Caparazón abierto
Siete años y varias películas después de haberse encontrado, Kathleen Turner y William Hurt coincidieron de nuevo con quien les lanzó al estrellato y la fama, el guionista y después ya director Lawrence Kasdan.
En esa segunda ocasión, la trama pertenece a un género totalmente distinto; fruto de la adaptación que el propio Kasdan, junto con Frank Galati hizo de una novela de Anne Tyler que se adentraba en los sentimientos humanos más arraigados de forma pausada pero firme, una historia que, llevada al cine, tomó en España el título de El Turista Accidental (The Accidental Tourist, 1988 ).
La historia debió de gustar mucho a Kasdan, ya que se metió incluso en las tareas de productor de rodaje, lo cual, sabiendo su primaria condición de guionista, nos indica claramente su querencia por la trama a presentar.
Macon Leary (William Hurt) es un escritor que se dedica, única y exclusivamente, a confeccionar guías de viaje para aquellos atribulados hombres de negocios que forzosamente deben viajar: al inicio, la voz en off de Malcom ya nos adentra en su especial psicología, pues se afana en observar todo aquello que debe facilitar al viajante profesional, el llamado "turista accidental", a sentirse como en casa, en cualquier rincón del mundo al que vaya destinado por su tarea. Entre sus consejos, añade, aparte de una lista de utensilios imprescindibles para un equipaje liviano, la adquisición de un libro distraído, no demasiado voluminoso para ahorrar peso, pero suficiente para evitar conversaciones no deseadas con compañeros de viaje inoportunos.
Ese detalle, revelador de la psicología del escritor a sueldo, que intenta crear a su alrededor un caparazón protector de su intimidad, será inútil al propio autor cuando, en un vuelo, su compañero de asiento le descubre intentando evadirse, con una charla en la que aquel, viajante profesional, se declarará seguidor acérrimo de sus consejos, aún haciendo chanza y burla del libro que Malcom lee aparentemente pues de poco le ha servido frente a su incansable charlatanería.
El cuidado por esos detalles que en la trama se irán desgranando nos descubre a un Kasdan atento, muy atento, al devenir de la historia.
Malcom, taciturno, encerrado en sí mismo, regresa al hogar y se encuentra con su esposa, Sarah (Kathleen Turner), quien, cenando, le comunica su decisión de abandonarle, no habiendo superado ambos de forma satisfactoria la súbita muerte de su hijo, asesinado en un fatal atraco.
Malcom, sumido en una actitud depresiva, incapaz siquiera de expresar el dolor e impotencia que le abruman, queda, solitario, en la casona que fue hogar familiar, hasta que un accidente con su perro acaba por obligarle a trasladarse a su residencia paterna, una antigua mansión donde todavía residen su hermana y dos hermanos, su única familia, ahora.
El hogar de los Leary es un mundo aparte, irreal, donde la hermana, una cuarentona Rose (Amy Wright) lleva de forma peculiar y con un orden obsesivo la casa, cuidando a sus excéntricos hermanos Porter (David Odgen Stiers) y Charles (Ed Begley Jr.), que parecen competir, todos ellos, por sus extravagantes costumbres y sus fobias ancestrales; pasan la velada jugando a cartas con naipes infantiles, y jamás descuelgan el teléfono, por mucho que suene: si es un vecino, ya sabe que no contestan, y se acercará a la casa.
Ese mundo encerrado en sí mismo, ese caparazón protector de los males de la vida exterior, se verá confrontado por la actitud claramente abierta, atrevida, forzosamente optimista, que Malcom observará en Muriel (Geena Davis, aprovechando muy profesionalmente el caramelito para obtener el Oscar, merecidamente), a la que conoce al dejar a su perro en una residencia canina al partir para un viaje, y a la que acude luego, desasosegado, con el fin de obtener instrucción para el can (en realidad, para él mismo) al objeto de mejorar la convivencia con su familia, ya que, habiendo sido el perrito el mejor amigo de su fallecido hijo, no quiere deshacerse de él, pese a los requerimientos de sus hermanos.
Muriel se muestra como una mujer fuerte que, impresionada amorosamente por Malcom, le persigue, le acucia, le conquista, hasta que, después de haberle presentado a su hijo, acaban por convivir como pareja.
Kasdan nos ha presentado de forma suave, ligera, pausada, los mundos totalmente distintos de ambos: la comodidad del hogar familiar de los Leary enfrentada a la sencillez del piso de Muriel; la frialdad educada de los Leary con los sentimientos, risas y llantos, de la casa de Muriel y su hijo, por el que pronto Malcom sentirá aprecio.
Es una historia de amores; de amores cruzados, de amores imposibles, como el flechazo que siente el editor de Malcom, un tal Julian (Bill Pullman, que nunca jamás ha estado tan bien), correspondido por Rose, cuyo amor, colateral en la historia, deberá afrentar la oposición de todos, incluído Malcom, que, en una escena surrealista, pretende dejar en ridículo a su hermana con el guiso del famoso pavo del Día de Acción de Gracias, asegurando Malcom, en connivencia con sus hermanos, que es tóxico, lo cual es pura y malévola invención.
Pero Julian y Rose acaban casándose, y en la boda, a la que asiste Malcom en compañía de Muriel, resulta que la dama de honor de la novia es Sarah, quien regresa a ese mundo acorazado de Malcom, pretendiendo una segunda oportunidad.
Malcom es un hombre que se debate frente a un millón de sentimientos, cuyo peso paraliza su alma; Kasdan, con la colaboración del camarógrafo John Bailey y la muy estimable partitura musical del experto John Williams, nominado también al Oscar por su trabajo en esta película, nos presenta, delicadamente, casi de puntillas, una situación en la que el protagonista (absolutamente perfecto William Hurt) se debate ante los diversos caminos que la vida le ofrece, unas alternativas que se van sucediendo, unas espectativas vitales totalmente diferentes, unos mundos rotundamente opuestos, debiendo elegir entre la comodidad de la cotidianeidad y la vitalidad afrontadora de los riesgos que el devenir de los días conlleva: una decisión que deberá tomar, con la experiencia propia y ajena, contemplando cómo es su vida y cómo le gustaría que fuera, una desazón que acabará finalizando en un viaje de obligado cumplimiento, a la eterna ciudad de las luces, París, ese paradigma de libertad soñada en el amor por los estadounidenses de toda clase, para Malcom un destino horrible, forzado, donde acabará literalmente aprisionado entre Sarah y Muriel, un caparazón que acabará rompiendo, dejando tras de sí todo su equipaje, salvo lo más preciado para él: la foto de su hijo, que siempre lleva consigo.
Una película sentimental, romántica, bien explicada por Kasdan con el concurso de un gran elenco de actores, todos muy eficaces y alguno sobresaliente, convirtiendo ese libro ajeno, ese guión propio, en una muestra de cine bien hecho, que, en sus dos horas de metraje, sabe captar la atención del espectador, manteniendo hasta el último suspiro el interés por saber hacia qué lado del caparazón roto, mejor abierto, Malcom tomará camino para enfrentar con nuevas energías su vida.
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