Sophia, sempre Sophia
Estamos liquidando un año que se recordará, un año con un apelativo bonito, un año maldito que ha causado estragos y miedo y ha cambiado las costumbres sociales del orbe y evidentemente también los usos de la cinefilia y repasando me doy cuenta que hasta hoy no he dedicado ni cuatro líneas a una película del año; no es que apetezca mucho comentar cine de este siglo, porque hay poco que inspire lo suficiente, pero por lo menos he creído que incluir una del propio año es lo menos que se puede esperar de un bloc de notas cinéfilas por escaso que sea su contenido.
Porque no es que no haya visto nada estrenado este año: es que precisamente las vicisitudes de 2020 provocan la sensación que bastante negatividad aguantamos como para añadir leña, así que cuando hace unas semanas vi en la pantalla pequeña otra película servida dentro del catálogo omnipresente, ubicuo, altanero hasta parecer dominante de la empresa Netflix que lo mismo da una chocolatina que un turrón, y me topé de frente con un mito viviente, pensé que por lo menos salvaría la temporada.
Sophia Loren es para el cinéfilo veterano un referente imposible de obviar:desde mediados el siglo pasado hasta ahora su desarrollo como actriz ha sido imparable y nos ha ofrecido en una larga carrera trabajos merecedores de todos los elogios tanto en comedias como en dramas y lejos de admirarla únicamente por su belleza sus innegables aptitudes como actriz la sitúan en un lugar difícilmente accesible para la mayoría de sus colegas, perteneciente por méritos al selecto grupo de actrices que traspasa cualquier frontera y no me refiero a las físicas.
En una época en la que el uso estético del bótox y el bisturí ha logrado verdaderos espantajos reduciendo a la nada las escasas expresiones de algunos intérpretes (y uso el genérico asexuado porque no tan sólo ellas han decidido equivocarse y estropearse de tal forma) desechando para siempre el difícil uso de los microgestos (de los que ya hablamos aquí hace mucho tiempo), uno se encuentra a una guapísima señora octogenaria pletórica de fuerza interpretativa, un verdadero manantial de expresiones significativas, de miradas que hablan y por si fuera poco, sigue vigente el dominio de la expresión vocal: si no lo veo, no me lo creo.
Puede que el hecho que Edoardo Ponti sea el director de La vita davanti a sé (La vida por delante) haya influído en la decisión de Sophia Loren de aceptar protagonizarla (no en vano se trata de uno de sus hijos) pero no descarto que la gran actriz, al comprobar que era muy capaz de desarrollar como nadie el personaje, decidiera salir de su cómodo retiro ginebrino para, como quien dice, dar un puñetazo encima de la mesa y hacer saltar todas las fichas: quien tuvo, retuvo, y nunca más cierto que en esta película que si no fuese por la presencia y trabajo de la diva apenas alcanzaría el interés de un telefilme de sobremesa lleno de buenas intenciones pero falto de garra, de mordiente.
Tengo para mí que la Loren tuvo una segunda intención, cual es la comprensible voluntad de ayudar a su descendiente y mirando alguna de las fotos que se pueden ver en imdb, correspondientes al rodaje, uno tiene la sensación que la madre mira al hijo pensando que el chico no ha heredado el talento cinematográfico de sus padres; lo malo es que el chico ya ha cumplido los cuarenta años y éste es su tercer largometraje.
La trama, basada en una novela de Romain Gary que desconozco, muestra el devenir de un chiquillo, apenas un adolescente llegado a Italia desde Senegal, un huérfano arisco, desubicado, un pillastre valiente y decidido a sobrevivir en una sociedad árida que le tiene apartado y vive fuera de la asistencia social bajo el paraguas de un médico que pasa todas las horas del día atendiendo enfermos que no pueden pagar sus servicios, verdaderos parias en occidente.
El chiquillo, Mohamed no: llámame Momo, ve a una anciana que lleva una bolsa con unos candelabros que percibe como valiosos y de un tirón se los arrebata y al fin del día, como no ha podido pasarlos, los guarda en casa: el viejo doctor se da cuenta de la trapacería y le conmina a confesar que los ha robado y a la postre, acaban ambos en casa de Madame Rosa, donde el buen doctor Coen consigue que Momo pida perdón y devuelva lo pillado y obtenga, después de unos cuantos bufidos, el perdón de Rosa. No tan sólo eso: Coen, que es el médico de Rosa, le pide que se quede con Momo un tiempo, porque él no tiene apenas tiempo para cuidar del chaval: Rosa pone el grito en el cielo, regatea con Coen y acaba aceptando a Momo a cambio de 600 euros mensuales, para pagar los gastos.
Rosa no hace negocio: ya cuida a dos niños más; de hecho, desde que dejó -por edad- el mundo de la prostitución, se dedica a cuidar a los hijos de las prostitutas: con Momo están Iosif, cuya madre lo dejó con Rosa hace muchos meses asegurando que volvería por él y la hija pequeña de Lola (Abril Zamora, en un buen trabajo), una prostituta española que de hecho vive en el mismo edificio.
La trama desarrolla la relación entre ambos sobrevivientes: de un lado el jovencísimo Momo (Ibrahima Gueye, fantástica performance la suya), un crío huérfano en un país extraño, y de otro Madame Rosa, una sobreviviente judía de los campos de exterminio nazis que acabó ejerciendo la prostitución como modus vivendi y que lejos de ejercer un egoísmo entendible por su historia aplica un cariño constante a todos los muchos críos que ha cuidado desde que dejó de ejercer de meretriz. Rosa conseguirá ser para Momo la madre que perdió.
La película de Ponti está muy lejos de lo esperable con tal parentesco porque la idiosincrasia de Momo, de Rosa, de Lola e incluso del Dr. Coen en otras manos hubiesen ofrecido sin duda las bases para una película dramática desgarradora; una denuncia de una realidad social que se perpetúa en un occidente cada vez más materialista; unos individuos que se ayudan unos a otros en la miseria, que se quieren de verdad, que se aceptan sin prejuicios; y bien sea por el guión que no ofrece más agarraderos bien sea porque el director carece de recursos cinematográficos para explicar una historia que tiene sobrados fundamentos trágicos va y lo deja en una comedia lacrimógena y previsible, casi un telefilme de domingo por la tarde si no fuese porque el elenco realiza una exhibición de buen trabajo y estoy convencido que todos agradecerán en su fuero interno la presencia de la Loren como verdadero acicate y ejemplo a seguir.
Seguramente muchas famosas maldecirán a la Loren por haber hecho esta película ya que ha dejado para siempre demostrado, fotograma a fotograma, que la arruga -además de ser bella- ayuda a una buena actriz a desarrollar perfectamente un personaje.
Si el reclamo de una gran actuación es bastante para usted, no deje de ver esta película, porque puede que sea la última que cuente con tal protagonista: me parece que la Loren ha decidido cerrar el grifo y ha dado un portazo monumental, inolvidable.
p.d.: Por cierto: ¡Feliz Año Nuevo!
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