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dimecres, 30 de desembre del 2020

Sophia, sempre Sophia



Estamos liquidando un año que se recordará, un año con un apelativo bonito, un año maldito que ha causado estragos y miedo y ha cambiado las costumbres sociales del orbe y evidentemente también los usos de la cinefilia y repasando me doy cuenta que hasta hoy no he dedicado ni cuatro líneas a una película del año; no es que apetezca mucho comentar cine de este siglo, porque hay poco que inspire lo suficiente, pero por lo menos he creído que incluir una del propio año es lo menos que se puede esperar de un bloc de notas cinéfilas por escaso que sea su contenido.

Porque no es que no haya visto nada estrenado este año: es que precisamente las vicisitudes de 2020 provocan la sensación que bastante negatividad aguantamos como para añadir leña, así que cuando hace unas semanas vi en la pantalla pequeña otra película servida dentro del catálogo omnipresente, ubicuo, altanero hasta parecer dominante de la empresa Netflix que lo mismo da una chocolatina que un turrón, y me topé de frente con un mito viviente, pensé que por lo menos salvaría la temporada.

Sophia Loren es para el cinéfilo veterano un referente imposible de obviar:desde mediados el siglo pasado hasta ahora su desarrollo como actriz ha sido imparable y nos ha ofrecido en una larga carrera trabajos merecedores de todos los elogios tanto en comedias como en dramas y lejos de admirarla únicamente por su belleza sus innegables aptitudes como actriz la sitúan en un lugar difícilmente accesible para la mayoría de sus colegas, perteneciente por méritos al selecto grupo de actrices que traspasa cualquier frontera y no me refiero a las físicas.

En una época en la que el uso estético del bótox y el bisturí ha logrado verdaderos espantajos reduciendo a la nada las escasas expresiones de algunos intérpretes (y uso el genérico asexuado porque no tan sólo ellas han decidido equivocarse y estropearse de tal forma) desechando para siempre el difícil uso de los microgestos (de los que ya hablamos aquí hace mucho tiempo), uno se encuentra a una guapísima señora octogenaria pletórica de fuerza interpretativa, un verdadero manantial de expresiones significativas, de miradas que hablan y por si fuera poco, sigue vigente el dominio de la expresión vocal: si no lo veo, no me lo creo.

Puede que el hecho que Edoardo Ponti sea el director de La vita davanti a sé (La vida por delante) haya influído en la decisión de Sophia Loren de aceptar protagonizarla (no en vano se trata de uno de sus hijos) pero no descarto que la gran actriz, al comprobar que era muy capaz de desarrollar como nadie el personaje, decidiera salir de su cómodo retiro ginebrino para, como quien dice, dar un puñetazo encima de la mesa y hacer saltar todas las fichas: quien tuvo, retuvo, y nunca más cierto que en esta película que si no fuese por la presencia y trabajo de la diva apenas alcanzaría el interés de un telefilme de sobremesa lleno de buenas intenciones pero falto de garra, de mordiente.

Tengo para mí que la Loren tuvo una segunda intención, cual es la comprensible voluntad de ayudar a su descendiente y mirando alguna de las fotos que se pueden ver en imdb, correspondientes al rodaje, uno tiene la sensación que la madre mira al hijo pensando que el chico no ha heredado el talento cinematográfico de sus padres; lo malo es que el chico ya ha cumplido los cuarenta años y éste es su tercer largometraje.

La trama, basada en una novela de Romain Gary que desconozco, muestra el devenir de un chiquillo, apenas un adolescente llegado a Italia desde Senegal, un huérfano arisco, desubicado, un pillastre valiente y decidido a sobrevivir en una sociedad árida que le tiene apartado y vive fuera de la asistencia social bajo el paraguas de un médico que pasa todas las horas del día atendiendo enfermos que no pueden pagar sus servicios, verdaderos parias en occidente.

El chiquillo, Mohamed no: llámame Momo, ve a una anciana que lleva una bolsa con unos candelabros que percibe como valiosos y de un tirón se los arrebata y al fin del día, como no ha podido pasarlos, los guarda en casa: el viejo doctor se da cuenta de la trapacería y le conmina a confesar que los ha robado y a la postre, acaban ambos en casa de Madame Rosa, donde el buen doctor Coen consigue que Momo pida perdón y devuelva lo pillado y obtenga, después de unos cuantos bufidos, el perdón de Rosa. No tan sólo eso: Coen, que es el médico de Rosa, le pide que se quede con Momo un tiempo, porque él no tiene apenas tiempo para cuidar del chaval: Rosa pone el grito en el cielo, regatea con Coen y acaba aceptando a Momo a cambio de 600 euros mensuales, para pagar los gastos.

Rosa no hace negocio: ya cuida a dos niños más; de hecho, desde que dejó -por edad- el mundo de la prostitución, se dedica a cuidar a los hijos de las prostitutas: con Momo están Iosif, cuya madre lo dejó con Rosa hace muchos meses asegurando que volvería por él y la hija pequeña de Lola (Abril Zamora, en un buen trabajo), una prostituta española que de hecho vive en el mismo edificio.

La trama desarrolla la relación entre ambos sobrevivientes: de un lado el jovencísimo Momo (Ibrahima Gueye, fantástica performance la suya), un crío huérfano en un país extraño, y de otro Madame Rosa, una sobreviviente judía de los campos de exterminio nazis que acabó ejerciendo la prostitución como modus vivendi y que lejos de ejercer un egoísmo entendible por su historia aplica un cariño constante a todos los muchos críos que ha cuidado desde que dejó de ejercer de meretriz. Rosa conseguirá ser para Momo la madre que perdió.

La película de Ponti está muy lejos de lo esperable con tal parentesco porque la idiosincrasia de Momo, de Rosa, de Lola e incluso del Dr. Coen en otras manos hubiesen ofrecido sin duda las bases para una película dramática desgarradora; una denuncia de una realidad social que se perpetúa en un occidente cada vez más materialista; unos individuos que se ayudan unos a otros en la miseria, que se quieren de verdad, que se aceptan sin prejuicios; y bien sea por el guión que no ofrece más agarraderos bien sea porque el director carece de recursos cinematográficos para explicar una historia que tiene sobrados fundamentos trágicos va y lo deja en una comedia lacrimógena y previsible, casi un telefilme de domingo por la tarde si no fuese porque el elenco realiza una exhibición de buen trabajo y estoy convencido que todos agradecerán en su fuero interno la presencia de la Loren como verdadero acicate y ejemplo a seguir.

Seguramente muchas famosas maldecirán a la Loren por haber hecho esta película ya que ha dejado para siempre demostrado, fotograma a fotograma, que la arruga -además de ser bella- ayuda a una buena actriz a desarrollar perfectamente un personaje.

Si el reclamo de una gran actuación es bastante para usted, no deje de ver esta película, porque puede que sea la última que cuente con tal protagonista: me parece que la Loren ha decidido cerrar el grifo y ha dado un portazo monumental, inolvidable.

p.d.: Por cierto: ¡Feliz Año Nuevo!
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divendres, 25 de desembre del 2020

Bon Nadal, Feliz Navidad, Merry Christmas






En el día de hoy, vamos a ser un poco más pacíficos o, por lo menos, vamos a intentarlo.

Y ya que este es un bloc cinéfilo, no podemos dejar de lado nuestra pasión: en el cine hay muchas películas que tocan las celebraciones navideñas desde muchos ámbitos normalmente con buena intención y en algunos casos con cierta carga crítica que puede ser más o menos intensa según el guión y el director.

Veamos, si les parece, una escena que nos presenta la fecha de hoy en medio de una sangrienta contienda y tengamos siempre, pero siempre, muy presente que los grandes beneficiarios de las contiendas sufren muy poco en ellas.

De la película Feliz Navidad (2005):




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dijous, 24 de desembre del 2020

Cuidado con el tío de la barba blanca






No sé porqué, en ocasiones me da por pensar que hay una cierta influencia mercantilista que apoya, promueve y excita el consumo desenfrenado y que estas fiestas anuales se han ido convirtiendo de excepcionales en alegría íntima a campo abonado para tergiversarlas en beneficio de algunos que nos meten de rondón prototipos ajenos.

Puede que no sea así y esté equivocado, pero un poco de cachondeo no viene nunca mal:



Dando por sentado que ya vigilarán no les caiga nada encima súbitamente, templemos los ánimos con una sugestiva voz:





¿lo último de lo último? ¿lo más reciente? ahí va, cortesía de la más poderosa (mal que nos pese)






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Esta noche es nochebuena......






Y mañanana, Navidad:



Estoy haciendo esfuerzos incontables para evitar la tentación de colgar un vídeo del tamborilero porque creo que no se lo merecen, ya que han pasado por aquí....

Un poco de marcha no va mal, bien sea para abrir el apetito bien sea para quemar esas calorías ingestas:







Si lo que desean para acompañar la velada es buena música sin necesidad de estar atentos a una pantalla, les sugiero el concierto de la Deutsche Radio Philarmonie que bajo la batuta del Maestro Chichon nos ofrece una ejemplar selección de composiciones que a buen seguro les resultarán conocidas:






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dimecres, 23 de desembre del 2020

Feliz Navidad (2)



Estas navidades van a ser muy especiales y para muchísima gente quedarán como un baldón inexplicable porque nadie parece hallarse en situación de aclarar nada.

Simplemente con desearlo, con mucha fuerza, aunque así lo aseguren algunas películas que todos conocemos, no cambia las cosas.

Ya que estamos en un año especial, vamos a actuar de forma también especial.

Busquemos en el humor cobijo a las zozobras



Veamos una parodia familiar de máxima actualidad:

(recomiendo activar los subtítulos)





Y otra parodia, un pelín más gamberra:

(una vez más, activar los subtítulos)








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dimarts, 22 de desembre del 2020

Feliz Navidad (1)



Este año 2020 que andamos despidiendo seguramente pasará a los anales de la historia por muchos motivos y ninguno bueno.

Así las cosas, desear una Feliz Navidad como siempre se ha hecho se me antoja irreal.

Ya puestos en una tesitura desacostumbrada, saldremos por la tangente.

Broma en broma, quizás algo nos haga reflexionar.







No puede faltar la típica canción navideña muy apropiada para un día como hoy:






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dilluns, 14 de desembre del 2020

¿En series?¿En serio?



A principios de siglo la extraña comunidad conformada por cinéfilos de todo pelaje y condición empezaba a tratar con diferente ánimo y consideración una afirmación que en boca de algunos era un axioma, una verdad incontestable: los buenos guionistas habían dejado el mundo del largometraje, del cine, y se habían instalado en la pequeña pantalla para proveer a la ciudadanía de exitosas series televisivas con relatos hasta entonces privativos de las pantallas de las salas de exhibición, cada vez más pequeñas, por cierto, reduciendo ridículamente espacio y pantalla en la que ver una película.

En algún foro cinéfilo el debate estaba servido y las posiciones opuestas entroncadas sin solución aparente porque la verdad es que muchas -demasiadas, tal vez- películas estaban basadas en guiones tan malos que parecían desprovistas de la figura de un guionista con una mínima idea y base cultural apreciable, por no mencionar la pobreza de los diálogos, paupérrimos de vocabulario con la excusa de ser realistas. Mientras tanto, cadenas televisivas por cable (es decir, casi libres de la férrea censura infantilista) como la HBO ofrecían series dramáticas con guiones aceptables que poco a poco y gracias al éxito popular iban alargando hasta perder fuelle, pero lo cierto es que algunas de ellas disponían de guiones muy bien trabados y presentaban tramas costumbristas mientras en el cine lo que se podía ver eran tebeos ilustrados con mucho dinero y poco talento y comedias cada vez más estúpidas y carentes de la garra y causticidad que todavía podemos hallar en los clásicos de antaño.

Así las cosas, hace un par de años ya se empezaba a barruntar la aparición de un nuevo negocio que comportaría la paulatina desaparición de las salas de cine porque todos íbamos a poder ver en casa las películas en riguroso estreno mediante el cable conectado a una pantalla de televisor que había crecido en tamaño de forma considerable.

Lo cierto es que si miramos las estadísticas del año pasado podemos comprobar que el negocio del cine en general sufre un declive imparable, decreciente desde hace veinte años largos y desde luego no cabe imputar la responsabilidad al público sino más bien a una industria que no sabe ofrecer productos capaces de enfervorecer multitudes: algunas películas de los años setenta llegaron a exhibirse más de un año seguido en salas de cine en Barcelona y ahora apenas aguantan tres semanas en cartel: algo pasa.

Está claro que no hay talento aplicado al cine actual.

Y de nuevo sale la vocecita respondona que lleva veinte años diciendo: en la tele sí hay talento.

¿En series? ¿en serio?

Pues tampoco, salvo excepciones; como en el cine; lo que ocurre es que en el cine, topar con una excepción es más difícil y más costoso.

La generalidad está revestida de mediocridad, de tramas tramposas, alargadas como una goma de mascar ya hedionda por el continuado uso, sin sabor ni elasticidad que sorprendan.

Tomemos dos ejemplos muy recientes, todavía asequibles, ambos con unos aspectos que les acercan y delatan la nueva forma de entender el negocio que, me temo, lleva mal camino:

La última temporada de Fargo y la última mini serie del cajón de Nicole Kidman: ambas se asemejan en ser mini series, es decir historias con un principio, desarrollo y conclusión que abarca un tiempo escénico más o menos prolongado pero contado mediante un metraje que oscila entre siete y once horas aproximadamente contando las partes no sustanciales de principio y fin de cada capítulo, títulos de crédito y zarandajas para rememorar lo pasado.

El caso de Fargo es especialmente decepcionante porque la primera temporada sigue siendo un producto muy bien ejecutado en base a un guión férreo dotado de una lógica interna que ofrece giros sorprendentes y a cada episodio hay un avance considerable en todos los aspectos sin que el capítulo en sí mismo carezca de interés: ahora mismo uno puede ponerse a ver el capítulo que desee y quedará plenamente satisfecho. Pero la inteligencia que tituló los episodios de aquella primera temporada con expresiones llenas de contenido ha ido menguando en las sucesivas temporadas hasta llegar a una cuarta que se reduce a la lucha entre afroamericanos e italoamericanos por detentar el poder criminal de una ciudad de la américa profunda aderezadas con las actividades letales de una enfermera chalada que está a años luz del malvado protagonista de la primera temporada; a años luz y no digo siglos porque la expresión no existe, pero sería más apropiada en el caso.

El talento que nos dejó epatados en la primera temporada se ha difuminado y las causas las ignoro pero desde luego es evidente que no ha trabajado las mismas horas: once capítulos insustanciales con personajes exóticos sin fuerza alguna, verdaderos papanatas que pretenden colarnos como interesantes pero que aburren hasta decir basta: uno acaba la serie más que nada porque siente que un día deberá sacar mediante la letra esas malas vibraciones y mejor hacerlo con absoluto conocimiento de causa, mal me pese, porque lo mismo he hecho en otros casos y el resultado ha sido el mismo: aburrimiento generalizado. Si alguien les propone verla, díganle que eso de "homenajear" clásicos no es nada original ni suficiente para sostener un mal producto: que eso de que el jefe mafioso vaya a ser atacado llevando naranjas en una bolsa ya lo hizo Coppola hace muchos años y lo hizo mucho mejor. Que si es un guiño al cinéfilo, llega en mal momento.

La producción artística es notable, la ambientación también e incluso por momentos las interpretaciones son aceptables, pero la trma se hace lenta, exasperante, aburrida, insuficiente para soportar once horas de metraje: es una mala película larga troceada: no es una mini serie: una mini serie es, por ejemplo, Guerra y Paz, óptimo medio para trasladar a pantalla una novela larga sin cortar más de la cuenta. Pero agarrar algo que hace cincuenta años era una trama contada muy bien en hora y media y meterle a la fuerza otras nueve horas de metraje es una mala idea.

Por lo que hace a The Undoing, la última de la Kidman,que ha visto con buen ojo los excelentes rendimientos que saca al tinglado televisivo con esas mini series medio dramáticas medio intrigas criminales, viene acompañada de una publicidad en los medios televisivos desproporcionada, porque uno oye cantos elogiosos sobre el suspense, la intriga, el desarrollo, y resulta que a las primeras de cambio aparecen cuestiones que atentan la más pura lógica, que chocan con la realidad que pretende ser el sustento de la trama, porque los personajes hacen unas cosas que nadie se creería que puedan hacer gentes semejantes en situaciones idénticas:¿en serio nos vamos a creer que van a invitar a una junta de ricachonas que se reúnen para chismorrear y organizar una subasta privada a beneficio de los pobres estudiantes, precisamente a la madre de uno de los becarios?¿Y que ésta comparezca con una bebé a la reunión y sin mediar palabra se ponga a darle de mamar? Apaga y vámonos, amigo, que van mal dadas. A partir de ahí, el tobogán de sucesos a cual más inverosímil y las trampas del guión se hacen evidentes hasta llegar a un final verdaderamente patético, casi ofensivo para un espectador con años de historias vistas en una pantalla: la cuadratura del círculo, vaya, con toda la jeta.

Si el talento que reside en la televisión es el que nos están ofreciendo a bombo y platillo, si resulta que es mejor que el del cine -que ya es pobre de veras- resultará que estamos cerca del caos, que todo acabará en una implosión que llegará al tamaño del punto final.

Y entonces, los cinéfilos volveremos los ojos al cine del siglo pasado, buscando imaginación en el lenguaje visual y guiones bien escritos y mejor dialogados.


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