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diumenge, 30 de setembre del 2018

Agatha Christie como síntoma ( y IV)





Sesenta y seis novelas y catorce colecciones de relatos cortos dedicadas todas esas letras a presentar aventuras de intriga -con mayor o menor gracia literaria- convirtieron en superventas cualquier edición en la que apareciera su nombre y como es lógico la industria del cine y la televisión aprovechó a conciencia las piezas fruto de la fecunda pluma de Agatha Christie llegando a fecha de hoy a 159 créditos en imdb contando algún futurible espantoso, varios productos interesantes y algunos verdaderamente sobrantes y estaba el otro día meditando sobre la circunstancia y me pareció que en relación a Agatha y sus versiones, adaptaciones y traiciones, el cine y la televisión han dado muestras de un devenir cuando menos interesante sobre el que podemos detenernos en cuatro recientes muestras.


Ahí va la cuarta:


Crooked House (La casa torcida), estrenada en España hace unos meses, es la primera versión cinematográfica de la novela que más enorgullecía a su autora, Agatha Christie, según ella misma manifestó en su autobiografía. No es extraño: poco más de trescientas páginas que mantienen la intriga mientras definen gracias a los diálogos a una serie de personajes a cual más interesante: una intriga familiar que se inicia con la muerte del patriarca, envenenado, y acaba.......... como acaba, con un final sorprendente pero muy bien construído, sin trampa ni cartón: de esas novelas de misterio que te dejan satisfecho cuando las acabas, rápido, porque su literatura es como siempre sencilla y tampoco da pie a releer párrafos para saborearlos dos veces, aunque ciertamente su autora juega más que nunca con las apariencias ya desde la elección del título, que liga con una cancioncilla infantil popular en Inglaterra:


There was a crooked man
and he went a crooked mile.
He found a crooked sixpence
beside a crooked stile.
He had a crooked cat
which caught a crooked mouse.
And they all lived together
in a little crooked house.

Traducción [+/-]
Erase un hombre torcido
que anduvo una milla torcida.
Encontró seis peniques torcidos
junto a un portillo torcido.
Tenía un gato torcido
que cogió un ratón torcido,
y todos vivieron juntos
en una casita torcida.


La traducción de "crooked" como "torcida", que es la que se eligió de origen y ha marcado también el título de la película, opta por el significado más blando: otras opciones, más ajustadas a la realidad de la trama que nos cuenta Agatha, serían "tortuosa" o "deshonesta", por ejemplo: la literalidad, muchas veces, produce merma en el significado buscado por la autora.

Siendo conocida la predilección de Agatha Christie por dicha novela, ya resulta extraño su tardía adaptación a la pantalla mientras otras piezas han sido repetidamente visitadas; cabe la posibilidad que hubiese alguna limitación temporal en los derechos, cuestión que no he hallado, pero que parece la más lógica, porque conocer el final, como siempre en novelas de esta condición, hace que uno pierda el interés en leerla.

Sea como sea, parece ser que Neil LaBute le echó el ojo hace unos años y empezó a moverse para adaptarla y dirigirla y por suerte la Sony acabó comprando todo lo adquirible, se hizo con los derechos y el amigo LaBute quedó fuera con su propuesta de elenco, bastante acertado, ciertamente. Pero desde que comprobamos lo que fue capaz de hacer con una excelente historia como Wicker Man, perdimos la fe en sus posibilidades.

Así que la Sony encargó al afamado Julian Fellowes, capaz de darnos una de cal y otra de arena, que ya tiene experiencia en crímenes difíciles gracias a su propia serie "Julian Fellowes investigates: A Most Mysterious Murder- etc*etc" y que desde luego está acostumbrado ya desde la muy buena Gosford Park a presentar crímenes en la alta burguesía británica.

Lástima que Robert Altman muriera hace doce años, porque segurísimo que su más que probada experiencia en "películas corales" le hubiese deparado una excelente oportunidad: en su lugar, Gilles Paquet-Brenner, que se las da de guionista y director, acaba por ofrecernos una versión falta de tensión, descafeinada, y, desde luego, esta vez no es por culpa del guión.

Julian Fellowes, perro viejo, aprovecha al máximo lo que escribió Agatha Christie y se ciñe al sentido común que indica que si la novela está abundantemente dialogada y sus descripciones son fáciles de trasladar a la pantalla, con algunos retoques resulta fácil presentar un guión literario de campanillas, sin tratar de hacer inventos ni probaturas en busca de una falsa autoría irresponsable: los elementos de la trama encajan a la perfección, los diálogos tienen chispa y ritmo, sean de índole romántica sean encontronazos familiares, sean como sean; todos los personajes tienen su interés aparte de la mera suposición de su culpabilidad ofreciendo el conjunto un retrato social mas bien ácido, casi irreverente y sin desperdicio para construir una historia endiablada que con muchas dotes de observación puede dilucidarse antes del final, de aquellas tramas que cuando sabes la solución te dices: sí, ahora me acuerdo de aquello que encaja, ¡caramba!¡es verdad! y te satisface porque notas que no te han hecho trampa ni te han engañado con falacias, porque de veras te resultaba increíble.

Diría que del elenco no todos se ajustan a las someras descripciones que Agatha hace del físico de los personajes, pero a priori, como puede verse en el póster de la película, resulta atractivo: los veteranos Terence Stamp y Glenn Close cumplen perfectamente con su cometido: Christina Hendricks, Gillian Anderson, Amanda Abbington y Julian Sands hacen una nueva intentona de sobresalir en un largometraje pero no saben aprovechar la ventaja que supone disponer de escenas cortas para intentar "robarlas" y dejan pasar la oportunidad de forma inexplicable. La pareja compuesta por el atractivo Max Irons (hijo de Jeremy) y la guapísima Stefanie Martini carece de química por completo y ése es un elemento importante en la trama, no en vano él, Charles Hayward, se presenta en casa de su amiga (y prometida en secreto) Sophia Leónides, nieta del asesinado, precisamente para investigar la misteriosa muerte desde dentro de la mansión familiar en la que viven todos juntos, mezclados y revueltos cada uno con su particular interés.

Da la sensación que Gilles Paquet no ha sabido entender con claridad ni la novela ni el guión y en consecuencia transmite esa sensación de embrollo deslavazado que nada tiene que ver con una intriga bien construída: su forma de filmar, técnicamente correcta, está falta de inspiración y fuerza: parece moverse a bandazos como si no supiera hacia donde dirigirse y uno tiene la sensación que los intérpretes miran a cámara como interrogando al que debe estar detrás para saber si lo que hacen está bien o si hay que repetir, o moverse hacia un lado, o qué: y resulta que, en pantalla, el que está justo donde ellos interrogan es el espectador, sentado en su butaca, y lo que siente no es empatía sino desconcierto.

El desamparo que muestran los intérpretes nada tiene a ver con sus personajes en la historia y esa debilidad que se intuye, esa falta de convicción, se deberá, supongo, a que el director no ha sabido manejar el buen grupo de actores y actrices a su servicio, malogrando en buena parte la primera versión de una buena novela que, habiendo sido bien guionizada, hubiera merecido un tratamiento mejor, porque, desde luego, lo que hace a dirección artística y decorados, una vez más, en este tipo de historias británicas, resulta perfecto, recreando la época de la posguerra, mediados del siglo pasado, perfectamente.

Uno, en estos casos, acaba por pensar que el director o carece de la formación necesaria para entender la trama y exprimir su jugo al máximo o carece de la energía cultural necesaria para afrontar una buena intriga con retazos de psicología social y como resultado es incapaz de transmitirnos ninguna energía a través de todos los medios que tiene a su disposición para el rodaje de la película, que son muchos y muy diversos.

En definitiva, una buena película que puede recomendarse, advirtiendo que si hubiese interés en leer la novela, sería preferible irse al rincón de pensar para elegir y no arrepentirse luego.













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dissabte, 29 de setembre del 2018

Agatha Christie como síntoma (III)





Sesenta y seis novelas y catorce colecciones de relatos cortos dedicadas todas esas letras a presentar aventuras de intriga -con mayor o menor gracia literaria- convirtieron en superventas cualquier edición en la que apareciera su nombre y como es lógico la industria del cine y la televisión aprovechó a conciencia las piezas fruto de la fecunda pluma de Agatha Christie llegando a fecha de hoy a 159 créditos en imdb contando algún futurible espantoso, varios productos interesantes y algunos verdaderamente sobrantes y estaba el otro día meditando sobre la circunstancia y me pareció que en relación a Agatha y sus versiones, adaptaciones y traiciones, el cine y la televisión han dado muestras de un devenir cuando menos interesante sobre el que podemos detenernos en cuatro recientes muestras.


Ahí va la tercera:

Ordeal by Innocence (Inocencia trágica) es la penúltima intromisión de la ¿afamada guionista? Sarah Phelps en el mundo inventado por Agatha Christie precisamente en una pieza que ya había recibido dos versiones poco afortunadas, una para el cine y otra para la televisión, ésta con la inesperada aparición de Miss Marple en una trama que jamás contó con la entrañable anciana, bien que manteniendo en buena parte el curso de la novela.

Quizás por esos antecedentes Sarah se atrevió a meter mano de forma inmisericorde en la trama añadiendo conceptos absolutamente inusuales e impensables en toda la obra literaria de Agatha Christie cuales son los abusos tanto hetero como homosexuales en un "agiornamento" bastante arriesgado que pretende mostrar una familia burguesa con varios esqueletos en los armarios y algún que otro cadáver que va apareciendo provocando el incremento de la intriga que sigue en parte el discurso de la novela original con las citadas alteraciones y otras más que culminan en un desenlace muy diferente al que habremos podido leer en la novela y un final que recuerda a una famosa película (dirigida por un argentino en 2009) que sufrió un refrito estadounidense en 2015 como muchos absolutamente innecesario, cuya existencia es signo de los tiempos que corren.

Las modificaciones debidas al ingenio de la guionista de alguna forma pretenden dar a la trama una pátina cercana a los noticieros amarillos de esta época, pero ¡ay! descuidan unas relaciones interpersonales o más bien las alteran dejando de camino una lógica sentimental que ya no tiene lugar, reduciendo en definitiva la riqueza de unos motivos criminales que así, más simples, pierden fuerza narrativa.

A lo que vamos: tres horas de metraje ha necesitado la Phelps para explicar lo que otros ya habían contado en la mitad de tiempo, pero tiene a su favor, una vez más, la comparecencia del aparato de la BBC que no suele escatimar gastos en ninguno de los conceptos, aunque para ellos resulte fácil largarse a la campiña inglesa, alquilar unas semanas una villa de buen ver situada en un paraje envidiable, cabe un lago, y, sin necesidad de cambiar mucho el mobiliario, proceder al rodaje. Vestir los personajes y redondearlo todo con atrezzo de primera calidad son marca de la casa, lo mismo que la composición del elenco, habitualmente con mayoría de solvencia contrastada más la comparecencia de alguna figura destacada.

La ventaja de lo que venimos a conocer con el adjetivo de "coral" es que las actuaciones son fragmentadas a causa de la aglomeración de personajes que pueblan la magnífica villa más los que entran y salen de continuo, con lo que los intérpretes pueden lucirse sin tener que sostener el tipo durante largas escenas. De hecho, esta circunstancia la podemos constatar en casi todas las versiones filmadas de las novelas de Agatha Christie, salvo las protagonizadas por sus detectives preferidos que, lógicamente, tienen su parte del león en los guiones.

En este caso, la diversificación de los personajes como elementos de interés beneficia a todos los intérpretes, encabezados por Bill Nighy, Mathew Goode y Anna Chancellor y no perjudica la narración, bien orquestada por la directora Sandra Goldbacher que sabe mantener la acción a un ritmo correcto durante los tres episodios y demuestra conocer su oficio tanto en lo que hace a la muy correcta dirección de intérpretes como a los movimientos de cámara dentro de la mansión, usando la steady con mucho criterio y ligereza y sin abusar, perceptible únicamente en el recuerdo de las imágenes y secuencias vistas, lo que dice mucho en su favor, pues dedica su apreciable labor a contar la historia con la cámara de la forma más eficaz y sencilla.

Probablemente el formato impone la aparición de momentos que causan una morosidad indeseable que en otras manos hubiesen desaparecido bajo el imperio de las tijeras, pero hay que tener en cuenta que es un producto televisivo y la posibilidad de mantener audiencia durante tres episodios es un factor a priori nada desdeñable para la BBC aunque apostaría un café y un donut a que Sandra estaría encantada de pasarla por moviola y presentarla en salas de cine, porque aún sintiendo que algunas modificaciones del original chirrían, es una buena pieza para llevarse al talego: es de esas ocasiones en las que el guión se ve superado claramente por el resto de los elementos.

Veremos, a fin de año, o a primeros del que viene, si Poirot resiste el embate de la Phelps con la ayuda de Malkovich.

De momento, esta mini serie puede recomendarse, con reservas.







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divendres, 28 de setembre del 2018

Agatha Christie como síntoma (II)





Sesenta y seis novelas y catorce colecciones de relatos cortos dedicadas todas esas letras a presentar aventuras de intriga -con mayor o menor gracia literaria- convirtieron en superventas cualquier edición en la que apareciera su nombre y como es lógico la industria del cine y la televisión aprovechó a conciencia las piezas fruto de la fecunda pluma de Agatha Christie llegando a fecha de hoy a 159 créditos en imdb contando algún futurible espantoso, varios productos interesantes y algunos verdaderamente sobrantes y estaba el otro día meditando sobre la circunstancia y me pareció que en relación a Agatha y sus versiones, adaptaciones y traiciones, el cine y la televisión han dado muestras de un devenir cuando menos interesante sobre el que podemos detenernos en cuatro recientes muestras.


Ahí va la segunda:


Murder on the Orient Express (2017) (Asesinato en el Orient Express) es una gota más que va colmando el vaso contenedor de las decisiones erróneas tomadas por el antaño inteligente Kenneth Branagh que por contra cabe suponer se está enriqueciendo, ya que resulta dudoso que no perciba su declive artístico, por mucho que se empeñe en disimularlo.

Ver a Kenneth disfrazado -que no caracterizado, que es otro nivel más alto- de Hercule Poirot con esos bigotes diabólicos que cualquiera sabe el bueno de Poirot deploraría y aborrecería en parte iguales ya deja al espectador patidifuso y desconcertado: ¿esto que es?¿una farsa?¿un choteo?.

Por suerte, el guión mantiene la estructura original, archisabida, porque, amigos, compañeros, queridas lectoras, no hace ninguna falta recordar que antes ya David Suchet (en 2010) y Albert Finney (en 1974) [nos olvidamos caritativamente de Alfred Molina en 2001] lo resolvieron luciéndose y que incluso desde 2006 hay un video juego basado en la trama.

Pero, Kenneth, vamos a ver: ¿es que se te ha secado el cerebro? ¿Poirot? Sólo te faltaba que a finales de este año 2018 aparezca John Malkovich en la tele con la serie The ABC Murders

En esta última versión perpetrada por Kenneth hallaremos otro de los síntomas que adolecen la pantalla de cine de este siglo: hay una infantilización que desprecia cualquier tipo de inteligencia residente en el espectador al que se le da todo mascadito, no vaya a confundirse, y, especialmente, hay que dar espectáculo visual: mucho movimiento de cámaras, ruidos, acción física, trompazos, peleas.

Todo lo contrario al prototipo Poirot, célebre por sus "células grises" como llama a su tejido neuronal que sobrepuebla su cerebro, siempre trabajando, siempre atento al detalle insignificante, en esta ocasión a merced de un complot ejecutado con maestría por nada menos que doce decididas personas que no contaban con la presencia del belga impertinente y maniático, en esta aventura imprevista encerrado en un habitáculo tan reducido como pueda ser un vagón del famoso tren Orient Express que cursa su camino entre Estambul y Calais, atravesando Europa.

Branagh, con la complicidad del guionista Michael Green, presenta un Poirot desconocido para todos los que como quien suscribe han acabado seducidos por los modos y maneras del gran David Suchet que exprime el personaje ideado por Agatha Christie de un modo ejemplar. Naturalmente tiene Kenneth derecho a interpretarlo a su modo y manera, pero lo que no debería es tomárselo a cachondeo ofreciendo una interpretación risible, facilona, impropia de un tipo que ha sido capaz de grandes trabajos. Me temo que le está pasando lo que a Anthony Hopkins, que fue pisar suelo americano y olvidarse que es un buen actor, dedicándose a hacer el vago cobrando mucho por ello.

Por si destrozar un arquetipo no fuera suficiente, Branagh se olvida del carácter claustrofóbico que ya existe en la novela constriñendo al detective con todos los sospechosos en un reducto mínimo y por contra, se dedica a buscar la mínima ocasión para dar aire a la narración obteniendo justo lo que menos le conviene.

Para acabar de rematar la faena, Kenneth se olvida de dirigir a los intérpretes a sus órdenes -naturalmente a él, juan palomo, tampoco hay quien le ayude- y el elenco repleto de nombres famosos parece una olla de grillos en un concierto disonante en el que cada quien va por su cuenta y riesgo, lo que no acaba de convenir a una comunidad criminal decidida y ajustada en sus acciones para que todo vaya milimétricamente dispuesto.

Una versión totalmente innecesaria atendidos los excelentes precedentes: la falta de originalidad, otro síntoma decadente del cine actual, nos lleva, desafortunadamente, a otro refrito próximo: de nuevo el bigotudo esperpéntico resolverá el crimen de Muerte en el Nilo, como si no conociéramos ya trama y resultado. Puestos a elegir una nueva de Poirot, ¿qué tal, Kenneth, si te ocupas de alguna que NO se haya hecho en cine? No sé, por ser un poco menos cansino, vaya.









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dijous, 27 de setembre del 2018

Agatha Christie como síntoma (I)





Sesenta y seis novelas y catorce colecciones de relatos cortos dedicadas todas esas letras a presentar aventuras de intriga -con mayor o menor gracia literaria- convirtieron en superventas cualquier edición en la que apareciera su nombre y como es lógico la industria del cine y la televisión aprovechó a conciencia las piezas fruto de la fecunda pluma de Agatha Christie llegando a fecha de hoy a 159 créditos en imdb contando algún futurible espantoso, varios productos interesantes y algunos verdaderamente sobrantes y estaba el otro día meditando sobre la circunstancia y me pareció que en relación a Agatha y sus versiones, adaptaciones y traiciones, el cine y la televisión han dado muestras de un devenir cuando menos interesante sobre el que podemos detenernos en cuatro recientes muestras.


Ahí va la primera:



Witness for the Prosecution (Testigo de cargo)(2016-2017) es fruto de la guionista Sarah Phelps acostumbrada a versionar novelas de fama y después de haber conseguido el favor de la audiencia con una versión de Diez Negritos (2015) que me pareció particularmente plúmbea y excesiva, el año pasado pudimos ver lo que la BBC, siempre dotada de excelentes medios, presentaba en el empeño de la inefable Sarah de detenerse frente a un clásico intentando ofrecer nuevos aspectos de inusitado interés.

Vano empeño. Aún contando con un buen elenco encabezado por Toby Jones y los buenísimos oficios artísticos de la BBC que recrea un tiempo pasado con su habitual brillantez y minuciosidad, el problema es un guión que no se sostiene por motivos evidentes, deudores de virtudes y defectos de una guionista incapaz de crear por sí misma un argumento que sustente ciento veinte minutos de metraje, porque para su desgracia ha pretendido partir de un relato corto de Agatha Christie, alrededor de treinta páginas que se leen de un tirón.

Sarah además parte con un grave inconveniente: hubo un excelente guionista que ya se ocupó de escribir el guión perfecto ¡hace medio siglo! para rodar una película de dos horas que muchos consideran una obra maestra, dejando pues un listón muy alto.

En este caso la dirección corresponde a Julian Jarrold quien abundando en el cúmulo de errores tergiversadores del original añade si cabe más lentitud con una cámara lastrada por una falta de energía que acaba por provocar somnolencia, en la mayoría de las ocasiones por detenerse en detalles que no vienen a cuento con la trama principal y que además intentando reforzar el rupturismo impuesto por la guionista acaban por resultar faltos de lógica en el conjunto.

Es una ocasión perdida, porque ése relato sólo se había llevado a la pantalla en media docena de ocasiones y quizás una empresa más humilde, menos pretenciosa, más ceñida al relato original, por ejemplo, hubiese dado lugar a un episodio de poco más de una hora que en televisión quedaría muy bien.

Las decisiones argumentales de Sarah Phelps al cambiar la personalidad del protagonista de Abogado de prestigio a uno que soborna carceleros para que le presenten posibles clientes a los que atiende en un tugurio insalubre; la relación entre Leonard Vole y la Srta. French -rejuvenecida ésta mucho hasta tomar los rasgos de una bella y madura Kim Cattrall, no lo bastante madura para el personaje- con tanto erotismo que no viene a cuento y contraría la posición de la doncella acusica Janet, que vista su señora debería estar acostumbrada y no escandalizarse por nada, amén de aportar datos poco trascendentes al curso de una añagaza que se desvelará al final, dan la sensación que en el conjunto hay mucha paja y poco grano, lo que podríamos definir como falta de sustancia, defecto que asola las pantallas actuales tanto del cine como de la televisión como es el caso.

No hay en este producto ni rastro del trabajo minucioso de construcción de personajes cincelados en letras inmarcesibles hace medio siglo: en el relato corto, Agatha apunta hechos, tramas, trampas, pero no se preocupa de perfilar mucho sus personajes, más allá de algún detalle peculiar luego explotado a conciencia por el gran Billy. Podríamos imaginar que quizás Agatha presentó catorce colecciones de relatos cortos como quien dice apuntes de futuras novelas a desarrollar que en manos de buenos guionistas como los hubo y no los hay pueden, todavía, dar lugar a interesantes películas.

Seamos optimistas: hace meses que Ben Affleck anunció su intención de perpetrar otra versión del mismo relato. Al loro.








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