Supongo que todos, quien más, quien menos, tenemos nuestras fobias pero también nuestras filias: una de las mías es la torre de comunicaciones que con motivo de los fastos olímpicos de lo que se conoció como Barcelona'92 se construyó en el complejo olímpico denominado Anella Olímpica de Montjuic.
El encargado de realizar la necesaria antena que serviría para lanzar al éter los acontecimientos deportivos a suceder fue el Arquitecto Santiago Calatrava que diseñó una torre de 136 metros de altura y cuando estuvo acabada y todos pudimos verla, a algunos nos gustó más que a otros.
Han pasado ya casi treinta años y al fin he podido conciliar mi afición a la fotografía con la dichosa Torre Calatrava y éste ha sido el resultado:
Pertenezco por nacimiento a una generación afortunada en cuanto hace a la cinefilia: en mi adolescencia en España tan sólo había una televisión (con dos canales, eso sí, aunque uno de ellos no lo podía sintonizar todo el mundo) pero quizás porque lo que podríamos denominar la resistencia intelectual tenía sus tentáculos ocultos en el sistema, podíamos ver películas de muy buena factura y a pesar que sospechábamos algunos cortes debidos a la censura reinante, era tal el cúmulo de buenas películas a nuestro alcance que para el aficionado formarse en el gusto por el arte cinematográfico era sencillo: abundaban lo que llamaban "ciclos", dedicados tanto a directores como a estrellas del cine e incluso a cinematografías concretas de otros países, normalmente europeos. Esos ciclos, no siempre oficiales, fueron si duda alimento de cinéfagos autodidactas.
Además, somos quizás la última generación que ha asistido a estrenos de Billy Wilder, William Wyler o Alfred Hitchcock, todos ellos en cines de verdad, con pantalla grande. Para algunos afortunados, como el que firma, pantalla muy grande cada domingo.
Toda esta "batallita" no obedece a ganas de darme pisto pero sí como referencia ineludible para enfocar como se debe la película que en 1968 estrenó Sergio Leone: Hasta que llegó su hora.
Ya sabemos todos que Leone en 1968 era el famoso y exitoso director de una trilogía muy especial y característica de una forma de contemplar el western, a saber, Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), tres películas que además sirvieron a Clint Eastwood para saltar a primera fila de popularidad.
El éxito comercial de la trilogía despertó como es lógico el interés de los productores de Hollywood y Leone estaba esperando la oportunidad porque quería llevar adelante un proyecto añejo que sin embargo no estaba relacionado con el western.
Hollywood le prometió facilidades, pero primero tenía que filmar un western de éxito como presentación firme en la industria hollywoodiense.
Leone, que después de una larga carrera aprendiendo y practicando cine se inició como director con un peplum y luego triunfó con las citadas, no tuvo que ser forzado para dirigir un western con un presupuesto que jamás había tenido a su alcance: su cinefilia y su amor por el western se nos harán patentes a cada minuto en esta película que recoge sus mejores hallazgos hasta el momento y los supera con abundancia, incluso con exceso, pero ésa es una particularidad en la que detenernos luego.
Los que tuvimos la suerte de ver esta película en estreno (aunque fuese un poco más tarde de la fecha oficial en el magnífico cine Capri que todavía existe y funciona) íbamos a "ver una de Leone" que sabíamos era el director de la trilogía y habíamos visto en la tele muchos (por no decir todos) westerns de la época clásica y habíamos visto muchas veces a Woody Stroode y Jack Elam, éste muy en boga a finales de los sesenta.
Leone empieza la película mostrándonos la llegada a una desvencijada estación de tren: Woody, Jack y un amiguete suyo entran por separado y enseguida vemos que son facinerosos por su amenazante silencio y actitud.
Van a ser los malos de la película, te dices, entusiasmado, que ya los conoces.
Y va a ser que no, porque aparece otro tipo duro, Charles Bronson, tocando una armónica y sin apenas mediar tres párrafos va y se los carga. A los tres. Pero cae por un disparo que, antes de morir, le propina Woody Strode.
Y hasta ese momento han pasado más de diez minutos. Y te embarga una sensación muy rara, porque te ha pillado desprevenido de una parte el barroquismo exacerbado de la caligrafía cinematográfica de Sergio Leone que en diez minutos ha usado prácticamente todos los planos imaginables y toda esa riqueza visual iba encaminada a dejarte desconcertado porque los malos han muerto apenas empezada la película.
Pasan cincuenta años (y muchas películas) y te percatas que Leone desde el primer momento está poniendo las cartas encima de la mesa, casi todas boca arriba: le han impuesto rodar un western, le han dado amplio presupuesto y quiere dar un revolcón y un homenaje, no en vano es un apasionado del western: la elección de los intérpretes no tiene nada de azarosa ni casual: Jack Elam es un malvado de los westerns habituales de los sesenta y Woody Strode es un tótem ligado de por vida a John Ford por El sargento negro (que vimos aquí) y El hombre que mató a Liberty Valance (que también vimos aquí) y ambos mueren a la primera de cambio, con el detalle que Woody, antes de morir, le pega un tiro al contrincante: Leone no es capaz de dejar morir al héroe fordiano sin más.
Ya luego se resarcirá consiguiendo rumores en la platea, inquieta al comprobar que el villano de la película, un malvado odioso a más no poder que se nos presenta asesinando a sangre fría un crío, es nada más y nada menos que ¡Henry Fonda! (¿pero cómo?¿Henry Fonda es el malo de esta película?¿qué coño ha hecho esta vez Leone?¿cómo va a acabar esto?)
Leone juega con el cinéfilo y le agita el alma y revuelve el asiento y te deja indefenso y a su merced. y lentamente, muy lentamente, va explicando su historia con más planos de los que hasta entonces habías creído llegarías a ver en una película del oeste. La forma de rodar de Leone es deudora de muchas fuentes, tanto del cine de Kurosawa como del de Ford, pero lo asimila, digiere y regurgita todo siguiendo unos modismos que quizás hayan quedado obsoletos por su adhesión a las tecnologías pero no por ello faltos de eficacia.
No es una película: es un memorándum que discurre tranquilamente siguiendo los compases del genial Ennio Morricone, que compone a requerimientos de Leone sin que la película esté rodada y Leone siente la música cuando rueda, según manifestó posteriormente: la música le inspiraba tanto o más que un guión escrito nada menos que por el propio Leone, Sergio Donati, Dario Argento y Bernardo Bertolucci.
Un guión muy bien estructurado que mantiene varias líneas de interés y motivación de los personajes, en absoluto planos, todos ellos provistos de bagaje personal y cuya causa particular se nos irá proporcionando hasta cerrar cada uno con lógica: un guión más serio de lo que parece a simple vista: no tanto como los dos filmes fordianos citados, pero desde luego con la solvencia esperable en una película trabajada muy a fondo por un Sergio Leone consciente que tenía una oportunidad para filmar a su antojo y con medios y no iba a desaprovecharla con un mero trámite.
Es la primera ocasión en que Leone otorga una particular importancia a un personaje femenino y confía en la bellísima Claudia Cardinale para incorporar a Jill McBain, la mujer que se traslada de una ciudad populosa y moderna como Nueva Orleans a un lugar en el desierto para iniciar una nueva vida con un irlandés soñador con una hija y dos hijos, una nueva familia para ella, que asegura contrajo matrimonio con McBain en la ciudad: y éste ya no está entre los vivos para contradecirla, así que se queda como dueña de un terreno desértico que algo tendrá. Esta mujer tiene una historia en sí misma por sus antecedentes prenupciales que de alguna forma le ayudan a afrontar dificultades y lo vemos en diferentes situaciones que Leone nos presenta como partes de un todo; su presencia es casi constante, no en vano viene a ser motor de buena parte de la acción.
Luego están la venganza, la reacción y la ambición que conforman los caracteres del citado Bronson, de un muy eficaz Jason Robards y de Gabrielle Ferzetti, todos ellos ligados de una forma u otra con el despiadado Frank representado por Henry Fonda.
Esos caracteres masculinos están muy bien descritos psicológicamente en un guión que les ofrece a todos ellos escenas de lucimiento y en ocasiones frases oportunas como:"No le he ayudado. Sólo he impedido que lo mataran" y el acertadísimo montaje de Nino Baragli junto con los cientos de primeros planos a que les somete Leone de la mano de su cámara Tonino Delli Colli permiten que el respetable vaya entendiendo las relaciones entre todos ellos y el porqué actúan y de ese modo, casi también el porqué acaban como acaban.
Leone abunda en todos los aspectos: el barroquismo de su cámara, el tempo quieto más que pausado y el uso de cualquier efecto sonoro (esas chicharras que callan...) así como los paralelismos (los cazadores,cazados, el agua deseada, impresentable en el momento de la muerte, el mordisco final que cierra el bucle) visuales en un primer visionado pueden abrumar un poco por el exceso de información recibida, pero lo cierto es que aún habiéndola vistas en varias ocasiones, uno nunca tiene el valor de parar la reproducción porque de alguna manera consigue enganchar: todos esos planos detalle, esos zooms, esos picados y contrapicados exuberantes, esa cámara que siempre está donde tiene significado le tiene a uno presa su atención y aunque ya sabes lo que va a ocurrir, sigues el curso ordenado por un Leone en estado de gracia que consigue emocionar porque danza en el aire de la pantalla siguiendo el compás de Morricone y hay una expresión que conoces, que sientes y te das cuenta que el puñetero Leone ha cuidado todos los detalles al máximo, incluyendo, claro, la forma de morir y su planificación.
Es de esas películas en las que se percibe que el director, pese a las maldades que luego suelen suceder con los montajes, ha escrito con su caligrafía cinematográfica unas bellas páginas que, pasado medio siglo, siguen sorprendiendo y hechizando. Que no es poco.
p.d.:
Si no han visto la película, véanla sin falta y, sobre todo, en pantalla lo más grande posible y en v.o.s.e.
Y no miren ningún tráiler, que son unos malditos soplones.
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