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divendres, 30 de juny del 2017

MM 87 I'll Cry tomorrow






Hoy, 30 de junio de 2017, Susan Hayward hubiese cumplido cien años.

La famosa actriz fue reconocida maestra de personajes duros, fuertes, propios de dramas intensos en ocasiones al filo de la tragedia y ello nos ha dejado una imagen de sus cualidades que quizás no encaja totalmente con sus facultades.

En una de sus mejores interpretaciones protagonizando la película I'll Cry Tomorrow (que recuerdo haber visto en televisión hace mucho tiempo y que sin duda valdrá la pena recuperar en versión original) recibió por su trabajo el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes de 1956 y demuestra que, aparte de dominar perfectamente el tempo dramático, es capaz de salir sin sustos de una escena musical.

Veamos un ejemplo:





Curiosamente, en otras películas en las que también aparece cantando, fue doblada. En esta, es su propia voz.

A pesar de la foto de cabecera, no le dieron el Oscar; aquel fue un año decididamente complicado.

Uno, que es cinéfilo y algo mitómano, comprende que no hay premios fáciles de conseguir.

No había, quiero decir....

p.d.: en la misma fecha nació Lena Horne a la que ya le dedicamos una nota cuando falleció.



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dissabte, 24 de juny del 2017

El rompecabezas de Arthur Miller




El cinéfilo desmemoriado goza la ventaja de redescubrir tesoros conocidos y sufre la pérdida de tiempo al tropezar en la misma piedra, todo lo cual le aleja un poco del excentricismo propio del apasionado amante devolviéndole rasgos humanos que en el fondo le importan un ardite: lo interesante es darse cuenta que, en el lejano mes de enero de 1971, cuando uno todavía no alcanzaba la mayoría de edad, había alguien moviendo hilos en la única televisión de España con el innegable propósito de remover neuronas y provocar hambre de cine.

Véase sino esta informativa página y acúdase al día 19 de enero de 1971: se ofreció después del telediario de la noche y como cierre a un estupendo ciclo dedicado al fallecido actor Clark Gable la que fue su última película, The Misfits (1961), retitulada en castellano como Vidas Rebeldes.

Y ése alguien que cuidaba nuestra educación cinéfila decidió que, al jueves siguiente, 26 de enero, tocaba iniciar un ciclo dedicado a Marilyn Monroe, cuya última película estrenada también fue Vidas Rebeldes. Como que yo no creo en las coincidencias, quiero ahora rendir homenaje y muestra de gratitud a esa persona que tanto influyó, sin duda, en muchos cinéfilos.

Va por usted, sea quien sea:

Si la memoria no me falla en todo, diría que al término del pase de Vidas Rebeldes -en hora punta, evidentemente doblada al castellano- ofrecieron unos trozos -seguramente algún tráiler- en versión original, sin subtítulos ni nada y me quedé absolutamente pasmado, sorprendido y patidifuso al darme cuenta que la voluptuosa Monroe además, sabía soltar gritos esplendorosamente trágicos, dolorosos [*]
Murderers!
Killers!
Murderers!
You liars!
All of you liars!
You're only happy when you can see something die?
Why don't you kill yourselves and be happy?
You and your God's country!
Freedom.... I pity you!
y en consecuencia ya en mi tierna e ignorante adolescencia quedé convencido que el cine hay que verlo en versión original.

Vidas Rebeldes quedó en mi recuerdo confusa y perceptible por esa conclusión sacada en apenas un minuto. No volví a verla: en la tele no es fácil y en el cine, prácticamente imposible, salvo decisiones inesperadas en los mandos de la Filmoteca, más proclive a otro tipo de cine, teórica y supuestamente "más interesante culturalmente hablando"...

Así quedaron mis relaciones con esa película hasta que en el año 2005 el diario El Mundo decidió promocionarse ofertando a 8,95 € cada uno trece devedés de sendas películas en las que intervino Marilyn Monroe y, claro, Vidas Rebeldes ocupa el nº12 de la colección. Así que al cabo de ¡treinta y cuatro años! tenía en mi mano la posibilidad de ver, por fin, la película en versión original.

Treinta y cuatro años es mucho tiempo: suficiente como para haber leído varias de las obras de teatro de Arthur Miller un par de veces, haber visto alguna que otra representación e incluso haber ensayado -que no representado- una de ellas, en plan aficionado. Así que cuando leí en la contraportada que Vidas Rebeldes tenía como guionista a Arthur Miller, me dije que no la vería hasta haber leído el guión: excentricidades -por no llamarlo directamente manías o rarezas- que tiene uno.

Hace poco pude leer Vidas Rebeldes, de Arthur Miller, ya que Tusquets decidió en 2015 reeditarla aprovechando el centenario del nacimiento del autor y me enteré de ello gracias a internet.

Supongo que la decisión de retitular el original The Misfits sin atender su traducción lógica y coherente Los Inadaptados recae sobre el editor y no sobre los hombros de la excelente traductora, lo que inexorablemente nos lleva, cinéfilos impenitentes, a debatir si esa traducción / reconversión que se concreta en Vidas Rebeldes es apropiada o pertenece al numeroso club de estupideces varias. Para mí, le sucede como a Centauros del desierto: reconduce el espíritu original sin alterarlo un ápice.

No es ésa cuestión baladí. En los artículos que hace un par de años promocionaron la reedición (supongo que estaremos de acuerdo en que la prensa cultural en su mayoría ha quedado como propaganda de la semana y la crítica veraz casi que ha desaparecido) solían coincidir en la presentación de la trama ideada por Miller como una especie de ajuste de cuentas, una concreción particularmente realista de una ficción trágica alimentada por unas verdades como puños detentadas, precisamente, por aquellos intérpretes que iban a dar presencia a los personajes, adornados, es un decir, por todos aquellos vicios y defectos que ellos mismos acarreaban, un grupo en verdad complejo que, azares del destino coinciden en una debacle real con tristes y súbitos fallecimientos añadidos: todos sabemos ya que Clark Gable falleció a los pocos días de darse por finalizado el rodaje y que Marilyn Monroe dejaba este mundo a mediados de 1962, el año siguiente del estreno.

La película forzosamente pesa sobre la pieza literaria: pero ello ni siquiera sorprende a su autor, brillante y genial Arthur Miller, que después de un primer esbozo de 1957 en la revista Esquire, procedió a publicar su texto con una elocuente dedicatoria:

"Dedicado a Clark Gable, que no sabía odiar"

Teniendo en cuenta la colección de espléndidas obras escritas por Arthur Miller antes de la que nos ocupa, no cabe imputar significados especiales en las aventuras y desventuras de ese grupo de inadaptados que coinciden en Reno, ciudad del estado de Nevada famosa por la celeridad y facilidad con que se disolvían a mediados del siglo pasado los matrimonios: Reno, capital del divorcio. Coinciden una joven que acude para liquidar un marido ausente, un ex piloto de la reciente guerra ¿Corea? que regresa para enviudar, un veterano vaquero que prefiere el firmamento por techumbre y un joven expulsado del hogar materno por un extraño, impelido a jugarse la vida a lomos de caballos y toros con los testículos apretados. Un grupo que va, errante, en busca de su libertad.

El texto de Arthur Miller, una vez más, emociona y asombra por su forma de crear los personajes, configurando una personalidad en base a diálogos potentes y gestos inequívocos: uno siente cercanas esas personas que por diferentes motivos coinciden en Reno: llegan por un motivo distinto y deciden quedarse, permanecer, asentarse lejos de su origen: más que nada por no querer volver, por tratar de seguir adelante de otra forma, porque de donde vienen, de donde proceden, no se adaptan.

Pero no es un grupo homogéneo: coinciden en algo, no en todo: no van a una: cada uno, a lo suyo; quizás una relación íntima derive en un amorío, un amor que llene el hueco de otros que se fueron. Todos ellos se han rebelado con su propia vida: Elizabeth, que prefiere vivir realquilando habitaciones a mujeres que van a Reno a divorciarse, reniega de Virginia y sus condicionantes sociales; Guido está resentido consigo mismo, por el mal que causó en la guerra y por su descuido fatal con su esposa; Perce se arriesga por cuatro cuartos y una incierta gloria a lomos de animales castigados; Gay todavía lamenta el fracaso de un matrimonio que le dejó cornudo -por su culpa- y alejado de sus dos hijos y malvive llegando a ejercer como gigoló ocasional para mujeres maduras que acuden a Reno a divorciarse:"hacen aquí lo que no se atreverían en sus casas" asegura con amarga indolencia a una Roslyn dotada de un físico impresionante que observa una vez tras otra la incomprensión con que la contempla la gente: ella sólo quiere que la quieran, pero hay cuestiones en las que no está dispuesta a ceder ni un ápice....

La obra, en definición de su autor, huye de clasificaciones: no es una obra de teatro, pese a que los diálogos son modélicos y vienen anunciados, tal que así: "Roslyn habla:". Tampoco es una novela, aunque podría parecerlo: las descripciones que contiene son numerosas, breves e incluyen referencias a lo que una cámara debería captar, al sentido y sentimiento que la escena debe producir, sin llegar al punto de un guión cinematográfico al uso, quedando muy cerca, admitiendo el propio autor, en el prefacio que su libro, una historia concebida para el cine, viene mediatizado por el séptimo arte confesando, dice, "utilizar las perspectivas fílmicas con el propósito de crear una ficción que quizá posea la peculiar inmediatez de la imagen y las posibilidades reflexivas de la palabra escrita".

Nadie mejor que el propio autor para explicar el porqué de la forma y nada mejor que leer la pieza y ver luego la película, por lo menos para los que, como este comentarista que suscribe, somos lectores lentos que además releemos párrafos enteros.

Como era de esperar del autor de La muerte de un viajante, Las brujas de Salem y Panorama desde el puente, en Vidas Rebeldes los personajes vienen cargados de simbolismos nada ocultos, posicionamientos frente a una sociedad estadounidense inmersa en el capitalismo material ávido de ganancias sin tomar en consideración cuestiones éticas, desde la búsqueda de una libertad personal hasta la defensa de los animales.

Ninguno de los personajes se mueve en pos de ganancias monetarias: Gay, en su presentación, despide a una enamorada dama que intenta convencerle asegurando que su tintotería es la segunda más importante de Saint Louis: "no se me dan los negocios, Sarah, querida, buen viaje", mientras Roslyn desprecia la posibilidad de hacer las paces con un marido que a modo de regalo de despedida le entrega un coche nuevo; Guido tiene un buen trabajo como mecánico, pero decide dejarlo porque le apetece volar en su viejo biplano mientras Perce abandona el rancho familiar disgustado y casi que buscando honores para jinetes temerarios, jugándose el físico en rodeos: más que inadaptados, diría que les une el desprecio por el dinero y el amor por la vida.

El texto de Miller, como siempre, contiene una montaña de matices y significados que logran encajar y construir unos personajes atípicos, como atípicos son, en definitiva, los riquísimos diálogos que surgen entre ellos: Miller no da puntada sin hilo y su pieza es un espléndido rompecabezas que va tomando forma lenta e inexorablemente encaminado a un final más que feliz dotado de un punto de optimismo que hace que, como apuntaba antes, la traducción de The Misfits a Vidas Rebeldes sea un acierto.

Precisamente esa idea del rompecabezas de Miller viene perfectamente representada en los títulos de crédito confeccionados por George Nelson & Co. Inc. con el apoyo de la excelente banda sonora de Alex North: ambos artistas, en sus respectivos trabajos, demuestran haber entendido la película.


¡Por fin, dirá alguien! ¡La película! Claro, la película: ¿qué pasa con la película?: pues pasa con ella que, esta vez sí, el guionista puede ser considerado co-autor de la película, tal es su implicación e influencia incluso en el rodaje, ya que según cuentan Arthur Miller iba retocando diálogos cuando podía, pues la estrella del rodaje, Clark Gable, disponía por contrato derecho a negarse a novedades de última hora, tanto como a indemnización por extenderse el rodaje más de la cuenta: horas extras muy bien pagadas, al parecer...

De los cambios efectuados por Arthur Miller el que resulta más evidente es el cambio de sexo y nombre de la mascota canina que acompaña a los personajes: su dueño es Gay y en la película es un macho de nombre Tom Dooley.

Un momento: no creo en las coincidencias ni tampoco que en una película las cosas sucedan por azar: ¿Tom Dooley? ¿Eso es un nombre de perro?¿Tom Dooley? Paramos el devedé, volvemos a comprobar que el perro se llama Tom Dooley y lo apuntamos para luego. Una explicación, quizás mejor una suposición: en 1958, triunfa en la radio una balada que canta The Kingston Trio:Hang Down Your Head Tom Dooley y que hace referencia a un personaje real que acabaría en leyenda: un tipo ahorcado por haber matado a su amante. El porqué del cambio excede este ámbito. Pero es muestra que Miller estaba ahí, metiendo mano, diríamos.

Arthur Miller fue un hombre muy inteligente: nunca pretendió ocuparse él mismo del rodaje de esa película que él había concebido y parido con la clarísima intención de ofrecer a su entonces esposa Marilyn Monroe, el papel de su vida. Tan inteligente fue Miller que, contra lo que hubiese hecho algún otro, no buscó un director novel que, acojonado, permitiese injerencias en su trabajo: Miller sedujo a John Huston con suma facilidad, es de suponer: Huston, nacido en 1906, nueve años antes que Miller, en 1960 había escrito guiones magníficos y había dirigido películas estupendas y evidentemente trabajar con el celebrado Miller era una nueva aventura, una muesca a añadir a su ya brillante catálogo: no hace falta recordar que, además, Marilyn Monroe apareció en títulos de crédito con su nombre en La jungla de Asfalto, película que Huston dirigió en 1950. Interesante notar que la carrera de Marilyn ocupa apenas once años y empieza y termina a las órdenes de Huston: once años, según como, no son nada... pero suficientes para construir un mito...

Cuando uno lee Vidas Rebeldes y al día siguiente se sienta ante la pantalla para disfrutar la película homónima dirigida por John Huston, ocurre algo bastante inusual: dejando aparte el cambio de sexo y nombre del perro, casi todo ya lo imaginaste el día antes.

Sólo que ahora, lo ves, con tus ojos, incluso mejor de lo que imaginaste.

Los diálogos, el texto, el iter, son idénticos: pero ves tomar cuerpo los personajes, con detalles nuevos, gestos imperceptibles, refuerzos psicológicos y ambientes, lugares, que no habías imaginado con tanta luz, tanto contraste, tanta fuerza visual: sientes el calor ambiental, la dureza de las miradas como frontis de la desesperada convicción, la lucha personal en pro de un objetivo incierto.

Huston leyó la pieza de Miller y la entendió de cabo a rabo, la asumió como propia, dedicó toda su sapiencia como director a plasmar en imágenes aquello que el guionista le había servido en bandeja: algún retoque para pulir, fruto de alguna inseguridad de última hora, un rodaje complicado por decenas de factores, un trabajo que devenía en tormentoso a la vista de todo el mundo (la agencia de fotografía Magnum envió a los mejores para fotografiar todo el rodaje), pero al fin y a la postre una película soberbia.

Dejando aparte el guión, hay que remarcar una injusticia: a pesar de haber sido el segundo en firmar -después de Marilyn Monroe- Eli Wallach vio cómo, por azares impensables, su nombre iba desapareciendo hasta quedar por debajo de Thelma Ritter, gran secundaria: es una injusticia porque Wallach tiene más letras que Montgomery Clift, tercer protagonista y casi tantas como Clark Gable, que apareció en primer lugar seguramente porque falleció al poco de terminar el rodaje: la película tiene como icono a Marilyn Monroe en el mejor papel de su vida, interpretado con una fuerza y convicción ejemplares y no me valen excusas facilonas incidiendo en que el personaje era a su medida: ¡y un cuerno! Muchos otros se han confeccionado a medida y no han tenido el mismo resultado: a pesar de los muchísimos problemas de todo tipo, la interpretación de la Monroe es impresionante. Aunque personalmente nunca me ha gustado mucho Clark Gable, coincido con su propia apreciación: junto con Gone with the wind, es en The Misfits donde realiza su mejor trabajo dramático.

Huston saca el mejor partido de todo su elenco, incluyendo algún que otro cameo por diferentes intereses, pero es en el apartado cinematográfico donde su intervención, con la estimable ayuda de Russell Metty a cargo de la cámara, el ya veterano Huston emplaza la cámara y mueve a los personajes en cuadro con toda la intención de favorecer el discurso ordenado por el guión y a fe que lo consigue: sin dejar de mencionar la exhibición de ritmo y fuerza visual de los últimos veinte minutos, el blanco y negro elegido ostenta en todo el metraje un poderío que sustenta, acompaña y refuerza los sentimientos de los personajes, dando una lección magistral de caligrafía cinematográfica, sea en lugares tan prietos como un bar lleno de gente pendiente de los movimientos de una rubia despampanante como en el árido lago seco en el que, en silencio, Huston escribe con su cámara una tragedia anunciada.

Hay en torno a la película una cantidad ingente de información relativa a los problemas personales de unos y otros, a la poca profesionalidad, falta de puntualidad, falta de memorización de líneas, etcétera: pero yo os digo: leed el libro y ved la película y prestad atención a la escena -memorable, pero que nadie parece recordar- entre Roslyn y Perce, y luego volvéis y me decís que os ha parecido.

Es la magia del cine, ese medio de expresión cultural que domina desde hace ya casi un siglo y que no depende únicamente de si el director o la estrella estaban anoche medio borrachos o del todo, porque hoy dan de sí todo lo que tienen, que es mucho, para nuestra fortuna.

Uno lee el libro, ve la película, y entiende porqué ¡ay! ya no se hacen películas así. Absolutamente imperdibles ambos, libro y película.






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divendres, 2 de juny del 2017

Friedrich Dürrenmatt en 1958 y 2001 (II)




La envidiable calidad intelectual de Friedrich Dürrenmatt que le permitía mostrarse polifacético a muy buenos niveles seguramente fuese la razón por la que el escritor helvético decidiera retocar, redondear, finalizar y en definitiva, para lo que nos interesa, alterar parcialmente su propia obra. Ese remodelaje se hace evidente en el ejemplo que citábamos hace poco, señalando la pervivencia de su teatro, focalizado en Proceso por la sombra de un burro, pieza que a buen seguro difiere en su presentación teatral de lo que en principio fue guión radiofónico, con independencia ¡ay! de la costumbre de algunos directores teatrales de "escribir su propia versión" de una obra terminada.

El apunte teatral viene de nuevo de perillas y no porque pretenda referirme al supuesto "homenaje" que uno que pasa por escritor haya podido realizar a la película El cebo al punto de "aprovechar" también el trabajo del célebre JANO como cartelista de lujo.

Pero indudablemente la costumbre de Dürrenmatt ha provocado no poca confusión que explicaré brevemente tal como la he entendido suponiendo que acierto:

Ejerciendo su derecho de autor de la idea básica y evidentemente no satisfecho del todo con el resultado obtenido en pantalla, Dürrenmatt se aplicó a remodelar el guión escrito para El cebo y con una brevedad encomiable (para un editor, desde luego) presentó una novela que tituló La promesa añadiendo un subtítulo: Réquiem por la novela policíaca.

Tampoco es que se trate de una venganza ni de un interés específico del autor de cancelar su unión con una película de cine negro: Dúrrenmatt, según sus propias declaraciones, quiso -y consiguió- ampliar el relato policial y reconvertirlo en un estudio de las virtudes y vicios humanos, explicando con detalle las circunstancias, hechos queridos e impuestos, actos que conforman unos caracteres psicológicos ya apuntados en el guión cinematográfico y ampliados en la novela, que merece ser leída y especialmente por quienes hayan visto El cebo.

Aunque Dürrenmatt de alguna forma pretenda desligarse de El cebo e incluso del factor detectivesco, es evidente que admite la posibilidad que el futuro lector de la novela haya visto la película, pero ello no tan sólo no le molesta. sino que, muy al contrario, esa memoria visual le ayuda; porque ha realizado modificaciones: algunas triviales, centradas en detalles que no vimos en el metraje rodado por Vajda, pero otras de calado, muy importantes: desplaza el interés del lector de la intriga que trata de resolver el comisario a cómo ha acabado la historia en la forma en que se nos presenta, pues Dürrenmatt no duda en aplicar a su novela la técnica tan cinematográfica del relato narrado en clave de pasado: ¡un flashback! dirá el cinéfilo: pues sí, un apasionante flashback, muy bien escrito, una disección tanto del alma humana como también de una sociedad en cuyo seno ocurren crímenes execrables, en ocasiones con algún que otro beneplácito inesperado. Por resumir, diría que Dürrenmatt sigue centrado en el policía Matthai pero ahora, en las consecuencias de su decisión, que no serán tampoco gratuítas para la pequeña Annemarie y su madre, en un final muy amargo.

La estructura elegida por Dürrenmatt para su novela no desvanece, a pesar del subtítulo referido, el interés que pueda tener el fiel lector de tramas detectivescas porque el estilo literario del novelista, notable dramaturgo, domina el tempo a través de diálogos precisos y ajustados y los acontecimientos que ayudarán a desvelar parte del enigma aparecen en el momento oportuno. La novedad radica en el efecto que todo ello causa en el verdadero protagonista de esta historia sobre un tercero que nos cuenta, substituídos nosotros, lectores, en la figura de un oyente escritor.

La pronta aparición de La promesa y el tiempo transcurrido, unido todo ello a la falta de curiosidad y tiempo para buscar, ha conducido a un error común en varios lugares donde uno suele recabar información básica: quede claro, de una vez y por todas, que la película de Vajda es anterior a la publicación de la novela La promesa y que, aún teniendo parentesco por filiación paterna, la película, como ya dije, pertenece a tres padres, y la novela, a uno solo.

Ya en este siglo aparece en las pantallas de cine una versión de La promesa, iniciativa del actor y director Sean Penn.

No hace falta imaginar cómo llegó a su interés, bien como resultado de haber visto El cebo, bien como efecto de haber leído La promesa, bien por ambas, bien, como cabe en pura lógica, por el interés de Penn acerca de Dürrenmatt, siendo indudable, vista su trayectoria, que Sean Penn es un actor que lee algo más que guiones.


Su película, titulada The pledge (2001) (el tonto traductor de turno pierde la oportunidad de la relación con la novela y original y más chulo que un ocho, lo deja como El juramento), a poco que se repare en el grupo de participantes huele a salchichas quemadas en una barbacoa, cervezas frescas y remojones en una piscina "y luego hablaremos de una idea que he tenido"

La pareja Jerzy & Mary-Olson Kromolowski se encargan de confeccionar un guión que sigue con bastante fidelidad -yo diría que excesiva- la novela escrita por Dürrenmatt, realizando algunos pequeños cambios, más que nada adaptaciones podríamos decir que "territoriales" no en vano la acción se traslada de continente, evidentemente para mayor comodidad y economía y buscando la empatía del estadounidense medio.

El elenco está formado por los más allegados a Sean Penn, incluyendo a la entonces su esposa, Robin Wright, que, con el cabeza de lista Jack Nicholson y la niña Taryn Knowles, realizan unas representaciones que van del histrionismo más desatado al control inusitado de unas emociones desatadas que vienen a convertirse en verdadero lastre.

La película de Penn goza de la contribución de muy buenos intérpretes en papeles tan cortos que son casi cameos. Lástima que no haya por ahí ningún director capaz de haber organizado un ensayo previo sin salchichas ni cerveza y que con independencia del afecto y cariño que como amigo sienta, sepa ponerse serio al momento de solicitar una nueva toma y, si es el caso, comentar aparte aspectos que se van al diablo a causa del buen rollete.

Lo mismo ocurre con una moviola que se revela ineficaz, permitiendo que la pieza se desmande y se alargue hasta los innecesarios -y a todas luces excesivos- ciento veinticuatro minutos, más de dos horas para trasladar una novela corta que no llega a ciento sesenta páginas.

El cinéfilo supondrá que el gran Jack estará desatado y nada más lejos de la realidad. Nicholson evidentemente se leyó no pocas veces la novela de Dürrenmatt y captó perfectamente la psicología e idiosincrasia del policía insatisfecho, pertinaz, constante, un tipo de esos capaz de practicar un agujero en el hielo y pasar horas aguardando que pique un desgraciado pez. Diría que lo mejor de la película es el trabajo de Nicholson y de Robin Wright y lo peor las amistosas contribuciones de Aaron Eckhart y Benicio del Toro, tanto como la falta de pulso de Sean Penn en el momento de imprimir un ritmo correcto a la película.

Esta película tiene un valor añadido para el cinéfilo: si lo pensamos bien, es una demostración patente de las dificultades de trasladar según qué novelas al cine: recordemos que La promesa es una novela nacida a partir de un guión cinematográfico y, vista The pledge, uno diría que, para conseguir una buena película de ese material, sería aconsejable eliminar inicio y final, y, más o menos, confeccionar un guión semejante al de El cebo. Un debate que, a priori, parece interesante. Y entonces, sí que nos encontraríamos frente a un refrito, cual no es, en verdad, el caso.

Habiendo visto El cebo y leída La promesa, ver la película de Sean Penn es un ejercicio interesante, aunque la película, en sí misma, no pase de correcta.









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