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dimarts, 31 de desembre del 2013

Adios, 2013



Ya te quedan pocas horas, 2013, para entrar a formar parte del pasado: no derramaré lágrimas por no haber visto algunas de las películas más "exitosas" que nos han estado anunciando los gurús de la crítica cinematográfica pagada por las majors y brindaré -naturalmente, con cava- por el inicio de un 2014 que con poco esfuerzo podrá ser cinematográficamente mejor.



La noche del día de hoy no es la más adecuada para sentarse a ver películas y habiendo leído por encima las propuestas que hallaremos en la pantalla doméstica, se me ha ocurrido que una buena forma de despedir este curso agradeciendo la confianza de los amabilísimos visitantes sería sugerir una alternativa.

La holandesa Candy Dulfer definitivamente rompe el estereotipo de la mujer rubia, bella y tonta: desde los siete años empezó a dar muestras de su habilidad con el saxofón y en espléndida madurez consigue que todos muevan el esqueleto al ritmo de sus melodías: si la caja tonta os aburre y adocena esta noche, siempre podéis acordaros de agarrar el ordenador, subir el volumen a tope y hacer click aquí




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dimarts, 24 de desembre del 2013

Blue Jasmine





Parece ser -según gacetillas informadas- que la última película de Woody Allen ha sido la más taquillera de todas cuantas ha estrenado en las pantallas de su propio país, lo cual, vista que ha sido, me llena de asombro porque desde luego no es, en mi opinión, su obra cumbre y tampoco la más comercial de la abundante filmografía del neoyorquino aunque no me halle en situación de discernir cuáles puedan ser ambas.

Tengo para mí que la paupérrima cartelera de este año que vamos finiquitando y la tardía fecha del estreno ha favorecido el recibimiento de esta Blue Jasmine sobrevalorada evidentemente cuando algunos entusiastas la elevan a un nivel inmerecido incluso dentro de la estadística alleniana que alberga piezas con mucha más enjundia y solidez que esta aventura vital que nos expone el devenir histérico de una mujer que habiendo catado las mieles de una situación más que holgada económicamente obscena en su derroche se encuentra en la necesidad de acudir al amparo de una hermanastra por la que apenas siente cariño.


La trama a grandes rasgos posee actualidad y conecta fácilmente con la audiencia que está muy al tanto de pirámides financieras y otros timos porque en los papeles de envolver el pescado de vez en cuando se pueden leer historias semejantes a la del marido de la tal Jasmine y uno siempre se queda pensando en qué les pasa a los parientes más cercanos: seguro que no lo que le sucede a la protagonista de esta película con la que Allen, quizá cansado de viajar y hacer publicidad de ciudades, trata de ajustar cuentas con una sociedad que empieza a hartar a muchos.

En esta ocasión nos libramos de Allen como intérprete pero sigue siendo director de su propio guión y ello no comporta beneficio alguno al resultado final porque la pericia cinematográfica de Woody no se ha incrementado desde 2005 y como guionista da la sensación de haber perdido gancho en el sentido pugilístico porque su pegada es más suave que demoledora: la comedia melodramática de contenido social precisa para ser efectiva un poco más de ironía, acidez y mala baba; las buenas maneras deben ser como el guante de seda de un puño de hierro y en esta aventura californiana Allen ha dado muchas vueltas y giros para no llegar a ningún lugar que resulte satisfactorio a menos que pretenda suscitar empatía con la protagonista que, francamente, en mi opinión no merece en absoluto: más bien resulta odiosa.

Habida cuenta que en cualquier sociedad ha existido, existe y existirá -los humanos no tenemos remedio- el timo piramidal financiero, Allen podría haber hincado no ya el diente sino los colmillos en una trama que ofreciera líneas argumentales más incisivas y concretas: llega un punto que la subtrama de la hermanastra Ginger (estupenda Sally Hawkins) empieza a tener más interés que el de la propia Jasmine, porque el lío amoroso de la hermanita despierta más curiosidad que la situación de la ricachona venida a menos, una lamentación sin fin que acaba agotando la paciencia.

A fuer de ser objetivo puede que el hecho de haber visto la película en versión doblada haya influído en el aprecio por la labor de ambas intérpretes: me resultó cansina la entonación impuesta a Cate Blanchett, monocorde, carente de fuerza expresiva, máxime confrontada con la más rica en matices del personaje de Sally Hawkins, quizás una broma de Woody acertada en el doblaje, pienso, porque los californianos de cepa parecen dotados de semejante acento bailón.
(Habrá que verla algún día en v.o.s.e., no vaya a ser que le regalen el oscar a la Cate y nos quedemos en la inopia, incrédulos.)

Dejando a un lado cuestiones del doblaje, se evidencia una vez más que el elenco está encantado de trabajar con Allen y conforman un todo bastante sólido al servicio de unos personajes que han sido escritos en su mayoría como meros comparsas: parece que Allen no sabe o no quiere o no puede librarse de esa maldición gitana que asola las mentes de los guionistas estadounidenses provocando que una y otra vez se nos ofrezcan productos en los que la presentación, el oropel, lo accesorio, siempre está muy por encima de lo que debería sustentar una buena película: una trama interesante, unos personajes atractivos, una idea por lo menos fuerte, ya que nueva va a ser imposible, visto el percal.

Lo que le sucede a esa triste Jasmine queda demasiado diluído en la lejanía que el propio autor parece imponerse en la búsqueda de una imparcialidad objetiva que promueva la toma de partido por el respetable público como dejando en su voluntad la condena o absolución del personaje y en esa travesía entre dos aguas zozobra el Woody director de cine que no incide ni remarca ni enfatiza y naufraga el Allen guionista que intentando evadir el momento de ofrecer una opinión permanece inane, falto de fuerza, irresoluto, cobarde, temeroso.

Sin llegar a ser pues la obra maestra que algunos insensatos acelerados aclaman, podríamos decir que Allen ha cumplido su tarea anual con un aprobado y que sin conseguir entusiasmar, por lo menos no aburre.


[y... ¡Feliz Navidad!]



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divendres, 1 de novembre del 2013

Buenas costumbres perdidas




En ocasiones como el día de hoy me pregunto por la causa que origina cierto desapego por costumbres culturales antaño muy arraigadas y no me decido a considerar la globalidad y el intercambio intercultural por encima de la presión mediática servidora de mercadotecnias hambrientas de beneficios crematísticos a largo plazo.

No me refiero al debate entre las ibéricas castañadas y la costumbre celta del halloween -que aborrezco y maldigo- porque se ha tornado bizantino y hace tiempo decidí no perder energías en simplezas semejantes.

Me refiero a que uno va viendo pasar los años y hay aspectos que mejoran -y mucho- con el paso del tiempo, pero hay otros que no es que empeoren: es que desaparecen, sin más, y lo peor es que a nadie parece importarle un ardite. Entonces es cuando se me ocurre que quizás sea yo quien está fuera de juego.

Hasta no hace muchos años era una tradición que tal día como hoy los teatros ofrecían una versión de la obra teatral más conocida del dramaturgo vallisoletano José Zorrilla : Don Juan Tenorio

La pieza de Zorrilla, más llevadera que la que en su día escribió Tirso de Molina, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, centrándose ambas en la figura del mito de Don Juan, pergeñado por Tirso, que ha dado lugar a sesudos ensayos (leí hace años el de Marañón y me dejó alucinado) y cientos de representaciones tanto teatrales como cinematográficas (mala, pero mala, la de Johnny Depp y Marlon Brando, Don Juan DeMarco), comedias musicales y óperas.

Don Juan Tenorio se estrenó en Madrid en 1844 y es la pieza teatral española que ha sido representada en más ocasiones.

Mal va un pueblo cuando deja perderse en el olvido a sus propios mitos culturales: a día de hoy, con un número excesivo de cadenas televisivas y un teatro que se queja de la falta de público, quizás no sería mala idea recuperar una tradición: antaño, el aficionado al teatro acudía para comprobar si los intérpretes del momento eran capaces de sostener -y no enmendar- los versos románticos escritos por Zorrilla.

O a lo peor es que no hay nadie capaz de afrontar las escenas sin hacer el más espantoso de los ridículos, mal que el listón del respetable está a niveles muy asequibles.

Si el aficionado da un vistazo a esta lista de representaciones rápidamente entenderá que hubo un tiempo en que llenar una platea era relativamente fácil un día como hoy, porque gozar de una Doña Inés a cargo de Margarita Xirgu o un Don Juan a cargo de Enric Borrás era una alternativa a debatir y una decisión muy difícil.

Como quien dice, hasta que no hacía un Don Juan Tenorio, no se tomaba cátedra.

De cuando la tele era en blanco y negro y aparte de buenos ciclos de cine se ofrecían al televidente buenas piezas del teatro universal, vean, si les place, la versión de Don Juan Tenorio que yo ví en 1966:












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dijous, 31 d’octubre del 2013

20 años sin Fellini




¡Cómo pasa el tiempo!

Se cumplen hoy veinte años del fallecimiento del genial Federico Fellini.

Uno se pregunta de qué hubiera sido capaz el inspiradísimo Federico con los medios materiales que hoy están al alcance de cualquiera.

Ahora que ya se están calentando motores de cara a los premios Oscar, no está de más mencionar que Fellini consiguió en cuatro ocasiones el oscar a la mejor película no hablada en inglés, lo cual, habida cuenta de los guiones que escribía, también nos ofrece una perspectiva de la industria hollywoodiense bastante alejada de la actual.

A modo de recordatorio, disfrutemos de la primera película que le dió renombre a nivel internacional, una emotiva historia que además nos permitirá recuperar las virtudes interpretativas de su esposa y musa, Giuletta Masina, casi siempre con unos acompañantes de lujo, que el amable lector podrá descubrir de inmediato.

Esta noche de muertos, disfruten de La Strada:








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diumenge, 8 de setembre del 2013

Probando, probando....



Desde poco antes del verano y de forma ocasional me he encontrado con problemas raros de acceso a estas páginas de las que se supone soy administrador y luego resulta que no puedo, de ninguna forma, responder a los amables comentaristas que, en buena lógica, pensarán que descuido las elementales formas de cortesía.

Esto es de locos, porque parece -y digo parece con un punto de temor- que sí puedo publicar entradas y ocasionalmente también dejar comentarios "firmados" en otros sitios, pero este blog se me resiste hasta que, aleatoriamente, todo vuelve, un día, a la normalidad, para de nuevo castigar la lógica informática.

Sirvan estas líneas pues como pequeño desagravio a la vez que como nueva prueba.

Y para que no todo sea rollo personal aburrido, dejemos otra prueba:

Una prueba con un pelín de retranca que se hará evidente si este vídeo ya lo conocías:




¿A que sí?





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dissabte, 31 d’agost del 2013

Linda, sigues siendo linda




Cómo pasa el tiempo. Fué en 1974 cuando compré el primer disco Lp de la cantante Linda Ronstadt y me cautivó inmediatamente con la fuerza de su voz, pletórica de sentimiento, desgarrada, dulce, clara, sensual, siempre sirviendo unas composiciones muy bien elegidas que casi aprendí a chapurrear de tanto escucharlas en sucesivos discos que fueron conformando una muy pequeña colección.

En aquella época apenas si me importaba quien fuera o fuese el compositor de las canciones, así que, para mí, las que siguen, eran todas, canciones de la Linda:

Blue Bayou

Will You Love Me Tomorrow

I will Always Love You

Seguro que Roy Orbison y Carole King quedaron encantados de las versiones de Linda, tanto como que Dolly Parton, años más tarde, y en compañía de Emmylou Harris, tuvo la buena idea de formar un Trío que en 1987 -hace tiempo, sí- batió récords de ventas.

Una de sus canciones tiene un título que le va que ni pintado a Linda: To know him is to love him

Ahora se ha conocido que Linda se retira definitivamente de los escenarios por causa de la enfermedad de Parkinson y como admirador de su arte que sigo siendo, me ha parecido que lo menos que puedo hacer, por los buenos ratos que he pasado escuchándola, es darle ánimos para sobrellevar su enfermedad y desearle que le sea lo más leve posible.











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diumenge, 7 de juliol del 2013

Despertar (un año más...)



La crisis que nos azota ha puesto en relieve, una vez más, las dificultades con que la industria del cine se encuentra, resumidas en el cierre de salas exhibidoras por falta de espectadores.

Desde mi punto de vista de persona que jamás ha tenido un sueldo fijo ni vacaciones pagadas como ocurre en cientos de miles de casos en nuestro país, hay un entendimiento de las quejas del sector cinematográfico coincidente con la desfachatez pura y dura abusando de lo que eufemísticamente se puede entender como cultura, dando como resultado piezas que nadie puede soportar y fracasan en taquilla: no vamos a discutir los encontronazos entre comercialidad y calidad artística porque para ello es imprescindible que haya unas sillas -por lo menos- y también algún que otro aditamento líquido, aunque podemos recordar muchos títulos a priori comerciales que resultan verdaderos fiascos.

Lo molesto es que inmediatamente salen voces reclamando dinero, parné, sueldo, traducido en subvenciones y acaba de salir en Catalunya estos días la excelente noticia que, para soportar el cine catalán, piensan imponer una tasa a los televisores familiares, y hay quien apuntaba también a los ordenadores, porque, claro, todo hijo de vecino que tiene un ordenador lo tiene para piratear películas, lo que se traduce, por si hay dudas, en olvidarse del constitucional principio de in dubio pro reo, que significa llanamente que no eres culpable a menos que se demuestre.

Pero les da igual: ineptos en su trabajo, incapaces de ganarse el sustento con el sudor de su frente, acuden con la excusa excelsa de su arte a mendigar de papá estado y mamá administración que, del dinero de todos, se les distribuya a ellos para que puedan pagar sus hipotecas.

No seamos populistas y demagogos y no mencionemos conceptos primarios como sanidad y educación: pero si hay que dar subvención a la cultura, que no digo que no, que se fijen a quien se la dan y procuren favorecer el interés artístico y no meramente el crematístico, que desde los tiempos cervantinos es bien sabido que este es un país de truhanes, pillos y sinvergüenzas: no hay más que leer cualquier periódico.

Puestos, preferiría que las subvenciones sirvieran para sufragar los gastos que se producen en actividades que demuestran interés por, como mínimo, conocer los entresijos de un arte como el que nos suele ocupar en estas páginas.

A título de ejemplo, para pagar los mínimos gastos de producción de cortometrajes como el realizado por un grupo de jóvenes burgaleses, una sencilla pieza claramente inspirada en cine comercial, un ejercicio de lenguaje cinematográfico mejorable sin duda, que en mi opinión, visto el resultado, debería ser merecedor de una ayuda, ni que sea para poder afrontar sin rascarse el bolsillo una nueva aventura cinematográfica.

Vean, si les place, el cortometraje titulado Despertar

A quien hay que ayudar es a la juventud que empieza, no a los gañanes sacapelas de siempre.



p.d.: Hoy, siete de julio, es el sexto cumpleaños de este bloc de notas, un poco achacoso ya.....








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diumenge, 30 de juny del 2013

El chico del periódico






Ahorremos tiempo: ésa es una película que no va a gustar a todo el mundo y por no rehuir el bulto diré que seguramente cuando la vea otra vez me gustará más.

O no.

Otra clarificación será oportuna y nos situará inmediatamente en el contexto:

El título de la película, en inglés The Paperboy (¡Sí: el traductor estaba despierto!) se debe, tal y como lo entiendo, a que uno de los protagonistas, el joven Jack Jansen (muy bueno Zac Efron) sale en la portada de un periódico local -dirigido por su padre, W.W. Jansen (Scott Glenn, como siempre, eficaz)- como sujeto salvado de un ataque de medusas gracias a que su acompañante playera, Charlotte Bless (muy sorprendente Nicole Kidman) se le mea encima de todos y cada uno de los múltiples y variados aguijones, escena que contra lo acostumbrado se nos muestra en todo detalle.

De hecho, la rubia empelucada Charlotte se mea encima del chico apartando a una jovencita que había empezado la labor espontáneamente al verlo en la arena postrado de dolor.

Esa no es desde luego una escena cabal de la trama pero al cinéfilo avezado ya le dará una imagen apropiada de lo que podrá encontrar si se anima a visionar la última película de Lee Daniels basada en una novela de Peter Dexter quien junto al director-productor firma un guión que seguramente no alcanza a desbrozar con claridad todas las líneas que quizás en la novela se traten con mayor profundidad.

¿Es una película recomendable?

De los cobardes nadie se acuerda: véanla.




¿Porqué?

Porque aparte de los citados está el concurso de Matthew McConaughey y John Cusack en sendos personajes poco recomendables para cualquier intérprete que aspire únicamente al reconocimiento popular, tipos complejos que permiten escarbar en un interior nada diáfano: de esos que cualquier actor con dos dedos de frente y una estima por la profesión aspira hallar en su camino: el amigo Matthew lleva unos pocos años elevando el listón y el taimado Cusack roba las escenas demostrando talento con la mirada.

Porque aunque las buenas interpretaciones no sean para usted un reclamo irresistible -como lo son para este comentarista que suscribe- probablemente, ya que esta aquí, gustará de una película estadounidense que, en una palabra, parece europea: o sea, que es una película para adultos en la que no hay maniqueísmo barato y no se sabe muy bien a qué están jugando los personajes y que por momentos desconcierta y sobre todo no intenta dar lecciones de moral a nadie ni explicar nada en concreto.

Porque la forma de rodar de Daniels (que por cierto, resultó nominado en Cannes a la Palma de Oro por su trabajo) es adecuada al fresco sureño, más que marismeño pantanoso, cercano a la ciénaga de Florida, en una mezcolanza en la que caben apuntes raciales y homófobos a partes iguales con una reina rubia que parece sacada directamente de cualquier canal televisivo de esos que inundan la tdt, reclamo de tópicos incomprensibles. Daniels sin duda conoce el oficio de dirigir intérpretes y más aún, sabe convencerlos para que suden la camiseta en unas composiciones dedicadas a personajes que no son refulgentes.

En su contra el enmarañado guión y el recurso a una voz en off que podría haber sido clarificadora y no lo es: parece un añadido para darle empaque y otorgarle el sentido de una historia oral próxima a la realidad, pero no acaba de cuajar resultando falso. El off, como el flashback, son recursos más difíciles de lo que aparentan.

Si se deciden, que sea en versión original subtitulada, aunque la jerga sureña y el acento aplicado parezcan un galimatías: no se preocupen, porque, transcurrido el metraje, seguro que permanecerán preguntándose el porqué de varias cuestiones: Daniels, quizá por defecto, quizá por exceso, deja muchos cabos sueltos. Pero sin duda vale la pena comprobar cómo todavía se puede hacer una película con una intención más allá de la mera diversión, del simple entretenimiento, y no aburrir al personal.

Puede que no guste mucho, pero no aburrirá a casi nadie.

Para muestra, un botón









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dijous, 30 de maig del 2013

Let's Rock















Había decidido escribir únicamente comentarios elogiosos que incitaran a ver películas interesantes, pero para ello la premisa fundamental es, evidentemente, el visionado de cintas que, por lo menos a mí, me hayan gustado lo suficiente como para recomendarlas aunque sea tibiamente.

Ha transcurrido un mes y estoy a la espera de ver algo medianamente interesante, así que me parece que voy a tener que volver a dar caña.

Mientras, he recuperado viejas buenas costumbres: supongo que si dais un vistazo a estas Diapositivas enseguida imaginaréis que he estado haciendo...








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dijous, 9 de maig del 2013

Adiós, Alfredo Landa




¿Cuántos intérpretes conocemos que hayan sido capaces de dar nombre a un subgénero?

El llamado "landismo" define un tipo de películas que se rodaba con pocos medios y muchas ganas en las españas de mediado el siglo pasado y el nombre le viene dado por Alfredo Landa, quien acaba de fallecer a los ochenta años.

Definir con el propio apellido un tipo de cine de poca categoría y acabar siendo uno de los mejores actores que varias generaciones han podido disfrutar no está al alcance de cualquiera.

Alfredo Landa aparece por primera ocasión en el cine en la película "Atraco a las Tres"

Su intervención se debió a que Manolo Gómez Bur no podía por compromisos, pero lo cierto es que ya Alfredo Landa había forjado una buena carrera en el teatro y su técnica vocal ya era bastante conocida en el cine gracias a su labor como actor de doblaje

Cuando alcanzó la madurez, pasada la cuarentena, inició su última etapa con caracteres más serios que le permitieron mostrarse versátil y adecuadísimo para incorporar personajes que en ocasiones tenían detrás una fuente literaria.

Así, podemos verlo como el bonachón y desafortunado Malvís reconvertido en Bandido Fendetestas por obra y gracia del olvidado escritor Wenceslao Fernmández Flórez en una película fantástica, El bosque animado, dirigida por José Luis Cuerda sobre guión de Rafael Azcona, que habrá que revisar cualquier día de estos:

Malvís se convierte en Fendetestas"


En esa historia Alfredo Landa coincidió con otro gran actor español, Fernando Rey, y apenas cuatro años después ambos dos incorporaron a Don Quijote de la Mancha y a su escudero Sancho Panza en versión de mini serie televisiva dirigida por Manuel Gutiérrez Aragón y guionizada por Camilo José Cela

"Gigantes o Molinos"


(Si alguien desea ver más de ese Sancho Panza y su señor Don Quijote, puede usar este ENLACE

Del landismo a Sancho Panza, un recorrido interesante para uno de los grandes actores españoles del último siglo.

Hasta luego, Alfredo Landa...







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dimarts, 30 d’abril del 2013

Siete psicópatas




El británico (londinense, por más señas) Martin McDonagh debe ser hombre parco, de pocas palabras, o quizás es que sus talentos pasan desapercibidos para los que mandan en eso de la industria del cine, o, si nos ponemos en plan conspiranoico, está claro que el cine va encaminado a calmar y apaciguar inquietudes con historias inanes, justo lo que no parece saber escribir el amigo McDonagh que ya me sorprendió muy gratamente con su primer largometraje y después, a toro pasado, con su cortometraje tan laureado, dos obras previas que se han visto refrendadas por una tercera que descubrí como quien dice por casualidad porque, una vez más, la mercadotecnia parece reñida con el talento, algo de lo que McDonagh no se halla falto, precisamente, ni como escritor ni como director.

Es una lástima que hayan tenido que pasar cuatro años entre la primera y la segunda película de un cineasta que hasta ahora, en lo visto, se mueve como pez en el agua en un género que entremezcla ambientes mafiosillos y personajes variopintos psicológicamente bien construídos, porque McDonagh se cuida muy mucho de rellenar de ideas las historias que presenta dotadas de ingeniosos diálogos.

Siendo a un tiempo guionista y director y tomando también ocupaciones de productor, habrá que entender que la segunda película larga de McDonagh contiene todo aquello que al autor, porque así cabe denominarlo, le interesa presentar en un diálogo constante con el espectador porque la llamada a la atención es intensa: McDonagh ofrece sus filias y sus fobias adornadas con multitud de chistes (algunos los llamarían homenajes, otros dirían citas) que demuestran, por si hiciera falta, la profunda cinefilia del autor, tanto como un pequeño ajuste de cuentas, o así me lo parece cuando recuerdo algunos pasajes y pronuncio algunos nombres, una especie de recuento de posibles agravios comparativos o burlas descaradas sin más, incidiendo en el tono rocambolesco que se advierte de inmediato en la trama pergeñada por McDonagh, un extravagante y ditirámbico relato en el que, una vez más, la lealtad y el honor son expresados de una forma inusual con visos de tragicomedia que hay que digerir a tragos lentos.

La pieza la titula Seven Psychopaths y ha sido correctamente traducido su título como Siete psicópatas.

La trama gira en torno a un guionista, Marty, de ascendencia irlandesa, que tiene que escribir un guión por el que ya ha cobrado un adelanto y no se le ocurre nada. Su amigo Billy, que es un actor sin trabajo, pretende ayudarle y darle ideas y le anima a escribir mientras llama zorra a la novia de Marty, Kaya, que está un poco harta de las borracheras del escritor buscando inspiración. Billy está asociado con Hans en un negocio de secuestro y recuperación de mascotas -perros, principalmente- de gentes ricas y todo empieza a liarse cuando la mascota secuestrada pertenece al matón Charlie, que, en pocas palabras, agarra un cabreo de la leche y la arma parda.

No conviene contar más de la historia, porque hay sorpresas y giros que en un principio parecen los típicos apuntes que luego quedan en nada pero que, como ya hizo antes McDonagh, acaban encajando donde deben perfectamente, porque no ha dejado nada al azar y todo el aparato que construye para divagar una vez más sobre la amistad, la palabra dada, el respeto, las creencias, todo al fin, tiene sentido cuando ya has visto la película y percibes que no ha sido simplemente una locura de ¿siete? chalados que te han absorbido la atención durante casi dos horas breves, breves.

A ello ha colaborado un elenco bastante sólido en el que destaca Sam Rockwell en una composición paroxística que hay que escuchar en versión original para apreciar en su debido punto; está claro que McDonagh sabe dirigir a sus intérpretes y además sabe escoger muy bien a los adecuados para cada personaje: no hay más que ver a Tom Waits acariciando un conejo blanco, por ejemplo, para darse cuenta del planteamiento. La música de Carter Burwell refuerza las imágenes retratadas por Ben Davis en pantalla ancha, como debe ser y cabe decir que McDonagh sigue siendo mejor guionista que director porque escribiendo es un punto y aparte. La película tiene buenas escenas de acción y está rodada sin altibajos e incluso se mantiene por momentos de tensión rodados sin alharacas aunque sin inventiva: la originalidad la deja McDonagh para las letras, está claro: pero si ése es el precio a pagar por ver en pantalla sus guiones, bien pagado está y buen precio nos hacen, porque hallar en cine un guión que acuda a la neurona buscando efectos y deje poso suficiente para mantener una bonita conversación ya empieza a ser una rareza.

En definitiva una película muy recomendable que se disfruta fácilmente y que hará reir y pensar, reír y pensar...






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dilluns, 25 de març del 2013

Bebo Valdés





Hace ya cuatro años y medio que dedicamos unos momentos a festejar el nonagésimo cumpleaños del maestro Bebo Valdés y la semana pasada se conoció en los periódicos que había fallecido en Suecia, donde al parecer vive un hijo suyo y Bebo se trasladó hace unos meses desde Málaga, donde residía, según algunos porque estaba aquejado de alzheimer, lo que resulta difícil de entender en un músico brillante a pesar de su longevidad.


De su relación con el cineasta Fernando Trueba quedan algunas piezas e intervenciones en bandas sonoras de documentales como Calle 54 y aparte de impulsar el afamado disco Lágrimas Negras que ya vimos hace años el trabajo de Bebo Valdés se refleja en una película de animación con retazos de biografía de Bebo, de modo que podemos decir que nos ha dejado un maestro de la música que en su senectud colaboró muy efectivamente con el cine.

Por si hay interés, disfrutar de Chico y Rita resulta muy fácil gracias a youtube y se puede disfrutar de la música de Bebo Valdés casi, casi, en vivo y en directo.

Bebo Valdés permanecerá también en la memoria colectiva de los aficionados al jazz como uno de los grandes maestros del jazz hispanoamericano, sabiendo aportar una mirada rítmica propia a melodias conocidas, propias y ajenas.

Genio y figura, podría decirse que hasta el último momento impartió clases en cada una de sus actuaciones en las que, hasta hace muy poco, ni siquiera necesitaba de la partitura para ejecutar jazz : Véanlo tocar, si gustan







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divendres, 22 de març del 2013

Infame (TC 33 & MM 77)






Douglas McGrath ya apareció en este sitio hace un tiempo cuando muy justamente se le apreció en su calidad de guionista de una muy buena película de Woody Allen y eso confiere un marchamo de calidad, una garantía, para entendernos.

Seguramente la experiencia vivida con Allen rindió sus buenos dividendos tanto en los contactos como en la forma de McGrath de encarar lo que ya fueron sus propias obras y vamos a atenernos a una película que reúne en su sustancia diversas condiciones que la hacen única: en primer lugar, el hecho que McGrath se ocupó de dirigirla mientras en otra parte del mismo país otro estaba dirigiendo una película basada en idéntico material digamos que "histórico" ya que ambas se inspiran en torno a lo que sucedió cuando Truman Capote se ocupó de su famosa novela A sangre fría. El lunes ya nos ocupamos de la película que fue exhibida en primer lugar y, como ya apunté, hoy vamos a ocuparnos de la que fue exhibida una temporada más tarde.

¿Alguien se acuerda de la lapidaria frase "nunca segundas partes fueron buenas"? Bueno, pues no es cierta del todo.

McGrath se apoya en la biografía escrita por George Plimpton para escribir un guión desacostumbradamente brillante, pulido en extremo y lleno de diálogos ricos y frases inteligentes que ayudan no poco a remarcar ciertas diferencias que al guionista y director le interesa mostrar en una obra malentendida no tan sólo por la desidia con que fue exhibida en su momento sino porque lógicamente el espectador no sintió ningún interés en ver, al cabo de un año, la misma temática en pantalla grande.

Sin embargo McGrath -que como hemos dicho realizó el rodaje de forma coetánea- desde un primer momento sienta las bases de una mirada bastante diferente, más rica psicológicamente, más profunda y por ende, muchísimo más interesante. Y lo demuestra efectivamente ya desde los magníficos títulos de crédito que encadena con un número musical significativo un INICIO que merece ser visto con tranquilidad: desde el juego de palabras que convierte la frase "soy famoso" (I Famous) a "infame" (InFamous) abarcando un espectro de ciento ochenta grados en la consideración popular e íntima, hasta el cuidado con que se muestran los detalles de una "soirée" disfrutando de ricos cócteles y combinados, ellas hermosamente aderezadas y ellos elegantes, con el punto de favor de una mesa y dos sillas que aparecen de repente en la primera fila para disfrutar de una artista que, dueña de la escena, de repente deja en el limbo las famosas letras y notas del genial Cole Porter, suspendiendo el ánimo de la concurrencia, ofreciendo su dolor amatorio propio y remontando el vuelo en alas de la melodía superando gracias al arte la pena íntima, para satisfacción del respetable, cifrado en un Truman Capote pendiente de todos los detalles, simbiótico sentimentalmente pero sin descuidar el afable saludo: ¡Hey!

Ya el título elegido por McGrath es significativo: Infamous (2006) se traduce al castellano como Infame, mal que el estúpido de turno volviera a meter su pezuña para dejarlo en nuestras pantallas con el risible título de Historia de un crimen, entre otras cosas porque ni el crimen ni su historia ocupan más que un lugar meramente lateral, casi anecdótico, de la trama que sustenta un metraje cercano a las dos horas que pasan en un suspiro porque McGrath se preocupa de que todo encaje a la perfección y que todos los colaboradores de la película rindan al cien por cien en su especialidad.

McGrath aprovecha los recursos biográficos que le brinda el texto de Plimpton que conoció muy de cerca los ambientes que relata en los selectos círculos sociales de la Nueva York de los sesenta del siglo pasado cuando la ciudad ya descollaba en su condición de lugar propicio a las empresas culturales de toda índole, Plimpton fue entre otras cosas editor de la revista The Paris Review y el extrovertido y un punto exhibicionista Truman Capote pertenecía, como quien dice, a todos los círculos del momento, ya desde su condición de guionista de cine, de escritor de fama o de homosexual combativo en una época en la que la frase "haz el amor y no la guerra" jamás estuvo diseñada pensando en el colectivo homosexual.

Plimpton lo tuvo bastante fácil porque conocía a casi todos y recabar más que sus opiniones, sus sentimientos y recuerdos acerca de Capote permite a McGrath con muy buen tino recrear la compleja personalidad de Truman no únicamente por lo que hizo y escribió sino por cómo sus actos incidieron en la vida de las gentes que trató.

McGrath debe ser un seductor innato porque consigue que sus secundarios ejerzan su talento interpretativo con todo su vigor otorgando una verosimilitud excepcional a unos caracteres ciertos, auténticos, de gentes que lo mismo eran únicamente ricas esposas o viudas que brillantes mujeres de éxito bien ganado con su esfuerzo e inteligencia como la Diana Vreeland que incorpora de forma absolutamente deliciosa la británica Juliet Stevenson, como se puede comprobar en este vídeo

Del talento de McGrath a la hora de dirigir los actores no debe haber ninguna duda a poco que uno se acuerde de los detalles que se le han ofrecido: por ejemplo: cuando Capote va por la calle con su amigo Jack y llegan a su casa, Jack, antes de introducirse en el portal da una media vuelta significativamente destinada a comprobar que nadie les ha visto entrar juntos; Jack, como nos ha contado Diana, es homosexual como venganza por haber sido "corneado" por su esposa mientras estaba en la guerra de Corea. Ese detalle indica claramente que McGrath está ojo avizor, enriqueciendo la psicología de sus personajes secundarios.

Lo mismo ocurre con el enorme trabajo realizado por una sorprendente Sandra Bullock que consigue adoptar un lenguaje corporal muy expresivo, una contrafigura del protagonista con el que le une una relación de profunda amistad mantenida desde la infancia, seguramente porque ambos eran igualmente brillantes intelectualmente y raros en sus apetencias amistosas, una verdadera casualidad que Nelle Harper Lee y Truman Capote se hicieran íntimos desde párvulos y ambos acabaran sus respectivas carreras cercenadas por sendos grandes triunfos. Harper Lee será la que se avenga a acompañar a Capote en su viaje a la américa profunda representada en los llanos parajes de Kansas con destino a una hacienda, cabe el pueblo de Holcomb, con todos sus habitantes horrorizados por la masacre que finiquitó a cuatro convecinos.

Ya en la llegada a Holcomb, un simple apeadero en medio de la nada, representa una ruptura vital para Capote aunque él todavía no lo sabe: como ya nos anticipaba la cantante interpretada por Gwyneth Paltrow en ese magnífico cameo, de repente aparece algo como un dolor interno, profundo. El choque entre Capote vestido de forma extravagante para cualquier mentalidad de la época y mucho más si uno se aleja del mar y las costumbres de Holcomb parece que va a convertirse en un muro infranqueable pero la pasión por el cine y una vez más la curiosidad y el cotilleo, lugares comunes donde Capote ejerce su maestría, facilitarán las complicidades necesarias con el detective Dewey, sólidamente interpretado por Jeff Daniels que se encuentra con otro carácter secundario provisto no tan sólo de diálogos interesantes sino también de silencios expresivos.

Hay en la película de McGrath tres partes bien diferenciadas que tienen su desarrollo perfectamente delimitado y que se entrecruzan momentáneamente coincidiendo en el tiempo pero casi nunca en el lugar: las relaciones de Capote con sus amigas de Nueva York se complementan con lapsus puntuales en que los conocidos del protagonista, al parecer explicándose en un único plató televisivo con una única silla; las vivencias de Capote y Harper Lee entre los villanos de Holcomb al poco de producirse el múltiple asesinato y la relación que Capote iniciará y desarrollará con uno de los criminales, Perry Smith, interpretado por Daniel Craig con una fuerza y convicción tales que automáticamente debo reconocer mi error de apreciación al verlo en el truño de Skyfall. El señor Craig tiene una estupenda voz y sabe usarla a conciencia y seguramente McGrath le hizo un montón de sugerencias para exprimir a fondo todo su arte porque consigue transmitir la dualidad terrible de asesino y hombre sensible que Capote intuyó, descubrió y desarrolló en su novela.

McGrath se cuida muchísimo de todos los aspectos de su película basándose en la excelente fotografía de Bruno Delbonnel que sabe iluminar los exteriores de forma dramática en los grandes espacios y los interiores del presidio con tonos oscuros depresivos y con delicadeza siempre y buen foco para poder percibir el excelente trabajo que realiza Ruth Meyers como diseñadora y modista, todo un alarde pletórico de significados, como, por ejemplo, la estudiada sencillez del vestuario de Harper Lee y las locuras de Capote que llega a presentarse ante un atónito Dewey tocado con un enorme sombrero y calzando botas puntiagudas de media caña como aproximándose al estereotipo funcional.

Todo para equilibrar el peso de la función porque McGrath sabe perfectamente que ha provisto de inagotable munición a un tirador perfecto: el británico Toby Jones con sus escasos 165 centimetros se erige en gigante robando escenas por doquier, dominando la escena, sea cual sea, porque tiene dos condiciones imbatibles: un personaje muy bien escrito y descrito y un talento apropiado para aprovechar hasta el más pequeño detalle.

La interpretación que Toby Jones realiza es de manual y uno podría decir que, mientras en la otra película Hoffman "hace de" Capote, en Infamous nosotros, espectadores, "vemos" a Capote en una de sus infrecuentes actuaciones en el cine o en una de sus más frecuentes apariciones en la televisión, porque Toby Jones se mimetiza hasta confundirse con el personaje incluyendo el especial tono de voz, sin perder la inteligibilidad y haciendo exhibición del poder irónico y autoparódico que el propio Capote usaba, lo que resulta muy fácil de comprobar acudiendo a youtube.

McGrath tiene la virtud de mantener el foco en todo momento en su protagonista sin llegar a cansar ni agotar el personaje: hay una escena de fuerza plástica irreprochable que puede servir de ejemplo: Capote y Harper Lee están interrogando a un vecino de los asesinados: están los tres frente a la casa, en un exterior iluminado por el sol en ocaso y el vecino está entre ambos, los tres en pie: el aldeano se expresa pausada y claramente en un discurso contenido y emocional y en todo su largo parlamento, respetado por los investigadores urbanitas, ni por un momento deja de mirar a Harper Lee quedando patente el rechazo que Capote produce en los conservadores y atávicos habitantes de Holcomb: con esa negación, ese ninguneo evidente, McGrath refuerza el carácter del protagonista y su situación social alterada por el viaje lejos de la gran ciudad. Nos ofrece información indirectamente, apelando a nuestra inteligencia de espectadores avisados, consiguiendo hacernos cómplices.

Sin embargo la empatía no es un objetivo para McGrath, como seguramente tampoco lo es para Plimpton: diríase que la finalidad de la película es mostrarse aséptica e inmune a los encantos que pudiera tener el personaje de Capote y presentarlo con sus virtudes y defectos, sus ambigüedades y sus ambivalencias, su desprendimiento y su egoísmo, su cariño por Perry y su soterrado deseo de que los criminales sean ajusticiados para que ¡al fin! su libro pueda ser publicado. La maestría de McGrath consiste en comportarse como los clásicos y presentar sin ambages los claroscuros de su personaje que puede resultar entrañable y odioso logrando hacer comprensible la dolorosa situación anímica que permanece en el artista que escribe obteniendo la fama gracias a las desgracias ajenas y la muerte de un ser que ha podido ser apreciado y quizás sinceramente querido, alguien que con el tiempo llega a considerarse amigo y que con esta canción expresa su DESPEDIDA

En definitiva, una película que hay que ver dichosamente en versión original porque el trabajo de todo el elenco es sobresaliente, una gozada para los sentidos del aficionado que a cada visionado observa un nuevo detalle enriquecedor de la psicología de los personajes, dotados, como se ha expresado, de un guión inteligente forjado a base de diálogos ricos en fuerza, dramáticos o ligeros según corresponda a la acción, con momentos memorables rodados con eficacia, sencillez y economía visual, elementos todos ellos de una caligrafía cinematográfica en todo momento adecuada a la trama; absolutamente imperdible para el cinéfilo que no la haya disfrutado todavía y para revisar quien no la haya paladeado en su obligada versión original.











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dilluns, 18 de març del 2013

Capote





Dentro del subgénero especializado que conocemos con el lamentable apócope anglosajón de "biopic" (que con toda probabilidad viene de biographic picture, o sea, película biográfica) hay por lo menos una vuelta de tuerca, un rizar el rizo de la especialidad consistente en plasmar la vida, penas y alegrías, de una personalidad que ha tenido relación con la industria del cine lo que sin duda proporciona como mínimo un halo de verosimilitud sobreentendida.

Resulta muy fácil hallar la relación entre Truman Capote y el cine: al cinéfilo veterano se le ocurren de inmediato dos títulos sesenteros de relumbrón: Breakfast at Tyffani's y In Cold Blood y hay que tener mucha memoria para recordar su intervención en Beat the Devil (que me pareció una charlotada hace años, en un pase televisivo) pero cualquiera le puede recordar por su auto representación en pantalla en la disparatada Murder by Death, así que no es de extrañar que, unida dicha circunstancia a su renombre como escritor, llevar a la gran pantalla por lo menos una parte de su vida fuera una decisión relativamente fácil de adoptar.

Gerald Clarke, que había obtenido cierto éxito con una biografía de Judy Garland (lo de escribir biografías de muertos lleva aparejadas alegrías y amarguras a partes iguales) sin haberse documentado demasiado bien según los hijos de la famosa cantante, decidió poco después dedicar su tiempo a recrear los años que el escritor Truman Capote dedicó a pergeñar su más famosa novela, A sangre fría, basada en unos asesinatos ocurridos en el pueblo de Holcomb, Kansas.

Dan Futterman obtuvo los derechos del libro de Clarke y se ocupó de escribir un guión cinematográfico y junto con su amigo Bennet Miller decidieron que iban a producir una película y que Miller, que ya había dirigido un documental, se iba a estrenar en el cargo de director: y no contentos con ello, llamaron a su antiguo coleguilla de estudios y al momento actor en alza Philip Seymour Hoffman por si le interesaba ocuparse de interpretar al famoso escritor y así los tres, que también ejercieron cono productores, se empeñaron en filmar la que se tituló lógicamente Capote (2005) cuyo título se modificó absurdamente al castellano con el añadido del nombre de pila (seguramente porque el encargado habitual no acaba de tener claro si trataba de Al o de Truman Capote, o Capone, yo qué sé...)

Esta es una película destinada desde el primer plano y hasta el último a mostrar casi permanentemente al protagonista ofreciendo al actor que lo interpreta una catapulta directa a los galardones pero una mirada poco apasionada y más crítica que puede producirse por la lejanía del efecto publicitario permite considerar que hay un cierto desequilibrio que perjudica al conjunto: un defecto propio de un principiante que en su ópera prima se ve condicionado por varios elementos entre los cuales la responsabilidad del director para con el espectador final de la obra se ve relegada frente a exigencias de divismo propias de actores que se creen en el cénit con entrada libre al olimpo de los consagrados, requerimientos que comportan menoscabo en el resto de componentes del elenco, empezando por la atención de la cámara y terminando por la endeblez del guión en lo que a secundarios se corresponde.

La dirección de los intérpretes brilla por su ausencia: los secundarios son filmados con escaso interés por Miller y por ello acabada la película muy poco podemos recordar ni de los dos asesinos, Dick y Perry, ni del detective Dewey y apenas algo de Nelle Harper Lee, que es una mujer que por sí sola merecería una película; ello ocurre porque la cámara está pendiente de Capote para no perderse ninguno de sus gestos que, a decir verdad, son muy pocos en justa proporción a la realidad, porque Hoffman se dedica a castrarse emocionalmente impidiendo que aparezca la sensible extroversión propia del personaje real, realizando un retrato que se ajusta poco a lo cierto, aderezado además por una vocalización inadecuada: la semblanza recreada por Hoffman, aunque bien trabajada, se refiere a otro Capote más cercano al que sea capaz de aceptarse como válido por la inmensa mayoría silenciosa, esa que compra sus entradas de cine y su bote de palomitas y su gaseosa de litro.

Miller nos lleva a un terreno en el que el documental dramático está cercano y se vale de la muy bella y efectiva labor fotográfica de Adam Kimmel que enfría el tono en muchas escenas otorgando un ambiente pretendidamente realista; la labor a la moviola de Christopher Tellefsen mantiene un relato sin lagunas perceptibles aunque le falta a Miller potencia visual y experiencia al momento de emplazar la cámara y ordenar el uso de algún objetivo que se adecúe más a la trama que se nos está contando, sucintamente el trabajo de investigación y documentación por parte de Truman Capote, auxiliado por su amiga de la infancia Nelle Harper Lee, curiosamente dos escritores que sucumbieron al éxito literario y cinematográfico.

La película se centra en el nacimiento, mantenimiento y extinción de la relación entre Capote y el criminal Perry Smith mostrando la ambivalencia de intereses en el escritor de forma bastante clara pero dejando la balanza desequilibrada al dejar con poco contenido el retrato que nos presenta del asesino Perry Smith cuya complejidad psicológica, alimentada por el propio Capote, nunca acaba de exhibirse con la necesaria fuerza, quizás por un claro error de elección de actor para ocuparse de tan ingrato papel que teóricamente debería permitir al intérprete lucirse como secundario de lujo.

La carga psicológica y por tanto la empatía que siempre busca el espectador recae únicamente en el ubicuo Capote y no llega a repartirse en el resto del elenco porque se les priva tal posibilidad ya desde el poco cuidado de sus diálogos y la película se resiente: cuando no está Capote en pantalla nada parece interesante y ello por un lado redunda en un exceso de alabanzas que encumbran a Hoffman mientras por otro el mismo carácter no acaba de mostrarse con la deseada, esperable, complejidad.

El guión acierta alejándose de toda la parafernalia burocrática y judicial que se desarrolló forzosamente durante tanto tiempo sin que ello desmerezca el conjunto ya que el foco se centra en el escritor como único punto de interés y el tratamiento casi documental y el comedimiento que observamos en la labor interpretativa de Hoffman, nada histriónico, conforman una sensación de verismo propia de un telefilme de sobremesa de aquellos "basados en una historia real" que son interesantes en una primera instancia pero que en la segunda han perdido gas y fuerza, en este caso, reitero, por aplicar toda la atención en un único punto que, si bien logró en su momento la atención mediática y los galardones, no sirve para sostener la película a un nivel que la haga imprescindible salvo para comprobar un buen trabajo de Philip Seymour Hoffman.

p.d.: de la otra, hablamos el viernes.

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divendres, 15 de març del 2013

Paperman (2012)



Como suele suceder en estos casos, andaba buscando otras cosas en youtube y de repente me topé con el cortometraje ganador del premio oscar al mejor cortometraje de animación otorgado hace unas semanas, el cual, obviamente, no ha sido programado en las pantallas al alcance de casi ninguno en este país dedicado a subvencionar películas mediocres.

Es una bonita y muy clásica en su formato historieta de la factoría Disney, ejemplo de todo lo bueno y malo: predecible, imaginativa y muy bien confeccionada.

El cortometraje se ha titulado Paperman y dura apenas siete minutos de nada:





Una vez lo hayan visto, puede que, si llevan un tiempecito pasándose por aquí, les haya sonado un poco la trama a conocida, aunque quizás mi imaginación sea excesiva....



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divendres, 8 de març del 2013

TC (32) Grease




A riesgo de recibir improperios varios de fans irredentos he de confesar que, a mí, Grease siempre me ha parecido un musical bastante ramplón, gazmoño y soso: hay alguna cancioncita pegadiza que parece animarme pero que no consigo soportar hasta que acaba porque el intenso sabor dulzón me empalaga sobremanera y me produce rechazo.

Debe ser una animadversión fruto del poco interés que esas melodías despertaron en el cinéfilo incipiente que ya en 1978 era provisto de una buena colección de vinilos infinitamente superiores en cuanto a calidad, garra y fuerza.

Ello no obsta a que siga considerando que Olivia está refulgente.

Lo que no recordaba en absoluto, seguramente porque la película la he visto en una sola ocasión, son los títulos de crédito diseñados por John Wilson que por su estilo datan la época.

Vean, si les place:



Y para que nada falte, podemos también dar un vistazo a los títulos finales, que a algunos les sonarán a conocidos por haber visto un remedo hace poco: también ayudan a situar la época, sin duda







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dilluns, 4 de març del 2013

SILVER LININGS PLAYBOOK




Aún manteniendo cierta desconfianza en las propuestas rebosantes de publicidad nada encubierta que supone todo el alboroto y ruido mediático en torno a los premios cinematográficos que se conceden, otorgan, entregan o venden es los primeros compases de cada año, uno, revestido de cierta indolente mitomanía y ansioso de disfrutar de lo lindo con unas buenas interpretaciones, cae irremediablemente en la tentación de ver una película que ha conseguido nada menos que nominaciones a los mejores intérpretes principales y secundarios ¡de ambos sexos! con la añadidura de mejor película, mejor director, mejor montaje y ¡mejor guión adaptado!.

Irresistible batería de anzuelos para un cinéfago hambriento de emociones fuertes aunque me contento con ver la película doblada al castellano porque uno ya es gato viejo y para verlas en pantalla y en v.o.s.e. hay que tomarse molestias que podemos tipificar como serios obstáculos.

Así que en la misma jornada de la entrega de los Oscar en "mi cine" nos sirvieron, aderezadita con una gran pantalla y un notable lleno de la sala que me situó donde no me gusta, demasiado cerca del lienzo albino, la última película de David O. Russell titulada en original Silver Linings Playbook que en España ha recibido el título de El lado bueno de las cosas.



Cuando vi el poster anunciando la exhibición y reconocí a Bradley Cooper y leí el nombre de Robert de Niro pensé que iba a ser otro fin de semana sin cine porque mi memoria funciona y esta entrada sigue ahí para recordatorio y preaviso. Al consultar más datos y saber de premios y nominaciones, me entró la insana, irresistible e irreprimible curiosidad por ver cómo era posible que Cooper y De Niro fuesen objeto de mención.

Mis conocimientos de inglés no alcanzan a descifrar el significado del título original pero desde luego el título otorgado en castellano hace justicia a la película: una comedia llena de buenas intenciones y mejores deseos que pisa terrenos archiconocidos y lo hace discurriendo por sendas trilladas mil veces. Si han leído o escuchado que se trata de una regeneración de la comedia dramática, olvídense del mensaje, porque es exagerado al servicio de una propuesta comercial resultona pero olvidable. La ví hace una semana y casi ni me acuerdo.

Russell interviene como guionista adaptando la novela homónima de Matthew Quick y luego se encarga de dirigir la película y se supone que a los actores también.

Sinópticamente la trama se reduce a: chico con problemas de adaptación a la realidad, aquejado de transtorno bipolar, conoce a chica con problemas de adaptación a la realidad a causa de su inesperada viudez. Esos planteamientos huelen a final feliz a cuatro leguas y por si fuera poco ya el cartel deja bien clarito que hay una pareja protagonista, dos guapetones jovencitos como quien dice condenados a juntarse, dos mitades que hacen un todo.

El tratamiento dado a la idea básica no es ni siquiera agridulce: con estos elementos primarios cualquier guionista de los que sabían escribir hubiese confeccionado una comedia dramática o quizás un drama romántico de calado psicológico, aunque para entonces el amigo Cooper estaría fuera de juego. Puede que su compañera, la jovencísima Jennifer Lawrence, que se lo come con patatas en cada escena de las muchas que comparten, pueda afrontar un personaje con más enjundia: su trabajo aquí destaca de forma natural, por decantación, como las pepitas de oro del barro y arena; no como para conseguir un Oscar, pero la nena vale mucho, ciertamente.

Lo malo es que Russell, con plena conciencia, se dedica a presentar un telefilme pletórico de problemas no afrontados y buenas intenciones, buen rollismo de amigos, parientes y conocidos y una dirección que mantiene justito el interés durante las dos horas del metraje, sin sorpresas ni emociones, como buscando adrede un carácter amable a todas las situaciones: resulta paradigmática la relación entre el padre del protagonista, un De Niro con tres tics menos que los acostumbrados en los últimos años, y su amigo y contrincante en las apuestas deportivas, un extremo increíble, ilógico, más falso que un duro sevillano, con el que intenta añadir alguna emoción al tramo final, una apuesta con resultado incierto que puede llegar a ser trágico y que uno gana y el otro pierde y se quedan tan panchos, tan amigos, pensando ya en otra apuesta, como si nada, porque, en realidad, ha sido un artificio para rellenar unos minutejos de nada, porque no hay substancia en la relación de la pareja protagonista.

Uno está aguardando la tela, la chicha, pero ni hay chicha ni hay limonà: hay un desperdicio de buenas gentes que intentan con su labor interpretativa levantar unos caracteres que resultan carentes de fuerza por estar capados por su propio autor que los presenta estériles de repercusiones: dos personajes con una historia previa cargada de tragedia desarrollados con un tratamiento apto para todos los públicos aunque los puritanos de la MPAA le hayan puesto una "R"

Un hombre y una mujer, jóvenes y atractivos ambos, los dos con el corazón destrozado por diferentes pérdidas, tratados de forma harto superficial, en exceso ligera, más acorde con su apariencia afortunada que con su pasado trágico, como si Russell buscara deliberadamente ser leve rehuyendo afrontar la amargura que se esconde en la verdad de los episodios que han condicionado las vidas de ambos, y muestra de ello son también las acciones de los padres, hermanos y amigos, gentes tan cercanas y queridas que ni tan sólo uno de ellos se ha tomado la molestia de visitar al protagonista en su forzado encierro de ocho meses en una institución para enfermos mentales.

Son detalles que uno tras otro afloran en la memoria de lo visto, retazos de una trama que no acaba de cuajar, un artificio que resultó agradable de ver pero que no deja huella, ni poso.



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divendres, 1 de març del 2013

MM 76 DUETS





Para quienes gusten de hallar homenajes al cine dentro de los homenajes al cine que se hacen en las películas, nada mejor que atender, por unos escasos minutos, la propuesta que hace trece años presentaron un padre y una hija:

Con la excusa de montar un karaoke, un bar con unos altavoces atronadores, un escenario mal iluminado y unos clientes aficionados a dar el cante, el señor y la señorita Paltrow nos ofrecen dentro de la trama de la película Duets (2000) una versión de un clásico pop que en el lejano 1981 copó durante unas semanas los primeros lugares de las listas, una canción que ayudó a popularizar entre la juventud la figura de la icónica Bette Davis, de mirada inolvidable, pletórica de expresión:





La canción, compuesta por Donna Weiss y Jackie DeShannon, resonó durante semanas en la radios de principios de los ochenta gracias a la versión que de la misma hizo Kim Carnes y a varios video clips, entonces novedad, que se ofrecían como gancho en bares y discotecas: si lo desean, aquí pueden ver y escuchar la original.

Por momentos, casi prefiero la versión de Gwyneth.....




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dilluns, 25 de febrer del 2013

ARGO





Después de unos días de ver películas de este siglo sin que ninguna de ellas haya conseguido animarme a teclear nada, la muy publicitada maniobra propagandística en que se han convertido los premios Oscar casi que me impele, más que motiva, a desahogarme poniendo blanco sobre negro las pocas ideas que brotan después del visionado de una película que se refiere a un momento histórico que recuerdo como si fuera anteayer porque ocupó muchísimas horas de los telediarios en todo el mundo.

Los primeros minutos de la tercera película dirigida por Ben Affleck tienen un carácter marcadamente documental y explican muy brevemente unos cuantos años de la historia moderna de Irán, ese país que conocemos casi todos a través de las agencia de noticias internacionales.

Recuerdo que en 1979 una multitud de iraníes irrumpieron en la embajada estadounidense en Teherán, capital de Irán y tomaron rehenes a los diplomáticos que allí se encontraban, exigiendo al gobierno estadounidense la extradición del que hasta poco antes había sido el jefe del estado, el llamado "Sha de Persia", para llevarlo ante los tribunales iraníes.

El pueblo iraní tenía toda la razón en sentirse desairado y le asistía el derecho de reclamar la extradición pero evidentemente no entra dentro de la legalidad internacional la licitud de la toma de una embajada de otro país.

La respuesta del rey del cacahuete, Carter, entonces máximo mandatario estadounidense, se hizo esperar más de la cuenta y acabó en un fracaso rotundo y vergonzoso que se conoció como la Operación Garra de Águila y fue el hazmerreir del mundo entero que tenía en la memoria la hazaña israelí en Entebbe pocos años antes.

Parece que Ben Affleck ha decidido bajar un escalón en su incipiente carrera y buscando la simpatía de un populacho mal informado ha dirigido con buen pulso una ficción, un poupurri, una mezcolanza que ha titulado como ARGO (y así, tal cual, ha quedado en nuestras carteleras) basándose en el guión pergeñado por Chris Terrio que a su vez se inspira en el libro de memorias del ex-agente de la CIA Tony Méndez que explica algunas operaciones ya desclasificadas.

La película ha recibido tantos parabienes que me han entrado ganas de explicar el porqué me parecen exageradísimos tantos honores, menciones y premios.

Es muy cierto que Affleck realiza un buen trabajo como director, pero únicamente destacable de la mediocridad general por el clasicismo que usa al estilo de los llamados "artesanos" que poblaron la misma pantalla de cine de mi pueblo en la misma década de los setenta del siglo pasado: solidez en la caligrafía cinematográfica que huye de las alharacas y efectos gratuítos y se limita a contar la historia del modo más efectivo y visualmente económico, seguramente imitando aquel cine setentero como añadido ambiental de la cinta que si destaca en algo es en la recreación de la época, incluyendo el cúmulo de estupideces que se les ocurren a algunos cerebros de la central de inteligencia americana: que los rehenes salgan de excursión en bicicleta hasta la frontera debió ser idea del mismo que diseñó luego el fallido rescate.

Sin entrar en consideraciones históricas ni tampoco en la veracidad de lo que cuenta Affleck y tomándolo todo como una ficción para analfabetos históricos, el conjunto sigue chirriando por todas partes y hace aguas a la que se le aplica el mínimo sentido de la lógica resultando evidente su carácter panfletario que se reduce a la exposición de meras anécdotas en la búsqueda del aplauso patriótico que redimirá y exorcizará la vergüenza causada por la afrenta de los iraníes que mantuvieron durante 444 días los rehenes que quisieron.

ARGO pretende contarnos los entresijos de una operación protagonizada, como no, por un excelente "analista" de la CIA que se especializa en la liberación de rehenes, lo que ya daría risa a la vista de la historia que uno conoce: hubiera sido mejor ir a buscar a McClane o a Rambo, porque por lo menos hubiera habido más acción.

Ese protagonista, el propio Tony Méndez (interpretado por Ben Affleck) presenta una mal contada problemática familiar, un aspecto personal que se queda a medias, apenas apuntado, y se alía con un par de personajes de Hollywood, un especialista en efectos y un productor cascarrabias (John Goodman y Alan Arkin respectivamente) que serán vitales para el buen de la misión, no otra que conseguir que los iraníes se crean que los diplomáticos que pudieron escapar entre el tumulto invasor de la embajada, seis personas, en realidad acaban de llegar para inspeccionar el zoco a fin de rodar una película de serie B titulada, claro, ARGO.

Naturalmente, la misión es un éxito. No hay spoiler que valga porque desde los primeros compases uno ya se da cuenta del carácter panfletario de la película y resulta evidente que todo acabará con la victoria estadounidense, redimida la todopoderosa CIA por la intrepidez de su agente especial que actúa un poco como por su cuenta y riesgo, ofreciendo un relato que no coincide con la realidad pero que tampoco acaba por interesar, por emocionar, por lo menos desde la óptica de quien no siente como propias las barras y estrellas estadounidenses.

Incluso dejando de lado consideraciones relativas a la ética en las motivaciones de los personajes para actuar como lo hacen, tanto de un bando como del otro, la trama resulta fría en exceso y no acaba de producir la empatía necesaria para provocar la angustia por la incertidumbre del resultado de la operación de rescate: apenas se ofrecen detalles personales de nadie y en consecuencia los caracteres devienen en tópicos, casi irreconocibles en una uniformidad adocenada.

Por otro lado, la mecánica no está filmada con el brío suficiente para erigirse en un espectáculo visual que resulte atractivo por su propia forma ya que no hay tensión excesiva en el ritmo impuesto por Affleck que parece rehuir así el recurso a la acción por sí misma y no se da cuenta que los personajes carecen de gancho para producir emoción en el patio de butacas.

El trabajo interpretativo en general no pasa de eficiente, incluyendo a Alan Arkin que ha sido nominado ignoro porqué razón: la nominación a mejor película se entiende por el carácter propagandístico que intenta remedar errores del pasado reciente recreando la historia, pero incluso más allá de las razones para deplorar esas invenciones, si nos atenemos únicamente al ámbito artístico, me parece que tampoco da la talla. Veremos en qué queda toda esa propaganda enfrentada a otra propaganda mayor.

En definitiva, una muestra más del uso mediático interesado en defender ciertas posturas que ciertamente no esperaba en un cineasta como Affleck, ayer más independiente que hoy.


Documental








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divendres, 8 de febrer del 2013

Francis Urquhart








Podríamos afirmar sin titubear un instante que Francis Urquhart es hijo de tres padres y ninguna madre y que, nacido hace poco más de veinte años, ha alcanzado la inmortalidad del icono aunque su popularidad se reduzca a algunos afortunados que hemos tenido conocimiento de su existencia, le hemos seguido a lo largo de un lustro y constatamos, atónitos, la vigencia de su forma de entender la vida y específicamente la vida política.

Debe esa vigencia a su alma tenebrosa y a sus finas intrigas que provienen del profundo conocimiento que su primer padre, Michael Dobbs, tiene del terreno político en el que se mueve la criatura, no en vano Dobbs ha estado circulando desde hace casi cuarenta años por los pasillos del parlamento británico, siempre adscrito a las filas de los conservadores, ya desde la época en que Margaret Thatcher estaba todavía en la oposición.

El Sr. Urquhart -llamarle amigo sería craso error- se comporta teniendo en perspectiva el propio beneficio en primer lugar y el servicio público en segundo en una mezcla apasionada e indisoluble dominada por una convicción irreductible, una conciencia adaptada al cumplimiento de la satisfacción del poder político casi en términos epicúreos y una visión focalizada en la consecución de un objetivo, la inserción por méritos propios en los libros de historia. Urquhart no busca en primera instancia el lucro económico aunque jamás se ha planteado que su posición no lleve como anexo unos privilegios de comodidad de los que el coche con chófer es el menor.

Sus frases, como él mismo, son hijas de Andrew Davies, fino escritor que a instancias de algún inteligente funcionario de la televisión pública británica -la BBC, por supuesto- tomó prestadas las situaciones inventadas, o recordadas, o recreadas por Dobbs, y les dió una forma más apropiada para ser presentadas en la pantalla doméstica, que para estos menesteres nunca debería ser adjetivada como pequeña por la injusticia de la proporción.

Los tratos entre Dobbs y Davies se prolongaron hasta alcanzar el número de tres novelas y tres mini series televisivas protagonizadas por Francis Urquhart, que habiendo recibido su espíritu de dos padres, tomo cuerpo gracias al tercero, Ian Richardson, magnífico actor escocés de cuyo fallecimiento el sábado próximo se cumplen seis años, con lo cual estas notas sirven perfectamente de homenaje a un intérprete que destacó en el teatro clásico y supo llevar la finura de su arte también al cine y a la televisión, siempre ofreciendo muestras magistrales de expresión, gestualidad contenida y dicción impecables.

Francis Urquhart es el protagonista absoluto de una trilogía producida por la BBC en los años 1990, 1993 y 1995:




Conocida por el título de la primera parte, The House of Cards, que pudimos ver en 1990, en 1993 disfrutamos de su continuación To Play The King y aguardamos dos años más para comprobar cómo acababa todo en The Final Cut.

Al estilo de la BBC, cada parte de la trilogía se compone de cuatro episodios de una hora lo que supone una serie de doce episodios que, vista en perspectiva, sigue el clásico canon de presentación, nudo y desenlace, con la virtud añadida que cada parte tiene en su seno la misma estructura, una composición si se quiere poco aventurera y conformista pero desde luego pétrea y resistente al paso del tiempo; eterna, diría.

Los avatares de la actualidad desgraciadamente sitúan esta producción británica en la cresta de la ola y ha sido una coincidencia añadida que esta misma semana se haya producido el estreno de un refrito estadounidense que habrá que ver algún día aunque seguramente no aporte nada nuevo y probablemente no llegue a los extremos que los británicos son capaces de ofrecer sin perder la circunspección en un alarde de la flema que les caracteriza.

Una producción semejante desde luego es absolutamente impensable en España no ya desde cualquier televisión pública sometida a los deseos de los politicastros de turno sino incluso de las privadas, incapaces de ofrecer nada de tal calidad.

Lejos de lo que sería una bufonada sarcástica o un mero divertimento, la trilogía que nos cuenta las andanzas de Francis Urquhart se reviste de una realidad asombrosa por la naturalidad con que todo lo que ocurre va sucediendo, en el uso de una lógica malsana que domina los comportamientos de unas gentes entre las que resulta casi que imposible hallar atisbos de ética siendo la ambición el norte que señala los movimientos de todos: políticos y sus familiares, periodistas, gentes del comercio, nadie se para en observar la licitud de sus hechos más allá de la conveniencia y el mejor modo de acometerlos, creando una sensación de asombro en el espectador que, atónito, permanece enganchado a una trama que aúna la intriga palaciega sazonada de adulterios, difamaciones, infamias, maledicencias y crímenes de sangre.

Ian Richardson manifestó en una entrevista que para la composición del personaje de Urquhart había recordado sus estudios psicológicos de Ricardo III y de Macbeth y desde luego que el conjunto recuerda muchísimo los clásicos shakesperianos por los modos y las formas, en una presentación de la clase dominante absolutamente odiosa y abyecta, presa de las peores pasiones, vicios y ambiciones con una historia relatada con un ritmo tranquilo pero constante como una apisonadora que deja tras de sí un camino llano salpicado de sangre, mierda y podedumbre como abono a nuevos personajes que ocuparán el lugar de los desaparecidos.

Paul Seed dirigió House of Cards (1990) y To Play The King (1993) y Mike Vardy dirigió The Final Cut (1995) y seguramente gracias a la excelencia de la producción de la BBC que proveyó de los más oportunos medios, entre los que se cuenta un elenco más que sólido, a pesar del paso de los años entre cada parte de la trilogía repasarla ahora en conjunto es un placer que uno se siente en la obligación de compartir.

La trama en unas manos poco cuidadosas podría caer en una sucesión de efectos a cual más escandaloso porque, por ejemplo, veremos cómo la esposa de Urquhart, Elizabeth (estupenda Diane Fletcher), verdadera reencarnación de Lady Macbeth, se cuida de elegirle las amantes y lo hace con unas maneras que hasta parece que sea lo más apropiado, quizás lo más necesario y útil para la carrera política de su marido. Veremos también, que los periodistas, por una historia, no tienen reparo moral alguno, aunque ello signifique traicionar a quienes les depositan su confianza. Veremos, asimismo, cómo una esposa despechada puede conspirar contra su marido, mal que sea un monarca bien intencionado y veremos, cómo no, triunfar la insidia y la desvergüenza del chantajista más cruel.

Un verdadero cúmulo de conductas políticamente incorrectas, por usar la desafortunada expresión, que en épocas en las que la moral pública decae en la confianza en sus representantes puede provocar alguna pesadilla desasosegante: nada que no hayamos visto en los clásicos anteriormente, pero recreado con la vestimenta de la actualidad y presentado con unos ropajes modernos y unos usos descarnados y desprovistos de cualquier pudor, residiendo la fuerza tanto en un lenguaje rico y provisto de significados como en unos hechos desnudos de maquillaje.

Urquhart se nos presenta de inicio siendo el jefe de filas del partido conservador y acaban de ganar las elecciones. Piensa que en buena parte es gracias a su esfuerzo y confía recibir un premio en forma de un cargo en el nuevo gobierno, pero queda descartado y entonces, rompiendo el muro invisible, nos asegura a nosotros, mirones asombrados, que esto no va a quedar así.

El truco de dirigirse a cámara para darnos cuenta de sus pensamientos en cortos monólogos consigue de inmediato no la complicidad pero sí desde luego la cercanía y la absoluta sensación de conocedores de los más íntimos entresijos de la mente maquiavélica de ese Urquhart que a un tiempo logra asombrarnos por su astucia y asustarnos por su frialdad en emplear ciertos métodos sin dejar su elegante sonrisa y su mirada inteligente: alza las cejas en un guiño de complicidad y tenemos la sensación de que sabemos, de la historia, más que nadie. La dosificación del efecto es matemática, como lo es también la inserción de las actividades conspirativas de los diferentes personajes, porque en esta trama cada uno va por libre y todos buscando su particular provecho, sin que la amalgama de intereses, políticos y sexuales, sórdidos y humanos al fin y al cabo, se convierta en un galimatías, porque el discurso es diáfano y las sorpresas y giros de la trama atrapan la atención de forma irremediable.


Recuerdo haber visto la serie en televisión, en TV3, y cuando supe del refrito quise volver a verla: por suerte, la editaron hace poco en dvd, pero he de advertir, a quienes no gusten de los subtítulos, que, aparte de perderse la mitad de la magnífica interpretación de Richardson y compañía, que el doblaje está únicamente en catalán. 

Se conoce que la matriz la han sacado de la televisión pública catalana o que ninguna otra televisión autonómica la ha ofrecido nunca. 

Sea como sea, esta es una pieza que no debería dejarse en el olvido porque por aquí, de momento, nadie será capaz de decir ni hacer cosas semejantes con tal calidad y no porque no haya ejemplos en los que basarse para pergeñar tramas políticas plagadas de momentos vergonzantes.

Podríamos decir que es al anverso de la famosa serie Sí Ministro en la que el humor pone en solfa una clase política inepta: aquí, la seriedad llega con tintes dramáticos pletóricos de verosimilitud.

En cualquier caso, para el amante de las buenas historias, bien contadas y mejor interpretadas, esta serie de la BBC es una pieza ineludible a cualquier colección que se precie, con el añadido de la impresionante actuación de Ian Richardson.

p.d.: mejor no consultar vídeos en youtube porque están plagados de spoilers.







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