinato, bajo el apremio de la viuda millonaria, y las relaciones de Tibbs, procedente de una capital del Este, con los habitantes de un pueblo del sur, donde todavía viven casi como esclavos sus congéneres de raza, doblando la espalda de sol a sol en extensos campos de algodón, recibiendo continuo desprecio por su condición de negro.

Naturalmente, Tibbs, que tan sólo se paró para hacer transbordo ferroviario, no piensa en otra cosa más que en marcharse; pero los trucos de Gillespie le retendrán, contra su voluntad. La relación de ambos policias es enfrentada primero, luego circunspecta y acaba por ser casi cordial, fruto del respeto que Tibbs infunde, con sus conocimientos, a Gillespie, que no pasa de ser un policía local más, sobrepasado por los acontecimientos y lo enrevesado de la trama policial, con diversos giros que nos mantienen atentos mientras Jewison, de forma sutil, va acercando las posturas inicialmente opuestas de ambos protagonistas.



Que en aquellos años sesenta y pico el protagonista dotado de inteligencia y conocimientos para resolver un intrincado caso de asesinato fuera lo que ahora eufemísticamente se denomina un "hombre de color" (como si los que no somos negros fuéramos incoloros) y que el sufrido ayudante que se equivoca una vez y otra fuera un hombre blanco ("wasp", que dicen -o decían- por allí, sería más apropiado), resultó ser una apuesta atrevida que Jewison convirtió en caballo ganador, ya que, aunando misterio criminal y desarrollo de la problemática social, otorga un mensaje antirracista firme, diáfano: de la colaboración de ambos, la solución se alcanza, y con ello, el beneficio que para la comunidad representa la construcción de la nueva fábrica, donde todos, negros y blancos, podrán trabajar en mejores condiciones que en los campos de algodón, donde la barata obra de mano impide el uso de recolectoras mecanizadas, suponiendo, apunta la trama, un menoscabo para los inmemoriales latifundistas descendientes de los esclavistas.

Jewison, con la inestimable ayuda de Hal Ashby como montador (Oscar al mejor montaje), consigue, en unos ajustados 106 minutos, entretenernos, mostrándonos al tiempo que discurre el proceso criminal, la forma de vida de una sociedad anclada en conceptos añejos de discriminación, con actitudes no tan sólo racistas, sino machistas, un pueblo cuya forma de vida en el momento del rodaje estaba en la palestra de todas las discusiones, con una resonancia internacional que, por otra parte, ayudó mucho a la estruendosa acogida que recibió allí donde fuera exhibida la película, que merece ser revisada, especialmente para quien se halle contagiado de auténtica cinefilia, al constituirse en un hito, ahora ya, intemporal.

p.d.: El éxito de En el Calor de la Noche propició dos películas más con el protagónico Poitier/Tibbs, que no pasan de mediocres, así como una serie de televisión, con el mismo título, inspirada directamente en la película.


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