No es la primera ocasión que muestro alguna curiosidad surgida de forma completamente aleatoria, impensable, espontánea, lo que alguno calificaría adecuadamente como de chiripa porque en verdad no se acerca ni lo más mínimo a lo que andaba buscando en el proceloso mundo de youtube, ése lugar extraño en el que te censuran vídeos de escasos minutos mientras aprovechan tráilers repletos de chivatazos indeseados para colocar anuncios que no te interesan en absoluto.
Pero no nos desviemos, que la cosa no va por ahí.
En todo caso, iría por incidir una vez más en las desconocidas -para este comentarista que suscribe- habilidades que algunos artistas tienen.
Nunca hubiera dicho que Edward Woodward (protagonista de la estupenda Wicker Man y de la muy posterior serie The Equalizer) poseyera una voz de tenor que le permitió lanzar al mercado discográfico varios (siete, creo) álbumes de vinilo dando muestras de sus capacidades cantoras, que pueden comprobarse en una intervención suya en el muy británico show de Morecambe & Wise
En ocasiones,uno se sorprende de las menciones honoríficas que algunos intérpretes británicos reciben, con esos títulos de Caballero y Dama que les son concedidos oliendo a rancio abolengo y quizás a triquiñuelas de mercadotecnia y luego resulta que hay detrás una serie de hechos constatables que deben permanecer en la memoria de los afortunados que asistieron a los mismos en vivo y en directo, sin trampa ni cartón, como aquellos que en el lejano 1968, mientras unos protestaban en las calles otros asistían a una representación de la afamada comedia musical Cabaret, con una protagonista que, seguramente, sorprenderá a más de uno:
Curioso, ¿verdad?
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Iniciar un comentario en la certeza que cualquier interesado que haya llegado hasta aquí ha leído por lo menos una de las novelas del belga Georges Simenon no es arriesgar mucho porque es sabido que se cuentan por centenares de millones los libros publicados de su autoría, muchos de ellos protagonizados por el inefable Jules Maigret, Comisario Jefe de la Policia Judicial de París, personaje que ocupa un lugar destacado en la novela policial, no en vano sus aventuras se desarrollaron durante más de cuarenta años del siglo pasado, viéndose trasladadas a la pantalla en muchas ocasiones.
Tampoco arriesgaría mucho si apostara por la identificación icónica del Comisario Maigret con la jeta del actor francés Jean Gabin, cuyo rostro, curtido en mil batallas, adorna muchas ediciones de las novelas, promoviendo una identificación que no se corresponde al número de ocasiones en que el intérprete fumó esas pipas mientras meditaba un misterio a resolver, ya que Gabin únicamente representó a Maigret en tres ocasiones.
La primera de ellas fue en la película dirigida en 1958 por Jean Delannoy, Maigret tend un piège (traducida simplemente como El comisario Maigret [el traductor/traidor no sabía francés]) basada en una novela publicada en 1955, Maigret tiende un lazo.
En ella, Simenon, fiel a su estilo, crea en poco más de cien páginas una historia ambientada en un París agosteño, caluroso, llenas sus calles de vecinos que en sus noches procuran tomar el fresco antes de retirarse. En el barrio de Montmartre, desde el dos de febrero, ya han ocurrido cuatro asesinatos en los que las víctimas, mujeres de apariencia común, morenas, son apuñaladas y sus vestidos rasgados. Maigret se enfrenta a un asesino en serie que los periódicos ya emparentan con el famoso Jack el Destripador mientras imputan cierta ineficacia al Comisario Maigret. La resolución del caso, como siempre, la hará Maigret gracias a su conocimiento de la condición humana. Los casos de Maigret interesan al lector más por el desarrollo de los personajes que por el misterio del culpable o sus métodos: Simenon se ocupa poco de la acción y mucho más de componer las distintas individualidades que viven en sus obras gracias a sus costumbres y hechos cotidianos. Todos sabemos que Maigret fuma en pipa, poseyendo una buena colección tanto en casa como en su mesa de trabajo, se detiene a tomar una o dos cervezas y nunca desdeña una copichuela de licor de ciruelas o un buen calvados, como cualquier buen francés de la clase media.
Jean Gabin ya había actuado en varias películas derivadas de novelas de Simenon -llegaron a diez los títulos- pero no fue hasta la cuarta, en 1958, cuando contando a la sazón el actor 54 años de edad y establecida una amistad o cercanía con el propio Simenon, se le encargó representar al célebre Comisario en esa película dirigida por Delannoy apoyada en un guión escrito por el mismo director con la colaboración de Rodolphe Arlaud y Michel Audiard quien a su vez se ocupó de los diálogos.
El guión se ajusta bastante a la novela -que acabo de releer- añadiendo ciertos detalles que sin duda tienen su razón de ser en el lucimiento del protagonista, un Jean Gabin impregnado de las características del personaje hasta hacerlo suyo con una autenticidad digna de elogio, provista de una naturalidad pasmosa y una dicción perfecta: Gabin ya era una verdadera estrella cuando acometió esa primera representación del famoso Comisario y, además, disponía de sobrada experiencia en el género de cine negro policial en una época en la que la abundancia pergeñó el apócope "polar" como seña identitaria del cine galo de mediados del siglo pasado, en franca competencia con los partidarios de celebrar en primer lugar la "nouvelle vague". (Batallitas)
La película, rodada en blanco y negro, deambula por las callejuelas de Montmartre y otros barrios del París de mediados del siglo pasado sin que, vista ahora, haya perdido interés en su desarrollo en el que permanece la importancia de la psicología del asesino y su entorno, en parte gracias a las buenas interpretaciones de una muy joven Annie Girardot, Lucienne Bogaert y Jean Desailly, sobresaliente como Marcel Maurin (Moncin en la novela).
En la policía judicial el lector avisado hallará una muy buena representación de nombres archiconocidos: Janvier, Lucas, Lapointe, Torrence, e incluso el Juez Coméliau corresponden sin esfuerzo con lo imaginado por el conocedor del mundo cotidiano de Maigret: en esta ocasión aparece como Inspector Torrence el actor Lino Ventura, todavía con apenas cuatro líneas de diálogo pero recordando un punto cómicamente sus buenos tiempos de campeón de lucha greco-romana, como quien dice aguardando la buena oportunidad que ese mismo año supuso para él participar en Ascensor para el cadalso, de la que ya estuvimos hablando aquí hace cinco años ya.
En mi relación con ese relato concreto de Maigret fruto de la pluma de Simenon hay también una versión televisiva protagonizada por Michael Gambon para la británica Granada TV que en los años 1991 y 1992 ofreció dos temporadas a razón de seis episodios cada una. Eran episodios cortos, apenas una hora, con lo cual los guionistas tenían que hacer maravillas para encajar todas las tramas y lo peor de todo es que esa experiencia hubo que soportarla doblada con resultado francamente desastroso. Se puede ver el episodio gracias a youtube en versión original sin subtítulos y gana mucho, desde luego, porque tanto Gambon como Maigret como Geoffrey Hutchings como Lucas y Jack Galloway como Janvier realizan, todos ellos, un buen trabajo y los medios aportados por Granada TV son los usuales de la época para este tipo de producto, funcionales sin alharacas.
Llega la pascua de este año 2016 y hete aquí que la compañía británica ITV anuncia a bombo y platillo el estreno de una nueva traslación del ya famoso relato a la televisión, en un telefilme que dispondrá de casi hora y media para desarrollarse con todos los medios posibles, incluído un rodaje realizado en Budapest al considerar el diseñador de la producción Dominic Hayman -quizás bien aconsejado por la directora artística Biljana Jovanovic- que la capital húngara permanece con ciertos ambientes urbanos parecidos al Paris de mediados del siglo pasado.
Ciertamente, ya era hora de que ése buen relato, Maigret tend un piège, tuviera una buena revisión.
Naturalmente, los británicos están en su derecho de traducir correctamente el título a Maigret sets a trap, pero lo que de inmediato levantó las cejas de todos los aficionados fue la elección del actor que iba a representar al Maigret de este siglo XXI.
Rowan Atkinson acababa de cumplir los 60 años cuando se le ofreció la oportunidad de cambiar su registro interpretativo de la noche al día, un giro de 180º, una pirueta de trapecio con salto mortal triple sin red.
Cuando lo supe, de inmediato sentí que debía ver ése Maigret.
A Rowan le descubrí en la tele con aquella serie de la BBC Black Adder que en Cataluña se llamó L'escurçó negre y supongo que en el resto de España se llamaría La víbora negra y luego me cansé pronto de verlo con el ubicuo Mr. Bean que estuvo apareciendo por todos lados de forma incesante exhibiendo una capacidad increíble de gesticular y sobreactuar.
Así que, francamente, en el deseo de ver "su Maigret" había un prejuicio que creía muy sólido.
Para mi sorpresa, Rowan Atkinson ha demostrado que, siendo a la postre un actor británico con una larga trayectoria, que la hubiese dedicado sustancialmente a hacer payasadas no significa que no sea capaz de contener su histrionismo y dedicarse a profundizar en un personaje que siempre ha destacado por una contención en los gestos, una parquedad y una meditación acompañadas si acaso por unas volutas de humo nacidas en la incesante pipa, compañera muda, silenciosa y fiel de los pensamientos que el experimentado Comisario Maigret trabaja rumiándolos con calma y determinación, impertérrito a las contrariedades.
Atkinson está magnífico actuando casi que únicamente con la mirada y el gesto apenas anunciado, en una trama muy parecida a la novela original en la que los diálogos son sobrios y la psicología de los personajes se debe reforzar mediante los gestos y las actitudes; el andar pausado, vaciar la pipa, rellenarla con pausa y prenderla sin mirar donde sea que esté, porque en realidad su mente está más allá, pendiente de deducciones y de los movimientos ajenos, todo ello con una elegancia contenida, situándose a años luz de cualquier definición que hasta la fecha pudiera ser oportuna para recrear una imagen del célebre comediante que, ahora ya, permanecerá sin duda como el Maigret de esta década y quien sabe si más aún.
El director Ashley Pearce se apoya en un guión escrito por Stewart Harcourt con apenas algunos cambios respecto a la novela manteniendo la acostumbrada economía expresiva propia de los relatos de Simenon, imbuídos muy bien uno y otro del espíritu de las novelas de Maigret; para quien no las hubiera leído, la trama le sorprenderá por lo alejada que está de lo habitual en las pantallas actuales y para los conocedores no habrá sentimientos encontrados porque no les defraudará ni el guión ni la forma precisa, firme y elegante con que Pearce mueve la cámara tanto en los bellos exteriores elegidos como en los ambientes cerrados, en ocasiones tan mínimos como el interior de un viejo Citroën.
Atkinson ha tenido la suerte de pillar el regalo cuando su edad física coincide con la imagen literaria y además las productoras Ealing Studios y Maigret Productions han tirado la casa por la ventana porque superan en mucho los habituales productos para la ITV y se acercan a los fastos de atrezzo, vestuarios y localizaciones propios de la más potente BBC, con una exhibición sorprendente de calidades que ayudan no poco al éxito del conjunto.
De igual manera, los componentes de la familia Moncin, representados por Rebecca Night, Fiona Shaw y David Dawson, configuran un terceto en discordia que luchan desaforadamente para robar toda escena en la que se les permite aparecer, brillando especialmente David Dawson con un amplio registro controlado al milímetro y todos ellos, sobra decirlo, demostrando un dominio cabal de sus voces. Otro tanto ocurre con los conocidos componentes de la policía judicial a las órdenes del Comisario Maigret, aunque a ellos quizás les falte un poco de adaptación a los modos más meridionales -sin serlo del todo- que estamos acostumbrados a leer en tantas ocasiones. Tiempo tendrán de habituarse, supongo, porque está anunciada para fin de año otra novela de Maigret trasladada a la pantalla.
Por mí, como si quieren ir rodando todas, una tras otra.
Vista que ha sido la primera, están claras dos cosas: que Rowan Atkinson es un actor con un registro mucho más amplio de lo sabido hasta ahora y que la diferencia entre televisión y cine en tocando a productos semejantes, es inexistente, salvo por la distribución.
Imperdible y de visión obligada en v.o.
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